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"Entre el vivir y el soñar/ hay una tercera cosa./ Adivínala." (Nuevas Canciones,
1917-1930, CLXI, Proverbios y cantares, V). El verso intenso de Antonio Machado,
en su vertiente más enigmática, parece trazar ante nuestros ojos el arco tendido de la
palabra. Límite profundo de la experiencia de sí, allí donde el silencio del cuerpo
mudable hacia la muerte se hace sentido. Y metamorfosis: variación en la forma,
transformación infinita, precisamente a partir de la experiencia germinal del límite.
La voz que nos habla proviene de la lejanía más ancestral. De la noche y la luz de la
revelación. Parménides es conducido a la diosa por "las yeguas muy conocedoras",
signos del Hades y de la metamorfosis. A las que anteceden las helíades, "tras
abandonar la morada de la noche,/ hacia la luz, quitándose de la cabeza los velos con
las manos" (DK 28 B 1, 9-10). La noche y la luz. El mundo subterráneo y el mundo
solar. La muerte y la vida, encadenadas. El gesto sutil de retirar el velo, que permite al
iniciado acceder a los misterios.
La filosofía nace del conocimiento ritual, del anclaje en los misterios. Pero a través
de un corte, de un distanciamiento. La pupila densa del poeta, José Lezama Lima
(1989, 280), ha sido capaz de percibir esa continuidad distanciadora entre los
misterios eleusinos y Parménides: "El es órfico sigue el reto de las estaciones, muere
y renace. Es, está y será. El es de Parménides no depende de sumergimientos, su ente
es como su noche, un continuo, el Uno".
¿Fue realmente una revelación ritual? Parménides adopta los rasgos del saber
ancestral: el hexámetro poético y los signos del misterio, para cuestionarIo en
profundidad. Al distinguir "la verdad bien redonda" de "las opiniones de los mortales,
para los cuales no hay fe verdadera" (DK 28 B 1, 29-30), Parménides inicia un
proceso de abstracción del lógos (pensamiento-lenguaje), que intenta detener el flujo
metamórfico de la unidad en la contradicción, de la verdad enigmática que se expresa
en el ritual.
El puente que Heráclito quiso tender entre el saber enigmático y la abstracción del
lógos era demasiado frágil, quebradizo, ante la fuerza desatada de la palabra vuelta
sobre sí misma. Ante la dialéctica naciente, con la que la palabra emancipada del
ritual se convertiría en eje de la vida pública. Y, a través del juego de espejos de la
reflexión, en la médula de un lenguaje filosófico construido a partir de un corte
profundo con la materialidad de la vida.
Para Parménides, la distinción entre "el etéreo fuego de la llama" y la "noche oscura"
no surge del conocimiento de la verdad. Es un hecho lingüístico, una acción de
nombrar, que brota de la mera opinión: "Según sus pareceres han impuesto nombres
a dos formas,/ de las cuales no se puede (nombrar) a una sola: en eso se confunden"
(DK B 8, 53-54). Y no se trata sólo del dualismo noche/día, que niega la unidad del
ser, sino también de la idea de multiplicidad: "Así nacieron estas cosas, según la
opinión, y son ahora,/ y después, creciendo desde allí, llegarán a su fin;/ para ellas los
hombres han impuesto nombres, para cada uno (un nombre) distintivo" (DK B 19, 1-
3). La doctrina filosófica de la verdad revela la unidad e inmovilidad del ser. Toda
idea de cambio provendría, al contrario, de ese nombrar hijo de la mera opinión:
"Son todo nombres/ que los mortales han impuesto, convencidos de que eran
verdaderos:/ generarse y perecer, ser y no (ser),/ cambiar de lugar y mudar de color
brillante" (DK B 8, 38-41).
Sin embargo, atendiendo a las características del lenguaje, la idea de la unidad y fijeza
del ser y el sentido supone aislar su dimensión de permanencia respecto a la
igualmente constitutiva de cambio. Desde un punto de vista teórico, gramatical, es lo
que expresa la conocida diferenciación, por Ferdinand de Saussure, entre el plano de
la lengua (langue) y el del habla o palabra (parole).
Pero no olvidemos el otro plano del lenguaje, el del cambio. Según García Calvo
(1989, 293), el cambio de la lengua "no puede Ilamarse evolución, ya que la
discontinuidad es" inherente a la misma, "sino mutación". Siendo el lenguaje un tipo
especial de acción, y no un hecho cultural: en la medida en que todos los hechos
culturales y sociales tienen en su base el lenguaje, su incesante movilidad, su
transformación constante, alientan en la vida del habla, en el tránsito de la palabra. Y
así, como ha observado George Steiner (1975, 33), el mejor modelo de la pretendida
fórmula heraclítea: "todo fluye", sería precisamente el lenguaje: "El lenguaje (...)
constituye el modelo más sobresaliente del principio de Heráclito. Se altera en todo
momento del tiempo vivido".
Pretendiendo situarse "más allá del lenguaje" para llegar al ser uno e inmóvil, el lógos
filosófico cortaba o separaba la unidad de lo real de todo cambio o modificación. Es
la abstracción del ideal en contra de lo viviente. La pretensión de situarse más allá de
la metamorfosis, más allá del tiempo.
Pero no sólo una voz nos habla. Otra, que no persigue fijar la unidad inmóvil de lo
existente, nos habla desde una lejanía aún más distante. Sus ecos reverberan en el
borde oculto, abismal, de la palabra que busca reflejarse en el tiempo. La voz. La
palabra del poeta.
La voz, por ejemplo, de Ezra Pound, en sus Cantos, sinuosa, susurrante, deslizándose
en la locura del lenguaje: "La enorme tragedia del sueño...". La voz en el descenso a
los infiernos del lenguaje. En el nervio de la metamorfosis, donde habita la memoria
de Ovidio. El recuerdo de toda la poesía y el cambio de la humanidad sufriente.
Todas las lenguas se entrecruzan en los Cantos, todos los giros del lenguaje viven la
transformación, en la expresión unitaria del dolor, de la destrucción. Personajes
históricos y literarios, hombres y dioses, lugares y hechos de la más amplia diversidad
espacial y temporal, recogidos en frases y signos de distintas lenguas, se entrecruzan,
contraponen y se hacen equivaler: "y con la lectura de un día puede un hombre tener
la clave en sus manos". Eso, que nos parece insólito, que para nosotros alza su vuelo
por vez primera en el aire de lo viviente, había ocurrido ya antes. Sigue ocurriendo.
Ocurrirá de nuevo.
El corte respecto a lo fluyente del lenguaje se concreta aquí en corte del lógos
filosófico respecto a la metáfora. Aristóteles establece tres usos del lenguaje, que
corresponden a la lógica, la retórica y la poética. El pensamiento lógico se contrapone
a la poesía porque en ella la metáfora desempeña un papel crucial, y la metáfora
encierra dentro de sí el enigma: "En general, de enigmas bien construidos, se pueden
sacar metáforas adecuadas, porque las metáforas implican el enigma" (Ret., 1405 b 3-
5). Y por ello también, en sentido inverso, si uno lo compone todo "a base de
metáforas" habrá enigma (Poét., 1458 a 25).
Nacida ella misma del enigma, la filosofía busca su perfil como ruptura y
contraposición al mismo. Lo que implica, también, una ruptura con la metáfora. En la
Metafísica, y en un contexto donde se discute la relación entre ideas y especies, se
rechaza el valor de un argumento como algo vacío o metafórico-poético: "Afirmar
que las especies son paradigmas y que participan de ellas las demás cosas son
palabras vacías y metáforas poéticas" (991 a 20-22).
La metáfora, y la poesía, son algo más que capacidad para "percibir la semejanza".
Son el curso que seguimos para percibir lo mismo en lo incesantemente diferente,
pero también salto hacia la imagen: "Marcha de ese discurso poético semejante a la
del pez en la corriente, pues cada una de las diferenciaciones metafóricas se lanza al
mismo tiempo que logra la identidad en sus diferencias, a la final apetencia de la
imagen" (Lezama Lima, 1968, 11).
Y por ello, como afirma Maurice Blanchot (1959, 233), la literatura supone un salto:
"Disponemos del lenguaje común y éste hace disponible lo real, dice las cosas, nos las
da apartándolas, y él mismo desaparece en este uso, siempre nulo e inaparente. Pero,
al convertirse en lenguaje de ficción, éste se vuelve fuera de uso, inusitado; y, sin
duda, lo que designa creemos recibirlo todavía como en la vida corriente, e incluso
más fácilmente". El salto de la literatura es una operación de transformación de los
usos sociales objetivos del lenguaje en un uso ficticio, o mejor aún: ficcional, gracias
a la cual el lenguaje literario articulado como texto vuelve a nosotros
transmitiéndonos una experiencia de la vida y los sentidos más intensa, más
elaborada, que la que se alcanzaría en la materialidad inmediata del vivir.
Como dice Aristóteles, no corresponde al poeta "decir lo que ha sucedido, sino lo que
podría suceder, esto es, lo posible según la verosimilitud o la necesidad" (Poét., 1451
a). No se trata, por tanto, de una posibilidad genérica o no determinada: la
posibilidad poética, literaria, se sitúa en esa dimensión intermedia entre verdad y
falsedad que es la verosimilitud.
Ello entraña dos consecuencias. En primer lugar, los criterios de articulación del texto
son establecidos autónomamente, en virtud de las exigencias del propio texto: y eso
supone tener en cuenta la primacía de la ficción en los textos literarios. La segunda
consecuencia está explícitamente señalada en la misma Poética (1461 b): "En orden a
la poesía, es preferible lo imposible convincente a lo posible increíble." Es decir, el
escritor debe atender, por encima incluso de la imposibilidad (actual, efectiva) de los
elementos que articula verosímilmente en el texto, a su credibilidad (esto es: a su
potencialidad). Lo que, en definitiva, caracteriza como tal a un texto poético, es la
síntesis de verosimilitud y posibilidad.
Ahora bien, como ha hecho notar el filósofo estadounidense Joseph Margolis (1980,
277), "juzgar la verosimilitud de una ficción es precisamente comparar una ficción
con el mundo real". Quedaría, por tanto, aún abierta la cuestión acerca de qué es lo
que permite, en el universo lingüístico del texto, esa contraposición entre lo verosímil
y lo verdadero en la que residiría el efecto estético de la literatura. En otros términos,
los de Margolis (1980, 278): "¿Cuál es la naturaleza del uso específicamente ficcional
del lenguaje?"
Es así como se explica que, a través del lenguaje, la literatura sea mucho más que
lenguaje: interrogación y producción de sentidos (de las diversas dimensiones que
la vida y la muerte plantean en el curso de la existencia humana). En conclusión,
utilización material y transcendencia: límite y metamorfosis, a través de la imagen,
del lenguaje en el texto literario, que para ser comprendido en toda su riqueza y
alcance, ha de ser entendido como una realidad trans-lingüística. Como una
organización/articulación simbólica de sentidos, que actúa simultáneamente como
espejo y condicionamiento de la realidad efectiva, en acto, en la que se desarrollan
nuestras vidas.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
- Auden, W.H. (1963): The Dyer´s Hand; Faber and Faber, Londres. Trad.
cast. de M. Lauer y A. Oquendo: La mano del teñidor; Barral, Barcelona,
1974.