Sie sind auf Seite 1von 2

“La caída del imperio del mal” de

Aleksandr Zinóviev
COMENTARIOS

Francisco Fernández Buey en su prólogo a La caída del imperio del mal de Aleksandr
Zinóviev, editado por Bellaterra en 1999 (trad. de Juan Vivanco), nos recuerda los datos
esenciales de la biografía de este filósofo y novelista ruso. Nacido en 1922 en una familia
obrera de la región de Kostromá, estudia Filosofía en Moscú, doctorándose en 1951 tras
combatir en la Gran Guerra Patria. Después de la muerte de Stalin ingresa en el PCUS,
pero al ver fracasar su intento de luchar desde dentro del sistema contra las secuelas
del estalinismo se convierte en un disidente, mientras su campo de investigación se
centra en la lógica y la metodología de la Ciencia. En 1977 se establece en Alemania y
sólo regresará a Rusia en 1999. Aleksandr Zinóviev falleció en Moscú en 2006.
En Cumbres abismales (1976), su primera gran obra narrativa, Zinóviev impugna con
ironía y sarcasmo la era del estalinismo y el brezhnevismo, y el mismo tono continúa en
sus escritos posteriores hasta que la Perestroika y la subsiguiente desaparición de la
URSS lo llevan a girar el punto de mira de su ojo crítico hacia la otra dirección, la de un
capitalismo que se impone desencadenando una tragedia humana de proporciones
colosales.
La caída del imperio del mal corresponde a este segundo período y comienza analizando
el peculiar régimen nacido en Rusia en 1917, al que tanto sus partidarios como sus
detractores coinciden en llamar “comunismo”, pero que dista claramente de merecer
tal nombre por su autoritarismo y la pervivencia en él de desigualdades. El colapso del
régimen feudal-imperial y capitalista con la revolución de Octubre dio lugar a un estado
que reproducía llevadas a su extremo las relaciones sociales de dependencia existentes
hasta entonces, y caracterizado por un poder centralizado y jerárquico, apoyado en
adoctrinamiento y manipulación ideológica generalizadas. Era un sistema represivo,
pero que acertaba a cubrir las necesidades fundamentales de los ciudadanos.
Zinóviev nos describe la sociedad soviética y el papel dinamizador del PCUS, compatible
con su estructura vertical de poder, así como la transición hacia 1956 de un régimen
personalista (estalinismo) a otro en el que es el propio partido el que asume el control
del estado (brezhnevismo). Es a partir de 1985 cuando el final de este sistema propicia
un regreso del autoritarismo más severo con modos mafiosos. La experiencia
demuestra que estos pueden vestirse de “multipartidismo” y “elecciones libres”.
La destrucción de la URSS fue desde sus mismos orígenes un objetivo esencial para
Occidente, y Zinóviev repasa los ataques, que culminan en la presión militar y la
propaganda ideológica de la guerra fría. Esta última fue tan portentosamente eficaz
como para provocar el colapso de la segunda superpotencia mundial en un tiempo
récord, lo que evidencia la infinita superioridad del control ideológico de Occidente
sobre el que existía en la URSS. Seducidos por una imagen edulcorada del capitalismo,
los rusos entregaron su destino, sin apenas resistencia, a las mafias aliadas a sectores
de las clases dirigentes que se apoderaron del país. Al mismo tiempo, la vieja y
envilecida “moral comunista” saltaba por los aires, sobreviviendo sólo el inmoralismo
más abyecto.
Ante este panorama, Zinóviev toma partido abiertamente por el fenecido “imperio del
mal” (en expresión de Ronald Reagan), un organismo defectuoso, pero que funcionaba
aceptablemente. Los problemas de la sociedad soviética eran notorios, pero sólo con la
llegada al poder de Gorbachov en 1985 se desencadenó la crisis fatal. Sin ahorrar
calificativos, Zinóviev nos presenta a este como el traidor que entregó Rusia a sus
enemigos al emprender un programa de reformas que sólo lograron la paralización del
país. En agosto de 1991, un intento de corregir la deriva catastrófica por parte de un
grupo de altos cargos de la URSS fracasó por su blandura e indecisión, mientras el
pueblo, sumido en un estado de confusión total era incapaz de ver sus verdaderos
intereses. El paso siguiente fue la pugna entre Gorbachov y Yeltsin, que con el triunfo
de este último llevó al fin de la Unión Soviética.
Todo se explica por el carácter ideológico de Occidente, un totalitarismo monetario con
ropajes democráticos. La privatización de la economía rusa trajo consigo el
enriquecimiento de una minoría mafiosa y la pauperización de grandes masas de
población, y supuso un primer paso hacia la instauración en el país de una “democracia
colonial” al servicio del capitalismo globalizado. El proceso es definido por Zinóviev
como una “contrarrevolución criminal” en dos fases: traición política e ideológica
(Gorbachov) y saqueo disfrazado de privatizaciones (Yeltsin). Fechado a comienzos de
1994, el libro termina con una crónica desesperada de los sucesos de octubre de 1993,
cuando tras la orden de disolución del Soviet Supremo, los últimos resistentes fueron
masacrados en las calles de Moscú.
La narración de lo ocurrido en Rusia entre 1985 y 1993 nos deja ver una demolición
cuidadosamente controlada por Occidente de su enemigo histórico. Ese es el fondo del
asunto, mientras unas marionetas gesticulan ante nosotros y un pueblo engañado es
entregado inerme a sus verdugos. Zinóviev ve todo esto con angustia sin comprender
que tanta traición y tanto crimen puedan ser posibles. Su opción es la identificación con
el régimen destruido, pero mucho me temo que esa es una vía que no conduce a nada.
Si la criatura enferma fue asesinada sin contemplaciones, lo mejor sería diagnosticar
qué la hizo tan vulnerable, y ahí es donde sus primeras obras narrativas pueden sernos
muy útiles.
Una cáustica síntesis del espíritu del libro podría ser la frase famosa que circulaba por
las calles de Moscú en los años 90: “De todas las mentiras que nos contaron los
comunistas había una que era verdad: el capitalismo es peor”.

Das könnte Ihnen auch gefallen