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UN ADOLESCENTE INMANEJABLE ES FRUTO DE MALA CRIANZA.

ES CLAVE
CORREGIR CON AFECTO, PERO CON FIRMEZA.

En 1904 el psicólogo y pedagogo estadounidense Stanley Hall calificó la adolescencia como


una época de cambios, de tensiones y de sufrimientos psicológicos, comparables a los de una
gran tormenta.

Desde entonces, esta etapa de tránsito común a todas las personas no ha dejado de ser objeto
de estudios y de interpretaciones que, en la gran mayoría de los casos, no solo profundizan en
los conceptos de Hall, también excluyen al propio adolescente de los análisis.

En el otro extremo están las opiniones de la antropóloga Margaret Meat, que después de
conducir un estudio en Samoa concluyó que en esa isla el paso por la adolescencia era una
transición suave y carente de las angustias emocionales y psicológicas, la ansiedad y la
confusión observadas en jóvenes de esas edades en Estados Unidos. Esto le imprimió un
carácter cultural y antropológico a esta etapa de la vida. La pregunta que surge entre quienes
se enfrentan a la crianza de un adolescente es, ¿cuál de estas dos posturas es la verdadera?
¿Es la adolescencia un mundo turbulento, plagado de drama e incomprensión, o un remanso
de diálogo y tranquilidad? La respuesta es simple: las dos cosas.

"Quiere decir que si los adolescentes fluctúan entre esos extremos, es necesario que quien
aborde el tema deje de hablar genéricamente de adolescencia y empiece a referirse a
adolescente, específicamente como un sujeto de derechos", dice la psiquiatra Olga Albornoz,
experta en niñez y adolescencia.

La recomendación cabe para los padres, los maestros y los cuidadores, pues, contrario a lo
que muchos creen, aunque los adolescentes enfrentan dificultades, son pocos los que, según
las estadísticas, se sitúan en el extremo de los conflictos.

La adolescencia, valga decirlo, está permeada por otra realidad: el estigma que ha caído sobre
ella y la descalificación que culturalmente se hace de este proceso del desarrollo.

Aunque los adolescentes estén preparados física y psicológicamente para enfrentarse a


muchas tareas, como la de asumir la ciudadanía, se les considera poco aptos para hacerlo. Por
eso se ven obligados a vivir bajo la tutela de los papás, sujetos a las normas de un orden adulto
que se niega a adoptarlos tal y como son.

A esto se suma la soledad en la que están la mayoría de los adolescentes, por la falta de
tiempo de los padres: "Un refrán africano dice que 'se necesita una aldea para educar un niño',
y la verdad es que hoy no tenemos ni siquiera a la familia para hacerlo", dice la psicóloga María
Elena López.
¿En qué se falla?

López insiste en que los papás no conocen bien a sus hijos, ni en su desarrollo evolutivo ni en
su condición histórica, "culturalmente hablando, los niños y los adolescentes tampoco tienen
referentes definidos sobre lo que está bien o lo que está mal".

Por eso no es extraño que ante la repentina imposición de controles y normas, reaccionen con
rebeldía, que los papás califican como una etapa difícil, con la que hay que lidiar.

"Ese es el primer error", dice Albornoz, quien insiste en que el comportamiento adolescente no
es más que la representación de lo que ha sido la etapa del aprendizaje infantil.

"En otras palabras, si en la niñez se construyen bases sólidas de independencia, de


autonomía, de conceptos claros sobre sus responsabilidades y deberes, tolerancia y respeto
por él mismo y por los demás, el adolescente estará más preparado para enfrentar los retos de
esta etapa. Por eso hay que guiarlos, hay que orientarlos y ponerles límites", puntualiza.

De acuerdo con la psiquiatra, con frecuencia las personas del entorno de un recién nacido o de
un niño asumen que el mundo debe adaptarse a él y no al contrario, como debería ser: "Por
eso, los papás acaban cediendo ante todo y hasta celebrando sus salidas en falso; a la larga
esto convierte al niño en un 'sutil tirano', inmanejable en la adolescencia", dice Albornoz.

De acuerdo con Albornoz, "muchos papás fundan la crianza de sus hijos en teorías que oyen y
a las que les dan todo el crédito; por ejemplo, confunden autoridad con maltrato y acaban
pensando que corregirlos con firmeza y claridad es vulnerarlos, a grado tal que se sienten
incapaces de decirles no. Eso es criar con susto".

Además, algunos son permisivos en exceso, a causa de culpas que sienten hacia sus hijos:
"Aquellos que trabajan mucho y no les dedican tiempo suficiente, sienten la obligación de
permitirles todo y de darles cuanto piden. El mensaje que los niños reciben es el equivocado",
afirma.

Escuchar, acompañar, corregir

María Elena López afirma que si bien los papás quieren hacer lo mejor por sus hijos, con
frecuencia no saben cómo. Por eso su primera recomendación a quienes tienen adolescentes
es creer en su capacidad para criarlos y educarlos.
"Eso exige -afirma López- saber qué batallas dar y cuáles son las prioridades en la educación
de sus hijos. También tener claridad sobre los estilos de disciplinar de cada cual, de tal manera
que atiendan a la realidad de hoy. La idea es no quedarse en los que recibieron en el pasado".

La psicóloga es contraria a la idea de que no hay nada que hacer con un adolescente
inmanejable, "los papás y los maestros tenemos más ascendencia sobre los jóvenes de lo que
pensamos. Tenemos que tomar la decisión de ejercerla. Los jóvenes siempre serán
susceptibles de hacer mejores vidas si los ayudamos, los acompañamos y les generamos las
condiciones para que puedan lograrlo".

Algunos consejos

* Dedíqueles tiempo: no hay excusas; ser papá entraña una responsabilidad enorme. Los hijos
necesitan orientación, sobre todo en esta etapa.

* Mantenga una comunicación permanente: no le hable solo para castigarlo o para preguntarle
en qué anda. Fíjese la tarea de interesarse por sus cosas y pregúntele, siempre que pueda,
¿cómo estás?

* Infórmese: entérese de los problemas comunes que afectan a jóvenes de la edad de su hijo;
esto no solo permite estar atento a señales de alerta, sino que evita que usted deba invadir su
privacidad.

* A una mala frase, sepa cómo reaccionar: no es raro que los adolescentes se muestren
desafiantes. Si es grosero con usted, en tono serio y calmado, dígale: "No quiero que me
hables así. Está bien que no estés de acuerdo conmigo, pero tendrás que decírmelo con
respeto".

* No deje pasar, pero cuídese de los excesos: defina un sistema de recompensas y castigos. Si
considera que su hijo necesita ser reprendido, hágalo de modo tal que esto le deje alguna
lección. Por ejemplo, déle la oportunidad de corregir su error.

Por Carlos Francisco Fernández y Sonia Perilla

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