Sie sind auf Seite 1von 96

Edouard Glissant

El discurso
antillano

Traducción
A u r a M a r in a B oadas
y A melia H e r n á n d e z

M ONTE AVILA
E D IT O R E S L A T IN O A M E R IC A N A
Describir es transformar.

Entonces Chaka les gritó: «Ustedes me asesinan pensando


en tomar mi lugar cuando me muera; se equivocan, eso no es así,
porque Oum ’loungou (el hombre blanco) está en camino y será él
quien los domine, y ustedes se convertirán en sus súbditos».

T h om as M o fo lo
Chaka, epopeya bantú

Entre Europa y América, no veo sino partículas de polvo.

(Atribuido a Charles de Gaulle,


con motivo de un viaje a Martinica)

Pero el lenguaje más enérgico


es aquel donde el signo ha dicho todo antes
de que uno hable.

J e a n -J a c q u e s R o u sse a u
Ensayo sobre el origen de las lenguas
A coma tonbé, toutt di sé boi pouri (Cuando se cae un acoma,
todos dicen que la madera estaba podrida. Equivalente al dicho:
«Hacer leña de! árbol caído»).

Proverbio martiniqueño

An neg sé an siéc (Un negro es un siglo).

Dicho martiniqueño

Tarea colosal, la de inventariar lo real. Acumulamos hechos,


los comentamos, pero ante cada linea escrita, ante cada proposición
enunciada, tenemos una impresión de acabamiento.

F r a n t z Fa n ó n
Piel negra, máscaras blancas
Los textos que siguen fueron pronunciados o publicados en un
período de aproximadamente diez años, durante el cual el obje­
tivo de este trabajo no dejó de multiplicarse. Se indican los
eventos (coloquios universitarios, encuentros internacionales,
acción cultural en Martinica, publicaciones, etc.), insertados en
un proyecto global siempre vigente.

E.G.
A PARTIR DE UNA SITUACIÓN «BLOQUEADA»

M artinica no es una isla de Polinesia. M ucha gente así


lo cree y, por su manifiesta reputación, desearía ir en viaje de
recreo. Ahí conozco a alguien, dedicado desde siempre a la cau­
sa antillana, que afirmaba bromeando que los antillanos (se re­
fería a los de lengua francesa) han alcanzado una fase límite de
subhumanidad. Un dirigente político martiniqueño imaginaba,
con amarga ironía, que en el año 2100 los turistas serían con­
vidados por publicidad satelital a visitar esta isla y conocer
en vivo «lo que era una colonia en siglos pasados». Estas bromas
acerbas ocultan un desasosiego generalizado: una impotencia
para salir del estancamiento actual. Antes que encolerizarnos
contra esas afirmaciones, más vale saber cómo fue posible su for­
mulación. Hagamos el paralelo con el siguiente episodio. A un
psiquiatra francés, que expresaba su preocupación por los estra­
gos del desequilibrio mental en Martinica, un prefecto tan fran­
cés como él le respondió, complacido: «Eso no es lo esencial.
10 EL DISCURSO ANTILLANO

Lo que importa es que la miseria material ha retrocedido visible­


mente. Ya no se ven niños raquíticos a orilla de las carreteras.
Esos problemas que usted plantea resultan casi imperceptibles».
Sin embargo, tales anécdotas, que parecen «girar» alre­
dedor de lo real, delimitan el objeto de mi trabajo. Se trataba de
un esfuerzo para rastrear los procesos multiplicados, los vec­
tores enmarañados que urdieron finalmente para un pueblo
— que disponía de tantos cuadros e individuos «formados»—
la trama de la nada en la que se entrampa hoy día.
Esfuerzo «intelectual» con arranques de repetición (la
repetición es un ritmo), sus momentos contradictorios, sus im­
perfecciones necesarias, sus exigencias de una formulación en
últim a instancia esquematizada, muy a menudo oscurecida
por su propio objeto. Pues el intento de acercarse a una reali­
dad tantas veces ocultada no se ordena de inmediato en tomo a
una serie de claridades. Exigimos el derecho a la opacidad,
con el cual nuestro empeño en existir con reciedumbre tiene el
alcance del drama planetario de la Relación: el impulso de los
pueblos anulados que hoy oponen a lo universal de la transpa­
rencia, impuesto por Occidente1, una multiplicidad sorda de lo
Diverso. Un trabajo semejante es espectacular en todas partes
del mundo, allí donde las matanzas, los genocidios impávi­
dos, los ataques de terror se esfuerzan por liquidar la valiosa
resistencia de los pueblos. Pasa desapercibido cuando se trata
de comunidades destinadas a una desaparición como tales
más o menos cómoda.
Hay que estudiar el discurso de dichas comunidades (la
trama oscura donde habla su silencio) cuando se quiere enten­
der a fondo el drama donde lo que está enjuego es la Relación
mundial, incluso si este silencio y esta carencia resultan poca
cosa ante el temible y definitivo mutismo de los pueblos consu-

1 El Occidente no está al oeste. No es un lugar, es un proyecto.


INTRODUCCIONES 11

midos y fulminados físicamente por la hambruna y la enferme­


dad, el terror y la devastación — lo cual no molesta en nada a
los países ricos.

(Sí. La inquieta tranquilidad de nuestras existencias, ligadas


al temblor del mundo por tantos oscuros eslabones. Cuando
estamos obrando, algo se desprende de algo, de un sufrimien­
to, de un grito, y se asienta en nosotros. La salmuera sobre los
rebaños requemados, a través de un desierto nómada que no
es la libertad, ciertamente. La devastación de pueblos enteros;
ésos con los que se trafica. Los niños cegados por su incom­
prensible agonía. Los torturados que ven la muerte deam bu­
lar a lo lejos. El olor a aceite sobre la arena de las pieles. Los
lodos que se acumulan. Estamos al margen, nos callamos.
Pero todo este movimiento arma un bochinche de silen­
cios en nuestras cabezas. Las acrobacias sangrientas del plane­
ta nos dejan estupefactos sin que nos enteremos. Adivinamos
que en el inundo tantos pueblos, alertados al mismo tiempo pol­
la misma emoción, quedan librados a esta común condición.
Aquí es, entonces, donde concurre todo discurso. No im­
porta si aqui no nos agotamos en materias prim as, si las mul­
tinacionales nos comen crudos, si la contaminación todavía se
nos hace leve, si nuestras multitudes no son ametralladas a todo
dar, y si ni siquiera imaginamos las pasm osas técnicas que
operan aquí y allá para el provecho y la muerte; lo cierto es
que compartimos el desquiciamiento del mundo. Lo irracio­
nal mórbido y la necesidad activa nos nivelan con el proyecto
global. La misma bom ba H sirve para nosotros.
El discurso de los pueblos mide y ritma esta obsesión; la
Relación es, primero, conciencia ignorada de lo relatado. Lo
irracional puede ser activo, y la necesidad mórbida. Se nos de­
muestra, por ejemplo, el interés de las grandes comunidades de
países; y yo creo en el porvenir de los países pequeños. En tales
12 EL DISCURSO ANTILLANO

comunidades, los esquemas de la Relación se depuran en de­


sarreglos perceptibles, se estructuran en intentos legibles de li­
beración. El análisis del discurso recalca lo que, de la inmensa
trituración planetaria, se desprende poco a poco por eviden­
cias oscuras y permite seguir aguantando. El ejemplo que se
da aquí no aporta ningún arma concreta en la guerra económi­
ca, guerra total en la que los pueblos se ven implicados hoy
día. Pero cada enfoque crítico del modo de contacto entre pue­
blos y culturas permite adivinar que los hombres tal vez se de­
tendrán algún día, conmovidos por la inaudita comprensión
que tendrán de la Relación, y que entonces saludarán nuestra
balbuceante presciencia.)
A PARTIR DE ESTE DISCURSO
ACERCA DE UN DISCURSO

L a in te n c ió n de este trabajo fue acumulara todos los ni­


veles. La acumulación es la técnica más apropiada para develar
una realidad que se dispersa a sí misma. Su desenvolvimiento
se asemeja a la repetición incesante de algunas obsesiones que
se arraigan, ligadas a evidencias que viajan. El trayecto inte­
lectual queda asi condenado a un itinerario geográfico, por el
cual el «pensamiento» del Discurso explora su espacio y se
entreteje con él.
Las Antillas, la otra América. Tocar el tambor sin cesar
con las ideas-fuerza que tal vez conducirán a rebanar su espa­
cio en nosotros. Lo repetido de esas ideas no vuelve la palabra
más clara, al contrario: tal vez la opaca. Necesitamos esas den­
sidades tercas donde las repeticiones tejen para nosotros un
continuo encubrimiento, mediante el cual nos oponemos.
Resumen de un recorrido, relato de un viaje por el uni­
verso americano, este discurso multiplicado lleva la marca de
la expresión oral, concordando así con uno de sus tormentos
14 EL DISCURSO ANTILLANO

más simple. Cuando lo oral se confronta finalmente con lo es­


crito, las secretas miserias acumuladas hablan de pronto; el in­
dividuo sale del círculo estrecho. Más allá de cualquier irrisión
vivida, alcanza un sentido colectivo, una poética del universo,
donde cada voz cuenta, donde cada vivencia explica.
(Así el discurso antillano no se ofrece de golpe. Pero el
mundo, en su unidad fragmentada, ¿no requiere acaso que ca­
da cual se esfuerce hacia la opacidad reconocida del otro? Ésta
es una parcela de nuestra opacidad.)
Arriesgarse por la Tierra, atreverse a explorar sus impul­
sos prohibidos, o ignorados, apuntalando así nuestra propia casa.
Las historias de los pueblos son el colmo de nuestra poética.
A PARTIR DE LA INTENCIÓN POÉTICA*
Proyecto de presentación (1967)

En c o n c o r d a n c ia con el impulso que hoy lleva de lo Uno


a lo Diverso, ciertamente hay que meditar lo dicho (el edicto) de
los que dieron el grito del mundo: los poetas. Occidente nos los
aportó, tal vez después de haber tratado de agotar la palabra de
los griots y los cuentacuentos. Pero puede que el poema, en su
intención lograda o no, provoque un rodeo por donde los «ca­
minos del mundo» se cerrarían nuevamente. Hay que aplaudir
la Intención cuando ésta es exaltada (superada) por la letra del
poema; hay que sacarla a la luz cuando autoriza ese rodeo donde
el poema ofusca las voces de otras partes.
¿Por qué la aspiración poética del mundo? ¿Por qué no lo
íntimo? En la lucha entre lo Mismo y lo Diverso, la presencia
y el acto de los pueblos vienen hoy a recalcar el papel irreme­
diable del Otro. La Relación, compleja, ardua, imprevisible,

* Obra del autor publicada en 1969.


16 EL DISCURSO ANTILLANO

es la llama más fuerte de las poéticas por venir. El grito del


mundo se vuelve palabra.
Para quien piensa en ello y sigue este impulso (este paso
de lo Mismo a lo Diverso), no hay camino sino en su tierra, os­
cura y compacta. Lo universal abstracto nos desfigura. Y si esa
tierra, ese lugar están aquí amenazados, entonces hay que re­
calcar la palabra voluntaria. De ahí las oscuridades, las pertur­
baciones del lenguaje. ¿Pero, acaso el mundo es claro? ¿Y no
es él, en su inédita y cuestionada totalidad, nuestro aliento?
¿Entonces, tendré que dejar el edicto para encontrar mi
palabra? ¿Elay carencia y vacío, de uno a otra? ¿Fue la literatu­
ra ese engaño que tanto nos atrapó? ¿Acaso nosotros, las élites
de la escritura, hemos perdido nuestra voz?
A PARTIR DE MALEMORT*
Proyecto de presentación (1974)

E ste libro intentaba descubrir, m uy ambiciosamente,


algunos aspectos de nuestro desgaste colectivo y tal v e z con
ello contribuir a frenar ese desgaste, y a cuestionar la renuncia.
Yo quería expresar en él las turbulencias como petrificadas
/del desarraigo aiuillano. Calcular ese deterioro imperceptible: la
partitlaTíelin pueblo que 110 desaparece, desde luego, sino que
se va desmoronando bajo el sol, sombra agriada y contentada.
Cantar esa historia: impenetrable, incomprendida.
Intentar también la manera del lenguaje: irrisión pade­
cida y lugar difícil.
(Pues no hay pueblo al que ya se pueda acreditar fuera
del tiempo de los hombres, y la historia del mundo, ¡oh! poetas,
se lee por doquier.)
Pero la escritura se adelgaza al anotar de lejos lo que
allá (aquí) se deshace sin cesar. Parece que día tras día, para

* Obra del autor publicada en 1975,


18 EL DISCURSO ANTILLANO

nosotros los martiniqueños, se acelera el torno de la borradura.


Nunca terminamos de desaparecer, víctimas de un frotamiento
de mundos. Amontonados sobre la línea de surgimiento de los
volcanes. Ejemplo banal de liquidación por lo absurdo, en lo
horrible sin horrores de una colonización lograda. ¿Qué puede
hacer la escritura? Nunca recupera nada.
Sin embargo, salvo la acción necesaria (el trastorno sin
reserva de esta banalidad mortal), lo que queda por hacer es
gritar el país en su historia verdadera: hombres y arenas, to­
rrenteras, ciclones y temblores, vegetaciones agostadas, ani­
males arrebatados, niños boquiabiertos.
A PARTIR DE UNA PRESENTACIÓN
HECHA DESDE LEIOS, HACE ALGÚN TIEMPO*

D e s e d e e l m it o persistente de las «Islas» paradisíacas


hasta la falsa semblanza de los Departamentos de Ultramar,
parecía que el destino de las Antillas de lengua francesa fuera
el de nunca encajar con su realidad. Era como si estos países
/ nunca hubieran tenido la posibilidad de recuperar su verdadera
naturaleza, paralizados como estaban por su dispersión geo­
gráfica y tam bién por una de las formas más perniciosas de
colonización: la que asimila a una comunidad.
En esta materia, son numerosas las oportunidades perdidas
por los propios antillanos. El dato brutal es que, desde el siglo
xvn aproximadamente, Guadalupe y Martinica soportaron una
larga secuencia de represiones consecutivas, de revueltas incesan­
tes, y cada vez el resultado sólo fue una renuncia más marcada

* A partir de un artículo publicado en la revista Esprit (número especial:


«Las Antillas antes de que sea demasiado tarde», 1962).
20 EL DISCURSO ANTILLANO

al impulso colectivo, a la voluntad común, lo único que per­


mite a un pueblo sobrevivir en tanto pueblo.
Así pues, la conform ación geográfica. Parece que esta
dispersión de las islas en el mar Caribe, la cual constituyó efec­
tivamente una barrera natural para su interpenetración (aun
cuando se ha establecido que los arawacos y los caribes sur­
caban este m ar antes de la llegada de Colón), ya no debería
importar en un mundo abierto por los medios modernos de
comunicación. Pero, en realidad, la colonización dividió en tie­
rras inglesas, francesas, holandesas, españolas, una región po­
blada en su mayoría por africanos, convirtiendo en extranjeras a
gentes que no lo son. El brotar de la Negritud en los intelectuales
antillanos respondía quizás a la necesidad de volver a encontrar,
por referencia a una raíz común, la unidad (el equilibrio) más allá
de la dispersión.
Al mismo tiempo que se desarrollaban las relaciones de
dominación económica entre la metrópoli y su colonia, se afian­
zaba una doble creencia en las Antillas de lengua francesa: pri­
mero. que esos países no podían subsistir por sí mismos; luego,
que sus habitantes eran franceses de hecho, contrariamente a los
otros colonizados que seguían siendo africanos o indochinos.
Las Antillas han suministrado entonces cuadros altos y medios
para la colonización en Africa, donde éstos se consideran como
blancos y, lamentablemente, se conducen como tales. La política
francesa ha sido favorecer la eclosión de esos cuadros medios,
de ahí la formación de una pseudoélite convencida de que forma
parte de la Gran Patria. Los grandes colonos (que aquí son lla­
mados békés*) entenderán finalm ente que ese sistema es su
mejor garante. Al renunciar para siempre a insertarse en una
producción nacional martiniqueña, se convertirán en tenderos

* Los pequeños colonos o los blancos menos ricos son llamados petits
békés (NdT).
in t r o d u c c io n e s 21

(jel nuevo sistema, con ganancias substanciales y una pérdida


real del poder de decisión económica. La entrada de las Antillas
menores francófonas en el campo estéril de la econom ía ter­
ciaria resultaba inevitable.
Faltó una base nacional que habría permitido la resisten­
cia concertada contra la despersonalización. Así, en Martinica
y en Guadalupe habia un pueblo descendiente de africanos
para el cual las palabras «africano» o «negro» solían ser un
insulto. Mientras la masa antillana bailaba el laghia, tan evi­
dentemente heredado de los africanos, los jueces antillanos
condenaban en África a los que ellos ayudaban a ser coloni­
zados. Cuando una colectividad reniega de su proyecto, sólo
resulta desequilibrio y vanidad.
Pero todos los pueblos nacen algún día. Aunque los an­
tillanos no son los herederos de una cultura atávica, no por
ello están condenados a la deculturación definitiva. Al contra­
rio: en un mundo destinado a la síntesis y al «contacto de ci­
vilizaciones», la vocación de síntesis no puede sino constituir
una ventaja. Lo esencial aquí es que los antillanos no dejen a
Oírosla tarea de form ular su cultura. Y que esta vocación de
síntesis no se vuelque hacia el humanismo donde quedan en­
trampados los tontos.
Hasta la guerra de liberación de Toussaint Louverture, los
pueblos de Martinica, Guadalupe y Santo Domingo (que se con­
virtió entonces en Haití) eran solidarios en sus luchas. Tanto entre
los colonos como entre los esclavos en lucha, así como entre los
hombres libres (generalmente mulatos), los desplazamientos so­
lían ser limitados, pero no por ello menos permanentes. Igual que
la solidaridad. Fue el caso de Louis Delgrés, de origen martini-
queño, caído con sus compañeros guadalupeños en el Fuerte Ma-
touba en Guadalupe, y cuyo ejemplo le era tan caro a Dessalines,
lugarteniente de Toussaint Louverture.
Con Haití libre pero aislada del mundo (la ayuda inter­
nacional no existía, ni tampoco los países socialistas, ni los
22 EL DISCURSO ANTILLANO

) Estados del Tercer Mundo, ni la O NU ), se agoló el movimiento


n de intercambios que hubiera podido crear a las Antillas. La re­
vuelta de los esclavos, aplastada en las islas pequeñas, se redu­
jo a una sucesión de pobladas sin apoyo ni posibilidades de
implantación o de expansión; sin expresión ni prolongación.
Después de la «liberación» de 1848, en las Antillas francesas
la lucha por la libertad dio paso a la reivindicación de la ciu­
dadanía. Los colonos metieron a sus agentes en la vida políti­
ca. La clase media, ávida de honores y de respetabilidad, se
prestó gustosamente a ese juego que le proporcionaba cargos
y títulos. Hasta la ley de departamentalización de 1946, que
constituyó la apoteosis en esta materia, los antillanos se vie­
ron llevados así a su negación como colectividad con el fin de
conquistar una ilusoria igualdad individual. La asimilación
remató la balkanización.
El observador espantado percibía entonces en las élites
antillanas una increíble pusilanimidad. La imitación era la nor­
ma (imitación del modelo venido de Francia), y todo lo que se
alejaba de ello se consideraba como un crimen. Era el tiempo
de la literatura «de las Islas», de una sensiblería gangosa. Sin
duda alguna, de esta época también data el «usted no es tan ne­
gro así» (o el «usted es como nosotros, no como los negros»)
que abofeteó tantas veces a nuestras élites, y digámoslo, que
ellas tanto permitieron. (Ha habido «progreso» en esta materia.
En 1979, el discurso francés en Martinica dice explícitamente:
«Usted no es nada antillano, en el fondo», con lo cual la disolu­
ción de las élites es llevada a su culminación.)
Así pues, cada vez que este pueblo se ha sublevado con­
tra su situación, el resultado ha sido una represión implacable,
después de lo cual siempre quedaba caído de bruces y entram­
pado. Ha sido una larga sucesión de oportunidades perdidas.
La razón es que las élites nunca han podido proponer (como
debió ser su función) una perspectiva de lucha a las masas que
resistían en tales condiciones (exigüidad de las islas, aislamiento,
in t r o d u c c io n e s 23

cultural) contra la denegación de su existencia. En


a m b ig ü e d a d
eSta materia, el mimetismo político que ha descarriado a esos
países (se han repetido exactamente los mismos partidos po­
líticos que en Francia, que nacen o desaparecen según las
fluctuaciones de la política interior francesa) ha sido una crea­
ción genial del colonato.
Hoy día, el antillano ya no reniega de la parte africana
de su ser; ya no tiene que preconizarla, en reacción, como ex­
clusiva. Tiene que reconocerla. Comprende que de toda esta
historia (aunque la hayamos vivido como una no-historia) ha
resultado otra realidad. Ya no se ve obligado a rechazar tácti­
camente los componentes occidentales, todavía alienantes
hoy día, entre los cuales sabe que puede escoger. Se da cuenta
¿e que la alienación reside primero en la imposibilidad de es­
coger, en la imposición arbitraria de los valores, y tal vez, en
la noción de Valor. Concibe que la síntesis no sea una opera­
ción de envilecimiento, como se le decía, sino una práctica
fecunda con la cual los componentes se enriquecen. Se ha
convertido en un antillano.

La idea de la unidad antillana es una reconquista cultural.


Nos vuelve a instalar en la verdad de nuestro ser, m ilita para
nuestra emancipación. Es una idea que no puede ser tomada en
cuenta para nosotros, p o r otros: la unidad antillana no puede
ser manejada a control remoto.
A PARTIR DE LAS HUELLAS DE AYER
Y HOY, MEZCLADAS

E s t e p u e b l o , ya lo saben ustedes, fue deportado de Áfri­


ca a estas islas para el trabajo servil de la tierra. «Liberado» en
1848, en Martinica quedó atrapado en una doble trampa: la im­
posibilidad de producir por y para sí mismo, la consiguiente
impotencia de afirm ar en conjunto su propia naturaleza. Asi, la
existencia tic los martiniqueflos va y viene, entre un corte abier­
to, irreversible (respecto de la tierra original de África) y una
separación dolorosa, necesaria e improbable (respecto de la so­
ñada tierra de Francia).
En las costas de Senegal, Gorea, la isla por delante de
las aguas, primer paso en el desvario.
Luego el mar, nunca visto desde las bodegas de los bar­
cos, jalonado con ahogados que sembraron en sus fondos las
cadenas de lo invisible.
La fábrica donde desembarcas, más remendada que un
harapo, más improductiva que la maleza. Elección de la rapiña.
^ • p r o d u c c io n e s 25

Las urnas donde el vientre se te empieza a poner rancio,


lomía de frustración. Caverna donde se infla tu mendicidad.
X Vaval, gigante de carnaval, exhibido como instinto: en
lo más alto. Lo quemamos en este mar.
Behanzin, «rey de África», espejo de exiliados, por
quien renegábamos de nosotros mismos. Deambula en nues­
tras apai íencias.
Los manglares con cangrejos, las plantaciones rasas,
las fábricas comidas por la hierba: contracción de tierra, cac­
tus, arenas vendidas.

El m achete, más amarrado que un bejuco de entraña.


A PARTIR DEL GRITO

A quí están los países . «Escuchar a los países, detrás


del islote». Desde el punto fijo de aquí, tejer esta geografía.
Desde el grito fijo de aquí, desplegar tu palabra árida,
difícil. Acordar tu voz con la duración del mundo. Salir de la
piel de tu grito. Meterse en la piel del mundo por tus poros. Sol
en carne viva. Amontonamos salinas donde espejean tantas
palabras. Caemos en los acantilados por los clamores del mar.
Palabra no garante. Un pueblo no sufre la gehena de su
trasbordo meramente para que tu voz se entone. El aliento del
m undo no se reduce al acento de los poetas. La sangre y los
huesos asfixiados bajo la tierra no gritan en tu garganta.
Palabra amenazada. Pues nos hemos acostumbrado al
rodeo, donde lo dicho se enrosca. Afilam os el sentido como
machete sobre la roca volcánica. Lo estiramos hasta ese del­
gado hilo de agua que enlaza nuestros ensueños. Cuando us­
tedes nos escuchan, creen que es la m angosta buscando el
atajo bajo las cañas.
PR O D U C C IO N E S 27

Pero palabra necesaria. Tiesa y rota. Salida del precipi­


cio, con los huesos. Y que se busca a sí misma en tantas apa­
riencias en las que nos hemos complacido. Y que se armoniza,
a pesar de todo, con esta enorme melopea del mundo.

(Dejar el grito, forjar la palabra. No es renunciar a lo imagi­


nario ni a las potencias subterráneas, es asum ir una duración
nueva, anclada en el surgimiento de los pueblos.)
A PARTIR DE A COMA*

L a v o l u n t a d de profundización sólo es fructífera cuan­


do se cuida con lucidez de presentarse como totalidad sufi­
ciente y, por ende, de erigir como ideología lo que entonces
podríamos llamar «una política de espera cultural».
Sin embargo, tal profundización es ineluctable. Las
convergencias históricas, cuyo nudo hay que deshacer, expli­
can — por el desarraigo inicial, la ausencia de referencias co­
lectivas, el desconocimiento de nuestro pasado padecido, la
neutralización de los estratos populares, el aislamiento que
nos paraliza en el entorno caribeño y americano, la falta de
confianza en nosotros mismos, y el desequilibrio que resultó
de ello— que nuestra situación en el mundo, en tanto colecti­
vidad, haya sido envilecida por nuestra falta de resolución,
por nuestro extravío. Pero que el envilecimiento proviene de

* A partir de la revista Acorría, publicada entre 1971 y 1873.


iNiRonucrioNi'.s 2.9

esas convergencias históricas, negativas hasta tanto no que


den «desenredadas», y 110 de lina naturaleza disminuida por
osmosis; es lo que trataremos también de mostrar al consti ­
tuirnos en defensores y, quizás, en ilustradores de una con­
cepción precisamente mestiza de las culturas. El ámbito de
este mestizaje no abarca un vago humanismo sino el arduo
desbroce ele los pueblos que solidariamente nacen a su liber-
tad. L a s Antillas participan de tal movimiento.
Y si la proliindización sólo se realiza en lo álgido de
acción, ello 110 inutiliza nuestra iniciativa, siempre y cuando
ésta se cuide de la ilusión del profetismo o de la vanguardia.
A PARTIR DE UN TRABAJO SOLIDARIO

Somos a lg u n o s que consideramos la creación, en nues­


tro contexto, como la resultante progresivamente perfectible de
diversas avanzadas, y no com o el repentino fruto de un bello y
secreto rodeo. Todos nosotros practicamos el rodeo.
A PARTIR DEL PAISAJE*

P orque está encogido sobre sí mismo y se escalona en


dimensiones legibles. De una sola pieza, el inicio del calor fre­
nado por la lluvia; más a fondo, esas grietas que percibimos
cuando la tierra se abre.
Al norte del país, el enlazamiento de verdes oscuros
aún no penetrados por las carreteras. Los cimarrones juntaron
allí sus refugios. Lo que opones a la evidencia de la Historia.
La noche a pleno sol y el tamiz de las sombras. La cepa, su
flor violeta. El entramado de helechos. El barro de los prim e­
ros tiempos, lo impenetrable originario. Bajo los acomas de­
saparecidos, la rectitud de las caobas soportadas a la altura
del hombre por ensenadas azules. El norte y la m ontaña se
juntan. Ahí quedaron descargadas esas poblaciones de India
con las que se traficó en el siglo xix (como para perfeccionar

* A partir de la revista Acoma.


32 El. D IS C U R S O AN TIL LA N O

la totalidad de la Relación) y que llamamos culíes y, en Gua­


dalupe, malabares. Hoy en día, las plantaciones rasas de pina
abren brechas de aridez en esas verticalidades. Pero su planicie
áspera está dominada por la sombra de los grandes bosques. En
1976 los huelguistas del Lorrain, culíes y negros, martinique-
ños todos, cayeron en una celada: surcaron con el machete la
lisura de unas hojas rebozadas d e sangre.
En el Centro, el ondulado literal de las cañas. La montaña
se domestica en morros. Ahí se esconden armazones de fábri­
cas, que dan fe del antiguo orden de las plantaciones. En la de­
sembocadura del crepúsculo, colindando con las alturas del
norte y las llanuras centrales, las ruinas del Cháteau-Dubuc don­
de desembarcaron los traficados (es el eco de Gorea, de donde
partieron) y donde calabozos para esclavos todavía dibujan
sus subterráneos. Lo que llamamos la Llanura, donde se ver­
tía el río Lézard del que han desaparecido los cangrejos. El
delta ha sido tragado por una aparencia de empresas, de aeró­
dromo. Sin tener que levantar la mano, el escalonamiento de
las bananas, cortina de espesa espuma verde entre la tierra y
nosotros. Sobre las paredes de una casa del Lamentin, las
huellas de balas puestas allí como estrellas desde ese día de
ya no sabemos qué año, cuando tres huelguistas de la caña
fueron abatidos por la gendarmería.
El sur finalmente, donde los cabritos se dispersan. La
emoción de las arenas, olvidando a tantos que cabalgaron en
troncos de cocoteros, para tratar antaño de reunirse con Toussaint
Louverture en el país de Haití. Ellos murieron en la sal del mar.
Se les mareó la mirada con nuestro sol. Nos detenemos ahí, sin
adivinar lo que nos entorpece con un malestar indecible. Esas
playas están en subasta. Los turistas las piden. Última frontera,
donde pueden verse nuestros vagabundeos de ayer y nuestras
perdiciones de hoy.
Hay así tiempos que se escalonan bajo nuestras apa­
riencias, desde las alturas hasta el mar, desde el norte hasta el
|NTRODUCCIONES 33

• desde el bosque hasta las arenas. El cimarroneo y el re­


chazo, el anclaje y el aguante, lo Lejano y el sueño.

í Nuestro paisaje es su propio monumento: la huella que él


significa es perceptible por debajo. Todo es historia.)
A PARTIR DE LA CARENCIA ORAL Y DEL CRÉOLE

C uando a una fracción de una comunidad de tradición


oral se le otorga el aprendizaje de la lectura y del «conocimien­
to» (y ello por una educación elitesca), los desequilibrios que se
originan no son generalizados. Parte de esa élite «delira» acerca
de su ciencia recién adquirida; el resto de la comunidad pre­
serva su equilibrio por un tiempo, al lado de ese delirio.
Si esta «instrucción» se extiende, sin por ello articularse
con una práctica autónoma de adquisición de técnicas apropia­
das, el delirio de la élite se deshace en una banalización, «ex­
tendida» ella también, mediante la cual toda la com unidad
vencida consiente pasivamente en deponer su naturaleza,
sus funciones posibles y su cultura necesaria.
Y si tal operación se realiza en contra de una com
dad cuya lengua oral lleva la secreta, imposible e impercepti­
ble marca de lo escrito (es el caso, como veremos, de la
lengua créole en Martinica), la desposesión puede ser mortal.
PRO D U CC IO N ES 35

Esta operación resulta tanto más necesaria porque en


Martinica (país donde la apariencia ha prevalecido constante­
mente sobre la realidad) navegamos por las ilusiones renova­
das del progreso social y económico. Parece que el discurso
acerca del discurso (el retorno a sí mismo) llega demasiado
tarde y que, en tanto comunidad, hemos perdido el sentido de
nuestra voz.
Por eso, qué irrisorio resulta describir en libros, abordar
en escritos, lo que así se evapora en todos los alrededores.

■Acaso el despertar de lo oral y el estrépito del créale llenarán


ese vacío? ¿Es todavía posible la revolución que los fecundará?
¿Está aquí, a nuestro alrededor, el país que nos comprenderá?
L ib r o i
LO SABIDO, LO INCIERTO
LA DESPOSESIÓN
E l d e s p l a z a m ie n t o y e l r o d e o *

H a y u n a d i f e r e n c i a entre el desplazamiento (por exi­


lio o dispersión) de un pueblo que tiene su continuación en
otro lugar y el trasbordo (la trata de negros) de una población
que en otro lugar se vuelve otra cosa, un nuevo dato del m un­
do. Es en este cambio donde hay que tratar de descubrir uno de
los secretos mejor guardados de la Relación. Así comprende­
mos que actúan unas historias entrecruzadas, propuestas a
nuestro conocimiento y que producen el ente. Nosotros renun­
ciamos al Ser. Lo más aterrador que el pensamiento antropoló­
gico engendra es la voluntad de incluir el objeto de su estudio
en un lapso cerrado de tiempo donde la maraña de lo vivido se
borra, en beneficio de un mero permanecer. Así se asienta

* A partir de la revista Aconta.


44 EL DISCURSO ANTILLANO

una serie de nociones generalizadoras que chocan con el circui­


to de los relevos reales1. La historia de una población trasborda­
da, pero que al cambiar de lugar se transforma en otro pueblo,
permite contradecir la noción general y las neutralizaciones im­
puestas. La analogía (al mismo tiempo relación y relatado, acto
y discurso) priva sobre lo que aparentemente podría constituir
el principio, el «motor» presuntamente universal.
La operación de la trata de negros (que el pensamiento
occidental, pese a estudiarla como fenómeno histórico, silen­
ciará en tanto signo de relación) obliga a la población así tra­
tada a poner en tela de juicio toda ambición de universalidad
genera lizadora. Y esto de diversas maneras.
Primero, porque el tener que convertirse en una propor­
ción inédita obliga a esta población trasbordada a criticar (a de-
sacralizar) utilizando la irrisión o la aproximación, lo cual — en
el antiguo orden— era lo permanente, lo ritual, la verdad de su
ser. Una población que cambia al hallarse en otro lugar se ve
tentada a abandonar la mera creencia colectiva. Luego, porque
el modo de cambio (la dominación de Otro) a veces favorece la
práctica de aproximación o la tendencia a la irrisión al introdu­
cir en las nuevas relaciones la insidiosa promesa de constituirse
en el Otro, la ilusión de una mimesis lograda. Así, la única pul­
sión de lo universal prevalecerá de manera vacía. Por último,
porque la dominación (favorecida por la dispersión y el trasbor­
do) engendra el peor de los avalares: suministra modelos de re­
sistencia ante el poder efectivo que ella misma pone en práctica,
perjudicando así la resistencia y a la vez favoreciéndola. Técni­
cas vaciadas mantendrán la ilusión de un universal que rebasa.
El pueblo trasbordado lucha contra todo esto.

1 Por supuesto, la generalización ha permitido sistematizar las leyes cientí­


ficas en su conjunto, y resulta interesante constatar su encierro en el uni­
verso, a la vez objetivo y «lejano», de la ciencia occidental.
LA DESPOSESIÓN 45

Creo que lo que hace esta diferencia entre un pueblo


que tiene su continuación en otro lugar, manteniendo el Ser, y
una población que al cam biar de lugar se transforma en otro
pueblo (sin ceder, no obstante, a las reducciones del Otro) y
que entra así en la variancia siempre repetida de la Relación
(del relevo, de lo relativo), es que esta población no ha traído
con ella ni continuado colectivamente las técnicas de existencia
o de supervivencia, materiales y espirituales, que había practi­
cado antes de su trasbordo. Estas técnicas subsisten sólo como
rastros, o en forma de pulsiones o de impulsos. Esto — ade­
más de la persecución, por una parte, y de la esclavitud, por la
otra— es lo que diferencia la Diáspora judía de la trata de ne­
gros. Y si es que la población así trasbordada no se encuentra
—en el sitio de llegada y de anclaje— en condiciones que fa­
vorezcan la invensión o la adopción «libre» de nuevas técnicas
apropiadas, esta población entra durante un tiempo más o me­
nos largo en el marasmo a menudo imperceptible de la irres­
ponsabilidad global. Es probablemente lo que distinguiría en
general (y no individuo por individuo) al martiniqueño de otro
trasbordado como, por ejemplo, el brasileño. Semejante dis­
posición resulta tanto más determinante porque la violencia
técnica (la distancia creciente entre los niveles de manipula­
ción y de control de io real) se vuelve un factor primordial en
la Relación mundial. Las dos actitudes probablemente más in­
fundadas, en esta circunstancia, serían considerar excesiva­
mente el soporte técnico como el sustrato de toda actividad
humana y, al contrario, rebajar cualquier sistemática técnica al
rango de ideología alienante o degradante. La desprovisión técni­
ca lleva al colonizado hasta esos extremos. Independientemente
de lo que se piense de tales opciones, nosotros tenemos que to­
mar la palabra «técnica» en el sentido de la mediación concerta­
da de una colectividad con su entorno. La trata de negros, que
pobló en parte las Américas, discriminó entre los recién llega­
dos; el desinterés hacia lo técnico favoreció en las Antillas
46 EL DISCURSO ANTILLANO

menores francófonas — más que en cualquier otro espacio de


la diáspora negra— la fascinación por la mimesis y la tenden­
cia a la aproximación (es decir, de hecho, a la denigración de
los valores originarios).
En esto no hay sólo agonía y perdición sino también la
oportunidad de afirmar un conjunto estimable de propiedades.
Por ejemplo, la de tratar los «valores» ya no como una referencia
absoluta sino como modos actuantes de una Relación. (La renun­
cia a los meros valores originarios permite acceder a un sentido
inédito del establecimiento de relaciones.) También la de criticar
más naturalmente una concepción de lo universal transparente,
y de remitir esta ilusión al arsenal de las élites mimetizadas.

II

La primera pulsión de una población trasplantada, que


no está segura de mantener en el sitio de su trasbordo el anti­
guo orden de sus valores, es el Retomo. El Retomo es la obse­
sión del Uno: no hay que cambiar el ser. Retomar es consagrar
la permanencia, la no-rclación. El Retorno será predicado por
los sectarios del Uno. (Pero el retorno de los palestinos a su
país no es un recurso estratégico, es un combate inmediato. La
contemporaneidad de la expulsión y del retorno es total. Este
último no es una pulsión compensatoria, sino una urgencia
vital.) En el siglo pasado los americanos blancos habrán creído
que exorcizaban el problema negro financiando el retorno de
los negros a África y con la creación del Estado de Liberia.
Extraña barbarie. Aun si nos consideramos felices y satisfechos
de que una parte de la población negra de Estados Unidos haya
escapado así al terrible destino de los esclavos o de los nuevos
libertos, no podemos desconocer lo que tal operación trae con­
sigo de frustración, en la escenificación de la Relación. Su ca­
racterística primordial — forma contemporánea del intercambio
la DESPOSESIÓN 47

entre pueblos— es efectivamente la conciencia que estos pueblos


tienen de ella, por vaga que sea. Los intercambios precedentes no
¡kan acompañados de semejante conciencia de la conciencia. En
las condiciones actuales, una población que traduciría en ac­
tos la pulsión del Retorno, y esto sin que se haya constituido
c o m o pueblo, se vería condenada a los amargos recuerdos re­

currentes de un posible (por ejemplo, la emancipación de los


negros en los propios Estados Unidos) perdido para siempre.
La huida de los judíos fuera de la tierra de Egipto fue colecti­
va; ellos habían mantenido su judeidad, no se habían tranfor­
mado en otra cosa. ¿Qué pensar del destino de esa gente que
retorna a África, ayudada y alentada por la filantropía calcu­
ladora de sus amos, pero que ya no es africana] La realiza­
ción de la pulsión en ese momento (ya es demasiado tarde
para ella) no es satisfactoria. Es posible que el Estado que re­
sulte de ella (cómodo paliativo) no se convierta en nación.
¿Podría aventurarse, en contraste, la hipótesis de que la exis­
tencia del Estado-nación de Israel terminaría agotando la ju ­
deidad, al,acabar poco a poco con la pulsión del Retorno (la
exigencia del Uno)?2

2 El análisis de cualquier discurso global hace inevitable la exposición sis­


temática de lugares comunes (esas evidencias que se imponen para to­
dos), como por ejemplo un cuadro de situaciones significantes en las
relaciones pueblos con pueblos.
Una población trasbordada que se convierte en pueblo (Haití), que se
funde en otro pueblo (Perú), que se incorpora a la composición de un multi-
conjunto (Brasil), que mantiene su identidad sin poder «realizarse» (negros
norteamericanos), que se ha convertido en un pueblo atrapado en un impo­
sible (Martinica), que regresa parcialmente a su lugar de origen (Liberia).i
que mantiene su identidad al participar de manera conflictiva en el surgi­
miento de un pueblo (hindúes de las Antillas).
Un pueblo disperso que se crea una pulsión de retorno (Israel), que se ve
expulsado de su tierra (armenios), que agoniza (melanesios), que se vuelve
artificial (micronesios).
48 EL DISCURSO ANTILLANO

Pero, como hemos visto, las poblaciones trasbordadas


por la trata de negros no estaban en condiciones de mantener por
mucho tiempo la pulsión del Retorno. Entonces esta pulsión
irá cediendo a medida que se esfume el recuerdo de la tierra
ancestral. Dondequiera (en las Américas) que la dimensión téc­
nica se mantenga o se renueve con una población trasbordada,
ya sea oprimida o dominante, la pulsión del Retorno se extin­
guirá poco a poco al ser tomada en cuenta la nueva tierra. Allí

Las infinitas variedades de «independencias» africanas (donde las


fronteras oficiales separan a los pueblos reales), los sobresaltos de las mi­
norías europeas (bretones o catalanes, corsos o ucranianos). La muerte
lenta de los aborígenes australianos.
Pueblos de tradición milenaria y de técnica conquistadora (los ingle­
ses), con voluntad universalizadora (los franceses), presa de la negación
(Irlanda), inmigrante (Sicilia), dividido (Chipre), de riqueza ficticia (los
países árabes).
Pueblos que muy pronto abandonaron su «expansión», o la mantuvie­
ron sin mayor firmeza (pueblos nórdicos, Italia), que padecieron invasiones
(Polonia, Europa central). Los propios emigrantes (argelinos, portugueses,
antillanos de Francia o Inglaterra).
Pueblos invadidos o exterminados (indios de Estados Unidos), neutraliza­
dos (indios de los Andes), perseguidos y masacrados (indios de Amazonia).
Perseguidos y errantes (cíngaros y gitanos).
Poblaciones emigradas que constituyen una nación dominante (Estados
Unidos), que se preservan en un ambiente (Quebec), que se mantienen por
la fuerza (blancos de Suráfrica).
Migrantes sistemáticos y parcelados (sirios, libaneses, chinos).
Migrantes periódicos, generados por el propio movimiento de la Re­
lación (misioneros, Cuerpos de Paz, cooperantes) y cuyo impacto es real.
Naciones divididas por el idioma o la religión (pueblo irlandés, naciones
belga y libanesa), o sea, por el enfrentamiento económico entre comunidades.
Equilibrios federativos (suizo).
Desequilibrios endémicos (pueblos de la peninsula indochina).
Antiguas civilizaciones que se transforman por aculturación con Occidente
(China, Japón, India). Que se mantienen por insularidad (malgaches).
Pueblas compuestos pero «ftiera de relación» (australianos) y tanto
más heterofóbicos.
LA d e s p o s e s ió n 49

donde esto resulte no sólo difícil sino oscurecido (la población


tranformada en pueblo, pero en pueblo desposeído), aparecerá
la obsesión de la inmigración. Esta obsesión no es evidente. Sin
decir que no es natural (es una violencia), puede establecerse
que es imposible. No sólo que la imitación misma es irrealiza­
ble, sino que su obsesión muy real es insoportable. La pulsión
mimética es una violencia insidiosa. Un pueblo que está some­
tido a ella, tarda mucho en asumir su peso de manera colectiva
y critica, aunque soporta inmediatamente el traumatismo. En
Martinica, donde la población trasbordada se constituyó en un
pueblo sin haber asumido efectivamente la nueva tierra, la co­
munidad ha tratado de exorcizar el Retorno imposible con lo
que yo llamo la práctica del Rodeo.
/ l
!\
III

El Rodeo no es un rechazo sistemático a ver. No, no es


un modo de ceguera voluntaria ni una deliberada práctica de
fuga ante las realidades. Más bien diríamos que suele ser el re­
sultado de una maraña de negatividades asumidas como tales.
No hay rodeo cuando la nación ha sido posible, es decir, cada
vez que la responsabilidad global — aun alienada en beneficio
de una parte de la colectividad— ha puesto en práctica solu­
ciones provisionales aunque autónomas para los conflictos

Pueblos dispersados, presa de la «adaptación» (lapones, polinesios).


Este cuadro situacional se vuelve inextricable debido a la maraña ideo­
lógica que se le superpone, a los conflictos diglósicos, a las guerras reli­
giosas, a los enfrentamientos económicos, a las revoluciones técnicas. La
Relación en su conjunto cambia más rápidamente de lo que pueda pensar­
se. Ninguna teoría de la Relación lleva a la generalización. Su acción
resulta sobreactivada por la aparición de minorías que se declaran tales, la
más determinante de las cuales parece ser el movimiento feminista.
50 EL DISCURSO ANTILLANO

internos o de clases. No hay rodeo cuando la comunidad en­


frenta a un enemigo conocido como tal. El rodeo es el último
recurso de una población cuya dominación por el Otro se halla
oculta: hay que ir a buscaren otra parte el principio de la domi­
nación, que no se evidencia en el propio país: porque el modo
de dominación (la asimilación) es el mejor camuflaje, porque la
materialidad de la dominación (que no es sólo la explotación
que no es solamente la miseria, que no es sólo el subdesarrollo,
sino la erradicación global de la entidad económica) no es di­
rectamente visible. El rodeo es el paralaje de esta búsqueda.
Entonces, su artimaña no siempre está concertada, así co­
mo tampoco el Otro lugar donde se practica el rodeo puede ser
«interior». Es una «actitud de escape» (Marcuse) colectivizada.
La lengua créale es la primera geografía del Rodeo y
sólo en Haití ha escapado a esta finalidad originaria. Confieso
que me aburren las disputas sobre el origen y la constitución
de la lengua (¿se trata de una lengua, de un avatar de las ha­
blas francesas, etc?); lo cual, sin duda, es un error. Lo que veo en
la poética del creóle es sobre todo un ejercicio permanente de la
\desviación de la trascendencia implicada en esta poética: la de
su origen francés. Michel Benamou sugería la hipótesis (reto­
mada en Martinica por un artículo de Roland Suvélor) de una
irrisión sistematizada: el esclavo confisca el lenguaje impues­
to por el amo, lenguaje simplificado, apropiado para las exi­
gencias del trabajo (un hablar a lo «yo Tarzán, tu Jane») y lo
lleva al extremo de la simplificación. Tú quieres reducirme al
tartamudeo, yo voy a sistematizar el tartamudeo, ya veremos
si logras entender. Así, el créole sería la lengua que, en sus es­
tructuras y su poética, habría asumido a fondo lo irrisorio de
su génesis. Es el recién llegado de todos los pidgins, el empe­
rador de los «patuás», que se ha coronado a sí mismo. Los lin­
güistas han apuntado que la sintaxis del créole tradicional
imita naturalmente el lenguage del niño (por ejemplo, utiliza
la repetición: bel bel iche, niño muy hermoso). Una práctica de
lA d e s p o s e s ió n 51

■ fantílismo llevada a tal extremo no es inocente. A nivel de


|aS estructuras que la lengua se da a sí misma (y sin duda pue­
de ser poco común hablar así de una lengua, como si fuera una
e n t i d a d voluntaria que se establece por sí misma), vuelvo a en­
contrar lo que se dice de los negros norteamericanos: cada vez
que se hallaban en presencia de los blancos, adoptaban como
actitud lingüística el ceceo, el remoloneo, la idiotez. El camu­
flaje. Esta es una escenificación del Rodeo. La lengua créole
se ha constituido en tomo a esta artimaña. Hoy día ningún ne­
gro norteamericano necesita recurrir a semejante escenifica­
ción: supongo que pocos serían los blancos que todavía se
dejarían engañar; y también en M artinica la lengua créole ha
superado la etapa de la estructuración del Rodeo. Pero algo le
ha quedado. Va de retruécano en retruécano, de asonancia en
asonancia, de una ambigüedad a un doble sentido, etcétera. Tal
vez por ello la agudeza, por ser paciencia y sorpresa prepara­
da, escasea en esta lengua, y siempre resulta bastante burda.
La agudeza que remata el discurso créole no provoca la son­
risa entendida sino la risa participante: se recalca a sí misma,
recuperando una práctica constante de los cuentacuentos de ca­
si todos los países: contrapunteadores, hechiceros, etcétera. El
créole haitiano superó más rápidamente el Retomo, por la sim­
ple razón histórica de que se convirtió muy pronto en la lengua
de responsabilidad productiva de la nación haitiana.
En La vie des mots de Arsène Darmesteter3, obra de «fi­
losofía lingüística» dedicada a la evolución del sentido de las
palabras en la lengua francesa, y en ciertos aspectos «pre-saus-
suriana», se lee la observación siguiente:

Todavía se capta in fraganti la acción del espíritu popular


cuando éste deform a el sentido de palabras acuñadas para

3 1886; segunda edición: librería Delagrave, París, 1918.


52 EL DISCURSO ANTILLANO

ciertos usos. Vemos con sorpresa cómo palabras de forma­


ción erudita, que tienen su pleno e íntegro valor en la len­
gua científica, descienden hasta el habla popular con usos
ridículos o degradantes... Una ironía grosera parece dis­
frutar al degradar esas palabras mal comprendidas, y al ha­
cer que la ignorancia popular tome venganza de la lengt ¿
de los letrados.

Desde luego, la sorpresa de este autor se habría convertido en


terror ante las prácticas deljo u a l de los quebequeses, donde ve­
mos también cómo opera la irrisión sistemática que ataca al co­
razón mismo de una lengua (el francés) a la cual, sin embargo,
se reivindica. No es sorprendente que eljoual haya simbolizado
un momento de la resistencia quebequesa frente a la domina­
ción del Canadá anglòfono, ni que este símbolo haya tendido a
borrarse como tal a medida que Quebec se concebía a sí mismo
y existía como una nación por construir.
El Rodeo lleva pues a alguna parte cuando lo imposible a
lo que rodea tiende a resolverse en «positividades» concretas4.
Creo que el sincretismo religioso también es un avatar os­
tensible del Rodeo. Hay algo excesivo en la representación de
este sincretismo, ya sea en los ritos brasileños, ya sea en el vudú
o en las prácticas de los campesinos martiniqueños. La diferen­
cia consiste en que, una vez más, lo que para unos era una arti­
maña (en Brasil, en Haití) se ha constituido en una creencia
colectiva de contenido «positivo», para otros (en Martinica) si­
gue siendo una huella «negativa», que entonces siempre necesi-

4 En cstii obra, las términos posilivo o positividad se toman en el sentido ile


aquéllo que hace que una situación se dinamice, en un modo continuo o no,
«económico» o no, por la presión de una resolución colectiva, pulsional
o acordada. Entonces lo negativo (o negatividad) no es un momento dialéc­
tico de esta solución sino la carencia, la ausencia mediante la cual una
colectividad innata (es decir, cuyas condiciones de existencia están da­
das) no se convierte en una colectividad de facto (es decir, cuyas formas de
existencia se refuerzan o se confiesan).
lA d e s p o s e s ió n 53

actualizanse con el Rodeo. En Martinica el discurso de la cre-


Wcia popular requiere todavía el nido de! O tm 5.
C ' Una de las manifestaciones más espectaculares de esta
n e c e s id a d del Rodeo para una comunidad tan amenazada, la
encontramos lógicamente en el movimiento de emigración de
sas poblaciones antillanas hacia Francia (del que mucho se di-
■* une constituía una trata de negros al revés, fomentada por los
noderes públicos) y en las repercusiones psíquicas que provo­
ca En Francia, los antillanos emigrados suelen descubrir que
son diferentes, toman conciencia de su antillanidad; concien­
cia tanto más dramática e insoportable, cuanto que el indivi­
duo imbuido así del sentimiento de su identidad tampoco
podrá lograr la reinserción en su medio de origen (la situación
le parecerá intolerable, sus compatriotas irresponsables; y él
será considerado como asimilado, convertido en blanco por sus
modales, etc.), y volverá a irse. Extraordinaria vivencia del
Rodeo. Ésta es ciertamente una ilustración del ocultamiento,
de la alienación en M artinica: hay que ir a otro lugar para
tomar conciencia. El individuo entra entonces en un mundo
obsesivo, no el de la conciencia infeliz sino, en realidad, el de la
conciencia torturada.
(Desde luego, hay un esplendor del retorno, para quie­
nes se fueron «al Oeste» [hacia el Este] y que se esfuerzan
por arraigarse de nuevo. Ya no se trata de la llegada desespe­
rada de antaño, tras la separación violenta de la madre-tierra
africana y el viaje de la trata de negros. Ahora, es como si se
descubriera por fin el verdadero país donde volver a arraigar­
se. Se dice que Martinica es tierra de resucitados. Pero eso no
es un retorno, es el final de un rodeo.) Entonces, al no poder
soportar vivir en el propio país, el tormento se abre camino.
El Rodeo no conduce a ninguna parte cuando su astu­
cia originaria no encuentra las condiciones concretas para
una superación.

5 Por ejemplo, el discurso de Evariste SufFrin, obrero agrícola, fundador en


Lamentin de la secta místico-religiosa Dogma tic Cham.
54 EL DISCURSO ANT1LLAJ

(No desestimamos el malestar universal que lleva a en


ropeos insatisfechos en su medio hacia los «países cálidos» (¡»
los que huyen quienes, víctimas del desempleo pero también
sometidos a una intolerable presión de inexistencia, buscan en
la Otra-Otra parte un recurso provisional.)
En fin, los intelectuales antillanos han aprovechado esta
necesidad del Rodeo para ir a alguna parte, es decir, vincular
en este caso la posible solución de lo insoluble a unas decisio­
nes practicadas por otros pueblos. La primera y quizás más ex­
traordinaria de estas formas de Rodeo es el sueño africano de
Marcus Garvey (Jamaica), escenificado en una primera «eta­
pa» que lo incitó a asumir en Estados Unidos la pasión de los
negros norteamericanos.La asunción universal del sufrimien­
to negro en la teoría (o la poética) antillana de la Negritud repre­
senta también un aspecto sublimado del Rodeo. Para los pueblos
mestizos de las Antillas menores, la necesidad histórica de
reivindicar la «parte africana» de su ser ■ — por tanto tiempo
despreciada, reprimida, negada durante tanto tiempo por la
ideología establecida— basta por sí sola para justificar el mo­
vimiento antillano de la Negritud. Sin embargo, esta reivindi­
cación enseguida queda superada con la asunción que ya he
mencionado, de manera tal que la obra de Aimée Césaire acer­
ca de la Negritud se encuentra con el movimiento de liberación
de las culturas africanas, y que su Cuaderno de un retorno al
país natal se ha vuelto pronto más popular en Senegal que en
Martinica. Singular destino. Ahí está el Rodeo: superación ideal,
relación por arriba. Entendemos que si bien Césaire resulta el
martiniqueño más conocido, sin embargo, su obra es más leida
en África. El mismo destino signó la vida del trinitario Padmore,
inspirador de quien conquistó la independencia de Ghana,
Kwamé Nkrumah. Pero Padmore, que fue el padre espiritual del
panafricanismo de Nkrumah, nunca regresó a su país natal.
Así pues, estas formas de Rodeo son también formas camu­
fladas o sublimadas del Retorno a África. La diferencia más evi-
55
lA d e s p ° sE S I0 N

. entre las formulaciones africana y antillana de la Negritud


ie la africana proviene de una multirrealidad de culturas
°'S Abrales y a la vez amenazadas, y que la antillana precede
31 ‘ ite r v e n c ió n libre de nuevas culturas cuya expresión está sub­
i d a por el orden colonial. Se necesitó un intenso esfuerzo ge-
v^r3iizador para que ambas formulaciones se reunieran: esta
onerosa generalización permite entender cómo la Negritud
? Aviado las situaciones particulares. Inspiradora fundamental
je la emancipación africana, en ningún momento interviene
como tal en los episodios históricos de esta liberación. Al con­
trario, es cuestionada como tal, primero en el área del África
anglófona (por rechazo a su carácter generalizador), luego en
extensas franjas del África combatiente (tal vez por la influencia
de las ideologías revolucionarias)6.
El ejemplo más significativo de Rodeo sigue siendo el
de Frantz Fanón. Inmenso y entusiasmante Rodeo. Conocí a un
poeta suramericano que nunca se separa de la traducción al
español de Los condenados de la Tierra. Y cualquier estudiante
negro norteamericano se maravilla al saber que uno viene del
mismo país de Fanón. Suelen pasar años sin que se le cite (no
digo su obra sino él mismo) en la prensa de Martinica, política
o cultural, revolucionaria o de izquierda. Una avenida de Fort-de-
France lleva su nombre. Eso es todo, o casi.
Para un antillano es difícil ser el hermano, el amigo, o
simplemente el compañero o el «compratriota» de Fanón. Porque
él es el único de todos los intelectuales antillanos francófonos

6 Cada vez que se ha realizado un debate en algún encuentro internacional


sobre la Negritud, he constatado que al tnenos la mitad de los intelectuales
africanos presentes han criticado esta teoría, habitualmente defendida por
los representantes franceses porque quizás encuentran en ella tanto la ge­
nerosidad como la ambigüedad de las «teorías generales» que les gusta
defender. Así el Cuaderno de un retorno al país natal, cuyo proyecto es
antillano, está más cerca de los africanos que la teoría de la Negritud, cuyo
proyecto es generalizador.
56 EL DISCURSO ANTILLANO!

que realmente pase) al acto, mediante su adhesión a la causa ar-


gelina, y ello pese a que después de los episodios trágicos y de­
terminantes de (lo que estamos en todo el derecho de llamar) su
pasión argelina, el problema martiniqueño (del que, por cierto,
no era responsable pero al que sin duda se habría enfrentado de
haber vivido) sigue planteado en toda su ambigüedad. Queda
claro que, aqu\, pasar al acto no significa sólo luchar, reivindicar]
desplegar el verbo contestatario, sino asumir totalmente el corte
radical. El corte radical es la punta extrema del Rodeo.
La palabra poética de Césaire, el acto político de Fanón,
nos han llevado a alguna parte, permitiendo por defecto que
retomáramos al único lugar donde los problemas nos acechan.
Ese lugar está descrito en el Cuaderno de un retorno al país na-
tal, así como en Piel negra, máscaras blancas: con esto quiero
decir que ni Césaire ni Fanón son abstractores. No obstante,
las líneas de la Negritud y de la teoría revolucionaria de Los
condenados de la tierra resultan generalizadoras. Siguen el
contorno histórico de la descolonización que llega a su final
en el mundo. Ilustran y demuestran el paisaje de Otro lugar
compartido. Hay que volver al lugar. El Rodeo es artimaña
provechosa sólo si el Retorno lo fecunda: no es retorno al sue­
ño originario, a lo Uno inmóvil del Ser, sino retorno al punto
de intrincación del cual nos habíamos desviado forzosamente;
es entonces cuando hay que poner finalmente en funciona­
miento los componentes de la Relación, o perecer7.

7 Para nosotros los martiniqueños, las Antillas ya son ese lugar: pero no lo
sabemos. Al menos, de forma colectiva, L.a práctica del Rodeo es la medi­
da de esta exislencia-sin-saber. Asi se delimita uno de los objetivos de
nuestro discurso: llegar a ser integralmente lo que somos, de manera que el
Rodeo ya no se mantenga como una técnica indispensable de existencia,
sino que se ejecute quizás cómo un modo de expresión.
fin la etapa de. la expresión, lo tangencial del Rodeo se convierte en una
victoria sobre lo no-dicho o sobre el edicto (es decir sobre las dos formas prin­
cipales de la represión), a partir del momento en que el Rodeo, ya no impuesto
en la realidad se Continua en afinada comprensión de análisis y de creación.
La inserción convergente en el Caribe aclara este proceso y lo legitima.
R e f e r e n c ia s

EL TRABAJO

La actitud general de los martiniqueños con respecto a


las implicaciones sociales del trabajo fundamentaba la de­
claración racista de los habituales defensores del sistema:
«Ésos son unos holgazanes».
Históricamente, el marúniqueño no se ha interesado ni
por mejoras ni por rendimientos técnicos (equipos de uso dia­
rio, herramientas, máquinas) debido a que no domina nada de
lo que es producción colectiva (que p o r cierto hoy llega a su
final) en su país.
No suele hacerse ninguna equivalencia — aunque sea alie­
nada— entre trabajo y salario. Por tradición, el trabajo es «recom­
pensado» a partir de un consenso afectivo entre amo y esclavo.
Su evaluación «económica» es reciente y no determinante.
El sistema ha favorecido la desaparición de oficios de ti­
po artesanal, sin perm itir que sean reemplazados p o r sectores
industrializados.
58 EL DISCURSO ANTILLANO

El sistema engendró y desarrolló un reflejo generaliza­


do de mendicidad, con la aplicación del principio de ayuda
que sustituye el principio de acción autónoma responsable.
Paradójicamente, la actitud «irracional» de los martini-
queñosfrente a los problemas laborales es una forma no concer­
tada de resistencia. Pero esta resistencia se vale de «lugares»
(desinterés hacia lo técnico, etc) que no son superables.
H acer y c r e a r *

L a c r is is m u n d ia l de energía pondrá de nuevo en tela de


juicio el estatus tecno-cultural de M artinica, que hoy día se
definiría de la siguiente manera: un consumo sin restricción en
cuanto al tiempo de ocio o la vida doméstica —demencial en el
aspecto específico del uso de automóviles— ; un consumo to­
talmente sin garantías, pues Martinica no dispone de ningún
producto de intercambio que sea válido en el mercado mun­
dial, ningún medio para asegurar de manera autónoma el trans­
porte desde las fuentes de energía; un consumo absolutamente
pasivo, no sólo porque aquí no se «transforma» en industria,
sino también porque depende de la inyección de créditos públi­
cos provenientes de la metrópoli francesa: en fin, un consumo
alienado porque permite, en el campo del sector terciario, la
reexportación de beneficios privados no controlados.

* De un coloquio organizado por el Instituto Martiniqueño de Estudios,


1968.
60 1:1, D IS C U R S O A N T II 1-ANo

Así, los martiniqueños viven — al margen de su propia


miseria— dentro de un sueño entre paréntesis, creyendo que
se hallan en un islote de tranquilidad, preservados de los tras­
tornos aterradores que agitan a la humanidad. Es cierto que
cualquier individuo que mire a su alrededor buscando un lugar
donde refugiarse, sólo puede sentir temor ante la situación del
planeta. Tal vez entonces se incline hacia tales islotes de cal­
ma, sin pensar que en tales enclaves se dan todas las condicio­
nes y las virtualidades de lo que se llama una reserva: lugar
donde, aunque se agraven las condiciones ambientales, lo único
que se puede hacer es esperar pasivamente la extinción.
Consideremos esta crisis. Cómo puede una metrópoli
consentir en mantener unos espacios (no productivos) de con­
sumo de energía, estando ella misma peligrosamente privada
de ella, es algo que ninguna teoría de «solidaridad nacional»
puede justificar. El monocolonialismo establecido en M ar­
tinica habrá de permanecer en esta form a mientras haya que
convertir en beneficios privados los fondos públicos asigna­
dos por el presupuesto francés; pero en plena crisis, ningún
capitalismo — así sea mercantil— aceptaría enajenar en otro
lugar parte de su reserva de energía disponible, ni siquiera
para que sigan ingresando los beneficios logrados en el sec­
tor terciario1. Las Antillas menores francófonas se converti­
rían entonces en verdaderas queridas, caras de mantener. Y
Francia no dispone de ningún medio que le permita trasladar
esa carga a la Comunidad Europea. A más o menos largo
plazo, y en proporciones más o menos cataclísmicas, las
Antillas menores sólo podrán contar con ellas mismas. Su in­
dependencia se halla en ciernes en la crisis mundial.

1 En 1979 se han establecido unos organismos, «en el marco de las decisio­


nes tomadas a escala nacional», para estudiar el ahorro de energía y la ex­
plotación de sistemas eólicos y de energia solar. Un ceniralizador vendrá
de París para organizar todo esto.
DESPOSESIÓN 61

Imaginemos ese despertar. Dos acontecimientos lo pre­


figuran de manera periódica: cuando hay aquí una interrup­
ción del abastecimiento (no llegan barcos ni aviones de carga)
y cuando un ciclón o una torm enta tropical pasa por nuestro
país. Acostumbrados como estamos a los excesos del tiempo, la
primera circunstancia nos resulta más catastrófica y desenca­
dena mayor pánico. Supermercados tomados por asalto, colas
en los surtidores de gasolina, insoportable nerviosismo de to­
dos los que son o no clientes. Esas reacciones provienen de
que en realidad sabemos que ya no somos capaces de afrontar
por nosotros mismos semejantes situaciones. Hemos desa­
prendido los gestos colectivos de la solidaridad, los gestos téc­
nicos de la supervivencia. Nuestras tierras están surcadas por
rutas estratégicas, sembradas de viviendas de interés social.
Nuestros bosques están agotados, nuestros ríos secos. Los es­
tanques donde me zambullía, de niño, entre el río Palméne y la
montaña del Vauclin, ya no guardan ni el recuerdo de la hume­
dad. Las salvajes fumigaciones con productos insecticidas
han devastado la fauna de los ríos (los enormes cangrejos de río,
los peces negros de cabeza chata) y han acabado con los pá jaros.
Así es por todas partes en el mundo. Pero el mundo inventa de­
fensas, paliativos. Nosotros pedimos auxilio a los mismos que
así nos destruyen.
Imaginemos este país en una crisis mundial. No sabríamos
producir ni arroz, ni tabaco, ni aceite, ni cuero, aunque estén
dadas todas las condiciones para hacerlo. Cuánto desperdicio,
antes de que hayamos aprendido a reaccionar, y también a or­
denar, prever, distribuir. Veámosnos junto a nuestros autos
montados encima de ladrillos, recorriendo nuestras carreteras
paulatinamente degradadas, y veamos todo el ambiente de de­
sorden y abandono que adquieren los países cuyos habitantes lo
descuidan todo. ¿Es exagerado el panorama? Puede ser. Pero en­
tre 1939 y 1945, al igual que muchos países del mundo, nos he­
mos visto en una situación similar a la de tantos pueblos que han
62 EL DISCURSO ANTILLANO

padecido desde entonces los tormentos del exterminio, del


destrozo y de esos horrores que sólo la guerra de Vietnam ha
superado. Pero en aquella época nosotros resistimos porque el
régimen de Vichy nos aplicó una negación total. Parafraseando
a Sartre, nosotros «nunca fuimos tan libres como durante la
Ocupación». Con una Ilota de marineros franceses que ponían
al país ba jo control, los martiniqueños conocieron los recursos
de la autoproducción y al mismo tiempo las prácticas del mer­
cado negro. Fabricaron sal con las salinas del Sur o con el agua
de mar evaporada en palanganas; cuero con las escasas pieles de
animales (las mismas pieles que hoy se desechan en todos los
mataderos de Martinica); aceite rancio con el coco; vasos, cor­
tando botellas; cestas con rafia y yuca, legumbres (pan del año,
ocumos, bananos verdes, que nunca llegaban a madurarse; el pan
del año se ponía azul y los poyos eran los bananos, gran parte de
los cuales provenían de Guadalupe); pescábamos en los ríos esos
cangrejos que nosotros llamamos zabitans y los guadalupeños
ouassous; los niños fabricaban sus zapatos cortando las suelas en
viejos neumáticos y las tiras en las cámaras de aire que ya no ser­
vían, ensamblando todo con tachuelas, más escasas y valiosas
que la carne de res, y concebían sus juguetes con cajas viejas y
antiguas bobinas de hilo. No estoy entonando un himno al mi-
serabilismo, pues es verdad que esos mismos niños morían de
desnutrición, las heridas se curaban con agua hervida, y los
viejos se iban silenciosamente. Pero el pueblo martiniqueño re­
sistió y tuvo entonces una unanimidad que indudablemente ha
perdido. Dlan, Silacier, Medellus, cuya gesta intenté cantar
en Malernorí, inventaron mil oficios irrisorios que llamamos
djobs y que les permitieron subsistir.

Trazar una alpargata en un neumático viejo


Montar el gato hidráulico para el señor Hausse
Envenenar unas salchichas: echárselas a los perros
Hacer la cola en el mercado para la Señora
LA DESPOSESIÓN 63

Cuadrar vasos en botellas de fondo azul


Agarrar cangrejos con el Trafalgar2.

Sin embargo, bajo estos impulsos inventivos, estaba en


marcha la traición de las élites. La unanimidad sirvió para
una desviación suntuosa, cuya expresión fue la ley de depar­
tamental ización de 1946, aclamada por todos o casi todos.
Así hay que entender que hoy día estemos acostumbrados a la
irresponsabilidad pasiva3; cuán desposeídos e impotentes nos
sentiríamos en una situación similar. Hemos quedado entram­
pados en lo insidioso, y el precio que pagam os por nuestros
logros individuales es el de una renuncia colectiva tal que ni
siquiera podemos imaginar cuán agobiante es su impacto.
¿En qué consiste esta traición de las élites? Viene de le­
jos; analizarla nos permite ver la equivalencia, para un pueblo,
del hacer y del crear, la relación entre producir e imaginar.
Cuando Julien Benda (o George Bernanos, pero de otro
modo) habla de la traición de los letrados, sin duda alguna quie­
re decir o sobreentender que los letrados, que tenían los medios
para ello, no hicieron lo que debían. La tradición burguesa o de
la intelligentsia crea un sentido moral fondado en el ejercicio

2 Se trata del repertorio de oficios ejercidos por Dlan entre 1940 y 1945.
Fabricar zapatos o sandalias con neumáticos. Cuidar los autos viejos.
Cazar a los perros callejeros con salchichas envenenadas. Hacer la cola en
el mercado para la gente que quería evitársela. Fabricar vasos a partir de
botellas. Atrapar cangrejos echando agua en los huecos donde se meten, u
orinando dentro.
3 F.n este libro hablaré a menudo de irresponsabilidad colectiva y técnica. Es
un mecanismo que debe ser desmontado, que nos permite examinar poi­
qué el discurso colonialista califica con tanta frecuencia al colonizado de
irresponsable (no por el análisis de un estado estructural sino por la afir­
mación de una naturaleza inevitable). Este discurso colonialista toma la
delantera, para camuflar la labor que realiza. Desmontar el mecanismo, es
combatir el discurso. Generalmente se sospecha que Senghor («La razón
es helenística...») haya sucumbido a ello.
64 E L D IS C U R S O A N T IL L A N O

de una función de grupo. Esta no es la acepción que la trai­


ción de las élites tendría en Martinica. No sobreentiendo aquí
ninguna obligación moral, porque ninguna tradición de grupo
ha surgido aquí de una función. Al contrario, para nuestra élite
—gentes de color libres, y luego mulatos, y luego grupos de fun­
cionarios— siempre será cuestión de asegurar el sálvese quien
pueda, por lo cual esta casta nunca se aglutinará en una clase
funcional. La «traición» se refiere a esta dispersión.
No implica pues ninguna responsabilidad global, y pue­
de decirse que las circunstancias históricas la volvieron insos­
layable. La necesidad de salirse como fuera del hueco de la
condición servil, y por medios que no eran sino individuales,
creó el reflejo del salvamento individual, a partir del cual la
élite sólo se constituyó como la colección no solidaria de indi­
viduos que tenían el mismo destino. Era irrisoriamente fácil su­
gerirle entonces a semejante clase social «ideales» de rnera
representación, que su propia formación la llevaba a adoptar
sin critica. La traición de la élite se refiere a que ésta expresará
de manera vacía este pseudoideal de «evolución». En ningún
momento de la historia martiniqueña se hallará en condiciones
de pensar en una dimensión colectiva. Para ella, la referencia al
otro y a otras partes siempre será lo esencial de sus modos de
pensamiento y de acción, incluso cuando quiera pelear para
asegurar sus propias ventajas. Lo hará aún más cuando procla­
me «la defensa del pueblo», adoptando los «principios univer­
sales» que le inculcarán: el sufragio universal, la representación
republicana, la escuela laica y obligatoria, y el arsenal ideológi­
co de Jules Ferry, Jules Grévy, y otros colonizadores funda­
mentales. Así, las prácticas de supervivencia aplicadas por los
obreros agrícolas —y que estudiaremos más adelante— no han
sido objeto de estas sistematizaciones que una clase favoreci­
da tiene la función de realizar, de manera que el accionar de
una comunidad se transforme finalmente en resolución técnica.
I A pl-SI’OSESIÓN 65

Entonces las prácticas de supervivencia se harían más


vulnerables y se perderían en una serie de actividades irrisorias,
parceladas, sin relación con una conducta colectiva de subsis­
tencia. La fuerza de creación a la que estas prácticas estaban
vinculadas sería arrastrada en la dilusión de estas mismas. Lo
extraordinario es que hoy día, con la ejecución casi perfecta
del proceso colectivo de desposesión, hasta lo parcelado e
irrisorio de las prácticas de supervivencia (los djobs) parecen
prohibidos para la comunidad martiniqueña. Los djobs son
los residuos del poder de creatividad. En la enorme «iguala­
ción» que el pueblo m artiniqueño hoy vive y padece (seudo-
¡nstrucción pública, leyes sociales perturbadoras, masas de
desempleados mantenidos con medidas puntuales de acomodo),
estos residuos han desaparecido o se han desnaturalizado. Así
se tiene impresión falaz de progreso, desmentida por la rece­
sión de los antiguos oficios accesibles a los martiniqueños, que
no han sido reemplazados po r nuda en el plano de la actividad
colectiva responsable.
La desviación de la asimiliación proviene en línea recta
de esta desnaturalización. La pulsión mimètica, «teorizada» por
la élite, tiende a reem plazar la puesta en marcha de un acto
colectivo. El mimetismo es tanto más completo porque se le
plantea como una promoción trascendental, a partir de la ca­
rencia creadora colectiva. Lo notable es que el poder creador,
ausente en la colectividad, se concentra en la actividad de indi­
viduos que resultan entonces marginados. Sus obras se tornan
barrocas: proliferali a partir de una no-necesidad en la situa­
ción y tom an vías de una originalidad que parece carente de
motivos y sucesión. No obstante, estas obras superan las cate­
gorías del genio improvisador o de lo que llamamos la creación
autodidacta, y coinciden con la voluntad latente de resistencia.
Pero gran parte del pueblo martiniqueño va tomando la cos­
tumbre de 110 producir, se instala en la pasividad, com pensa
66 FX D IS C U R S O A N T IL L A N O

lo que hay de obsesivo en esa carencia mediante la persuasión


mimética y el autorrechazo.
Dos convicciones derivadas se han reforzado. Primero, en
la línea de la economía servil, la convicción de que el trabajo es
esclavizante, y no se trata de esa esclavitud que la teoría marxista
llama alienación de la fuerza de trabajo, sino de una anulación
a la vez individual (la fuerza de trabajo dada directamente a
cambio de miserables medios de existencia) y colectiva (la im­
posibilidad de constituir los conflictos de trabajo en modos de
resolución de una dimensión nacional). Por lo tanto, el trabajo
será considerado como una actividad «en suspensión», que no im­
plica ninguna posibilidad de superación valorizadora, ni siquie­
ra remota o indirecta. La creación, derivada de una valorización
del trabajo, es impensable. Luego, la estereotipia técnica —que
se instala con la desagregación de las prácticas de superviven­
cia y la desaparición de los oficios tradicionales— provoca
tanta inercia técnica que el martiniqueño se convence de que
110 hay nada que inventar en su país y además no podría ha­
cerlo. En los años sesenta-setenta, en casi todos los medios
he oído decir que en Martinica era imposible crear, escribir,
pintar, hacer música, producir objetos o ideas. Por ello toda
creación en semejante medio parecía un escándalo estructu­
ral, y enseguida quedaba marginada en su concepción o en la
visión que se tenía de ella, cuando no se marginaba a sí mis­
ma al volver innecesariamente barroco (es decir, aislando por
redundancia) su proyecto o sus métodos.
El estabilizador evidente es que, aquí, la política oficial
compensa la carencia creadora colectiva con una serie de medi­
das eficaces: se importa lo que no se crea o fabrica, y se deja de
fabricar para importar (ir a los supermercados se convierte en un
reflejo); se reemplaza la noción de producción por la noción de
servicios (se constituye una extensa clase de funcionarios que es
beneficiaría de una prima por alto costo de la vida de 40 por
lA d h s p o s e s ió n 67

ciento de aumento con relación al resto de la población, y ese


40 por ciento representa en el abanico económico martinique-
ño un privilegio que paraliza); se desarrollan medidas puntua­
le s de asistencia pública (jóvenes formados con oficios básicos
reciben, al quedarse sin trabajo, una asignación por desempleo,
y nada más); se exporta la fuerza de trabajo (un organismo, el
Bumidom, se encarga de facilitar la emigración hacia Francia;
en 1979 ya no tiene siquiera que insistir en esa incitación, de
tan fuerte que se ha vuelto la pulsión de la partida en las diver­
sas capas de la población)4.
Se comprende que la ausencia de hacer y de crear es
«soportable» sólo gracias a esas medidas, que no tienen que
ver con la «bondad» ni con la pretendida solidaridad nacio­
nal, pero que permiten que una fracción del capitalismo mer­
cantil francés practique una fructífera plusvalía comercial en
Martinica. Supongamos ahora que cambian las condiciones
de esta práctica, por crisis en el mercado de la energía. La plus­
valía comercial ya no seria rentable, y las medidas de protección
y de estabilización (basadas en el «derroche» del excedente que
se realiza en Francia y se prodiga aquí en fondos públicos) no
podrían mantenerse. El interés estratégico y las promesas del
mar tal vez no resultarían suficientes para garantizar el mante­
nimiento de la «ayuda». A falta de una responsabilidad fundada
en una estructura colectiva autónoma inexistente, nos veríamos

4 En junio de 1979, a su regreso de un viaje a Francia, el arzobispo de


Martinica declaró algo que llamó mucho la atención: instó a que los mar-
tiniqueños renunciaran a emigrar. La pulsión de la partida está vinculada
al sistema de consumo que da lugar a un extraño fenómeno en el país: la
obsesión por el agotamiento de las reservas. Esta obsesión proyecta el ser
hacia una espera sin fin , ritmada por el movimiento de los barcos y el ate­
rrizaje de los aviones. Proyectado así, el hombre termina por ya no ver ni
concebir al país que le rodea.
68 EL DISCURSO ANTILLANO

obligados a aprender de nuevo los gestos de la supervivencia, a


volver a los djobs. Semejante perspectiva aterra a nuestra comu­
nidad, sobre todo a ese estrato social acostumbrado a cambiar
servicios por productos de consumo,
En tanto clase (pues no lo es), no se le ocurre prever,
aún menos imponer, nuevas estructuras: no hace sino quejar­
se por la insuficiencia de las medidas puntuales o los montos
asignados5. Y es que para prever, primero habría que lograr
una iniciativa política global, lo que la descentralización o la
regionalización no permiten hacer. Lo que nuestra élite no
puede querer. Lo que el pueblo martiniqueño todavía no puede
concebir, y analizaremos por qué.
¿Acaso podremos volver ahora a ese romanticismo de
los djobs, a una perpetuación anacrónica de las técnicas de su­
pervivencia? Las necesidades del mundo están ahí. No hay que
negarse a ver lo que nos espera: la cómoda tutela de Francia,
con los continuos riesgos de una desasistencia im percepti­
ble, con el total abandono del sentido colectivo por parte de los
martiniqueños, y con una pasividad temible (una ausencia) en
el incipiente concierto de la civilización caribeña; al contra­
rio, el cambio radical de nuestra mentalidad de asistidos, el
control de una economía globalmente concebida como tal, la
iniciativa creadora, la audacia, pero también la renuncia a todo

5 Un proyecto de empresa mixta centralizada (capitales públicos-capitales


privados) para la explotación de la caña de azúcar fue sometido por unos
consejeros generales martiniqueños a la consideración del gobierno francés,
que aún no se habla pronunciado en junio de 1979. Sin concentración com­
pensatoria ni aumento absoluto del rendimiento por unidad las fábricas de
azúcar han pasado de 156 (fines del siglo xix) a 112 (1910), a 17 (1945), a
1,5 (1979). Dicho proyecto es original; por primera vez, se crearía un estra­
to social de obreros y funcionarios, realizando de cierta forma una síntesis
de nuestra historia «socio-económica». Tendríamos entonces una combina­
ción de producciones y servicios. Así son las artimañas de la «clase» media
para escapar al dilema.
L A D E S P O S E S IÓ N 69

tipo de comodidades y disfrutes pasivos, el riesgo y la apuesta


al futuro. No escaparemos a este dilema. Arriesgarse o morir.
La creación debe dejar de ser un escándalo, debe organizarse
como necesidad riesgosa y fecunda. Pero esta necesidad no po­
dría imponerse a partir de un solo discurso elitesco (las élites
saben preconizar la evidencia de la necesidad para los demás):
la responsabilidad m artiniqueña no puede ser enseñada pol­
linos pocos, debe ser conquistada por todos.
R e f e r e n c ia s
La «lógica histórica» de las relaciones

Mantener la producción dentro de la exigencia de las necesi­


dades de la Metrópoli.

El comercio de esclavos y la prosperidad atlántica.


E l saqueo como principio, el trueque como sistema.
El béké, amo absoluto.

Artificializar la producción.

La «determinación» de la producción se hace alfinal del cir­


cuito: «en otra parte».
La caña de azúcar y la remolacha.
E l béké, amo relativo.

Artificializar las «clases sociales».


Prohibir que éstas ejerzan alguna función en la producción.
Imposibilitar la acumulación.
l A D E S P O S E S IÓ N 71

Imposibilitar la resolución autónoma de los conflictos de


dase, con la cual se habría fundado la Nación.

Crear una élite d e representación.

Su representación no proviene de una función.


No se representa.
De ahí su teorización despectiva de «lo universal».

M artinica tierra d e p a s o y d e cam bio.

La producción-pretexto y la desagregación.
El circuito de créditos públicos inyectados y beneficios priva­
dos exportados.
La consideración individual y el desprecio colectivo.
La ausencia de un lenguaje autónomo.

i
L a d e s p o s e s ió n

Ninguna colectividad soportaría el concebir una «des­


posesión», y es desalentador com enzar así un examen de lo
real. Pero no hacerlo resultaría mortal, cuando la desposesión
camuflada obsesiona sin que tengamos conciencia de ello1.
Todo comienza, por supuesto, con el prim er africano
capturado en la Costa de Oro. El océano de la trata de negros
fue nuestro nuevo país. Así, la aparición de la tierra del otro la­
do (nuestra tierra) fue un momento insoportable. Pero en esta
tierra la población de la trata se reconstituyó como pueblo.

1 L.o mejor es el discurso de los lúcidos militantes franceses — psiquiatras,


psicólogos o educadores- sólidamente arraigados en la tierra antillana,
que demuestran, en espera de publicar sus propias conclusiones en revistas
altamente especializadas, que uno es un derrotista de la causa antillana, o
que la reflexión de uno no es sino una moda. La colonización fraterna es
tan desatráigante como la paterna. La mimesis está en todas partes.
LA DESPOSESIÓN 73

Aquí intervino entonces la verdadera desposesión, con la pri­


mera cacerola o el primer arado, pagados por un colono con
especias, añil o tabaco. El país se extravió en ese trueque.
El colono martiniqueño, contrariamente a su congénere
de las plantaciones de Luisiana o del nordeste brasileño, no
puede disponer de ninguno de los medios que favorecerían su
independencia respecto del sistem a mercantil al que repre­
senta in siíu.
Es tributario del negrero para aprovisionarse en madera
de ébano. No es él quien decide los precios ni las cantidades su­
ministradas. No dispone de una moneda (el principio del true­
que se basa en el valor de la libra de azúcar), no controla una
(Iota mercante, no manipula las fluctuaciones del mercado de
productos coloniales en la zona de distribución. ¿Qué le queda?
La rapiña. No hay posibilidad alguna de acumulación, de previ­
sión, de tecnificación. Él va sacando provecho día a día.
Las guerras de independencia en el Nuevo Mundo (Estados
Unidos, México, Cuba, Brasil, América Latina) se dieron ahí
donde los colonos pudieron escapar a la economía de trueque,
mediante el control de una moneda, de una flota, de un mercado.
La guerra de independencia en Haití es de otro tipo: la concen­
tración de las poblaciones africanas, la tradición acumulada del
cimarroneo, la vivacidad de las creencias del vudú, la densidad
de población, resultan aquí factores decisivos. En Guadalupe y
en Martinica faltaron estos dos órdenes de determinación.
A partir del ministro Colbert, en el siglo xvn, la economía
del trueque se vio reforzada por el aparato de los monopolios del
Estado. Lo que significa que la economía martiniqueña (produc­
ción y consumo) en su sistema global se integraba globalmente
a la economía francesa, sin alternativa. La organización del sis­
tema de plantaciones dio lugar a una tímida reacción, rápida­
mente reprimida por la política de los remolacheros franceses
a partir de mediados del siglo xix. La economía de trueque se
matizó prim ero como pseudoproducción (pseudo, porque no
74 EL DISCURSO ANTILLANO

era «autónoma»), luego como producción-pretexto, y por últi­


mo se transformó en un sistema de intercambio, tal como fun­
ciona hoy día (cambio de créditos públicos contra beneficios
privados en el sector terciario),
Cuando presento esta historia, se me endilga inmedia­
tamente cierta simpatía por la causa de los békés. Así, en su
Historia de la literatura antillana, Jacques Corzani sugiere
que yo me inclinaría más bien por «comprenderlos». (Una es­
cena de mi novela El siglo cuarto2, entre un colono algo orto­
doxo y un esclavo cimarrón, ha mantenido este equívoco. Y
es cierto que, en la óptica de esta novela, ambos personajes
están marginados respecto de la historia cotidiana del país.
Sin embargo, el sentido general de esta escenificación es que
no basta marginarse para ser eficiente.) Esta es una singular
equivocación. Lo que yo quiero expresar es, primero, que los
békés nunca representaron el enemigo decisivo para la masa
de esclavos, ni luego para los trabajadores agrícolas: de ser
así, habría resultado de la confrontación de estos dos estratos
sociales una resolución autónoma y, de todas formas, ésta ha­
bría fundado la nación martiniqueña. La astucia colonial con­
siste en suprimir el verdadero dominio global (invisible) bajo
la no menos verdadera (y visible) explotación por parte de los
békés. El principio de la departamentalización de 1946 fue
precisamente que la inserción en la nación francesa seria una
garantía contra la explotación por parte de ellos. Pero éstos,
vencidos, serán debidamente recuperados y promovidos por
el sistema, en el ámbito no peligroso, no productivo, de la
economía terciaria, que genera jugosos beneficios pero prohí­
be el surgimiento de la nación. Lo segundo que quiero expre­
sar es que este estrato social de explotadores nunca ha podido
decidir ni conducir una política de producción. Por último,

2 Obra del autor publicada en 1964.


LA DESPOSESIÓN 75

que ellos no han ejercido ninguna responsabilidad técnica.


Todo lo cual suma muchas carencias.

gl estatus «económico» de M artinica se establecerá a partir


de este proceso: trueque - pretexto - cambio.
La estereotipia técnica, nacida de la imposibilidad de pre­
ver a largo plazo, se une aquí a la desagregación (en el medio
popular) de las prácticas de supervivencia. Es cierto que en
estos dos siglos las técnicas básicas en la transformación de
la caña de azúcar han evolucionado muy poco. Esta entropía
técnica, reforzada por la indiferencia de los estratos populares,
ha sido generada por un estancamiento de los dinamismos cul­
turales. Automatismos técnicos, automatismos mentales.
El hábito de la no-responsabilidad colectiva en la pro­
ducción económica ha sido favorecido por las decisiones del
poder central que, al impedir de hecho el surgimiento de una
producción de carácter nacional, ha fomentado a fuerza de sub­
venciones o de ayudas puntuales el mantenimiento de lo que yo
llamo la producción-pretexto.
De esto se desprenden naturalmente tres características:
1. La no-solidaridad de los sectores económicos. En la
gran igualación nacida de las medidas excentradas, para un fun­
cionario de Fort-de-France o un pescador de Sainte-Luce resulta
indiferente que la banana del Lorrain esté en crisis o que los pe­
queños cultivadores de caña de azúcar vayan a la quiebra. En ese
nivel la solidaridad no entra enjuego. En sentido estricto, no
existe una economía martiniqueña.
2. La vanidad de los planes sectoriales. Instrumentados
periódicamente con el único fin de probar que hay voluntad de
cambio, su finalidad real es mantener el equilibrio de un con­
junto que no está destinado a producir. Mantener el equilibrio
es, de hecho, no desarrollar. Los planes sectoriales son de natu­
raleza bíf'ida. Dar créditos al sector terciario, inyectar «ayudas»
pasivas a la producción-pretexto.
76 EL DISCURSO ANTILLANO

3. La debilidad de las resistencias sectoriales. É


son más fáciles de dominar, pues casi nunca ponen en juego
una dinámica del cuerpo social martiniqueño en su conjunto3.
Sorprende constatar que al salir del período 1939-1945, cuan­
do la Martinica solidaria había tenido que enfrentar una situa­
ción de agresión caracterizada, cuando los martiniqueños
habían tenido que inventar solidariamente una defensa global,
la unanimidad del pueblo fue extrema; aunque se deplore que
esta unanimidad haya sido utilizada como fuerza de presión pa­
ra «lograr» la ley de asimilación de 1946, hacia la cual nuestro
país se vio detestablemente presionado por la lógica de nuestra
no-historia, el interés de las clases medias, los objetivos del
renaciente capitalismo mercantil francés.
Los economistas martiniqueños se han entrampado re­
gularmente en esas sectorizaciones eruditas y disfrazadas.
Por ejemplo, todos sus análisis de la rentabilidad se ven afec­
tados por un mismo interdicto, el de la proporción martini-
queña, que ninguno sabe cómo considerar realmente.
En la actualidad, el principio original del trueque que ha­
bía determinado el sistema de rapiña ha dado paso al principio
de la transferencia, que se halla en el centro del sistema de cam­
bio. Se trata de la misma desposesión con formas diferentes.

3 Un ejemplo típico de esto son ios graves conflictos que entre 1977 y 1979
opusieron a los descargadores del puerto de Fort-de-France y los pequeños
cultivadores de bananas. Cada vez que los descargadores se han declarado
en huelga en contra de sus patronos, los pequeños cultivadores han hecho
manifestaciones —a veces con la protección de la policía contra esa huelga
que amenaza sus intereses. Nadie se percata de que las condiciones draconia­
nas (de la calidad del fruto) impuestas a los cultivadores y las condiciones im­
puestas a los descargadores provienen de la misma política, cuyo mecanismo
habría que desmontar. El sistema (su policía, sus autoridades) se presenta
como un árbitro válido entre zonas sectorizudas, no solidarias, de la activi­
dad económica del país. (Cabe aquí meditar sobre el sentido de la palabra
solidario: no es posible ninguna superación mientras no se proponga la gto-
balización de los problemas.)
lA d e s p o s e s i ó n 77

en los siglos xvm y xix, con el sistema de plan­


in te rio rm e n te ,

taciones se desarrolló una producción real: ésta nunca se desa­


r r o lló como actividad colectiva concertada. La ¡dea misma de
nroducción (como proyecto común) se vio oscurecida. Así pues,
no hemos pasado directamente de la producción no autónoma
je antaño a la producción anulada de hoy; hemos pasado por ese
momento intermedio que yo califico así: una mal producción.
Entonces, si tuviéramos que resumir una vez más, de ma­
nera esquemática, el proceso de la desposesión, lo haríamos
quizás a partir del modelo siguiente:

principio de Economía de rapiña; La libra de azúcar Vacilación entre


¡meque No organizada como moneda explotaciones
(Ia etapa) (producción parcelada) «centrífugas» y
«centrípetas»

Principio Economía de rapiña; Moneda «local» Aporte masivo


de Imeque El sistema dependiente a la Balanza
(.2 etapa)
de plantaciones de la moneda comercial
(monoproducción) «nacional» francesa

Principio Economía de fachada; Moneda «local» Victoria de los


de! pretexto Producción atrapada remolacheros
en decadencia, en la moneda franceses
mantenida «nacional»
artificialmente
(malproducción)

Principio Economía anulada; Desaparición Asimilación;


de cambio intercambio de
medidas puntuales de de la moneda
mantenimiento «local» fondos públicos
(no-producción) por beneficios
privados
reexportados

Las vacilaciones del sistema reaparecen en cada una de las


bisagras de semejante proceso. Primero la que, con el paso del
colonialismo salvaje al sistema de plantaciones (en el siglo x v ii),
78 EL DISCURSO ANTILLANO

sopesa una explotación centrífuga (dejar a los grandes colonos


en posesión de sus técnicas productivas, según el cardenal
Richelieu) y una explotación centrípeta (igualarlo todo bajo la
cúpula del centralismo financiero, según el ministro Colbert).
Luego, la que marcará la lucha entre los colonos y los remola-
cheros: ¿azúcar continental o azúcar tropical? La cuestión que­
dara zanjada en beneficio de la primera. Finalmente, con el paso
de la producción-pretexto al sistema de cambio (hacia los años
1960-1970) surge la última duda: ¿continuar la rapiña en una
producción que ya no tiene sentido, después de la victoria de los
remolacheros, o igualar todo en la conversión global al sector
terciario, lo que convertirá a Martinica en una colonia de consu­
mo? Por supuesto, esta última opción triunfó, y nada impide ha­
cer un paralelo entre esta victoria y la del pensamiento oficial
francés durante el período presidencial de Giscard d ’Estaing.
Estas vacilaciones no son cosa de los martiniqueños
(colonos, békés, clase media, obreros agrícolas) sino de los ca­
pitalistas franceses. Dependen de una evolución económica y
de una relación de fuerzas en la propia Francia, allí donde las
soluciones se han esbozado. En nuestro medio sólo se dejan
sentir las repercusiones, y particularmente sus secuelas políti­
cas. cuya lógica del mecanismo no se percibe claramente en
Martinica sin el anterior análisis. Aquí se halla el principio de
la sobredeterminación. cuyo determinante sigue siendo «invi­
sible» en el propio país.

II

Las consecuencias en el «sistema» económico están dadas


casi desde el comienzo; en este aspecto, la historia martiniqueña
ha tenido pocos reacomodos:

1. La ausencia global de inversión directa y autogestionada.


hA d e s p o s e s i ó n 79

2 . El temor al excedente, ligado a la incapacidad de con­


trolar un mercado externo o de organizar un mercado
interno4.
3 . La ausencia de acumulación: de capital, de capacidades
técnicas, de proyectos dinámicos.
4 . La costumbre de la improductividad, consecuencia de
la necesidad de rapiñar. Las repercusiones que se des­
prenderán serán, a su vez, determinantes:
a) Una correspondiente carencia de acumulación en las
adquisiciones culturales colectivas.
b) La pulverización del universo cultural vinculado al sis­
tema de plantaciones.
c) La ausencia de una dinámica autónoma de resolución
de conflictos entre estratos sociales.
d) La aparición de procesos repetitivos revueltas-estanca­
mientos, sin superación concebible.
Así pues, estas formas de desposesión llegan a su culmi­
nación en el sistema actual. El capitalismo mercantil francés
considera escandaloso seguir subvencionando — sólo por razo­
nes de estabilidad social— una producción que ya no es rentable.
Tanto más por el hecho de que ningún estrato de la población
parece capaz de amenazar por mucho tiempo esta estabilidad.
La última vacilación ha quedado, pues, resuelta. La inversión en
fondos públicos de una pequeña parte del excedente realizado
en Francia y en el mundo por la producción capitalista francesa,
permite la creación en Martinica de un extendido estrato social
de vendedores de servicios (funcionarios), incrementado por una
emigración de técnicos del sector terciario provenientes de
Francia, el desarrollo de un consumo pasivo (los productos aca­
bados de consumo importados a M artinica son intercambiados
«directamente» por servicios), la obtención de beneficios

4 Gilbert Bagabas, economista martiniqueño, señaló esta obsesión, vinculada


a la dispersión productiva y distributiva.
80 EL DISCURSO ANTILLANO

privados importantes en este sector terciario. Así, las subven­


ciones públicas tienen que ver cada vez menos con el manteni­
miento de producciones en proceso de desaparición (salvo
para favorecer la «tranferencia» hacia el sector terciario), y ca­
da vez más con las infraestructuras y los equipamientos co­
merciales (carreteras, viviendas, puertos, aeropuertos, equipos
de consumo, circuitos de distribución, organismos crediticios,
etc.) y de seguridad (ejército, fuerzas policiales).
Estas subvenciones para el equilibrio, esta hipertrofia del
sector terciario, generan un nivel de vida m ás alto que el ni­
vel de la producción; por ende, generan el aislamiento de lo que
queda de los estratos sociales productores, y confirman el ais­
lamiento de los sectores productores (la sector i/ación). La con­
secuencia de esto es, en el plano colectivo, una artificialización de
estos estratos sociales — cuya dinámica queda neutralizada
desde el exterior— y una sistematización de la representación
vacía: un elitismo sin «función»; desde el punto de vista indivi­
dual, el desarrollo de la mentalidad de asistidos, lo que pode­
mos llamar «la dependencia de la materia gris» en el sector
«evolucionado» del pueblo martiniqueño. El proceso de erradi­
cación global (la anulación de toda producción) exacerba la
pulsión mimètica, impone de manera irresistible una identifi­
cación con el modelo de reflexión, de existencia, propuesto
(modelo francés), y desencadena un rechazo total a poner en
tela de juicio ese modelo, cuya «transmisión» se presenta como
único garante de «estatus social».

III

Para la humanidad, tal vez no resulta espectacular identi­


ficar tales procesos de desposesión. Pero su análisis aclara de
manera útil los mecanismos, los modos ocultos de la Relación,
el establecimiento de relaciones que la fundamentan. Algunos
la d e s p o s e s i ó n 81

(en Martinica) creemos que quizás no haya en el mundo una


comunidad tan alienada como la nuestra, tan amenazada por la
dilución. La pulsión mimética es tal vez la violencia más extre­
ma cine pueda imponerse a un pueblo; tanto más porque ella
supone el consentimiento (y hasta el goce) del mimetizado.
efectivamente, esta dialéctica acaba con la forma de violencia
dentro de la forma del goce. Es importantísimo seguir la pista a
semejante ocultación5. La reducción mimética tal vez sea aún
niás flagrante en esa parte del mundo llamada, de manera tan
simbólica, Micronesia. En el estudio de Jean-Pierre D um as 6

5 La actualidad nos ofrece el ejemplo de una violencia igualmente radical: la


de la voluntad obcecada de un antimimetismo, en Irán. Para los ayatolás, el
Islam se confunde ciertamente con el anti-Occidente. (¿Pero acaso el Islam
—hecho cultural mediterráneo— no es parte constituyente de Occidente?
Igual que el pensamiento judeocristiano, acepta el Uno. He defendido esta te­
sis, para el asombro algo burlón del novelista argelino Rachid Boujedra.)
La extrema violencia antimimética proviene del mismo empuje que impuso la
violación mimetizante. Al contrario, la acción más segura contra la anulación
mimética es entrar en Relación. (En este sentido y contrariamente a lo que la
ideología oficial le machaca día tras día a los martiniqueños, mestizaje y
mimetismo son absolutamente opuestas.) Es interesante constatar que la
violencia antimimética se ha exacerbado ahí donde una poderosa reserva de
recursos económicos permite esta reacción. La erradicación económica glo­
bal es la primera condición de este impulso mimético. El medio más seguro
que liene el pueblo pura luchar contra ésta es reconquistar la autonomía
global de su sistema de producción. Sólo puede entrarse en Relación (relativi-
zarse, renunciar al Uno) cuando uno no se ha extraviado en una pseudopro-
ducción. Es éste el círculo vicioso en el que nos debatimos. Porque la
autonomía conquistada a un sistema de producción no ha resuelto necesaria­
mente Ins opresiones de clase dentro de ese sistema. Porque la conquista abso­
luta de esta autonomía nos aleja de una poética de la Relación (de lo relativo).
Éstas son las contradicciones específicas de la necesidad nacionalista.
Estas contradicciones quedan barridas cuando la densidad económica
obliga a resolverlas. Se exaltan cuando la desposesión ha pulverizado los
consensos de la colectividad.
6 Publicado en la revista Les temps modernes, n° 383, 1978.
82 EL DISCURSO ANTILLANO

he destacado y resumido — no sin cierto terror— los puntos


indudables de cruzamiento entre la situación de esas islas del
Pacífico bajo dominio norteamericano y las islas francesas de
las Antillas7:

La historia escrita de Micronesia es la historia de su colo­


nización. El organismo tutelar es el ministerio del In.
terior en Washington. En el seno de la administración,
hay cada vez más puestos de responsabilidad asumidos
por los micronesios. Una de las características de Micro­
nesia es que está sobreadministrada. El dinero proviene
íntegramente de Estados Unidos. F.l Congreso micronesio
tiene un poder de recomendación que no es despreciable.
El Alto Comisionado norteamericano tiene un poder de
veto sobre todas las leyes votadas por este Congreso. A
Washington le interesa sobre todo el paquete global del
presupuesto, y vela por su cabal ejecución. En Micro­
nesia la autoridad final la tiene el Poder Ejecutivo. La ad­
ministración norteamericana 1 1 0 carece de ambigüedades
ni de contradicciones.

El p a p el de Micronesia en la estrategia
m ilitar norteamericana

Los micronesios han propuesto inicialmente el estatus de


libre asociación con Estados Unidos. Sólo pueden invocar
el estatus de independencia en última instancia. Muchos

7 F.l trabajo de Jean-Pierre Dumas no aborda el aspecto «cultural» del pro­


blema micronesio; permanencia de la lengua, persistencia de las tradicio­
nes, fuerza de las resistencias populares, desarraigo psíquico, formas de
traumatismo mental etcétera. Este articulo es una presentación objetiva
de los hechos, pues el estudio «cultural» habría impuesto interpretaciones
que el autor no se arriesga a hacer dentro del marco que ha definido.
p e s p o s e s ió n 83

micronesios han manifestado su temor a la independen­


cia. Esta actitud se explica por el monto de la ayuda nor­
teamericana que sostiene artificialmente la economía del
«Territorio». Las islas se oponen, queriendo aprovechar
cada una para sí misma esta ayuda. Micronesia es la ri­
queza sin el desarrollo. Todo puede crecer en esas islas.
Es más corriente comprar atún en lata que pescado fresco.
Resulta extremadamente difícil encontrar bananas locales,
legumbres locales, cítricos, alcohol de coco; en cambio
resulta muy fácil encontrar en los cuatro supermercados
de la ciudad de Saipan legumbres congeladas, toronjas y
naranjas de California, cerveza, coca-cola, whisky, etcéte­
ra. La ayuda externa masiva mantiene el subdesarrollo.
Ésta ha jugado su papel en el enriquecimiento seguro de la
población, pero también en el empobrecimiento real del
«Territorio». Los salarios son en promedio dos veces más
elevados en el sector público (la administración) que en el
sector privado. De ahí la falta de interés de los micronesios
por las actividades de producción real, y su dependencia
respecto del modo de consumo norteamericano. Este flujo
de dinero público ha tenido como efecto, en una fuerza de
trabajo limitada, la supresión de todo esfuerzo en el sec­
tor productivo tradicional. ¿Por qué continuar trabajando
duro en la agricultura o en la pesca si se puede obtener di­
nero fácilmente en el sector público? En Micronesia, los
niños ya no quieren comer pan del año, ni siquiera los po­
llos locales; sólo el Kentucky Fried Chicken.

Compra de bienes de consumo importados


con los salarios

La población se ha acostumbrado a vivir por encima de


sus posibilidades y no quiere volver atrás. El precio que pa­
ga es evidentemente la dependencia. La inversión está
EL DISCURSO ANTILLANO

esencialmente orientada hacia la infraestructura. El presu­


puesto de inversión norteamericano eslá íntegramente
destinado a la inversión no productiva. El sector privado
invierte, con la ayuda de capitales japoneses, en el sector
más inmediatamente rentable: el turismo. Se ha llegado a
la saturación, y los grandes hoteles suelen estar más vacíos
que llenos. En resumen, la ayuda exterior tiene como
efectos: ofrecer altos salarios en el sector improductivo;
acostumbrar a la población a un alto nivel de gastos socia­
les gratuitos (educación, salud); considerar al Estado co­
mo el único empleador en el país; orientar las inversiones
hacia la infraestructura, en detrimento de inversiones pro­
ductivas. En síntesis, estamos frente a una economía de
consumo sin producción real. Si la esencia del subdesa-
rrollo es la dependencia, Micronesia es un país comple­
tamente dependiente, dependencia tanto más insidiosa
por estar acompañada de un nivel de vida relativamente
alto. El resultado deseado fue realmente alcanzado: las
poblaciones involucradas, lo quieran o no, no pueden pres­
cindir de la presencia norteamericana en dinero, bienes,
cultura, educación, salud. El dominio es total. La actual ad­
ministración norteamericana, que no es peor que otra, se
interesa más por gerenciar, por educar, que por desarro­
llar. Ya no se trata de una colonización al estilo del siglo
xix, con mera explotación del país, sino de algo más sutil.
Pero el «laboratorio micronesio» muestra que no puede
haber «desarrollo» real en la dependencia. Efectivamente,
puede haber neocolonialismo con: una democracia no
desestimable, una masa importante de dinero vertido en
el país, y una promoción real de los autóctonos. La depen­
dencia es el producto de un sistema y no de individuos ais­
lados. El valor de Micronesia para Estados Unidos no es
económico sino estratégico. El potencial del océano que
rodea esas islas puede ser grande en términos de recursos
lK d e s p o s e s i ó n 85

marítimos y mineros. Pero los propios micronesios, ¿están


contra la dependencia? Es algo que no se puede asegurar.
Parece que nadie quiere retornar a una coconut economy.
En un referéndum: «¿Quiere ser independiente con las con­
secuencias consiguientes?», es poco probable que los mi­
cronesios voten mayoritariamente «sí». ¿Entonces?

La reducción mimética tiene sus raíces. N o se podría


captar una «dinámica» de la situación en M artinica si no se
hurga en esas raíces. Una diferencia visible entre la situación
micronesia y la antillana es que el discurso francés ha teorizado
o afinado el concepto de ese nuevo colonialismo: la pasión por
convencer, por lograr el consentimiento del dominado, por des­
preciar sutilmente (ahí donde el anglosajón desprecia de he­
cho), es el signo y el sustrato mayor de este esfuerzo, que sólo
habría podido darse en países pequeños8.

NOTA COMPLEMENTARIA
Acerca del «migrante desnudo»
V la re sp o n sa b ilid a d técnica

Pese a los sarcarmos y Jas reticencias, estoy empeñado


en desarrollar a fondo las implicaciones que los diversos esta­
tus de los inmigrantes en el Caribe y América Latina suponen.
El africano de la trata de negros es el «migrante desmido». No
podía traer sus herram ientas, las im ágenes de sus dioses,

fi Ai me Césaire concluye así (ciertamente, en la euforia del año 1948) su


Introducción a las Ohms escogidas de Víctor Schoeldter. «Él ha aportado a
los negros de las Antillas la libertad política... lia creado una contradicción
impresionante que no podía dejar de reventar el antiguo orden: la contradic­
ción que hizo del colonizado moderno un ciudadano v a ¡a vez un proletario
integral- Desde entonces, también a orillas del mar Caribe rugen los moto­
res de la Historia».
86 EL DISCURSO ANTILLANO

sus instrumentos usuales, ni dar noticias suyas a los vecinos, n¡


esperar que vinieran sus familiares, ni reconstruir su antigua fa­
milia en el lugar de la deportación. Por supuesto, el espíritu an­
cestral no lo ha abandonado; no ha perdido el sentido del gesto
ancestral. Pero necesitará siglos de lucha para reconocer su le-
gitimidad. El otro migrante, despojado, ha conservado todo es-
to; pero siendo italiano o español en América Latina, libanes o
chino, quedará confinado en el sector terciario, no podrá trans-
formar en pensamiento tecnológico las prácticas técnicas cuyo
legado conservó. Este privilegio quedará reservado, en el «nue­
vo mundo», a los WASP9 desembarcados del Mayflower. La
única «entidad» tecnológica alterna, la de los pueblos azteca
y maya, será barrida por la conquista. En todo el continente
americano, cualquiera sea el nivel de evolución técnica de los
pueblos, reina el pensamiento tecnológico occidental cuyo
control se reservan para sí las clases dirigentes de Estados
Unidos y de Canadá. Lo que hay que saber es si se plantea la
reflexión acerca de la urgencia de adherirse verdaderamente
— más allá de los progresos técnicos parciales— al «espíritu»
de esta tecnología; o si hay que preparar desde hoy mismo la
adaptación de ese espíritu a las culturas emergentes del Caribe
y de América Latina. De no saberlo, el dominio se afianzará.
Semejante esfuerzo global es capaz de combatir, en las peque­
ñas comunidades intoxicadas por la asimilación colonizadora,
la dependencia total (que entonces yo llamo irresponsabilidad

Hoy es difícil suscribir esas declaraciones. Porque sabemos que aquí


la libertad política fue un engaño constante. Que el ínartiniqueño no es ni
un ciudadano total (no tiene Ciudad), ni un proletario integral (sino un
proletario «disperso»). Que la Historia es lo que se opuso sin tregua a las
historias convergentes del Caribe y que, desde la «liberación» de 1848. lo
que efectivamente ha crecido aquí es el ronquido de sueño asimilacionis-
ta. atravesado por los trágicos destellos de la pulsión popular, nunca solu-
cionadora de la situación.
9 Blancos, anglosajones, protestantes.
lA d e s p o s e s i ó n 87

técnica) generada por la conjunción de dos factores: la carcn-


c¡^i de una tecnología endógena (concebida como filosofía co­
lectiva del gesto y el actuar) y la adopción obligatoria del
progreso técnico, importado de afuera.
L a r e s is t e n c ia

H ay las formas de resistencia aparecidas


q u e e s t u d ia r

en el paisaje martiniqueño, y saber por qué no han desembo­


cado en un surgimiento de la comunidad como tal. Así respon­
deríamos a la burla que hacemos de nosotros mismos. Los
martiniqueños no son infrahombres condenados a ser asistidos.
Hay que entender que las posibles formas de resistencia, llevadas
a la acción, conllevaban sus limitaciones destructivas desde el
punto de vista de la unanimidad. Analizar estos límites implíci­
tos permitirá combatir nuestra desidia generalizada.
La resistencia popular es, ante todo, «tradicional»: es la
organización de una economía de supervivencia, y algunas
veces violenta: es el cimarroneo.

La supervivencia es la sistematización «cultural» de lo que en


los tratados se ha denominado la economía de subsistencia.
Sistematización que, desde luego, no es consciente pero que fun­
ciona a partir de un conocimiento instintivo de las posibilidades
lA u h s p o s b s ió n 89

vitales. Todo pueblo condenado a vivir en una econom ía de


supervivencia es un pueblo astuto, conocedor, obligado a
ser paciente.
La economía de supervivencia comienza en el período
servil, con la práctica agobiante de las pequeñas porciones de
terreno (tos huertos) que el trabajador esclavo cultivaba para sí
(en sus horas de descanso) a fin de seguir viviendo. Así se ad­
quiere el hábito de una agricultura parcelada, familiar, implan­
tada en lugares difíciles o inaccesibles, y de la cual resultará la
población de los pequeños agricultores, junto a la masa de los
obreros agrícolas (y confundida con ella, la más de las veces).
Esta organización mantendrá la unidad cultural, pues
así no habrá ningún hiato (en las costumbres y las reacciones)
entre obreros agrícolas empleados en las plantaciones y pe­
queños agricultores refugiados en los morros. L a superviven­
cia exige estructuras de intercambio y reglas de vecindad.
Depende también de la organización de un mercado interno
por scclores no muy amplios (cada uno alrededor de un pue­
blo o de un caserío), donde la unidad de producción es micro-
polivalente, tanto en el sector de los cultivos como en el de la
matanza de animales domésticos (cabritos, cochinos, reses).
La supervivencia agrega a la subsistencia una dimensión
«cultural», ya sea mediante la argucia, ya sea mediante la burla.
Porque la supervivencia, al estar parcelada, no puede concebir
la solemnidad de lo que es colectivo. La supervivencia determi­
na hábitos comunes, pero no los consagra como tradiciones.
Asi, la organización de la economía de supervivencia permite
la resistencia, pero no ese agrupamiento de resistencias del que
resultaría la nación. La economía de supervivencia tampoco
conduce a la sedimentación de prácticas técnicas, cuyo conoci­
miento y cuyo peso habrían llevado a progresos colectivos. La
función técnica se ve frecuentemente saturada de gestos supers­
ticiosos que compensan ese no-control colectivo y que al final,
más que unir, dividen. Cuando un martiniqueño siembra ocumo,
90
EL DISCURSO ANTILLANO

si conoce realmente las cosas del campo, estará pendiente de


no tener el estómago vacío (el ocumo saldría raquítico), de no
sentarse cerca del sembradío (el crecimiento sería lento). Estas
íormas de superstición pueden compartirse (y además expli­
carse desde un punto de vista práctico); pero si este mismo
agricultor quiere proteger su huerto de las incursiones de los
vecinos, tendrá que enterrar en las cuatro esquinas unos gra­
nos de sal comprados en tres pueblos diferentes, etcétera. En­
tramos aquí en las prácticas de separación y dispersión. El
gesto mágico aísla. Desde luego, toda vida en el campo incluye
gestos mágicos. Lo que yo conozco de la vida en una economía
de supervivencia, como en Martinica, me lleva a pensar que
aquí esas prácticas, aunque derivadas de creencias comunes,
no cohesionan a la comunidad. Ni las técnicas ni las supersti­
ciones que las acompañan son capaces de permitir esta acumu­
lación, esta transferencia de una generación a otra, que van
estructurando a una comunidad.
La unidad cultural mantenida no será entonces suficiente
para desembocar en la mera unidad. Y es que la organización de
los mercados internos nunca permitirá la explotación a pleno
rendimiento de los huertos familiares. La obsesión del exceden­
te es el sello fundamental de la economía de supervivencia. Es
causa y medida de la incapacidad comunitaria. La economía de
supervivencia no genera la aparición de un cuerpo de tradicio­
nes campesinas; su organización no permite, por ejemplo, esas
manifestaciones convergentes que son las temporadas de ferias
y mercados en Occidente, donde el rasgo común se refuerza.
En Martinica, esta clase social permanece dispersa. La
subsistencia y la supervivencia, por definición, no trascien­
den en consenso de clase ni en llamadas a la nación.

La resistencia violenta es el cimarroneo, fenómeno absolutamen­


te generalizado en la zona de civilización caribe. El cimarroneo
LA DESPOSESIÓN 91

lia desplazado a una pequeña parte de los esclavos de las planta­


ciones; el resultado de esto es que los primeros cimarrones son
je hecho los primeros cultivadores de parcelas, los que se radi­
can en las alturas. El límite del cimarroneo en Martinica es el lí­
mite de la tierra: la exigüidad del país no permitirá el desarrollo
sistemático de comunidades. Así pues, las adquisiciones cul­
turales no se acumularán, de manera que las futuras poblacio­
nes de pequeños campesinos no conocerán su origen común.
En Haití, por el contrario, la clase campesina tendrá una di­
mensión fundamental y será objeto de muchas promesas por
parte de los aspirantes al poder (casta militar negra o burgue­
sía mulata). El campesino haitiano acumula las tradiciones,
las preserva y las sistematiza. Dos hechos culturales se des­
prenden: el vudú y la eclosión popular de la pintura haitiana.
En Martinica, los obreros agrícolas de las plantaciones
no se beneficiarán con la experiencia de los cimarrones. El ais­
lamiento sistemático de las unidades de producción (plantacio­
nes) se mantendrá hasta el final. Todavía en 1940, un obrero
agrícola despedido de una hacienda era reseñalado enseguida
al mayor número posible de administradores de otras haciendas
y, a menudo, quedaba reducido al desempleo. Los únicos itine­
rantes reales eran el grupo de los administradores, intendentes
y capataces, grupo hetedoroxo, donde había pequeños békés
en el nivel más alto del grupo (administradores) y también los
hijos de obreros agrícolas que habían tenido una educación
primaria (intendentes y capataces: los intendentes llevaban las
cuentas y respondían por la entrega de la paga a los trabajado­
res, los capataces dirigían las maniobras en los campos y los
encierros de ganado, ambas funciones confundiéndose frecuen­
temente). Los desplazamientos de administradores, intendentes
y capataces ecónomos y los capataces de una hacienda a otra
estaban regidos por un consenso tácito entre propietarios. No
obstante, se trataba de un fenómeno que diferenciaba a estos ad­
ministradores de los regidores de haciendas en América Latina,
92 EL DISCURSO ANTILLANO

atados a una sola plantación y tanto más odiados por los obre­
ros agrícolas. Generalmente, en M artinica los capataces no
eran objeto de tanto odio sistemático. Siendo los únicos que
se desplazaban, no constituyeron un verdadero cimiento de la
vida social. Sin embargo, su pequeña casta no estaba a salvo
de profundas agitaciones, tal como lo demuestra la historia de
Beauregard, capataz de una hacienda que, tras un pleito con
un pequeño béké, se convirtió en un verdadero negro cima­
rrón de leyenda, resistiendo desde 1942 hasta 1949 contra las
fuerzas de la gendarm ería del sur de M artinica, con el apoyo
espontáneo o forzado de la población. Ubicado por casuali­
d ad prefirió matarse antes que rendirse. Pero tales casos
constituyen la teatralización de un fenómeno (el cimarroneo)
que en el inconsciente colectivo sólo dejó huellas, y ninguna
influencia determinante en la tradición popular.

El cimarroneo intelectual irá apareciendo paulatinamente en


este estrato social que se desarrolla en los pueblos. Esta «clase»
media tiene dos orígenes: los mulatos (descendientes de los bé-
kés y sus numerosas concubinas negras o mulatas) que acapa­
rarán las prolesiones liberales de prestigio (médicos, abogados,
profesores, farmaceutas) y ocuparán las principales funciones
y responsabilidades edilicias; los hijos de obreros agrícolas o
de habitantes de pueblos, con educación primaria (algunas ve­
ces coronada por estudios para el diploma primario o del ciclo
básico), y que inicialmente suministrarán regidores para la
explotación agrícola y luego, los puestos de docentes y fun­
cionarios menores. El límite propio de ambas categorías de es­
te estrato social es que éstas no implican densidad económica
alguna. La única posibilidad de ascenso pasa por el filtro de la
instrucción no técnica. Es una categoría social destinada a las
humanidades. El mayor signo de su capacidad es el «dominio»
de la lengua francesa. Para asegurar algunas posibilidades
la d e s p o s e s ió n 93

de surgimiento individual, se verá entonces obligada a adoptar la


ideología aportada por la enseñanza. Rápidamente se converti­
rá en el vehículo del pensamiento oficial. Este estrato social habría
desaparecido como tal — debido a su vacío técnico y eeonómi-
c0__ si la supra-administración local de Martinica no le hubiera
ofrecido, a partir de 1946, el refugio generalizado de la función
pública. Esta «clase» media sólo podía oponerse a los békés apo­
yándose en el sistema central que le permitía desarrollarse. Desde
fines del siglo xix, las luchas de los mulatos apelan así a las ideas
generalizadoras (la igualdad ante la ley, la ciudadanía, la escuela
laica y obligatoria, el derecho a defender la pania francesa, etc.)
en los conflictos que los oponen a los békés, generalmente apo­
yada por los gobernadores y los magistrados de turno. Los suce­
sos más conocidos por los martiniqueños (caso Bissette, en 1824)
muestran de manera patética a gentes que se reprimen a sí mis­
mas, creyendo que así luchan hasta la muerte contra un sistema.
Cuando se les trata como colonizados, creen hasta el final que se
les oprime como ciudadanos. El engaño se inició muy temprano.
La resistencia de este estrato social no será estructural. Es­
ta se radicalizará al azar de opciones individuales: el mismo filtro
que dejaría pasar a individuos de un grupo social a otro, permiti­
ría también que individuos (al haber entrado en contacto, en la
propia Francia, con las filosofías revolucionarias o las realidades
de la descolonización) accedieran a una visión crítica —aunque
siempre personalizada— del sistema en su conjunto. Este aspec­
to fuertemente individualizado (no global) de la resistencia en la
«clase» media (determinada por el carácter económico «en sus­
pensión» de este grupo social, por las condiciones del acceso eli-
tesco al «conocimiento» y por la obligación de aceptar en grupo
la ideología vehiculada por este «conocimiento») reforzará esa
tendencia con la adopción carismàtica de líderes populares prove­
nientes de esta clase, inamovibles y no controlados. Pero esos lí­
deres sólo eran electorales: la «clase» media produce solamente
en la superestructura.
94 EL DISCURSO ANTILLANO

Mientras la casta béké se benefició con el compañeris­


mo de los grandes colonos de Santo Domingo, y mientras la
producción colonial tuvo en las Antillas un peso determinante
para el capitalismo francés, los hékés martiniqueños pudieron
ofrecer una apariencia de resistencia (que oscilaba continua­
mente entre las corrientes centralizadoras de la política fran­
cesa) contra los navieros, los negreros, los refinadores, los
negociantes de Burdeos, Saint-Nazaire o París. «¡Su Ma­
jestad —murm uraban los cortesanos de Luis xvi— vuestra
corte es criolla!» Pero el límite de esta resistencia béké se inser­
tó, desde el primer día, dentro de las condiciones que hemos
estudiado: el trueque, la falta de control sobre un mercado, la
falta de control sobre los medios de comunicación mercantil.
Cuando la remolacha se haya industrializado y la producción
martiniqueña ya no sea «necesaria», la «clase» béké saldrá
vencida, no en tanto eterno grupo de aprovechadores del sis­
tema, sino en tanto antigua clase productiva.

Así pues, no faltó resistencia; pero sus prolongaciones fueron


forzosamente aleatorias: la resistencia nunca permitió la eclo­
sión de la nación. La masa de obreros agrícolas fue inicialmen­
te vencida por la insuficiente densidad del cimarroneo, por el
desmigajamiento de la cultura popular desarrollada en el siste­
ma de plantaciones, por la erradicación de la producción y el
resultante aislamiento de esta masa. La resistencia de los békés
se dio por esta misma erradicación y por la posibilidad de una
jugosa conversión al sector terciario. La resistencia de los estra­
tos medios se dio por el éxito de la ideología asimilacionista y
por la incursión masiva en la función pública.
Éstos son pues, los límites de la resistencia. Tienen que
ver con dos fenómenos dialécticam ente solidarios. Primero,
que las resistencias de las «clases» no fueron concertadas,
permitiendo así que el sistema colonial las sometiera una tras
LA d e s p o s e s i ó n 95

otra; luego, que éstas no se opusieron globalmente y de mane­


ra autónoma entre ellas, impidiendo que la nación martinique-
ña apareciera como espacio para la solución de sus conflictos.
¡ o qlie quedó entonces del trabajo de oposición fue la disper­
sión para las masas campesinas, la alienación productiva para
los békés, la asimilación mental y «cultural» para la élite. Y, aun­
que la resolución autónoma no apareció como una solución, fi­
n a lm e n t e el sistema colonial logró una gran igualación que se
ofrece como solución —aunque neurotizante— a los antiguos
conflictos; desde entonces, todos los martiniqueños son clientes.
En 1977 se afirmó claramente la voluntad central de fun­
dir los estratos sociales béké y mulato con una clase de funcio­
narios, suscitando su interés en la terciarización provechosa. En
1979 se hizo un intento por disminuir los privilegios (en cuanto
a lo fiscal, las vacaciones en la metrópoli, la indemnización por
alto costo de la vida) otorgados a la «clase» media. Tras haber
sometido a las tres capas sociales dispares, difusas y contradic­
torias que constituian la sociedad martiniqueña, el sistema que­
ría tal vez igualarlas, es decir, no tomar en consideración sino a
los individuos o grupos de individuos que le sirven en esta so­
ciedad no hacer más concesiones a clases sociales como tales;
rematar así la sobredeterminación de esta sociedad. Para el
pensamiento oficial ya resultaba escandaloso que el flujo de
dinero, puesto a circular como una táctica a partir de la pres­
tación de servicios, se fuera groseramente a los bolsillos de los
békés sin que el Estado recuperara una buena parte; que los fun­
cionarios martiniqueños siguieran privilegiándose localmente,
cuando su existencia misma ya era un favor. El sistema pensa­
ba que ya no necesitaba a esas capas sociales ahora que consti­
tuían un grupo. ¿Era éste un error táctico que se agregaba a una
apreciación estratégicamente acertada de la situación?
Los dirigentes sindicales de la clase de los funcionarios,
protestando vehementemente contra este intento de reducción
de sus privilegios, sostienen patéticamente (en octubre de 1979)
96 EL DISCURSO ANTILLANO

que sólo hay diez grandes familias importantes en Martinica


y que a ellas, en primer lugar, debería el gobierno francés apli­
carles todo el peso de su supuesto esfuerzo de reajuste y justicia
social. Extraña ceguera. Creían que la decisión central equipa­
raba el interés de los trabajadores martiniqueños y el de los bé-
kés, y que luego optaría por privilegiar al primero. En realidad,
la doctrina oficial — con razón o sin ella— es que el proceso de
anulación económica ha concluido, que Martinica ya no pue­
de volver a ser un país productor y, por ende, las resistencias ya
no pueden ser sino puntuales e intermitentes. El pensamiento
oficial siempre reflexiona en términos de macroeconomía; tal
vez obligará a los martiniqueños a refugiarse en un nuevo siste­
ma de supervivencia que hasta ahora habíamos considerado
como imposible. La supervivencia es siempre una forma de
cimarroneo y entra en contradicción sobre todo con los planes
macro-económicos. Pero la supervivencia conlleva así su propio
límite: se trata de un instinto de fraccionamiento. Y lo cierto es
que toda iniciativa para edificar en Martinica una estructura
parcial de supervivencia resultará, una vez más, vana y estéril
(es decir, incapaz de concebir a la comunidad) si esta iniciativa
no está orientada por una verdadera teoría general de la supervi­
vencia como un conjunto no parcelado de resistencias conver­
gentes. Esos dirigentes sindicales conocen la proclama de
Husson1. Siguen creyendo que la buena nueva viene de París.
No saben que en Martinica las resistencias de las clases sociales
siempre han sido insuficientes, en tanto resistencias de clases.
Que una clase tiene que conquistar su derecho y sus medios de
apuntalar finalmente (y hasta el final) su resistencia, y reforzar
así su compacta vocación de dirigir el país (por ejemplo, ins­
tauración de una burguesía opresora, o de una aristocracia con
poder real, o de un socialismo de producción). O que hay que

I Criollo martiniqueño que asumió funciones en el Ministerio del Interior


francés para Martinica, en 1848 (NdT).
LA D E S P O S E S IÓ N 97

constituir el proyecto nacional que verdaderamente permitirá la


existencia de todos, más allá de una resistencia por fin continua.
Las insuficiencias de las soluciones neutrales hacen
imperativo este proyecto nacional. Lina burguesía elitesca só­
lo puede dirigir a una colectividad en el modo de los «tonton-
inacoutes»2. Sólo ella dispone de un poder sin poderes (esto,
según me dice un joven martiniqueño, le basta al colonizado).
La aristocracia béké también debería conquistar su autonomía
de decisión y de gestión, pero es incapaz de hacerlo. El socialis­
mo de producción es, aquí, una proyección abstracta y doctrina­
ria, que no toma en cuenta el desmigajamiento de las masas
trabajadoras. Un proyecto nacional debería comprender estos
imposibles, explicarlos, definir el estatus original de este país,
lograr relaciones solventes entre esos «imposibles», abrir las
soluciones al entorno caribeño, poner en marcha una estrate­
gia a la vez radical y paciente, continua y pronta. La paciencia
—que no significa prórroga y no supone la ineluctabilidad de
las «etapas»— requiere entonces que se empiece por proponer
soluciones fundamentales: la independencia, pero sin el lideraz­
go de una «clase» media; el control popular, pero deslastrado
del «macutismo» populista, que es su falsa apariencia; las for­
mas socialistas del poder, pero habiendo ya dilucidado los pro­
blemas de la organización de la producción, y habiéndolos
armonizado con las técnicas readaptadas de supervivencia.
Puede ser que aquí, de nuevo, la estrategia colonialista se
haya adelantado a los martiniqueños: con la decisión de fundir
las tres «clases» de nuestra sociedad—tras haberlas sometido—
en un conjunto de clientes dirigidos por una élite terciarizada3.

2 Milicia creada en Haití, en 1957, por el dictador François Duvalier.


3 Es impresionante el desarrollo histórico de la autorrenegación en el
«estrato medio» de Martinica. Fue este estrato el que exigió la aplicación
del servicio militar obligatorio en el país, que reclamó en 1914 el derecho
para los martiniqueños de pagar su «tributo de sangre». En 1934, cuando
98 EL DISCURSO ANTILLANO

se pensó en fundar un partido comunista en Martinica, el PC francés pro­


puso su ayuda para que ios comunistas martiniqueños estructuraran su
propio partido; los futuros dirigentes del partido protestaron: estimaban
que eso era una forma de discriminación, y hasta un peligro; reclamaron
el derecho a pertenecer a una seccional martiniqueñu del partido francés
(entrevista con Thelus Léro). Esta insistencia en el rechazo de si mismo,
que a menudo se disimula cuidadosamente tras una apariencia de progre­
sismo o, a veces, de populismo, resulta espantosa.
El 23 de septiembre de 1980, Paul Dijoud, secretario de Estado para los
Dom-Tom (los departamentos y territorios de ultramar) ha afirmado que la
terciarización es una oportunidad para Martinica, y si se quiere, un incentivo
para las industrias (entrevista en el canal de TV regional, FR 3-Martinica).
E m ig r a n t e s , h ijo d e e m ig r a n t e s *

A h o r a , otra v e z hay que partir, pero hacia la nueva


metrópoli. Al respecto, me obsesionan dos escenas que casi
podrían calificarse de primitivas.
Primero, la salida del puerto de los grandes transatlánti­
cos, tan larga y dolorosa: toda la nostalgia de los que se van hacia
lo desconocido, mientras una canción tan tristemente alienada co­
mo la famosa «Adieu foulards, adieu madras» pone a llorar a
todo el mundo: a los que así veían disminuir paulatinamente el
rostro de sus familiares, el muelle, el malecón, el fuerte Saint-
Louis, y a los que se veían luego en altamar, ínfimos en la desa­
parición infinita de las luces tragadas por espesas nubes. Éstos
no sabían realmente cuándo regresarían. Por prim era vez, el
tiempo los atrapaba en sus entiañas, más enormes que el espacio
del mar. ¿Eran inmigrantes? Esa tierra de Francia hacia la cual
navegaban les había sido presentada desde las infancia como el
lugar supremo donde todo se cumple. Más allá de esa separación,

* Reunión de la U n e s c o , Panamá, 1979.


100 EL DISCURSO ANTILLANO

tan majestuosamente dolorosa, no tenían la impresión de perder


su tierra: una tierra a la que nunca habían conocido como suya.
Desde el inicio de la emigración, ningún emigrante martini-
queño se lleva la patria en la suela de sus zapatos. Lo que arras­
tran consigo es una vaga tristeza por el paisaje que han dejado,
un dolor punzante por los amigos abandonados, y no la terrible
ausencia por la patria perdida. Pero esta serenidad aparente ocul­
ta una perturbación profunda.
Esta perturbación no se mide por las dudas ni por los des­
garramientos del individuo. Hacia 1939 y — luego— mucho
tiempo después de haber finalizado la Segunda Guerra Mundial,
el martiniqueño no tenía dudas patentes acerca de su pertenencia
a la nación francesa. Se había deslindado de los otros coloniza­
dos del Imperio. Pero lo patente puede encubrir abismos.
El emigrante antilllano en Francia es ambiguo. Vive co­
mo un emigrado pero tiene estatus de ciudadano. Es apto para
ser funcionario: enfermera o encargada de la impieza, emplea­
do de correos o controlador en el metro, aduanero en el aero­
puerto de Orly o policía. Se siente francés, pero es víctima de
formas latentes o declaradas de racismo, igual que un árabe o
un portugués. Uno de los grandes traumas sufrido por los anti­
llanos en las calles de las ciudades francesas habrá sido el ver­
se confundidos con argelinos durante la época de la guerra de
Argelia. La policía francesa no solía ver la diferencia. El emi­
grante antillano pretendía disfrutar a la vez de una apariencia
de «participación antillana» y de un estatus de ciudadano fran­
cés. En tiempos de Le Bal Nègre, famosa sala de baile en París,
y antes de que estallaran las luchas anticoloniales en África y
Asia, esta contradicción se soportaba aparentemente. Apenas
había algunas secretas perocupaciones y, en todo caso, una sola
reacción global: la insolencia barroca del lenguaje.
Me parece que el barroco colonial (la sobreabundancia
y el afán de emulación) es la respuesta a una carencia sentida
inconscientemente.
lA d e s p o s e s ió n 101

En la América hispánica, este barroco es visible en el


sitio mismo: el colonizador español construyó iglesias, plazas
públicas con los mismos bancos (de Santiago de Cuba a Panamá
y en otras partes); un barroco donde se practicó la mezcla cul­
tural. Así que América Latina no tuvo que emigrar masivamente
hacia España; donde, por lo demás, no había nada que hacer: la
hispanidad había que confirmarla en el propio lugar. La sobre­
abundancia barroca apunta a afianzar esta confirmación.
El barroco antillano no tiene que ver con obras sino con
el lenguaje. La retórica de la elocuencia y del lenguaje flori­
do confiere al asimilado la garantía de su ciudadanía france­
sa. El proceso se ve reforzado por la existencia de una lengua de
compromiso (el créale) de la cual el asimilado se distanciará al
máximo. El barroco colonial de las Antilas francesas es literario.
Pero lo trágico es la falta de «creatividad» de este gran espec­
táculo mulato: no se articula con nada. Lo «grotesco criollo»!
puede ser en América Latina una fuerza de reacción, pero en
Martinica, o para los martiniqueños que viven en Francia, es
el resplandor del vacío.
Con el período agitado de la descolonización, se rom­
pió el equilibrio precario. El emigrante antillano veía su dife­
rencia por doquier. El barroco verbal ya no bastaba. Era la
época en que se multiplicaban las asociaciones folklóricas:
comer, beber y bailar antillano se volvían exigencias colecti­
vas. Pero la emigración de Francia nunca ha tenido ese carác­
ter de protesta masiva y de folklore agresivo que practican los
antillanos de Londres. Y es que en Francia intervino la volun­
tad de asimilación del colonizador. Los matrimonios mixtos
se han multiplicado: los niños nacidos en esos matrimonios
están destinados a desaparecer en el «cuerpo francés», dejando
no saben dónde una parte de sí mismos, de la que nunca podrán
rendir cuenta. Ciertamente, esto no sería un mal, y hasta podría
haber un interés individual en esta dilución, si el individuo
no se quedara tan inquieto por alguna exigencia insatisfecha.
10 2 EL DISCURSO ANTILLANO

Lo que resulta aún más incómodo es el destino de la segunda


generación de antillanos. Aunque visiblemente extranjeros,
esta generación está definitivamente asimilada a la realidad
francesa. De ningún modo podría vivir en M artinica o en
Guadalupe, donde la situación pronto se le haría insoportable
porque se revelaría su «diferencia» con los franceses pero sin
integrarla en un Nosotros diferenciado.
Durante este período, sólo hay una actitud posible para el
recién emigrado que tiene la oportunidad de volver a Martinica:
el elogio desmedido de las condiciones en las que vive en Fran­
cia, condiciones a menudo precarias, cuando no miserables, pero
que él presenta como paradisíacas. Esto ya no es una experiencia
del rodeo, es una verdadera elusión de lo real mediante la perse­
verancia en las prácticas de idealización del Otro lugar, a las cua­
les el martiniqueño se ha ajustado desde su nacimiento.
Hoy día, parece que la escisión ambigua del emigrante
antillano está en vías de solución. De dos maneras.
O bien se asimila definitivamente al paisaje francés: con­
sidera con mucha indulgencia la realidad de su país de origen, si­
gue consumiendo en familia las morcillas, el ron, las legumbres
y el ají provenientes de las Antillas, adonde él va de vez en cuan­
do (o envía a sus hijos), y regresa contento aunque algo aterrado
por lo que creyó ver. Organiza asociaciones Normandía-Antillas
o Alsacia-Antillas «para el acercamiento de los hombres». Su
lenguaje ya no tiene ese esplendor barroco que antaño venía de
un rechazo inconsciente al proceso de asimilación. Esto es señal
de que la comunidad martiniqueña puede, efectivamente, desa­
parecer como tal.
O bien el emigrante se evade de este letargo; pero enton­
ces no tiene — como el portugués o el árabe— un sueño inten­
so de patria abandonada, al cual aferrarse. Sólo puede remitirse
a las generalizaciones que le dan más seguridad: el internacio­
nalismo proletario, los derechos de las minorías, la revolución
planetaria. Y si no tiene la generosidad de llegar a esto, tendrá
LA DESPOSESÍÓN 103

que conformarse con la agria tristeza de quienes piensan que


no hay salida.
En ambos casos, se apagó el brillo barroco del lenguaje
de compensación. El argot parisino o estudiantil invade el campo
donde hasta entonces se había ejercitado la desmesura del fran­
cés barroquizado. El emigrante ya no tiene más remedio que con­
vertirse en un «verdadero» francés, lo que suele ser imposible
antes de la segunda o la tercera generación. Él experimenta en­
tonces una «banalización» (le es absolutamente necesario diluir
su diferencia, hacerse lo más común posible, volverse transpa­
rente) y semejante dilución resulta, desde luego, más trágica
y traumatizante que los extravíos, las pulsiones o los intentos
barrocos de la época «colonial».
Se vive entonces la segunda escena que yo evocaba: ya
no es el lento y conmovedor exotismo del transatlántico, sino
la precipitación y los empujones del boeing diario. Los anti­
llanos amontonados sin miramientos en los grandes 747. La
pulsión de la partida que hay que satisfacer a la hora exacta.
La banalización atraviesa así el Atlántico y nos contamina en
ambas orillas.

Se sabe que la independencia de Martinica plantearía un pro­


blema a los antillanos que viven en Francia, precisamente en
la medida en que gran parte de ellos tienen estatus de funcio­
narios, generalmente subalternos, por cierto. Con toda seguri­
dad, su reconversión resultaría delicada, y sólo una solución
acordada entre Francia y el futuro Estado m artiniqueño po­
dría tranquilizar a esta parte de la población martiniqueña.
Esta es una de las amenazas que los defensores del stalu quo
suelen esgrimir. Sin embargo, yo pienso que una M artinica
independiente ayudaría mucho a esta emigración, porque le otor­
garía una referencia básica, le ofrecería la posibilidad de luchar
contra la ambigüedad y la banalización, le daría un sentimiento
104 EL DISCURSO ANTILLANO

de dignidad colectiva, y tal vez, sí, le abriría de pronto la posibi­


lidad de frecuentar por fin el verdadero país francés y ya no ese
fantasma de país que, en Touraine o en Provenza, los antillanos no
dejan de remover para sus adentros como un deseo inalcanzable1.

NOTA 1
A l margen del «barroco criollo»:
hacia una epopeya fallida

Enorme, ingenuo, chistoso, bobalicón, sorprendente en


la agudeza, subteniente de Garibaldi, con quinientos libros e
igual cantidad de amantes (según di jo). Después del huracán,
el viejo trabajador le preguntaba a su hijo: «¿Tú crees que
quedará algo de mi obra?». Ahora bien, la epopeya de Dumas
— lo que podría considerarse como «valedero»— ha sido
com parada con la Odisea y el Quijote pero sólo guardando
las distancias: precaución legítima que Uivo Henri Clouard al
final del libro que dedicó a Dumas2.
Se aprecia el acertado facilismo de las «reconstituciones»
históricas —aunque sean fantasiosas— con el que se desenvuel­
ve la obra. Pero la pregunta suscitada por este «guardando las
distancias» es, sin duda alguna, la siguiente: ¿Tenía Dumas una
concepción de la historia? Pese a su proyecto de una epopeya
universal (desde Cristo hasta el «mundo tal como será dentro de
mil años... o el último día de la tierra, o el primer día en el pla­
neta que la sustituirá»), parece haberle faltado el sentido épico,

1 Desafortunadamente, está también la intolerancia de algunos antillanos


que, en materia política, tienden a negar a los emigrantes su derecho a la
«intervención». Lo cual resulta tanto más lamentable porque la actitud de
los emigrantes será, sin duda, uno de los factores determinantes para la
posible solución de los problemas. Habrá que profundizar el estudio de
este tema.
2 Henri Clouard, Alexandre Dumas, Albin Michel, París, 1959.
LA DESPOSESIÓN 105

es decir, el sentido de esa necesidad h i s t ó r i c a asumida por un h é -


roe y que estimula la voluntad de todos en tomo al mito. En
F r a n c ia , el mito propuesto por Dumas (d’Artagnan o Monte-
cristo) disfruta del favor popular, pero siempre fuera de una di­
m e n s i ó n de comunión o de necesidad sentida, en cualquier
nivel que sea. No basta saciar el sentimentalismo de un pueblo
para aspirar a significar asi su sentimiento.
La epopeya exige también tomar posición en el estilo,
cosa a la cual el pródigo Dumas no habría podido sujetarse. Su
obra, con su profusión y su diversidad, mantiene su contradic­
ción: está nutrida de historia maliciosamente refundida y, sin
embargo, escapa tanto al poder como a la aclaración ritual de lo
histórico. La necesidad francesa, la única (a no ser el esquema
«universal» esbozado más arriba, pero que habría resultado de­
masiado abstracto) que Dumas habría podido «ensalzar», ya
estaba definida, fijada, concluida, sin amenaza alguna: las dos
condiciones alternativas de la épica (la falta de desenlace o el
peligro) se le escapaban. El «buen gigante» desarraigado no
fue el constructor de epopeyas que habría merecido ser.

NOTA 2
Acerca de un barroco triunfante:
Isidore Ducasse, conde de Lautréamont

Expondré más adelante que las obras del llamado Nuevo


Mundo han amontonado una poética de la duración que no tiene
que ver con la fulguración de Rimbaud. De Lautréamont a Saint-
John Perse, de Whitman a Neruda, aquí se ejercita una raza de
poetas que pueden equipararse no sólo con Rimbaud sino con
contemporáneos como René Char. Pero en Europa no puede
generalizarse la fulguración rimbaudiana; ni la poética anglosa­
jona ni el romanticismo alemán han tomado ese camino. Y
cuántas aventuras poéticas podrían inventariarse, de Mallarmé

Das könnte Ihnen auch gefallen