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Devuélveme mis ojos – Alejandro Manzano a Julio César Mondragón

Estoy tirado en el suelo. Se nota dónde enterraron el cuchillo y me cortaron la cara. Se me


ven los dientes. En vez de rostro hay carne expuesta y te atormentan dos huecos donde
deberían estar mis ojos.

Mis compañeros me estuvieron buscando y me encontraron convertido en símbolo. Quisieron


arrebatarme de los míos, robarles la memoria para matarme, para borrarme y
desparecerme ahora sí y para siempre. Quisieron convertirme en su crimen, su amenaza, su
muñeco de espantajo y amedrento, pero yo vivo.

Vivo cuando mi madre llora y susurra mi nombre con la voz entrecortada, vivo en el funeral
repleto de amigos y amados, multitud doliente que con su mera presencia refuta el terror y
declara que entre ellos vivió alguien, un joven que conocieron y al que veían y querían ver,
un ser que sigue siendo querido en su dolor, en su cariño y en sus recuerdos, no el crimen atroz
en que quisieron convertirme.

Vivo en una lágrima de rabia, en un puño alzado, en un paso firme que marcha sobre el
enemigo. Vivo en tu resistencia, vivo en tu protesta, en tu compromiso y en tu esfuerzo. Júrame
que no te rindes, ¡pero júramelo a los ojos! Mira la carne y la sangre y los huesos en que me
dejaron y ve la mirada fija de quien una vez fui. Estudiante. Normalista. Hermano.

No me olvides, porque si me olvidas ellos ganan, si me confundes con eso que dejaron en el
suelo solo seré un torturado más y eso mismo quieren ellos, ellos que me esperaron, que me
buscaron, que me persiguieron y me ultrajaron para que dejara de ser humano, pero que no
pudieron. Ellos que sirven a la muerte y aplastan la inocencia y la confianza del pueblo pobre
para que se calle, para que aguante, para que se deje matar, pero que no pudieron.

Porque el rostro que se llevaron es mío pero la carne que dejaron es de todos y estos huesos
también son tuyos y estos ojos también te faltan. Mi gente me llora y mi pueblo hoy se
esconde, pero cuando salga a reconquistar las calles no podrá, por más que intente ya no
podrá ser un pueblo inocente, no será un pueblo que confía. Será fuego, luz, estruendo y
viento. Será el ejército redentor, el huracán que arrasa los escombros para que venga el
futuro, será la muerte alada y justiciera que sostiene la razón y empuña despiadada las
armas para imponerla. Mi pueblo será el implacable regreso de la justicia y de la historia.

Estoy tirado en el suelo, pero desde aquí puedo ver venir la guerra necesaria.

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