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MISTERIO DE DIOS

Alberto Múnera, S.J.


2019-3

TEMA 4
CONOCIMIENTO DE DIOS - FUNDAMENTO EPSTEMOLÓGICO DE UNA
POSIBLE REVELACION

EXPOSICIÓN DEL PROFESOR

Base racional de la religión y validez del conocimiento humano de Dios

- Quien afirma la existencia de Dios, tiene una base suficiente para hacerlo, a saber:
la imposibilidad de demostrar la no existencia de Dios.

- Esta base es suficiente para decidir libremente establecer una relación con ese Dios.
En ésto consistiría básicamente el hecho o fenómeno religioso.

- Por consiguiente, toda experiencia religiosa tiene su propia validez intrínseca, a partir
de estas bases.

- Si el Cristianismo se declara religión absoluta es reconociendo que, desde la misma


experiencia religiosa cristiana, se perciben las otras experiencias religiosas como
válidas pero no dotadas de esta característica de absolutez que adjudicamos a la
nuestra.

- Sin embargo: ¿puede el ser humano poseer un conocimiento suficiente de Dios como
para que una relación con Él tenga suficiente consistencia y no sea una simple
sensación sicológica piadosa?

- En otras palabras: ¿qué tan válido es el conocimiento que el ser humano puede tener
del Dios que postula como existente?

Conocimiento "natural" de Dios

- Se habla del conocimiento "natural" de Dios como la capacidad humana para acceder
a esa hipotética realidad que llamamos "Dios".

- La dificultad que se presenta es la siguiente: por hipótesis, "Dios" sería trascendente


de manera absoluta a la realidad intramundana. ¿Cómo es posible desde y en lo
fenoménico intramundano, obtener información sobre alguien que se supone lo
trasciende?

- Si el trascendente es postulado como infinito, el conocimiento del mismo no podría


ser establecido desde lo finito, ni tratado en igualdad de condiciones.
- Además, parece imposible dar contenido positivo al trascendente a través de la
consideración del mundo fenoménico.

- Pero está definido dogmáticamente en el Vaticano I que es posible conocer a Dios


con certeza y por medio del "conocimiento natural" de la razón humana (Ver Denzinger
1785-1786). Y esto lo ratifica el Vaticano II en la Constitución Dogmática "Palabra de
Dios" Nº 6.

- ¿Qué significa, entonces esta definición dogmática, supuesto lo dicho antes?


¿Equivale este "conocimiento natural" de Dios a las bases racionales propuestas
hasta ahora para justificar el fenómeno religioso de cada individuo, o se trata de la
postulación de un "Dios filosófico" a partir de las "vías" tradicionalmente propuestas
para la afirmación de su existencia?

Bases racionales de una posible revelación

- De todas maneras, partiendo de las bases racionales ya establecidas, podemos


afirmar lo siguiente:

* Quien con pleno derecho postula la existencia de Dios, puede suponer


igualmente que ese Dios podría comunicarse con el ser humano.

* En otras palabras: si el ser humano es capaz de comunicarse, y si supone


que Dios es incluso superior al ser humano, lógicamente Dios tiene que ser un sujeto
capaz de comunicación (capaz de comunicarse y de recibir la comunicación humana).

* Precisamente la posibilidad de establecer una relación con Dios supone


capacidad humana de comunicarse (todo ser humano es comunicativo y relacional) y
presumible capacidad de Dios para establecer esa comunicación.

- Esa posibilidad de comunicarse ese posible Dios con el ser humano, constituye la
base racional de lo que llamamos "revelación".

Los dos posibles tipos de conocimiento de Dios

- En la hipótesis de que esa comunicación de Dios sucediera en la historia, nos


resultarían dos tipos de conocimiento de Dios:

* Un conocimiento "natural", el ya afirmado dogmáticamente por la Iglesia:

Quien afirma la existencia de Dios, tiene una base suficiente para hacerlo, a saber:
la imposibilidad de demostrar la no existencia de Dios.
Esto es suficiente para decidir libremente establecer una relación espiritual con Dios
al que postulo como hipótesis, como posible. En esto consistiría básicamente la
validez del hecho o fenómeno religioso.
En efecto, el ser humano, a partir de la realidad maravillosa del universo, puede
lograr un conocimiento natural de Dios como para que una relación espiritual
(religión) que el ser humano quiera establecer con Él, tenga suficiente consistencia
y no sea una simple sensación sicológica vacía.
Dice la Dei Verbum del Vaticano II citando la definición dogmática del Vaticano I: “el
hombre ‘puede conocer a Dios con la razón natural, por medio de las cosas creadas’
(cf. Rom, 1, 20)” (DV 6).

* Un conocimiento llamado "sobre-natural", no porque supere la naturalidad de


lo humano (lo cual sería absurdo pues se trata de un conocimiento humano), sino
porque sería diferente, de otra calidad, de mejores características con respecto al
"natural".

Esta calidad diferente sería "superior", estaría "sobre" el conocimiento "natural", en


cuanto supondría que surge del mismo Dios que se comunica, con lo cual se obtendría
en todo sentido un mejor conocimiento del ser que se comunica, que en el caso del
"natural", pues este último conocimiento está sujeto a las simples suposiciones
humanas.

- Surgen varias preguntas dignas de consideración:

* ¿Se funda el conocimiento "sobre-natural" en el conocimiento "natural"?

* ¿Por qué no bastaría el conocimiento "natural" para justificar una religión de


características definitivas hasta poder considerarla "absoluta"?

* Si Dios no se comunica o manifiesta al ser humano, el conocimiento "natural"


de Dios ¿qué nos propone en realidad sobre ese Dios?

* Si Dios sí se comunica o manifiesta al ser humano, ¿qué valor obtiene el


conocimiento "sobre-natural" con respecto al conocimiento "natural"?

Asunto: Posible revelación de Dios


En la hipótesis de que Dios exista, podría comunicarse con el ser humano. ¿Si Dios
existiera y tratara de comunicarse con el ser humano, ¿cómo piensa Ud. que
realizaría Dios esa comunicación con nosotros? ¿Qué medios utilizaría, cómo
sucedería?
Para una posible revelación de Dios se necesitaría una base epistemológica para
una revelación de Dios, es decir una base en el conocimiento humano para que
pudiera recibir la comunicación de Dios.
Aportes del libro del P. Karl Rahner, "Oyente de la Palabra", Herder, Barcelona,
1967.
Base epistemológica de una posible revelación de Dios
Además de la base racional de una posible revelación, es necesario establecer la
base epistemológica de la misma, esto es, a partir del conocimiento humano como
tal.
Que Dios pueda revelarse es evidente. Pero para que el ser humano pueda conocer
esa revelación, ¿cuál sería la base epistemológica para que pudiera captarla?
Esta base epistemológica la propone el P. Karl Rahner, S.J. en su libro “El oyente
de la Palabra.
Es indispensable conocer esta base epistemológica siguiendo las afirmaciones de
Rahner en este libro.
Base epistemológica. Punto de partida: la trascendencia del conocimiento
Partiendo de la validez racional de postular a Dios como posible, y de la validez
racional del conocimiento natural de Dios a partir de la maravilla del universo, se
puede afirmar:
Si el ser humano es capaz de comunicarse, y si se supone que Dios es incluso
superior al ser humano, lógicamente Dios tiene que ser un sujeto capaz de
comunicación (capaz de comunicarse y de recibir la comunicación humana).
Esa posibilidad de comunicarse ese posible Dios con el ser humano, constituye la
base racional de lo que llamamos "revelación".
“Vorgriff” = anticipación: en lo particular se capta lo universal
Este hecho de que el conocimiento por su naturaleza en lo particular capta lo
universal como algo más con característica de abarcar la totalidad de los objetos
posibles, podemos llamarlo “anticipación” o Vorgriff y viene a ser la condición de
posibilidad del concepto universal o de la abstracción, lo que hace posible la
objetivación de los contenidos de la percepción sensible y la posibilidad del sujeto
de ser autoconsciente.
“Anticipación” del ser absoluto en su infinitud
Así pues, por cuanto nuestra primera y generalísima pregunta por el ser no es sino
la expresión formalizada de todo juicio en que se apoya nuestro pensar y obrar,
puede afirmarse que también en él tiene lugar una “anticipación” del ser absoluto en
su ilimitación.
Por cuanto el juzgar y el obrar libre forman necesariamente parte de la existencia
humana, también forma parte de la estructura fundamental de la existencia humana
la “anticipación” del ser en absoluto en la infinitud que le compete en sí mismo.
En esta “anticipación” está afirmada pero no representada la existencia de
Dios
Con la misma necesidad con que se pone esta “anticipación”, se afirma
simultáneamente a Dios como el ente de absoluta “posesión del ser”. Cierto que la
“anticipación” no ofrece inmediatamente a Dios como objeto al espíritu, ya que la
“anticipación” en cuanto condición que posibilita el conocimiento objetal, no
representa de suyo objeto alguno en su identidad. Pero en esta “anticipación” –como
condición necesaria y realizada en todos los casos de todo conocer y obrar humano-
está también ya afirmada simultáneamente, aunque no representada, la existencia
de un ente de absoluta “posesión del ser”, es decir, la existencia de Dios.
En efecto, en la “anticipación” se afirma simultáneamente en forma atemática el
fundamento de su propia posibilidad. (P. 86).
En la ilimitada “anticipación” se incluye a Dios como ser
Pero esto no quiere decir que se dirija a Dios en forma que represente
inmediatamente y como objeto al ser absoluto en su identidad, y en su identidad lo
constituya en la condición de dato inmediato; la “anticipación” tiene por meta el ser
absoluto de Dios más bien en el sentido de que con la amplitud, absolutamente
ilimitada, de la “anticipación”, siempre y en absoluto se afirma concomitantemente
el esse absoluto de Dios.
Esto no es en modo alguno un argumento puramente a priori de la existencia de
Dios. Porque la “anticipación” y su amplitud sólo se pueden conocer en cuanto
existentes y en cuanto condición necesaria de todo conocimiento y sólo pueden
afirmarse como tales.
La afirmación de la finitud de un ser incluye, en la “anticipación”, la de un ser
absoluto
(…) En vez de decir: El ente finito afirmado como de hecho existente exige como su
condición la existencia del ser infinito de Dios, decimos simplemente (y en realidad
queremos decir lo mismo):
La afirmación de la finitud real de un ente exige, como condición de la posibilidad
de tal afirmación, la afirmación de la existencia de un ens absolutum, afirmación ya
implícita en la “anticipación” del ser en general, gracias a la cual se conoce como
tal la limitación del ente finito. (P. 87).
Se es espíritu en cuanto capta lo individual en el horizonte del ser en general:
se abre a Dios
El espíritu es espíritu en cuanto que todo lo aprehende sub ratione entis.
Ese aprehender todos los objetos en el horizonte del ser en general no significa que
el hombre, después de conocer los objetos particulares, los agrupe bajo un respecto
universal, sino que significa que el hombre en tanto es espíritu en cuanto que de
antemano, en su moverse hacia el ser en general aprehende sus objetos
individuales como momentos de este movimiento sin fin, viéndolos así de antemano
bajo este horizonte del ser en general, porque el hombre está ya siempre abierto al
ser absoluto de Dios.
En todo concepto se capta implícitamente a Dios
Y así puede santo Tomás decir con verdad: Omnia cognoscentia (habla por
supuesto de los seres que conocen espiritualmente) cognoscunt implicite Deum in
quolibet cognito [Todos los cognoscentes conocen implícitamente a Dios en
cualquier objeto conocido] (De ver. 22, 1 ad 1).
El concepto, o captación conceptual de Dios es, para santo Tomás, lo último en todo
conocimiento, pero la “anticipación” luminosa proyectada hacia el ser en general –
y, por el hecho mismo, hacia la absoluta autoluminosidad del ser en el ente de
absoluta “posesión del ser”- es también la condición previa para el primer
conocimiento conceptual, de modo que en todo conocimiento de este género se
conoce ya implícitamente a Dios. (Pp. 88-89).
El conocimiento, apertura a la autotransparencia del ser
El hombre “es” la absoluta apertura al ser en general en permanente diferencia
ontológica inacabada. El hombre es el primero de los cognoscentes finitos que están
fundamentalmente abiertos a la absoluta autoluminosidad o autotransparencia del
ser, de tal manera que tal apertura es la condición de posibilidad de todo
conocimiento particular.
No existe, pues, esfera alguna del ser que pueda situarse pura y simplemente fuera
de ese horizonte, en el que el hombre conoce sus objetos, y en cuyo conocimiento
puede, estando en sí mismo, comportarse libremente consigo mismo y decidir así
su suerte.
Se es hombre como apertura inevitable de lo finito hacia Dios
Esta estructura fundamental del hombre, afirmada por él implícitamente en cada
uno de sus conocimientos y en cada una de sus acciones, es lo que con una palabra
designamos como su espiritualidad, su naturaleza espiritual. El hombre es espíritu,
es decir, el hombre vive su vida en un continuo tender hacia lo absoluto, en una
apertura hacia Dios.
Y esta apertura hacia Dios no es una mera incidencia que pueda, por decirlo así,
darse o no darse en el hombre a discreción, que pueda darse aquí y allá, o no darse,
sino que es la condición de posibilidad de lo que es y ha de ser el hombre y lo es
efectivamente siempre, aun en la más oscura vida de todos los días. Sólo es hombre
por cuanto está siempre en camino hacia Dios, sépalo expresamente o no lo sepa,
quiéralo o no lo quiera, puesto que siempre será la infinita apertura de lo finito hacia
Dios.
Una revelación sólo es posible en el hombre como trascendencia al ser
Ahora bien, una revelación de Dios sólo es posible si el sujeto, al que ha de dirigirse
ofrece ya de por sí a esa posible revelación un horizonte apriórico, dentro del cual
pueda siquiera darse eso que designamos con el nombre de revelación. Y ese
horizonte ha de poseer necesariamente una absoluta ilimitación, si no quiere
imponer de antemano a la posible revelación una norma y una barrera que limite lo
que eventualmente pueda y deba revelarse.
Una revelación que ha de poner al descubierto lo más profundo de la divinidad y
que en el fondo es la objetivación refleja del llamamiento del hombre a participar en
la vida del mismo Dios supramundano, sólo podrá concebirse como posible si se
concibe al hombre como espíritu, es decir, como el lugar de la trascendencia hacia
el ser en general, y si el hombre mismo tematiza necesariamente esta trascendencia
que en todo caso es actuada. (Pp. 89-90).
El ser es “logos” y el hombre es oyente de la Palabra que salga de la boca de
Dios
El ser es luminoso, es “logos”, por lo cual puede ser revelado en la palabra (…) Pero
el hombre es espíritu (nota en que se basa todo su ser humano) y tiene por ello una
capacidad de oír, un órgano auditivo abierto a toda palabra que pueda salir de la
boca del Eterno.
Esto, como principio que capta en forma primigenia la esencia del hombre, es la
tesis cuyo sentido y cuya verdad hemos intentado comprender en este capítulo. (P.
91).
El hombre es oyente de un posible hablar o callar de Dios
Se supone a Dios como sujeto libre y por tanto libre para autocomunicarse
Entonces "el hombre es ya en todo caso alguien que presta oído a una posible
revelación. A saber: si en el mismo momento en que está ante Dios y por la misma
razón de estar ante él, está ya ante el Dios de una posible revelación, en realidad
se produce siempre algo así como una revelación, es decir, el hablar o el silencio
de Dios. Y el hombre oye siempre y esencialmente el hablar y el silencio del Dios
libre que descansa en sí solo; de lo contrario, el hombre no sería espíritu. Ser
espíritu no es un título para que Dios hable. Pero cuando no habla, entonces el
espíritu oye precisamente el silencio de Dios; de lo contrario no sería espíritu, pues
en tal caso no estaría ante el Dios vivo y libre en cuanto tal".
"El hombre, en virtud de su esencia espiritual, oye siempre y esencialmente una
revelación de Dios" (p. 120).
La apertura a oír a Dios está sometida a la libertad humana
"La apertura cognoscente del hombre para con este Dios de la posible revelación -
que forma parte de la estructura fundamental del hombre- es siempre al mismo
tiempo y esencialmente una apertura que está determinada en su intrínseca
estructura concreta por la actitud libre del hombre.
(...) El conocimiento de Dios, si se le considera como un acaecimiento real en el
hombre real, es intrínsecamente un problema moral o, mejor dicho (puesto que se
trata de una decisión con respecto a Dios), un problema religioso" (p. 140).
El hombre puede con su libre amor oír el habla o el silencio de Dios
"El hombre es el ente que con su libre amor se halla ante el Dios de una posible
revelación.
El hombre presta oído al habla o al silencio de Dios en el grado en que con un libre
amor se abre a este mensaje del habla o del silencio de Dios" (p. 141).
El hombre es espaciotemporal, histórico
"El hombre no se ve situado en un mundo espaciotemporal sólo posteriormente a
su constitución esencial, como si fuera colocado en un escenario para actuar en él,
sino que el carácter espacio-temporal es su estructura intrínseca que le compete
esencialmente.
Por razón de la materia, que le pertenece como elemento esencial, constituye él
mismo espacio y tiempo como momentos intrínsecos de su existencia. Pero al decir
que el hombre es esencialmente uno entre muchos como él, con los cuales se halla
juntamente en el espacio y en el tiempo por razón de su misma esencia, no decimos
otra cosa que esto: el hombre es histórico en el sentido concreto de una historia
humana" (p. 175).
El lugar de una posible revelación es la trascendencia histórica humana
"Se pregunta, en efecto, cuál sea en el hombre el lugar de una posible revelación
de Dios. Hasta ahora nos hemos limitado sencillamente a responder: este lugar es
su trascendencia, que en cuanto tal es historicidad; o, en sentido objetal, el
fenómeno mundano que manifiesta ser en general. Pero con esto no está dicho
todo.
En efecto, ahora hay que preguntar si el fenómeno permite y puede permitir
únicamente una vaga visión de las estructuras generales del ser en general y
consiguientemente del ente que no se manifiesta, o si cabe dentro de la posibilidad
que a este se le conozca también en cuanto a sus notas distintivas mediante el
fenómeno y en el fenómeno" (p. 196).
Sólo en el fenómeno humano por la palabra puede Dios comunicarse
Hay que preguntar "si el fenómeno, además de mostrar ser en general -cosa que le
compete necesariamente- puede ser todavía utilizado por un ente mismo
ultramundano para desvelar ulteriormente su propia peculiaridad, o si tal
desvelamiento de su peculiaridad sólo le es posible soslayando y descartando el
fenómeno y, por consiguiente, la manera normal del conocimiento humano" (p. 197).
Todo ente puede hacerse presente en el horizonte del fenómeno humano mediante
la palabra" (p. 199).
El hombre puede captar la revelación libre de Dios en forma de palabra
humana
"El hombre nos ha aparecido ya como quien necesariamente debe prestar oído a
una posible revelación del Dios que obra libremente.
Mas por cuanto ahora se nos ha mostrado que todo, incluso el ente extramundano,
puede mostrarse al hombre mediante la palabra humana (…), queda dicho también
que el hombre es por lo menos el ser que debe prestar oído a la revelación en forma
de palabra humana de ese Dios que obra libremente" (p. 205).
El hombre es tal en cuanto puede escuchar la revelación de Dios por la palabra
"Si el hombre se halla frente al Dios de una posible revelación, si esta revelación,
caso que tenga lugar, debe producirse en la historia humana -hasta tal punto, que
si no tuviera lugar, lo más esencial en la historia del hombre sería el silencio de Dios
en ella perceptible-, y si el hombre está por principio orientado hacia la historia
dentro de la cual se ha de producir posiblemente esta revelación, entonces es
realmente el hombre en su misma esencia el ente que desde el centro de su mismo
ser está con el oído atento a una posible revelación de Dios en la historia humana
mediante la palabra.
Sólo quien así escucha, y en cuanto que así escucha, es propiamente lo que debe
ser: hombre" (p. 213).
San Juan
“En el principio la Palabra existía y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios.
Ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada
de cuanto existe.
La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo.
En el mundo estaba y el mundo fue hecho por ella y el mundo no la conoció.
Y la Palabra se hizo carne y puso su Morada entre nosotros, y hemos visto su gloria,
gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad” (Jn 1, ss).

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