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El Gato negro:

1° ¿Cuál era la afición del protagonistas desde niño respecto a los animales?

2° ¿Cómo se llamaba el gato negro y cómo lo describiría?

3° ¿Qué consecuencias tuvo el consumo de alcohol en el protagonista?

4° ¿Qué había en la única pared de la casa que quedó intacta tras el incendio?

5° ¿Qué imagen tenía marcada en el pelaje el segundo gato negro que llegó a la casa?

6° ¿Dónde escondió fue escondido el cuerpo de la esposa?

El pozo y el péndulo

1° ¿Cuál es la sentencia que recibe el personaje?

2° ¿A qué lugar es llevado? ¿Cómo era la prisión donde se encontraba?

3° ¿Cuál fue la primera tortura que soportó el protagonista?

4° ¿Cómo se salvó de la segunda y tercera tortura?

Carta a una señorita en Paris

1° ¿por qué el protagonista escribe una carta para su amiga que está en Paris?

2° ¿Qué es lo que vomita el protagonista?

3° ¿Dónde guarda los conejitos?

4° ¿Cuántos conejitos vomita en total? ¿Cómo se comportan?

5 ¿Qué hace finalmente cuando los conejos ya están grades?


El cusungo y el solitario del Azuay

El cuscungo llora cuando alguien va a morir, por eso hay que tener cuidado, aquí canta cada
noche, en la quebrada de Tarapsha. Para protegerse anida en los huecos del cerro cortado a pico,
en las peñas más altas. Solo cuando está muy oscuro se puede escuchar su vuelo, ya que es muy
difícil verlo, comenta Luis Minga, uno de los pobladores del lugar y un gran conocedor de la
zona. Dice que el cuscungo, ave nocturna parecida al búho, anuncia una desgracia, algún
percance o accidente. Los campesinos piensan que el viajero debe cuidarse de oír su canto para
evitar lo inesperado.

La quebrada de Tarapsha es un sitio misterioso. En la noche cae un silencio sepulcral y nadie


deambula por el sector; a veces algún noctámbulo solitario retorna a su casa, posiblemente viene
de Jima-Azuay, el único pueblo grande del sector con sabor de una pequeña ciudad.

En el caserío de Tarapsha todavía perdura el recuerdo de doña Sofía Malla de Espejo, la


matriarca del pueblo. Ella también contaba sobre el canto del cuscungo, que se ha transformado
en una leyenda, a cualquiera de sus nietos, mientras hilaba en el corredor de su casa de adobe y
techo de tejas. Allí vive hoy una de sus hijas quien, debido a una parálisis facial, tiene uno de
sus ojos que ya no le sirve.

La gente de Tarapsha tiene la firme convicción de que el cuscungo es un pájaro de malagüero


que, así como anuncia la muerte, también es parte de los procesos curativos. En otras épocas,
los curanderos de la zona empleaban la sangre del pájaro para la cura de enfermedades; solían
mezclarla con aguardiente y al afectado le daban de beber la pócima en pequeñas cantidades.

Pero no solo la creencia del cuscungo se puede oír en Tarapsha; allá también hablan del
solitario, otra avecita de color grisáceo y plumas blancas en la cola, que suele deambular por
los páramos emitiendo un silbido que, según la gente, se asemeja al de los humanos. El solitario
deja acercarse a las personas hasta cierta distancia y vuelve a volar acompasadamente para
posarse un poco más allá, sin perderse de vista y vuelve a esperar. La persona se acerca y otra
vez emprende el vuelo. No se aleja totalmente, pero nadie puede acercarse demasiado. El ave
silba como si quisiera llamar a alguien.

Dicen que una pareja de indígenas recién casados se fue a vivir al páramo. El hombre trabajaba
en los alrededores, pero un día sintió un silbido; creyó que era algún galán de su esposa que lo
engañaba. Entró en celos y discutió con su mujer y como no quedó satisfecho con la explicación,
de un machetazo le quitó la vida; luego se dio cuenta de su error cuando se vio solo y continuaba
escuchando el silbido. El hombre enloqueció y se perdió en los pajonales; dicen que se
reencarnó en el solitario, por eso anda por los páramos, silbando de un lado a otro; es el alma
del indígena arrepentido, que llama a su esposa muerta.

Pero, aunque el solitario parece impulsar a lo malo, también sirve para curar enfermedades. A
veces la gente lo busca para darle un escopetazo, en el páramo, en las casas abandonadas o en
las iglesias añosas. Cuando está muerto, le sacan el corazón para comérselo; quien come
corazón del solitario se le van todas las penas, es otra de las creencias.

En Tarapsha, por las noches y junto al fogón, sus habitantes siguen contando las historias que
no se han perdido en el tiempo. Al visitante le brindan aguardiente mezclado con agüita de
ataco. Esa gente sencilla nunca dejará de hablar del llanto lastimero del cuscungo ni del
solitario, cuyo corazón mata todas las tristezas.

1° ¿Para qué se empleaba la sangre del cusungo?

2° ¿Qué otros animales son relacionados con el mal agüero?

3° ¿Por qué las personas temen encontrarse con un cusungo?

4° ¿Qué significa el canto del cusungo?

5° ¿A qué se asemeja el silbido del solitario?

El Tsáchila que se convirtió en Sol

Hace muchísimos años atrás, cuando los Abuelos podían conversar con los pájaros, en el Cielo
existía un enorme tigre de enormes fauces, de ojos como rayos, con garras poderosísimas y un
pelaje reluciente que vivía en la Obscuridad. Un día, el Tigre de la Obscuridad andaba furioso
y hambriento y de un solo bocado se comió el Sol y en la Tierra cayeron las tinieblas.

Los Tsáchilas que tenían sus casas en Santo Domingo, vivían así, en esa interminable noche y
no hallaban qué hacer. Se tropezaban constantemente unos con otros y se la pasaban golpeados
y adoloridos, así que prefirieron encerrarse en sus casas y no salir. No había cómo sembrar ni
cazar y la comida se escaseaba. Más de una ocasión se escuchaban los gritos desesperados de
los que eran atrapados por las fieras de la selva que se escondían entre las sombras.
La luna confundida por la ausencia del sol, tampoco salía y eso era aún más grave porque ya
no había cómo enamorarse con su luz. Los pájaros morían sin el amanecer y los ríos empezaron
a secarse porque confundida la lluvia sin la guía de los astros celestes, tampoco caía.

Angustiados los Tsáchilas decidieron hacer su propia luz e intentaron encender ramas y
alumbrarse con su fuego, pero fue inútil. El copal ya no prendía y el palo de camacho sólo se
encendía en manos de los ancianos que todavía guardaban las buenas costumbres. Pero ellos,
los más débiles, pronto morían. Mientras tanto el Tigre de la Oscuridad con sus fauces bien
abiertas se acercaba cada vez más a los atemorizados Tsáchilas. Sus pasos ya se escuchaban
muy cerca de las casas.
Viendo tanto desastre a los sabios ancianos se les ocurrió crear su propio sol. Los Chamanes se
reunieron y pensaron que esto se podía lograr convirtiendo a un joven Tsáchila en el poderoso
astro.
La ayahuasca estaba lista, la mesa con sus piedras y la tarima para el rito ceremonial, también.
El joven chamán, hijo de madre soltera, escogido para tan importante misión, estaba listo. Lo
habían cubierto con hermosas vestiduras de algodón y una imponente corona dorada, sobre sus
muñecas y tobillos relucían joyas de oro puro. Los demás chamanes continuaban cantando y
bebiendo la ayahuasca. El joven que fue convidado con la chicha ceremonial empezó a llorar
lágrimas luminosas; su rostro fue cubriéndose lentamente de una luz acuosa mientras se elevaba
hacia el camino del sol que era todo de plata. Allí una hermosa mula construida hasta sus riendas
y montura animal empezó a ascender hasta que lo perdieron de vista
Al día siguiente, al despertar todos esperaban la ansiada luz, pero lo que vieron fue un día
nublado, con algo de claridad, pero aún sin sol. Así pasaron tres días tristes y sombríos. Al
cuarto día su sorpresa fue total, apenas si podían abrir los ojos, una luz incandescente los
quemaba y era casi imposible de aguantar. Ahí estaba el sol de nuevo, reinando en lo más alto,
alcanzando con sus rayos a cada uno de los Tsáchilas. Hermoso en todo su esplendor, ahí estaba
de nuevo, pero no lograban soportarlo. Recordaron entonces, los ancianos, que el joven que se
convirtió en sol tenía dos ojos y que seguramente estaba alumbrando con los dos. Sería
necesario que alumbrara sólo con uno. Así que lanzando una gran piedra hacia el cielo lograron
su objetivo y pudieron por fin volver a disfrutar de las bondades del rey sol que ahora anda con
un solo ojo.
Dicen que en el cielo están colocados doce trampas para atrapar perdices y que, en la última,
en la duodécima, en la que los chamanes llaman la Curva del Sol, está sentado el Tigre de la
Oscuridad con sus enormes fauces abiertas, esperando comerse al joven tsáchila si éste al pasar
no le entrega sus perdices. Por eso el sol pasa rápido por ahí, lanza las perdices y sigue su
camino. Pero cuentan que a veces el sol pasa por la primera trampa y no encuentran nada, llega
a la segunda y tercera y en esas tampoco ha caído una perdiz. Cuando llega a la cuarta, quinta
o sexta y no encuentran nada empieza a preocuparse. Le queda sólo la mitad de camino para
encontrar perdices y si no el Tigre de la Oscuridad se lo tragará sin compasión dejando otra vez
al mundo en tinieblas. Recorre la séptima, octava y novena y tampoco encuentra las presas que
necesita. Pasa por la diez y la once y nada. Sólo queda una trampa por revisar, la que es su
última esperanza y entonces angustiado el nuevo sol tsáchila empieza a llorar.

Entre los Tsáchilas cuando llovizna cerca de las doce, se dice que el sol está llorando y que
seguramente no ha encontrado perdices en las trampas y que teme morir entre los colmillos del
Tigre de la Oscuridad. Dicen que hasta ahora el sol siempre ha logrado encontrar una perdiz,
aunque sea en la última trampa, justo antes de empezar a descender para que poco a poco la
luna pueda salir y después iniciar su recorrido otra vez.

1° ¿Quién se comió al sol, dejando al mundo en tinieblas?


2° ¿Quién se convirtió en el nuevo sol?
3° ¿Por qué luego de que el sol volviera a aparecer, los Tsáchilas no soportaban su abundante
luz?
4° ¿Qué dicen los Tsáchilas cuando llovizna cerca de las doce?

El Yavirak
Por: Edgar Allan Garcia

Libro: Leyendas del Ecuador

Editorial: Alfaguar

Por si no lo sabes, el Panecillo se llama así porque a los primeros españoles les pareció que
aquel cerro tan redondo y armonioso, que se levantaba en el corazón de Quito, era igual que un
pan, un panecillo de miga blanca y apretada, de esos que los panaderos de Sevilla o Andalucía
horneaban para luego inundar las calles con su olor irresistible.

Muertos de nostalgia, los españoles bautizaron el pequeño cerro como El Panecillo, en una
tierra en que no se conocía el pan que ellos añoraban, —pues aún no había trigo— sino que
rebosaba de humeantes llapingachos, tortillas de quinua, humitas de sal y de dulce, yuca asada,
bizcochos de maqueño, empanadas de morocho, chigüiles de maíz, tortas de choclo, tamales
rellenos con mote y chicharrón de llamingo tierno, todos chisporroteando en la viscosa
mapahuira y bañados luego en un jugoso ají que mmmm, no, ¡no!, páreme la mano, no tiene
sentido continuar con tantas y tantas delicias que como te imaginarás, enloquecieron de gusto
a los recién llegados, aunque ellos —como ya te dije— seguían extrañando esos panecillos
calientes, acompañados de vino tinto, que años más tarde el gran Velásquez se encargaría de
pintar en un lienzo donde un niño parte, desde hace siglos, un sabroso pedazo de pan. Debes
saber también que antes de que llegaran los españoles, este sitio era conocido como el Yavirac,
y ahí, sobre su cima, los indios anteriores a los incas, y más tarde los incas que invadieron estas
tierras, festejaban el Inti Raymi, la gran fiesta del Sol. Así, el 21 de junio de cada año, los indios
de distintas regiones se reunían en el Yavirac para cantar y bailar y beber y alabar, en una ronda
de alegría, al altísimo señor del cielo que moría cada tarde y renacía cada mañana, al generoso
Inti de la vida y el calor, al padre de la siembra y de la cosecha que año tras año daba a luz
Pacha Mama, la Madre Tierra.

Pues bien, cuenta la leyenda que Atahualpa (en realidad se llamaba Atabalipa) había mandado
construir en la cima del Yavirac un templo de oro puro. Debes saber que a los incas les gustaba
mucho el oro por una sola razón: éste era el metal que más se parecía a los rayos de luz que
brotaban del Sol. Para los españoles en cambio, aquel metal significaba conquista, gloria,
fortuna, tierras, nobleza, poder sin límites. Por eso, luego de que los españoles mataron al Inca
Atahualpa (que en ese entonces tenía 33 años), marcharon a toda prisa hacia Quito con ansias
de repartirse el Templo de Oro que estaba en la cima del Yavirac.

Imagínate, por un momento, imagínate los rostros de decepción que tenían los españoles que
sudorosos y cansados subieron a la cima del Yavirac y se encontraron con que no había ni una
sola pepita de oro sobre la tierra seca: el Templo del Sol había desaparecido como por arte de
magia. Pero lo que no sabían —ni supieron nunca— era que dentro del Yavirac, en el corazón
del cerro, entrando por caminos secretos llenos de arañas ponzoñosas y alacranes gigantescos
y desfiladeros llenos de trampas mortales, se encuentra el Templo del Sol, cuidado por cientos
de doncellas hermosas que no envejecen nunca y por una anciana sabía que —según he
escuchado— es la mismísima madre de Atahualpa.

Te cuento otro secreto: si alguna vez logras encontrar la entrada, y luego de salvarte de los
peligros que te esperan, llegas por fin a la morada de la anciana, tienes que pensar muy bien en
lo que dices y haces. Si la anciana te pregunta —mirándote fijamente a los ojos— qué buscas
en esos recintos sagrados, tienes que decir que eres pobre, que has ido a dar ahí por accidente,
que sólo buscas la salida y que juras nunca revelar la entrada secreta a aquel templo. La anciana
entonces se levantará de su trono de oro macizo; te hará escoger entre una enorme piedra de
oro, más un puñado de perlas, rubíes y esmeraldas que están sobre una mesa, y una tortilla de
maíz, una mazorca de choclo tierno y un pocillo con mote jugoso que están sobre otra mesa.
Piénsalo bien, pues si escoges la primera mesa, es probable que al salir te encuentres con que
en vez de riquezas sólo llevas un pedazo de ladrillo y unas cuantas piedras comunes en las
manos. Y es probable también que, si escoges los alimentos que se encuentran sobe la segunda
mesa, la tortilla se convierta de pronto en un enorme pedazo de oro sólido, el choclo tierno en
numerosas pepitas de plata y el pocillo con mote en gran cantidad de perlas brillantes. Escoge
bien, porque es probable que suceda también al revés, y que una vez afuera ya no haya forma
de volver atrás.

Yo no te contaré nunca, así insistas, por qué tengo un cerro de dinero que se me sale por los
bolsillos ni por qué vivo en esa mansión de estilo antiguo que se levanta a un lado de la cima
del hermoso Yavirac; sólo te diré que gracias a que la vida ha sido tan generosa conmigo, desde
hace años suelo ayudar a manos llenas a aquellos que más lo necesitan. Ah, y como sé que te
estarás imaginando que todo lo que ahora tengo se lo debo a la anciana del Templo del Sol,
déjame decirte algo, y que te quede muy, pero muy claro, de ahora en adelante: es probable que
sí y es probable que no. ¿Entendido? Y ahora, por favor, déjame para que pueda comer una
comida que antes no me gustaba pero que ahora me encanta: mi tortilla de maíz, mote y choclos
tiernos… a menos, claro está, que también tengas hambre y quieras saborear un poco de estas
delicias conmigo.

1° ¿Por qué se le llama el Panecillo?


2° ¿Cómo se conocía al Panecillo antes de la llegado de los españoles?
3° ¿Por qué a los incas les gustaba mucho el oro?
4° ¿Qué creían los españoles que había en la cima del Yavirac? ¿Lo encontraron?
5° ¿Quién es la anciana del templo del Sol?

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