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SOCIEDAD CIVIL:

UNA APROXIMACIÓN ÉTICO-HERMENÉUTICA


A SU NATURALEZA Y A SU DEFINICIÓN

Maximiliano Reyes Lobos

JULIO 2019
Sociedad civil: Una aproximación ético-hermenéutica
a su naturaleza y a su definición

Civil society: An ethical-hermeneutical approach to its nature


and its definition

Maximiliano Reyes Lobos


(Universidad de Valencia)
max.reyeslobos@gmail.com
Resumen
Comprender la sociedad civil implica aproximarse a una noción compleja y que debe ser descrita
desde las particularidades que la caracterizan en sus fuentes teóricas, aspirando alcanzar un
momento teleológico que brinde nuevas definiciones y variadas posibilidades de configuración
social. Para lograrlo, la aproximación hermenéutica propuesta profundiza en las principales
tradiciones políticas que sirven de fuente para distintas configuraciones de la sociedad civil y
en las críticas a cada una de ellas que pensadores contemporáneos referentes han planteado.
Luego, dada la cualidad práctica de la ética, concluimos que junto con las diversas definiciones
de sociedad civil existentes, el principal hallazgo es la adscripción a una perspectiva pluralista,
flexible y dialógica, de cuya naturaleza surge el êthos necesario para que la sociedad civil se
defina por sí misma y no en relación con una tradición política o ideología determinada.
Palabras clave: Sociedad civil, ética, hermenéutica, tradiciones políticas.

Abstract
Understanding civil society involves approaching a complex notion that should be described
from the theoretical sources that characterize it, aspiring to reach a teleological moment that
provides new definitions and varied possibilities of social configuration. This objective can
be achieved through a hermeneutical approach that delves into the main political traditions
from which civil society is configured, concluding, thanks to the practical quality of ethics,
that the main finding is the ascription to a pluralistic, flexible and dialogical perspective,
from which the êthos of civil society is defined by itself and not in relation to a specific
political tradition or ideology.
Key words: Civil society, ethics, hermeneutics, political traditions.

Introducción

El propósito del presente artículo es reflexionar sobre la naturaleza de la sociedad


civil y los alcances de su definición, generándose un espacio de discusión en el que se
pueda contar con la suficiente información que permita conjugar diversas alternativas
de argumentación sobre su construcción y perfeccionamiento. La guía para la reflexión
que proponemos nace de la importancia que se le otorga al proceso por el cual el ser
humano se convierte en ciudadano, siendo adoptada por nuestra parte la opinión de
que los individuos han llevado a cabo esta transformación sublevándose de un poder

Recibido:23/09/2018
Aceptado: 08/04/2019

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único para adscribirse a uno compartido1. Por ello, la interpretación en torno al desa-
rrollo ciudadano del ser humano y la consecuente conformación de la sociedad civil, si
bien es una aproximación, contribuye a la comprensión de los motivos y circunstancias
por y en las cuales las personas se congregan y establecen convenciones de orden cívi-
co. No obstante, también asumimos la complejidad de adscribirse inicialmente a una
única definición de sociedad civil, siendo preciso exponer en su lugar los principales
aspectos a discutir sobre las definiciones que se han gestado en las fuentes teóricas.
Para lograrlo, la posición desde la cual se propone el análisis es una posición ético-
hermenéutica, por cuanto que no se aspira a defender a priori una noción de sociedad ci-
vil en específico, sino cumplir con el objetivo de realizar una exposición de los diferentes
puntos de vista teóricos que, a nuestro juicio, son los que mayor influencia han ejercido
en la conformación del carácter cívico y en la configuración de la sociedad civil desde la
Modernidad hasta nuestros días. A partir de este punto, un segundo objetivo comple-
menta el análisis al profundizar en las opciones de definición que tiene sentido apoyar2.
Adjetivar este enfoque como ético-hermenéutico implica, por tanto, asumir una
postura que no desea controlar ni medir la sociedad civil mediante una racionalidad
técnico-instrumental, sino más bien interpretarla desde sus fuentes teóricas, atender a
sus cualidades y facilitar la comprensión en sí. Luego, será la amplitud de esta com-
prensión el quid para apoyar unas u otras nociones, generándose un enfoque perspec-
tivista en la argumentación.
De este modo, el desarrollo de la exposición va desde el debate que se genera en
torno a las definiciones de sociedad civil que el liberalismo, el republicanismo, el comu-
nitarismo y el humanismo cívico aportan hasta la adscripción a ciertos criterios desde
los que la sociedad civil se convierta en el núcleo ético de la sociedad y pueda brindar
a la ciudadanía un espacio donde conjugar los diferentes sistemas morales existentes y
ejercer influencia sobre el quehacer político. Y es en coherencia con esto que el plan-
teamiento esboza la posibilidad de que una sociedad sea definida en términos éticos si
la sociedad civil puede autodeterminarse y definirse por sí misma, diferenciándose de
una noción de sociedad civil que se configura bajo la influencia de una determinada
tradición política o régimen en particular.

La fuente en las tradiciones

¿El hecho de que exista una definición de sociedad civil que sea propia a cada tradi-
ción política se traduce en que existan posturas éticas disímiles? O, por el contrario, ¿los
carices éticos se pueden complementar? Al respecto, asumimos que la ética en su sentido
amplio no sólo nos indica cómo determinado fenómeno es, sino que nos orienta respecto
a cómo debería observársele como fruto del saber práctico. Por ello, desarrollar una
aproximación hermenéutica que responda a éstos y más interrogantes, busca contribuir
al estudio de la relación individuo-sociedad desde una concepción general y lo suficien-
temente profunda que permita incluir en ella los diferentes fenómenos sociopolíticos,
religiosos, culturales y tecnológicos que vive el ser humano como ser cívico. 
En esta línea, lo que puede interpretarse acerca del funcionamiento de la vida so-
ciopolítica actual es que todo conocimiento y toda actuación de los individuos está de-

1
Alain Touraine, El fin de las sociedades, Fondo de Cultura Económica, México DF, 2016.
2
Charles Taylor, Argumentos filosóficos. Ensayos sobre el conocimiento, el lenguaje y la moderni-
dad, Paidós, Barcelona, 1997, pág. 241.

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terminada por los escenarios en los que se desenvuelven, estando sus ocupaciones, sus
capacidades, sus relaciones y sus anhelos limitados por la habitualidad que desarrollan
en su pertenencia a los ámbitos de la familia, el trabajo y la vecindad. Existiría una vida
privada separada de la vida pública y una latente sensación de cambio tanto a nivel
individual como social, que estaría impulsada por una continuidad histórica y por un
proceso de socialización por medio del cual el individuo, como mera tabula rasa, hace
suyo elementos históricos y culturales externos3. Así, la conformación de las sociedades
en general y de los colectivos cívicos en particular respondería a un tipo de coerción
caracterizada por la existencia de determinados «modos de obrar, de pensar y de sentir
que presentan una notable propiedad de existir fuera de las conciencias individuales»4.
Esto, tratado en términos históricos y sociopolíticos, nos hace pensar que las fuentes
de la sociedad civil tienen como punto de partida la distinción entre pensamiento colec-
tivo y pensamiento individual. Así, por ejemplo, mientras en la Grecia clásica el núcleo
ontológico y moral es la polis, la comunidad, en la sociedad civil burguesa, por su parte,
el núcleo es el individuo. Si en aquella la vida privada depende de la vida pública, siendo
ésta una vida con mayor valoración, en la sociedad civil burguesa, en cambio, el Estado se
limita a sustentar la esfera privada sin interferir en ella5. Pero tanto en uno como en otro
caso puede observarse como común denominador que la sociedad se ha configurado en
torno a un pacto entre los hombres y que dicho pacto se ha traducido en el establecimien-
to de ciertas normas y procedimientos de actuación en los ámbitos individual y colectivo
que permiten diferenciar una época de otra en la historia del ser humano.
El inconveniente surge cuando los significados que se le otorgan a aquello denomina-
do como social se singularizan y circunscriben la sociedad civil a un ámbito políticamente
ideologizado, dificultando que pueda haber un enfoque perspectivista en la argumenta-
ción. En consecuencia, las ideologías como concepto genérico –definidas como sistemas
de creencias y referidas a una infinidad de asuntos de índole moral, social, religioso, eco-
nómico o cultural– se convierten en reflexiones, teorías y prácticas acerca de la organiza-
ción política que son cada vez más permanentes en el tiempo y con mayor capacidad para
ejercer influencia en las maneras en que los individuos asumen sus roles al formar parte
de un cuerpo social6. Esto comienza a observarse con mayor detalle durante la Moderni-
dad, cuando es posible notar cómo, a contar de los siglos XVII y XVIII, el componente
político de las ideologías se vuelve decisivo, lo que convierte a las tradiciones políticas en
un instrumento de persuasión, de control social y de diferenciación entre una sociedad
y otra, por medio del cual la sociedad civil se configura de un modo específico según la
manera en que el componente político es interpretado.

Fuente liberal

Analizar la influencia de la tradición liberal en la concepción de la sociedad civil im-


plica considerar que las sociedades políticas en clave de Locke o Hobbes «son estable-

3
Charles Wright Mills, La imaginación sociológica, Fondo de Cultura Económica, México DF, 2012.
4
Émile Durkheim, Las reglas del método sociológico y otros escritos, Alianza Editorial, Madrid,
2018, pág. 81.
5
Adela Cortina, «Sociedad civil», en Adela Cortina (coord.), 10 palabras clave en Filosofía Polí-
tica, Editorial Verbo Divino, Navarra, 1998, págs. 353-388.
6
Jesús Conill, «Ideologías políticas», en Adela Cortina (coord.), 10 palabras clave en Filosofía
Política, Editorial Verbo Divino, Navarra, 1998, págs. 213-258.

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cidas por conjuntos de individuos para, a través de la acción común, obtener beneficios
que individualmente no podrían conseguir»7, existiendo una actividad colectiva que se
instrumentaliza en función de los fines individuales y que surge de la interpretación de
la libertad como una libertad negativa, de no interferencia.
En este punto es preciso recordar que fue Locke quien planteó la libertad en estos
términos8, pero la postura liberal también se sustenta en procedimientos de actuación
tendientes a evitar situaciones que atenten contra la integridad del individuo, tradu-
ciéndose ello en que la unión de los ciudadanos encuentra su motivación en la huida
de lo desagradable y en la escapatoria del caos, es decir, en el miedo de carácter hobbe-
siano9. Como resultado, los lazos que se crean son impersonales; no son lazos éticos ni
familiares, sino civiles, lo que convierte a la sociedad en un entramado de ciudadanía
legal que vela por el resguardo de derechos particulares.
¿Significa esto que la realidad social interpretada en clave lockeana o hobbesiana
es perjudicial para escenarios donde se aspire a una vinculación ética? Al respecto, un
elemento central en este tipo de ciudadanía es la representatividad como mecanismo
de participación política y la búsqueda de protección del ejercicio de derechos básicos
y de propiedad, a partir de lo cual se configura una primacía de la vida privada sobre
la vida pública y una condición de individualidad que circunscribe la sociedad civil al
«sector privado del mercado [y a] un territorio de individuos libres que se asocian de
forma voluntaria en varias agrupaciones de carácter económico y social de naturaleza
contractual»10. Existiría, entonces, una aproximación ética que es apropiada por una
ideología –en el sentido de lo propio–, pero que no es apropiada –en el sentido de lo
adecuado– para dar respuestas satisfactorias a todos los fenómenos sociales posibles
que experimentan los individuos como seres sociales.
No obstante, cabe destacar una diferencia entre el liberalismo como instrumento
político para obtener ventajas y el liberalismo filosófico, ya que mientras éste se define
por buscar valores morales que sean comunes al cuerpo político, aquél es de carácter
procedimental y se ejemplifica en el nacimiento de la democracia agregativa y por re-
gular las interacciones en busca de una vida buena. Una vida buena que surge cuando
los individuos son libres para elegir lo que más les convenga entre el mayor número
posible de alternativas11 y que se constituye como la concepción que el individuo posee
sobre el tipo de vida que merezca la pena vivir12.
Como resultante, un sociedad liberal en perspectiva procedimental apuesta por fa-
cilitar el logro de los objetivos de vida de acuerdo con un criterio de igualdad, lo que
convierte a la sociedad civil en un entramado de relaciones que se configura en torno a la
autonomía en la toma de decisiones y en la adquisición de los productos y servicios que
más convengan a los individuos según sus intereses particulares. Esta definición no re-
quiere de la presencia del Estado ni del actuar social como entes reguladores, ya que es la

7
Charles Taylor, Argumentos filosóficos, op. cit., pág. 248.
8
John Locke, Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil. Un ensayo acerca del verdadero origen,
alcance y fin del Gobierno Civil, Tecnos, Madrid, 2010.
9
Thomas Hobbes, Del ciudadano; Leviatán, Tecnos, Madrid, 1987.
10
Benjamin Barber, Un lugar para todos. Cómo fortalecer la democracia y la sociedad civil, Paidós,
Barcelona, 2000, pág. 26.
11
Michael Walzer, «La idea de la sociedad civil. Una vía de reconstrucción social», en Fernando
Vallespín (coord.), La democracia en sus textos, Alianza Editorial, Madrid, págs. 375-394.
12
Charles Taylor, Argumentos filosóficos, op. cit.

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autonomía en la elección la que determina las relaciones entre los ciudadanos, en un con-
texto donde los satisfactores están a disposición de todo aquel que desee cubrir sus ne-
cesidades. Esta postura parte del supuesto de que todos los ciudadanos cuentan con los
recursos necesarios para cubrir sus requerimientos, lo cual es complejo que se de, sobre
todo en un escenario de competitividad e individualismo que carece de espacios donde
las personas puedan interactuar solidariamente. Actuación que, según las reglas de este
modelo, impacta negativamente en las propias opciones de acceder a satisfactores, por lo
que la sociedad no debería definir a priori ni adscribirse a una definición de vida buena.
Como se ha mencionado, la libertad en esta tradición se define como no interferencia,
por lo que al hablar de igualdad estamos hablando de no discriminación. Entonces, si
una sociedad liberal adoptara una concepción de vida buena, este principio de libertad-
igualdad se rompería al comprenderse que «cualquier concepción aprobada por la socie-
dad como un todo sería la de algunos ciudadanos y no la de otros»13. En consecuencia, si
se retomara la búsqueda de valores morales comunes que define al liberalismo filosófico,
podría argumentarse a favor de una democracia agregativa que ofrezca una visión del
ciudadano como un sujeto con intereses privados, que puede sumarlos a un colectivo po-
lítico para satisfacerlos desde una lógica de derechos y deberes, de manera que el sentido
de lo justo sea distinto al sentido de lo bueno y se converja en dos formas de organización
social según si lo que se implementa es un Estado de bienestar o un Estado de justicia. Se-
ría preciso –en el marco de los valores morales comunes– conciliar la institucionalización
de políticas, sistemas y mecanismos de ayuda que son propios del Estado de bienestar
con la legitimidad que un Estado de justicia busca al velar por la protección de las nece-
sidades y derechos básicos de las personas, siendo preponderante en este aspecto tomar
consciencia de la urgencia de redefinir y robustecer los vínculos con la sociedad civil y
que el ser humano como miembro de ella es «parte de un conjunto de asociaciones no
políticas ni económicas, esenciales para su socialización y para el cotidiano desarrollo de
su vida»14. En suma, se necesitaría atender a que «la concepción moral de la libertad –la
autonomía– es algo más que esa libertad negativa», ya que también es buscar la compati-
bilidad entre la propia vida y la vida de los otros15.
Empero, lo cierto es que sin la acción estatal como reguladora de la economía y garante
de un bienestar mínimo en los ciudadanos y, fundamentalmente, sin el desarrollo de un
espíritu cívico, la sociedad civil se define desde la tradicion liberal en términos económicos
más que en términos sociopolíticos. El ideal del capitalismo que acompaña al liberalismo
no defiende la ciudadanía, presentándola únicamente como el conjunto de individuos au-
tónomos que mediante su consumo le dan forma a un modelo económico de relaciones16.

Fuente republicana
Con la tradición republicana, la sociedad civil se construye en torno a una noción
de libertad que se entiende como la no dominación entre los ciudadanos, lo que impli-

13
Ibid., págs. 245-246.
14
Adela Cortina, Ciudadanos del mundo. Hacia una teoría de la ciudadanía, Alianza Editorial,
Madrid, 2003, pág. 134.
15
Victoria Camps, El declive de la ciudadanía. La construcción de una ética pública, PPC, Madrid,
2010, pág. 34.
16
Adela Cortina, Por una ética del consumo. La ciudadanía del consumidor en un mundo global,
Taurus, Madrid, 2002; Jesús Conill, Horizontes de economía ética. Aristóteles, Adam Smith, Amartya
Sen, Tecnos, Madrid, 2013.

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ca que todo aquel que pertenezca y se identifique con este tipo de organización social
se convierte en una parte constitutiva de la misma, sin la cual el cuerpo político pierde
su validez y razón de ser. Esta idea rousseauniana de sociedad civil alude a la impor-
tancia de que cada miembro de la sociedad se adscriba a un pacto por medio del cual
se conforma un único cuerpo político, sometiéndose todos los integrantes de dicha
sociedad a la voluntad general y validando la actuación de la misma mediante su par-
ticipación en ella. Por ende, la legitimidad del cuerpo político se encuentra tanto en el
respeto que cada miembro exhibe por lo que en él se determine como en el desarrollo
de las necesarias virtudes cívicas y de amistad política que garantizan la no dominación
entre los ciudadanos17.
Del mismo modo, el republicanismo concibe la sociedad civil como un punto de en-
cuentro entre el Estado y los demás ámbitos del quehacer humano, como el económico
o el religioso, dado que mediante la participación de cada miembro del cuerpo político
en los asuntos concernientes a cada uno de ellos se configura una única opinión pública
que sirve de voz para el soberano. Es el poder comunicativo de esta voz lo que define
finalmente la igualdad entre los ciudadanos y la carencia de privilegios particulares.
Sin embargo, ¿es la enajenación total de cada ciudadano al poder del soberano una
garantía de subsistencia individual? Según cómo se interprete puede no ser necesaria-
mente así, en consideración a la necesidad de indagar en el sentido de pertenencia que
cada persona experimenta respecto al cuerpo político y dada la tensión existente entre
patriotismo y cosmopolitismo18. En concreto, es debido a las diferentes respuestas que
pudieran plantearse que la sociedad civil en el republicanismo podría derivar en, por
ejemplo, un lenguaje pluralista que tenga por objetivo indicar al poder estatal aquello
que es preciso rectificar19, en un conservadurismo que sitúe a la historia y la tradición
como fuente de unidad y de legitimidad del poder político absolutista20 o en un hu-
manismo cívico caracterizado por una identificación patriótica que cree en la libertad
como un bien no sólo individual, sino también como uno político que le pertenece al
colectivo21. Conjugándose la identificación mutua que desarrollan los miembros de
un determinado colectivo con su participación en la «gran cantidad de dimensiones
esenciales en las que [cada uno de ellos] es idéntico a los que no pertenecen a su co-
munidad política»22, la sociedad civil en perspectiva republicana podría asumir la labor
de articular el quehacer cívico desde la identificación con la voluntad general y desde
el reconocimiento a las diferencias. Porque, «¿no cabría interpelar acerca de cómo es
posible afinar el propio instrumento (voz) si no es en relación al resto de personas?»23.
A este respecto, si la sociedad civil pierde su poder comunicativo, puede fácilmente
ser engullida por un absolutismo conservador que bajo el amparo de lo tradicional

17
Philip Pettit, Republicanismo. Una teoría sobre la libertad y el gobierno, Paidós, Barcelona,
1999.
18
Alasdair MacIntyre, «Is Patriotism a Virtue?», en John Arthur y Steven Scalet (eds.), Morality
and moral controversies, Prentice Hall, Englewood Cliffs, NJ, 1993, págs. 424-431.
19
Philip Pettit, Republicanismo, op. cit.
20
Jesús Conill, «Ideologías políticas», op. cit.
21
Javier Gracia, «Hacia un republicanismo liberal que reconozca las diferencias (individuales y
colectivas)», Sistema. Revista de ciencias sociales 222, 2011, págs. 65-78.
22
Adela Cortina, Alianza y Contrato. Política, Ética y Religión, Trotta, Madrid, 2001, pág. 122.
23
Javier Gracia, «Individualismo y sociedad en la filosofía de Charles Taylor. Una aproximación
desde el enfoque hermenéutico», Contrastes. Revista Internacional de Filosofía, XVI, 2011a, págs.
193-210.

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reduce las convenciones propias del colectivo a un mero mecanismo de ordernamiento


social. En este caso, la sociedad civil se convertiría en el escenario para que la historia
se exprese y dé continuidad a la tradición.
De igual modo, habrá que prestar atención a no atribuir a este cuerpo político
dinámico, entendido como un sujeto colectivo, características de un sujeto individual,
ya que hacerlo provocaría una disolución de responsabilidades individuales para con el
grupo. Por tal razón, ante la posibilidad de que la enajenación total de cada ciudadano
al poder del soberano no sea garantía de subsistencia individual ni colectiva, la identifi-
cación patriótica y cosmopolita demostraría ser una respuesta óptima para resguardar
el cumplimiento de los principios que la tradición republicana expone. Sin embargo,
esto presupone la comprensión por parte de la sociedad civil de que el autogobierno
no se puede reducir a un poder ejercido por sólo una parte del cuerpo político, sino
que más bien le es inherente a todos los miembros de la sociedad. En este caso, el
entendimiento mutuo adquiere un valor distinto al que se puede interpretar desde la
lógica rousseauniana en un sentido mínimo, al incluir en el debate público tanto los
asuntos de orden cívico e identitario-culturales como la preponderancia de contar con
un propósito común compacto24.

Fuente comunitarista
Definido por la responsabilidad y lealtad hacia la comunidad, el comunitarismo se basa
en la libertad como participación, convirtiendo a la política en expresión de la vida en co-
mún. Existe una idea compartida respecto a lo que es bueno, siendo imposible separarla de
la idea de lo que es justo. De esta manera, la justicia busca los fines que son buenos para la
comunidad por medio del desarrollo de las virtudes que sean necesarias para ello25:

«Puesto que vemos que toda ciudad es una cierta comunidad y que toda co-
munidad está constituida con miras a algún bien, es evidente que todas tienden
a un cierto bien, pero sobre todo tiende al supremo la soberana entre todas y
que incluye a todas las demás. Esta es la llamada ciudad y comunidad cívica»26.

Así como con Aristóteles comunidad es sinónimo de asociación –es una politike
koinonía, siendo la comunidad cívica la que tiende al bien supremo–, hablar de socie-
dad civil en la tradición comunitarista es equivalente a hablar de comunidad. La socie-
dad civil se interpreta en este caso como el dominio del Estado en el ámbito público y
por la actuación de los individuos en las corporaciones y comunidades de las que son
miembros por derecho natural; actuación que, además de generar un fuerte sentido de
pertenencia, permite configurar al Estado como un Estado democrático poseedor de
una legítima capacidad de monopolización del poder27. Según esta aproximación, se es
ciudadano en el seno democrático de la vida buena, lo cual, aun cuando se encuentre
en las antípodas del liberalismo, circunscribe, tal como aquel, todo el actuar humano al
ámbito político. Es precisamente este ámbito desde donde la acción moral da forma a
la concepción de ciudadanía, adquiriendo un rol protagónico en la estabilidad y unifi-
cación de la sociedad en su conjunto.

24
Javier Gracia, «Hacia un republicanismo liberal que reconozca las diferencias», op. cit.
25
Alasdair MacIntyre, Tras la virtud, Crítica, Barcelona, 2001.
26
Aristóteles, Política (traducción de M. G. Valdés), Gredos, Madrid, 2011, I, 1, 1252a1.
27
Benjamin Barber, Un lugar para todos, op. cit.

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No obstante, la crítica indica que esta definición no se condice con la realidad de


las personas en el mundo moderno, ya que asumir que el Estado es controlado por la
ciudadanía es un asunto que no es tan cierto en un escenario de influencia capitalista,
lugar donde la motivación para trasladar los proyectos de vida buena al contexto polí-
tico es insuficiente y donde «el uso idealista de la política –como instrumento de la jus-
ticia social, como forma de hacer del mundo un lugar mejor– convierte a la política en
un medio para un fin»28. Con ello, la política, y la vida pública en general, se considera
como un ámbito más, desprendiéndose de su caríz esencial para la vida humana. Como
contraparte, la economía financiera ocupa el espacio que pertenecía anteriormente a la
política, demostrando que en la cotidianeidad es ella la que conduce las acciones de los
ciudadanos, quienes a su vez la necesitan como medio para subsistir.
Si se pudiera destinar tiempo y recursos a la vida política y no existiese el impulso
de acudir a las reglas de la economía para otorgarle sentido y satisfacción a la vida
privada, entonces la motivación para participar en el ámbito político germinaría gra-
cias a la correlación positiva entre la satisfacción de necesidades –no de deseos– y los
satisfactores que pueden gestionarse por medio de la libertad de acción, aun cuando
se actúe en un colectivo. Esto, interpretado en clave republicana, significaría que toda
actividad económica se configura en torno a la necesidad, mientras que la política se
circunscribe al ámbito de la libertad.
Al respecto, existen opiniones que, comparándolas con el republicanismo, distinguen
este fenómeno como parte de un comunitarismo relativamente joven29 o como una variante
moderna del comunitarismo que se separa de sus fuentes aristotélicas y que tiende a perder
de vista la pretensión universalista que define al liberalismo y que, a su vez, el republicanis-
mo recoge como crítica y como punto arquimédico desde el cual plantear su recuperación
de las virtudes cívicas: «lo ideal sería que los ciudadanos no tuvieran que trabajar», afirma
Walzer30. Nos referimos a una pretensión que si desea hacer de todos los individuos iguales
en libertad para satisfacer sus necesidades, es entendida por el comunitarismo moderno
como una tarea que debe ser realizada por el conjunto de ciudadanos que conforman un
único cuerpo político, pero que al hacerlo, olvida la individualidad que es parte de ese todo.
No obstante, a favor de su valor crítico, el comunitarismo en su sentido amplio ex-
hibe un claro cuestionamiento al liberalismo, al ver factible la unión de lo público con
lo privado en la inseparabilidad de los aspectos morales relativos a cada uno de estos
ámbitos31. Por ende, no es de extrañar que una descripción comunitarista de la moral
caracterice al ser humano como un individuo que se juzga y es juzgado por las acciones
que realiza tanto en el espacio público como en la esfera privada, invistiéndose estas
acciones de un mismo cariz moral que las define y que, en consecuencia, definen al
hombre por su responsabilidad al actuar en beneficio de la comunidad32.

Fuente cívico-humanista
Comprendido como una propuesta que recoge presupuestos aristotélicos para con-
figurarse como «una doctrina según la cual el hombre realiza del modo más pleno su

28
Michael Sandel, Justicia. ¿Hacemos lo que debemos?, Debolsillo, Barcelona, 2018, pág. 221.
29
Victoria Camps, El declive de la ciudadanía, op. cit.
30
Michael Walzer, «La idea de la sociedad civil», op. cit., pág. 378.
31
Eduard Gonzalo y Ferran Requejo, «Democracia», en Adela Cortina (coord.), 10 palabras clave
en Filosofía Política, Editorial Verbo Divino, Navarra, 1998, págs. 25-96.
32
Alasdair MacIntyre, Tras la virtud, op. cit.

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naturaleza esencial en una sociedad democrática»33, el humanismo cívico aboga por la


necesidad de contar con lazos sociales vigorosos como expresión de reconocimiento,
atendiendo a un origen tanto republicano como aristotélico que se expresa en tres
aspectos: la recuperación de la virtud patriótica, la concepción de voluntad general y
una crítica a la racionalidad de medios que aliena a la sociedad y la reduce a una mera
actuación instrumentalizada hacia fines individuales y económicos.
En relación a la virtud patriótica, y definiendo al patriotismo como «la preferencia
del interés público sobre el interés de cada cual»34, las exigencias que pudieran hacerse
desde el aparato estatal son realizadas en esta tradición desde la identificación que los
ciudadanos realizan voluntariamente con la polis, por lo que es a partir del vínculo de
pertenencia a un conjunto de interacciones de orden identitario desde donde germina
la participación en la vida pública. Es decir, tanto las instituciones públicas como las
leyes son expresión de los intereses, motivaciones y recursos de los ciudadanos.
Luego, el humanismo cívico se construye en torno a la necesidad de articular de
modo correcto la libertad como no dominación, la igualdad entendida como ausencia
de roles que diferencien a un individuo de otro y por el propósito común y compacto
que define a la voluntad general, de manera que se difuminen los riesgos de convertir
el carácter unificado de la ciudadanía como un cuerpo político en una mera suma de
voluntades individualistas que buscan sobreponer sus intereses.
Igualmente, la crítica a la racionalidad de medios anteriormente mencionada apun-
ta a la manera en que la sociedad se instrumentaliza en función de la consecución de
fines netamente económicos y de carácter individual, lo cual reduce las posibilidades
de actuación libre de los individuos en las diversas asociaciones que pueden generar.
Esta alienación a un único fin de índole económica se opone a la libertad que el ser hu-
mano disfruta en tanto que actor político. Frente a ello, se considera necesario redefinir
los fines en términos comunes y relevar la importancia de la participación colectiva en
su consecución. Al fin y al cabo, «la libertad no es reducible a un nivel individual, sino
que cabe considerarla, a su vez, un bien político colectivo»35, que le otorga sentido y
razón a la articulación de la sociedad como una red de asociaciones que poseen una
voz unificada.
Desde esta crítica, también se plantea una objeción al carácter igualitario que se
desarrolla con la democracia, por cuanto que las sociedades que se rigen por sus prin-
cipios exhiben cierta tendencia al individualismo. «El individualismo es propio de las
democracias –apostilla Tocqueville– y amenaza con desarrollarse a medida que las con-
diciones se igualan»36. Con la mayor igualdad en las condiciones por las cuales se puede
acceder a recursos y satisfacer necesidades, se observa un aumento de individuos que
aspiran a hacerlo por cuenta propia antes que dejarse asistir por quienes están mejor
posicionados, e incluso antes que velar por aquellos que se encuentran en necesidad de
protección. Frente a esta situación, y para mantener el sentido profundo de la demo-
cracia como régimen participativo, la solución a este individualismo no se encuentra
en mandatar de modo despótico, ya que esto separa aun más a hombres al incorporar
junto a la consideración de sí mismos (es decir, junto a su egoísmo) la indiferencia

33
Adela Cortina, Alianza y Contrato. Política, Ética y Religión, Trotta, Madrid, 2001, pág. 78.
34
Javier Gracia, «Hacia un republicanismo liberal que reconozca las diferencias», op. cit., pág. 69.
35
Ibid., pág. 71.
36
Alexis de Tocqueville, La democracia en América, vol. 2, Alianza Editorial, Madrid, 2002, pág.
129.

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hacia los demás. Más bien, lo que se ha de hacer es procurar la libertad para que los
individuos puedan ocuparse de asuntos públicos, ya que en ello se encuentra la manera
en que los hombres podrán salir del seno de los intereses particulares para ocuparse de
los intereses compartidos. Vistos así, «tan pronto como se tratan en común los asuntos
comunes, cada hombre se da cuenta de que no es tan independiente de sus semejantes
como antes se figuraba, y comprende que para obtener su apoyo necesita prestarles
asimismo su concurso»37. Por ello, ante la evidencia de la debilidad del individuo para
preservar la libertad por sí mismo, la unión con los semejantes brinda la oportunidad
no sólo de resguardarla, sino de conformar una vida que se sustente en argumentos más
amplios que los de índole política.

Discusión en torno a las fuentes teóricas

Considerando estas tradiciones políticas como aproximaciones a un tipo de orde-


namiento social que aspire a ser universal, cabría preguntarse si cada una de ellas cons-
tituye una opción que amerite ser defendida o si, más bien, la postura a adoptar es una
tal que la argumentación en torno a la naturaleza de la sociedad civil requiera un punto
de vista atingente a las circunstancias y no generalizable, pero que en coherencia con el
enfoque hermenéutico propuesto permita luego una comprensión de la sociedad civil
en su sentido amplio y tendiente a aceptar una diversidad de valores, concepciones y
cosmovisiones38.
En esta línea, al reflexionar sobre el destino que se puede determinar desde la
sociedad civil, surge una postura crítica respecto al cariz social de nuestra época, afir-
mándose que la era actual transita hacia un momento postsocial que se define por la
carencia de motivaciones y de capacidad para determinar nuestro devenir en términos
sociales39. De acuerdo con este argumento, la monopolización de los bienes en térmi-
nos económicos y la influencia que se ejerce sobre el mundo subjetivo de las personas
redunda en una mancomunión entre la globalización y la economía financiera que se
encarga de delimitar los cambios sociales y restringir el actuar individual.40 Con ello,
la ciudadanía posterga sus ideales de comunión para, en cambio, volcar sus esfuerzos
hacia una comprensión descentralizada del poder y someter a examen las instituciones
político-legales de su tiempo, las cuales, en términos foucaultianos, serían un ejemplo
de sociedades donde la democracia es oprimida41.
Por otra parte, asumiendo la posibilidad de que el individuo se someta a las reglas
del mercado y del aparato estatal, dado a su vez el carácter no consciente y no volun-
tarista de la participación de aquel en éstos y la lógica propia que define a cada uno,
¿es posible que se dé del mismo modo una cooptación de la autonomía del sujeto
individual por parte de la sociedad civil, entendida ella como un hecho social de raíces

37
Ibid., pág. 134.
38
Adela Cortina, Alianza y Contrato, op. cit.
39
«El prefijo post alude a la pérdida de fuerza orientadora del concepto que le sigue, y al mismo
tiempo alude a la imposibilidad de sustituirlo por otro totalmente nuevo», en Ana Noguera y Enri-
que Herreras, Las contradicciones culturales del capitalismo en el siglo XXI. Una respuesta a Daniel
Bell, Biblioteca Nueva, Madrid, 2017, nota número 2 a pie de página.
40
Alain Touraine, El fin de las sociedades, op. cit.
41
Bent Flyvbjerg, «Habermas y Foucault: ¿Pensadores de la sociedad civil?», Revista de Estudios
Políticos (Nueva Época) 104, 1999, págs. 61-86.

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A SU NATURALEZA Y A SU DEFINICIÓN

político-ideológicas?42. Al respecto, si «[l]os sistemas que son la economía y la Admi-


nistración tienen la tendencia a cerrarse contra sus propios entornos y sólo obedecer ya
a los propios imperativos dimanantes del dinero y del poder administrativo»43, ¿podría
la sociedad civil como sistema e institución social circunscribir la actuación del indivi-
duo a un ámbito colectivo, supeditando cualquier objetivo de trascendencia personal
a uno comunitario? Si reflexionar sobre esto conlleva comprender la sociedad civil en
los mismos términos que el mercado y el aparato estatal, entonces ¿puede el individuo
ser instrumentalizado en beneficio del colectivo?
Por lo señalado, si hace tres siglos Locke le confirió a la mancomunidad la esencia
de la organización política, hoy su concepto se ha transformado en una agregación de
individuos que, aislados unos de otros, asumen, no obstante, un sentido de pertenencia
a la esfera global que coarta sus posibilidades de participación en ámbitos de actua-
ción locales o de mayor cercanía en la interacción social. Una posición tal podría ser
adoptada desde una racionalidad técnico-instrumental que conciba la civilidad como
un medio para la consecución de fines exclusivistas, propios de un absolutismo ideoló-
gico. Dado este caso, existiría una visión puramente objetiva de la moral, negándosele
al individuo la posibilidad de desarrollar contenidos morales diversos y relativos a sus
circunstancias44.
Desde nuestras motivaciones no se contempla profundizar en los fundamentos de
una realidad moral objetiva, ya que hacerlo implicaría la construcción de un estado
del arte para el cual se requieren nuevas líneas de trabajo y una reflexión que podría
correr el riesgo de desatender el propósito que nos hemos planteado originalmente.
No obstante, sí es menester destacar el aspecto histórico y contextual que se observa
en la influencia que el medio ejerce sobre los individuos, compartiendo la opinión de
que «hay una moral común y general para todos los hombres pertenecientes a una
colectividad»45.
Igualmente, asumir como criterio que el quehacer político ya no encuentra su legiti-
mación en lo que una determinada tradición política dicta se traduce en hacer de la ciu-
dadanía el referente en la toma de decisiones, gracias al acto comunicativo que realiza
y de acuerdo a las circunstancias y los procedimientos de argumentación validados por
ella46. Al respecto –y aun cuando consideremos que esta noción de sociedad civil no
pueda definirse de modo exclusivo desde una postura habermasiana–, el lugar donde
se desarrollan las discusiones propias de la sociedad civil dependerá de las preferencias
de los miembros de cada una de las esferas que la componen, por lo que no se podría

42
Respecto a la caracterización de la sociedad civil como un hecho social, considérese como
condición de partida la apropiación de su definición por parte de las distintas tradiciones políticas
descritas y la posibilidad de interpretar este fenómeno en términos durkheimianos, en cuanto a que
un hecho social constituye una presión que el grupo organizado ejerce sobre cada persona en parti-
cular, regulando cómo ella interioriza las costumbres y prácticas que dada su existencia previa están
institucionalizadas. Así, una definición singular de sociedad civil se basaría en que «el yo individual
es fundamentalmente débil y necesita del apoyo del grupo para lograr que se afirmen en él los gran-
des ideales colectivos». Cfr. Émile Durkheim, Sociología y Filosofía, Comares, Granada, 2006, cap.
I. La cita textual corresponde al comentario introductorio de Santiago González Noriega, en Émile
Durkheim, Las reglas del método sociológico y otros escritos, op. cit., pág. 24.
43
Jürgen Habermas, Facticidad y validez, Trotta, Madrid, 2008, pág. 144.
44
Émile Durkheim, Sociología y Filosofía, op. cit.
45
Ibid., pág. 40.
46
Adela Cortina, Ciudadanos del mundo, op. cit, pág. 170.

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determinar si una sociedad definida como justa es mejor o peor que otra sociedad tam-
bién justa, ya que los lineamientos, debates y propósitos de cada una son concernientes
a lo que ocurre al interior de estas esferas47.
Tal como el título dado por Aristóteles al capítulo 12 del libro IV de su Política,
atender a la naturaleza de la sociedad civil apunta a que el sistema de gobierno debe
adaptarse al carácter del pueblo, idea en que se ampara la capacidad cívica de los seres
humanos para procurar la estabilidad de un sistema sociopolítico, en la medida en que
sea preferido por ellos. Este punto denota su centralidad en la manera de configurar
el orden social al relevarse la responsabilidad de quien gobierna, de proveer las condi-
ciones necesarias para que quienes sean gobernados deseen continuar con el régimen
establecido y asuman, asimismo, su responsabilidad de avalar las concepciones de li-
bertad que de él se desprenden.
Una postura lockeana, por ejemplo, establecería una diferenciación entre el poder
político del gobernante sobre el súbdito y el poder que ostenta un señor sobre el escla-
vo, indicando que el primero de estos poderes corresponde al «derecho a dictar leyes
bajo pena de muerte, y en consecuencia, de dictar también otras penas menos graves»48
que sirvan como medio para la regulación del orden y para alcanzar el bien público.
Por este motivo es que, mientras el hombre deja de ser simultáneamente juez y ejecutor,
la comunidad por su parte adopta funciones de arbitraje, respaldándose para tales fines
en un conjunto de «normas imparciales y aplicables a todos por igual, y administradas
por hombres a quienes la comunidad ha dado autoridad para ejecutarlas»49.
Por su parte, en una crítica a Aristóteles, Hobbes señala que las inexactitudes que
puedan surgir en el ejercicio del gobierno les son comunes tanto al gobernante como al
gobernado, pero las equivocaciones del hombre particular le son propias a él mismo50.
Es por este motivo que la principal ventaja que el hombre obtendría al pertenecer a
una sociedad civil es la provisión de protección y de paz entre todos los miembros del
colectivo. No obstante, Hobbes también señala que dado el estado de guerra que surge
como efecto de la igualdad, el hombre comienza a experimentar envidia por los demás
hombres que, como él, poseen en sí mismos todo el poder para gobernar sobre los
demás, lo que lo conduce a negar que la sociedad civil se forme cuando «hay muchos
siervos sometidos a un mismo dueño»51 y entender la imperfección que le es inherente
al constituirse por muchos.
Pero una noción de sociedad civil que sea atingente a los asuntos actuales no debe
verse únicamente como un ámbito de actuación distinto e independiente del Estado, ni
heredero de la «evolución secular de la distinción entre sociedad y Estado»52, sino que
debe incorporar en su análisis una concepción más compleja que la exponga como el
mundo de la libertad, «entendida ésta como la independencia del individuo respecto al
Estado y con respecto a los demás individuos»53. Desde esta perspectiva, si la sociedad
civil aspira a mantener esta libertad, ha de hacerse responsable de ella y no desenten-

47
Michael Walzer, Las esferas de la justicia. Una defensa del pluralismo y la igualdad, Fondo de
Cultura Económica, México DF, 1997.
48
John Locke, Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil, op. cit., pág. 9.
49
Ibid., pág. 87.
50
Thomas Hobbes, Del ciudadano; Leviatán, op. cit..
51
Ibid., pág. 15.
52
Charles Taylor, Argumentos filosóficos, op. cit., pág. 271.
53
Adela Cortina, «Sociedad civil», op. cit., pág. 359.

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derse de las consecuencias que puede acarrear una independencia que degenere en
egoísmo ni definir su responsabilidad en función de las características de una tradición
en específico. Esto significa, a su vez, que los seres humanos han de atender a su esen-
cia como seres sociales y capaces de establecer relaciones basadas en la reciprocidad,
para que la libertad sea el contexto en el que se pueda alcanzar una vida en comunión
y solidaridad.
Por consiguiente, y en contraste con lo sucedido en la Grecia Clásica, la vida públi-
ca y la vida privada que se desarrollan a partir de la Modernidad se integran, pudiendo
cualquier individuo actuar en la primera –aunque no siempre ni exclusivamente, ya
que las condiciones actuales propias de un mundo en constante globalización no per-
miten desatender la vida privada– gracias a que adquiere mayor sentido en función de
la vida privada, de modo que lo que afecta a ésta se convierte en aquello que impulsa y
motiva a participar en aquélla.
Sin embargo, es menester aclarar que en lo descrito hay una parte inconclusa, ya
que, por un lado, la Modernidad no se configura exclusivamente en términos liberales
y, por otro, que el actuar en la vida pública debe contar con sus propias motivaciones,
no sujetas a lo que ocurra en el ámbito económico, en la casa o en las distintas asocia-
ciones no políticas a las que se pertenezca. Sólo en la medida en que la vida pública y la
vida privada cuenten cada una con sus respectivas motivaciones es que se podrá llegar
a establecer un complemento entre ellas.
Es por tal razón que, de modo contrario a una concepción fundamentada en una
única tradición política, la sociedad civil que se define en y por sí misma se reconoce
por el criterio de la pluralidad, estando, no obstante, cada asociación voluntaria que la
conforma en igualdad de condiciones debido a que forma parte de un conjunto más
grande de vinculaciones sociales54.
Es en este sentido que podemos preguntarnos por los fines de cada una de las
asociaciones que conforman la sociedad civil y los de ella en su conjunto. Estos fines,
mediados por el contenido de cada asociación, implican que la sociedad civil sea «un
espacio de asociación humana sin coerción y el conjunto de la trama de relaciones
que llena este espacio»55, con lo cual el hombre se define como tal en su pertenencia
y relación con los demás miembros, recordando su origen como parte de un conjunto
social, como un ser social.
Y aunque esto no garantice que se difuminen las confusiones al entender la socie-
dad civil –persistiendo la pregunta sobre si ella es una fuente de solidaridad, si es un
escenario para los derechos de propiedad o si es un lugar para una vida cívica basada
en la relación conflicto-poder–56, por nuestra parte, tratarla como núcleo ético de la
sociedad involucra aceptar que la vida política existe para todos y que no es propia del
mundo partidista o gubernamental. Implica notar que existe en distintos horizontes y
que la participación en ella puede darse en variados ámbitos y niveles de profundidad,
siendo la política un ámbito al que se puede acceder siempre que se deseen tratar asun-
tos relacionados con la vida en común o que, siendo propios de la vida privada, tienen

54
Charles Taylor, Argumentos filosóficos, op. cit.
55
Michael Walzer, Las esferas de la justicia, op. cit., pág. 375.
56
Sobre cuál puede ser la mejor forma de comprender la sociedad civil y fortalecer
a través de ella la democracia, véase el trabajo de Flyvbjerg, en el que se contrasta la
influencia habermasiana basada en el consenso y la influencia foucaultiana basada en la
concepción del poder. Bent Flyvbjerg, «Habermas y Foucault», op. cit.
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su causa o su efecto en la vida pública y compartida. Dicho esto, adquiere preponde-


rancia presentar la sociedad civil como el espacio donde los problemas de la vida pri-
vada resuenan en la asociatividad de individuos para ser transmitidos a, y expresados
en, el ámbito público-político57, lográndose a través de ella orientar los mecanismos de
actuación política para adecuarlos al sentir ciudadano.

Conclusiones

Priorizar el sentir ciudadano responde a la consideración de que existe una moral


que sirve como referencia común para las personas y que es a partir de ella que cada
individuo, en virtud de sus experiencias personales, desarrolla un moral subjetiva. Pero
a diferencia de lo que se plantea desde una visión puramente objetiva, que la define
como una realidad externa a la persona, la moral común puede ser adoptada por un
colectivo y, simultáneamente, orientar la conducta de una pluralidad de sujetos indivi-
duales, sin adjetivarse por ello como una moral impersonal.
«[E]l pensamiento colectivo en su totalidad, tanto en su forma como en su materia,
debe ser estudiado en y por sí mismo, con la conciencia de lo que tiene de particular»58,
por lo que referirse a la sociedad civil en estos términos, se traduciría en que se la puede
tratar como una estructura de mercado que se orienta por ideales neoliberales; como
una red de asociaciones situada entre el mercado y el aparato estatal que se responsabi-
liza por las exigencias de justicia y provisión de solidaridad; o como el «mundo de las
asociaciones e instituciones no sometidas directamente al control estatal y que tienen,
por tanto, una naturaleza espontánea y voluntaria»59.
Entonces, cuando contrastamos las posibilidades de una racionalidad técnico-ins-
trumental con las de una racionalidad que reconoce a la sociedad civil en su naturaleza
y en sus diversas definiciones, lo que hacemos es retomar la aspiración por compren-
derla en profundidad y situar a esta comprensión como el punto arquimédico para su
desarrollo y para que la sociedad civil pueda convertirse en una trama de relaciones
definida por sus propios miembros y no desde una tradición política unilateralmente.
Esta concepción vista en perspectiva histórica, incorpora un amplio rango de ac-
tuaciones basadas en presupuestos éticos, por cuanto a que reconoce el tránsito que el
individuo ha realizado desde relaciones reguladas por la ley natural secular y la conse-
cuente pregunta por el concepto de naturaleza humana de nuestra sociedad60 hasta las
que son construidas con base en la ética del discurso habermasiana61 y el reconocimien-
to a su capacidad para hacerse cargo del conflicto entre comunitarismo y libertarismo
por medio de la auto-organización y la auto-constitución cívica62.
Por tanto, la crítica a las tradiciones políticas conlleva no circunscribir la sociedad
civil a una definición fija, destacando su centralidad en la construcción de lo social y su
cualidad de ser un fin en sí misma:

57
Jürgen Habermas, Facticidad y validez, op. cit.
58
Émile Durkheim, Las reglas del método sociológico y otros escritos, op. cit., pág. 69.
59
Adela Cortina y Jesús Conill, «La responsabilidad ética de la sociedad civil», Mediterráneo
Económico, 26, 2014, págs. 13-29.
60
Paul Rabinow, The Foucault reader, Pantheon Books, Nueva York, 1984.
61
Jürgen Habermas, Teoría de la acción comunicativa, Trotta, Madrid, 2010.
62
Jean Cohen y Andrew Arato, Sociedad civil y teoría política, Fondo de Cultura Económica,
México DF, 2000, pág. 54.

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A SU NATURALEZA Y A SU DEFINICIÓN

«No parece, me temo, que estemos destinados a encontrar algún día la me-
jor de las formaciones sociales posibles. Por el contrario, quisiera argumentar
en contra de las posibilidades de esa elección, pero también defenderé al mismo
tiempo que la mejor manera de entender esta idea es desde el seno mismo de la
sociedad civil»63.

Como afirma Mills, «las definiciones, como todo lo social, son históricamente es-
pecíficas. Y ahora nuestras definiciones básicas de la sociedad y del yo están siendo
rebasadas por realidades nuevas».64 Quizás sea por ello necesaria una noción de socie-
dad civil que sea propia del periodo de cambio que vive nuestra edad postmoderna –o
Cuarta Época, como Mills la denomina–. Una sociedad civil que se constituya como un
êthos cívico y que pueda comprenderse con la suficiente amplitud y se responsabilice
por la multidimensionalidad de todo aquello que se pueda denominar como social. En
términos identitarios, el yo de la sociedad civil sería un yo dinámico, cuya fuerza –como
argumenta Touraine– «dimana de la interdependencia de todos sus componentes»65.
De este modo, la sociedad civil interpretada en clave perspectivista es una con-
cepción en la que los ámbitos de actuación están determinados de manera exclusiva
por el alcance y pertinencia de las cuestiones que los sujetos individuales y colectivos
deseen solucionar por medio del diálogo y la razón,66 y que además, tiene en cuenta un
significado empírico y uno normativo sobre las relaciones humanas, de manera que los
sujetos individuales y colectivos observan cómo se comportan, a la vez que obtienen un
concepto ideal de cómo deberían hacerlo67.
Nos referimos, en suma, a la generación de los espacios de participación necesa-
rios para brindar oportunidades de diálogo, en los que los ciudadanos pueden actuar
guiándose por diversa clase de razones, sean éstas razones públicas, razones no públi-
cas, razones sociales o razones domésticas68, y teniendo en cuenta que esta participa-
ción es siempre en un contexto dinámico, funcionalmente conflictivo y que puede te-
ner ribetes liberales, republicanos, comunitaristas o una combinatoria de varios modos
de concebir la democracia.
Por tanto, con una sociedad civil capaz de ejercer influencia en el poder político,
puede existir un tipo de ciudadanía que estime, valore, decida y exija guiada por inte-
reses privados, mientras que otra lo hace con una orientación política que la responsa-
biliza por la construcción de la comunidad a la que pertenece. «La diferencia decisiva
radica en la diferente compresión del papel asignado al proceso democrático»69, por
lo cual el perfil específico de ciudadanía que se mantiene según las características de
cada régimen, proviene del perfil específico de sociedad civil que se forja, ya que esta
comprensión no sólo determina que se puedan establecer diferencias entre Estado y
sociedad civil o en la relación que ambos, sea unidos o separados, establecen con el

63
Michael Walzer, «La idea de la sociedad civil», op. cit. pág. 375.
64
Charles Wright Mills, La imaginación sociológica, op. cit., pág. 178.
65
Alain Touraine, El fin de las sociedades, op. cit., pág. 30.
66
Domingo García Marzá, «Sociedad civil: una concepción radical», Recerca, Revista de Pensa-
ment i Anàlisi 8, 2008, págs. 27-46.
67
Benjamin Barber, Un lugar para todos, op. cit.
68
John Rawls, Liberalismo político, Fondo de Cultura Económica, México DF, 2006.
69
Jürgen Habermas, La inclusión del otro. Estudios de teoría política, Paidós, Barcelona, 1999,
pág. 231.

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mercado, sino que primordialmente, influye en el modo en que la sociedad civil se


funda y actúa en términos democráticos.
En consecuencia, dada la estructura moral de cada ser humano y su naturaleza
social,70 asumimos que es en el marco de sociedad civil donde se conjugan los diversos
contenidos morales que cada sujeto decide utilizar como guía para la toma de deci-
siones y para la valoración de sus circunstancias. En este escenario, creemos que cada
influencia teórica relativa a las tradiciones políticas tratadas anteriormente, no ha lo-
grado constituirse como una guía cabal para orientar la reflexión en torno a los tipos de
sociedad que existen hoy en día. Por ende, no habría que sumergirse en formulaciones
que buscan crear nuevas configuraciones cívicas, sino más bien, atender a las redes
asociativas que se dan actualmente, ya que son ellas las que han nacido como resultado
de los deseos y maneras de interacción de los hombres en la actualidad.
Ello implica establecer el posicionamiento de la sociedad civil como núcleo ético
de una sociedad, por cuanto a que los desafíos a los que nos enfrentamos en términos
sociopolíticos, involucran la existencia de estructuras sociales nuevas que no pueden
ser sometidas a un análisis atomista basado en los términos liberales o en los términos
socialistas que hemos heredado71. Esta argumentación significa que el pluralismo es
inherente al entramado propio de la sociedad y que atender a la sociedad civil implica
prestar atención a las «redes a través de las cuales se produce y reproduce lo cívico»72.
Y aunque esto no excluya una propuesta moral respecto a la actitud y los principios
que se deberían tener en cuenta si se aspira a contribuir al desarrollo de la sociedad,
tampoco obliga a defender una única concepción de sociedad civil, ya que la reflexión
sobre la transformación del ser humano en ciudadano ha de concebirse como una
constante indagación en las condiciones de quienes se reconocen como responsables
por el devenir social, siendo nuestra premisa, entender la realidad pasada, presente y
futura como un continuo que es perfectible y cuyo protagonista es el individuo situado
en su contexto.

70
Adela Cortina y Emilio Martínez, Ética, Akal, Madrid, 2015; Adela Cortina, La ética de la
sociedad civil, op. cit.
71
Charles Wright Mills, La imaginación sociológica, op. cit.
72
Michael Walzer, «La idea de la sociedad civil», op. cit., pág. 376.

100
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Separata de la revista SISTEMA - Número 255 - Julio 2019
(Página 85-100)
Fernando el Católico, 13, Bajo A. - 28015 Madrid - Teléfono 91 448 73 19

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