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Reseña elaborada por: María Fernanda Pardo Chitiva. Universidad Nacional de Colombia. Sede Bogotá.
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élites culturales las que más interesadas estuvieron de dicho proceso. La simpatía hacia la revolución
francesa pronto se transformó en el mundo hispánico en una profunda hostilidad; las reacciones fueron
muy semejantes tanto en la España europea como en la España americana. Más, sin embargo, este
ambiente propició un tipo de reflexión constitucionalista que conllevó a las élites más jóvenes a tener el
deseo de un cambio. A pesar de ello, no debemos olvidar que lo más relevante acá es considerar que la
revolución en el mundo hispánico no empezará por una reflexión interna sino por la crisis de la monarquía
provocada por la invasión de España por Napoleón.
Dicha invasión fue unánimemente rechazada, generó numerosos enfrentamientos sociales y, en
términos generales, es la resistencia contra esta lo que dará origen a la revolución en el mundo hispánico.
La formación de juntas empieza a ser un hecho fundamental, y su prontitud es lo que genera en septiembre
de 1808 la Suprema Junta Real, con el fin de representar a aquella parte de la sociedad en desacuerdo con
el invasor y las sociedades que le han reconocido. Este debate conlleva a la consideración de dos temas
que son de gran relevancia, la noción de nación y la relación entre hispanos americanos y peninsulares. El
debate peninsular atraviesa el atlántico lo que genera que en estas zonas también se tengan en cuenta
dichas cuestiones y que la élite americana siga la evolución de España. En esta época clave de las
revoluciones españolas surge un patriotismo hispánico unánime supremamente importante para entender
dicho proceso.
El elemento clave se da cuando la corona española pasa a manos de José Bonaparte. En cuanto se
anuncia, el conocimiento de los acontecimientos tiene una gran difusión a lo largo de toda la monarquía.
Gran cantidad de impresos destinados a encender los ánimos en la lucha contra el invasor manifiestan una
actitud patriótica general que hace tomar conciencia de su extraordinaria unidad. Es ahí cuando se plantea
por vez primera la naturaleza de la nación, como conjunto de reinos, y su representación política. El
problema en ambos lados de la Monarquía es el mismo: constituir autoridades legítimas y seguras; es
decir, juntas que reasuman el poder soberano.
Es acá donde indiscutiblemente hay que situar, según García, la Independencia. Dicha
independencia entendida no como “una tentativa de secesión del conjunto de la Monarquía, sino, al
contrario, una manifestación de patriotismo hispánico”3 para liberarse de la dominación francesa. Dada la
precaria y lenta circulación de noticias, no es absurdo pensar que los americanos consideraban que la única
manera de salvar parte de la monarquía era proclamando su independencia. Una independencia de Francia
y de la España que colaboraba con ella.
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Además de eso, la legitimidad de la Junta era precaria. Los problemas que la igualdad suscitaba
entre ambas partes contribuyeron a una tensión entre los americanos que querían ejercer los mismos
derechos. Porque, aunque en enero de 1809 se generó un decreto que llamaba a las partes americanas a
elegir sus representantes para la Junta, claramente dentro de esta había muy poca participación de ellos.
A grandes rasgos, un descontento silencioso y un resentimiento empezó a emanar por parte de los
americanos. Lo que termina finalmente en tentativas de formación de juntas americanas que son
reprimidas por las autoridades reales. Finalmente, la Junta se pone bajo la tutela del Consulado de Cádiz
en 1810 y forma a partir de ella un Consejo de Regencia que pretende asumir la autoridad soberana.
Algunos aceptarán el nuevo gobierno peninsular, continuarán luchando por la monarquía sin perder su
vínculo con esta; y, otros, en definitiva, empezarán a tomar en sus manos su destino, aunque tendrán que
pasar muchos años para que su separación con España sea definitiva. Es en ese sentido, que esos dos años
son supremamente cruciales. Pues son aquellos en los cuales florecen los principales agravios políticos
que llevan a la Independencia: “los provocados por el fin del absolutismo y la irrupción brusca de una
necesaria representación política de los diferentes «pueblos» de la Monarquía”4.
Finalmente, aduciendo a una enorme avalancha de discursos e imágenes el autor menciona los
imaginarios y valores más comunes de 1808. El imaginario del rey unido indisolublemente a la nación
supone que en su ausencia una disgregación de la Monarquía sería inevitable. La imagen de la sociedad o
el reino es también concebida como inamovible al rey. Por otro lado, un sentimiento de pertenencia a una
única nación también emana dentro de la sociedad acompañada por una resignificación de la fidelidad
para con el reino. No obstante, el sentimiento de nación en la parte americana difiere, pues coexiste otro
nivel de pertenencia: el americano. Ello denota una composición dual de la monarquía. El discurso
histórico junto con la religión también crea una base de pertenencia; siendo ambas partes esenciales de la
identidad nacional.
En conclusión, es posible observar que el análisis que el autor hace de dichos años nos ofrece
información adicional sobre el periodo anterior y el siguiente. La información que ofrece, además, analiza
y reinterpreta hechos históricos de manera tal que nos brinda otra mirada sobre sucesos básicos y abre
expectativas muy amplias de interpretación del mundo hispánico. Su obra es muy completa y es un claro
ejemplo de la multiplicidad de enfoques que puede haber para un mismo acontecimiento histórico lo cual
es muy importante en nuestro quehacer historiográfico.
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Bibliografía:
François Xavier Guerra, Modernidad e Independencias. Ensayos sobre las revoluciones hispánicas,
Madrid, Mapfre, 2000 (1992) Introducción, Capítulos I, IV y V,