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ATACANDO EL MITO: SEXUALIDAD Y DISCAPACIDAD INTELECTUAL

EJE 5 - CALIDAD DE VIDA


Ariel Delgado
Alumno Práctico Profesional - Facultad de Derecho, UBA
arield88@hotmail.com

Resumen
Históricamente, a las personas con discapacidad les han sido negados derechos
fundamentales. En los últimos tiempos, corrientes modernas con un enfoque social integral,
han luchado por su equiparación como sujetos activos de derechos. Esto se observa
claramente en el ámbito civil, pero en cuestiones relativas a la sexualidad -componente
íntegramente relacionado al concepto de salud- dicha equiparación no solo no ocurre, sino
que su abordaje es absolutamente invisibilizado.
El presente trabajo pretende focalizar su análisis en la sexualidad de las personas con
discapacidad intelectual (PcDI), intentando poner en discusión los mitos y prejuicios que
envuelven el tema y que se constituyen como las principales barreras que impiden el
desarrollo psicosexual del individuo.
Para ello desarrollaré conceptos esenciales a la materia, lo cual, en conjunto a las
propuestas de abordaje de distintos autores y especialistas, me permitirá demostrar que la
educación es la principal herramienta para disipar estos mitos productos de la ignorancia y
los valores sociales imperantes, y como su ausencia incide en el aumento de la
vulnerabilidad del sujeto.

Palabras claves: Sexualidad - Discapacidad - Derechos - Salud- Mitos - Prejuicios -


Autonomía - Consentimiento - Abuso - Familia - Educación sexual

Introducción
Pareciera que al hablar de discapacidad fuera necesario hacer un racconto histórico del
concepto a través de sus tan citados ‘modelos’. Si bien esto no es así, resulta útil para
comprender el objeto de análisis del siguiente trabajo.
En un primer momento el concepto de discapacidad se encontraba inmerso en el
pensamiento mágico de la época, por el cual, dicho ‘defecto’ era un castigo divino. Ese
pensamiento que servía para justificar la segregación y eliminación de lo “defectuoso”,
constituye el llamado modelo negativo o de la prescindencia. Con la evolución de las
ciencias en todos sus campos, hoy entendemos a la discapacidad como un concepto
dinámico, que resulta de la interacción entre las personas con deficiencias y las barreras
debidas a la actitud y al entorno que evitan su participación plena y efectiva en la sociedad,
en igualdad de condiciones con las demás.1 Esto es lo que muchos llaman el modelo social,
el cual pone el foco en la persona y no en la discapacidad, como solía suceder. Hay quienes
hoy hablan de un modelo de la integración como una opción superadora,al entender que el
modelo social debe integrarse con la perspectiva médica.
Ahora bien, ¿en qué consiste esta perspectiva médica? Antes del modelo social, la
discapacidad era abordada -exclusivamente- con un sesgo médico. El mismo intentaba
estudiar, diagnosticar y buscar las causas del déficit, pero haciendo hincapié en la
discapacidad, dejando de lado a la persona. Este modelo se caracteriza por una marcada
dicotomía entre la salud y la enfermedad, siendo la discapacidad un defecto que debía ser
‘curado’. Hoy entendemos que ambos conceptos son los extremos de un eje por el cual
estamos constantemente oscilando; por ello, ya no entendemos ala salud como ausencia
de enfermedad, sino como un estado de completo bienestar biopsicosocial.

La sexualidad como un concepto integral de la salud


La OMS entiende a la sexualidad como una de las dimensiones constitutivas de la persona,
relevante para su despliegue y bienestar durante toda la vida, ya que abarca aspectos
biológicos, sociales, afectivos y éticos. Por lo que se afirma que la misma forma una parte
sustancial del concepto de salud.
En 2002, la OMS publicó una enmienda a su primera definición de salud sexual (1975),
entendiendo así que:
“Salud sexual es un estado de bienestar físico, emocional, mental y social
relacionado con la sexualidad; no es meramente la ausencia de enfermedad,
disfunción o debilidad. La salud sexual requiere un acercamiento positivo y
respetuoso hacia la sexualidad y las relaciones sexuales, así como la posibilidad de
obtener placer y experiencias sexuales seguras, libres de coerción, discriminación y
violencia. Para que la salud sexual se logre y se mantenga los derechos sexuales de
todas las personas deben ser respetados, protegidos y cumplidos”.2
De esta manera la OMS define la salud sexual como un derecho básico de todos los seres
humanos, ya que es una de las dimensiones constitutivas de la persona, relevante para su
despliegue y bienestar durante toda la vida, abarcando aspectos biológicos, sociales,
afectivos y éticos.

Abordaje: personas con discapacidad intelectual

1
Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, Preámbulo, inc. e.
2
Definición de salud sexual, ONU. Visto en:
www.who.int/reproductivehealth/topics/sexual_health/sh_definitions/en/
Dichas aseveraciones parecieran ser una obviedad, sin embargo, al hablar de determinadas
minorías (en este caso de las personas con discapacidad) la dimensión sexual se encuentra
absolutamente invisibilizada. No es lo mismo hablar de una persona con una discapacidad
congénita, que de aquel que posee una de carácter sobreviniente; como tampoco atraviesa
la misma situación la persona con discapacidad motriz, frente a quien posee una
discapacidad intelectual.
El presente trabajo se encargará de analizar la situación del sector que reviste mayor
complejidad en la materia: el de las personas con discapacidad intelectual (PcDI) o
cognitiva. Se la define como una anomalía en el proceso de aprendizaje, entendida como la
adquisición lenta e incompleta de las habilidades cognitivas durante el desarrollo humano,
que conduce finalmente a limitaciones sustanciales en el desarrollo corriente.3 Como
consecuencia de ello se produce el deterioro de funciones concretas como las
cognoscitivas, el lenguaje, la motricidad y la socialización.
La sexualidad es un aspecto de la vida de todos los seres humanos que se encuentra
vinculado a nuestra forma de ser, pensar, sentir, actuar, de relacionarnos con otras
personas y con nosotros mismos. A la PcDI no se le reconocen estos aspectos y sus
manifestaciones eróticas son percibidas como anormalidades y como fuentes de
preocupación. En este aspecto muchos padres tienden a reprimir la experiencia sexual de
sus hijos, distrayéndolos, alejándolos de hechos o información que pudiera estimular su
impulso sexual.4
La sociedad infantiliza a la PcD, reduciéndolo al estereotipo del “niño eterno” cercenando su
autonomía, especialmente en lo sexual y sentimental. La atención se focaliza en la
deficiencia o limitación del desarrollo mental. Así el individuo se ve inmerso en ella porque
es identificado/a con su limitación y sus necesidades afectivas y sexuales no son
reconocidas; o bien, son reprimidas o negadas sin rodeos. Esto, pese a que sus caracteres
biológicos se desarrollen de la misma manera que en las personas sin discapacidad.
La sexualidad no nace en la adolescencia con el inicio de la pubertad, es un componente
innato que se inicia con la vida misma de una persona y se va modelando y desenvolviendo
a lo largo de ella. El error habitual consiste en pecar de reduccionistas, identificándola solo
con el componente genital.

Las tres dimensiones de la sexualidad

3
Definición de Discapacidad Intelectual, ¿Qué es discapacidad intelectual?, visto en:
http://www.fundacionbelen.org/base-datos/dificultades-intelectuales-dificultades-desarrollo/
4
CARICOTE AGREDA, Esther, La sexualidad en la discapacidad intelectual. Ensayo. Revista Educere, vol. 16, n°
55, septiembre-diciembre 2012, pp. 395-402. Universidad de los Andes, Venezuela.
Arbesú (2000) define las tres dimensiones fundamentales de la sexualidad humana.5 Al
analizarlas bajo la óptica de la discapacidad, toma en cuenta sus singularidades como
individuos, con su particular dotación genética, hormonal, fisiológica y cognitiva.
1. La dimensión reproductora
Considera que la gran mayoría de las PcDI son “normales” desde el punto de vista genético,
hormonal y fisiológico para la reproducción. Esto no quita que haya excepciones, un ejemplo
de ello serían las personas con una discapacidad intelectual grave, que resultan incapaces
para establecer intercambios sexuales voluntarios. En todo caso, estos trastornos
mencionados se refieren solamente a su capacidad para procrear, siendo capaces a pesar
de ello de experimentar placer y sentir afecto, las otras dos dimensiones de la sexualidad
humana.
2. La dimensión del placer
Entiende al erotismo como instinto sexual disfrazado y sometido a la razón por la fuerza de
las convenciones sociales y que, en esa medida, sigue siendo un factor poderoso de
motivación humana porque responde a una necesidad profunda y fundamental de la
especie.
Al controlar la natalidad con los métodos anticonceptivos hemos liberado al placer sexual de
sus servidumbres y lo hemos transformado en dimensión autónoma.
Todos son capaces de sentir, en mayor o menor medida, los placeres corporales derivados
del contacto físico, de la práctica sexual o del sentimiento de los afectos.
La práctica de las relaciones sexuales adultas puede entenderse como una necesidad, y su
prohibición, generar el abandono de expectativas y objetivos normalizadores, como el de
hacerse mayor, trabajar, etc., terminando por aceptar su condición de eterno niño; además
de potenciar los comportamientos neuróticos.
3. La dimensión afectiva
Refiere a los vínculos afectivos. Según Verdugo Alonso, las relaciones interpersonales que
subyacen y rodean a los comportamientos sexuales están condicionadas por códigos de
conducta tutelados por las costumbres y las leyes sociales. Estas relaciones, por su gran
valor estratégico para la especie y la vida social, afectan a la institución básica de la familia,
al cuidado de los hijos, a la propiedad y transmisión de patrimonios (herencias), a las
relaciones de poder del macho en el interior de la familia, en fin, a aspectos fundamentales
de la organización social general.
La sociedad ha ido cargando de valores y de normas todo lo que rodea al hecho biológico
imperativo de la reproducción de nuestra especie.

5
ARBESÚ, Agustín. Capítulo XI:La sexualidad de las personas con retraso mental. En Familias y Discapacidad
Intelectual, VERDUGO, Miguel Angel (Ed.) Colección FEAPS - Nº 2. Madrid: FEAPS, 2000.
Respuestas en relación al grado
La mayoría de los autores que tratan la cuestión aún distinguen entre la discapacidad
intelectual leve, moderada, grave y profunda, aunque conceptualizándolo de diversas formas
conforme a la época. De esta manera entienden que la familia, los centros educacionales y
la sociedad pueden encontrar respuestas diferentes para cada grado de discapacidad
intelectual, siendo la función de los profesionales ayudar a las PcDI a resolver sus
necesidades lo mejor posible.
La PcDI leve puede llegar a tener una sexualidad “normalizada”, pudiendo llegar a formar
una familia y tener hijos aunque necesitarán ayuda para la educación de los mismos. Son
capaces de aprender los contenidos básicos de educación sexual.
Aquellos que presentan una DI moderada tienen un proceso de representación de su propia
sexualidad de manera rudimentaria, deberán aprender y desarrollar identidad de género y el
comportamiento que, aunque a nivel concreto, le permita desenvolverse socialmente.
En los supuestos donde la discapacidad es catalogada como grave y profunda, Flores y
García6 expresan que estas personas no son capaces de comprender estas experiencias y
regularlas de acuerdo a las normas sociales, así como una representación de su propio
cuerpo o controlar sus relaciones con los otros. El problema en estos casos es que las
personas dependerán aún más de los padres y cuidadores; de tal forma que su sexualidad
será las que ellos/ellas busquen, deseen o puedan pero, sobre todo, la que los padres,
educadores y la sociedad podamos permitir que tengan.

Mitos y prejuicios
Sin desconocer las barreras fisiológicas de las PcDI, son las actitudes del mundo externo las
que, al consolidar estigmas y mitos infundados, constituyen la principal barrera en la
sexualidad de la persona, ya que minimizan la expresión sexual y la identidad social del
afectado. Torices7, afirma que estos prejuicios se consolidan como creencias populares, de
esta manera, por dar un ejemplo, se cree que las PcDI no pueden valerse por sí mismas,
dependiendo siempre del cuidado y protección de los demás, visión que habilita su eterna
infantilización y como consecuencia de ello se justifica la pérdida de privacía, cosa que
sucede en mayor medida al ser institucionalizados.
Verdugo (2002)8 expone que estas concepciones infundadas (basadas en el predominio del
criterio moral) proponen silenciar la dimensión sexual de este colectivo por considerarlo

6
FLORES AGREDA, R. y GARCÍA TROVATO, Y. Sexualidad y Retardo Mental. Acta Médica Peruana. Vol. IX, N° 1-2.
1982. Disponible en: www.sisbib.unmsm.edu.pe/bvrevista/acta_medica/1982-n1-2. Consulta 05/06/2016
7
TORICES RODARTE, I. La Sexualidad y Discapacidad Física. México. Trillas, 2006. Citado por CARICORTE
AGREDA, Esther, op. cit. P.397.
8
VERDUGO, M.A.; ALCEDO, M.A.; BERMEJO, B.; AGUADO, A.L.; El abuso sexual en personas con discapacidad
intelectual; Psicothema, 2002, Vol. 14, Supl.
asexuado, pero, independientemente de su nivel de capacidad o discapacidad, ningún ser
humano puede ser asexuado. Este mito ha estado presente y es en parte responsable de la
ausencia de información y educación sexual.
Otro mito tiende a establecer una relación lineal entre sexualidad y capacidad intelectual, por
lo que solo cabría esperar una conducta torpe, carente de sensibilidad y susceptible al
engaño, es decir, una sexualidad impregnada del propio concepto de “deficiencia”.
Ligado a lo anterior, aparece la falsa creencia de que las PcDI presentan una vida sexual y
afectiva distinta a la del resto de la población sin discapacidad. En contradicción con la
creencia de que son asexuados, convive la creencia de que a razón de su discapacidad no
pueden controlar sus fuertes impulsos emotivos y sexuales, tendiendo a la promiscuidad
sexual. Es decir, una sexualidad ligada a matices psicopatológicos. La realidad, es que esto
ocurre porque no son educados a distinguir a lo largo de las diferentes etapas de desarrollo
entre muestras de atención apropiadas e inapropiadas, a modificar y adecuar a las distintas
personas/situaciones sus manifestaciones afectivas y a conocer las diferencias entre lo
público y lo privado para ir así definiendo su propia intimidad. La carencia de intimidad y de
espacio y vida privada, pueden llevarlo a conductas sexuales desadaptadas y reprobadas
socialmente.
Existe el mito según el cual la discapacidad engendra discapacidad, justificando el control de
la vida sexual de las PcDI. Es decir, supone ligar sexualidad y reproducción, pero estudios
de la Asociación Americana para el retraso Mental han establecido que solo 30% de los
hijos de padres con DI se encuentran moderada o severamente afectados (AAMR, 1992).
En la misma línea, se liga sexualidad con genitalidad y coito, atribuyendo a sus
manifestaciones de afecto, un significado sexual que frecuentemente no existe, descartando
así, que sean capaces de sentir deseos, placer y otras emociones independientes del acto
sexual.
Estos mitos y prejuicios fomentan la deshumanización, infantilización y devaluación de estas
personas en todas las facetas de su vida; sin contar que han servido para justificar la
exclusión, el aislamiento y la segregación de las PcDI de una adecuada educación sexual.
Pero las consecuencias de dichos prejuicios no solo repercuten en la autonomía y falta de
educación de la PcDI, sino que también aumenta su grado de vulnerabilidad, haciéndolo
propenso a sufrir abusos.

Consentimiento y abuso sexual: una delgada línea


Al hablar de abuso sexual, referimos a aquellas situaciones en las que una persona se ve
envuelta en actividades o en relaciones sexuales que no quiere y no ha consentido y/o no
entiende. Se caracterizan por ser relaciones en donde el abusador está situado en una
posición de poder.
El maltrato en las PcDI es un campo de investigación disperso, escaso y con frecuencia
carente de rigor científico. Sus conclusiones no permiten determinar con claridad si el grado
de discapacidad intelectual, al que suelen recurrir muchos autores, aumenta o disminuye el
riesgo al abuso.
Lo que sí está en condición de afirmarse, es que la vulnerabilidad al abuso sexual no se
debe a “factores relacionados con su infantilismo o falta de interés sexual, sino a factores
extrínsecos relacionados con la estrecha dependencia y sumisión a terceras personas, junto
a otros aspectos como la pérdida de intimidad y la falta de información sexual”9.
El desarrollo de la sexualidad es un componente más dentro de los diferentes aspectos que
implica el relacionarse con otros, debiendo trabajarse el mismo formato de entrenamiento
que cualquier otra área de habilidades sociales. Es por ello que la educación sexual se
constituye como una herramienta esencial para la igualación de derechos.
De lo antes expuesto se desprende que existe una línea muy delgada respecto a si el acto
es consensuado o no. A mi parecer existe en la materia una presunción en contra del acto y
a razón de la discapacidad de la víctima.
Un acto consentido implica la toma de una decisión como ejercicio de la autonomía del
sujeto. El mismo, a diferencia del mero asentimiento, es necesario cuando hay una intrusión
significativa en la esfera moralde la persona. Kleinig10 sostiene que todo consentimiento que
acarrea responsabilidad, requiere que la persona tenga capacidad para consentir; debe ser
voluntario, es decir, libre de coerción; debe basarse en el entendimiento de aquello que se
consiente; debe ser intencional. Ausente el consentimiento mutuo sobre la persona, la forma
o la oportunidad, el contacto sexual resultaría violatorio de la intimidad corporal de quien no
lo hubiera consentido.
Un análisis muy interesante, consiste en hacer una analogía entre como la configuración del
consentimiento otorgado por menores para actos patrimoniales (18 años), es mayor que el
requerido para consentir la actividad sexual (13 años en el art. 119 del Código Penal o 16 si
hay abuso de la inmadurez sexual de la víctima). Lo cual indica que el consentimiento
sexual requiere un nivel menor de maduración. De esta manera una persona que en razón
de su discapacidad sea declarada incompetente para administrar sus bienes, podría dar su
consentimiento a la intimidad sexual.11
Los criterios mínimos para que haya un consentimiento sexual son los siguientes: que su
grado de discapacidad intelectual no se lo impida; que tenga capacidad física para consentir

9
VERDUGO, M.A.; ALCEDO, M.A.; BERMEJO, B.; AGUADO, A.L. Op.Cit. P. 126.
10
KLEINIG, John, “The Nature of Consent”, Citado por KAUFMAN, G. A., “Derecho a la sexualidad y
discapacidad intelectual”, Revista de Derecho Penal y Procesal Penal, Buenos Aires, Junio 2014, fasc. 6, P. 1158.
11
KAUFMAN, Gustavo Ariel, “Derecho a la sexualidad y discapacidad intelectual”, Revista de Derecho Penal y
Procesal Penal, Buenos Aires, Junio 2014, fasc. 6, P. 1158.
(verbal, gestual, etc.); que comprenda la sexualidad; que tenga conocimiento y comprensión
de la naturaleza del comportamiento sexual; que posea capacidad de autoprotección.12

Educación sexual
La educación sexual que ha de ser aportada a una PcDI debe tener en cuenta los mismos
criterios y objetivos que se plantean para todos los niños/as y adolescentes que no
presentan discapacidad. La información y conocimientos deben adecuarse a su capacidad
de comprensión, no existiendo una regla que pueda aplicarse de manera general, por lo que
debe tomarse en cuenta la particularidad de cada caso.
Uno de los pilares fundamentales a tener en cuenta, lo constituye el respeto por la
autonomía del individuo, no debiendo nunca substituirlo en la toma de decisiones.
En relación al mito del niño eterno, las familias tienden a sobreproteger al familiar con DI,
provocando un empobrecimiento del entorno. Por lo que al ver su espacio de intimidad para
con su sexualidad cercenado, esta dimensión de su personalidad necesariamente debe ser
pública. Si se le impide explorar su sexualidad de manera adecuada se generarán más
dificultades para discriminar los límites de la propia sexualidad. Por el contrario, la confianza
que le es brindada a la persona con DI, forma parte de su proceso de autonomía y no
supone la sustracción de ayuda y protección.
Una propuesta de trabajo13 de la Universidad de Salamanca, en conjunto con la Universidad
de Valladolid, propone una intervención en tres niveles: no solo con la PcDI, sino que incluye
un trabajo previo tanto con profesionales como con familias, bajo el marco del modelo
biográfico-profesional. El trabajo con profesionales consta de una parte de formación y otra
de trabajo en grupo; el trabajo con familias se desarrolla a lo largo de 10 sesiones; y, el
trabajo con PcDI abarca 35 sesiones. La intervención consta de (a) objetivos, (b)
metodología, y (c) evaluación inicial y final. Dichos objetivos son tanto ‘generales’ (aprender
a interiorizar conductas necesarias para iniciar, establecer y mantener una relación
interpersonal; conseguir un desarrollo adecuado de las necesidades personales de
aceptación, placer y afecto a partir de la información y educación sexual), como
‘específicos’. Varios autores desarrollan en una misma línea, lo que estos autores engloban
en objetivos específicos, uno de ellos es Amor Pan.

12
NIEDERBUHL, J, Naval Medical Center (Portsmouth, Virginia), “Establishing Criteria for Sexual Consent
Capacity Carrie Hill Kennedy”. American Journal on Mental Retardation, 2001, Vol. 106, No. 6, PP. 503-510.
13
RODRIGUEZ MAYORAL, J. M.; LÓPEZ, F.; MORENTIN, R.; ARIAS, B. Afectividad y sexualidad en personas con
discapacidad intelectual. Una propuesta de trabajo. Siglo Cero, Revista Española sobre Discapacidad Intelectual,
Vol. 37, Núm. 217, 2006, PP. 23-40.
Amor Pan (2004)14 sugiere las siguientes pautas para la educación de la sexualidad en
PcDI:
1. La educación sexual debe afrontarse de manera coordinada entre la familia y la escuela.
La información/formación debe ser encaminada a orientar su conducta.
2. Las pautas de conductas adecuadas deben ser enseñadas formalmente a estas
personas, permitiéndoles así la interiorización de comportamientos apropiados para consigo
mismo y para otras personas. Por ejemplo, las diferencias entre conductas públicas y
privadas con respecto a la masturbación.
3. Ayudarles a que disfruten del afecto del amor y del placer de forma positiva, en un plano
de igualdad, responsabilidad y respeto mutuo.
4. Deberán aprender a reconocer y comportarse distintamente según sus relaciones
vinculantes.
5. Encausar conductas masturbatorias resaltando correctos hábitos de higiene e intimidad.
6. Los contenidos deben tratarse de forma sencilla, explícita y positiva.
7. Deben aprender a decir NO sin ceder a las presiones, disminuyendo el riesgo al abuso
sexual.
8. Dependiendo de la edad y del grado de la discapacidad es conveniente que conozca los
métodos anticonceptivos y las enfermedades de transmisión sexual para disminuir los
riesgos.
Para las PcDI, las oportunidades de aprender sobre su sexualidad se encuentran limitadas
por el entorno, que solo les trasmite mensajes negativos de ella.
Por lo antes desarrollado, queda claro que la educación sexual no solo es sobre sexo sino
también formación sobre sentimientos, comunicación, límites, conductas públicas y privadas,
formación de relaciones, incluyendo el aprendizaje de cómo ser responsables de sus
cuerpos y de sus acciones.15

La familia
La familia constituye la institución primaria de la sociedad, siendo su núcleo formativo
básico. Es a través de ella que se nos inculcan valores y actitudes regentes en una sociedad
en un momento determinado, ya que la familia es, en principio, una construcción socio-
cultural.
La familia constituye un puente entre el mundo interior del niño y el exterior de la sociedad.
Si bien fueron las familias las primeras en alzar la voz para que estos temas fueran objeto

14
AMOR PAN, J.R. Orientación y Atención a la Diversidad. 2004. Disponible en:
www.juntadeandalucia.es/educación/portal/com/bin/contenidos/PSE/orientaciónyatencióndiversidad/educaci
ónespecial/manualdeatención. Consulta 06/06/2016.
15
CARICORTE AGREDA, Esther, op. cit. P. 398.
de discusión pública, Caricorte Agreda sostiene que cuando nace un niño con DI, se
produce una comunicación intrafamiliar dolorosa e inesperada que lleva a la familia a la
angustia, depresión, culpa, aislamiento social y necesidad de un reequilibrio interno. La
madre sufre una profunda herida en su autoestima porque no pudo engendrar un hijo sano y
el padre, también angustiado, asiste a un derrumbamiento de sus expectativas y, en cierto
sentido, de su virilidad. También el ambiente social que rodea a la familia, expresa su
angustia pero en lugar de aceptar, aconsejan; en lugar de escuchar, huyen. Por lo tanto, la
familia al no sentirse ayudada, se aísla, como si tuviera que expiar un castigo.16
Autores como Covigli17, advierten que, en estos supuestos, las familias se reequilibran sobre
las bases de una interacción rígida, sin los cambios dinámicos propios de toda familia.
Todas sus relaciones (internas y externas) y actividades pasan a estar mediatizadas por
esta discapacidad. Ello explica el fenómeno de la infantilización del mismo: el niño deja de
ser tal, pero su discapacidad persiste; la presencia de cualquier cambio es vivida con
angustia, por lo que, para intentar evitarlos, aumentan sus defensas, siendo una
consecuencia inmediata de ello la represión de su sexualidad. Es un niño que se convirtió en
adulto sin transitar la adolescencia, permaneciendo así en un estadío infantil.
Para ello es necesario que ante un conflicto se tome consciencia de la diversidad de sus
miembros, para fomentar la progresiva independencia y madurez de los mismos, evitando
relaciones simbióticas. Es necesario proteger a la familia de la culpabilización; evitar que
vivan en función del familiar con DI y evitar su aislamiento social; ya que hay que entender
que si la familia construye sus relaciones sobre una estructura rígida, esto necesariamente
se va a traducir en el detrimento de la autonomía/autovalimiento de la persona con
discapacidad.

Conclusiones
La sexualidad es un proceso de aprendizaje dinámico, inherente al hombre, pero su
contenido es creación social, involucra nuestras conductas, interacciones y relaciones con
las demás personas. Ante la mitificación de la PcDI como asexual, considero, por todo lo
antes desarrollado, que dicho concepto no solo es erróneo sino inexistente, al menos
entendiendo a la asexualidad como la negación de la dimensión sexual humana. El debate
de si debe ser considerada como una cuarta orientación sexual, es un análisis que excede el
objeto del presente trabajo. Todos somos personas sexuadas, sentimos de diferente manera
y vivimos nuestra sexualidad de acuerdo con la educación que hemos recibido, es indudable

16
CARICORTE AGREDA, Esther, op. cit. P. 400.
17
COVIGLI, G. La familia con un figliohandicappato, en II giocodegliincastri (el juego de los encajes), 1984, Del
Cerro, Pisa. Citado por CARICORTE AGREDA, Esther, op. cit. P.400.
que las diferencias en las PcDI puedan explicarse más por las dimensiones psicológicas que
por las biológicas.
Este colectivo no solo tiene las mismas necesidades sexuales y emotivas que la población
sin discapacidad, sino que tiene el mismo derecho a involucrarse en interrelaciones
sexuales y emocionales, ya que desde el punto de vista biológico, la sexualidad es un
proceso idéntico en todo ser humano. Esto no quita que sea necesario hacer adecuaciones
e implementar estrategias y métodos educativos especiales; pero la base fundamental para
que la PcDI comprenda su sexualidad es su familia, que como núcleo formativo, necesita de
apoyos profesionales en paralelo.
Para ello, diversos profesionales insisten en que la intervención debe darse a tres niveles:
profesionales, familias y PcDI.
Es el medio en el que la PcDI se encuentra inmersa el que impide o enrarece lo que
constituiría un desarrollo normal de la sexualidad. Sea por prejuicios, ignorancia o los
valores sociales imperantes, estos mitos y prejuicios constituyen las principales barreras
para el desarrollo sexual de las PcDI, propiciando, incluso, situaciones de abuso y
explotación sexual. De esta manera, es la educación la única herramienta capaz de disipar
los mitos y prejuicios que envuelven el tema y aumentan la vulnerabilidad de la PcDI,
constituyéndose como un sistema de apoyos que le permitirá a ésta, lograr el desarrollo de
sus capacidades sexuales y afectivas, y eventualmente ejercerlos con cierto grado de
autonomía.

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