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Facultad de Filosofía y Humanidades

Departamento de Ciencias Históricas

Historia Medieval

“Se obedece, pero no se cumple”


Una solución jurídica a la imposición del poder
del Derecho regio en León y Castilla.

Profesor: Ángel Gordo M.

Autor: Álvaro Lorenzo Carrasco Bello

Rut: 16.640.450-9

Fecha de Entrega: 21 de Diciembre, 2016


Es sabido que uno de los aspectos que más llama la atención del derecho, es la posibilidad de
contradicción de este y los problemas que puede conllevar su aplicación. En el reino de León y
Castilla, ocurrió un problema de esta índole en medio del siglo XIV, donde la solución no sólo
fue curiosa, sino que tuvo una proyección insospechada en la relación de los futuros monarcas
con sus súbditos en siglos posteriores y además en territorio colonial americano. Este concepto
jurídico, el “se obedece, pero no se cumple” tiene un origen, quizás coyuntural y más de un uso
e interpretación, pero superará su momento de origen hasta ser de uso frecuente para los
procuradores de la época, materia de discusión y debate de los reyes con las cortes más de
una vez y cruzará las aguas del atlántico con los conquistadores hispanos para tomar también
un lugar en el nuevo mundo. A través de las fuentes acá citadas, trataré de caracterizar este
concepto y mostrar su uso y cómo este concepto legal tuvo una trascendencia que, de una
manera sutil peor no menor, se transforma en un espacio quizás de resistencia, de las
relaciones entre el rey, las comunidades y el poder entre éstos.

Primeramente debemos entender de dónde proviene este “concepto jurídico”, pues su


origen es también interesante y a la vez no es unilineal. Si bien se le ha conocido más desde el
estudio del Derecho Indiano, sus raíces se encuentran en la península ibérica medieval,
alrededor del siglo XIV. Para esto veremos el caso documentado del reino de León y Castilla
de la época. Benjamín Gonzáles Alonso, basándose en el trabajo de Jesús Lalinde, sitúa su
origen en las Cortes de 1369, para así “resolver la condición de la normativa singular con la
general; de superar la contradicción de numerosas disposiciones de gobierno con las leyes”
(Gonzàles, pág. 470). Entendamos que el Derecho castellano es heterogéneo, y en el
coexisten el “Derecho tradicional, el Derecho regio, y el Derecho común” (ibídem, pág. 473). El
poder real busca fortalecerse y una de sus maneras es obtener soberanía sobre las villas o
ciudades refrendando u otorgando fueros, que como instrumento jurídico legitiman la soberanía
del monarca en el territorio, a la vez que otorgan ciertos derechos o privilegios (idealmente
consuetudinarios) a las comunidades locales. Esta dinámica de rasgos señoriales será la tónica
de la época y será clave para el crecimiento y afianzamiento de los reinos ibéricos en
expansión (no se debe olvidar que además existe la preocupación por “la reconquista” de
territorios ibéricos controlados aún por los musulmanes). Pues bien, este avance del Derecho
regio buscará resaltar las atribuciones del rey “dándole exclusiva titularidad de la potestad
legislativa” (ibídem, pág. 474) dando privilegios a través de las cartas, pero sin derogar los
fueros existentes previamente, mientras las leyes se agrupan en largos cuerpos legales como
el Espéculo, las Partidas o las Cortes. Esto va a generar un problema, pues los castellanos
perciben el avance de la potestad regia jurídica como una amenaza a la existencia del Derecho
precedente. Así, se les presentan varias opciones “negar la potestad legislativa del rey;
procurar compartirla con él; admitirla, pero intentando condicionarla y delimitar su ejercicio por
el monarca; aceptarla con todas sus consecuencias” (ibídem. pág. 475). En este contexto,
aparece la preocupación de las Cortes por mantener los usos y privilegios de sus Derechos
tradicionales. De ahí que estén siempre pendientes a la confirmación regia de éstos o a que el
rey mantenga lo acordado. Aunque la monarquía tenga la tendencia a acceder a esto, aun así
produce algunas Cartas Reales que “por vulnerar los fueros y privilegios formalmente en vigor,
reciben la denominación de cartas desaforadas” (ídem), entendiéndolas como cartas que
“lesionan los Derechos municipales”, cuestionando así la manera en que el rey crea o disuelve
Derecho. Se dan entonces problemas al chocar la disposición del rey con los fueros y
privilegios de los municipios y además aparece la idea de la contradicción entre lo último
dictaminado versus lo anteriormente dictaminado en las leyes reales. Gonzáles Alonso nos
cuenta que luego de estudiar los Espéculos, aparecen los conceptos de guardar la ley y de
obedecer la ley separadamente de manera sutil, por lo que se puede dilucidar que “el legislador
se refiere a dos actitudes relacionadas entre sí, próximas si se quiere, mas no coincidentes”
(ibídem. Pág. 477). Esto es importante, pues al parecer, no es lo mismo obedecer que guardar
la ley, y es posible que acá esté el germen del concepto central de este ensayo. Incluso se
esclarece que las cartas y privilegios reales conocidos como contra fuero (además de las
contrarias a la fe, que son nulas de Derecho pleno) “han de ser obedecidas, no deben
cumplirse en tanto no sean ratificadas” (ibídem. Pág. 478). Es decir, éstas se obedecen pero
sólo se cumplen tras consulta y siendo confirmadas. Vemos claramente cómo las legislaciones
regias son sopesadas en virtud de las costumbres y usos pertinentes de los municipios por las
Cortes, y cómo a través de la interpretación del Derecho se comienza a perfilar el concepto de
“se obedece pero no se cumple”. Llama la atención el especial interés en materia de derecho
de los castellanos al momento de acusar recibo sobre legislación que consideran inadecuada
para ellos y sus costumbres, contrariamente a una rebelión o algo parecido, los reclamos
toman forma legal y hacen uso de las herramientas pertinentes a disposición para disputar un
espacio de poder y resistencia cultural a través del ámbito jurídico, legitimando así el sistema
dentro del cual todas estas lógicas operan. Pero a la vez que se le da legitimidad a la ley, se le
pesquisa un resquicio para desde dentro del modelo darle una nueva interpretación acorde a
las necesidades de los municipios y las Cortes. De cierta manera, es una disputa de poder en
un vacío legal, pero dentro de la propia “cancha” del rey, puesto que si a través de la ley y lo
escrito se legitima su poder (entre otros, junto con el carácter divino), a través de la misma
dimensión se le contrarresta. Una muestra de la fuerza que comienzan a tener en esta materia
las Cortes es que con estos procedimientos, logran que muchas veces las cartas no solo sean
anuladas, sino más preocupante aún, que la nulidad de estas “dependa de sus destinatarios”
(ibídem. Pág. 481). Desde mediados del siglo XIV, la actitud de las Cortes a este respecto es
clara, llamando más de una vez a que las cartas desaforadas no sean cumplidas. Así se puede
ver de a poco cómo el llamado a cierta desobediencia de lo que espera el rey que se cumpla
por su dictamen no solo no se cumple, si no que al encontrar amparo en el vacío o
interpretación legal, con el tiempo se cubre con un halo de legitimidad.

En 1369, por motivo del envío de cartas por el Canciller y no por los reyes, Enrique II
manda literalmente que sean “obedecidos e non complidos”. Y en 1462, Enrique IV que las
cartas mal registradas se deben asimilar de la misma manera. Y así varios ejemplos más como
el Ordenamiento otorgado a Sevilla en 1371 evidencian que el término ya se usa y, a pesar que
por lo general, en el caso de defectos formales de los documentos, es ya un espacio a ocupar
decididamente por las Cortes. También es ocupado por el rey, por ejemplo: “Cuando en 1433
las Cortes se muestran partidarias de anular o revocar e dar por ningunas dichas cartas, el rey
no las contradice; se limita a reiterar que las obedezcan y no las cumplan” (ibídem. Pág. 485) e
incluso los Reyes Católicos en 1475 llaman a los sevillanos a no cumplir cartas que
perjudiquen sus privilegios. Esto lo hacen quizás para mostrar su cercanía o preocupación con
los problemas de los municipios, entendiéndolo como estrategia política o como acto de
verdadera buena fe. Eso no lo sabemos, pero queda de manifiesto la gradual importancia que
va cobrando con el pasar del tiempo, es decir “el obedecer y no cumplir es el procedimiento
que permite hacer frente a las disposiciones reales contrarias al tenor de los ordenamientos”
(ibídem. Pág. 484). Y tomando este último punto, no es descabellado preguntarse el porqué de
este uso regio del concepto. Probablemente puede ser porque de una manera ambas partes
ganan. Ganan en el sentido de “no perder”. Porque los municipios logran frenar disposiciones
legales del rey, a la vez que el rey logra que su voluntad expresada en lo legal, se imponga,
aunque no se cumpla. Por decirlo de alguna manera, para el rey, no se cumple de Hecho, pero
queda registrado de Derecho, y es probable que allí radique el interés por mantener este
concepto legal propio de la península ibérica por años en sus relaciones.

El concepto legal es posteriormente introducido en Navarra en 1514 y a las Indias en


1564, donde se le puede rastrear por ejemplo hasta 1817 en “una Real Orden firmada por
Martín de Garay que utiliza la vieja fórmula” (Lalinde, Pág. 334). Y es en las Indias donde
adquiere mayor fama. Es útil traer a colación un episodio que nos muestra Sergio Hernán
Angeli sobre el proceso de alzamiento de Gonzalo Pizarro en Perú cuando nos cuenta que “El
derecho de suplicación, de raigambre medieval, fue utilizado tanto en Castilla como en las
Indias, contra las leyes que se consideraban lesivas del bien común. Junto a la súplica iba
unida la fórmula (…) del “obedecer y no cumplir”. Las razones que llevaron a suplicar leyes
fueron varias: “incumplimiento malicioso, (...) ignorancia de la ley, omisión o no uso derivado de
la falta de adecuación de la norma a las exigencias de la realidad indiana, o en su derogación
por una costumbre local” (Angeli, pág. 109). Acá vemos como ante el descontento de Pizarro
por las nuevas ordenanzas del gobernador, Pizarro y sus hombres se amparan entre otros
recursos legales en el “se obedece, pero no se cumple” así como otros europeos llegados al
nuevo mundo donde buscaban mantener sus privilegios o frenar el intento de control regio
desde Europa, a un continente lejano y con otras condiciones de vida y económicas totalmente
distintas.

Sin embargo, mientras en América la fórmula jurídica adoptaba nuevos ropajes que
tuvieron que ver con las condiciones distintas y de lejanía con respecto a la metrópolis, y
además con el Derecho indiano que no siempre pudo ser fiscalizado a cabalidad, en Europa
“las Cortes de 1544, entre otros muchos testimonios, reconocen paladinamente que la
obediencia y no cumplimiento se ha convertido en mero trámite inicial del recurso de
suplicación (Gonzáles, pág. 487). La monarquía establece que las cartas contrarias a Derecho
no se cumplan, sin embrago, llegado el caso actúa en los márgenes legales, estrecha su
aplicación, coacciona recurriendo a su poderío absoluto. A este mismo respecto Benjamín
Gonzáles también nos cuenta que “lo que fuera en sus orígenes un mecanismo de contención
de las cartas desaforadas, un modo de preservar la identidad de los Derechos municipales ante
la expansión del Derecho regio se transforma luego en instrumento de conservación de las
leyes regias frente a las disposiciones del propio monarca” (ídem). A esta altura, el monarca ya
tiene plena conciencia de los mecanismos del “se obedece, pero no se cumple” y
aparentemente sabe también cómo usarlo a su favor. No obstante esto, sigue siendo llamativa
la ingeniosa manera de solucionar la dispersión normativa original del siglo XIV, donde al
“obedecer” se mantiene el principio de autoridad intacto, más al no cumplirse, no se trastocan
los usos y las costumbres de la localidad.

Esta salida jurídica, derivada de la interpretación de los Espéculos, es tremendamente


interesante, puesto que como mencioné anteriormente, busca la solución del problema sin
alterar el sistema completo. Es decir, a los municipios hispanos en León y Castilla les atrae o
es más cómodo debatir y pugnar en el ámbito jurídico la mantención de sus privilegios y marcar
un límite de lo negociable a través del decreto regio dependiendo de lo que esté podía dañar
sus privilegios y costumbres. Y a pesar de que el “se obedece pero no se cumple” terminó
siendo un arma de doble filo en el siglo XVI español europeo, en América el concepto se siguió
usando en materia de relación de los conquistadores con el rey y de los indígenas con la
monarquía hasta ya entrado el siglo XIX, por lo cual su trascendencia no solo está marcada por
su origen peninsular, sino que además por su replicación dentro de las lógicas hispanas que se
implantan en el nuevo mundo y que hacen uso de él para su conveniencia y articular cuotas de
poder y/o resistencia ante el control del monarca.
Bibliografía

-Lalinde Abadìa, J. (s.f.). La creaciòn del Derecho entre los Españoles.

-Gonzàles Alonso, B. (s.f.). La fòrmula "obedezcase pero no se cumpla" en el derecho


castellano de la baja Edad Media.

-Angeli, S. H. (s.f.). PALABRAS QUE NO FUERON OLVIDADAS: LA PERVIVENCIA DEL DISCURSO


JURÌDICO MEDIEVAL EN EL ALZAMIENTO DE GONZALO PIZARRO.

-Bermejo Cabrero J.L. (s.f.) LA IDEA MEDIEVAL DE CONTRAFUERO EN LEÒN Y CASTILLA.

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