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Dentro de la amplia temática referente a los conflictos que pueden suscitarse durante el
transcurso del desarrollo de la actividad societaria, uno de los más complejos es aquel que
se vincula con la gestión de los administradores, y ello, por ser el órgano de
administración,
por definición, quien resulta ser destinatario de la obligación configurada para realizar o
tender a realizar y materializar la actividad económica que constituye el objeto social.
Órgano de Administración se encuentra dotado de las facultades inherentes a sus
funciones, comprendiendo un doble aspecto: Gestión y Representación. Del acierto o
desacierto con que se desenvuelva el ejercicio de esas funciones dependerá, en gran
medida, el cumplimiento o no del fin social previsto.
La adecuación de la conducta de los administradores a lo establecido por la ley, el
contrato, los estatutos y los reglamentos adquiere especial importancia al haberse
establecido que los actos realizados por ello, dentro de la esfera de sus atribuciones legales
y estatutarias, son jurídicamente actos de la sociedad y no de las personas físicas que en
su representación actúan, por haberse concebido el Órgano de Administración como un
ente distinto de las personas que lo integran, como instrumento apto para emitir
declaraciones de voluntad y llevarlas a ejecución en las relaciones internas y externas de
la sociedad.