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ESTE LIBRO NO EXISTE

(Memorias, vivencias y remordimientos de un autófobo –pánfobo, en realidad–


que escucha la voz de los árboles y que desearía ser uno de ellos)

Luis Vergara
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[PÁGINA PARA REGISTROS EDITORIALES]

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Para ella

Este libro, en efecto, no existe; no posible que exista. En primer lugar, porque sería uno
más de la serie FRAGMENTOS, pero se dijo que esa serie estaría conformada por siete
entregas y las siete han tenido ya lugar. (La verdad es que FRAGMENTOS II no debía
de haber formado parte de la serie, sino haber sido el primero de los libros “amarillos”,
como lo son MINIMAL / PALINDROMIAL / PRETERMINAL y LUZ AZUL / 19610, y
entonces ya no habría habido dificultad para que este libro existiera. Pero no fue así
como sucedieron los hechos). En segundo lugar, porque de lo escrito al término de
FRAGMENTOS VII es posible inferir que yo ya había muerto cuando fue publicado (y
los muertos nada escriben). La tercera razón –la de mayor contundencia– es que no es
posible que yo escribiera y publicara textos en los que mostrara al mundo –la verdad es
que resulta un poco jactanciosa esta expresión– detalles íntimos de mi vida con ella…
y este libro los exhibe, por lo que en definitiva no es posible que exista.
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A ese niño
Todos lo despreciaban
todos lo rechazaban
todos lo lastimaban:
su madre era judía

Un día, cuando lo atormentaban


se presentó un hombre bondadoso
reprendió con dureza a los que lo injuriaban
hizo que se lo dejaran en paz

Con su pañuelo
(que olía a lavanda)
secó sus lágrimas
lo trató con dulzura
no lo dejó hasta que se calmó del todo

El niño odiaba a quienes lo agraviaban


pero más odió al hombre bondadoso
hubiera querido matarlo:
le mostró el paraíso
y lo abandonó en el infierno
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Comenzó a llover; fuerte, una verdadera tormenta. El cielo, negro; mucho


viento.

Por fin me resolví a hacerlo: salí a la calle y permanecí bajo la muy intensa
lluvia por más de un cuarto de hora.

Titiritaba de frío, pero estaba cierto de que valía la pena. No más camisas
con el término de las mangas a medio camino entre los codos y las
muñecas. No más pantalones que dejan adivinar mis tobillos bajo mis
calcetines. No más acudir a una tienda tras otra para encontrar en todas
ellas que lo único que me viene bien de lo que se vende son los pañuelos.

La helada agua que me empapaba habría de encogerme. En adelante, mi


ropa me quedaría bien. Iba a poder acudir a una tienda y encontrar prendas
a mi medida. (A mi nueva medida).

El fracaso fue absoluto: no encogí yo y sí la ropa que tenía puesta.

Por lo demás, padecí una neumonía que casi me cuesta la vida.


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Nací sin piernas, por lo que no puedo moverme por mí mismo.

Dirás: no seas llorón, puedes usar alguna suerte de prótesis, silla de ruedas,
carrito o algo parecido.

Desgraciadamente no: nací también sin brazos.

Pese a todo ello, la que por tanto tiempo ha sido mi amada esposa se
enamoró de mí.

“Tú eres tan persona como cualquiera –me decía–, y yo quiero a la


persona. Para mí, en nada eres menos que los demás”.

¡Cómo se lo reconozco y agradezco!

Se lo reconozco y agradezco aun cuando por las mañanas le pido que me


haga el favor de traerme mi café y me responde con irritación: “Tráetelo tú
mismo”

Es que tiene mal carácter.

(Y, sí, para ella en nada soy menos que los demás).
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YO, LINDBERGH

Para Narváez

Un sábado por la mañana en la segunda mitad de 1960.


Yo, catorce años de edad, estudiante del tercer año de secundaria.
Ha arribado el día señalado para la realización de la gran hazaña: mi
primer viaje en transporte público sin la compañía de uno de mis padres.
El plan es el siguiente: saldré (solo) de mi casa (San Francisco 37,
Coyoacán) caminaré una cuadra para llegar a Presidente Carranza, ahí
doblaré a la izquierda y caminaré dos cuadras para llegar a la esquina con
Carrillo Puerto. (Sólo habré de cruzar una bocacalle y ésa prácticamente sin
tráfico: la de Cerrada -no lo es en realidad– 5 de febrero). En la esquina de
Presidente Carranza y Carrillo Puerto esperaré el camión –línea “Colonia
del Valle – Coyoacán”– que abordaré para trasladarme a otra esquina, ésta
situada a unos siete kilómetros de mi punto de partida y a media cuadra de
la casa de mi abuela paterna en la colonia Del Valle (Mier y Pesado 112-
B). Al llegar a ese sitio, mi destino, lo primero que haré será llamar por
teléfono (10 55 19) a mi papá para informarle que la misión ha sido
concluida exitosamente. Después de esa llamada él se trasladará en
automóvil a la casa de mi abuela para regresarme (triunfante) a mi casa.
Ha habido ya ensayos: varias veces he caminado (solo) desde mi
casa a la esquina de Presidente Carranza con Carrillo Puerto, pero una vez
llegado a ese lugar he retornado a mi casa. Hoy no será así: hoy sí abordaré
el camión que habrá de llevarme hasta esa esquina situada a media cuadra
de la casa donde vive mi abuela junto con mi tía Lupe.

*****

Mi papá, emocionado y nervioso.


Yo, también emocionado y nervioso, y con gran deseo de que todo
haya terminado.
Mis hermanos, dos años menores que yo, burlándose de mí
incesantemente.
Por última vez le recito a mi papá –soportando las burlas de mis
hermanos– qué es lo que voy a hacer. Recitaciones previas me han hecho
ver que lo que a él lo que más le importa es que tenga muy presente que lo
primero que debo hacer al llegar a la casa de mi abuela es reportar
telefónicamente mi arribo. Enfatizo esta parte del procedimiento en mi
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recitación. Mi papá se muestra satisfecho. Por última vez también,


constatamos juntos que tengo en una de mis bolsas las monedas requeridas
para pagar mi pasaje y, en la otra, dos tantos más en calidad de “reserva
para emergencias”. Mi papá expresa su deseo de que Dios me acompañe
durante mi traslado. Con ello han concluido todos los preparativos.
He salido a la calle. La puerta se ha cerrado a mis espaldas. Estoy en
la calle, estoy solo. Vacilo un momento, experimento un vago temor sin
referente preciso; soy consciente de la tentación de abortar el proyecto y
volver al abrigo de mi casa. Resisto. Avanzo.

*****

Lo que voy a hacer lo han estado haciendo mis compañeros de colegio


desde que tenían unos ocho o nueve años de edad. Lo que ocurre es que ni
ellos ni sus padres saben lo que los míos, mis hermanos y yo sí sabemos: el
mundo exterior a nuestra casa, al colegio y a la casa de mi abuela es hostil,
es peligroso. Mis padres han actuado de manera consecuente: nos han
protegido todo lo que han podido en relación con los peligros y amenazas
de los espacios públicos; en particular, no nos han permitido ir solos a
ninguna parte. Cuando nos hemos encontrado fuera de casa, colegio o casa
de mi abuela, invariablemente ha estado con nosotros uno de ellos o ambos.
Algunos años uno de ellos se ha encargado de llevarnos a mis
hermanos a mí al colegio y de recogernos ahí para llevarnos de regreso a la
casa (mañanas y tardes, es decir, cuatro traslados diarios); otros, hemos
hecho uso del transporte escolar. En este segundo caso, nuestra mamá nos
ha acompañado a lo largo de la cuadra que hay desde nuestra casa a la
esquina con Presidente Carranza, que es donde nos recoge el camión. Ahí
ha esperado con nosotros su llegada. Muy amablemente don Laurito, quien
tiene en esa esquina una tienda (de las conocidas como misceláneas) le ha
prestado todos los días un banquillo para que esté sentada durante la espera.
(Mi mamá corresponde a esa amabilidad adquiriendo en cada ocasión
alguna cosa en la tienda. Don Laurito es ante todo una buena persona, pero
además conoce su oficio).

*****

Han transcurrido cinco minutos y medio desde que salí de mi casa (estoy
registrando los tiempos); me encuentro ya en la esquina de Presidente
Carranza y Carrillo Puerto. Tras dos minutos de espera, llega el camión;
contra todo lo anticipado de manera difusa durante mi caminar, lo abordo
sin que nada imprevisto ocurra.
Desde que pongo un pie (el derecho) en el estribo, sujeto con mi
mano (la derecha, también) a una asidera colocada junto a la puerta,
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observo a la mujer que se encuentra sentada justamente atrás del chofer.


Ejerce sobre mí una poderosa atracción que se origina en: a) la insolencia
de su cabello (negro) deliberada y salvajemente descuidado; b) el notable
abultamiento de sus pechos, muy discernibles bajo una raída blusa blanca
no muy limpia; c) la cacariza piel de su rostro; d) los filos de oro que
recomponen algunos de sus incisivos; y e) la desfachatez de su mirada
(ojos también negros, brillantes); y de su sonrisa, manifiestamente
lujuriosas. Para usar un lugar común cuyo empleo es de deplorarse, pero
que por otra parte también resulta imprescindible, ella es en ese instante
toda fuego y yo sólo deseo de arder, de arder hasta consumirme.
Está inclinada hacia delante, de manera que su barbilla y su mejilla
izquierda reposan sobre la espalda del chofer; desde esa posición me ha
mirado a los ojos. Yo, que jamás he tocado a una mujer como mujer, soy
completamente invadido de una muy confusa, pero intensísima esperanza.
Que su edad sea más del doble que la mía –por no hablar de su evidente
sobradísima experiencia que contrasta radicalmente con la nula mía– sólo
es un factor más en la configuración de la atracción.
Le entrego al chofer el importe exacto de mi pasaje (extraído de la
bolsa derecha de mi pantalón, que con ello ha quedado vacía); él me
entrega a su vez mi boleto. (Con mi mano izquierda palpo otra bolsa de mi
pantalón para constatar que la “reserva para emergencias” no se haya
inexplicablemente evaporado. No lo ha hecho).
En el momento en el que recibo de manos del chofer mi boleto sé
que se me ha entregado un objeto casi invaluable: el único vestigio material
que podré conservar toda mi vida de la hazaña que ese día estoy llevando a
cabo.
El boleto está impreso en una tira de papel azul delgadísimo, de la
peor calidad posible. Mide algo menos de dos centímetros de ancho por
unos seis de largo. En él se lee, en un conjunto vertical de recuadros, un
número de muchos dígitos (tanto en la parte superior como en la inferior),
el nombre de la línea de camiones y el importe del pasaje (entre otras
cosas). El boleto se expide con propósitos de control: la administración de
la línea de camiones pude determinar el número de pasajeros que han
viajado en el camión al saber cuántos boletos han sido entregados. Los
pasajeros necesitan que se les entregue su boleto porque aleatoriamente
suben a los camiones inspectores que revisan que cada pasajero tenga su
boleto; si un pasajero no lo tiene es requerido a pagar el importe del pasaje
en el momento de la revisión.
No he avanzado más de un paso en el camión cuando la mujer
sentada atrás del chofer me toma del brazo y con seductora voz me dice:
“Oye, lindo, ¿no me regalas tu boleto?” (Su tono de voz manifiesta que no
es yucateca, por lo que “lindo” es coqueteo descarado).
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La asertividad es una cualidad de la que prácticamente carezco. En


ese momento –nerviosismo extremo por lo que estoy realizando y emoción
intensísima debida al contacto físico, visual y auditivo con el foco de mi
atracción– es en mí absolutamente nula. Contra toda mi voluntad,
inundada mi alma de un sentimiento de pérdida y de miedo –¿qué sucederá
si durante el viaje sube al camión un inspector?–, le doy a la mujer mi
boleto. Al tiempo en el que lo hago se vuelve evidente para mí lo que
ocurre: yo no le importo nada a esa mujer –desde ese momento odiada–, el
que le importa es su cómplice, el chofer. Mi boleto será entregado a otro
pasajero; su importe ha pasado a formar parte de los activos del chofer.
Recibo de la mujer una rápida mirada de dudoso agradecimiento, pero yo
he visto en ella lo que realmente es: un ejemplo de los innumerables
peligros que acechan a quienes salen de sus casas.
Ocupo un asiento cerca del fondo del camión. (Como es sábado hay
muchos asientos disponibles). Estoy muy entristecido y preocupado por la
pérdida de mi boleto; también por mi falta de carácter. El brillo de la
hazaña que estoy en proceso de realizar ha sido para siempre opacado por
la lesión a mi autoestima, ya de por sí pobre, lesión que, como
innumerables otras, nunca habrá de sanar.
Justo arriba del parabrisas, del lado derecho, se encuentra una
inscripción que reza literalmente: “Cuide su boleto exijalo y conservelo”.
Llevo casi nueve años siendo espléndidamente educado por los Hermanos
Maristas. En concreto me han enseñado a leer. He introyectado, en efecto,
las normas fundamentales de la ortografía y de la sintaxis; las aplico de
manera inconsciente, automática, en mi lectura de la inscripción. La
ausencia de una coma después de “boleto” hace que “exijalo” y
“conservelo” sean adjetivos. La de acentos ortográficos en cada una de
estas palabras hace que los acentos prosódicos caigan en cada caso sobre
las penúltimas sílabas (esto es, en la letra a y en la segunda e,
respectivamente). Los adjetivos “exijalo” y “conservelo” son
absolutamente nuevos para mí; desconozco su significado. Sólo sé que,
encima de todo, el boleto que tan tristemente acabo de perder tiene las
cualidades de ser exijalo y, además, conservelo. Esta última palabra es
oscuramente asociada en mi conciencia con “mortadela”; más oscuramente
aún, la primera lo es con jugo de naranja. La complejidad del boleto –para
siempre perdido– es, pues, inmensa. (Los maristas me enseñaron, sí, a leer;
no me enseñaron empero a ser flexible cuando los resultados de mis
lecturas apegadas a las normas ortográficas y sintácticas fueran absurdos.
Tuvieron que transcurrir varias semanas para que yo interpretara
correctamente lo que la inscripción quería decir: que debía exigir y
conservar mi boleto.)
El viaje dura unos diez o doce minutos. (Hoy duraría más de media
hora). Todo él es sólo la anticipación de la presencia del inspector y del
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requerimiento (imposible de satisfacer) de mi boleto. ¿Qué haré si ello


ocurre? ¿Tendré el valor de denunciar al chofer y a su tan despreciable
cómplice? No, no lo tendré. ¿Sufriré la vergüenza de ser exhibido ante
todos como el que pretendió defraudar a la línea de camiones del justo pago
del importe del viaje, teniendo, adicionalmente, que entregar la mitad de mi
“reserva para emergencias”? ¿Soportaré en ese caso el que el chofer y esa
malísima mujer sepan de mi cobardía? Sí, si lo soportaré. ¿Qué le diré a mi
papá cuando me pida cuentas de la “reserva para emergencias”?
Llego a mi destino sin que haya hecho aparición el inspector.
Desciendo del camión sin poder evitar mirar a los ojos una última vez a la
mujer que tanto daño me causo. (Había resuelto no hacerlo). Su mirada
expresa distraída satisfacción y un claro juicio sobre mi persona: soy un
tonto muy fácilmente manipulable, uno de muchos que encontrará ese día.

*****

Estoy en la casa de mi abuela (nacida en 1885), que un tanto


increíblemente (después de haber vivido entre otras muchas cosas, la
Revolución, la muerte de su hijo mayor a fines de los años veinte, y la de
mi abuelo en 1944, algo más de un año de que yo naciera) ha sido
convencida por mi papá de que lo que ha ocurrido es en verdad algo muy
notable. Me felicita emocionada –“¿Cómo te fue, hijito? Estás contento,
¿verdad? Ya no eres un niño…”– y, sin duda aleccionada hasta el
cansancio por mi papá, me recuerda lo que yo no hubiera podido olvidar
nunca: lo primero que tengo que hacer es llamar a mi papá. Lo hago y
quince minutos después esta él ahí para llevarme de regreso a mi casa. Allá
me esperan, primero, las preguntas de mi mamá sobre la experiencia (cuyo
verdadero desarrollo nunca conocerá); después, las burlas de mis hermanos.
Unos meses después estaré en la preparatoria. Iré a la escuela y
regresaré de ella solo en camión. (Eso sí, si no llego a la hora esperada se
activarán todas las alarmas domésticas que suenen en el caso de una
catástrofe mayor). Mis hermanos, que se encontrarán entonces en el
segundo año de la secundaria, también irán a la escuela y regresarán de ella
solos. Para ellos no habrá el rito de paso al que yo he sido sometido.
Tampoco tendrán que soportar dos años más de mofa y desprecio de sus
compañeros por ser los únicos alumnos de secundaria a los que sus papás
llevan a la escuela.
Yo fui el primero en cruzar el Atlántico solo, después de ello ya
cualquiera podía hacerlo.
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EL FIN DEL IMPERIO

Era un científico extraordinario


no lo parecía
le negaron la visa

Desarrolló unas nanoneurotoxinas


se auto-duplicaban cada 0.043 segundos
colocó unas cuantas en una caja
la envió a una dirección en Washington D. C.

El primer mes murieron 187 millones


el segundo, otros 62 millones
cuando se logró detener la epidemia
eran 271 millones los muertos

Desconcierta el hecho
de que ese gran científico
no haya anticipado los daños colaterales:
Toronto es una ciudad fantasma
El norte de México, un desierto
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Llegó a nosotros un gran maestro.

Su predicación era sencilla: al caer la noche, elevaba el brazo derecho hacia


el cielo, señalaba hacia arriba con el dedo índice –que tenía una cicatriz en
la yema, que hacía parecer que estuviera dividida en dos partes, lo
recuerdo bien– y mandaba: “¡Adórenlo”!

Al poco tiempo se retiró a otro pueblo y ya nunca lo volvimos a ver ni


supimos más de él. (Aunque yo más tarde sí llegué a saber algo).

Su sencilla enseñanza, sin embargo, transformó nuestras existencias.

Se desarrolló una gran industria de fabricación de réplicas del Dedo. De ese


Dedo que debíamos adorar. Se fabricaron con arcilla, con bronce, con plata
y aun con oro. Las había de todos tamaños. Algunas mujeres portaban una
pequeña sobre el pecho (apuntando hacia abajo) colgada de una fina
cadena.

En el centro de la plaza principal se colocó una enorme (apuntando hacia


arriba) hecha de una aleación diseñada para durar milenios (aunque fuera
hueca).

Todos tenemos varias réplicas en nuestras casas.

Pero yo tengo lo que nadie más puede tener. Yo tengo el Dedo original. Me
lo llevaron a vender varios años después de que el maestro estuvo entre
nosotros. Me dijeron que había muerto en un sitio lejano y que se lo habían
cortado para venderlo. Era auténtico: lo reconocí por la hendidura en la
yema. Tuve que liquidar todos mis bienes para poder pagar el precio que
me fijaron.

Ha sido, con mucho, lo mejor que he hecho en mi vida. Sólo yo tengo el


Dedo mismo. Sólo yo puedo adorarlo auténticamente. Sólo yo lo adoro.

Yo soy el único verdadero adorador del Dedo.

La salvación es mía, mía, mía, sólo mía.


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Yo lo conocí. Lo conocí muy bien. Tal vez mejor de lo que él se conocía a


sí mismo.

Toda su vida fue un hipócrita.

Desde su juventud fingió que su preocupación mayor era la injusticia


social. Fingió también que se interesaba mucho por el bienestar de los
demás.

Lo único que realmente le interesaba era su propio bienestar.

Hizo del fingir su modo de vida, literalmente: del fingir obtuvo siempre su
sustento.

Fingió tan bien que él mismo acabó por creer que le importaban los demás.

Llegó a creer que era bueno. Los demás también lo creían.

Experimentó siempre una gran necesidad de amar a una mujer y de ser


amado por ella. No importaba mucho de qué mujer se tratara, sólo que
fuera receptiva, sumisa y nada escandalosa.

Al muy poco tiempo de conocerlas, a veces tan sólo a pocas horas de ello,
les decía que las amaba y lo hacía de tal manera que ellas lo creían…, y
ellas sí llegaban a enamorarse de él. Y él, después de unos días, unas
semanas a lo sumo, las desechaba. Eso sí, asegurándoles que las amaba.

Era también un gran mentiroso, aunque él no se reconociera como tal. Se


decía: “Miento mucho, sí, pero no es de mi ser esencial, ese es
radicalmente honesto”. No toleraba en otros el mentir.

Ahora, hacia el fin de su vida, ha caído en la cuenta de todo ello. Ahora sí


quiere preocuparse y ocuparse de los demás. Ahora sí quiere amar de
verdad… y no sabe cómo hacerlo porque nunca lo ha hecho. No puede ni
imaginarse lo que sería amar a alguien.
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MI VIDA CON ELLA I

Mira, Luis, cuando estás tan contento me pones muy nerviosa. ¡Deprímete!
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Es febrero de 1945. ¿Quiénes somos? Civiles –ancianos mujeres y niños–,


alemanes en Berlín o japoneses en Tokio ¿Acaso una mezcla de ambos?
Los alemanes, aunque no lo digan, saben que la guerra está perdida. Que
los horrores que han venido viviendo se prolongarán unas semanas más,
con intensidad creciente, hasta el fin. Lo que vendrá después no puede
anticiparse, pero se antoja horrendo. (Se tienen noticias de la conducta de
los rusos en los territorios que han “liberado”). Los japoneses creen en su
Emperador, su dios; no pueden aceptar que perderán la guerra. (No han
perdido una en toda su historia). ¿Qué somos, entonces, alemanes o
japoneses?
Berlín –y Alemania toda– será dividida. Una parte de la ciudad y
una parte del país quedará bajo el control de las democracias occidentales.
Las otras partes, bajo el de la Unión Soviética. Se crearán dos Estados.
Durante el invierno 1945-1946 habrá hambre generalizada (y frío, por
supuesto). Muchos perecerán.
Tokio, al igual que las principales ciudades japonesas, será arrasado.
Japón será ocupado por las tropas de los Estados Unidos, bajo el mando del
general MacArthur.
Lentamente, muy lentamente, en Alemania y en Japón se irán
construyendo nuevas formas de normalidad.

*****

Estamos en México a fines de 2011. El crimen organizado (dividido en


innumerables grupos) parece a unos –los alemanes– estar ganando la
guerra; otros –los japoneses– sostienen que no es el caso y que hay que
proseguirla hasta el amargo triunfo final. Otros más, que es posible y
deseable pactar una rendición condicionada.
Como en toda guerra, hay quienes que, por sus convicciones, se
oponen a ella y aun a toda forma de violencia.
En cualquier caso, algunos de nosotros habrán de sobrevivir y otros
no.
18

La tremenda tristeza…
19

Estoy preparado para todo

(Con tal de que no ocurra nada)


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¿Hay alguna diferencia entre estar condenado a muerte y estar condenado a


estar condenado a muerte?

El enfermo terminal se encuentra en el primer caso; el hombre sano, en el


segundo.
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MI VIDA CON ELLA II

- Mira Luis, estás muy alterado; voy a llamar al veterinario para que te
inyecte de nuevo.

- Buenos días, doctor. Le agradezco que haya acudido con tanta


prontitud. Necesito que me lo inyecte otra vez; mire usted nada más
como está.

- Usted sabrá qué es lo mejor, doctor, pero yo le quiero sugerir que le


aplique la dosis para vacas o, mejor, para bueyes; las de cordero o
perro grande ya no le producen suficiente efecto.

- Muchas gracias, doctor. El lunes por la mañana ya se le habrá pasado


el efecto, ¿verdad? Le pregunto debido a que entonces tendrá que
acudir a la Universidad a trabajar.
22

Te has equivocado, insensato lector.

Has juzgado con precipitación. Has supuesto en demasía.

Fue mía, y no de ella, la idea de ser atendido por un veterinario.

¡Y qué idea! Registra las ventajas:


- Es mucho más económico.
- Se acabaron las visitas a especialistas y sub-especialistas; uno solo
entiende de todo: atención integral.
- Nada de describir tus penosos síntomas (me sale tal cosa por aquí,
siento algo que no puedo describir por acá…).
- Nunca te dará malas noticias; es más, nunca te dará noticias de
ningún tipo.
- Encomendará a otra persona la oportuna administración de tus
medicinas; tú puedes desentenderte de ello.
- La mayoría te prestará servicios adicionales si los deseas: te cortarán
el pelo y te bañarán, por ejemplo.
23

The bright moon does not shine for the


benefit of the night traveler

¿Cómo hablarte
de la tremenda
terrible soledad
de la contemplación
de la belleza?

Es gélida, ¿sabes?
(No, no lo sabes
pero contempla
la noche estrellada)

Es absolutamente impersonal
No quieres poseerla
(quieres ser por ella poseído)
Pero ella es indiferente
en lo que a ti concierne

¿Cómo hablarte de todo ello?


Si lo intentara
no sería de ello
de lo que podría hablar

Necesitas compartir
Pero no es posible
y te sabes solo
sin remedio
en la nostalgia infinita

¿Qué hacer?
Cuando convivo con mis hermanos
carezco de esto
que alimenta mi espíritu
Cuando esto tengo
es en el desierto helado de la soledad
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Era el cacique de la comarca, dueño de vidas y de bienes. Su único hijo, su


heredero estaba gravemente enfermo; todo indicaba que moría. Tenía hijas,
pero ellas eran otra cosa.
En el punto máximo de su ansiedad alcanzó a escuchar por una
ventana el indiscreto comentario de un criado que se encontraba en un
patio: “Por eso me gusta la muerte: por pareja. Se lleva a los nuestros, pero
también a los de don Luis”.
“Ahora verás, infeliz –dijo para sí– si muere mi hijo te mato a ti,
pero antes mato a tus hijos en tu presencia”.
En ese momento fijo su vista en un crucifijo colgado de la pared y
por primera vez en muchos años oró desde el fondo de su corazón.
(Aunque con gran reverencia acudía a misa todos los domingos e incluso
solía comulgar, como quien lleva a cabo un ritual ante espectadores.
También hacía frecuentes donativos a la parroquia de la comarca, la que los
aceptaba agradecida sin inquietarse demasiado por el origen de esos
recursos).
“Confiando en que salvarás a mi hijo, desde ahora yo perdono a éste.
Lo salves o no, yo no lo mataré ni mataré a sus hijos. Pero salva a mi hijo y
no habrá en el mundo quién te sirva más que yo.”
Ese fue sólo el comienzo; el hecho de perdonar a su criado
incondicionalmente tuvo el efecto de hacer que germinara en su alma de
modo explosivo la semilla, ya casi seca, de la fe que aún conservaba.
Ordenó que todo el personal a su servicio –y más tarde, que todo el
pueblo– rezara de rodillas por la mañana un rosario (de quince misterios)
por la salud de su hijo; al anochecer, otro.
Tres días después de iniciado el rezo de los rosarios el hijo del
cacique, que había continuado empeorando, comenzó a mejorar de manera
visible y acelerada. Dos días después, el peligro había pasado del todo.
Don Luis experimentó un profundísimo agradecimiento hacia Dios
por haberle devuelto a su heredero. Juró que como muestra de ello haría
edificar un espléndido templo, más grande y más ornamentado que
cualquiera de los que había en la región.
Pese a un resentimiento que como fuego parecía quemarle las
entrañas, no tomó más represalias en contra de su empleado indiscreto que
despojarlo de su empleo y prohibir a todos lo de la comarca que le dieran
trabajo a él o a cualquiera de su familia.
Por lo que concierne a su juramento, el cacique cumplió. Hizo
construir el templo que hoy puede apreciarse y que es objeto de admiración
de tantísimos que ahora, cerca de tres siglos después, acuden al lugar sólo
para visitarlo por la justa fama de la que disfruta, tanto por sus dimensiones
(32 metros de altura a lo largo del eje central de toda la nave principal),
como por la riqueza de sus retablos y la finura de los labrados en la piedra
de su portada.
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De hecho la realización de la empresa superó sus posibilidades. Pero


el agradecimiento que sentía para con Dios venció todos los obstáculos.
Llegado el momento cuando ya no podía pagar a quienes laboraban en la
construcción, los esclavizó haciéndolos trabajar sólo por los alimentos
requeridos para mantenerlos a ellos y a sus familias con vida. Hizo que
todos los mayores de doce años y menores de sesenta trabajaran entre doce
y catorce horas diarias. Decretó que fueran vendidas las tierras de la
comarca que lindaban con las de otras (reduciendo así la extensión de lo
que se encontraba bajo su poder) y dispuso que producto de esas ventas
fuera donado para la compra de materiales.
Treinta y seis años tardó el templo en ser construido. Cuando se
terminó, la población de la comarca se había reducido a la tercera parte de
lo que había sido antes, y todos, el cacique incluido, estaban sumidos en la
pobreza.
Dos años después murió Don Luis, pobre y despreciado por todos,
algo disminuido en sus facultades mentales, pero con la satisfacción de
haberse mostrado como nadie agradecido con Dios.
Diez años antes, al ver que lo que sería su herencia se había
evaporado, el heredero había abandonado la comarca llevando consigo lo
que pudo. Jamás se volvió a tener noticias de él.
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Te has acostumbrado tanto a mí


que ya no me percibes

Uno de estos días me voy a morir


y tú ni te enterarás

Meses después, al escuchar alguna conversación


caerás en la cuenta de lo ocurrido

Y entonces, un tanto distraída, dirás:


ya no recuerdo bien cómo era
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¿Soy uno con aspectos diversos


o soy muchos (legión)?

¿Quién cometió en ese pasado remoto


aquellos terribles crímenes
innumerables e innombrables?

Si soy uno y fui yo


¿Cómo ser perdonado
por lo imposible de reparar?

Si soy varios
que el que eso hizo
muera del todo
28

Era doctor en física.


Se realizaba un examen nacional de habilidades aritméticas entre los
estudiantes del segundo grado de la enseñanza primaria.
Acudió a uno de los recintos en los que se realizaba la prueba y se
sentó en uno de los pupitres de la última fila.
Se repartieron los exámenes y se indicó que se disponía como
máximo de una hora para responderlos y que el tiempo en el que fueran
respondidos se tomaría en cuenta en la calificación.
Respondió correctamente todas las preguntas del examen en tres
minutos y medio. Escribió su nombre en el lugar apropiado y entregó el
cuestionario respondido.
Obtuvo el primer lugar nacional.
Su nombre fue conocido en todas partes como el del mejor estudiante
del país.
Se le puso su nombre a una calle en la capital y a una escuela en el
interior.

*****

¿Qué mérito puedes haber tenido durante tu vida, Señor Jesús, si eras Dios?
¿Podías acaso hacer otra cosa que no fuera el bien?

*****

Son preguntas tontas, lo sé. (No blasfemas, porque la intención es buena).


Preguntas tontas, sí, pero que bien respondidas nos permitirían saber
mucho más sobre quién eres y sobre quiénes somos.
29

UNA HISTORIA DEL ESTILO DE CIENTOS QUE ME CONTARON


LOS HERMANOS MARISTAS EN LA ESCUELA PRIMARIA (PERO
QUE ES DE MI INVENCIÓN)

Él era un hombre trabajador, casado, con tres hijos. No tenía vicios de


ninguna especie. Era un fiel marido y un buen padre. Era apreciado por
cuantos lo conocían, aunque su compañía tendía a resultar tediosa,
aburrida, tal vez por lo acentuado del carácter rutinario de su vida. En el
fondo, su existencia comenzaba a ser tediosa y aburrida para él mismo,
cosa de la que algo se percataba, aunque de un modo muy confuso.
Todo cambió en un instante: aquel en el que la vio por primera vez.
No era particularmente hermosa, pero la atracción que experimentó fue
descomunal; de un orden hasta entonces inimaginable. Y ella lo supo; lo
vio y le sonrió. En esa sonrisa había aceptación, incluso complicidad.
Todo su mundo se redujo a ella y a la posibilidad, a la imperiosa
necesidad, de estar con ella. Sin mucha discreción la siguió hasta la casa en
la que ella entró. Ese anochecer era distinto al de los días previos: a esas
horas arribaba él invariablemente a su hogar, pero en esos momentos para
él no había ni hogar, ni esposa, ni hijos, ni trabajo, ni otra cosa que no fuera
ella y estar con ella, fundirse con ella.
Tocó en la puerta. Si era ella quien abriera, le preguntaría si podía
pasar, sabiendo que la respuesta sería afirmativa. Ya adentro indagaría si
había o se esperaba a alguien más. Si le abría un hombre, se retiraría con
cualquier pretexto y esperaría otra ocasión. Una muy próxima. Lo más
próxima posible.
Abrió ella y, como él había anticipado que sucedería, lo dejó entrar.
La aceptación y complicidad que antes le había mostrado, eran ahora
absolutas, como lo fue también la sensación de alivio que él vivió.
Comenzó a balbucear algo, pero ella lo interrumpió diciéndole: “No
tienes que decirme nada; sé lo que sientes, y así como tú me necesitas a mí,
así te necesito yo a ti. Pero, eso sí, si yo me doy a ti, tú tienes que darte a
mí por completo, totalmente. Yo tengo que ser lo único para ti, ninguna
otra cosa ha de contar para ti.”
“Tú sabes, estoy seguro de ello, que es así”.
“¿De verdad? ¿Tienes esposa o hijos?”
“Si tengo, pero ahora ellos no existen para mí. Nada existe para mí
salvo tú”.
“¿Dios no existe para ti ahora?”
No vaciló en lo más mínimo: “Sólo tú; sólo tú existes para mí.
Ninguna otra cosa me importa nada. Vas a ser mía ahora, verdad?”
30

“Sí, si tú eres completamente mío”.


“Tú sabes que lo soy totalmente”.
“Abrázame, entonces”.
Él la abrazo y sintió las formas de su cuerpo al adherirse al suyo.
Aspiró su perfume, vivió la tersura de sus manos en su cuello y la de su
mejilla en la propia. Sintió el aliento de su voz cuando en un susurro le
preguntó: “¿Deseas con todo tu ser que éste momento en el que para ti no
hay ni Dios, ni esposa, ni hijos, ni dada más que yo, sea eterno”?
“Eso deseo con todo mi ser”, le respondió. Decía la verdad.
“Así será entonces”, dijo ella en un tono muy distinto al de antes, al
tiempo en que con una de las manos con las que le había rodeado el cuello
lo degollaba con una navaja.
El asombro le impidió tomar conciencia del dolor en sus últimos
segundos de vida. El asombro por lo que ella había hecho, pero mucho más
el que le causó ver lo último que contemplaron sus ojos en esta vida: cómo
ella dejaba de ser la increíblemente sonriente y complaciente mujer que
había sido, para transformarse en el horrendo repulsivo demonio que en
realidad era.
31

El tiempo me está matando


y yo soy su cómplice

Me disuelvo en el futuro y en el pasado


y no soy en ningún momento

Siempre fui
siempre seré
y nunca soy
32

Pero, ¿es posible saber que ignoramos nuestras ignorancias?

¿Estamos ya locos?
33

Toma un litro de pintura amarilla.

Añádele un mililitro de pintura azul.

Revuelve hasta que tengas homogeneidad perfecta.

Compara con tu recuerdo de la pintura inicial.

No ves cambio alguno.

Añade otro mililitro de pintura azul.

Compara con lo que tenías antes de añadirlo.

No ves cambio alguno.

Repite la operación 998 veces.

Nunca percibirás cambio alguno entre lo que tenías antes de añadir el


nuevo mililitro de pintura azul y lo que obtienes después de revolver.

Al cabo del proceso tendrás dos litros de pintura verde.

Hace treinta años yo disfrutaba de un amarillo de salud.

Ahora soy un verde de decrepitud.

¿Cuándo sucedió todo?


34

MIS AGUACATES

Mucho tiempo había transcurrido desde la última vez que tuve una
oportunidad de comprar aguacates de esa clase.

Me refiero a los que tienen una cáscara verde, no negra, y que al cortarlos
liberan algo parecido a un jugo. Su sabor es inigualable.

Los vendía a un lado de carretera un hombre que tenía una camioneta


cargada de ellos.

Compré treinta. Los envolví en papel periódico para que maduraran


adecuadamente.

Tuve invitados. No compartí con ellos mis preciosos aguacates. Los


escondí antes de que arribaran y les ofrecí unos de cáscara negra que
compré para ese propósito.

Después experimenté una gran resistencia a comerme mis aguacates. Pensé


que si lo hacía ya no los tendría.

Mis treinta aguacates se echaron a perder. Ayer los arrojé a la basura.


35

DURMIENDO CON EL ENEMIGO I

- No estás viendo la película.


- Sí la estoy viendo.
- ¿Podrías, entonces, por favor no roncar mientras la ves?
36

A veces mis discusiones conmigo mismo me parecen irrelevantes: tienen


lugar en la superficie de mi ser, pero a mayor profundidad, por debajo de la
frontera en que Luis deja de existir y su lugar es tomado por Luisifer,
carecen de sentido y son otras las cuestiones que, sin yo saberlo, o
vislumbrándolas apenas, se dirimen con verdadero poder para determinar
emociones, cogniciones y voliciones en la superficie. Cuando pienso esto,
no sé ni quién ni qué soy.
37

MI VIDA CON ELLA III

¡Te estás volviendo horrible!


38

…la fría, silenciosa, indiferente


hermosura
la despiadada
belleza
y, a un tiempo, sutil
ternura
de las estrellas del firmamento
en la noche sin nubes

del rocío sobre las hojas

de los colores invisibles de las flores…

…me hablan, sí, de Dios


Pero, ¿de qué Dios me hablan?
¿Qué es lo que me dicen?
39

Si como yo
necesitas que muchas cosas ocurran
de manera que
la sola posibilidad
de que alguna de ellas no suceda
te es intolerable
entonces
como yo
estás perdido

Si como yo
necesitas que muchas cosas no ocurran
de manera que
la sola posibilidad
de que alguna de ellas llegue a suceder
te es intolerable
entonces
como yo
estás perdido

Nada hay que necesites que suceda


nada que necesites que no suceda
Vive sólo en el presente
(que es la vida eterna)
y todo estará bien
40

DE LA CARTA DE EPICURO (SAMOS 341 a. C. – ATENAS 270 a. C.)


A MENECEO

[…] acostúmbrate a pensar que la muerte no es nada para nosotros, puesto


que el bien y el mal no existen más que en la sensación, y la muerte es la
privación de sensación. Un conocimiento exacto de este hecho, que la
muerte no es nada para nosotros, permite gozar de esta vida mortal
evitándonos añadirle la idea de una duración eterna y quitándonos el deseo
de la inmortalidad. Pues en la vida nada hay temible para el que ha
comprendido que no hay nada temible en el hecho de no vivir. Es necio
quien dice que teme la muerte, no porque es temible una vez llegada, sino
porque es temible el esperarla. Porque si una cosa no nos causa ningún
daño con su presencia, es necio entristecerse por esperarla. Así pues, el más
espantoso de todos los males, la muerte no es nada para nosotros porque,
mientras vivimos, no existe la muerte, y cuando la muerte existe, nosotros
ya no somos. Por tanto la muerte no existe ni para los vivos ni para los
muertos porque para los unos no existe, y los otros ya no son. La mayoría
de los hombres, unas veces teme la muerte como el peor de los males, y
otras veces la desea como el término de los males de la vida. El sabio, por
el contrario, ni desea ni teme la muerte, ya que la vida no le es una carga, y
tampoco cree que sea un mal el no existir. Igual que no es la abundancia de
los alimentos, sino su calidad lo que nos place, tampoco es la duración de
la vida la que nos agrada, sino que sea grata. En cuanto a los que aconsejan
al joven vivir bien y al viejo morir bien, son necios, no sólo porque la vida
tiene su encanto, incluso para el viejo, sino porque el cuidado de vivir bien
y el cuidado de morir bien son lo mismo. Y mucho más necio es aún aquel
que pretende que lo mejor es no nacer, “y cuando se ha nacido, franquear lo
antes posible las puertas del Hades”. Porque, si habla con convicción, ¿por
qué él no sale de la vida? Le sería fácil si está decidido a ello. Pero si lo
dice en broma, se muestra frívolo en una cuestión que no lo es. Así pues,
conviene recordar que el futuro ni está enteramente en nuestras manos, ni
completamente fuera de nuestro alcance, de suerte que no debemos ni
esperarlo como si tuviese que llegar con seguridad, ni desesperar como si
no tuviese que llegar con certeza.
41

No se culpe a nadie de mi muerte


¡Cúlpese a todos!
No, eso no está bien
en éste, el penúltimo acto de mi vida
(ustedes ya saben cuál fue el último)
quiero proceder racionalmente
quiero ser riguroso:
no se culpe a nadie
Cúlpese al operar de la sociedad
(distingo, como debe hacerse
lo societal de lo social:
todo lo societal es social
no todo lo social es societal)

No tengo lugar en el medio societal


no tengo cabida en el mundo.

Soy zurdo
he acudido a mil establecimientos comerciales
y sólo encuentro tazas
con al asa del lado derecho

Quise adquirir una gorra


con la visera hacia atrás
como las que ahora todos lucen
encontré que sólo había
con la visera por delante

Nunca entendí qué ocurría


sólo que yo ya no cabía
42

MI VIDA CON ELLA IV

– ¿Dónde están los papeles?

– Encima de por donde.

– ¿Encima de por donde?

– En medio.

– ¿En medio?

– ¡En medio!
43

LA FLOR QUE YO SOY

Mi especie es un tanto rara


pertenezco al género filosoria

Fui sembrado en mayo


al comienzo de las lluvias

Las otras plantas entonces sembradas


florecieron entre julio y agosto, duraron meses

Yo no, yo hierba parecía


todo verde, sin mucha forma

Es ahora en noviembre
cuando he comenzado a florecer

Ya caen las heladas


ya me voy marchitando

El mes próximo
es el hielo de diciembre

No habré terminado de florecer


cuando ya haya perecido
44

Todo el mundo me pregunta: ¿Cómo te encuentras?


Y yo respondo invariablemente: Bien en lo que cabe.

El problema es que ya cabe muy poquito.


45

EL ANHELO DEL FIN DEL MUNDO

“Mal de muchos, consuelo de tontos”


Y de envidiosos
Sí, porque si la envidia es
tristeza por el bien ajeno
necesariamente es también
alegría por el mal ajeno

“Mal de muchos, consuelo de tontos”


Y, siendo yo lo que soy
nada más imagínate
el descomunal consuelo
la inaudita alegría
por el mal de todos
46

Supón (como en efecto supones)


que no sólo los seres humanos
sino que todo animal
ha sido hecho
a imagen y semejanza
de Dios

Ayer, como en otros ayeres anteriores


mataste
(asesinaste)
a las decenas de miles
de avispas de un enjambre

¿Cómo puedes vivir


contigo mismo?

¿Cómo puedes vivir


en la presencia de Dios?
47

LA PRESIDENCIA DE JOHN F. KENNEDY (1961-1963)

Prólogo: Discurso de despedida como presidente de Dwight D.


Eisenhower en el que denuncio al complejo industrial-
militar (17 de enero, 1961; Washington, D. C.)

Toma de posesión; anuncio de la “Alianza para el


progreso” (20 de enero, 1961; Washington, D. C.)

Debacle de Bahía de Cochinos (17-18 de abril, 1961)

Discurso ante el Congreso de los Estados Unidos en el


que anuncia la decisión de enviar a un estadounidense a
la luna antes del fin de la década (25 de mayo, 1961)

Los hombres: - Robert Kennedy


- Kenny O’Donnel
- Ted Sorensen
- Pierre Salinger
- Robert McNamara
- Walter Sheridan
- Peter Lawford
-…
48

Encuentro con Nikita Khrushchev en Viena (Junio,


1961)

Construcción del muro de Berlín (Agosto, 1961)

Visita a México (29 de junio – 1 de julio, 1962)

Las películas: - The Manchurian Candidate (1962, b/n, John


Frankenheimer)
- Seven Days in May (1964, b/n, John Frankenheimer)
- Fail-Safe (1964, b/n, Sidney Lumet)
- Dr. Strangelove (1964, b/n, Stanley Kubrick)

Muerte de Marilyn Monroe (5 de agosto, 1962;


Brentwood, California)

Defensa de los derechos civiles de James Meredith (30


de septiembre – 1 de octubre, 1962, Oxford,
Mississippi)
49

Crisis de los misiles nucleares en Cuba (14 - 26 de


octubre, 1962)

Las mujeres: - Jacqueline Bouvier Kennedy


- Mimi Aford
- Gunilla von Post
- Angie Dickinson
- Kim Novak
- Inga Arvad
- Judy Campbell Exner (vinculada estrechamente con:
Sam Giancana y con Johnny Rosselli)
- Mary Pinchot Meyer (ex-esposa de Cord Meyer)
- Marilyn Monroe (vinculada a Sam Giancana y a
Robert Kennedy)
-…

Discurso a favor de la paz (10 de junio, 1963; American


University, Washington, D. C.)

Discurso Ich bin ein Berliner (26 de junio, 1963; Berlín)

Ratificación del Senado de los Estados Unidos del


primer tratado limitante de pruebas de armas nucleares
en la atmósfera suscrito con la Unión Soviética
(septiembre 24, 1963)
50

Asesinato del presidente (católico) de Vietnam del sur,


Ngo Dinh Diem y de su hermano (1 de noviembre,
1963; Saigón)

Lo oscuro: - La Central Intelligence Agency, CIA (Richard Helms /


David Atlee Phillips / Howard Hunt / Cord Meyer /
David Morales / Lee Harvey Oswald)
- La mafia / crimen organizado (Sam Giancana / Johnny
Rosselli / Jimmy Hoffa / Frank Sinatra)
- Los líderes de los cubanos exiliados

Asesinato en Dallas (22 de noviembre, 1963)

Epílogo 1 Asesinato del policía J D Tippit, por de Lee Harvey


Oswald (22 de noviembre, 1963; Dallas)

Epílogo 2 Asesinato ante las cámaras de televisión (transmisión en


vivo) de Lee Harvey Oswald por Jack Ruby (24 de
noviembre, 1963; Dallas)

Epílogo 3: Asesinato de Martin Luther King Jr. (4 de abril, 1968;


Memphis)
51

Epílogo 4 Asesinato de Robert Kennedy (6 de junio, 1968; Los


Angeles)

Epílogo 5 Asesinato de Sam Giancana, ocurrido días antes de que


rindiera testimonio ante el Comité Church del senado de
los Estados Unidos que investigaba el asesinato del
presidente Kennedy (19 de junio de 1975; Chicago)

Epílogo 6 Asesinato de Johnny Rosselli, ocurrido días antes de


que rindiera testimonio ante el Comité Church del
senado de los Estados Unidos que investigaba el
asesinato del presidente Kennedy (Julio de 1976;
Miami)
52

MICROANTOLOGÍA PALINDRÓMICA
(Pocos palíndromos, pero eso sí, mucho muy selectos)

A man, a plan, a canal: Panama


(A mi parecer, sin duda el mejor palíndromo breve en lengua inglesa)

Red rum, sir, is murder


(Con alguna duda, el segundo mejor en lengua inglesa)

A ti cama, mamacita
(Debido a Javier Prado Galán)

Dábale arroz a la zorra el abad


(Me lo enseño mi papá cuando era yo niño. Fue mi primer contacto con los
palíndromos.)

Luz azul
(Es mío… y también de cuantos hispanoparlantes han incursionado
creativamente en el universo palindrómico por más de una o dos horas. No
puedo desvincularlo de las evocaciones místicas que su contemplación
genera en mí.)
53

No se trata de salir del tiempo


(y del espacio y del lenguaje)
ni de suprimirlo
ni siquiera de suspenderlo

Salir, suprimir, suspender…


es pensar en negativo
(en un sentido fotográfico)

Se trata de vivir el instante


el ahora
atemporal, eterno
en el que ninguna distinción es posible

Se trata de realizar la nada


que no es

Cae en la cuenta:
no se le puede nombrar “Dios”
no se le puede nombrar “unión con Dios”
no se le puede nombrar
54

¿Eso quieres?
(¿Eso quiero?)

Quiero lo que Tú quieras


Lo digo
lo tengo que decir
Pero, ¿es verdad?

Morir en vida
hoy…

¿Eso es lo que quieres?


55

CANTATA

昔者莊周夢為蝴蝶
栩栩然蝴蝶也
自喻適志與
不知周也
俄然覺
則蘧蘧然周也
不知周之夢為蝴蝶與
蝶之夢為周與
周與蝴蝶則必有分矣
此之謂物化

莊子

¿Qué es la vida? Un frenesí.


¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.

Pedro calderón de la Barca

For all we know, this may only be a dream


We come and we go, like the ripple on a stream

“For all we know” (1934)


Música de J. Fred Coots
Letra de Sam M. Lewis

He vuelto a soñar aquello. Si es que no es ahora cuando estoy soñando,


porque cuando me encuentro en lo que en este momento creo que es soñar,
esto de ahora es un sueño.
¿He vuelto en realidad a soñar aquello? ¿Cómo saberlo? ¿Cómo
saber si no ha sido una única vez? Ahora estoy convencido de que lo que
me parece que es estar en un estado de vigilia es algo que me acontece día
56

tras día. Pero, ¿cómo saber si eso mismo no es parte del sueño que esto
parece ser desde lo que ahora me parece que es soñar? Los sueños, en su
interior, no tienen comienzos; uno ha estado siempre ahí.
Ciertamente mis experiencias oníricas son de una complejidad
inabarcable desde lo que ahora me parece que es la vigilia: varios sueños a
la vez, sueños anidados en otros sueños, sueños que internamente tienen
una duración indefinida y que en la vigilia puede constatarse que han
transcurrido en un instante sin duración…
¿Será que tanto esto que tengo ahora por vigilia y lo que, también
ahora, tengo por sueño sean dos sueños en relación con los cuales haya un
verdadero estado de vigilia? ¿O que ese supuesto estado de vigilia sea a su
vez otro sueño? Realmente no sabemos nada concerniente a nuestro soñar.
Hay quienes piensan –y las evidencias a mí me convencen– que el
soñar es una actividad constante, aun durante la vigilia; que lo que ocurre
es que durante la vigilia se erige, por así decirlo, un muro entre el
inconsciente y la conciencia que impide la conciencia del sueño, y que la
esquizofrenia consiste en que ese muro se vuelve permeable.

II

He vuelto a soñar aquello: lo que, desde esto que ahora tengo por vigilia, es
la locura.
Un sábado por la mañana, hace exactamente cuarenta años, me
sobrevino una especie de revelación: nos encontramos atrapados en el seno
de la razón. Sólo nos es dado contemplar o cuestionar la razón desde la
misma razón. No hay nada externo a la razón que la pudiera legitimar. No
hay nada externo a la razón, punto. La razón no tiene exterior; no tiene un
otro. Estamos condenados al ejercicio de la razón. Así había venido
pensando hasta tiempos recientes.
Pero he caído en la cuenta de que aquello es el otro de la razón; ahí la
razón no rige. O, más bien, no rige la razón de esto que ahora nombro
vigilia. Porque en aquello rige otra razón. Una razón en la que las cosas son
y no son, donde las personas se transforman unas en otras –y a veces en
otros tipos de seres– sin solución de continuidad, donde la que todo es de
colores y al mismo tiempo sólo hay blanco y negro, donde todo es silencio
y todos hablan…

III
57

Aquello tiene lugar en un pasado (que en sí es presente) en el que el hombre


acababa de pisar por vez primera la luna, esto es, un pasado que tuvo lugar
hace un siglo y medio (en términos de los años que corresponden al período
de rotación de la tierra alrededor del sol). Estoy en una casa en las afueras
de la ciudad. (Pero, ¿de qué ciudad?; sólo sé que es en la zona sur de esa
ciudad). La casa está casi toda pintada de blanco, tanto los interiores como
el exterior. Hay un jardín. Ha habido un asesinato. Éramos tres o cuatro los
que estábamos ahí. (Sé quiénes son los otros, pero no lo sé decir). Uno de
nosotros ha sido asesinado cuando nos encontrábamos todos reunidos, pero
no hemos visto que ello ocurriera. Además seguimos estando vivos los
mismos que antes. Ha llegado el detective que investigará el caso. Todos
somos sospechosos. Ha pasado algún tiempo desde la llegada del detective
y no se ha esclarecido nada. El cadáver del asesinado a veces está tirado en
el piso y en otros momentos no lo está. El detective está cenando, lo que
come huele muy bien. Tengo hambre. No hay nada que comer en esa casa.
Es de noche, pero todo está iluminado. Tengo gran necesidad de orinar. El
baño está cerrado y no lo puedo abrir. Orino sobre una cortina confiando en
no ser visto, aunque todos están ahí mismo.

IV

Estoy en la nave que viaja a la nueva estrella. Todo es silencio. Los demás
duermen. Me asalta la angustia de los últimos días. Creo que es muy
posible que no sepamos dónde se encuentra la nave. Tampoco sabemos
quién se encuentra a cargo de la misión, al menos yo no lo sé. Nadie más
parece estar preocupado. Me siento muy solo y no sé qué será de mí. Todos
los que en la tierra conocí y quise han muerto hace mucho tiempo. No
tengo una genuina relación afectiva con ninguno de mis compañeros de
viaje y ellos y yo somos la población total de nuestro pequeño mundo
interestelar. Es muy grande mi soledad.

Es muy grande mi soledad. Los sospechosos somos los tres –¿cuatro?–


que estábamos en la casa antes y después del asesinato que ocurrió frente a
nuestros ojos sin que nadie lo viera. La idea de ser sospechoso, con mayor
precisión, la idea de poder ser considerado el asesino –no lo soy (creo)–
me es intolerable. (¿Y si sí lo fui? Si no tuve conciencia del asesinato que
ocurrió ahí ante mí, ¿qué garantía puedo tener de que no haya sido yo el
58

asesino?). Experimento mucha angustia, pero también una profunda


tristeza: es muy injusto lo que me está pasando.

VI

Es muy injusto o que me está pasando. Mis compañeros en la misión –


pero, ¿cuál es la misión?– viven como si todo fuera normal y no ocurriera
nada inquietante. Una sensación de horror me toma por sorpresa al caer en
la cuenta de que es posible que todo esté bien en realidad y que yo sea el
que estoy mal, o de que todo esté mal y sea yo quien tenga la culpa de ello.
¿Qué es lo que está pasando?

VII

¿Qué es lo que está pasando? ¿Por qué se retiró el detective? ¿Por qué
sigue aquí si se retiró? ¿Por qué el asesinado está vivo? ¿Por qué se niega a
hablar de su asesinato? ¿Por qué ya no estamos en la casa? ¿Dónde
estamos?

VIII

¿Dónde estamos? Todo es ya silencio.

IX

Todo es ya silencio. Nadie dice ya una palabra. No parece que estemos en


parte alguna.
59

No parece que estemos en parte alguna.

XI

¿Qué...?... ¿Dónde…?.... ¿Cómo…?... ¿Cuándo?


¿Quién…?....

XII

¿Quién…?....
60

He escrito millares de libros inexistentes en un sentido material. Es claro


que de sus contenidos nunca podrás saber nada. (Los árboles sí).

Es muy grande la soledad que hay en mi vida.


61

MI VIDA CON ELLA V

¡Qué friega!
62

¡Ten cuidado, lector! No vayas a incurrir de nueva cuenta en tu


acostumbrada insensatez.

No debiste dar por hecho que sabías quién profiere la imprecación “¡Qué
friega!” Al hacerlo tu pensamiento incurrió en una falta de rigor.

Ciertamente el texto no aporta elementos suficientes para discernir si se


trata de ella o de él (que un tanto atrevidamente supones que soy yo).

¿Es ella quien califica –con gran énfasis e irritación– que la vida con él es
una friega? ¿Es él quien tiene esta apreciación de la vida con ella?

Ahora dudas, ¿no es verdad?

No pierdas el tiempo intentando resolver el enigma; tampoco lo desprecies.


Apóyate en mí: yo sé cuál es la respuesta correcta.

Tu primera intuición era correcta: ha sido ella quien lo ha exclamado; él es


quien ha debido soportarlo.

Pero dudaste. No fuiste leal a tu propia intuición: además de insensato, eres


timorato.
63

No hay más allá


tampoco más acá
sólo aquí
sólo ahora
64

Remember the Gita:


…therefore you must fight.
(Therefore you must kill the wasps)
65

X2 + Y2 = 25: una circunferencia que delimita un círculo con centro en el


origen y radio igual a 5.

X2 + Y2 = 4: una circunferencia que delimita un círculo con centro en el


origen y radio igual a 2.

X2 + Y2 = 1: una circunferencia que delimita un círculo con centro en el


origen y radio igual a 1.

X2 + Y2 = 0: una circunferencia que delimita un círculo con centro en el


origen y radio igual a 0; esto es, el origen mismo.

X2 + Y2 = -1: una circunferencia que delimita un círculo con centro en el


origen y radio igual a -1.

¿Qué es esto último?

¿Qué es esto todo?

Es una progresión de círculos con centro en el origen, de radios


decrecientes que llegan a convertirse en un punto sin extensión –el propio
origen–, y que después de ello…

Es un modelo matemático de cómo el espacio en el que mi existencia es


viable se ha ido reduciendo en el tiempo.

Se avecina ya el momento en el que ese espacio quede reducido a un punto


sin extensión.

¿Y después?…
66

URGE
DONADOR

ME URGE DONADOR
PARA TRASPLANTE DE
CUERPO ENTERO

(FAVOR DE NO OFRECER MASCOTAS)


67

AMAZING GRACE

Amazing Grace, how sweet the sound,


That saved a wretch like me....
I once was lost but now am found,
Was blind, but now, I see[…]

Te conmueve cuando la escuchas. Te conmueve por partida doble: por el


significado de las palabras y la consoladora hermosura de su melodía. (En
mi caso, sobretodo por lo segundo).

Escucharla te da esperanza. Te hace sentir que el bien en el mundo es


mucho más que el mal y que siempre lo será.

Pero, reflexiona: ¿De verdad puede ser tu caso?

Ten presente lo que a veces parecería que olvidas: a lo largo de veinte años
mataste sádicamente a cerca de 10,000 indefensos seres, sólo por la
enferma satisfacción que te producía hacerlo.

Estabas en guerra, sí. Pero tu guerra era enferma, injusta y absurda. Y tu


guerra era contigo mismo.

Ha pasado ya medio siglo, pero ¿acaso eres otro? ¿A quién hay que imputar
esos crímenes?

¿Quién podría reparar eso?

¿Seriamente piensas que puede haber redención para ti?


68

Lo malo no sería tanto que las hubieras matado


sino que hubieras disfrutado hacerlo
69

EL INTENTO DE MI SECUESTRO

Son las nueve y media de la mañana de un día de trabajo que parece que va
a ser normal. No lo será.
Me encuentro detenido en mi automóvil –un VW Crossfox amarillo
modelo 2008– en la lateral del Anillo Periférico (en el sur de la ciudad de
México) transitando de sur a norte a unos 100 metros del cruce con la
avenida Las Flores. Es un sitio donde se estanca la circulación. Anticipo
que transcurrirán unos ocho minutos antes de que pueda dar vuelta a la
izquierda para tomar Rómulo O’Farrill.
Atrás de mí, un taxi (con carrocería bastante deteriorada). El taxista
llama mi atención con su claxon y, cuando la tiene, saca la cabeza por la
ventana y me advierte que mi automóvil está tirando aceite. Desciendo para
observar qué es lo que ocurre; no veo nada de aceite, ni en el pavimento ni
en el chasis del automóvil. Observo, sí, que del escape del automóvil que se
encuentra inmediatamente adelante del mío caen unas gotas de agua.
Camino hasta la ventanilla del taxi y de informo al taxista que mi coche no
está tirando nada, que acaso lo que ha visto es el agua que deja caer el otro
automóvil. Le agradezco su preocupación. Se trata de un hombre como de
unos cincuenta años de edad, desarreglado, mal vestido, y con un rostro que
acusa una vida nada sana.
El taxista insiste que sí tira aceite mi auto. Me indica que es cuando
acelero. Voy a mi coche e hincado en el pavimento oprimo el pedal del
acelerador con la mano derecha mientras observo lo que ocurre. No veo
nada fuera de lo ordinario. Regreso al taxi y le digo al taxista que no está
tirando mi auto nada. Él me replica que sí, que al llegar a la esquina con
Las Flores de vuelta a la derecha y que me detenga, que él me va a mostrar
lo que está pasando. Añade la advertencia de que si continuo circulando, el
motor podrá desbielarse. Le digo que no hay ninguna indicación en el
tablero de que algo esté funcionando mal. Él insiste en que me salga de la
lateral y me permita explicarme qué es lo que está pasando. Yo pienso que
no está pasando nada, pero que más vale tener seguridad de ello. Le indico
al taxista que lo que voy a hacer es dar vuelta a la izquierda (siguiendo mi
ruta preestablecida) y que me voy a detener a la primera oportunidad que
tenga para ello. Él dice que me seguirá.
Cuando puedo, doy la vuelta a la izquierda, comienzo mi ascenso por
Rómulo O’Farrill y en la primera bocacalle doy vuelta a la derecha y me
detengo en el primer espacio disponible para ello. El taxi se estaciona unos
metros delante de mí.
De nuevo, nada anómalo observo. El taxista me dice que quiere
verificar el nivel del aceite. Yo estoy muy conforme con ello: ante mi vista
70

retira la (muy larga, por cierto) bayoneta con la que se mide el nivel del
aceite, la limpia con un trapo que ha traído consigo para el caso, la
reintroduce hasta el fondo –pongo especial cuidado en verificar esto–, la
retira de nuevo y me la muestra: seca del todo. Le pido que repita la
operación, lo hace y el resultado es el mismo. Me informa que ahora todo
está claro, que la razón por la cual yo no observaba la caída de ningún
aceite es que ya no quedaba nada, ya todo se había tirado. Le pregunto cuál
puede ser la razón de que no haya aparecido una indicación en el tablero de
lo que ocurría y él me responde que probablemente se “fundió el bulbo”
por el calor.
Me pide que le preste uno de los tapetes del coche, lo hago (el
delantero izquierdo) y él lo coloca en el suelo bajo la parte delantera de mi
automóvil, para inmediatamente después introducirse bajo el chasis.
Emerge de bajo del auto y me dice que lo que ha sucedido es que se ha
caído el tapón del depósito del aceite, que el aceite que él vio tirarse debe
de haber sido lo último que quedaba, que por eso yo no había visto nada.
Me dice que lo que hay que hacer es adquirir un tapón nuevo y el aceite
requerido por el coche, colocar el tapón y luego el aceite, y que eso es todo.
Que no me preocupe, que él se puede hacer cargo de todo. Me recomienda
no poner en su sitio la bayoneta porque se corre el riesgo de que “se
pegue”.
Yo ya estoy persuadido de que lo que me dice, todo ello, es verdad.
Yo mismo he visto dos veces la bayoneta absolutamente seca después de
haber sido introducida hasta el fondo del depósito del aceite.
Me propone que vayamos en su taxi a comprar lo que se necesita y
que volvamos con ello para arreglar todo. Me informa que conoce una
buena refaccionaria no lejos de ahí (en Mixcoac).
Acepto agradecido su propuesta. Calculo que en unos 45 minutos
podré reanudar mi traslado a la Universidad en la que trabajo. Me subo al
taxi y me coloco en el asiento delantero derecho. Cinco minutos después
llegamos a la refaccionaria. Se encuentra en una esquina y no hay donde
estacionarse. El taxista avanza unos 25 metros sobre la siguiente cuadra y
de pronto se estaciona en doble fila, muy pegado al coche que de mi lado se
encuentra estacionado junto a la acera. No hay manera en la que yo pueda
abrir la puerta derecha del taxi. El taxista me indica que va a comprar lo
que se requiere y me pide que mientras que lo hace permanezca yo en el
taxi. La razón que me da es que el cristal de la ventanilla delantera
izquierda no puede elevarse, y no quiere que el taxi se quede sólo y abierto.
Antes de que yo pueda decir algo, ha bajado y iniciado su caminar
(cojeando) a la refaccionaria.
Yo me siento atrapado dentro del taxi. Intento verificar la exactitud
de lo que me ha dicho sobre el cristal de la ventanilla, y todo parece indicar
que el taxista me ha mentido porque si sube, pero cuando ha llegado a la
71

mitad, se desploma dentro de la puerta. Eso me tranquiliza un tanto (porque


tiende a confirmar lo dicho por el taxista); no obstante ello, yo no quiero
permanecer en el taxi con esa sensación de estar atrapado. Me bajo del taxi
saliendo por la puerta delantera izquierda. Son aproximadamente las diez
de la mañana. Estoy a media calle. Todo está bien. El taxista es un hombre
al que yo físicamente puedo dominar sin dificultad. Pero, ¿dónde está él?
Seguramente en la refaccionaria adquiriendo el tapón y el aceite; al realizar
mis indagaciones en relación con la ventanilla lo perdí de vista.
Regresa la inquietud, transformada en temor: ¿No podría tratarse de
un asalto o de un intento de secuestro? Tal vez el taxista ha ido por varios
cómplices con los cuales llevar a cabo un proyecto de ese tipo. ¿Qué haré
yo si efectivamente se trata de algo así?
Observo que justamente frente a mí en la otra acera hay una puerta
abierta que da a un patio de una especie de vecindad (conjunto de viviendas
ocupadas por familias de pocos recursos). Decido que si se acerca a mí
algún grupo amenazante, correré –es nada más la expresión de un deseo,
ya que apenas si puedo caminar– a refugiarme en esa vecindad.
No han transcurrido ni quince segundos desde que tomé esa
determinación cuando veo dirigirse hacia mí a unos cuatro –¿eran sólo
tres? ¿cinco?– individuos jóvenes, malencarados, (todos vestidos con
sucias camisetas y pantalones vaqueros) que no inspiran ninguna confianza.
Atrás de ellos, pero claramente formando parte del grupo, viene el taxista.
Pongo en práctica mi incipiente plan: caminando –nunca corriendo–
cruzo la calle y me interno en el patio de la vecindad. La presencia ahí de
varias personas, señoras en su mayoría, me brinda alguna tranquilidad.
El grupo de jóvenes y el taxista entran al patio y se dirigen hacia mí,
y ahora sí no hay duda: es una situación muy amenazante. Quiero gritar,
pero una especie de timidez o pudor me impide hacerlo. Uno de los del
grupo me toma con brusquedad y me dice con firmeza: “ándale manito,
vámonos quietecitos”. En ese momento sí que grito: ¡Auxilio!, ¡auxilio!,
¡me están secuestrando! Pero los que me persiguen van un paso delante de
mí y gritan (y me parece que con más fuerza que yo): “¡Es un ratero! ¡Es
un ratero! ¡Lo agarramos llevándose cosas de los carros!” Soy jaloneado,
casi arrastrado, con violencia hacia la calle entre un alud de insultos de mis
probables secuestradores. Algunas de las señoras del patio –una en
especial queda grabada en mi memoria por su furia– gritan “Mátenlo!
¡Quémenlo!”. Otras observan impasibles. El horror que experimento es
tremendo. En medio de todo, tomo conciencia de que quiero llorar.
Continúo gritando que estoy siendo secuestrado. Al llegar a la calle
encontramos un pequeño grupo de personas que han escuchado –y tal vez
visto– algo de lo que ha tenido lugar en el patio y que se han detenido para
observar lo que pueda suceder. Mis secuestradores continúan gritando que
soy un ratero; en tanto yo, que estoy siendo secuestrado. Nos hemos
72

detenido ante el grupo de curiosos que crece. Una mujer anuncia que lo que
hay que hacer es llamar a la policía (“a una patrulla”) para que sus
ocupantes se hagan cargo de todo. La actitud de los secuestradores cambia
un tanto: ya no se trata de algo sólo entre ellos y yo, sino que ahora los
curiosos, lidereados por aquella mujer, se han convertido en el grupo
decisorio. Me logro zafar de quienes me tenían sujeto y comienzo a
caminar. Debido a mis problemas de columna, no puedo huir corriendo.
Pero me doy cuenta de que no soy perseguido, sólo insultado por los
secuestradores (que ya no hubieran podido, por la presencia de los curiosos,
llevarme contra mi voluntad al taxi que continúa estacionado en doble fila).
Intuyo que mis secuestradores han decidido que ya no tienen nada que
ganar si persisten en su intento y más bien que la suerte puede volteárseles
si lo hacen. En la esquina en la que se encuentra la refaccionaria doblo a la
izquierda y camino (todavía aterrorizado) unas dos cuadras. Estoy solo. Me
calmo un poco. Detengo a un taxi que pasa por la calle y doy al taxista
indicaciones para que me lleve al lugar donde se encuentra mi automóvil.
No sé si me esperen ahí los secuestradores, pero he pensado que si es así
puedo seguir en el taxi y trasladarme en él a otro sitio.
Llegamos a donde está mi Crossfox. Aparentemente no hay nadie. Le
doy al taxista una generosa propina y le pido que me espere unos minutos
en tanto determino si mi coche puede caminar o no. Le digo que en el caso
de que no pueda caminar voy a pedirle que me lleve a otra parte. Abro mi
coche, libero la cubierta del cofre, la levanto e inmovilizo, tomo la
bayoneta que ha estado reposando sobre el motor, la limpio con mi pañuelo
(que queda desde entonces convertido en un trapo), la introduzco en el
depósito del aceite, la retiro con cuidado y observo que la cantidad de
aceite en el depósito es exactamente la que debe haber. Cierro el cofre.
Echo a andar el motor y constato que todo es normal. Despido al taxista y
reanudo mi marcha hacia la Universidad. Veo la hora desplegada en el
tablero del coche; son las 10:22, todo a acontecido en aproximadamente
una hora.
La rodilla derecha de mi pantalón ha quedado manchada por la
mugre sobre el pavimento de la lateral del Periférico sobre la que me
hinqué para ver si mi coche tiraba o no aceite. La manga izquierda de mi
camisa luce sucia debido al aprisionamiento que sufrió mi brazo en la mano
de uno de los secuestradores. El tapete delantero derecho ha quedado
abandonado en el piso en el sitio donde estuvo estacionado el vehículo.
Más tarde, cuando he podido procesar de alguna manera la
experiencia, encuentro tres hechos que me causan asombro: cómo fue
posible que fuera tan crédulo, tan estúpidamente crédulo; cómo fue posible
que actuara de manera tan imprudente al subirme al taxi; y, cómo fue
posible que el taxista introdujera hasta el fondo la bayoneta en el depósito
del aceite en dos ocasiones ante mi atenta vista y emergiera seca, cuando en
73

realidad el depósito estaba lleno. (Esto último me sigue intrigando hasta el


día de hoy).
Mi autoestima quedó –una vez más– severamente lesionada.
Desarrollo una confusa aversión hacia mi coche (como si el propio
vehículo hubiera sido responsable de lo que me había sucedido). En un
principio sentí algún temor de que los secuestradores hubieran en algún
momento registrado mis placas de circulación y que de esa manera
pudieran rastrearme y causarme daño. Resolví deshacerme del coche,
aunque era muy improbable que efectivamente hubieran anotado las placas.
(¿Cuándo habría podido hacerse? ¿Quién lo hubiera hecho? ¿El primer
taxista?). Por lo demás, en el muy poco probable caso de que lo hubieran
hecho, el vender el coche no me servía de nada. Ningún efecto tuvieron
estas consideraciones: a las tres semanas del incidente, vendí el Crossfox y
compré el Honda Accord gris magnesio que ahora tengo.
74

Al fin, Dios mío, al fin


he roto mis apegos
y estoy listo
para desprenderme de todo

Pensándolo bien
si he roto mis apegos
ya no hay necesidad
de desprenderme de nada
y con todo me quedo

(¿Hasta cuándo me vas a aguantar?)


75

… but, remember also


that when lord Krishna tels Arjuna
therefore you must fight
he means fight in battle
he means killing his brothers
So, if you are going to accept the killing of wasps
where are you going to draw the line?
Are you willing to sanction war?
Do you consider human life sacred?
Do you consider all animal life sacred?
(All life sacred?)
How hungry are you willing to be?
Rats, mosquitoes and bacteria
Where do you draw the line?
76

La voluntad de Dios
tiene dientes
Entérate, experiméntalo
luego
si puedes y quieres, di
hágase tu voluntad…
77

MI VIDA CON ELLA VI

He aquí el certero análisis que hizo alguien que quiere permanecer en el


anonimato y que bien nos conoce:

Tú dices que tú haces lo que ella quiere, pero que ella también hace lo que
tú quieres. No es así exactamente: tú pones los muros y ella dice que se
hace dentro de ellos.
78

BIG SISTER IS WATCHING…

Para María Clara Torales


(15 de noviembre de 2011)

Te estoy checando…
79

¡Sígueme!

¿He escuchado tu llamado?


¿Ha sido despreciable manifestación de mi vanidad?
¿Depende de mí si me has llamado o no?

Entro tan profundo en mí ser cuanto me es posible y he discernido que sí


me has llamado.

Heme aquí, digo


ten piedad de mí.

Te seguiré
pero requiero tanto de tu ayuda
sin ella me detendré tras el primer paso.

¡Ten piedad de mí!


80

Como todos los días, he escuchado el noticiero en el radio mientras regreso


a mi casa.

Hoy he sabido de un hombre que trabajó en varios hospitales de la Unión


Americana. En algún momento ese hombre contrajo hepatitis-C. Al
enterarse de ello surgió en su interior un resentimiento infinito.

Por años se dedicó a contagiar de hepatitis-C a los pacientes de los


hospitales en los que laboró.

Luis se identifica con los pacientes contagiados.

Luisifer se identifica con el hombre que los contagió.

¿Quién soy yo?

Mi esperanza: ni Luis, ni Luisifer, sino Aquello que es más profundo en mí


que Luisifer. Aquello que es mi verdadero ser.

(Y el tuyo también)
81

Somos burgueses… y nos agrada serlo.


Tenemos nuestro propio código moral y más importante, de gusto.
Damos importancia a nuestra higiene y a nuestro aspecto.
Apreciamos las cosas buenas. Vestimos con ropa de marca,
amueblamos y decoramos nuestras casas con estilo y elegancia.
Disfrutamos la buena comida y la sabemos comer. Preferimos el vino a los
destilados (aunque ocasionalmente los consumimos con reconocimiento a
su calidad cuando éste es merecido). Prestamos pública y comentada
atención a etiquetas, cosechas, regiones uvas y, sí, precios). Mejor lo de
España que lo de Francia; mejor lo de la Ribera del Duero que la Rioja. Eso
sí, invariablemente tintos.
Despreciamos el lujo frívolo; valoramos la calidad y la comodidad.
Solemos ser coleccionistas y en lo concerniente a nuestras colecciones sí
estamos dispuestos a gastar cuantiosamente, aunque siempre con
responsabilidad. Al fin y al cabo se trata también de una suerte de
inversión.
Nos ocupamos con convicción de los asuntos comunitarios (de
nuestras comunidades). Mantenemos limpias nuestras calles, recogemos los
desechos de nuestras mascotas, conducimos nuestros vehículos con
responsabilidad…
Nuestros vehículos… Típicamente el de él, el de ella y la camioneta
familiar (todo ello de una antigüedad no superior a los dos años). Cuando
los hijos llegan a la Universidad –todos llegan– son dotados de un
automóvil nuevo.
Trabajamos con honestidad y ahínco. (La corrupción nos repugna y
sólo incurrimos en ella cuando no vemos otro remedio). Ganamos lo
suficiente para vivir a nuestro nivel, para el mantenimiento de nuestra casa
de campo, para el pago de nuestras vacaciones familiares (tres o cuatro
veces al año, una o dos de ellas en el extranjero), para cubrir las
colegiaturas de las escuelas de nuestros hijos y para la consolidación de
nuestro patrimonio. Somos exigentes y autoexigentes en todo lo relativo a
la formación de nuestros hijos. Los hacemos participar en toda suerte de
actividades educativas extracurriculares. Antes de ingresar a la universidad
o durante su carrera procuramos que estudien durante medio año o un año
completo en el extranjero (preferentemente en Europa). Los que de entre
nosotros son hijos de españoles y pueden hacerlo –tanto por lo que
respecta a recursos como a tiempo– suelen pasar el verano en España.
Practicamos muy diversos deportes; uno de los más frecuentes es el
esquiar sobre la nieve.
Acudimos a misa los más de los domingos (a las iglesias y a las
horas acostumbradas por los de nuestra clase). Nos hacemos cargo de la
formación religiosa de nuestros hijos –oportunamente bautizados, por
82

supuesto– y conmovidos organizamos sus primeras comuniones. Cuando


se casan, lo hacen por lo civil y por la Iglesia, y lo hacen para siempre.
(Con resignación aceptamos que en algunos casos “vivan juntos” sin
casarse y que en otros se divorcien). Ya no es infamante tener un hijo
homosexual. Cuando se da el caso manifestamos nuestra apertura
reconociendo el hecho y respetando.
Tenemos sensibilidad ambiental y social, y actuamos en
consecuencia. Apoyamos a los menos favorecidos, de preferencia con un
talante más de inclusión social que asistencial. Los nuestros, nuestras
necesidades y nuestro estilo de vida son, sin embargo, lo primero. Por
fortuna suele haber tiempo y recursos para todo. Obtenemos una gran
satisfacción al contribuir a causas nobles y al comentarlo entre nosotros,
siempre con sencillez y modestia.
Interactuamos con los miembros de otros grupos que no son
exactamente lo que nosotros somos: los inmensamente ricos, los
aristócratas y los judíos, por ejemplo. Los tratamos como iguales y
esperamos de ellos lo mismo; empero, no lo son: no son más o menos que
nosotros, simplemente son diferentes. (Aunque muchos de ellos si nos ven
a nosotros como inferiores).
En los hechos valoramos sobre todas las cosas nuestra seguridad
personal y la de la continuidad de nuestro estilo de vida. Los seguros de
gastos médicos mayores con grandes coberturas son tenidos como una
necesidad de primer orden. En lo relativo a atención médica de los de
nuestra familia no escatimamos nada. Para lo más delicado es muy posible
que recurramos al extranjero.
Buscamos estar enterados en materia de literatura y arte. No siempre
hemos leído todos los libros que comentamos; en ocasiones sólo hemos
visto la película o la obra de teatro. Conocemos algunas ciudades europeas
y gustamos hablar de algunas de sus calles y de ciertos restaurantes poco
frecuentados pero muy buenos a los que hemos acudido. Hablamos pocas
lenguas, pero conocemos y hacemos uso de expresiones de muchas de
ellas.
Si somos sinceros, hemos de reconocer que las clases sociales son un
hecho. Pero no lo es que deba haber conflicto. Estamos convencidos del
valor más allá de toda medida de la dignidad de cada ser humano. También
de que una vida digna, humana, puede y debe estar al alcance de todos. A
todos tratamos con respeto. En la mayor parte de nuestras casas hay nanas
o trabajadoras domésticas que han estado con la familia toda la vida y que
son como si fueran miembros de ella. (Para muchos efectos, más no para
todos: no nos acompañan a nuestras actividades sociales, por ejemplo;
tampoco se sientan con nosotros a la mesa. En cambio, si nos hacemos
cargo de su atención médica cuando es requerida, aunque no en los grandes
hospitales de primer nivel).
83

Sobra decir que votamos cuando hay elecciones –concedemos gran


importancia a ello– y lo hacemos siempre por partidos conservadores o de
centro, nunca por “la izquierda”. Más allá de ello, nos esforzamos en ser
ciudadanos responsables. Quizá la responsabilidad en las diferentes esferas
de la vida sea una de nuestras características más marcadas: ciudadanos
responsables, esposos responsables, padres responsables, empresarios o
profesionistas responsables…
Cualquier cosa que amenace nuestro estilo de vida (la inseguridad o
las reivindicaciones sociales de “la izquierda” que implicarían afectaciones
a nuestros intereses, por ejemplo) son motivo de ansiedad y reacción. Si las
amenazas alcanzaran ciertos niveles, tomaríamos la decisión de emigrar
con nuestras familias al extranjero (si tuviéramos los recursos requeridos
para ello).
Somos burgueses y nos agrada serlo. No nos disculpamos por ello.
Entre nosotros practicamos la regla de oro: tratamos a los demás como
queremos ser tratados por ellos. (Reconocemos que no hay en ello ningún
mérito; vistas las cosas un tanto cínicamente, habría que decir que lo
hacemos por propia conveniencia. Eso es verdad, pero no es toda la verdad,
lo hacemos también porque disfrutamos hacerlo, porque entre nosotros se
da lo que los griegos nombraban filia: amistad, disfrutar de la compañía del
otro, de su conversación y del compartir gustos e intereses. Somos
generosos entre nosotros, aun solidarios. Confiamos unos en otros. Entre
nosotros, nuestra palabra vale.
Llegamos en ocasiones a experimentar un asomo de remordimiento
por no hacer más por los menos favorecidos. ¿Pero qué es lo que
realistamente hablando podríamos hacer que no hacemos? Nuestra
responsabilidad en esta materia encuentra su límite ante cualquier posible
afectación de nuestro modo de vida. Parece egoísmo; no lo es: se trata de
contribuir a resolver problemas, no a crear nuevos. De qué le serviría al
mundo un pobre más surgido de un bien intencionado pero
contraproducente esfuerzo de un burgués por atenuar la pobreza
empobreciéndose. La procuración de la justicia social es una empresa que
nos rebasa evidentemente. En cambio, practicamos celosamente la justicia
conmutativa y la distributiva. Pagamos los impuestos que nos corresponden
y creamos y mantenemos empleos bien remunerados. El Estado debe
acometer las tareas que sólo él puede realizar.
84

Hasta ahora, en el corazón


(no en la razón)
futuro abierto
sin límite

Ahora, abrazo la finitud


(en el corazón)
y todo es distinto
y sencillo

Y, sin embargo
en la razón y en el corazón
la convicción profunda:
antes equivocado y ahora también
85

Mira que estoy a la puerta y llamo; si


alguno oye mi voz y me abre la puerta,
entraré en su casa y cenaré con él y él
conmigo.

Ap 3, 20.

Yo te abriré la puerta, por supuesto que sí. Si cenar contigo es la razón de


ser de toda mi existencia. Sí que te abriré la puerta, cómo no. Nada más
espérame mientras me hago de la llave; sin ella no puedo abrir. Está bajo
una montaña de cosas inservibles –algunas de las cuales incluso se están
pudriendo–, todo basura, en fin. Lo que no sé es cómo retirar todo eso.
Necesitaría tener la puerta abierta para poder echarlo todo a la calle, pero
para abrir la puerta requiero de la llave y para llegar a la llave tengo que
haber retirado todo. Me siento atrapado y sin saber bien qué hacer.
Yo te voy a abrir; estoy absolutamente resuelto a ello. Sé que pasan
los días y que no me acabo a decidir a hacer algo concreto. Pero, eso sí, voy
a abrirte la puerta para que cenemos juntos, Tú conmigo y yo contigo; para
ello y no para otra cosa nací. Soy consciente de que conforme pasa el
tiempo la montaña crece, de manera que más difícil me será poder hacer
uso de la llave, pero confío en que habré de lograrlo. Esta parálisis tendrá
que terminar. Tú nada más espérame, por favor.
86

LA MÁS BELLA HISTORIA DE AMOR I

Cursi, sin duda, pero exacto. Déjame relatártela y compartirás mi parecer,


estoy cierto de ello.

Cuando muy muchacho, quizá niño aún, supe del caso por mi abuela, que
me llevó a conocer a los protagonistas. Recuerdo confusamente nombres –
¿Avelino?– y circunstancias (personas en un cuarto muy oscuro, por
ejemplo), pero de una manera tan desorganizada que sería muy arriesgado
intentar proporcionarte más información al respecto.

El hecho es que él había sufrido un accidente cerebral que lo dejó casi sin
posibilidad de movimiento y sin habla, salvo una única palabra.
Comunicaba todo lo que quería con ella variando infinitamente
entonaciones y modulaciones. Su esposa lo cuidó hasta que el murió, lo que
ocurrió varios años después del percance.

Esa única palabra que podía pronunciar era contigo.


87

MI VIDA CON ELLA VII

- ¿Compraste los limones que te pedí?


- No había…
… y además, estaban muy feos.
88

Yo soy yo
Yo soy
Yo
89

DURMIENDO CON EL ENEMIGO II

- Ya te dormiste de nuevo.
- Estoy viendo la película.
- Tienes los ojos cerrados.
- La estoy viendo con los ojos cerrados.
90

Listen, Hegel
If you think you understand Him
it is not He that you understand

Listen yourself:
Find out Who you are
then you will understand everything
you will also understand
there is nothing at all to understand

Who said that?


(Certainly not Hegel)
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MI VIDA CON ELLA VIII

Por la noche:

- Ya no quiero…
- Quedan poquitos. ¡Acábatelos!

A la mañana siguiente:

- Pasé mala noche. Dormí muy mal.


- Es que cenas demasiado.
92

LOS PRIMEROS VERSOS DE “THE LOVE SONG OF J. ALFRED PRUFROCK”


(1915), EL PRIMER POEMA DE T[HOMAS] S[TEARNS] ELIOT (1888-1965)

Let us go then, you and I,


When the evening is spread out against the sky
Like a patient etherized upon a table;
Let us go, through certain half-deserted streets,
The muttering retreats
Of restless nights in one-night cheap hotels
And sawdust restaurants with oyster-shells:
Streets that follow like a tedious argument
Of insidious intent
To lead you to an overwhelming question.
Oh, do not ask, “What is it?”
Let us go and make our visit.
[…]
93

De nuevo aquí
frente a los dos caminos
el tuyo y el mío

O te elijo a ti o me elijo a mí
no hay ya lugar para los dos
94

URGE
DONADOR

ME URGE DONADOR
PARA TRASPLANTE DE
CUERPO ENTERO

(ESTÁ BIEN: ACEPTARÍA MASCOTAS)


95

Cuando niño metí en un huacal los mejores de mis juguetes, los que más
apreciaba. (Recuerdo sólo unos bombarderos B-29 de plástico de unos diez
centímetros de largo, con pequeñas hélices blancas que podían girar). (Metí
también una botellita con agua; la idea era: mis juguetes, yo y
autosuficiencia). Clavé algunas delgadas tablas en la parte superior del
huacal y lo forré con papel grueso que fijé con una suerte de cinta adhesiva.
Finalmente, rodee todo, por lo largo y por lo ancho con un cordón que
anudé en el centro de la parte superior.
No sé cuál fue el destino de mi huacal con mis mejores juguetes, mis
juguetes esenciales. Jamás volví a verlos. (Tampoco llegué nunca a beber
el agua de la botellita).

Cuando joven supe sin lugar a dudas que Ludwig van Beethoven había sido
el mejor compositor de toda la historia. (“Toda la historia” era entonces la
historia de la música en Occidente entre los siglos XVII a XIX).
Con enorme esfuerzo y dedicación fui adquiriendo grabaciones
discográficas (LPs en acetato de 33 rpm) de las nueve sinfonías, los cinco
conciertos para piano, el concierto para violín, el triple concierto, las 32
sonatas para piano, algunas sonatas para violín y piano y los cuartetos para
cuerdas tardíos. En un glorioso cumpleaños logré que mi tía Lupe me
regalara la opera Fidelio. (Ahora sé el sacrificio que eso representó para ti,
tía. Te estoy para siempre agradecido. Entonces sólo pensaba en mí).
Llegué a disponer de unos 35 discos con grabaciones de obras de ése, para
mí en aquel tiempo, el más grande de todos los compositores.
Metí mis discos en una caja que sellé y no he abierto desde entonces.
Nunca escuché ninguno de esos discos; no estaba dispuesto a correr el
riesgo de que se dañaran. (De hecho cada uno de ellos conserva hasta hoy,
dentro de la caja, su envoltura exterior sobre la funda).
Con el tiempo he aprendido a apreciar más allá de cualquier medida
los productos de otros compositores, la mayoría del siglo XX. (Arnold
Schoenberg , Anton Webern, Alban Berg, György Ligeti, Olivier Messiaen,
Sofia Gubaidulina, Giacinto Scelsi, Henryk Górecky, Galina
Ustvolskaya…). Formalmente, empero, Beethoven permanece como el
esencial.

Ya adulto aparté uno de los estantes más altos en mi biblioteca para colocar
en él mis libros esenciales (teoría de conjuntos, fundamentos de las
matemáticas, algunas novelas…). No contento con ello, adquirí otro
ejemplar de cada uno de esos libros (en algunos casos mediante el recurso
del fotocopiado), y en mi casa de campo, en otro alto estante, coloqué esos
duplicados. Nunca he leído ninguno de esos libros; si lo hiciera, ya no lo
tendría disponible para leerlo por primera vez.
96

Ahora, adulto “mayor” ya sé de qué se trata todo: de vivir radicalmente el


ahora y así tener acceso a la eternidad en vida. Y sabiéndolo, ¿qué hago?
Meto ese saber en una caja y no la abro nunca. Claro, esa caja, es lo más
valioso que tengo; voy a poner mucho cuidado en que no le pase nada.
97

DURMIENDO CON EL ENEMIGO III

- ¡No la estás viendo!


- La estoy oyendo.
98

Tú lo sabes. Tú sabes todo lo que pienso y siento. Tú lo vives; lo vives a


través de mí, estoy convencido de ello.
Tú lo sabes: he regresado al umbral de la desesperación; he sentido la
tentación de acabar con mi existencia y así acabar con toda existencia,
hacer de todo nada.
Y es que el sufrimiento de tantos (humanos y animales), del pasado
del presente y del futuro, me es, literalmente, intolerable. Pienso en
concreto en atrocidades en las que no quiero detenerme aquí para no causar
a otros el daño que saber de ellas me ha causado a mí. No se trata de
sufrimientos extremos, se trata de sufrimientos más allá de cualquier
extremo pensable o decible. Se trata de sufrimientos infinitos. Se trata de
infiernos y de condenados. (La eternidad en un instante). Hablo de cientos
de millones de casos (considerando sólo los humanos), si es que no de
miles de millones, aunque uno solo sería igualmente intolerable. Hablo
también de los daños –que ya no puedo anular– que yo mismo he causado.
¿Cómo vivir con ello?
No importa qué suceda en el futuro. No importa que reparaciones se
hagan. Ocurra lo que ocurra, lo ya sucedido hace que la existencia, la
realidad, no tengan posibilidad de redención.
Sé que tus caminos son inescrutables, pero yo tengo las luces que
tengo –las luces que me diste, se diría antes– y es con ellas con las que
necesariamente entiendo las cosas y con las que vivo lo que vivo. No puede
ser de otra manera.
Me sé condenado también en otro sentido. No tengo precio; por esa
vía soy incorruptible. Pero no por la del temor, ante las amenazas de ciertas
torturas (físicas o psicológicas) haría lo que fuera necesario para evitarlas.
Te negaría a ti, por ejemplo. Y si eso es lo que haría –y bien sé que lo
haría– ¿qué necesidad hay de hacerlo para estar ya condenado? (Pero no:
no me tentarás por encima de mis fuerzas y si lo haces, pues eso: es encima
de mis fuerzas. ¿Lo creo? Sí, pero con dudas: ¿Hasta dónde llegan
realmente mis fuerzas?).
Pero también tengo la voluntad de creer. Y, hoy al menos, esa
voluntad es más fuerte que la corriente que me arrastra a la desesperación
(y a la convicción de la condenación). Mi voluntad de creer es ahora tan
fuerte que me lleva a creer en lo imposible; en la redención imposible.
Porque la única manera de redimir la existencia, de redimir la realidad, es
que lo que sucedió no haya sucedido. Que la realidad no sea la realidad.
¿Puedes Tú hacer eso?
Si he de vivir tengo que creer que sí. Tengo que creer en la redención
imposible. Y, sí, creo: creo en Cristo Jesús; creo que en Cristo Jesús
redimes lo irredimible, creo que en la resurrección –la de Él, la de todos y
la de todo– lo sucedido no es lo sucedido.
99

No creo que les haya enseñado realmente los agujeros a sus


discípulos; no lo creo porque no los hubo. La resurrección hace que la cruz
no haya sido. Por eso he escrito: “En el cielo no hay crucifijos, sólo
resucitados”.
Estoy absolutamente convencido: cuando cotidianamente decimos
“venga a nosotros tu reino”, esto mismo estamos diciendo; esto e
infinitamente más.
¿Qué es todo esto? ¿Fe a prueba de todo, fe que supera toda lógica…
o el mecanismo de defensa de la negación en su mayor expresión posible?
Mi última y definitiva palabra es la que ya antes dije: creo en Cristo
Jesús.
No me moveré de aquí. Es posible, sí, que te niegue y es posible,
también, que llegue a negarlo a Él, pero aun así en mis últimos momentos,
mi única palabra será esa: Jesús.
100

MI VIDA CON ELLA IX

Por la mañana, en el automóvil, ella conduciendo (porque “Tú ya no


puedes manejar”):

- ¿Qué buscas?
- Unas antenitas para los sabios.
- ¿Unas antenitas para los sabios?
- ¡Ya no oyes nada! ¡Ya no hables!
101

Para mí sólo había dos caminos, echar todos los


cerrojos de todas las puertas y enterrarme en vida
sin más horizonte, sin otro propósito que mi propio
encierro, o aprender a vivir de otra manera.

Inés Ruíz Maldonado


en Inés y la alegría (2010)
de Almudena Grandes

Tú, Inés, elegiste lo segundo


yo, lo primero

Pero hay que hacer algunas precisiones:


tú tenías veinte años
yo, más del triple
y en mi caso
no es exacto aquello de que
sin otro propósito que mi propio encierro
mi encierro no es un propósito
mi encierro es un imperativo neurótico
contra el que no hay lucha posible
y quizás también
el medio para mi gran propósito

(Por lo demás, nunca exististe)


102

MI VIDA CON ELLA X

¡Estás como estás!


103

LA MÁS BELLA HISTORIA DE AMOR II

No puede haber dos historias de amor, cada una la más bella de todas,
dirás.

Podría argumentarte, con recurso a ciertas estructuras matemáticas, que sí


es posible; pero, ¿qué caso tendría ello? Si escuchas o lees una de las dos
historias, esa es inequívocamente la más bella de todas. Pero si lees o
escuchas la otra, entonces esa otra lo es. Confírmalo ahora.

Eran los últimos días de septiembre de 1985. El matrimonio había quedado


sepultado entre los escombros que eran los vestigios de lo que había sido el
edificio en el que vivían aquella terrible mañana del día 19. Estaban vivos
pero llevaban cuatro o cinco días sin comer ni beber nada.

Los rescatistas lograron abrir un pequeño orificio justo encima de donde se


encontraban atrapados A través de ese orificio la vieron a ella a unos
cuantos centímetros y a él como medio metro debajo de ella. Cada uno
podía mover un brazo. Lo primero que hicieron los rescatistas fue pasarle a
ella a través del orificio un algodón empapado en agua. Con mucha
dificultad ella se esforzó en sujetarlo; cuando lo logró no se lo llevó a la
boca; lo puso en la mano de su marido.
104

URGE
DONADOR

ME URGE DONADOR
PARA TRASPLANTE DE
CUERPO ENTERO

(CONSIDERARÍA VEGETALES DE BUEN VER)


105

MI VIDA CON ELLA XI

¿Por qué eres tan feo?


106

MI VIDA CON ELLA XII

- ¿Quieres que te asista en relación con tu maniobra?


- ¡No! ¡Silencio absoluto! ¡Duérmete!

Cronch

- ¿Por qué no me avisaste que le iba a pegar a ese de atrás? Tú lo


podías ver mejor que yo.
107

¿Habiendo llegado hasta aquí, insensato lector, piensas que me vida con
ella ha sido terrible? Si tal es el caso, te has equivocado una vez más. Mi
vida con ella ha sido maravillosa. A ella no la cambiaría por ninguna. Ni
por una con juventud, ni por una de gran belleza, ni por una con mucho
dinero. Vaya, ni por una con juventud, belleza y dinero todo junto, lo que
ya es mucho decir. Por lo demás, mil veces insensato, para mí ella es con
mucho la más hermosa de todas. Y, sobre todo lo demás, ella es a la que
amo. Y, ¿sabes qué?, ¡ella me ama a mí!
108

Pues sí, heme aquí: recluido. ¿Dónde? No importa. Puede ser que en un
asilo para personas mayores, en una prisión, en un hospital o en una
institución para enfermos mentales. No importa. No importa, porque para
lo que aquí interesa todas esas condiciones de reclusión vienen a ser
funcionalmente equivalentes. Lo único que importa es el hecho de que me
encuentro recluido. Aunque, pensándolo bien, ¿a quién le interesa? A decir
verdad, hay algo más que también importa: pienso que mi vida no durará
mucho ya. No creo que sea cosa de semanas, ni siquiera de meses (aunque
uno nunca sabe), pero sí de un número reducido de años. Dos o tres, tal
vez. ¿Por qué habría de durar tan poco? Porque si no me mata otra cosa
antes, moriré de manera casi inexorable en ese lapso de tiempo a causa de
un proceso irreversible que se ha iniciado ya en mi cuerpo y que avanza día
con día, silenciosamente por ahora. Mi mal se adelantó a lo que me hubiera
convenido por sólo dos años: si los cambios en mis células hubieran
comenzado a ocurrir dos años después de lo que lo hicieron, los nuevos
procedimientos nano-bío-tecnológicos, tan comunes ahora, hubieran
podido detener, primero, y desandar, después, el proceso. Cuando eso
hubiera sido posible no se encontraban aún disponibles. Es así que
lentamente voy muriendo ahora, cuando la vida de casi todos se prolonga
indefinidamente. Esto me producía antes mucha amargura y una especie de
resentimiento general en contra de todos. Después vino una triste
resignación con un fuerte componente de auto-conmiseración. Ahora se
trata ya de tan sólo un hecho, un dato.
He hablado de las dos únicas cosas que importan, pero al hacerlo he
pensado en ti: en lo que a ti te pudiera interesar en un primer momento
sobre mí. La realidad es que esas dos cosas son lo que no importa. ¿Qué es
los que importa? ¿Lo único que importa? Como cristiano que soy (en esta
época de post-cristiandad) creo que mi respuesta es obligada. La formulo a
partir de dos elementos que originalmente se presentaron separados: creer
en Cristo Jesús y, en consecuencia con esa fe, buscar el reinado –el
Reino– de Dios y su justicia. (¿Cuál es esa justicia? El otro antes que yo.
¿Qué otro? Todos los otros, cualquier otro, el más necesitado de los otros).
Heme, pues, aquí recluido. Recluido, pero con acceso a todo lo
publicado en cualquier medio en toda la historia de la humanidad vía la red
universal de información y comunicaciones (en la que se fundieron las
televisiones, las computadoras, las telecomunicaciones, los teléfonos,
etcétera, de antaño) y que con la cual, con la mediación de mi interfase
general omni-intencional, se me posibilita también la traducción
instantánea de un texto en cualquier idioma a cualquier otro. Es así que
información no me falta. ¿Para qué? Para escribir para ti algo que habré de
nombrar Terminal. ¿Para ti, realmente, o para mí? Quisiera poder decir sin
109

mentir que para ti; sé, sin embargo, que es para mí. Pero también sé con
certidumbre que para que sea para mí tiene que ser también para ti. Eso es:
en este caso, ser para mí y ser para ti es lo mismo.
Recluido y con poco contacto cara a cara con otras personas. (Esos
relativamente raros contactos –tres o cuatro, más breves que largos, al
día– pueden ser lo más añorado o lo más temido. Depende de quién se
trate y de mi estado anímico). Comprenderás que las posibilidades que se
me presentan para el ejercicio de mi sexualidad –siempre peculiar– son
prácticamente nulas (y, además, decrecientes). Pero, ¿a qué propósito
molestarte con este tipo de asuntos?
¿Escribir esto ahora y, más adelante, Terminal es buscar el reinado
de Dios y su justicia? Ésta es ahora para mí la cuestión existencial
fundamental. El asunto es paradójico ya que la justificación que me doy a
mí mismo para escribirlo es precisamente que es mi manera de buscar el
reinado de Dios. Pero, ¿y si me equivoco? (Como me preguntarían los
jesuitas, la moción a favor de hacerlo, ¿proviene del buen espíritu o del
malo?). Es cuestión de aplicar las reglas del discernimiento, y vaya que las
aplico. La dificultad está en que un día su aplicación me lleva a pensar que
proviene del buen espíritu y otro, que del malo. Y no tengo con quién
consultar el asunto.
Quiero pensar que proviene del buen espíritu. Ciertamente responde
a una especie de necesidad vivida –¿necesidad o apego?– muy intensa.
Tengo que hacerlo para ser yo. (Pero, ¿no se trataría de dejar de serlo?).
Terminal es un texto que en un sentido terminará y que en otro no.
Terminará porque cuando muera o quede incapacitado para escribir (por la
razón que sea) habré escrito una letra que será la última. No terminará
porque sólo dejaré de escribir cuando ocurra una de esas dos cosas; será –
lo puedo decir desde ahora– un relato (¿un relato?) sin sentido de final.
¿Relato de qué? Ya lo insinué: de mi búsqueda del Reinado de Dios
y de su justicia. “Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja
que el que un rico entre al reino de los cielos”, está escrito. Me pregunto:
¿“Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja –whatever that
means– a que un burgués como yo –porque un burgués recluido sigue
siendo un burgués y quizá la reclusión acentúa en él esa condición–
encuentre el reinado de Dios?” Añado esto a mi cuestionamiento anterior
sobre la escritura de esto y me vuelvo presa de la desesperanza.
¿Crees que esto no es en serio? Te equivocas. Es posible que digas
“yo lo conocí y nada de lo que relató era verdad”. Te equivocarás si lo
haces. Todo es verdad. Yo sé que no parece posible, pero sí lo es. Te lo
repito: todo, absolutamente todo, es verdad.
110

REMORDIMIENTOS FINALES

Todo este libro es cuestionable literariamente, si no es que de plano es


reprobable. Pero ese cuestionamiento no me preocupa: son otros dos los
que me inquietan: el de la conveniencia espiritual de haber escrito, hacer
imprimir y difundir todo esto; y el de su validez ética. Sí, porque, ¿qué es
esto? Emisor: burgués; receptor (si acaso): burgués; mensaje: burgués. ¿Y
mientras? ¿Qué con todas las injusticias, todos los sufrimientos, todas las
víctimas…?

¿Qué con los otros?


111

NOTAS EN RELACIÓN CON “YO, LINDBERGH”

1. El mundo no lo supo ni lo sabrá, pero lo que yo llevé a cabo ese sábado por la
mañana fue (al menos en mi subjetividad y en la de mi papá) comparable con lo
realizado por Charles Lindbergh en mayo de 1927 en el Spirit of St. Louis.

2. Lo de los ensayos previos consistentes en caminar solo hasta la esquina de Presidente


Carranza y Carrillo Puerto, para inmediatamente regresar a la casa, fueron pensados
por mi papá que tenía la costumbre de actuar así. Recuerdo bien la víspera del gran
viaje que en el verano de 1949 –o tal vez en el de 1950– realizó toda mi familia de
la ciudad de México a la de Chicago (donde vivía la familia de mi mamá) en el
Plymouth verdoso (o azuloso) que había adquirido recientemente mi papá. (Seis días
de ida y otros seis de regreso). La tarde de ese día fuimos todos en el Plymouth a
explorar la ruta de salida de la ciudad, llegando hasta el canal del desagüe. (En ese
tiempo vivíamos en el piso superior de un dúplex en el número 456 la calle de
Nicolás San Juan). También recuerdo como hacia 1960, la víspera del día en que
emprenderíamos otro viaje en automóvil, ahora a San Antonio, Texas, donde mi
papá impartiría un curso por cuenta de la Universidad Nacional Autónoma de
México, también hicimos un recorrido exploratorio de la ruta de salida desde la casa
en Coyoacán hasta la colonia Florida. Esta práctica no ha sido exclusiva de mi
familia; ha sido objeto de imitación por parte de otros. Recuérdese como antes de la
misión espacial Apolo 11, cuando el hombre llegó por primera vez a la luna, hubo
otras misiones en las que se dieron todos los pasos excepto el descenso en la luna.
Fue motivo de gran satisfacción para mí descubrir que nada menos que la Agencia
Nacional Aero-Espacial de los Estados Unidos de América hubiera adoptado este
tipo de procedimientos de aproximaciones sucesivas que fueron inventados en mi
familia. Fue también motivo de asombro y admiración constatar lo penetrante de los
servicios de inteligencia de ese país, los cuales supieron identificar en las prácticas
de una modesta familia mexicana –¿cómo supieron de nosotros?– algo que pudiera
ser valioso –crucial, incluso– para el desarrollo de su programa espacial. Fue,
finalmente, frustrante e indignante que no se nos haya dado el reconocimiento y el
crédito que con justicia merecíamos. Such is life in the tropics.

3. La pérdida del boleto del viaje en camión de aquel sábado es sólo una en una larga
secuencia de pérdidas de objetos que en su momento eran los más significativos de
todas mis posesiones, secuencia que ni se inició ni terminó esa mañana. Antes había
perdido, no sé ni cómo ni cuando, las extensas listas que había elaborado de
nombres científicos de insectos y de las placas de circulación de automóviles.
(Siendo estas últimas, ahora lo sé, un índice que apuntaba a lo eterno, a lo
intemporal, a lo divino). Posteriormente (hacia finales de 1962 o principios de 1963)
perdí (en una caminata que realizaba en las cercanías del antiguo convento de
Churubusco) una especie de cartera en la que guardaba fotografías de una prima mía
que vivía en Chicago de la que estaba enamorado (y que estaba entonces enamorada
de mí, y que falleció en abril de 2005). Muy al principio de la década de los años
setenta perdí –me fue robado de la guantera de mi automóvil, casi seguramente por
el portero del edificio en el que en ese tiempo vivía– mi anillo de graduación
profesional. (Era un anillo de oro labrado con una piedra semi-preciosa transparente
bajo la cual se veía el escudo de mi Universidad, el nombre de mi carrera (Ingeniería
Química) y “Generación 1963-1967”. En el último año de mis estudios
profesionales (1967) yo había sido comisionado por los 14 compañeros de mi
112

generación para todo lo relativo al diseño y producción de esos anillos, así como
para la obtención de fondos para pagarlos. Bajo mi liderazgo, se hicieron gestiones
(que acabaron resultando estériles) ante el licenciado Raúl Salinas Lozano para que
fuera nuestro “padrino de anillos”. Salinas Lozano –padre de quien décadas después
sería el presidente Carlos Salinas de Gortari– era entonces Secretario de Industria y
Comercio y nos recibió personalmente en su despacho en la Secretaría (que se
localizaba, me parece recordar, en la avenida Cuauhtemoc). También se
emprendieron ante nuestra querida maestra Araceli Sánchez, cuyo marido indignado
nos echó de su casa una noche por habernos atrevido a ir ahí a tratar el asunto en un
momento en el que se encontraba ella enferma de gravedad. No logramos tener un
“padrino de anillos” y fueron los padres de cada uno de nosotros los que cargaron
con ese gasto (entre muchos otros). Otra de estas pérdidas: en algún momento de la
década de los años setenta desapareció de un cajón de mi recamara otro anillo, uno
de plata (¿oro blanco?, ¿platino?), delgado, con doce diminutos brillantes en la parte
superior. Ese anillo había pertenecido a la madre (difunta) de la novia que tuve a lo
largo del año 1967 –prometida, de hecho, ya que se suponía que nos casaríamos en
1968– y que me había dado en una ocasión en la que acordamos regalarnos
recíprocamente lo más valioso de lo que nuestro fuera. Ella me dio ese anillo; yo no
diré que le di a ella porque no quisiera que quien me lo dio a mí (que también me
quiso dar algo de lo más valioso para sí de lo que tenía) se enterara de lo que pasó
con lo que me dio. Cuando abruptamente nuestra relación se terminó (30 de
noviembre de 1967), acordamos conservar lo que nos habíamos dado. Como he
dicho, en cada ocasión la pérdida sufrida fue la del objeto en ese momento más
significativo para mí. A las pérdidas que he mencionado habría que añadir la de
unos setenta u ochenta textos (poemas, cuentos, ensayos, etcétera) que escribí a lo
largo del período 1962-1967. Algunos de ellos se han conservado (por ejemplo, un
libro entero intitulado Piso diecinueve –el título hace alusión mi edad cuando lo
escribí en las vacaciones de invierno 1963-1964–, que existe hoy porque se lo
dediqué a mi papá el cual hizo que se empastara un ejemplar y, como muestra de
agradecimiento, me llevó una tarde al centro de la ciudad para comprarme los discos
de música clásica que yo quisiera). Pero casi todos esos escritos se perdieron para
siempre sin que pueda yo ahora decir, al igual que en otros casos, ni cómo ni
cuándo. Hoy, cuando han transcurrido entre cuatro y cinco décadas desde esas
pérdidas experimento mucha tristeza al recordar las fotografías de mi prima, mi
anillo de gradación y el anillo que fue de la mamá de la que fue mi novia. (Algo
menos en relación con mis propios textos, que serían hoy para mí seguramente sólo
motivos de justificada vergüenza. El boleto de camión me tiene, la verdad, sin
cuidado.)

4. Como he dicho, mi abuelo paterno (Luis G. –de Gonzaga– Vergara Rivas,


originario de Durango, Durango) murió en 1944. Mi abuelita –“Ita” para mí y para
todos mis primos, debido a que yo, el mayor de todos los de mi generación, así la
nombraba– entró en una depresión profundísima. Fue operada de las consecuencias
de una grave gastritis y le fue quitada “la mitad del estómago”, como escuchamos en
nuestra infancia hasta la saciedad. Durante los primeros meses de 1945 perdió todo
interés en vivir y, según fui años después informado, parecía que en efecto moriría
de tristeza. Sin embargo, el anuncio de que yo –que sería, como he dicho, su primer
nieto– venía en camino le devolvió el amor a la vida. Mi tía Lupe (Guadalupe
Vergara Garza) siempre me reconoció haber sido quien, desde antes de nacer, había
salvado la vida de su madre. A veces pienso que esa fue mi última buena acción.
113

5. Mi abuelita, originaria de Múzquiz, Coahuila, (en honor de Melchor Múzquiz, del


cual, penosamente, sólo sé que fue un personaje de la Guerra de Independencia que
operó en lo que ahora es el estado de Michoacán, concretamente en Zacapu, y en
1932 Presidente de la República), fue maestra en su juventud y bailó con Venustiano
Carranza, que era, a decir de ella, un primo ni muy cercano ni muy lejano. Su
hermano, el licenciado Manuel Garza Aldape. fue ministro del despreciado
Victoriano Huerta (desempeñándose en varias carteras). Después de su matrimonio,
mis abuelos vivieron en Torreón, Coahuila –o posiblemente en la conurbada villa
de Gómez Palacio, Durango–, plaza en la que mi abuelo era gerente del Banco
Nacional de México. En 1913 vino la familia de mi papá –entonces constituida por
mi abuelo, mi abuela, mi tío Luis (en honor del cual yo tengo ese nombre y mi tía
Lupe) a la ciudad de México para atender un asunto de negocios. Durante esa
instancia en la ciudad, los revolucionarios tomaron Torreón (en general) y la
sucursal del Banco Nacional de México (en particular), por lo que no hubo razón
por la que la familia regresara a Torreón. Por ese motivo mi papá (Manuel Vergara
Garza) nació en la ciudad de México. Por ese mismo motivo, mis padres pudieron
conocerse y yo venir al mundo.

6. Tendría quizá unos cinco años de edad cuando supe por primera vez de los peligros
que ofrecía el mundo exterior a nuestra casa. Ocurrió ello una tarde en la que iba a ir
con mi papá a alguna parte. Cuando nos encontrábamos a punto de salir, yo me
adelanté, salí de nuestra porción del dúplex de la calle de Nicolás San Juan, baje las
escaleras (que eran de un verde oscuro, lo recuerdo bien) que conducían a la puerta
que daba a la calle, llegué a ella y la abrí. Ahí estaba contemplando los automóviles
que transitaban frente a mí cuando unos diez segundos después de haber abierto la
puerta me alcanzó, horrorizado, mi papá. Me explicó que nunca en el futuro debía
abrir esa puerta si no me encontraba junto a él o a mi mamá. Me habló de unos
criminales (nombrados “robachicos”) que se encontraban siempre al acecho de niños
como yo para robárselos a la primera oportunidad que para ello se presentara. Me
habló también del caso del “niño Bohigas”, uno que algún tiempo atrás había sido
secuestrado, siendo el caso muy comentado en la prensa. Todo esto lo volví a
escuchar varias veces esa tarde y en los días subsecuentes. Mi mamá también fue
enterada de lo que había hecho y del grave peligro en el que me había colocado.

7. El “niño Bohigas”, Fernando Bohigas Lomelí, fue secuestrado –¡en la puerta de su


casa!, en la calle de Liverpool, en la colonia Juárez– por una mujer que no podía
tener hijos. Fue localizado por la policía unos seis meses después y devuelto a sus
padres. En el momento del secuestro tenía dos años y medio de edad. Sobre el caso
se filmó una película en 1948, Ya tengo a mi hijo, dirigida por Ismael Rodríguez,
con las actuaciones de Blanca de Castrejón e Isabela Corona, y con el auténtico
“niño Bohigas” interpretándose a sí mismo.

8. Hasta ahora, nunca me había preguntado quién fue Nicolás San Juan (ni siquiera
identificaba el nombre con una persona). Como diría un querido amigo (Eduardo
Garza Cuellar), Nicolás San Juan, antes de ser calle, fue un personaje de carne y
hueso. Mi investigación sobre el “niño Bohigas”, asociada a mi imagen de mí
mismo bajo el dintel de la puerta del dúplex de Nicolás San Juan, me ha conducido a
indagar quién fue ese personaje histórico cuyo nombre llevó la calle en la que viví
de muy chico. (Nos mudamos de Nicolás San Juan a Coyoacán el día 1 de diciembre
114

de 1951). Nicolás San Juan (1847-1919) fue un médico brillante originario de


Toluca.

9. Una vez avecindados en Coyoacán, mi papá se autoproclamo “el rey de Coyoacán” y


mandó hacer unos tarros que esa leyenda tenían. En la lápida de su tumba, después
de su nombre, puede leerse la misma inscripción.

10. Cuando nos mudamos a Coyoacán, las todas las calles cercanas a nuestra casa eran
de tierra (incluida Presidente Carranza) y la de San Francisco, en la que vivíamos,
permaneció así por muchos años. El nombre completo de la calle es “San Francisco
Figuraco”; hace algunos años el maestro Luis Everaert, Cronista de Coyoacán, en
una de las últimas reuniones sociales a las que asistí –ya no voy a ninguna– me
hizo notar que la palabra “Figuraco” se encuentra conformada por una parte
española y una parte náhuatl.

11. En el improbabilísimo caso de que alguna vez este texto se traduzca a otro idioma,
habrá que acompañar la traducción de una explicación de la referencia a los
yucatecos y el vocativo “lindo”. Así mismo, habrá que decir que todo lo narrado
acontece en la ciudad de México. (Una vez escrito lo anterior, caigo en la cuenta de
que bien me lo hubiera podido ahorrar: “Yo, Lindbergh” no es un relato que pueda
traducirse a otra lengua sin al hacerlo eliminar la poca vida que pueda tener. En
efecto, cómo traducir todo lo relativo a “exijalo” y “conservelo” a otro idioma que
no haga uso de acentos ortográficos como lo hace el español. O bien el lector conoce
el español –en cuyo caso, ¿para qué la traducción?–, o no lo conoce, en cuyo caso
no entenderá nada más que de una manera formal, abstracta, muerta).

lva
Julio, 2012.
115

NOTAS EN RELACIÓN CON “LA PRESIDENCIA DE JOHN F. KENNEDY (1961-1963)”

Es posible que el mejor modo de comprender por qué fue asesinado Kennedy en Dallas
el 22 de noviembre de 1963 sea a través del ver el conjunto de las cuatro películas
mencionadas en el texto: The Manchurian Candidate (con Frank Sinatra en un papel
estelar), Seven Days in May, Fail-Safe y Dr. Strangelove. John Frankenheimer, el
director de las dos primeras, fue un amigo personal de los Kennedy. (La noche del 6 de
junio de 1968 en la que Robert Kennedy fue asesinado en el hotel Ambassador de Los
Angeles, Frankenheimer y su esposa Evans esperaban a Robert Kennedy en el
automóvil Rolls Royce de su propiedad afuera del hotel para llevarlo a una fiesta que
iba a tener lugar en su honor en la discoteca Factory, de la cual Pierre Salinger era
codueño, junto con Peter Lawford, Sammy Davis Jr, y Paul Newman. El propio
Frankenheimer había llevado en la tarde de ese día a Kennedy al hotel).
La más importante de las cuatro películas (en relación con el asesinato del
presidente Kennedy) es sin duda Seven Days in May. Está basada en la novela del
mismo nombre de Fletcher Knebel y Charles W. Bailey, publicada en 1962. Versa sobre
un intento de golpe de estado en los Estados Unidos, emprendido por un grupo de
militares disgustados por lo que perciben como la debilidad del presidente frente a la
amenaza comunista. El día en el que fue asesinado John F. Kennedy, la empresa
distribuidora de la película, Paramount Pictures, tenía programado un anuncio de la
película con uno de los parlamentos de de uno de los militares golpistas: Impeach him,
hell. There are better ways of getting rid of him. (“¿Juicio politico? ¡Para nada! Hay
mejores maneras de deshacernos de él”). En el último momento, la empresa decidió
cancelar el anuncio por considerarlo demasiado provocativo; de no haberlo hecho, el
anuncio hubiera sido visto por la noche del mismo día del asesinato.
En adición a los asesinatos de individuos vinculados de alguna manera al
asesinato del presidente Kennedy registrados en el texto, fueron asesinadas o perecieron
en extrañas circunstancias muchas otras personas vinculadas. Podría decirse que de
hecho fue el caso de la gran mayoría de ellas.

Las informaciones proporcionadas en esta nota sobre John Frankenheimer y sobre las cuatro películas
mencionadas están tomadas del libro de David Talbot, Brothers. The Hidden History of the Kennedy
Years, Free Press, Nueva York / Londres / Toronto / Sydney, 2008. Lo relativo a la noche del asesinato de
Robert Kennedy proviene de la página 368; las cuatro películas son objeto de consideración en las
páginas 145 a 151. En el mismo libro (pp. 143-145) se habla de una quinta película que nunca se hizo:
The Enemy Within. Ese era el título de las memorias de Robert Kennedy en relación con su lucha en
contra del crimen organizado, publicadas en 1960. A mediados de 1962 se encontraba concluido el guión
para la película –se pensaba en Paul Neweman para interpretar a Robert Kennedy– pero la oposición del
crimen organizado a la filmación de la película resultó decisiva.
116

NOTA EN RELACIÓN CON UN EPÍGRAFE COLOCADO AL INICIO DE “CANTATA”

Una traducción al español del epígrafe escrito con caracteres chinos es la siguiente: “En
alguna ocasión yo, Zhuangzi, soñé que era una mariposa que revoloteaba por aquí y por
allá, una verdadera mariposa. Era sólo consciente de mi felicidad como mariposa y
desconocía que fuera Zhuangzi. De pronto desperté y ahí me encontraba, el verdadero
Zhuangzi. Ahora no sé si era un hombre soñando ser una mariposa o si soy ahora una
mariposa soñando ser un hombre.” Atribuído al pensador taoísta Zhuangzi (莊子,
Zhuang Tze, Zhuang Zhou, Chuang Tsu, Chuang Tzu, Chouang-Dsi, Chuang Tse o
Chuangtze; ca. 369 – ca. 286 a. C).
117

NOTAS EN RELACIÓN CON AMAZING GRACE

Este es el texto completo del poema/himno

Amazing grace! How sweet the sound


that saved a wretch like me
I once was lost, but now am found
was blind, but now I see

'Twas grace that taught my heart to fear


and grace my fears relieved
how precious did that grace appear
the hour I first believed

Through many dangers, toils, and snares


I have already come
'tis grace hath brought me safe thus far
and grace will lead me home

The Lord has promised good to me


his word my hope secures
he will my shield and portion be
as long as life endures

Yea, when this flesh and heart shall fail


and mortal life shall cease
I shall possess, within the veil
a life of joy and peace

La letra de Amazing Grace fue escrita por el inglés John Newton (1725-1807) y se
publicó en 1779. La melodía (folklórica norteamericana) con la que usualmente se canta
–que algunos nombran “New Britain”– es anónima y data con toda probabilidad del
siglo XIX. Amazing Grace se ha convertido en el spiritual afroamericano más conocido;
su ya para entonces enorme popularidad se incrementó notablemente a partir de la
década de los años sesenta del siglo XX.
A las cinco estrofas arriba registradas suele añadirse una sexta, cuyo autor es
incierto. He aquí dos variantes de esta sexta estrofa:

The earth shall soon dissolve like snow


the sun forbear to shine
But God who call’d me here below
Will be forever mine

When we've been here ten thousand years


bright shining as the sun
118

We've no less days to sing God's praise


than when we've first begun

John Newton fue un marinero de pésimo comportamiento, primero en barcos


mercantes (1736-1744) y después en la Royal Navy (donde prestó servicio en el H. M.
S. Harwich). Por su propia voluntad –después de haber desertado, capturado, castigado
y degradado– fue transferido a un barco empleado en la trata de esclavos, que lo llevó a
Sierra Leone. En ese sitio entró al servicio de un tratante de esclavos que virtualmente
lo esclavizó a él. Fue rescatado por un capitán que había conocido a su padre (quien
había sido capitán del barco mercante en el que a los once años John se había iniciado
como marinero). Continuó dedicado a la trata de esclavos y con el tiempo llegó a ser
capitán de su propio barco.
El 10 de mayo de 1748, en medio de una tremenda tormenta, se encontraba a
bordo del navío “Greyhound” en la región del Atlántico Norte. El naufragio parecía
inminente. Newton, que carecía de cualquier convicción o práctica religiosa, imploró de
pronto el auxilio divino y el Greyhound no naufragó. Al reflexionar después sobre el
incidente, Newton quedó convencido de que Dios había actuado en él a través de la
tormenta y que había sido bendecido con su gracia. No obstante ello, se mantuvo aún
por algún tiempo en la trata de esclavos, aunque brindando un trato humanitario a
aquellos que llegaban a estar a su cuidado. Contrajo matrimonio en 1750 con Mary
“Polly” Catlett y en 1755, después de padecer una enfermedad, abandonó para siempre
la navegación.
Newton aprendió de manera autodidacta latín, griego, teología y tal vez algo de
hebreo. En 1758 quiso ser ordenado ministro protestante, pero fue rechazado por el
obispo de York. En 1764 logró realizar su anhelo cuando fue ordenado por el obispo de
Lincoln. Le fue dado el curato de Olney (Bukinghamshire) y fue allí donde escribió (en
1772) Amazing Grace e innumerables otros himnos. A partir de los años ochenta,
Newton se convirtió en un activo promotor de la abolición de la esclavitud. En su
momento apoyó los esfuerzos de William Wilberforce, el miembro del Parlamento que
encabezó la campaña para abolir la trata de esclavos en el Imperio Británico, esfuerzos
que alcanzaron éxito en 1807.La letra de Amazing Grace es la expresión de la
experiencia de gracia y conversión de John Newton.
119

ÍNDICE

1. A ese niño... 5
2. Comenzó a llover… 6
3. Nací sin piernas… 7
4. Yo, Lindbergh 8
5. El fin del imperio 13
6. Llegó a nosotros un gran maestro… 14
7. Yo lo conocí… 15
8. Mi vida con ella I 16
9. Es febrero de 1945… 17
10. La tremenda tristeza… 18
11. Estoy preparado para todo… 19
12. ¿Hay alguna diferencia…? 20
13. Mi vida con ella II 21
14. Te has equivocado, insensato lector… 22
15. ¿Cómo hablarte…? 23
16. Era el cacique de la comarca… 24
17. Te has acostumbrado tanto a mí… 26
18. ¿Soy uno con aspectos diversos…? 27
19. Era doctor en física… 28
20. Una historia del estilo de cientos… 29
21. El tiempo me está matando… 31
22. Pero, ¿es posible…? 32
23. Toma un litro… 33
24. Mis aguacates 34
25. Durmiendo con el enemigo I 35
26. A veces mis discusiones... 36
27. Mi vida con ella III 37
28. …la fría, silenciosa, indiferente…. 38
29. Si como yo… 39
30. De la carta de Epicuro a Meneceo 40
31. No se culpe a nadie de mi muerte… 41
32. Mi vida con ella IV 42
33. La flor que yo soy 43
34. Todo el mundo me pregunta… 44
35. El anhelo del fin del mundo 45
36. Supón (como en efecto supones)… 46
37. La presidencia de John F. Kennedy (1960 -1963) 47
38. Microantología palindrómica 52
39. No se trata… 53
40. ¿Éso quieres? 54
41. Cantata 55
42. He escrito millares de libros… 60
43. Mi vida con ella V 61
44. ¡Ten cuidado, lector! 62
45. No hay más allá… 63
46. Remember the Gita… 64
47. X2 + Y2 = 25… 65
120

48. Urge donador I 66


49. Amazing Grace 67
50. Lo malo no es tanto que las hayas matado… 68
51. El intento de mi secuestro 79
52. Al fin, Dios mío… 74
53. … but, remember also… 75
54. La voluntad de Dios… 76
55. Mi vida con ella VI 77
56. Big Sister is Watching 78
57. ¡Sígueme!... 79
58. Como todos los días… 80
59. Somos burgueses… 81
60. Hasta ahora… 84
61. Yo te abriré la puerta… 85
62. La más bella historia de amor I 86
63. Mi vida con ella VII 87
64. Yo soy yo 88
65. Durmiendo con el enemigo II 89
66. Listen, Hegel… 90
67. Mi vida con ella VIII 91
68. Los primeros versos de… 92
69. De nuevo aquí… 93
70. Urge donador II 94
71. Cuando niño… 95
72. Durmiendo con el enemigo III 97
73. Tú lo sabes… 98
74. Mi vida con ella IX 100
75. Los dos caminos en versión secular 101
76. Mi vida con ella X 102
77. La más bella historia de amor II 103
78. Urge donador III 104
79. Mi vida con ella XI 105
80. Mi vida con ella XII 106
81. ¿Habiendo llegado hasta aquí…? 107
82. Pues sí, heme aquí recluido… 108
83. Remordimientos finales 110
Notas en relación con “Yo, Lindbergh” 111
Notas en relación con “La presidencia de John F. Kennedy (1960 -1963)” 115
Nota en relación con un epígrafe colocado al inicio de “Cantata” 116
Notas en relación con Amazing Grace 117
Índice 119
121

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