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Módulo 1

Introducción al
análisis del
discurso
1. La construcción de la
realidad
Imaginemos una situación en la que el discurso sea protagonista y lo dicho
cobre tal relevancia que lo que sucede solo exista a partir de las palabras y el
enunciado. Para eso, nos situaremos en un contexto real con elementos que
conocemos: en la primera mañana de un lunes cualquiera, –mientras
desayunamos– realizamos una lectura del portal web de información que
cotidianamente consultamos como parte de nuestra rutina. En la solapa
principal, este medio de comunicación asegura que bajaron los precios de los
derivados de la leche. Tras leer ese enunciado, decidimos acercarnos al almacén
más cercano con la finalidad de comprar productos lácteos para nuestro hogar.
Al llegar al local comprobamos que los precios se mantienen y, tras consultar al
vendedor, confirmamos que no hay cambios de precio por su proveedor. Luego
de esto ingresamos en un terreno en el que lo discursivo solo se sostiene en el
plano de las palabras, pero no en el de los hechos: ¿es cierta la información que
comunica el sitio web antes leído? ¿Debemos confiar en lo emitido por el
vendedor de productos derivados de la leche o en lo leído en el medio digital?

Con este simple ejemplo distinguiremos los elementos, los procesos y las
herramientas técnicas que permitirán comprender (superficialmente) de qué
hablamos cuando nos referimos al análisis del discurso.

Tal como expresa el autor Lupicinio Íñiguez Rueda:

... existe un consenso previo acerca del carácter privilegiado del


mundo de las ideas y porque se acomete la explicación de la
conciencia a partir de la incuestionable dicotomía entre la mente
y el mundo. Cuestiónese la dicotomía interior/exterior, y el difícil
problema de la relación entre ambos se diluye inmediatamente,
dejando en evidencia la vacuidad de las grandes divergencias
filosóficas originadas por ese problema. (2003, p. 24).

¿Qué buscamos, entonces, con esta materia? Comprender, con algunas


herramientas lingüísticas y semióticas tradicionales (junto otras más
contemporáneas), cómo debemos analizar aquello que se dice y qué elementos
diferentes al lenguaje pueden condicionar o no el significado de las palabras.

1
La riqueza del lenguaje cotidiano sobrepasaba con creces la
función descriptiva, diversificándose en una enorme variedad de
usos y de funciones tan importantes como la propia función
descriptivo-representacional. No se puede acceder, por lo tanto,
al funcionamiento del pensamiento humano analizando tan sólo
la estructura lógica sobre la que se asientan las lenguas
naturales, sino que es necesario contemplar todos los usos del
lenguaje si queremos entender tanto nuestra forma de pensar,
como nuestra forma de actuar y nuestra forma de relacionarnos
con la gente. (Íñiguez, 2003, p. 31).

La concepción cartesiana del lenguaje como un mero vehículo para expresar


ideas fue puesta en duda por pensadores analíticos posteriores, quienes
asumieron la idea de la lengua como un instrumento de acción y construcción
del mundo y afirmaron que eso nos permite representar el mundo (con las
limitaciones que este nos determina) y no solamente describirlo.

Estas definiciones responden a lo que se llama giro lingüístico respecto de una


tradición centrada en el estudio del mundo de las ideas y el estudio de los
enunciados lingüísticos.

El giro lingüístico sustituye por lo tanto la relación ideas/mundo


por la relación lenguaje/mundo, y afirma que para entender
tanto la estructura de nuestro pensamiento como el
conocimiento que tenemos del mismo, es preferible mirar hacia
la estructura lógica de nuestros discursos en lugar de escudriñar
las interioridades de nuestra mente. (Íñiguez, 2003, p. 42).

¿A qué responde esto? A lo que comentamos en el inicio de esta materia: el


habla se considera una acción o una maniobra para hacer cosas. Es decir, no
será completo considerar que aquello que se dice es literalmente un reflejo de
la realidad sin acciones o percepciones del universo intrínsecas.

Ahora bien, ¿qué define un discurso? Existen tantos autores como formas de
caracterizarlo, y estas determinarán, luego, la concepción de análisis de
discurso. Entre las tantas definiciones, tomaremos la de Íñiguez Rueda:

La definición de enunciado es conceptualizada como la sucesión


de frases emitidas entre dos blancos semánticos y la definición

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de “discurso” se concibe como el enunciado considerado desde
el punto de vista del mecanismo discursivo que lo condiciona. En
efecto, el enunciado es concebido en esta noción como
resultado, es decir, como algo que posee memoria, pues lleva
consigo la marca de sus propias condiciones de producción. Esta
posibilidad de distinción hace que esta última concepción de
discurso resulte la más apropiada, al menos transitoriamente.
(2003, p. 98).

A partir de esta definición, que luego ampliaremos con otros conceptos


complemetarios, trataremos de llegar a una comprensión de los discursos como
significantes sociales múltiples.

1.1 . Conceptos de semiótica


Los conceptos que repasaremos en este módulo de la materia responden a un
proceso de investigación interesante y diferenciado en el universo de los
signos.

Tal como expresa Victorino Zecchetto en su libro La danza de los signos:

...la teori ́a de los signos fue bautizada con el nombre de


“semiologi ́a” por Saussure, y después de él, por varios
estudiosos del lenguaje. Pero pronto el término entró en colisión
con la palabra “semiótica”. Según Saussure la lengua es un
sistema más entre otros sistemas de signos. Por consiguiente la
lingü i ́stica es sólo una parte de la ciencia general de los signos.
(2002, P. 7).

A su vez, el filó sofo Charles Peirce (1839-1914) introdujo algunos términos y


conceptos para concebir a la Semiótica como un campo cienti ́fico articulado en
torno al proceso en el que participan un signo, su objeto y su interpretante.

Más allá de la diferenciación y las diversas posturas que explican si la Semiótica


es parte solamente de la Lingüística o no, buscamos determinar algunos
elementos básicos que nos permitan analizar un discurso. En función de eso, y
de acuerdo con los aportes de algunos autores, describiremos qué es la
Semiótica, según nuestra concepción:

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La semiótica le corresponde verificar la estructura de los signos y
la validez que pueden tener en las percepciones culturales,
procurando, además, enfrentarse con explicaciones teó ricas que
den razones coherentes de esos fenó menos que involucran la
comunicació n humana. A partir de esta acepción del concepto,
se puede, ulteriormente, ir perfeccionando los contornos, pero
manteniendo ese núcleo fundamental. (Zecchetto, 2002, p. 10).

Es elemental comprender la diferencia entre Semiótica y Lingüística, y cuáles


son los fundamentos que las unen y completan sus definiciones.

Como explica Victorio Zecchetto (2002), lo propio de la Semiótica es considerar


los fenómenos y los hechos desde el punto de vista de la comunicación. Esto
significa que en un análisis de este tipo no se tendrán en cuenta los datos
etnológicos, biológicos o ideológicos de aquello que se dice. La Semiótica, de
esta manera, solo atiende a la red de signos y hechos que se tejen en la cultura
como dimensiones de significados comunicados.

Estas aproximaciones, que tal vez resulten confusas en una primera lectura,
cobrarán sentido en los demás módulos y capítulos de esta materia.

Para avanzar con algunos conceptos clasificados, haremos un repaso de las


definiciones que deberás tener presente durante toda la profundización de la
materia:

Tal como explica Iñiguez Rueda sobre el Modelo binario del signo, el discurso
era considerado por Ferdinand de Saussure (como una construcción binaria de
significado y significante. En esta línea, existía un sujeto enunciador que emitía
un enunciado (concepto) que iba a ser luego decodificado por otro sujeto y eso
le daría sentido a la relación directa y circular de mensajes emitidos y
comprendidos, sin factores externos que modifiquen la intención (de las
palabras y sus significados) del sujeto enunciador.

Bajo esta idea binaria, si una persona enunciara una frase como la casa
embrujada, el artículo la referirá a femenino singular, el signo (sujeto de la
oración) casa remitiría a un espacio de material donde vive gente (objeto) y el
signo (adjetivo) embrujada referirá a hechizado (objeto). El receptor de este
mensaje comprenderá entonces que esa casa está embrujada sin entrar en
segundas lecturas (transversales, si se quiere) en las que se podrían aplicar
metáforas, ironías o intenciones poéticas. La literalidad signo/objeto es, según
el modelo binario, completa y única. Además, esta forma de comprender
aquello que se dice limita posibles lecturas o reformulaciones ulteriores por
parte del receptor del mensaje.

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Modelo ternario del signo: Charles Pierce () introdujo a la concepción
saussereana la idea de productividad de sentido a partir de la incorporación del
concepto de semiosis, que permitió una nueva relación entre un signo, su
objeto y un interpretante, que se ubica en el plano de la racionalidad y
constituye la idea que se produce en la mente de quien inicia este proceso de
significaciones. ¿Qué es el signo para Pierce? Algo definido por alguien.

Si aplicamos el mismo ejemplo del modelo binario a este tipo de modelo


pierciano, la frase una casa embrujada, por el interpretante, no tendrá la única
lectura literal anterior, en la que esos signos remitían a un espacio material
donde vive gente y que está hechizado. Más bien, será el receptor quien tenga
una acción significante sobre este mensaje. Entonces, el interpretante
triangulará la relación y completará el concepto emitido por el sujeto emisor.
En este caso el significante podrá comprender ese mensaje con valoraciones
metafóricas o irónicas (como el espacio donde viven sujetos enamorados o un
universo de las mentiras, por proponer solamente algunas).

Figura 1: Las herencias del signo

Fuente: [Imagen sin título sobre modelos del signo]. (s. f.). Recuperado de
https://goo.gl/4t5GHB

Trataremos de explicar esta última acepción:

 El signo es, entonces, algo que para alguien representa algo sin
referencia a otra cosa o persona, ya que es solamente un significado
potencial y se dirige a alguien (aquello que se dice, por ejemplo).

 El objeto (relacionado con un momento de segundidad) es el


fundamento del signo o la idea de lo que se comunica de alguna manera,
por ejemplo, con palabras de un idioma particular (el signo).

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 El interpretante completa lo que luego será, nuevamente, llamado signo
y permite que cobre sentido ese signo con su objeto.

Esta relación triádica entre signo, objeto e interpretante nuevamente será


considerada un signo que tendrá infinidad de nuevas relaciones triádicas más
amplias.

Esto significará, por ejemplo, que un interpretante podrá generar una


comprensión de eso dicho como nuevo enunciador (sujeto o medio emisor),
que genera una nueva relación entre signo y objeto (palabra y su significado).
Si seguimos el ejemplo anterior: si un enunciador emite la frase la casa
embrujada, será un interpretante real quien complete el significado y aducirá
que se refiere a un concepto metáforico de un espacio dentro de una brújula y,
tras enunciar este nuevo signo, otro nuevo interpretante completará la tríada
con una comprensión irónica de la caja de un GPS. Es solamente un ejemplo de
los tantos posibles para completar, en casos reales, los conceptos semióticos
de los que hablamos (para aprehenderlos de forma constante).

Así, a partir del interpretante, Pierce (1988) introduce una idea de producción
de sentido amplia en cuanto a este, que será nuevamente parte de la tríada de
signo, objeto e interpretante, y puede, de hecho, ser inmediato o dinámico (al
igual que objeto):

Interpretante inmediato: refiere a una posibilidad implícita de sentido que


relaciona un signo (una palabra, por ejemplo) con un objeto (aquello que
representa esa palabra) sin tener en cuenta los factores inervinientes en la
situación comunicativa (conversación, por ejemplo). En ese sentido, ese
interpretante inmediato es una asbtracción o una idea en la comunicación.

Sin embargo, Pierce (1988) introduce la idea de interpretante dinámico, ya no


como una abstracción o una idea necesaria, sino como una producción más de
sentido que establece las condiciones concretas de comunicación en las que
ese interpretante es un efecto específico de momento y lugar, que le da
entidad particular y sale de la abstracción antes descripta en el interpretante
inmediato. Esto significa que el interpretante dinámico cargará de sentido ese
signo compuesto además por un objeto y un signo (recordemos la idea de signo
amplia, que conecta la concepción de signo como parte de la tríada pierciana).

El objeto también será tomado con la doble concepción o representación y


podrá ser comprendido como inmediato, en tanto el aspecto representado, o
como dinámico, en tanto todos los objetos no asequibles por el conocimiento
humano y, por esa razón, imposibles de nombrar.

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Vemos, entonces, que llegamos a la idea de análisis del discurso a través de
conceptos que se complejizan. Según algunos autores, esta concepción, que es
la base de esta materia, tienen completa relación con la idea de semiosis social,
más comprensible o –mejor dicho– menos abstracta que el discurso.

1.2. Semiosis social


Tal como explican varios autores contemporáneos, y a partir de las palabras de
Victorino Zecchetto en La danza de los signos, la semiótica de los signos se ha
preocupado por analizar los significantes para establecer relación con los
significados, como un plano del contenido y otro de la forma del signo.

Sin embargo, y más cercanos a nuestro tiempo, algunos fenómenos sociales


como los medios de comunicación masiva permitieron cambios en las
perspectivas de los discursos. Si tenemos la terceridad de la que hablaba Pierce,
aparece aquello que Zecchetto (2002) llama la discursividad social como un
proceso o una acción que es resultado de las interacciones de discursos en un
espacio y un momento.

“Así, la convergencia de las nuevas ideas teóricas con factores


sociológicos y culturales abrió cauces para profundizar la temática
del sentido” (Zecchetto, 2002, p. 187).
Partimos de lo dicho para hablar entonces de la semiosis social y nos
referiremos a los conceptos acuñados por el filósofo y semiótico argentino
Eliseo Verón (1993) quien replanteó las dos grandes concepciones del signo ya
explicadas en este módulo. A modo de repaso: por un lado, la concepción
saussureana que plantea un modelo binario o digital (significado-significante) y,
por el otro, el tridente de la significación dispuesto por Peirce (interpretante-
signo-objeto).

Solo para tener referencias temporales y espaciales, la primera corriente


corresponde a la década de 1960 en Francia, y la segunda es posterior y
anglosajona. Esas escuelas, definitivamente, serán las que se disputarán, a lo
largo de las diferentes décadas y las diversas discilplinas de ciencias sociales, la
jerarquización de sus acepciones y sus comprensiones del mundo y de todo
aquello que lo rodea.

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Figura 2: Semiosis social

Fuente: Gedisa, S. A., 1993, https://goo.gl/HnB9pB

La teoría de los discursos sociales (de la década de 1970) supone, según Verón,
la comprensión del discurso más allá de la Lingüística y resalta la importancia
de la interpretación o el punto de vista (producción de sentido) y el análisis de
la construcción de la realidad dentro de la semiosis.

¿Qué significa esto? Tratar de comprender los discursos según su significancia


dentro de lo real determina la producción colectiva de sentido de aquello que
se dice. En esta línea de pensamiento, la realidad está ligada a la noción de
verdad, que es definida pragmáticamente como aquellos signos consensuados
en una comunidad y dotados de legitimidad.

Para comprender lo dicho anteriormente, retomaremos la noción de que todo


discurso es social (porque condicionado en sus significaciones por la persona y
su contexto) y todo fenómeno social supone una producción de sentido. En
esta línea –si seguimos las definiciones de Eliseo Verón– un análisis del discurso
consiste en la comprensión y la determinación de las huellas que dejan tanto la
producción como la interpretación de sentido sobre aquello que se enuncia. En
este análisis, lo sociocontextual será clave.

Si pensamos en un ejemplo cotidiano, la semiosis social podrá colaborar con la


comprensión no solo de las palabras que emite, por ejemplo, un medio de
comunicación, sino también de la variedad de factores que le dan sentido, sean
contextuales o sociales, en la construcción del enunciado y la infinita
interpretación de este. Entramos, entonces, en el concepto de semiosis social
infinita como red interminable de significantes.

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Esta construcción de sentido ilimitado, tal como la define este autor, no será
lineal ni programable, sino dependiente de las condiciones de producción,
circulación y reconocimiento.

Solo a modo de comparación, esta semiosis social puede equiparase a los


conceptos de Pierce de la siguiente manera: signo como discurso, objeto como
representaciones e interpretante como operaciones de inversión de sentido.

Si retomamos uno de los ejemplos antes usados, podremos pensar que, de


acuerdo con el proceso de semiosis infinita, si leemos en un portal web que
bajaron los precios de los derivados de la leche y luego el almacenero dice que
no está al tanto de dicha rebaja y, por lo tanto, no vemos ese cambio en el
precio de los lácteos, el interpretante (nosotros, los lectores del portal)
generará una comprensión de ese discurso que será emitida (nos convertirá en
enunciadores) y recibida por otro interpretante que completará, tal vez, la
información de otra manera (por ejemplo, que esa rebaja es una forma de
generar presión hacia los empresarios de la leche). Si ese tercer interpretante
comunica ese nuevo signo, se convertirá en un nuevo enunciador de un signo
que será –nuevamente– completado por un cuarto interpretante.

Así, infinitamente se podrá dotar de sentido un signo inicial con conexiones


triádicas similares (no en el significado, sino en la relación de signo, objeto e
interpretante, según Verón (), discurso, representaciones y sentido). Vale
aclarar que, en el caso de la semiosis social, el contexto de los discursos, las
representaciones y los interpretantes determina estas conexiones infinitas. No
será lo mismo, entonces, un discurso sobre lácteos en un hogar de una ciudad
capital, que en un sindicato de lecheros o en un campo del interior del país.

1.3. El poder del discurso


El poder del discurso podría definirse por los efectos que tiene en el orden de lo
social bajo algunas variantes de reconocimiento, modificación del statu quo,
incluso, manipulación –deliberada o no– de la verdad en tanto construcción de
la realidad.

Si bien se reconocen otras maneras de ejercicios de poder (como la violencia, la


fuerza, la imposición o la represión), lo discursivo no precisa necesariamente de
la complicidad del dominado. Esto responde a que una producción de sentido
puede tener determinados efectos en la recepción, que son programados
desde el enunciado y bajo ciertas condiciones sociales.

Más allá de los detalles y los cuidados que pueda tener un emisor, este dejará
huellas gramaticales (evidencias discursivas), que son generadas por ciertas

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dimensiones culturales, ideológicas o sociales. Entonces, para completar
cualquier enunciado, deberemos dilucidar los mensajes dentro de los mensajes.
El sentido, en medio de esta llamada semiosis social infinita, será aprehendido
por los intercambios discursivos.

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2. El enunciador
Cuando hablamos de enunciador nos referimos a la persona, la institución o la
entidad responsable de un enunciado. En el caso de los medios masivos de
comunicación, nos referiremos a los periodistas, los editores, los productores,
los directores o el mismo medio que le da soporte a los discursos (sean estos
escritos o verbalizados).

Lo interesante de este punto, en la materia que desarrollamos, es ampliar la


mirada sobre los discursos y salir de la idea que aquello que se dice es una
representación literal de la realidad sin matices ni conceptos preestablecidos
que lo completen. Como ya dijimos, un signo lingüístico es más que un
concepto y una imagen acústica (la palabra pájaro remite únicamente al ave
blanca), sino que existen otros elementos que modifican la red discursiva.

En esa red se encuentra el enunciador, que dejará inevitablemente huellas


personales en el enunciado. Como dice Foucault:

Se trata de hacer aparecer las prácticas discursivas en su


complejidad y en su espesor; mostrar que hablar es hacer algo,
algo distinto a expresar lo que se piensa, traducir lo que se sabe,
distinto a poner en juego las estructuras de una lengua; mostrar
que agregar un enunciado a una serie preexistente de
enunciados es hacer un gesto complicado y costoso, que implica
unas condiciones (y no solamente una situación, un contexto,
unos motivos) y que comporta unas reglas. (Como se cita en
Íñiguez, 2003, p. 77).

2.1. Huellas del comunicador en su


discurso
El filósofo y teórico francés Michel Foucault explicaba que un discurso es algo
más que un conjunto de enunciados, es más bien una práctica social que tiene
ciertas condiciones de producción. El autor dice:

Se renunciará, pues, a ver en el discurso un fenómeno de


expresión, la traducción verbal de una síntesis efectuada por

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otra parte; se buscará en él más bien un campo de regularidad
para diversas posiciones de subjetividad. El discurso concebido
así, no es la manifestación, majestuosamente desarrollada, de
un sujeto que piensa, que conoce y que lo dice: es, por el
contrario, un conjunto donde pueden determinarse la dispersión
del sujeto y su discontinuidad consigo mismo. Es un espacio de
exterioridad donde se despliega una red de ámbitos distintos.
(Iñiguez Rueda, 2003, P. 76).

¿En qué podemos usar a nuestro favor que todo discurso tenga un contexto de
producción? En que ese contexto generará una cierta formación discursiva,
desde la que podremos ver algunas huellas del enunciador.

¿Qué dice Foucault al respecto? El autor establece que la formación discursiva


es un conjunto de relaciones que articulan un discurso, regulan su orden
mediante la organización de estrategias y facultan determinados enunciados en
detrimento de otros (de acuerdo con estrategias de legitimación que luego
veremos) para definir o caracterizar un determinado objeto o acción.

[Una formación discursiva es un] haz complejo de relaciones que


funcionan como reglas: prescribe lo que ha debido ponerse en
relación, en una práctica discursiva, para que ésta se refiera a tal
o cual objeto, para que ponga en juego tal o cual enunciado,
para que utilice tal o cual conjunto, para que organice tal o cual
estrategia. Definir en su individualidad singular un sistema de
formación es, pues, caracterizar un discurso o un grupo de
enunciados por la regularidad de una práctica. (Como se cita en
Íñiguez Rueda, 2003, p. 77).

Comprender o distinguir esta formación discursiva será el inicio de una


delimitación de las huellas de enunciador, ya que determinarán su forma de
establecer un discurso.

En otra corriente de pensamiento, igualmente asequible, las marcas del


discurso refieren, según Zecchetto (2002), a las “reglas o gramáticas discursivas
que posibilitan la construcción de textos”. En este punto, hablamos de las
marcas que permiten la apertura de posibles lecturas, recepciones y
comprensiones de aquello que se dice.

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Es interesante, en este punto, pensar en lo que Zecchetto (2002) delimita como
la dinámica del proceso comunicativo social, en la que participan tres
componentes (fenómenos, según el autor): pretexto, texto y contexto.

Figura 3: Dinámica del proceso comunicativo

Fuente: Zecchetto, 2002, P. 195.

Pretexto: se refiere al ámbito previo al enunciado o el texto, los motivos que lo


generan, las personas que son parte o intervienen, etcétera.

Texto: refiere a aquello que fue creado, a lo enunciado de acuerdo con una
forma y un contenido.

Contexto: son los factores que hacen a la circulación y la recepción de estos


enunciados particulares que son parte (y conforman) los llamados discursos
sociales. Hacen referencia a visiones del mundo, imaginarios, expectativas y
posibles recepciones, el contexto cultural, político y social de recepción,
etcétera.

Si reconocemos estos componentes, podemos vislumbrar las marcas del


comunicador en su discurso. No será, sin embargo, la única manera de hacerlo,
ya que existen marcos metodológicos muy amplios para efectuarlo.

Nos enfocaremos, en este punto de la materia, solamente en las marcas


enunciativas (de quien dice) que tendrán, algunos puntos para atender:

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“Dentro de los discursos aparecen rasgos y marcas que dan cuenta
de los componentes enunciativos” (Zecchetto, 2002, p. 207).

Si avanzamos más en este punto, podemos decir que todo contenido


manifiesto en un discurso deja ver huellas, no solo de lo que pasa sino también
de construcciones acerca de quien recibe la información (y le da sentido) y
quien la enuncia.

En ese marco, existen rasgos modalizantes (formas en las que el enunciador se


hace presente en el discurso, que de manera más formal –y obvia– será
mediante pronombres personales, apelativos, tiempos verbales, estilos de
redacción, etc.). Con este tema, entramos en un nuevo concepto clave que es el
contrato de lectura:

La conjunción de las marcas temáticas, sintácticas y enunciativas


empieza a funcionar como trasfondo modélico en el momento
en que se establece la relación (implícita) entre los emisores y
perceptores de mensajes. En cierto modo esas marcas se definen
como una grilla de guía las fases de producción y de lectura o
interpretación de los discursos, y que permite a loa actores
asumirlas para posicionarse frente al otro. (Zecchetto, 2002, p.
208).

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Figura 4: Contrato de lectura

Fuente: Zecchetto, 2002, P. 208.

El contrato de lectura es, según Zecchetto (2002), el vínculo que se establece


entre el medio o soporte (y quien enuncia) y el destinatario o receptor.

Figura 5: Discurso social

Fuente: elaboración propia.

Avanzamos en este concepto y tomaremos una acepción de Foucault que


determina que

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... el quehacer que debe plantearse con el discurso, que
simultáneamente constituye el problema que se tiene que
resolver y la estrategia que ha de adoptarse, debería consistir en
tratar los discursos como prácticas que forman
sistemáticamente los objetos de que hablan y abandonar la
consideración de los discursos como conjuntos de signos o
elementos significantes que son la representación de una
realidad. (Como se cita en Íñiguez Rueda, 2003, p. 77).

Será, entonces, tarea de los receptores de los mensajes o los enunciados


reconocer qué se “esconde” ante el uso de signos o palabras. No
necesariamente debemos pensar que todo discurso busca tergiversar
información, divulgar datos con finalidades manipuladoras o tomar como
pasivo al receptor de los signos.

Sin embargo, es importante rescatar estos conceptos de Foucault para


distinguir que aquello que se dice (en este caso, a través de los medios de
comunicación) es parte de una red de significaciones y contextos personales y
grupales que no son una simple descripción de la realidad. Existe,
efectivamente, una mirada determinada sobre las cosas, una parcialidad en la
cobertura de aquello que pasa e incluso una intencionalidad (en forma y
enfoque) que tiñe de otras realidades eso que se dice que pasa.

Podremos, entonces, distinguir en cualquier enunciado huellas de quien lo


emite, quien lo difunde y quien lo interpreta.

Los discursos no emanan del interior de sujetos, ni tampoco son


una inoculación ideológica que determine el pensamiento de los
sujetos. Los discursos articulan el conjunto de condiciones que
permiten las prácticas: constituyen escenarios que se erigen en
facilitadores o dificultadores de posibilidades, hacen emerger
reglas y sostienen relaciones. En definitiva, las prácticas
discursivas ponen de manifiesto que hablar es algo más y es algo
diferente que exteriorizar un pensamiento o describir una
realidad: hablar es hacer algo, es crear aquello de lo que se habla
cuando se habla. (Íñiguez Rueda, 2003, p. 78).

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2.2 Legitimación del enunciado
Tal como ya hemos argumentado, todo discurso tiene un contexto de
producción que se denomina formación discursiva. En esa línea, Iñiguez Rueda
toma lo dicho por Michel Foucault en La Arqueología del saber, donde habla del
“conjunto de relaciones que articulan un discurso mediante la organización de
estrategias, facultando para la puesta en circulación de determinados
enunciados en detrimento de otros” (2003, P.76). Esto hace de los discursos
prácticas sociales que legitiman (en los hechos) un enunciado por encima de
otros.

¿Somos todos los miembros de una sociedad conscientes de este proceso? No


siempre. ¿Somos todos los miembros de una sociedad responsables de este
fenómeno? Completamente. Por eso, la concientización de los procesos que
legitiman un enunciado por sobre otro será una tarea de cualquier
comunicador social (incluso en su rol de receptor).

Repasemos algunas posibilidades de legitimación de un discurso:

 legitimación por trayectoria del periodista;

 legitimación por trayectoria del medio;

 legitimación por llegada a través de las redes sociales (del sujeto emisor
o el medio que lo difunda);

 legitimación por primicia;

 legitimación por implicancia en el hecho comunicado;

 legitimación por poder (cargos públicos, policiales, etc.);

 legitimación por conocimientos específicos (letrados, estudiosos o


especialistas en un tema específico);

 legitimación por fuerza (sociedades sin libertades);

 legitimación por réplica (en otros medios o redes sociales);

 legitimación por carisma.

Estos son solo algunos ejemplos de de procesos sociales de legitimación que


hacemos las personas, en forma consciente o inconsciente, para validar
determinados enunciados y no otros. No serán siempre los mismos métodos
para legitimar todos los enunciados ni serán los enunciados legitimados para
siempre (de hecho existen múltiples casos cotidianos en los que se reconocen
discursos nuevos que niegan o ponen en duda otros emitidos antes).

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En este marco, y si tenemos en cuenta la semiosis infinita que reconstruye y
complementa signos y significantes, podemos recurrir a aquello que Íñiguez
Rueda denomina procesos microsociales que complementan y desmenuzan los
procesos básicos mediante los cuales las personas construimos el mundo a
través de la acción. ¿El discurso es acción? Si seguimos a los autores que
validamos en este primer módulo de la materia, claro que sí.

2.3. Estrategias de legitimación


Así como enumeramos algunos fenómenos de legitimación que la sociedad
aplica para los discursos, podemos decir que los enunciadores (personas,
medios o entidades) también activan sus propias estrategias para resaltar sus
enunciaciones con la intención de soslayar otras.

Desde el rol de enunciador, las formas de legitimarse dependerán de su


relación con el enunciado, los enunciatarios, otros enunciadores y las
instituciones.

Varios autores contemporáneos explican cada una de estas estrategias, que


nosotros definiremos de la siguiente manera:

Relación enunciador-enunciado: quien expresa algo define aquello que


responde a la verdad o lo comprobado en detrimento de otros enunciados que
expresan subjetivamente una descripción de esa realidad. ¿Qué significa esto?
Que un periodista o un medio, por ejemplo, tratarán de legitimar su enunciado
y aducirán que responde a la realidad y se distingue de los demás discursos del
mismo tema porque estos últimos son manifestaciones de opinión, ideas no
comprobadas o intentos de manipulación de la verdad. Esta estrategia suele
resultar con prólogos que incluyan frases como luego de una investigación,
hemos comprobado con especialista, esta información responde a aquello que
realmente sucedió, entre otras formas de esgrimir esa diferenciación.

Relación enunciador-enunciatario: en este punto suele activarse una estrategia


que construye al receptor y lo dota tácitamente de conocimientos, capacidades
o informaciones para comprender ese enunciado emitido. En este caso, más
complejo que el anterior, suele apelarse a quien lee, mira o escucha aquello
que se dice con frases como usted que sabe de lo que hablamos, usted que
conoce esta realidad, usted que puede dar fe de lo que decimos. Se trata de una
estrategia muy aplicada entre líderes de opinión pública, incluso, políticos en
actividad.

Relación enunciador-enunciadores: podríamos decir que esta deriva de las dos


anteriores, ya que se intenta demostrar una diferenciación con otros emisores

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de discursos afines a través de personas antes validadas por la sociedad.
Entonces, ya no se atiende a la relación del enunciador con el hecho en sí ni a la
relación con quien recepta ese mensaje (y lo carga de sentido), sino que se
enfoca en una búsqueda de legitimación a través de las palabras de otros
enunciadores incluidos en el discurso que validan lo dicho por sus
competencias, originalidades, conocimientos específicos o empatía. ¿Cómo lo
vemos en los discursos? Por citas o referencias.

Agregaremos a estas estrategias formales, otras como las de imposición de


poder (el emisor impone su postura porque asume unánimemente que es el
único validado), la de demostración (con elementos externos como fotos,
videos o audios que validen el discurso y el emisor a modo de evidencia), la de
contraposición (solo se busca legitimar por oposición a) o la de seducción (que
necesariamente supone un emisor carismático que no necesita demostrar ni
justificar aquello que dice, sino hacer uso de sus capacidades de seducción para
dar por válido su discurso y él mismo como enunciador).

Para finalizar, repasaremos rápidamente los conceptos adquiridos como base


para los próximos módulos de esta materia:

 En todo discurso existe un enunciador, un enunciado y un enunciatario


que cargan de sentido el objeto significante y (a nivel social) generan una
semiosis infinita que no es solamente parte del universo de las palabras,
sino también de la acción y los hechos. Estos discursos, además, pueden
ser validados de forma consciente o inconsciente a partir de estrategias
de legitimación –más o menos evidentes– no solamente de aquello que
se dice, sino también de quién lo dice.

 Además, sumamos a estos factores otro que es troncal y responde a la


posibilidad de descubrir las huellas del enunciador en el enunciado para
luego analizar qué se dice y por qué se dice.

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Referencias
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Gedisa S. A. (Ed.). (1993). [Imagen de la tapa de/página 1 de La semiosis social, de


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Verón, E. (1993). La semiosis social. Fragmentos de una teoría de la discursividad.


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Verón, E. (2009). Construir el acontecimiento. Barcelona: Gedisa.

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