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All content following this page was uploaded by Fernando Caloca Ayala on 16 April 2019.
RESEÑAS
1856, seis años antes de que Víctor Hugo publicara Los Miserables) han
introducido el narrador impersonal e invisible.
El narrador de Los Miserables no es invisible, siempre está presente y
siempre se entromete para seguir contando la trama de su historia. Víctor
Hugo –en este caso bajo la impostura del narrador– es el que protagoniza y
al mismo tiempo el ‘divino estenógrafo’ que transcribe la historia de Jean
Valjean, otro genio de la impostura.
Por más que el estenógrafo sea divino y gobierne en todo el mundo de
su invención, ‘la vena negra del destino’, título del segundo capítulo, no se
puede eludir. Esta idea está en los orígenes de la literatura dramática y del
teatro griego.
Si siguiéramos el hilo de la trama de la novela podríamos descubrir la
naturaleza de la vida en la realidad ficticia, la libertad humana en la de los
personajes, y aquellos factores que intervienen en la dicha o la desdicha
de los seres gobernados. En Los Miserables, Vargas Llosa ve un orden de
la casualidad que regula la vida de la ficción: existe orden –dice Vargas
Llosa– porque hay ‘coincidencias’ y ‘ratoneras-imanes’, que nos atrapan y
nos detienen por momentos, para que sepamos apreciar el desarrollo de lo
que viene.
En cuanto a la ‘ratoneras-imanes’ o trampas que atrapan al lector,
Vargas Llosa menciona tres lugares clave: la masure Gorbeau, la barricada
de Chanvrerie, y las cloacas de París. En estos tres sitios privilegiados de 149
la vena negra del destino de estos personajes, no sólo vemos concurrir el
pasado y el futuro de la historia que nos cuenta el estenógrafo divino, sino
que vemos también su sentido.
El otro elemento fundamental del destino es ‘la escurridiza libertad’
–como la llama Vargas Llosa– en la que el hombre tiene el poder de decisión
sobre su vida o en el que le queda un reducto de albedrío frente las circuns-
tancias, pese a lo cual, Dios imprime su sello.
El tercer capítulo del ensayo trata el tema de los personajes. El autor
sostiene que el romanticismo creó sus mitos, sus fantasmas, sus sueños y
una visión ideal del ser humano como cualquier otra época. Los Miserables
no contiene personajes normales sino seres de excepción que se graban en
la memoria del lector.
Para un lector de otra época, los personajes de Los Miserables, lejos
de ser conmovedoramente humanos son, más bien, tipos luminosos o tene-
brosos, superiores o simples mortales, pero ninguno representa al hombre
sentido de que, aquí también, hay un gran teatro del mundo que se puebla
con los sueños y los ideales de aquellos que se pasean por él.
La teatralidad de toda la novela es esencial para poder apreciar la na-
turaleza de todo aquello en el que el lector se sumerge. Las escenas de día
o de noche, los sucesos que transcurren en lapsos determinados, los paseos o
la huída, siempre van acompañados del ambiente que el narrador pone para
enfatizar el carácter dramático, épico o lírico de esta gran obra.
El narrador –reconoce Vargas Llosa– es capaz de hacer que la historia
comparezca para realzar la densidad de los acontecimientos al interior de la
verdadera narración. La batalla de Waterloo, por ejemplo, es algo más que
una referencia ocurrida en la accidentada historia de Francia, es una metá-
fora cuya sustancia es la derrota, el fracaso, el orgullo y hasta la pestilencia
aquella en la que el oficial napoleónico, ante la exhortación de un general
inglés para que se rinda, exclame: Merde! Vargas Llosa quiere destacar en
este capítulo el equilibrio que el narrador logra entre el fondo y el contenido
de la ficción, para que ésta sea inmensa, grandiosa, cósmica o divina.
El quinto capítulo aborda el tema social. La novela de Víctor Hugo es
también algo más que una mera ilustración sobre la miseria social que transcu-
rre tanto en lo individual como lo colectivo. La literatura es capaz de reflejar
el combate de los males sociales, sobretodo si cumple con la preocupación de
lo social. Víctor Hugo, sin embargo, creía en el poder de las palabras como
si éstas fuesen actos humanos. Si lo ubicamos en el contexto de la época 151
romántica, el propósito de la novela es, por tanto, denunciar las injusticias
y ayudar a remediarlas. Coadyuvar al progreso, en el que tan ciegamente se
cree, sería un elemento fundamental que explica por qué la novela es una
especie de reportaje de gran aliento. Recordemos que el periodismo también
fue, en su origen, un oficio romántico.
La evolución política de Víctor Hugo impide etiquetar con una sola
interpretación el profundo propósito y sentido social de Los Miserables.
Vargas Llosa observa que Víctor Hugo cree que la injusticia se erradi-
cará con la reforma de las instituciones; que el peor enemigo de la cultura
es la ignorancia, y que las revoluciones son el precio que hay que pagar por
el progresivo mejoramiento de la humanidad. Los justos, Myriel y Valjean,
son personajes que encarnarían esta lucha por los ideales de una sociedad
decadente.
La crítica sociológica que se ha hecho contra este aspecto de la novela
yerra, en opinión del ensayista, porque no entiende lo que media en el caso
Hugo, cuando escribió su propio ensayo sobre Los Miserables. “La peor, la
más homicida de las pasiones –dice Lamartine– es contagiar la pasión por
lo imposible.” A Víctor Hugo se le criticó por esta pasión por lo imposible.
Vargas Llosa piensa que esa crítica hacia Víctor Hugo es, en realidad, un
homenaje permanente no sólo a este gran autor francés, sino al buen escritor
de todas las épocas.
Vargas Llosa se pregunta ¿cuál es la razón de ser de la ficción en la vida
del hombre? Y responde con una bella y profunda reflexión final. La buena
ficción no es para confirmar que el mundo está bien. Las ficciones existen
para mostrarnos cómo puede ser la realidad y, por tanto, lo que dejan siempre
es un cierto malestar que, en el espíritu de los lectores, puede ser subversivo
y potenciador del dinamismo creativo. Y nada hay más valioso que la crea-
tividad humana. Sobre todo si ésta queda aguijoneada con la ponzoña de la
insatisfacción. De la insatisfacción producida por la lectura de una buena
ficción nace la necesidad para desear un mundo, no perfecto, como lo es
el de la literatura, sino diferente. Un mundo más justo, más racional, más
bello que aquél en el que vivimos todos los días. Lo imposible, por eso, no
es del todo improbable.
FERNANDO CALOCA
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Departamento Académico de
Estudios Generales, ITAM