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Ningún
astro sabe de ella, ni tampoco ángeles o dioses estelares. No puede ser hallada en ninguna
parte del cosmos porque no pertenece a él; sin embargo, es una Tragedia que se escucha en lo
más profundo de la noche sideral, como un lamento inmarcesible y tristísimo. Nada importa
ya, solamente esta quimera imposible…
- “¿Sois vos en verdad, detrás de aquel antifaz?” Pregunta casi sin voz al desconocido, toda
llena de escarmiento y dudas. Sin ninguna gota de esperanza alguna, como un animal
congelado en cuyo rostro se aprecia el dolor de una vida de indiferencia y abandono. Aun así,
en su mirada se adivina todavía aquel anhelo inmortal que nunca morirá.
No atina a responder nada, pues Él también ha perdido el habla, pues también está muerto
por dentro. La noche no es lo suficientemente profunda aún, debe esconder su auténtico
Rostro, pues ningún ser que no sea el que guarda y ansia en lo más oscuro de su inexistente
corazón puede verlo. Pero el silencio es ya suficiente respuesta…
Ambos permanecen así por largos minutos, incrédulos, sin el más mínimo atisbo de emoción,
pues ambos están ya muertos. Es una Alegría fría y exánime.
Y así pasan los días, los siglos, los milenios, la infinitud de un mundo que solamente es una
ilusión de ilusiones. No importa ya el final de la escena. Si se separaron cada uno por su rumbo
o si terminaron lanzados a los brazos del otro, si murieron juntos o si nunca más viéronse los
rostros de nuevo; o si todo fue un sueño común en el viento donde pudieron verse al fin y por
única vez. Pues sólo ese momento eterno del reencuentro existe, es lo único real. Ese instante
eterno, tan imposible y prohibido por la existencia misma, que hace a dios retorcerse de
envidia e impotencia.
El Beso de dos miradas que se perdieron de vista antes de que el tiempo y espacio mismos
fueran creados.