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Luis Vergara
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Para ella
Este libro, en efecto, no existe; no posible que exista. En primer lugar, porque sería uno
más de la serie FRAGMENTOS, pero se dijo que esa serie estaría conformada por siete
entregas y las siete han tenido ya lugar. (La verdad es que FRAGMENTOS II no debía
de haber formado parte de la serie, sino haber sido el primero de los libros “amarillos”,
como lo son MINIMAL / PALINDROMIAL / PRETERMINAL y LUZ AZUL / 19610, y
entonces ya no habría habido dificultad para que este libro existiera. Pero no fue así
como sucedieron los hechos). En segundo lugar, porque de lo escrito al término de
FRAGMENTOS VII es posible inferir que yo ya había muerto cuando fue publicado (y
los muertos nada escriben). La tercera razón –la de mayor contundencia– es que no es
posible que yo escribiera y publicara textos en los que mostrara al mundo –la verdad es
que resulta un poco jactanciosa esta expresión– detalles íntimos de mi vida con ella…
y este libro los exhibe, por lo que en definitiva no es posible que exista.
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A ese niño
Todos lo despreciaban
todos lo rechazaban
todos lo lastimaban:
su madre era judía
Con su pañuelo
(que olía a lavanda)
secó sus lágrimas
lo trató con dulzura
no lo dejó hasta que se calmó del todo
Por fin me resolví a hacerlo: salí a la calle y permanecí bajo la muy intensa
lluvia por más de un cuarto de hora.
Titiritaba de frío, pero estaba cierto de que valía la pena. No más camisas
con el término de las mangas a medio camino entre los codos y las
muñecas. No más pantalones que dejan adivinar mis tobillos bajo mis
calcetines. No más acudir a una tienda tras otra para encontrar en todas
ellas que lo único que me viene bien de lo que se vende son los pañuelos.
Dirás: no seas llorón, puedes usar alguna suerte de prótesis, silla de ruedas,
carrito o algo parecido.
Pese a todo ello, la que por tanto tiempo ha sido mi amada esposa se
enamoró de mí.
(Y, sí, para ella en nada soy menos que los demás).
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YO, LINDBERGH
Para Narváez
*****
*****
*****
Han transcurrido cinco minutos y medio desde que salí de mi casa (estoy
registrando los tiempos); me encuentro ya en la esquina de Presidente
Carranza y Carrillo Puerto. Tras dos minutos de espera, llega el camión;
contra todo lo anticipado de manera difusa durante mi caminar, lo abordo
sin que nada imprevisto ocurra.
Desde que pongo un pie (el derecho) en el estribo, sujeto con mi
mano (la derecha, también) a una asidera colocada junto a la puerta,
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*****
Desconcierta el hecho
de que ese gran científico
no haya anticipado los daños colaterales:
Toronto es una ciudad fantasma
El norte de México, un desierto
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Pero yo tengo lo que nadie más puede tener. Yo tengo el Dedo original. Me
lo llevaron a vender varios años después de que el maestro estuvo entre
nosotros. Me dijeron que había muerto en un sitio lejano y que se lo habían
cortado para venderlo. Era auténtico: lo reconocí por la hendidura en la
yema. Tuve que liquidar todos mis bienes para poder pagar el precio que
me fijaron.
Hizo del fingir su modo de vida, literalmente: del fingir obtuvo siempre su
sustento.
Fingió tan bien que él mismo acabó por creer que le importaban los demás.
Al muy poco tiempo de conocerlas, a veces tan sólo a pocas horas de ello,
les decía que las amaba y lo hacía de tal manera que ellas lo creían…, y
ellas sí llegaban a enamorarse de él. Y él, después de unos días, unas
semanas a lo sumo, las desechaba. Eso sí, asegurándoles que las amaba.
Mira, Luis, cuando estás tan contento me pones muy nerviosa. ¡Deprímete!
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*****
La tremenda tristeza…
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- Mira Luis, estás muy alterado; voy a llamar al veterinario para que te
inyecte de nuevo.
¿Cómo hablarte
de la tremenda
terrible soledad
de la contemplación
de la belleza?
Es gélida, ¿sabes?
(No, no lo sabes
pero contempla
la noche estrellada)
Es absolutamente impersonal
No quieres poseerla
(quieres ser por ella poseído)
Pero ella es indiferente
en lo que a ti concierne
Necesitas compartir
Pero no es posible
y te sabes solo
sin remedio
en la nostalgia infinita
¿Qué hacer?
Cuando convivo con mis hermanos
carezco de esto
que alimenta mi espíritu
Cuando esto tengo
es en el desierto helado de la soledad
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Si soy varios
que el que eso hizo
muera del todo
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*****
¿Qué mérito puedes haber tenido durante tu vida, Señor Jesús, si eras Dios?
¿Podías acaso hacer otra cosa que no fuera el bien?
*****
Siempre fui
siempre seré
y nunca soy
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¿Estamos ya locos?
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MIS AGUACATES
Mucho tiempo había transcurrido desde la última vez que tuve una
oportunidad de comprar aguacates de esa clase.
Me refiero a los que tienen una cáscara verde, no negra, y que al cortarlos
liberan algo parecido a un jugo. Su sabor es inigualable.
Si como yo
necesitas que muchas cosas ocurran
de manera que
la sola posibilidad
de que alguna de ellas no suceda
te es intolerable
entonces
como yo
estás perdido
Si como yo
necesitas que muchas cosas no ocurran
de manera que
la sola posibilidad
de que alguna de ellas llegue a suceder
te es intolerable
entonces
como yo
estás perdido
Soy zurdo
he acudido a mil establecimientos comerciales
y sólo encuentro tazas
con al asa del lado derecho
– En medio.
– ¿En medio?
– ¡En medio!
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Es ahora en noviembre
cuando he comenzado a florecer
El mes próximo
es el hielo de diciembre
MICROANTOLOGÍA PALINDRÓMICA
(Pocos palíndromos, pero eso sí, mucho muy selectos)
A ti cama, mamacita
(Debido a Javier Prado Galán)
Luz azul
(Es mío… y también de cuantos hispanoparlantes han incursionado
creativamente en el universo palindrómico por más de una o dos horas. No
puedo desvincularlo de las evocaciones místicas que su contemplación
genera en mí.)
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Cae en la cuenta:
no se le puede nombrar “Dios”
no se le puede nombrar “unión con Dios”
no se le puede nombrar
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¿Eso quieres?
(¿Eso quiero?)
Morir en vida
hoy…
CANTATA
昔者莊周夢為蝴蝶
栩栩然蝴蝶也
自喻適志與
不知周也
俄然覺
則蘧蘧然周也
不知周之夢為蝴蝶與
蝶之夢為周與
周與蝴蝶則必有分矣
此之謂物化
莊子
tras día. Pero, ¿cómo saber si eso mismo no es parte del sueño que esto
parece ser desde lo que ahora me parece que es soñar? Los sueños, en su
interior, no tienen comienzos; uno ha estado siempre ahí.
Ciertamente mis experiencias oníricas son de una complejidad
inabarcable desde lo que ahora me parece que es la vigilia: varios sueños a
la vez, sueños anidados en otros sueños, sueños que internamente tienen
una duración indefinida y que en la vigilia puede constatarse que han
transcurrido en un instante sin duración…
¿Será que tanto esto que tengo ahora por vigilia y lo que, también
ahora, tengo por sueño sean dos sueños en relación con los cuales haya un
verdadero estado de vigilia? ¿O que ese supuesto estado de vigilia sea a su
vez otro sueño? Realmente no sabemos nada concerniente a nuestro soñar.
Hay quienes piensan –y las evidencias a mí me convencen– que el
soñar es una actividad constante, aun durante la vigilia; que lo que ocurre
es que durante la vigilia se erige, por así decirlo, un muro entre el
inconsciente y la conciencia que impide la conciencia del sueño, y que la
esquizofrenia consiste en que ese muro se vuelve permeable.
II
He vuelto a soñar aquello: lo que, desde esto que ahora tengo por vigilia, es
la locura.
Un sábado por la mañana, hace exactamente cuarenta años, me
sobrevino una especie de revelación: nos encontramos atrapados en el seno
de la razón. Sólo nos es dado contemplar o cuestionar la razón desde la
misma razón. No hay nada externo a la razón que la pudiera legitimar. No
hay nada externo a la razón, punto. La razón no tiene exterior; no tiene un
otro. Estamos condenados al ejercicio de la razón. Así había venido
pensando hasta tiempos recientes.
Pero he caído en la cuenta de que aquello es el otro de la razón; ahí la
razón no rige. O, más bien, no rige la razón de esto que ahora nombro
vigilia. Porque en aquello rige otra razón. Una razón en la que las cosas son
y no son, donde las personas se transforman unas en otras –y a veces en
otros tipos de seres– sin solución de continuidad, donde la que todo es de
colores y al mismo tiempo sólo hay blanco y negro, donde todo es silencio
y todos hablan…
III
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IV
Estoy en la nave que viaja a la nueva estrella. Todo es silencio. Los demás
duermen. Me asalta la angustia de los últimos días. Creo que es muy
posible que no sepamos dónde se encuentra la nave. Tampoco sabemos
quién se encuentra a cargo de la misión, al menos yo no lo sé. Nadie más
parece estar preocupado. Me siento muy solo y no sé qué será de mí. Todos
los que en la tierra conocí y quise han muerto hace mucho tiempo. No
tengo una genuina relación afectiva con ninguno de mis compañeros de
viaje y ellos y yo somos la población total de nuestro pequeño mundo
interestelar. Es muy grande mi soledad.
VI
VII
¿Qué es lo que está pasando? ¿Por qué se retiró el detective? ¿Por qué
sigue aquí si se retiró? ¿Por qué el asesinado está vivo? ¿Por qué se niega a
hablar de su asesinato? ¿Por qué ya no estamos en la casa? ¿Dónde
estamos?
VIII
IX
XI
XII
¿Quién…?....
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¡Qué friega!
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No debiste dar por hecho que sabías quién profiere la imprecación “¡Qué
friega!” Al hacerlo tu pensamiento incurrió en una falta de rigor.
¿Es ella quien califica –con gran énfasis e irritación– que la vida con él es
una friega? ¿Es él quien tiene esta apreciación de la vida con ella?
¿Y después?…
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URGE
DONADOR
ME URGE DONADOR
PARA TRASPLANTE DE
CUERPO ENTERO
AMAZING GRACE
Ten presente lo que a veces parecería que olvidas: a lo largo de veinte años
mataste sádicamente a cerca de 10,000 indefensos seres, sólo por la
enferma satisfacción que te producía hacerlo.
Ha pasado ya medio siglo, pero ¿acaso eres otro? ¿A quién hay que imputar
esos crímenes?
EL INTENTO DE MI SECUESTRO
Son las nueve y media de la mañana de un día de trabajo que parece que va
a ser normal. No lo será.
Me encuentro detenido en mi automóvil –un VW Crossfox amarillo
modelo 2008– en la lateral del Anillo Periférico (en el sur de la ciudad de
México) transitando de sur a norte a unos 100 metros del cruce con la
avenida Las Flores. Es un sitio donde se estanca la circulación. Anticipo
que transcurrirán unos ocho minutos antes de que pueda dar vuelta a la
izquierda para tomar Rómulo O’Farrill.
Atrás de mí, un taxi (con carrocería bastante deteriorada). El taxista
llama mi atención con su claxon y, cuando la tiene, saca la cabeza por la
ventana y me advierte que mi automóvil está tirando aceite. Desciendo para
observar qué es lo que ocurre; no veo nada de aceite, ni en el pavimento ni
en el chasis del automóvil. Observo, sí, que del escape del automóvil que se
encuentra inmediatamente adelante del mío caen unas gotas de agua.
Camino hasta la ventanilla del taxi y de informo al taxista que mi coche no
está tirando nada, que acaso lo que ha visto es el agua que deja caer el otro
automóvil. Le agradezco su preocupación. Se trata de un hombre como de
unos cincuenta años de edad, desarreglado, mal vestido, y con un rostro que
acusa una vida nada sana.
El taxista insiste que sí tira aceite mi auto. Me indica que es cuando
acelero. Voy a mi coche e hincado en el pavimento oprimo el pedal del
acelerador con la mano derecha mientras observo lo que ocurre. No veo
nada fuera de lo ordinario. Regreso al taxi y le digo al taxista que no está
tirando mi auto nada. Él me replica que sí, que al llegar a la esquina con
Las Flores de vuelta a la derecha y que me detenga, que él me va a mostrar
lo que está pasando. Añade la advertencia de que si continuo circulando, el
motor podrá desbielarse. Le digo que no hay ninguna indicación en el
tablero de que algo esté funcionando mal. Él insiste en que me salga de la
lateral y me permita explicarme qué es lo que está pasando. Yo pienso que
no está pasando nada, pero que más vale tener seguridad de ello. Le indico
al taxista que lo que voy a hacer es dar vuelta a la izquierda (siguiendo mi
ruta preestablecida) y que me voy a detener a la primera oportunidad que
tenga para ello. Él dice que me seguirá.
Cuando puedo, doy la vuelta a la izquierda, comienzo mi ascenso por
Rómulo O’Farrill y en la primera bocacalle doy vuelta a la derecha y me
detengo en el primer espacio disponible para ello. El taxi se estaciona unos
metros delante de mí.
De nuevo, nada anómalo observo. El taxista me dice que quiere
verificar el nivel del aceite. Yo estoy muy conforme con ello: ante mi vista
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retira la (muy larga, por cierto) bayoneta con la que se mide el nivel del
aceite, la limpia con un trapo que ha traído consigo para el caso, la
reintroduce hasta el fondo –pongo especial cuidado en verificar esto–, la
retira de nuevo y me la muestra: seca del todo. Le pido que repita la
operación, lo hace y el resultado es el mismo. Me informa que ahora todo
está claro, que la razón por la cual yo no observaba la caída de ningún
aceite es que ya no quedaba nada, ya todo se había tirado. Le pregunto cuál
puede ser la razón de que no haya aparecido una indicación en el tablero de
lo que ocurría y él me responde que probablemente se “fundió el bulbo”
por el calor.
Me pide que le preste uno de los tapetes del coche, lo hago (el
delantero izquierdo) y él lo coloca en el suelo bajo la parte delantera de mi
automóvil, para inmediatamente después introducirse bajo el chasis.
Emerge de bajo del auto y me dice que lo que ha sucedido es que se ha
caído el tapón del depósito del aceite, que el aceite que él vio tirarse debe
de haber sido lo último que quedaba, que por eso yo no había visto nada.
Me dice que lo que hay que hacer es adquirir un tapón nuevo y el aceite
requerido por el coche, colocar el tapón y luego el aceite, y que eso es todo.
Que no me preocupe, que él se puede hacer cargo de todo. Me recomienda
no poner en su sitio la bayoneta porque se corre el riesgo de que “se
pegue”.
Yo ya estoy persuadido de que lo que me dice, todo ello, es verdad.
Yo mismo he visto dos veces la bayoneta absolutamente seca después de
haber sido introducida hasta el fondo del depósito del aceite.
Me propone que vayamos en su taxi a comprar lo que se necesita y
que volvamos con ello para arreglar todo. Me informa que conoce una
buena refaccionaria no lejos de ahí (en Mixcoac).
Acepto agradecido su propuesta. Calculo que en unos 45 minutos
podré reanudar mi traslado a la Universidad en la que trabajo. Me subo al
taxi y me coloco en el asiento delantero derecho. Cinco minutos después
llegamos a la refaccionaria. Se encuentra en una esquina y no hay donde
estacionarse. El taxista avanza unos 25 metros sobre la siguiente cuadra y
de pronto se estaciona en doble fila, muy pegado al coche que de mi lado se
encuentra estacionado junto a la acera. No hay manera en la que yo pueda
abrir la puerta derecha del taxi. El taxista me indica que va a comprar lo
que se requiere y me pide que mientras que lo hace permanezca yo en el
taxi. La razón que me da es que el cristal de la ventanilla delantera
izquierda no puede elevarse, y no quiere que el taxi se quede sólo y abierto.
Antes de que yo pueda decir algo, ha bajado y iniciado su caminar
(cojeando) a la refaccionaria.
Yo me siento atrapado dentro del taxi. Intento verificar la exactitud
de lo que me ha dicho sobre el cristal de la ventanilla, y todo parece indicar
que el taxista me ha mentido porque si sube, pero cuando ha llegado a la
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detenido ante el grupo de curiosos que crece. Una mujer anuncia que lo que
hay que hacer es llamar a la policía (“a una patrulla”) para que sus
ocupantes se hagan cargo de todo. La actitud de los secuestradores cambia
un tanto: ya no se trata de algo sólo entre ellos y yo, sino que ahora los
curiosos, lidereados por aquella mujer, se han convertido en el grupo
decisorio. Me logro zafar de quienes me tenían sujeto y comienzo a
caminar. Debido a mis problemas de columna, no puedo huir corriendo.
Pero me doy cuenta de que no soy perseguido, sólo insultado por los
secuestradores (que ya no hubieran podido, por la presencia de los curiosos,
llevarme contra mi voluntad al taxi que continúa estacionado en doble fila).
Intuyo que mis secuestradores han decidido que ya no tienen nada que
ganar si persisten en su intento y más bien que la suerte puede volteárseles
si lo hacen. En la esquina en la que se encuentra la refaccionaria doblo a la
izquierda y camino (todavía aterrorizado) unas dos cuadras. Estoy solo. Me
calmo un poco. Detengo a un taxi que pasa por la calle y doy al taxista
indicaciones para que me lleve al lugar donde se encuentra mi automóvil.
No sé si me esperen ahí los secuestradores, pero he pensado que si es así
puedo seguir en el taxi y trasladarme en él a otro sitio.
Llegamos a donde está mi Crossfox. Aparentemente no hay nadie. Le
doy al taxista una generosa propina y le pido que me espere unos minutos
en tanto determino si mi coche puede caminar o no. Le digo que en el caso
de que no pueda caminar voy a pedirle que me lleve a otra parte. Abro mi
coche, libero la cubierta del cofre, la levanto e inmovilizo, tomo la
bayoneta que ha estado reposando sobre el motor, la limpio con mi pañuelo
(que queda desde entonces convertido en un trapo), la introduzco en el
depósito del aceite, la retiro con cuidado y observo que la cantidad de
aceite en el depósito es exactamente la que debe haber. Cierro el cofre.
Echo a andar el motor y constato que todo es normal. Despido al taxista y
reanudo mi marcha hacia la Universidad. Veo la hora desplegada en el
tablero del coche; son las 10:22, todo a acontecido en aproximadamente
una hora.
La rodilla derecha de mi pantalón ha quedado manchada por la
mugre sobre el pavimento de la lateral del Periférico sobre la que me
hinqué para ver si mi coche tiraba o no aceite. La manga izquierda de mi
camisa luce sucia debido al aprisionamiento que sufrió mi brazo en la mano
de uno de los secuestradores. El tapete delantero derecho ha quedado
abandonado en el piso en el sitio donde estuvo estacionado el vehículo.
Más tarde, cuando he podido procesar de alguna manera la
experiencia, encuentro tres hechos que me causan asombro: cómo fue
posible que fuera tan crédulo, tan estúpidamente crédulo; cómo fue posible
que actuara de manera tan imprudente al subirme al taxi; y, cómo fue
posible que el taxista introdujera hasta el fondo la bayoneta en el depósito
del aceite en dos ocasiones ante mi atenta vista y emergiera seca, cuando en
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Pensándolo bien
si he roto mis apegos
ya no hay necesidad
de desprenderme de nada
y con todo me quedo
La voluntad de Dios
tiene dientes
Entérate, experiméntalo
luego
si puedes y quieres, di
hágase tu voluntad…
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Tú dices que tú haces lo que ella quiere, pero que ella también hace lo que
tú quieres. No es así exactamente: tú pones los muros y ella dice que se
hace dentro de ellos.
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Te estoy checando…
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¡Sígueme!
Te seguiré
pero requiero tanto de tu ayuda
sin ella me detendré tras el primer paso.
(Y el tuyo también)
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Y, sin embargo
en la razón y en el corazón
la convicción profunda:
antes equivocado y ahora también
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Ap 3, 20.
Cuando muy muchacho, quizá niño aún, supe del caso por mi abuela, que
me llevó a conocer a los protagonistas. Recuerdo confusamente nombres –
¿Avelino?– y circunstancias (personas en un cuarto muy oscuro, por
ejemplo), pero de una manera tan desorganizada que sería muy arriesgado
intentar proporcionarte más información al respecto.
El hecho es que él había sufrido un accidente cerebral que lo dejó casi sin
posibilidad de movimiento y sin habla, salvo una única palabra.
Comunicaba todo lo que quería con ella variando infinitamente
entonaciones y modulaciones. Su esposa lo cuidó hasta que el murió, lo que
ocurrió varios años después del percance.
Yo soy yo
Yo soy
Yo
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- Ya te dormiste de nuevo.
- Estoy viendo la película.
- Tienes los ojos cerrados.
- La estoy viendo con los ojos cerrados.
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Listen, Hegel
If you think you understand Him
it is not He that you understand
Listen yourself:
Find out Who you are
then you will understand everything
you will also understand
there is nothing at all to understand
Por la noche:
- Ya no quiero…
- Quedan poquitos. ¡Acábatelos!
A la mañana siguiente:
De nuevo aquí
frente a los dos caminos
el tuyo y el mío
O te elijo a ti o me elijo a mí
no hay ya lugar para los dos
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URGE
DONADOR
ME URGE DONADOR
PARA TRASPLANTE DE
CUERPO ENTERO
Cuando niño metí en un huacal los mejores de mis juguetes, los que más
apreciaba. (Recuerdo sólo unos bombarderos B-29 de plástico de unos diez
centímetros de largo, con pequeñas hélices blancas que podían girar). (Metí
también una botellita con agua; la idea era: mis juguetes, yo y
autosuficiencia). Clavé algunas delgadas tablas en la parte superior del
huacal y lo forré con papel grueso que fijé con una suerte de cinta adhesiva.
Finalmente, rodee todo, por lo largo y por lo ancho con un cordón que
anudé en el centro de la parte superior.
No sé cuál fue el destino de mi huacal con mis mejores juguetes, mis
juguetes esenciales. Jamás volví a verlos. (Tampoco llegué nunca a beber
el agua de la botellita).
Cuando joven supe sin lugar a dudas que Ludwig van Beethoven había sido
el mejor compositor de toda la historia. (“Toda la historia” era entonces la
historia de la música en Occidente entre los siglos XVII a XIX).
Con enorme esfuerzo y dedicación fui adquiriendo grabaciones
discográficas (LPs en acetato de 33 rpm) de las nueve sinfonías, los cinco
conciertos para piano, el concierto para violín, el triple concierto, las 32
sonatas para piano, algunas sonatas para violín y piano y los cuartetos para
cuerdas tardíos. En un glorioso cumpleaños logré que mi tía Lupe me
regalara la opera Fidelio. (Ahora sé el sacrificio que eso representó para ti,
tía. Te estoy para siempre agradecido. Entonces sólo pensaba en mí).
Llegué a disponer de unos 35 discos con grabaciones de obras de ése, para
mí en aquel tiempo, el más grande de todos los compositores.
Metí mis discos en una caja que sellé y no he abierto desde entonces.
Nunca escuché ninguno de esos discos; no estaba dispuesto a correr el
riesgo de que se dañaran. (De hecho cada uno de ellos conserva hasta hoy,
dentro de la caja, su envoltura exterior sobre la funda).
Con el tiempo he aprendido a apreciar más allá de cualquier medida
los productos de otros compositores, la mayoría del siglo XX. (Arnold
Schoenberg , Anton Webern, Alban Berg, György Ligeti, Olivier Messiaen,
Sofia Gubaidulina, Giacinto Scelsi, Henryk Górecky, Galina
Ustvolskaya…). Formalmente, empero, Beethoven permanece como el
esencial.
Ya adulto aparté uno de los estantes más altos en mi biblioteca para colocar
en él mis libros esenciales (teoría de conjuntos, fundamentos de las
matemáticas, algunas novelas…). No contento con ello, adquirí otro
ejemplar de cada uno de esos libros (en algunos casos mediante el recurso
del fotocopiado), y en mi casa de campo, en otro alto estante, coloqué esos
duplicados. Nunca he leído ninguno de esos libros; si lo hiciera, ya no lo
tendría disponible para leerlo por primera vez.
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- ¿Qué buscas?
- Unas antenitas para los sabios.
- ¿Unas antenitas para los sabios?
- ¡Ya no oyes nada! ¡Ya no hables!
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No puede haber dos historias de amor, cada una la más bella de todas,
dirás.
URGE
DONADOR
ME URGE DONADOR
PARA TRASPLANTE DE
CUERPO ENTERO
Cronch
¿Habiendo llegado hasta aquí, insensato lector, piensas que me vida con
ella ha sido terrible? Si tal es el caso, te has equivocado una vez más. Mi
vida con ella ha sido maravillosa. A ella no la cambiaría por ninguna. Ni
por una con juventud, ni por una de gran belleza, ni por una con mucho
dinero. Vaya, ni por una con juventud, belleza y dinero todo junto, lo que
ya es mucho decir. Por lo demás, mil veces insensato, para mí ella es con
mucho la más hermosa de todas. Y, sobre todo lo demás, ella es a la que
amo. Y, ¿sabes qué?, ¡ella me ama a mí!
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Pues sí, heme aquí: recluido. ¿Dónde? No importa. Puede ser que en un
asilo para personas mayores, en una prisión, en un hospital o en una
institución para enfermos mentales. No importa. No importa, porque para
lo que aquí interesa todas esas condiciones de reclusión vienen a ser
funcionalmente equivalentes. Lo único que importa es el hecho de que me
encuentro recluido. Aunque, pensándolo bien, ¿a quién le interesa? A decir
verdad, hay algo más que también importa: pienso que mi vida no durará
mucho ya. No creo que sea cosa de semanas, ni siquiera de meses (aunque
uno nunca sabe), pero sí de un número reducido de años. Dos o tres, tal
vez. ¿Por qué habría de durar tan poco? Porque si no me mata otra cosa
antes, moriré de manera casi inexorable en ese lapso de tiempo a causa de
un proceso irreversible que se ha iniciado ya en mi cuerpo y que avanza día
con día, silenciosamente por ahora. Mi mal se adelantó a lo que me hubiera
convenido por sólo dos años: si los cambios en mis células hubieran
comenzado a ocurrir dos años después de lo que lo hicieron, los nuevos
procedimientos nano-bío-tecnológicos, tan comunes ahora, hubieran
podido detener, primero, y desandar, después, el proceso. Cuando eso
hubiera sido posible no se encontraban aún disponibles. Es así que
lentamente voy muriendo ahora, cuando la vida de casi todos se prolonga
indefinidamente. Esto me producía antes mucha amargura y una especie de
resentimiento general en contra de todos. Después vino una triste
resignación con un fuerte componente de auto-conmiseración. Ahora se
trata ya de tan sólo un hecho, un dato.
He hablado de las dos únicas cosas que importan, pero al hacerlo he
pensado en ti: en lo que a ti te pudiera interesar en un primer momento
sobre mí. La realidad es que esas dos cosas son lo que no importa. ¿Qué es
los que importa? ¿Lo único que importa? Como cristiano que soy (en esta
época de post-cristiandad) creo que mi respuesta es obligada. La formulo a
partir de dos elementos que originalmente se presentaron separados: creer
en Cristo Jesús y, en consecuencia con esa fe, buscar el reinado –el
Reino– de Dios y su justicia. (¿Cuál es esa justicia? El otro antes que yo.
¿Qué otro? Todos los otros, cualquier otro, el más necesitado de los otros).
Heme, pues, aquí recluido. Recluido, pero con acceso a todo lo
publicado en cualquier medio en toda la historia de la humanidad vía la red
universal de información y comunicaciones (en la que se fundieron las
televisiones, las computadoras, las telecomunicaciones, los teléfonos,
etcétera, de antaño) y que con la cual, con la mediación de mi interfase
general omni-intencional, se me posibilita también la traducción
instantánea de un texto en cualquier idioma a cualquier otro. Es así que
información no me falta. ¿Para qué? Para escribir para ti algo que habré de
nombrar Terminal. ¿Para ti, realmente, o para mí? Quisiera poder decir sin
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mentir que para ti; sé, sin embargo, que es para mí. Pero también sé con
certidumbre que para que sea para mí tiene que ser también para ti. Eso es:
en este caso, ser para mí y ser para ti es lo mismo.
Recluido y con poco contacto cara a cara con otras personas. (Esos
relativamente raros contactos –tres o cuatro, más breves que largos, al
día– pueden ser lo más añorado o lo más temido. Depende de quién se
trate y de mi estado anímico). Comprenderás que las posibilidades que se
me presentan para el ejercicio de mi sexualidad –siempre peculiar– son
prácticamente nulas (y, además, decrecientes). Pero, ¿a qué propósito
molestarte con este tipo de asuntos?
¿Escribir esto ahora y, más adelante, Terminal es buscar el reinado
de Dios y su justicia? Ésta es ahora para mí la cuestión existencial
fundamental. El asunto es paradójico ya que la justificación que me doy a
mí mismo para escribirlo es precisamente que es mi manera de buscar el
reinado de Dios. Pero, ¿y si me equivoco? (Como me preguntarían los
jesuitas, la moción a favor de hacerlo, ¿proviene del buen espíritu o del
malo?). Es cuestión de aplicar las reglas del discernimiento, y vaya que las
aplico. La dificultad está en que un día su aplicación me lleva a pensar que
proviene del buen espíritu y otro, que del malo. Y no tengo con quién
consultar el asunto.
Quiero pensar que proviene del buen espíritu. Ciertamente responde
a una especie de necesidad vivida –¿necesidad o apego?– muy intensa.
Tengo que hacerlo para ser yo. (Pero, ¿no se trataría de dejar de serlo?).
Terminal es un texto que en un sentido terminará y que en otro no.
Terminará porque cuando muera o quede incapacitado para escribir (por la
razón que sea) habré escrito una letra que será la última. No terminará
porque sólo dejaré de escribir cuando ocurra una de esas dos cosas; será –
lo puedo decir desde ahora– un relato (¿un relato?) sin sentido de final.
¿Relato de qué? Ya lo insinué: de mi búsqueda del Reinado de Dios
y de su justicia. “Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja
que el que un rico entre al reino de los cielos”, está escrito. Me pregunto:
¿“Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja –whatever that
means– a que un burgués como yo –porque un burgués recluido sigue
siendo un burgués y quizá la reclusión acentúa en él esa condición–
encuentre el reinado de Dios?” Añado esto a mi cuestionamiento anterior
sobre la escritura de esto y me vuelvo presa de la desesperanza.
¿Crees que esto no es en serio? Te equivocas. Es posible que digas
“yo lo conocí y nada de lo que relató era verdad”. Te equivocarás si lo
haces. Todo es verdad. Yo sé que no parece posible, pero sí lo es. Te lo
repito: todo, absolutamente todo, es verdad.
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REMORDIMIENTOS FINALES
1. El mundo no lo supo ni lo sabrá, pero lo que yo llevé a cabo ese sábado por la
mañana fue (al menos en mi subjetividad y en la de mi papá) comparable con lo
realizado por Charles Lindbergh en mayo de 1927 en el Spirit of St. Louis.
3. La pérdida del boleto del viaje en camión de aquel sábado es sólo una en una larga
secuencia de pérdidas de objetos que en su momento eran los más significativos de
todas mis posesiones, secuencia que ni se inició ni terminó esa mañana. Antes había
perdido, no sé ni cómo ni cuando, las extensas listas que había elaborado de
nombres científicos de insectos y de las placas de circulación de automóviles.
(Siendo estas últimas, ahora lo sé, un índice que apuntaba a lo eterno, a lo
intemporal, a lo divino). Posteriormente (hacia finales de 1962 o principios de 1963)
perdí (en una caminata que realizaba en las cercanías del antiguo convento de
Churubusco) una especie de cartera en la que guardaba fotografías de una prima mía
que vivía en Chicago de la que estaba enamorado (y que estaba entonces enamorada
de mí, y que falleció en abril de 2005). Muy al principio de la década de los años
setenta perdí –me fue robado de la guantera de mi automóvil, casi seguramente por
el portero del edificio en el que en ese tiempo vivía– mi anillo de graduación
profesional. (Era un anillo de oro labrado con una piedra semi-preciosa transparente
bajo la cual se veía el escudo de mi Universidad, el nombre de mi carrera (Ingeniería
Química) y “Generación 1963-1967”. En el último año de mis estudios
profesionales (1967) yo había sido comisionado por los 14 compañeros de mi
112
generación para todo lo relativo al diseño y producción de esos anillos, así como
para la obtención de fondos para pagarlos. Bajo mi liderazgo, se hicieron gestiones
(que acabaron resultando estériles) ante el licenciado Raúl Salinas Lozano para que
fuera nuestro “padrino de anillos”. Salinas Lozano –padre de quien décadas después
sería el presidente Carlos Salinas de Gortari– era entonces Secretario de Industria y
Comercio y nos recibió personalmente en su despacho en la Secretaría (que se
localizaba, me parece recordar, en la avenida Cuauhtemoc). También se
emprendieron ante nuestra querida maestra Araceli Sánchez, cuyo marido indignado
nos echó de su casa una noche por habernos atrevido a ir ahí a tratar el asunto en un
momento en el que se encontraba ella enferma de gravedad. No logramos tener un
“padrino de anillos” y fueron los padres de cada uno de nosotros los que cargaron
con ese gasto (entre muchos otros). Otra de estas pérdidas: en algún momento de la
década de los años setenta desapareció de un cajón de mi recamara otro anillo, uno
de plata (¿oro blanco?, ¿platino?), delgado, con doce diminutos brillantes en la parte
superior. Ese anillo había pertenecido a la madre (difunta) de la novia que tuve a lo
largo del año 1967 –prometida, de hecho, ya que se suponía que nos casaríamos en
1968– y que me había dado en una ocasión en la que acordamos regalarnos
recíprocamente lo más valioso de lo que nuestro fuera. Ella me dio ese anillo; yo no
diré que le di a ella porque no quisiera que quien me lo dio a mí (que también me
quiso dar algo de lo más valioso para sí de lo que tenía) se enterara de lo que pasó
con lo que me dio. Cuando abruptamente nuestra relación se terminó (30 de
noviembre de 1967), acordamos conservar lo que nos habíamos dado. Como he
dicho, en cada ocasión la pérdida sufrida fue la del objeto en ese momento más
significativo para mí. A las pérdidas que he mencionado habría que añadir la de
unos setenta u ochenta textos (poemas, cuentos, ensayos, etcétera) que escribí a lo
largo del período 1962-1967. Algunos de ellos se han conservado (por ejemplo, un
libro entero intitulado Piso diecinueve –el título hace alusión mi edad cuando lo
escribí en las vacaciones de invierno 1963-1964–, que existe hoy porque se lo
dediqué a mi papá el cual hizo que se empastara un ejemplar y, como muestra de
agradecimiento, me llevó una tarde al centro de la ciudad para comprarme los discos
de música clásica que yo quisiera). Pero casi todos esos escritos se perdieron para
siempre sin que pueda yo ahora decir, al igual que en otros casos, ni cómo ni
cuándo. Hoy, cuando han transcurrido entre cuatro y cinco décadas desde esas
pérdidas experimento mucha tristeza al recordar las fotografías de mi prima, mi
anillo de gradación y el anillo que fue de la mamá de la que fue mi novia. (Algo
menos en relación con mis propios textos, que serían hoy para mí seguramente sólo
motivos de justificada vergüenza. El boleto de camión me tiene, la verdad, sin
cuidado.)
6. Tendría quizá unos cinco años de edad cuando supe por primera vez de los peligros
que ofrecía el mundo exterior a nuestra casa. Ocurrió ello una tarde en la que iba a ir
con mi papá a alguna parte. Cuando nos encontrábamos a punto de salir, yo me
adelanté, salí de nuestra porción del dúplex de la calle de Nicolás San Juan, baje las
escaleras (que eran de un verde oscuro, lo recuerdo bien) que conducían a la puerta
que daba a la calle, llegué a ella y la abrí. Ahí estaba contemplando los automóviles
que transitaban frente a mí cuando unos diez segundos después de haber abierto la
puerta me alcanzó, horrorizado, mi papá. Me explicó que nunca en el futuro debía
abrir esa puerta si no me encontraba junto a él o a mi mamá. Me habló de unos
criminales (nombrados “robachicos”) que se encontraban siempre al acecho de niños
como yo para robárselos a la primera oportunidad que para ello se presentara. Me
habló también del caso del “niño Bohigas”, uno que algún tiempo atrás había sido
secuestrado, siendo el caso muy comentado en la prensa. Todo esto lo volví a
escuchar varias veces esa tarde y en los días subsecuentes. Mi mamá también fue
enterada de lo que había hecho y del grave peligro en el que me había colocado.
8. Hasta ahora, nunca me había preguntado quién fue Nicolás San Juan (ni siquiera
identificaba el nombre con una persona). Como diría un querido amigo (Eduardo
Garza Cuellar), Nicolás San Juan, antes de ser calle, fue un personaje de carne y
hueso. Mi investigación sobre el “niño Bohigas”, asociada a mi imagen de mí
mismo bajo el dintel de la puerta del dúplex de Nicolás San Juan, me ha conducido a
indagar quién fue ese personaje histórico cuyo nombre llevó la calle en la que viví
de muy chico. (Nos mudamos de Nicolás San Juan a Coyoacán el día 1 de diciembre
114
10. Cuando nos mudamos a Coyoacán, las todas las calles cercanas a nuestra casa eran
de tierra (incluida Presidente Carranza) y la de San Francisco, en la que vivíamos,
permaneció así por muchos años. El nombre completo de la calle es “San Francisco
Figuraco”; hace algunos años el maestro Luis Everaert, Cronista de Coyoacán, en
una de las últimas reuniones sociales a las que asistí –ya no voy a ninguna– me
hizo notar que la palabra “Figuraco” se encuentra conformada por una parte
española y una parte náhuatl.
11. En el improbabilísimo caso de que alguna vez este texto se traduzca a otro idioma,
habrá que acompañar la traducción de una explicación de la referencia a los
yucatecos y el vocativo “lindo”. Así mismo, habrá que decir que todo lo narrado
acontece en la ciudad de México. (Una vez escrito lo anterior, caigo en la cuenta de
que bien me lo hubiera podido ahorrar: “Yo, Lindbergh” no es un relato que pueda
traducirse a otra lengua sin al hacerlo eliminar la poca vida que pueda tener. En
efecto, cómo traducir todo lo relativo a “exijalo” y “conservelo” a otro idioma que
no haga uso de acentos ortográficos como lo hace el español. O bien el lector conoce
el español –en cuyo caso, ¿para qué la traducción?–, o no lo conoce, en cuyo caso
no entenderá nada más que de una manera formal, abstracta, muerta).
lva
Julio, 2012.
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Es posible que el mejor modo de comprender por qué fue asesinado Kennedy en Dallas
el 22 de noviembre de 1963 sea a través del ver el conjunto de las cuatro películas
mencionadas en el texto: The Manchurian Candidate (con Frank Sinatra en un papel
estelar), Seven Days in May, Fail-Safe y Dr. Strangelove. John Frankenheimer, el
director de las dos primeras, fue un amigo personal de los Kennedy. (La noche del 6 de
junio de 1968 en la que Robert Kennedy fue asesinado en el hotel Ambassador de Los
Angeles, Frankenheimer y su esposa Evans esperaban a Robert Kennedy en el
automóvil Rolls Royce de su propiedad afuera del hotel para llevarlo a una fiesta que
iba a tener lugar en su honor en la discoteca Factory, de la cual Pierre Salinger era
codueño, junto con Peter Lawford, Sammy Davis Jr, y Paul Newman. El propio
Frankenheimer había llevado en la tarde de ese día a Kennedy al hotel).
La más importante de las cuatro películas (en relación con el asesinato del
presidente Kennedy) es sin duda Seven Days in May. Está basada en la novela del
mismo nombre de Fletcher Knebel y Charles W. Bailey, publicada en 1962. Versa sobre
un intento de golpe de estado en los Estados Unidos, emprendido por un grupo de
militares disgustados por lo que perciben como la debilidad del presidente frente a la
amenaza comunista. El día en el que fue asesinado John F. Kennedy, la empresa
distribuidora de la película, Paramount Pictures, tenía programado un anuncio de la
película con uno de los parlamentos de de uno de los militares golpistas: Impeach him,
hell. There are better ways of getting rid of him. (“¿Juicio politico? ¡Para nada! Hay
mejores maneras de deshacernos de él”). En el último momento, la empresa decidió
cancelar el anuncio por considerarlo demasiado provocativo; de no haberlo hecho, el
anuncio hubiera sido visto por la noche del mismo día del asesinato.
En adición a los asesinatos de individuos vinculados de alguna manera al
asesinato del presidente Kennedy registrados en el texto, fueron asesinadas o perecieron
en extrañas circunstancias muchas otras personas vinculadas. Podría decirse que de
hecho fue el caso de la gran mayoría de ellas.
Las informaciones proporcionadas en esta nota sobre John Frankenheimer y sobre las cuatro películas
mencionadas están tomadas del libro de David Talbot, Brothers. The Hidden History of the Kennedy
Years, Free Press, Nueva York / Londres / Toronto / Sydney, 2008. Lo relativo a la noche del asesinato de
Robert Kennedy proviene de la página 368; las cuatro películas son objeto de consideración en las
páginas 145 a 151. En el mismo libro (pp. 143-145) se habla de una quinta película que nunca se hizo:
The Enemy Within. Ese era el título de las memorias de Robert Kennedy en relación con su lucha en
contra del crimen organizado, publicadas en 1960. A mediados de 1962 se encontraba concluido el guión
para la película –se pensaba en Paul Neweman para interpretar a Robert Kennedy– pero la oposición del
crimen organizado a la filmación de la película resultó decisiva.
116
Una traducción al español del epígrafe escrito con caracteres chinos es la siguiente: “En
alguna ocasión yo, Zhuangzi, soñé que era una mariposa que revoloteaba por aquí y por
allá, una verdadera mariposa. Era sólo consciente de mi felicidad como mariposa y
desconocía que fuera Zhuangzi. De pronto desperté y ahí me encontraba, el verdadero
Zhuangzi. Ahora no sé si era un hombre soñando ser una mariposa o si soy ahora una
mariposa soñando ser un hombre.” Atribuído al pensador taoísta Zhuangzi (莊子,
Zhuang Tze, Zhuang Zhou, Chuang Tsu, Chuang Tzu, Chouang-Dsi, Chuang Tse o
Chuangtze; ca. 369 – ca. 286 a. C).
117
La letra de Amazing Grace fue escrita por el inglés John Newton (1725-1807) y se
publicó en 1779. La melodía (folklórica norteamericana) con la que usualmente se canta
–que algunos nombran “New Britain”– es anónima y data con toda probabilidad del
siglo XIX. Amazing Grace se ha convertido en el spiritual afroamericano más conocido;
su ya para entonces enorme popularidad se incrementó notablemente a partir de la
década de los años sesenta del siglo XX.
A las cinco estrofas arriba registradas suele añadirse una sexta, cuyo autor es
incierto. He aquí dos variantes de esta sexta estrofa:
ÍNDICE
1. A ese niño... 5
2. Comenzó a llover… 6
3. Nací sin piernas… 7
4. Yo, Lindbergh 8
5. El fin del imperio 13
6. Llegó a nosotros un gran maestro… 14
7. Yo lo conocí… 15
8. Mi vida con ella I 16
9. Es febrero de 1945… 17
10. La tremenda tristeza… 18
11. Estoy preparado para todo… 19
12. ¿Hay alguna diferencia…? 20
13. Mi vida con ella II 21
14. Te has equivocado, insensato lector… 22
15. ¿Cómo hablarte…? 23
16. Era el cacique de la comarca… 24
17. Te has acostumbrado tanto a mí… 26
18. ¿Soy uno con aspectos diversos…? 27
19. Era doctor en física… 28
20. Una historia del estilo de cientos… 29
21. El tiempo me está matando… 31
22. Pero, ¿es posible…? 32
23. Toma un litro… 33
24. Mis aguacates 34
25. Durmiendo con el enemigo I 35
26. A veces mis discusiones... 36
27. Mi vida con ella III 37
28. …la fría, silenciosa, indiferente…. 38
29. Si como yo… 39
30. De la carta de Epicuro a Meneceo 40
31. No se culpe a nadie de mi muerte… 41
32. Mi vida con ella IV 42
33. La flor que yo soy 43
34. Todo el mundo me pregunta… 44
35. El anhelo del fin del mundo 45
36. Supón (como en efecto supones)… 46
37. La presidencia de John F. Kennedy (1960 -1963) 47
38. Microantología palindrómica 52
39. No se trata… 53
40. ¿Éso quieres? 54
41. Cantata 55
42. He escrito millares de libros… 60
43. Mi vida con ella V 61
44. ¡Ten cuidado, lector! 62
45. No hay más allá… 63
46. Remember the Gita… 64
47. X2 + Y2 = 25… 65
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