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7 lecciones de santidad desde el

Santísimo Sacramento de la Eucaristía

https://www.youtube.com/watch?v=0pL0LEiLO0A

TEKTON CENTRO TELEVISIVO

AGOSTO 17 DE 2018
7 lecciones de santidad desde el Santísimo
Sacramento de la Eucaristía
https://www.youtube.com/watch?v=0pL0LEiLO0A

En la Custodia Eucarística, nuestro Divino Salvador habita entre los hombres con
toda Su riqueza. Él es verdadero Dios presente. ¿Qué puede ser más grande que
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esto?
1. La humildad
En el Santísimo Sacramento podemos apreciar la profunda humildad de
Jesucristo. Aquí, la eterna sabiduría de Dios, que hizo todas las cosas, la
brillantez del Padre Eterno, nos concede llegar hasta nosotros en la forma del
más ordinario alimento.
Después de todo, el pan es un alimento simple, la comida del pobre, y no es
como un corte de carne; el pan es, casi siempre, servido como
complemento, y rara vez nos percatamos de él.
Si vamos a imitar a Jesús, debemos primero y ante todo practicar la
humildad. El siervo no es más grande que su amo. Debemos contentarnos
con pasar desapercibidos, no ser alabados ni apreciados, debemos dar toda la
gloria a Dios, eligiendo ser humildes e insignificantes, como una pieza de
pan.

2. El silencio
El hombre siempre ha querido fortaleza tranquila, la fortaleza que se
demuestra más con hechos que con palabras vacías. En la Eucaristía, Jesús
nos recibe en completo silencio.

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Él está listo para escuchar todo lo que tengamos que decirle. Solamente
contestará cuando hayamos callado nuestro corazón y estemos en completo
silencio, como Él lo está.
Finalmente, Él estará listo para actuar en nuestro favor únicamente si
tenemos confianza en Sus promesas.

3. El amor
Casi todos los milagros eucarísticos registrados tienen la característica de
haberse convertido en la carne de un corazón humano. Esto no es casualidad,
en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía el corazón latiente de Cristo se
encuentra ardiendo de amor por nosotros y está esperando nuestro
amor como respuesta.
Sobre la Cruz, Cristo literalmente murió con el corazón partido por amor
hacia la humanidad pecadora, vaciando su preciosísima Sangre para ganar

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nuestro afecto.

4. La vulnerabilidad
En la Custodia, Cristo está completa y totalmente vulnerable. Con
demasiada frecuencia es maltratado y abusado, ignorado y difamado, tratado
con descuido e indignidad.
Y, aun así, es el precio que Él está dispuesto a pagar para vivir entre Su
gente. No le importan las veces en que ha sido profanado y pisoteado,
figurativa y literalmente.
Él continúa viniendo hacia nosotros una y otra vez, diciendo: “Nunca me
apartaré ni los abandonaré”.
Y nosotros: ¿amamos de esta manera?, ¿abrimos nuestro corazón a otros, a
pesar de que sabemos que sufriremos el dolor de ser rechazados?, ¿acaso
perdonamos 70 veces 7?
No podemos amar si cerramos nuestro corazón por miedo. Debemos ser
valientemente vulnerables, como Cristo.

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5. La paciencia
Cristo espera pacientemente por ti y por mí en los Tabernáculos y en las
Custodias alrededor del mundo. Él esperaría una eternidad por tan sólo una
visita tuya. Él nos espera arrepentidos, cuando nos hemos extraviado. Él
espera nuestra palabra de lealtad y afecto.
Nos espera para escuchar nuestros gozos y penas, nos espera para responder
a nuestros más profundos deseos.
Como Cristo, también debemos tener paciencia para con otros,
especialmente con aquellos que menos lo merecen o que ponen a prueba
nuestra paciencia tan seguido.
También debemos esperar con corazones llenos de perdón para aquellos que
nos han lastimado o nos han abandonado.

6. La pobreza
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Durante su vida en la Tierra, Cristo fue totalmente pobre. Vino a la Tierra


sin nada y se fue sin nada. En la Custodia Eucarística, encontramos Aquel que
creó las galaxias y así viene a nosotros: pobre y desnudo.
Pero esta pobreza es solamente material, porque Jesús viene a nosotros con
una gran riqueza de gracias y amor. Él, ardientemente, desea darnos todo lo
que necesitamos, si tan sólo se lo pedimos con confianza.
Él desea bendecirnos con abundantes gracias, aquellas que son las verdaderas
riquezas para las almas.
El materialismo y la avaricia se arrastran hasta nuestros corazones tan
fácilmente… Por ello, estamos llamados a seguir a Cristo en la pobreza y el
desapego, dándonos generosamente a los hermanos con todo lo que hemos
recibido. Entrega y te será entregado más de lo que pudieras pedir o esperar.

7. La presencia
El regalo de la Presencia de Dios es el mayor regalo. Para los antiguos
israelitas, no había mayor calamidad que retirarse de la Presencia de Dios. de
la misma manera, no existe mayor confort que la seguridad de Su Presencia.
Es lo mismo hasta el día de hoy, si tenemos a Jesús poseemos todas las cosas,
pero sin Él no tenemos nada.

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No debemos viajar lejos para encontrar la Presencia de Cristo, Él se
encuentra tan cerca como la parroquia más cercana.
Es el cumplimiento del antiguo pan de la presencia del pueblo judío. Su
Presencia no es una abstracción o una idea, es real y palpable a nuestros
sentidos.

La Eucaristía, fuente de santidad


[SCTJM]

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LOS NUEVOS SANTOS
“No tengáis miedo de ser los santos del Nuevo Milenio”, exhortación de San
Juan Pablo II, a toda la Iglesia, en el Año Jubilar. En este grito amoroso, el
Papa hizo una invitación que manifiesta la esperanza puesta en los hijos y las
hijas de la Iglesia de hoy, y su visión del futuro de la historia.
En este “no tengáis miedo”, nos llama a asumir, con determinación,
valentía y gozo, el reto a vivir la vocación universal a la santidad
que se nos ha sido dada en la gracia bautismal y a desplegar toda su fuerza
transformadora y misionera, llegando a ser la presencia viva de
Cristo, presencia tan viva y real, que tiene el poder de transformar la
historia del mundo y de la humanidad.
Nuestra civilización vive una especie de “ruina espiritual y moral”, por lo tanto,
de decadencia en todas las áreas de la vida humana.
La única forma de reconstruir la humanidad contemporánea es construyendo
una nueva civilización de amor, de vida, de solidaridad, de
valorización de la persona humana.

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Como cristianos, tenemos la tarea de remar mar adentro y adentrarnos
en las ruinas de esta civilización, para construirla desde adentro. Este
remar la barca, se hará con dos grandes remos: la Santidad y la Misión,
misión que no dará fruto, nos dice JPII, “si no proviene de la Santidad,
porque la Misión requiere un testimonio, coherente y elocuente, de vida”.
[SS JPII, 21 noviembre 2000] “Esta generación tiene la misión de llevar el
Evangelio a la humanidad del futuro. Vosotros sois los testigos de Cristo en el
nuevo milenio. Sed muy conscientes de ello y responded con pronta fidelidad a
esta urgente llamada. La Iglesia cuenta con vosotros”.
El santo polaco dejó dicho, claramente, que el Camino pastoral de la
Iglesia de hoy es uno solo y es urgente: el de la santidad. Para JPII,
la nueva primavera de la Iglesia es, ante todo, un momento de gracia
abundante, por la cual se forjarán grandes santos y santas: los
nuevos santos de este milenio.
Como lo dejó expreso el Congreso Internacional de la Renovación
Carismática (Roma, 1975): “Tiempos de oscuridad vienen para el mundo y
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tiempos de gloria para la Iglesia”. ¿Cuál es la gloria de la Iglesia? La santidad


de sus hijos, santidad que refleja la luz de Cristo, la vida de
Cristo en el mundo.
“La Iglesia aumenta, brilla, crece y se desarrolla por la santidad de sus fieles” (cf
LG 39). La característica principal de la Iglesia de hoy debe ser la
santidad. Nos toca a nosotros reconocer este llamado y esta
responsabilidad. La historia se forja con la vida de hombres y mujeres
que viven en ella.
El siglo XX ha pasado a la historia como uno de los más oscuros para la
humanidad. Y lo que va del XXI no augura tiempos mejores, al
contrario: egoísmo generalizado, olvido de Dios, crímenes y violencia
a la orden del día, persecución a cristianos y a los más inocentes, guerras
mundiales, grandes sistemas políticos opresores, bomba atómica,
aborto legalizado, matrimonio gay, desintegración de la familia, el
Holocausto, los experimentos humanos, la robotización del hombre, el
ateísmo, las sectas religiosas y el fanatismo. El siglo XX y XXI: gran
persecución a la Iglesia y a sus miembros, los siglos que más número de
mártires han arrojado.
Pederastia, pedofilia y pecados gravísimos dentro de la Iglesia y sus
jerarquías (tal vez nunca antes vistos).
Degradación moral y fariseísmo a la luz del día.

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La mujer quiere ser el hombre y viceversa.
El lugar más peligroso del mundo no es Iraq, es el vientre de una madre
que busca asesinar a su hijo a toda costa.
Suicidio, estrés y depresión: enfermedades del siglo XXI.
En medio de tanta oscuridad y caos, de figuras potentes de
mal, hemos visto surgir en medio de sombras, grandes rayos
de luz. En este mismo siglo, Juan Pablo II y Teresa de Calcuta, como
dos flores frescas en medio del desierto. La Iglesia ha sido coronada con
hombres y mujeres que, en medio del mal, han surgido para ser en el
mundo “grandes candelabros que iluminan”:
Santa Teresita de Lisieux, Sanga Gemma Galgani, Santa María
Goretti, San Maximiliano Kolbe, Santa Teresa Benedikta de la
Cruz, Santa María Faustina Kowalska, Santa Teresa de los Andes,
San Padre Pío, Santa Edith Stein, Santa Jacinta y San Francisco
Marto, Beato Pier Georgio, Beato Padre Pro, Padre San Alberto
Hurtado, Beato Obispo Manuel González, Beato Carlos

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Rodríguez, los esposos Beltrame…
Obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas, matrimonios,
solteros, niños, niñas; más, los miles de cristianos que han dado
su vida en el martirio de las persecuciones de los musulmanes en
Medio Oriente, la mayoría anónimos para el mundo, pero bien
conocidos por Cristo y el Cielo entero. Su fidelidad a Jesucristo
ya ha sido premiada. Porque, en medio de la historia oscura de
la humanidad, Dios revela Su Presencia santificadora.
La luz de Cristo no puede ser apagada por la oscuridad, jamás
será vencida, nunca lo ha sido. “La luz brilla en las tinieblas y las
tinieblas no la vencieron” (Juan 1,4). Precisamente para mostrar que la luz
de Cristo nunca es vencida por la oscuridad, es que JPII reveló la
abundante santidad que ha surgido en la Iglesia a través de las tantas
beatificaciones y canonizaciones que impulsó y decretó.
Esto prueba que, el poder de Dios trasciende la oscuridad del mundo;
y que, en medio de una generación hostil e indiferente, se confirma lo
que Jesús nos dice en Juan: “Mi Padre obra siempre” (5,17).
Cuando el mundo ha querido excluir a Dios de la historia,
Dios manifiesta que Él es su Señor, a través de los santos.

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¿QUIÉNES SON LOS SANTOS?
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+ Hombres y mujeres que han tenido el amor y la valentía suficiente


para sobrepasar las tentaciones del demonio, las seducciones del mundo
y las inclinaciones de su propia carne, para crecer a la estatura de Cristo:
hasta llegar a decir como San Pablo: “Ya no soy yo quien vive, sino Cristo
quien vive en mí”.

+ Se hacen presentes en la historia de la Iglesia para decir, con un paso al


frente: “Aquí estoy, Señor, Presente”. Igual que San Maximiliano Kolbe,
cuando dio un paso al frente entre el grupo de prisioneros en el campo
de concentración, para dar testimonio del amor heroico, tomando el
lugar de otro prisionero y morir en su lugar, evitando que se perdiese
un hombre inocente que tenía familia, esposa e hijos.

+ Testimonio vivo de la presencia de Cristo en el mundo, junto a


nosotros y entre nosotros.

LA SANTIDAD ES PARA TODOS


“Todos los fieles,
de cualquier estado o régimen de vida,
son llamados a la plenitud de la vida cristiana
y a la perfección de la caridad” (LG 40)

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Para alcanzar esta perfección, los cristianos deben disponerse con todo el
corazón a seguir las huellas de Cristo, haciéndose conformes a Su imagen,
siendo obedientes en todo a la voluntad del Padre. De esta manera, la santidad
del Pueblo de Dios producirá frutos abundantes, como lo muestra claramente
la vida de los santos en la historia de la Iglesia (LG 40).
“La perfección cristiana sólo tiene un límite:
el de no tener límite en el amor y la virtud”
(San Gregorio de Nisa)

¿DÓNDE SE FORMAN Y FORJAN LOS SANTOS?


En el mismo lugar donde usted está: ante la presencia real de Jesús en la
Eucaristía. La Eucaristía es “Dios con nosotros”, el Emmanuel. “La Palabra se
hizo carne y habitó entre nosotros” (Juan 1). “Yo estaré con ustedes hasta el fin del
mundo” (Mt 28,20). Y está con nosotros para actualizar todo Su poder salvador
y santificador, en cada generación.
“Su misericordia llega de generación a generación”, nos dijo la Santísima Virgen

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María en El Magnificat. Ya en esta proclamación, se profetiza el poder de la
Eucaristía.
-Un día, alguien le dijo a Santa Teresa de Ávila: “¡Si tan sólo hubiese
vivido en el tiempo de Jesús!… ¡si tan sólo le hubiese visto y le hubiese
hablado!”.
-Santa Teresa le respondió: “¿Acaso no tenemos ante nosotros a Jesús
vivo, verdadero y realmente presente en la Eucaristía?”.
La Eucaristía es Nuestro Señor realmente presente, Su Cuerpo, Sangre, Alma
y Divinidad, oculto bajo las apariencias del alimento más humilde y sencillo
del mundo: el pan. Pero real, físicamente presente, en la Hostia Consagrada.
Vive en medio de nosotros, para santificarnos; transformarnos en Su
imagen; liberarnos del pecado, del demonio y de la carne; levantarnos con
el poder de Su Vida Divina, resucitándonos de toda muerte y esterilidad
espiritual.
Está con nosotros para calmar las tempestades interiores de nuestras pasiones
bajas, para abrir los ojos ciegos del alma, para romper las cadenas de
opresiones, para eliminar hábitos pecaminosos y ataduras a lo terreno, para
elevar todas nuestras potencias humanas a los bienes celestiales.

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Para transmitir la caridad y misericordia de Su Corazón, y
darnos un corazón generoso capaz de perdonar y hacer el bien a los
enemigos.
Para capacitarnos, formarnos y forjarnos en Su imagen, para
ser modelados en Él, de tal forma que el mundo reconozca el rostro de
Cristo en el nuestro.
La Eucaristía es Cristo mismo, Luz del Mundo: “Yo soy la luz del mundo, el que
me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12).
Quien está ante la Luz, y se impregna de la Luz, no puede hacer nada más que
iluminar. “¡No se enciende una lámpara para ponerla debajo del celemín!” (cf Mt
5,15).
“Bajó Moisés del Monte Sinaí, y cuando bajó del monte con las dos tablas del
testimonio en su mano, no sabía que la piel de su rostro se había vuelto radiante,
por haber hablado con Él” (Ex 34,29).
“Esteban fijó sus ojos en el cielo y contempló al Hijo de Dios, su rostro se llenó
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de la luz de Cristo” (Hechos 6,15).

“La santidad es el mensaje elocuente que no necesita palabras, la


santidad representa al vivo el rostro de Cristo” (NMI, 7). La santidad
es visible, no se trata de manifestaciones extraordinarias, que muchas veces el
Señor ha permitido en la vida de los santos para revelar externamente su gran
obra interior.
A muchos santos se les iluminaban sus rostros, con ello manifestaban la luz de
Cristo de la cual estaban llenas sus almas, como Santa Clara de Asís -que le
sucedía esto después de estar horas ante el Santísimo-. Otros, por donde
pasaban, dejaban un aroma de rosas, flores, para revelar que eran el buen
aroma de Cristo, como el Padre Pío. Otros más, levitaban, para mostrar cuán
elevadas en santidad estaban sus almas, como San José de Cupertino, que en
la Santa Misa se elevó por los aires durante la Consagración, al contemplar la
Hostia Consagrada y el Cáliz con la Sangre de Cristo [se elevaba tan alto, que
a veces llegaba hasta el techo de la iglesia].
Incluso el mismo San Juan Pablo II también levitó: fue visto (varias veces)
algunos centímetros por encima del suelo mientras rezaba arrodillado el Santo
Rosario.

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LA EUCARISTÍA ES EL SECRETO DE LOS SANTOS [JPII]
“Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ese da mucho
fruto; porque separados de mí, no podéis hacer nada” (Juan 15,5).
La santidad es fruto de la Eucaristía, porque ésta es su fuente. Sólo
quien está en comunión con la vid, Jesús Eucarístico, puede ser un sarmiento
fecundo. Los santos han sido testigos elocuentes de esta verdad: que la
Eucaristía es el secreto de los santos, como lo afirmara San Juan Pablo II. Es
la escuela donde se forjan las grandes almas.

Santo Cura de Ars

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Cuando San Juan María Vianney
llegó a la pequeña villa de Ars, alguien le dijo con amargura: “Aquí no hay nada
que hacer”. El santo replicó: “Pues entonces hay mucho que hacer”. Inmediatamente
comenzó a actuar. Se levantaba a las 2:00 de la madrugada para estar en
oración ante el Santísimo Sacramento. Pasaba horas ante el Señor, hasta que,
muy temprano en la mañana, celebraba la Santa Misa. Al terminar, volvía a
quedarse en adoración, con el Rosario en mano y sus ojos fijos en Jesús
Eucarístico: “Yo Le miro… y Él me mira”.
La santidad del Cura de Ars, forjada en esas horas silenciosas ante la Eucaristía,
atrajo a tantos hombres y mujeres, que se vio obligado a escuchar confesiones
por 10 a 18 horas seguidas.
¿Quién logró esta transformación? El Santo Poder de la Sagrada Eucaristía.

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Beato Padre Damián

Apóstol de los leprosos.


“Si no fuese por la constante presencia de Nuestro Divino Maestro en nuestra humilde
capilla, no hubiese podido perseverar en participar de la misma suerte de los leprosos en
Molokai. La Eucaristía es el pan de vida que me da fuerza para todo esto. Es la prueba
más elocuente de Su Amor y el medio más poderoso para aumentar en nosotros su misma
caridad. Él se nos da diariamente para consumir nuestros corazones con Su fuego
purificador y transformador, para que incendiemos a los demás con el ardor de Su Amor”.
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Madre Teresa de Calcuta

“Recién en 1973, cuando


empezamos nuestra Hora Santa diaria, fue que nuestra comunidad comenzó a crecer y
florecer. En nuestra Congregación solíamos tener adoración una vez a la semana,
durante una hora; luego, en 1973, decidimos dedicar una hora diaria a la adoración.
El trabajo que nos espera es enorme. Los hogares que tenemos para los indigentes
enfermos y moribundos están totalmente llenos en todas partes. Pero desde el momento
en que empezamos a tener una hora de adoración cada día, el amor a Jesús se hizo más
íntimo en nuestro corazón, el cariño entre nosotras fue más comprensivo y el amor a los
pobres se nos llenó de compasión, y así se nos ha duplicado el número de vocaciones. La
hora que dedicamos ante Jesús en la Eucaristía, es la parte más valiosa de todo el día,
es lo que cambia nuestros corazones”.

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Padre Pío

Su vida se mueve alrededor del


Tabernáculo. La Eucaristía es su centro de gravitación. La gente de Pietrelcina
atestigua que, desde niño el Padre Pío visita asiduamente a Jesús

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Sacramentado. Ya de fraile -según se dice- pasaba largas horas ante la
Eucaristía, a veces la noche entera. Durante la adoración sentía un gran fuego
en su pecho, que consumía todo su interior.
Si el Padre Pío no estaba en el altar, sus ojos estaban continuamente dirigidos
hacia el Tabernáculo. Igual durante las largas horas de confesiones.
Una de sus hijas espirituales cuenta que todos sabía que el Padre Pío había
muerto en olor de santidad; ella misma narra, además, cómo un día vio al
Padre mientras estaba en adoración: “Vi como un rayo de fuego salir del
corazón del Santo Padre Pío hacia el Tabernáculo”. El Padre Pío le dijo a uno
de sus más cercanos colaboradores, que Jesús le había explicado que ese fuego
en el pecho era el amor que se comunicaba constantemente entre el corazón
del Padre Pío y el Corazón Eucarístico de Jesús.
De las misas del Padre Pío, ni se diga: duraban a veces hasta dos horas y media,
sumergido en completa comunión con el sacrificio de Cristo.

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Santa Faustina

En su diario, Santa
Faustina narra: “A los 7 años, cuando estaba ante Jesús expuesto en la Custodia,
entonces, por primera vez se me comunicó el amor de Dios, y llenó mi pequeño corazón,
y el Señor me hizo comprender las cosas divinas. Desde aquel día, mi amor al Dios oculto
ha crecido hasta alcanzar la más estrecha intimidad. Todo el poder de mi alma procede
del Santísimo Sacramento”.
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Una hermana de congregación de Sor Faustina, Sor Crecencia, dijo en una


ocasión: “La hermana Faustina vivía en total recogimiento la Santa Misa, sin ver nada
de cuanto estaba a su alrededor. Parecía que no estaba en el templo, sino en el mismo
Cielo, con Dios. Tenía una devoción inmensa por el Santísimo Sacramento. Cuando
estaba ante la Eucaristía, oraba con profundo fervor y con mirada fija y ardiente en
Jesús. Y en todos los momentos libres, corría a visitar a Jesús Sacramentado”.

Santa Teresita de Lisieux

El centro de toda
su vida, su afecto y atención era “el prisionero de amor”, como llamaba Teresita
a Jesús Eucarístico.

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A tal punto que, compuso una hermosa poesía que nos revela su amor ardiente
y dependencia total por el Sacramento de Amor. En esta poesía, Santa Teresita
del Niño Jesús abre su corazón para manifestar un gran deseo: “Quiero ser llave
del Sagrario, para abrir la prisión de la Santa Eucaristía. Quiero ser la lámpara que se
consuma cerca del Sagrario. Quiero ser la piedra del altar, para ser un nuevo establo en
donde repose la Eucaristía. Quiero ser el copón, para guardar en él La Hostia
Consagrada. Quiero ser patena… quiero ser Custodia… quiero ser cáliz”.
Ese era su gozo. Cuenta, como una gran dicha, que un día, en el momento de
la Santa Comunión, habiendo caído la Santa Hostia de las manos del sacerdote,
ella tendió el escapulario para recibirla. Consideraba esto un privilegio tan
grande como el de la Virgen Santísima, pues había tenido en sus brazos al
mismo Jesús.

Beata Alejandrina Da Costa

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Vivió para la
Eucaristía, se alimentó de la Eucaristía, y murió queriendo ser enterrada en la
iglesia parroquial para que la colocaran de tal forma que su rostro contemplara
el Sagrario eternamente. Esta maravillosa mística portuguesa, fallecida a los
51 años, se alimentó durante 12 años, literalmente, sólo de la Eucaristía.
Dios le encomendó la gran misión de la consagración del mundo al Corazón
Inmaculado de María, consagración que fue hecha por el Papa Pío XII en 1942.
Jesús le dijo un día, en 1954: “Hija mía, te puse en el mundo y te hago
vivir sólo de mí, para demostrarle al mundo lo que la Eucaristía puede
hacer, en qué consiste Mi vida. En las almas: luz y salvación para la
humanidad”.

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San Juan Pablo II

Seguramente pasará a la historia como uno de los Papas más grandes que ha
dado la Iglesia. ¿De dónde surge tal grandeza, tanto en santidad como en un
pontificado tan fecundo? Esta historia, narrada por un sacerdote que trabajó
con él, lo explica todo:
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Recién elevado al pontificado JPII, uno de sus secretarios lo buscaba. Nadie


sabía dónde se encontraba. El sacerdote fue a su cuarto después de cenar, tocó
la puerte, fue con una montaña de papeles para que leyera y firmara, pero JPII
no estaba allí. El sacerdote preguntó por él a todos los Cardenales, pero nadie
sabía dónde estaba. Fue a la cocina, pensando que quizás el Santo Padre, al no
haber cenado, tendría algo de hambre y podría estar buscando algo qué comer.
Lo cierto es que, no se encontraba por ninguna parte y nadie sabía dónde
estaba.
En eso, este secretario se encontró con el sacerdote que era secretario del
Santo Padre desde Polonia. Cuando le preguntó dónde podía estar el Papa,
éste le respondió: “Cuando sepas dónde está el Santo Padre, puedes estar seguro de
que lo encontrarás en la capilla, orando ante la Eucaristía”. Fue a buscarlo a la
capilla, para confirmar la información; y lo encontró, postrado con su rostro
en tierra y con sus manos extendidas ante Jesús Eucarístico.
En alguna ocasión, interrogado por un periodista, JPII dijo que, en sus 50 años
de sacerdocio, lo más importante fue y es la celebración de la Eucaristía.
Quienes tuvieron el privilegio de estar en la Misa Privada de JPII, en Roma,
saben que lo que se experimentaba allí era totalmente EL CIELO. En sus ojos,
profundamente fijos en la Eucaristía, se entraba con él en una dimensión que
trasciende a los que estaban junto a él.

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Allí se sentía que se estaba presenciando a un alma sacerdotal completamente
sumergida en el misterio de la Presencia Real de Cristo.
Aquí se forjó JPII. Se cumplieron sus palabras: “La Santa Misa es el centro absoluto
de mi vida y de cada día de mi vida”. Por eso, le llamó a su última Encíclica “La
Iglesia vive de la Eucaristía”. Porque él mismo vivía de la Eucaristía. “La
adoración del Santísimo Sacramento tiene cotidianamente una importancia destacada y
se convierte en fuente de vida y santidad” (Encíclica de JPII Ecclesia de Eucharistia).
Desde su primera comunión, recibía la Eucaristía todos los días.
“Sigamos, queridos hermanos, la enseñanza de los santos, grandes intérpretes de la
verdadera piedad eucarística. Con ellos, la teología de la Eucaristía adquiere todo el
esplendor de la experiencia vivida, nos contagia y nos enciende” (EE, 62).

En estas horas de sombras, necesitamos que brille la luz de Cristo en la


santidad de los hijos de la Iglesia militante, que somos todos.
Debemos presentar a la humanidad la “luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene

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a este mundo” (Jn 1,9).
Milagro Eucarístico de Cracovia: del pantano, surgía una luz tan fuerte que podía
verse a larga distancia; encontraron la Hostia Consagrada después de drenar la
porción de pantano, completamente limpia.
Jesús, Redentor y Salvador de los hombres, permanece con nosotros realmente en la
Santa Eucaristía. Jesús, en el Santísimo Sacramento, se da por completo “para la vida
del mundo”, para nuestra vida, para la vida de nuestro mundo y nuestra historia.
La Eucaristía es la presencia sublime del amor de Cristo.
Amor permanente, santificador, eficaz y poderoso.
Decía el beato obispo Manuel González, obispo de la Eucaristía: “El Sagrario es el
lugar más poderoso de la Tierra”.
Aquí está el tres veces Santo, el Rey de Reyes, Señor de Señores, Nuestro Señor.
Aquí está, para forjar y formar santos con el poder de Su gracia y en Su escuela
de santidad.
El mundo de hoy necesita “testigos” para que, con gozo, se pueda decir:
“Dios está con nosotros; hemos visto los efectos de Su Presencia entre hombres y mujeres que no
han tenido miedo de abrir de par en par, generosamente, las puertas de su corazón a Jesús y que
se han dejado transformar en imágenes vivientes de Su amor y Su santidad”.

“Pido a Dios tres veces Santo, que, por intercesión de esta inmensa multitud de testigos, los haga
santos, los santos del Tercer Milenio” (San Juan Pablo II)

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