Sie sind auf Seite 1von 18

ESTUDIOS

GUERRA Y POLITICA
EN LA SOCIEDAD COLOMBIANA*

Gonzalo Sánchez Gómez**

I. PRESENTACION sino que indagan confundidos sobre las raíces


de su división.

Guerra y política, orden y violencia, violencia y Sabemos desde Clausewitz de las relaciones
democracia, y en el límite, vida y muerte, son orgánicas entre la guerra y la política: “ La
algunas de las múltiples oposiciones y comple- guerra no es sino una parte de las relaciones
mentariedades a partir de las cuales se hace políticas” ... “ la política es la matriz dentro de
descifrable la historia colombiana. la cual se desarrolla la guerra” (1). Acaso
desde esta perspectiva lo que le añade comple­
A decir verdad, si hay algo que obsesiona en el jidad y fuerza ilustrativa al caso colombiano es
devenir histórico y en la cotidianidad de este la diversidad de combinaciones de dicha rela­
país es la no resolución de los contrarios, su ción en los distintos contextos históricos: a
terca coexistencia, como si formaran parte de veces, como en las guerras civiles del siglo
una cierta disposición natural de las cosas. Sólo XIX, guerra y política entran en relaciones de
de manera coyuntural, en momentos de aguda continuidad y complementariedad; otras, como
crisis, polaridades como ésta de guerra y políti­ en la guerra civil no declarada de la Violencia
ca que nos proponemos estudiar aquí, se sien­ de los años cincuentas, la guerra se despliega
ten socialmente y se perciben intelectualmente como una estrategia de exclusión, de supresión
como relaciones problemáticas. Hoy nos de lo político; en una tercera fase, la de la
encontramos precisamente en uno de esos guerra de guerrillas, que se inicia a partir del
momentos. El tema, el vocabulario, el miedo Frente Nacional, las armas se convierten en
a la guerra, se han apoderado de los colom­ sucedáneo de la política y finalmente, en el
bianos. Ya no se habla siquiera de Violencia, momento actual los términos de la confronta­
sino de la guerra. De la guerra de los narcos, ción están caracterizados por una fragmenta­
de la guerra sucia, de la guerra de las guerri­ ción extrema tanto de la guerra como de lo
llas, de la guerra del presidente. El término no político. Para citar otra vez a Clausewitz,
es, por supuesto, unívoco pero es indicativo. “ cada época tiene sus propias formas de
Políticos y académicos ya no se interrogan con­ guerra” (2), a lo cual haría eco Cari Schmitt
fiados sobre las bases de la unidad de la nación afirmando que el campo de la político se modi­
fica sin cesar según las correlaciones de fuer­
za (3).
* En la elaboración de este ensayo me he beneficiado amplia­
mente y espero que no más allá de lo permisible, de las ideas
expuestas por Daniel Pécaut en su seminario sobre “ Démo­ 1. Cari von Clausewitz, De la Guerre, París, Editions de
cratie, Crises et Violence” , en la Escuela de Altos Estudios Minuit, 1955, pp. 703 y 727.
en Ciencias Sociales de Paris. 2. Op. dt., p. 689.
** Historiador, investigador del Instituto de Estudios Políticos 3. Cari Schmitt, La notion de Politique-Theorie du Partísan,
y Relaciones Internacionales. Paris, Calman-Lévy, 1972, p. 183.

7
GUERRA Y POLITICA EN LA SOCIEDAD COLOMBIANA. G. SANCHEZ 13

más innovadoras. Adicionalmente, y notable­ El desenlace de estas primeras décadas de


mente en períodos de movilización electoral, construcción democrática es bien conocido: el 9
los campesinos empezaban a entrar en nuevas de abril de 1948 se produce un acontecimiento
dinámicas de interacción social a través de la al mismo tiempo anunciado e imprevisto: es
plaza pública, que emulaba ahora con el pùlpi­ asesinado Gaitán, el personero de todos estos
to como espacio de pedagogía (y de confronta­ nuevos procesos. Impropiamente denominado
ción) política. Para muchos campesinos, es el “ Bogotazo” , el levantamiento popular
preciso recordarlo, la plaza pública era el único generalizado pero informe que siguió al asesi­
escenario en.el cual podían oir de asuntos que nato mostró, al menos por un momento, que la
trascendieran los horizontes de su vereda y su eliminación del líder no ponía término a la
localidad, era su único punto de contacto con la efervescencia social sino que por el contrario la
“ gente ilustrada” , con los “ doctores” de la potenciaba. Pero a la postre reveló también
ciudad. Fue precisamente Gaitán quien llevó a verdades más profundas y más decepcionan­
su límite las potencialidades y los riesgos de la tes: la identificación personal de todos estos
plaza pública con un abanico de recursos ges- procesos con Gaitán es tal que, una vez aplas­
tuales que oscilaban entre el grito y el silencio. tada la rebelión subsiguiente al asesinato, la
política daba la impresión de regresar a sus
Lo que hizo excepcional a Gaitán con respecto a cauces decimonónicos y deshacerse de todo lo
las demás grandes figuras políticas latino­ social, tan arduamente construido en la prime­
americanas de su tiempo fue la convergencia ra mitad del siglo.
en él de tres parejas de oposiciones, claramen­
te destacadas por Daniel Pécaut (16), a saber: Nos hallábamos, pues, en plena Violencia y de
la del antagonismo poh'tico entre el pueblo y la repente se perdía incluso la noción del orden
oligarquía, que hace de Gaitán un líder popu­ causal de las cosas, puesto que el asesinato de
lista; la de las contradicciones de clase que al Gaitán que podía considerarse como momento
oponer clases dominantes y clases subalternas inaugural de la Violencia era también el
erige a Gaitán en un líder social; y la del momento culminante de una primera oleada de
enfrentamiento partidista, inscrita en la con­ Violencia que se había iniciado dos o tres años
tienda liberal-conservadora que hace de Gaitán atrás.
un h'der político (tradicional). El gaitanismo
era, pues, el punto de intersección, o si se pre­
fiere, el punto de equilibrio entre estos tres IV. LA VIOLENCIA Y LA SUPRESION
tipos de oposiciones. No sin razón se ha dicho DE LO POLITICO
que el poder de Gaitán residía justamente en la
capacidad de amenazar con la ruptura de cada La Violencia del período “ clásico” (1945-65),
una de ellas y del conjunto. Gaitán se proyecta, representada por los artistas de la época como
entonces, como dueño del derrumbe del esta­ un monstruo de mil cabezas, es muchas cosas a
blecimiento y también de su conservación ( 17). la vez: es guerra entre las clases dominantes y
en cuanto tal versión tardía de las guerras civi­
Así las cosas, y desde la óptica del triángulo les decimonónicas, pero es también guerra
Hacienda-Iglesia-Partidos, al cual habría que entre las clases dominantes y el movimiento
agregar seguramente a estas alturas la fábrica, popular, e incluso, hay ciertos períodos y regio­
tanto el cambio social, como el quiebre de vie­ nes en los cuales parece estar dominada por
jas jerarquías y la irrupción de nuevos univer­ expresiones residuales próximas al vandalismo
sos simbólico-culturales, eran interpretados no y al banditismo, cuyos blancos y víctimas difí­
sólo como amenazantes sino incluso como cilmente se pueden adscribir a unos sectores
precursores de una era de apocalipsis para sociales o partidistas con exclusión de otros.
Colombia. La incertidumbre parecía convertir­ Vamos a proponer entonces una síntesis a la
se en fatalidad y ello ya resultaba inaceptable. vez descriptiva e interpretativa que nos permi­
ta caracterizar el período. Lo haremos a partir
del seguimiento de tres componentes que
16. Daniel Pécaut, L’Ordre et la Violence, Paris, EHESS, 1986.
consideramos básicos, a saber: el terror, la
17. Herbert Braun, Mataron a Gaitán, Bogotá, Universidad resistencia y la resultante conmoción sociaL
Nacional de Colombia, 1987. Los vamos a representar como tres cortes
14 ANALISIS POLITICO No. 11 - SEPTIEMBRE A DICIEMBRE DE 1990

sucesivos de la trama histórica (a semejanza de ción de lo social. Se la considera simplemente


lo que hizo Braudel en su estudio del Medi­ como un obstáculo a la constitución de sujetos
terráneo) y los vamos a ordenar en una secuen­ sociales y de actores políticos autónomos. Aquí
cia que va gradualmente de lo más visible a lo radica la ambivalencia originaria de lo político
menos visible o invisible. en Colombia. Muy lejos, por ejemplo, de la
Francia republicana, estudiada por Maurice
Agulhon, en donde las pasiones políticas no
A. La Violencia como terror concentrado sólo tenían color, sino que inequívocamente
rojo era obrero y blanco era patrón (19). Se
Ningún estudio serio puede olvidar u omitir entenderá entonces por qué podemos plantear
una reflexión sobre esta dimensión de la Vio­ que en Colombia, por el contrario —y de
lencia que por algo fue la que dejó el más dura­ manera paradójica— cuanto más se acentúa el
dero impacto en la memoria colectiva y en el contenido partidista de las oposiciones tanto
subconsciente de los colombianos. Esta dimen­ más se despoja a éstas de su potencial político.
sión de la Violencia es la asociada primordial­ Llevando a su límite la paradoja habría que
mente al sectarismo, a la dimensión político- concluir que la politización partidista (liberal-
partidista de la Violencia que parecería consti­ conservadora) es una politización despolitiza-
tuirse al margen de lo social pero que en reali­ dora. Pues bien, el terror de los años cincuen­
dad va más allá: ha invadido todo lo social y es tas no hace sino exacerbar ese sentido de la
la que, de hecho, impone su dinámica peculiar politización-despolitización. Esa politización a
al conjunto. La Violencia es de alguna manera la colombiana no crea actores sino adeptos.
terror concentrado.

Ahora bien, para que se aclare el alcance de Múltiples son los procesos que con posteriori­
nuestro enunciado según el cual la Violencia- dad al asesinato de Gaitán se inscriben en la
Terror es la supresión de lo político, es impe­ lógica de aniquilación de lo social y supresión
rioso recordar previamente el carácter último de lo político. Tres de ellos, por lo menos, son
de nuestros partidos históricos y de su enfren­ indescartables: el primero, es el desmantela-
miento, “ a sangre y fuego” , de la rebelión de
tamiento. Se trata, en efecto, de partidos que
responden ante todo a la dinámica de las soli­ abril que se había convertido en una verdadera
daridades comunitarias, es decir, que pertene­ pesadilla, tanto más inquietante cuanto que se
cen propiamente hablando al orden de lo arcai­ había traducido en probados actos de desborde
co y prepolítico y que —como lo han señalado de los cauces bipartidistas; el segundo, es el
Malcolm Deas y David Bushnell— llegaron a conjunto de dispositivos ideológicos legales y
las gentes y a las localidades antes que el Esta­ de coerción encaminados a desalentar o sofocar
do o el sentido de Nación (18). El mundo de los no sólo las organizaciones obreras más ajenas a
copartidarios es anterior al mundo de los ciuda­ la lógica patronal sino en general todo vestigio
danos. Al contrario también de la evolución de protesta cívica o social; y el tercero es, por
europea en donde la instauración de lo político supuesto, la generalización de la represión en
y la emergencia de los partidos son apreciadas la remota provincia, que adquiere visos de
como una cualificación de lo social, en Colom­ cruzada de exterminio contra el gaitanismo y
bia nos hallamos pues frente a una politización demás variantes de la izquierda política prime­
pre-social. Más aún, desde el punto de vista de ro, antes de extenderse a todo el Partido Libe­
ral luego.
cualquier discurso alternativo, la contamina­
ción político-partidista de estirpe liberal-
conservadora, es inevitablemente asociada a la Desde esta dimensión de la Violencia el espa­
desagregación, desorganización, desarticulá­ cio conflictual es definido no en términos de
oposición, contradicción o antagonismo sino
de persecución y de diàspora, de huida en múl­
is . Malcolm Deas, "Algunos interrogantes sobre la relación tiples direcciones: del campo a la ciudad, del
guerras civiles y violencia", en Gonzalo Sánchez y Ricardo
Peñaranda (Eds.), Pasado y presente de la violencia en
Colombia, Bogotá, Cerec, 1986, pp. 41-46; David Bush­
nell, ‘‘Política y partidos en el siglo XIX” , en Ibid., pp. 19. Maurice Agulhon, La République au Village, Paris, Edi­
31-39. tions du Seuil, 1979, p. 134.
GUERRA Y POLITICA EN LA SOCIEDAD COLOMBIANA. G. SANCHEZ 15

poblado a la metrópoli, de la zona central del la muerte por encargo: los tenebrosos “ Pája­
país a las lejanas tierras de colonización, de ros” . Actúan éstos a sueldo de políticos,
Colombia a las naciones vecinas. Para subrayar terratenientes y comerciantes, o por cuenta
la relación de continuidad entre todas estas propia, pero en todo caso con la tolerancia o
formas de destierro interior y exterior se las complicidad de las autoridades y la impoten­
cobijaba con un término común: el exilio (20). cia de las víctimas desprotegidas. En el rela­
to ya clásico de Gustavo Alvarez Gardeazá-
En una sociedad en donde los contendores polí­ bal (21) todos los dirigentes políticos de una
ticos y sociales no pueden ser pensados en localidad, previa y públicamente notificados
términos de rivalidad sino de desviación de una de su muerte próxima por los secuaces de
verdad o creencia originaria —de ortodoxia y “ El Cóndor” , caen fatalmente acribillados
herejía, como en las guerras de religión— la uno a uno y en un orden también preestable­
regeneración social y política no puede lograr­ cido, sin que haya poder que se movilice
se a su turno, sino por medio de la proscripción para evitarlo.
o el aniquilamiento de quienes, según los pará­
metros histórico-culturales dominantes, se —Hay unos rituales del terror, una liturgia y
encuentran en el estado de trasgresión. A este una solemnización de la muerte, que impli­
tipo de representaciones de la sociedad se can un aprendizaje de las artes de hacer
aproximaba la Colombia de los años cincuen­ sufrir. No sólo se mata sino que el cómo se
tas. Desde el poder se urdían verdaderas estra­ mata obedece también a una lógica siniestra,
tegias de homogeneización dentro de las cuales a un cálculo del dolor y del terror. El despo­
la guerra y la política no podían pensarse jo, la mutilación y la profanación de los cuer­
simplemente en términos de victoria sobre el pos son una prolongación de la empresa de
enemigo sino de eliminación física del mismo. conquista, pillaje y devastación del territorio
La diferencia se había hecho incompatible con enemigo. Los cuerpos mutilados, desollados
el orden. o incinerados parecerían inscribirse en el
orden mental de la tierra arrasada. Hay un
No se trataba, en efecto, del terror como una despliegue ceremonial del suplicio, expresa­
práctica ocasional, sino precisamente de algo do a veces en actos de estudiada perversión
más estructurado, de una verdadera política, como el cercenamiento de la lengua (la
que incluía aspectos tan diferenciables como palabra del otro), la eventración de mujeres
los siguientes: embarazadas (eliminación de la posibilidad
de reproducción física del otro), la cruci­
fixión, la castración y muchos otros, dirigi­
—Hay una estrategia y una programación del dos no sólo a la eliminación de los 200.000
terror cuyo objetivo se encuentra sintetizado muertos o más del período, sino, adicional­
en una patética frase, repetida sin descanso mente, a dejar una marca indeleble en los
por el líder político Laureano Gómez antes millones de colombianos que quedaban.
de acceder a la Presidencia: “ hay un millón También importa entonces saber cómo se
ochocientas mil cédulas falsas” . La frase transmite el mensaje de intimidación y cómo
equivalía a despojar de la ciudadanía al se disponen los elementos del mensaje,
partido mayoritario del país. cómo se construye el escenario del terror si
los muertos se dejan amontonados o esparci­
—Hay unos agentes del terror, a menudo poli­ dos en toda una vereda, por ejemplo. A ve­
cías, patrullas del ejército o fuerzas combi­ ces el mensaje es eficaz porque choca a pri­
nadas que se dedican a asolar pueblos iner­ mera vista; otras logra su eficacia precisa­
mes. mente en la medida en que resulte indesci­
frable. El escenario del terror debe ser, por
—Hay unas organizaciones del terror, consti­ otra parte, visible. Por eso hay ciertas prefe-
tuidas por bandas de fanáticos que ejecutan

21. Gustavo Alvarez Gardeazábal, Cóndores no entierran todos


20. Carecemos todavía de un análisis del vocabulario de la vio- los dias, Guayaquil, Ecuador, Editorial Ariel Universal,
lenda. 1974.
16 ANALISIS POLITICO No. 11 - SEPTIEMBRE A DICIEMBRE DE 1990

rencias espaciales: el cruce de caminos, el rastros de superstición podían encontrarse en


paso de los ríos, los montículos reconocidos la otra orilla del conflicto, en los grupos guerri­
en la región o el vecindario. El dolor en estas lleros.
circunstancias no puede ser íntimo, tiene
que ser aleccionador (22). No hay que olvidar tampoco que en el tras-
fondo de este panorama hay banderas partidis­
—Hay unos instrum entos del terror. No impac­ tas, que se trata de un enfrentamiento entre
tan de igual manera los muertos a bala que dos facciones políticas no muy nítidamente
los que lo han sido a machete, ahorcados o a diferenciadas en su reclutamiento, que se
garrote. El arma de fuego puede resultar necesitan mutuamente, que se saben solidarias
demasiado expedita si lo que se busca es la del mismo orden social, pero que, sin embar­
dosificación del dolor. Los agentes o estrate­ go, arrastran “ odios heredados” y sus diferen­
gas de la muerte prefieren entonces el cias reales se encuentran por tanto en un pasa­
machete, el cuchillo o el garrote. Sumado, y do casi mítico, difícil de precisar. En tales con­
no en sustitución de cualquiera de los ante­ diciones la Violencia tiende a revivir el dram a
riores mecanismos, el incendio, de reiterada de la tradición bíblica y greco-romana de los
ocurrencia, constituía la máxima expresión herm anos enem igos (Caín-Abel; Esaú-Jacob;
de teatralidad del terror. Rómulo-Remo). De hecho, en una literatura
muy amplia y en la retórica política la Violencia
—Hay, finalmente, una cronología del terror, fue caracterizada durante buen tiempo como
dependiente en parte de los instrumentos una guerra fratricida, y en consecuencia, pos­
utilizados y en parte de una calculada mani­ teriormente, el Frente Nacional (acuerdo bi­
pulación de la aceleración o retardo del partidista que pone formalmente término a una
tiempo de ejecución o, puesto en otros térmi­ primera etapa de la Violencia) será enaltecido
nos, de la relación entre unidad de tiempo y como una reconciliación entre hermanos, entre
unidad de dolor. No tiene igual impacto el miembros de la gran familia colombiana, a la
asesinato escalonado de 40 personas que una sombra de la Santa Madre Iglesia.
masacre del mismo número de víctimas en
una sola operación fulminante y paralizante. Mirada a través del prisma del terror, la Vio­
lencia nos ha dejado una literatura defensiva y
derrotista, tanto que, en contraposición al mito
de la Revolución Mexicana, se la ha definido
Se trata, en suma, de un primer escenario
como una gran vergüenza nacional que, por lo
portador de una variadísima simbología cultu­
demás, no tuvo “ ni caudillos, ni batallas, ni
ral, es decir, de un conjunto de prácticas signi­
ideales, ni gloria” (23). Pero, dado su carácter
ficativas que sugieren representaciones muy
desestructurador de lo social y lo político, tal
complejas no sólo de la política, sino también
vez sería mejor definirla —tomándole un
del cuerpo, de la muerte, del más allá. Recor­
término prestado a Michel Wieviorka— como
demos que todo esto sucede en el país que por
un antimovimiento social (24).
entonces se reclamaba como el más católico del
mundo, así se tratara en buena medida de un
catolicismo fanático, de escapularios, amuletos
y tatuajes. La cruzada no era, por lo tanto, B. LA VIOLENCIA COMO
incompatible con la salvación eterna. En algu­ RESISTENCIA ARMADA
nas regiones el discurso eclesiástico legitimaba
cuando no instigaba a ciertas bandas de asesi­ En verdad, el terror es sufrido pasivamente en
nos, que por lo demás no encontraban disonan­ muchas zonas, como un cataclismo, como una
te hacer pública profesión de fe católica o dejar fatalidad. Pero el terror no monopoliza toda la
signos de su religiosidad en los sitios de sus
fechorías. No sobra agregar que los mismos

23. Herbert Braun, Mataron a Gaitán, Bogotá, Universidad


Nacional de Colombia, 1987. p. 373.
22. Los antropólogos Carlos Uribe y María Victoria Uribe han 24. Michel Wieviorka. Sociétés et Terrorisme-, Paris, Fayard,
comenzado a incursionar con éxito en estas temáticas. 1988, pp. 17y ss.
GUERRA Y POLITICA EN LA SOCIEDAD COLOMBIANA. G. SANCHEZ 17

escena poKtica. En muchas zonas también se En un ambiente de terror aplastante, como el


organiza ]a resistencia. que hemos analizado en las páginas preceden­
tes, las gentes acosadas por la Violencia multi­
La resistencia es la formación más o menos forme necesitaban del mito de la época, el mito
espontánea y a veces más o menos politica­ guerrillero. En efecto, las zonas de guerrilla
mente dirigida de núcleos armados de defensa eran imaginadas o representadas como zonas
que van desde el nivel veredal hasta la confor­ de dominio de la libertad, independientemente
mación de verdaderos ejércitos campesinos de los conflictos reales, a veces también del
regionales (caso de la región de los Llanos en terror que pudiera campear en ellas. Una serie
los límites con Venezuela). La lucha democráti­ de símbolos cobran fuerza: el fusil, el machete,
ca, y en general la lucha política, que hasta la bandera, el caballo son ensalzados por
entonces había tenido como canal regular la doquier en panfletos, coplas y en la poesía
lucha electoral, se ve compelida a tomar el popular.
camino de las armas.
No es del caso hacer aquí una geografía social
de estas guerrillas, que frecuentemente se
Vista así, la resistencia viene a llenar un vado,
entrecruzan con otras formas más confusas y
el vacío dejado por el terror, que no sólo ha
subterráneas de acción armada. Pero no pode­
suprimido lo social sino también lo político mos dejar de mencionar los principales frentes
como espacio de intermediación entre el nivel
guerrilleros que, con sus jefes-símbolos, se
de expresión de lo social y el Estado. No se
multiplicaron tanto en zonas de evidente conti­
puede en consecuencia olvidar que en Colom­
nuidad de luchas agrarias, como en nuevas
bia las guerrillas de los años cincuentas surgen
zonas de colonización, dinamizadas por la
inicialmente como una forma de organización propia Violencia. Como zonas de tradición
forzada para confrontar el terror y no como par­
agraria e implantación guerrillera cabe desta­
te de un proyecto político-insurreccional para car, en primer lugar, el área del Sumapaz bajo
la toma del poder, del Estado o del gobierno.
el liderazgo indisputable de Juan de la Cruz
“ Las guerrillas las hizo la Violencia” , dirían
Varela, un migrante llegado a la región duran­
los campesinos del sur del Tolima, y cualquier
te los agitados años veintes, admirador de Gai-
liberal de la época podría hacerles coro. Por
tán, captado en los tiempos difíciles de los años
eso, a diferencia de las guerras que se declaran
cincuentas por el Partido Comunista; en segun­
formal y solemnemente, que tienen ritos inau­
do lugar, el sur del Tolima, cuna de la guerrilla
gurales, la Violencia no tiene un comienzo
colombiana actual, en donde las guerrillas libe­
claramente identificable. Cuando se toma con­
rales de Mariachi y las comunistas de Isauro
ciencia de ella, ya está instalada en todos los Yosa al tiempo que le huían a las fuerzas
contornos de la sociedad.
gubernamentales competían entre sí por las
mismas bases campesinas. Como ejemplos del
Los focos de resistencia en su versión más segundo tipo de zonas, de las de colonización y
articulada de guerrillas cumplían una gran refugio, recordemos primero las guerrillas que
variedad de funciones. Para decirlo muy breve­ conducía Rafael Rangel en las vertientes de los
mente, actuaban a veces como sustituto de ríos Carare-Opón y Magdalena Medio, en el
movimientos sociales previamente destruidos departamento de Santander, provincia de una
(sindicatos agrarios, ligas campesinas, organi­ inestabilidad política secular en donde las fron­
zaciones indígenas); a menudo, como porta­ teras entre guerras civiles y Violencia son par­
voces de ciertas identidades partidistas (libera­ ticularmente borrosas: escenario principal en
les, comunistas) y otras simplemente como la Guerra de los Mil Días (1899-1902); virtual
intérpretes de algunas comunidades y necesi­ guerra civil regional entre 1930-34, al iniciarse
dades locales o regionales, más allá de cual­ la transición de la Hegemonía Conservadora a
quier identidad de clase o partido, por ejemplo, la República Liberal; y, despunte temprano de
en torno a demandas de crédito, vías, control al la Violencia hacia 1944-45. Por último, last but
despotismo de determinadas autoridades. not least, la región de los Llanos Orientales,
Eran, en general, guerrillas establecidas sobre que es en realidad la de mayor fusión entre la
la base de homogeneidades políticas, organiza­ organización militar y la organización civil de la
ción partidista y controles territoriales. población, cuyo jefe Guadalupe Salcedo, el
18 A N A L IS IS P O L IT IC O No. 11 - S E P T IE M B R E A D IC IE M B R E D E 1990

más genuino símbolo de la guerrilla colombia­ nes de las relaciones entre guerrilla y bases
na de entonces, amnistiado inicialmente bajo el campesinas, sobre todo en zonas como el sur
gobierno militar de Rojas Pinilla, habría de del Tolima y Sumapaz, de presencia simultá­
caer asesinado luego en la transición al Frente nea de guerrillas liberales y comunistas. Estas
Nacional. Su asesinato será el fantasma de últimas divergencias incluían asuntos del
todo guerrillero amnistiado. siguiente tenor: reforma agraria o propiedad
individua] en las zonas bajo control guerrillero;
No sobra subrayarlo, se trataba de guerrillas trato que debía dársele al adversario, es decir,
esencialmente rurales, tanto por su composi­ respeto a su vida y bienes, o práctica de tierra
ción como por su teatro de operaciones, pero arrasada; importancia que debía dársele a cier­
contaban con apoyos urbanos no desdeñables. ta ética revolucionaria, en temas como el enri­
Una informal, a veces muy elemental pero efi­ quecimiento individual, las prebendas de los
caz red logística era la que les permitía pro­ jefes; participación de niños y mujeres en
veerse de municiones, armas, víveres, medica­ tareas militares o sólo en las logísticas, que lle­
mentos, dinero y, sobre todo, de la información vaba a la definición de actitudes frente a la
básica en torno a los planes y movimientos de unidad de la familia, etc. En suma, la plurali­
sus enemigos. dad allí no era índice de democracia sino sínto­
ma de anarquía.

Se las podía hallar indistintamente tanto allí Por otro lado, hay que subrayar que estas
donde la represión y la presencia traumática guerrillas están sujetas a los mismos proble­
del Estado era muy notoria (Tolima, Sumapaz), mas de constitución, conservación y reproduc­
como allí donde la presencia de este último no ción de cualquier guerrilla. Dentro de esta
era visible ni como autoridad, ni como adminis­ perspectiva, la incorporación a la guerrilla
trador o dispensador de servicios sociales bási­ tiene implicaciones como las que a título de
cos. No era sorprendente encontrarlas allí don­ simple ilustración enunciamos:
de el Estado no podía llegar fácilmente como
fuerza punitiva. Las de entonces eran guerri­
llas relativamente muy fijas, ancladas en sus —ruptura de lazos personales (familia, ami­
zonas (o con gran movilidad pero sólo dentro gos) contrarrestada frecuentemente con la
de sus zonas) y no migratorias, nomádicas, práctica de irse al monte familias enteras,
como las de hoy que en el curso de la década con su padre convertido en jefe guerrillero,
del 80, por ejemplo, pasaron sucesivamente como sucedió en el sur del Tolima con los
del Caquetá al Magdalena Medio, al Cauca, a Loaiza, que dieron su nombre a una de las
Urabá. columnas guerrilleras más activas de la re­
gión;
Tampoco puede dejarse de lado en estas refle­
xiones sobre la resistencia que, no obstante la —problemas en la adaptación, siempre peno­
aparente polarización, hay una enorme diversi­ sa, a la doble vida del clandestino, que tiene
dad en estas guerrillas y que por lo tanto a que combinar actividades rutinarias con las
veces no hay relación alguna entre ellas; a de militante;
veces entran en alianzas muy inestables; y, con
singular frecuencia, entran también en relacio­ —diseño de estrategias de sobrevivencia y,
nes francamente conflictivas. Las causas eran, ante todo la tarea de alimentar un ejército
por supuesto, muy heterogéneas: celos en las irregular, alternando operaciones de expro­
influencias regionales, es decir, reproducción piación, proyectos de producción y forma­
de los rasgos propios del gamonalismo en las ción de cadenas permanentes de suministro
toldas guerrilleras, que hacía que toda disen­ de víveres;
sión interna se tradujera en la conformación de
un nuevo grupo; criterios encontrados en el —ingreso a los circuitos de comercio de armas;
manejo de las relaciones entre la guerrilla y los
jefes políticos, entre los jefes guerrilleros y sus —políticas de reclutamiento de personal y de
súbditos o entre los jefes guerrilleros y los entrenamiento en la habilidad, en la fortale­
bienes de la guerrilla; divergentes concepcio­ za física y en todas las artes del tránsito de la
G U E R R A Y P O L IT IC A E N L A S O C IE D A D C O L O M B IA N A . G . S A N C H E Z 19

pasividad a una lucha continua con escasas o como etapa del movimiento guerrillero, como
nulas posibilidades de victoria en el horizon­ prehistoria de la lucha revolucionaria.
te;
Pero, vuelvo a insistir, no hay que hacerse
exageradas ilusiones sobre el nivel de articula­
—definición de jerarquías internas, reparto de ción o estructuración de los dispositivos de la
funciones y delimitación de zonas de control; resistencia. Por un lado, porque en última ins­
tancia cada localidad libraba su propio comba­
—acoplamiento a normas disciplinarias, objeti­ te, y por otro lado, porque aun en el caso de
vos colectivos y sentido de organización; que pudiera hablarse de un proceso global de
resistencia, ésta estaba inmersa constante­
mente en un entorno de violencia difusa o
—en suma, todo el problema de inventarse una
—para ponerlo en términos de Hobsbawm—
nueva vida que, dicho sea de paso, vuelve a
en formas de violencia prepolítica, como el
plantearse otra vez con todo su dramatismo
bandidaje y la simple criminalidad y delincuen­
cuando llega el día de dejar las armas. He
cia.
aquí un sinnúmero de elementos para una
sociología de la guerrilla.
Con estas limitaciones, se avanzaba a media­
dos de 1953 en la formulación de un proyecto
No creo trivializar los alcances de este proceso de coordinación guerrillera nacional, con vagas
al postular que es innegable que para muchos posibilidades de consolidación, pero con
niños y adolescentes colombianos entre 1949 y importantes efectos disuasivos en amplias
1965 (para poner un límite que hoy ya resulta capas de las élites dirigentes y en las propias
arbitrario), o sea para toda una generación, su filas del ejército. Por otro lado, cuando con el
espacio de socialización no fue la calle, el aplauso de todos los descontentos, tanto dentro
barrio, la familia o la escuela sino la guerrilla. del partido de gobierno como en la oposición,
Las FARC se precian de tener en su Estado las Fuerzas Armadas comandadas por el gene­
Mayor al más antiguo dirigente guerrillero del ral Rojas Pinilla asumen el gobierno, otros pro­
mundo, Manuel Marulanda Vélez “ Tirofijo” , cesos estaban en curso. En la dinámica interna
iniciado en las guerrillas liberales a comienzos de algunos de los movimientos guerrilleros
de los años cincuentas. Para muchos colombia­ regionales aparecieron, efectivamente, claros
nos, ser guerrillero se convirtió incluso en una signos de maduración de un proyecto democrá­
opción de vida, como para otros dicha opción tico de sociedad, que postulaba un nuevo régi­
podría ser cura, abogado o zapatero. Casi men de propiedad, reglamentaba la producción
podría decirse sin caer en la hipérbole que la de acuerdo con los recursos disponibles y las
guerrilla es no sólo una categoría política sino necesidades de la población, establecía siste­
también un lugar en la estratificación social. mas propios de organización de las finanzas,
Una rutinización de estas proporciones no deja creaba nuevas instancias de poder y de justicia
de tener onerosas consecuencias sobre la Co­ y redefinía las relaciones entre el pueblo y el
lombia de hoy. ejército guerrillero. Este viraje que apuntaba a
la construcción de un nuevo proyecto de Estado
fue el que se materializó en las famosas Leyes
Camilo Torres, idealizado como el cura guerri­ de las Guerrillas de los Llanos, columna verte­
llero y no como el dirigente de masas que bral de la resistencia. Este texto que sorprende
también fue, se interesó particularmente en por su coherencia, iba quizás más allá de lo
construir una visión positiva de la Violencia históricamente viable, sobre todo si se lo pone
como Resistencia, haciendo abstracción en en cualquier otro contexto distinto al de los
cierto modo del otro aspecto ya analizado, el de Llanos Orientales. Representa de algún modo
la lógica del terror. Fue, naturalmente, la per­ la utopía de la resistencia.
sistencia del movimiento guerrillero en las
décadas siguientes la que le abrió camino a una Uno estaría incluso tentado a compararlo, y
revalorización-idealización de la resistencia en formalmente con ventaja, a dos textos pilares
la literatura reciente. Esta prolongación del de la Revolución Mexicana, el “ Plan de San
conflicto armado hizo pensar luego la Violencia Luis de Potosí” de Madero y el “ Plan de
20 A N A L IS IS P O L IT IC O N o. 11 - S E P T IE M B R E A D IC IE M B R E D E 1990

Ayala” de Zapata, probablemente conocidos definitivamente algún día. Uno podría pregun­
por los inspiradores de las Leyes del Llano. tarse igualmente con razón si la mercantiliza-
Pero en tanto que los campesinos de Morelos ción de la política vía el narcotráfico, que le ha
iban más allá de la letra, el conjunto del movi­ dado nuevo impulso al clientelismo (y a veces
miento armado colombiano y los hechos mis­ visos empresariales) no ha tenido también
mos estaban muy a la zaga de una normativi- como contrapartida, vía el secuestro, una
dad revolucionaria. Además, quedaría esta bandolerización contagiosa de la llamada opo­
diferencia sustancial: en la Revolución Mexica­ sición armada en Colombia. Ninguna guerrilla
na, el terror estaba claramente demarcado de en el mundo ha practicado el secuestro en
la lucha revolucionaria, estaba políticamente dimensiones tan aberrantes como la colombia­
controlado; es más, el terror aparecía casi que na. Y este componente de la lucha armada, que
exclusivamente como la forma de actuar del merecería un análisis muy serio, no puede
poder (de los porfíristas, de los huertistas, etc.) escudarse en la también real lumpenización de
y no de la rebelión. La resistencia colombiana, sectores vinculados a los aparatos armados del
en cambio, no escapaba (o sólo muy marginal­ Estado.
mente) a la lógica del terror.

Pero volvamos por un instante a las guerrillas


Este pasado probablemente explique, por lo de los años cincuentas y precisemos, para
menos en parte, la doble trayectoria de la resis­ cerrar este aparte, que desde la perspectiva de
tencia de los años cincuentas: la resistencia y el conflicto armado posterior, el
Frente Nacional, lejos de reconciliar, desafia­
—Una línea evolutiva, que desemboca en ba. Desde todas las trincheras de la oposición
las guerrillas contemporáneas, cuyos cua­ se le denunciaba como un proyecto de unifica­
dros fundadores están marcados casi todos ción de las clases dominantes, como “ el parti­
por la herencia traumática de la Violencia. do único de la oligarquía” , según la expresión
Como se sabe, las FARC, creadas formal­ de Diego Montaña hace más de veinte años.
mente en 1965, lo fueron a partir de núcleos
de autodefensa, con raíces en los años cin­
cuentas. Las demás (EPL, ELN, e incluso
el M-19) surgieron por escisión de las FARC C. LA VIOLENCIA COMO CONMOCION
o del tronco común, el Partido Comunista SOCIAL SUBTERRANEA
(25).

Detrás del plano impactante del terror y del


—Una línea involutiva, que se ramifica en
menos visible de la resistencia, hay un proceso
diversas variantes de bandolerismo político,
de profundidad que afecta la propiedad, los
las cuales, además de su arraigo en las
espacios productivos y las relaciones sociales.
comunidades campesinas, como el arquetipo
La magnitud y las diversas direcciones en que
de Hobsbawm, están atravesadas interior­
ello se produjo fueron oscurecidas durante
mente por el bipartidismo y en permanente
muchos años tanto por el reduccionismo parti­
proceso de tensión y arreglos con las estruc­
dista, como por ciertas interpretaciones bipola­
turas locales de poder (26).
res del tipo feudalismo-capitalismo. Se acepta­
ba, es obvio, que como corolario de uno de los
Por supuesto que uno podría interrogarse hoy
procesos anteriormente analizados o por su
si realmente esas fronteras inestables entre las
combinación se habían producido no sólo enor­
guerrillas y el bandolerismo se clarificaron
mes pérdidas en vidas humanas, sino también
pérdidas incalculables en bienes, cosechas y
lucro cesante. Pero difícilmente se llegaba a
25. Para mayores detalles véase de Eduardo Pizarro Leon- visualizar, como ha sido posible comenzar a
gómez, “ Los orígenes del movimiento armado comunista hacerlo hoy en perspectiva, el reordenamiento
en Colombia” , en Análisis Político, No. 7, Bogotá, Univer­ en las relaciones sociales y en algunas regiones
sidad Nacional de Colombia, 1989, pp. 7-31.
26. G. Sánchez y Donny Meertens, Bandoleros, gamonales y el hundimiento de símbolos y poderes del viejo
campesinos, Bogotá, Ancora, 1983. orden. Se tendía a ver la Violencia como una
G U E R R A Y P O L IT IC A E N L A S O C IE D A D C O L O M B IA N A . G . S A N C H E Z 21

fuerza todopoderosa y no como un escenario de con lo que acontecía a sus inversiones y le


lucha en donde las victimas de hoy podian lanzaban al rostro del país aterrado las estadís­
recobrar la iniciativa política o social mañana. ticas de su prosperidad. Como habrían de repe­
Para ponerlo en términos de la argumentación tirlo con cinismo en la década de los ochentas:
general de este ensayo, el intento de supresión “ a la economía le va bien, aunque al país le va
de los adversarios sociales, que se habla pro­ mal” .
ducido desde la lógica del terror, se revela
ilusorio. Esos adversarios están comprometi­
dos en una guerra invisible. Sólo que no se En su pluralidad de trayectorias la Violencia
trata allí de un simple duelo entre siervos y rehúye, pues, a cualquier modelo preestableci­
señores. Es un escenario más complejo en el do. Es, en verdad, un proceso de procesos. Sin
que hay desplazamientos de ejes industriales; embargo, no por ello se puede renunciar a cier­
crecimiento inusitado de algunas ciudades tos principios de inteligibilidad. Los diferentes
intermedias, como Armenia en el Quindío, y sectores son afectados de desigual manera:
declinio o estancamiento de otras, como Líba­ hay que subrayarlo, por más trivial que parez­
no en el Tolima, y Sevilla en el Valle; rutiniza- ca. Enunciados del tipo: “la Violencia no impi­
ción de irregulares mecanismos de movilidad dió la expansión de la economía cafetera” , tie­
de la propiedad raíz, por doquier; alteración de nen poco sentido si no están acompañados de
los canales de comercialización, principal­ un esfuerzo de desagregación. Desde la pers­
mente de café y ganado; desordenadas y pectiva de los efectos diferenciales que veni­
abruptas migraciones internas; procesos de mos subrayando, no es lo mismo un simple
diversb orden que afectan la organización desplazamiento de inversiones de un terra­
interna de las haciendas, las correlaciones de teniente (que tiene recursos alternativos) que
fuerza entre terratenientes-autoridades locales el despojo absoluto al campesino, precedido
y bandas armadas, cualquiera fuera su deno­ frecuentemente de su eliminación física y la de
minación, etcétera. su familia.

Los efectos más álgidos en el plano social, cabe


En términos de grupos sociales, sus efectos
recordarlo, no fueron resueltos ni por la coloni­
tampoco son unívocos. Así, la Violencia puede
zación, dirigida por el Estado o espontánea, ni
significar un canal inesperado de ascenso para
por los planes de reconstrucción diseñados por
tenderos y comerciantes inescrupulosos; en el Frente Nacional (27).
zonas de guerrilla puede traducirse en contri­
buciones forzosas para los ganaderos, converti­
dos en aliados naturales del ejército y del Bajo esta óptica de los múltiples efectos socia­
gobierno; en zonas en donde no prospera la les encontrados, tal vez resulta más clara la
resistencia es campo abierto para el despojo a caracterización que hizo Hobsbawm hace más
millares de pequeños propietarios y a las de veinte años cuando estimó que la Violencia
comunidades indígenas, todavía más indefen­ era una especie de revolución frustrada. Por­
sas. De acuerdo con lo previsible, la Violencia que a decir verdad, mirando retrospectivamen­
favorece el ensanche de capitalistas agrarios te ese panorama descrito se siente como si en
que estaban bien ubicados antes de agudizarse un mismo movimiento todo hubiera sido remo­
el conflicto y se sirvieron de la misma Violencia vido, sin que nada hubiera cambiado.
para sostener y ampliar sus ventajas iniciales.
Contra todo lo esperado, y habitualmente más
difícil de aceptar, la Violencia contribuyó al
27. He explorado con mayor detalle estos temas en trabajos
derrumbe definitivo del poder hacendatario en anteriores a los cuales me permito remitir al lector. Véase,
zonas en donde la hacienda ya había sido debi­ G. Sánchez, “ Violencia, guerrillas y estructuras agrarias” ,
litada en luchas anteriores y en donde la Vio­ en Nueva Historia de Colombia, Bogotá, Editorial Planeta,
1989, Tomo 2, pp. 127-153.
lencia no había tomado por sorpresa a los —G. Sánchez, “ Rehabilitación y violencia bajo el Frente
campesinos (región del Tequendama y Suma- Nacional” , en Análisis Político, No. 4, mayo a agosto de
paz). Pero fueron tal vez los industriales los 1988, pp. 21-42.
—G. Sánchez, “ Tierra y violencia. El desarrollo desigual de
únicos que pudieron mostrar de manera consist­ las regiones” , en Análisis Político, No. 6, Bogotá, 1989,
iente mayor conformidad y hasta entusiasmo pp. 8-34.
22 A N A L IS IS P O L IT IC O N o. 11 • S E P T IE M B R E A D IC IE M B R E D E 1990

Ahora bien, recapitulando nuestras distintas rias del país. De los espacios y roles fijos de la
aproximaciones a la Violencia desde el punto hacienda se pasaría entonces a los espacios
de vista de su desenlace inmediato, se com­ móviles de la colonización. Las viejas Colum­
prende también mejor la triple dimensión del nas de Marcha —núcleos iniciales de lo que el
Frente Nacional: con respecto al Terror, pro­ sociólogo WiHiam Ramírez llamó la “coloniza­
yecto de Reconciliación; con respecto a la ción armada” — que habían sido huida, fuga
Resistencia, proyecto de Unificación de las del centro a la periferia, escape al control del
clases dominantes; y, con respecto a lo social, Estado, serían reemplazadas en los años
proyecto de Rehabilitación, reconstrucción y ochentas por una nueva modalidad de Marchas
reforma, o más ambiciosamente todavía, plan Campesinas cuya trayectoria iría, por el contra­
de modernización capitalista de la economía y rio, de la periferia hacia el centro. Más aún,
del Estado. estas últimas solían presentarse como deman­
da de intervención de un Estado ausente o
precariamente presente. No faltaría quien las
viera como un proyecto de conquista, de toma
V. EL LEGADO DE LA VIOLENCIA de ese poder percibido como causante de la
marginalidad social y política.
Si tratamos de recomponer el cuadro inicial -
mente dibujado, encontramos que al término Por otro lado, a pesar de su dispersión geográ­
de la Violencia los tres horizontes sociopolíticos fica, estas zonas parecen obedecer a ciertas
en torno a los cuales se había desenvuelto la fuerzas centrípetas. En efecto, hoy por hoy es
trama histórica nacional, a saber, la Hacienda, difícil explicar lo que acontece en una zona de
la Iglesia y los Partidos, se habían visto dife­ colonización sin hacer referencia al conjunto de
rentemente afectados, a veces incluso con ellas. Parecería haber incluso una cierta circu-
resultados ambivalentes. laridad intrazonal de procesos de muy corta
temporalidad. Hay entre ellas migración de
La Hacienda, en primer lugar, que hasta colonos, de fuerzas políticas y de conflictos.
entonces había tenido un papel protagónico en Como se señaló antes, en el curso de la última
la conformación de la economía, el poder y la década, aparte de la zona indígena del Cauca,
política, mostraba signos de cierto repliegue, fueron sucesivamente ejes del conflicto nacio­
como ya queda dicho. Muchos hacendados, nal las siguientes zonas de colonización: el
sobre todo cafeteros, habían sufrido golpes Magdalena Medio, el Caquetá, el Guaviare,
irreparables en sus propiedades y en su presti­ Urabá. Podría decirse que hay un notorio
gio social, aunque para ser exactos hay que carácter itinerante de la Violencia en el último
agregar que posteriormente fueron compensa­ decenio. Los nuevos escenarios de violencia se
dos económicamente por el Estado, a través nutren de un desarraigo no sólo físico-espacial
del Incora (Instituto Colombiano de Reforma sino cultural y social. En todo caso, las zonas
Agraria), reorientaron sus inversiones y reco­ de colonización pasaron de ser zonas de refu­
braron muy probablemente desde otras posi­ gio, como lo habían sido en los años cincuentas
ciones parte del poder político perdido. Sobre­ y sesentas, a ser focos de desestabilización y
vivieron, es cierto, algunas de las formas polí­ de enfrentamiento de guerrillas, narcos y para-
ticas ligadas al poder hacendatario, como el militares.
gamonalismo y el clientelismo. Y en un eviden­
te reacomodo de los equilibrios regionales, Hasta dónde pueda considerarse esta creciente
saltaron a la palestra con una voracidad fusión entre el movimiento colonizador y el
feudalizante los latifundios de otras regiones, movimiento armado como un repliegue táctico
como la Costa Atlántica, que se convirtió por lo de larga duración, y hasta dónde como una
demás en la cuna del formidable movimiento simple marginalización irreversible de los pro­
campesino de los años setentas. Pero hacia el yectos políticos armados, es un interrogante
futuro, el fenómeno sobresaliente con respecto respecto del cual toda respuesta puede resultar
a las nuevas modalidades de la Violencia fue prematura. Pero en todo caso la opción o el
que a lo largo del período del Frente Nacional destino colonizador significa un cambio
el eje de la confrontación armada se desplazó: inocultable en el paisaje político y cultural de la
se fue instalando en las nuevas fronteras agra­ guerrilla.
G U E R R A Y P O L IT IC A E N L A S O C IE D A D C O L O M B IA N A . G . S A N C H E Z 23

¿Y qué decir ahora de la Iglesia? Los efectos Por último, los Partidos. En contraste con las
sobre ésta tal vez sean más contundentes. transformaciones que por la vía traumática se
Habla facilitado la transición política, pero habían producido en otras esferas de la socie­
había perdido su fuerza punitiva tanto en la dad, los partidos tradicionales, al igual que la
esfera del mundo privado como en la de las Iglesia, se adaptaron y a través del Frente
costumbres sociales. Sin mayores dificultades Nacional realizaron una mutación aparente­
y después de un siglo de militancia conserva­ mente inaudita: de la competencia a muerte
dora, la jerarquía eclesiástica abrazó la causa (literalmente) pasaron al reparto programado y
del bipartidismo frentenacionalista, eliminan­ disciplinado del poder. Al hacerlo estaban sim­
do con ello uno de los más enconados factores plemente ratificando una tradición. Para
de perturbación en la unidad de las clases ponerlo en términos de Femando Guillén
dominantes. Consiguientemente a esta re­ Martínez, el Frente Nacional era un eslabón
orientación política, se tom ó abiertamente más del sistema estratégico de guerras y
refractaria a todo compromiso con lo social. El reconciliaciones sucesivas de los partidos tradi­
resultado visible no estaba en los cálculos de cionales. Ningún debilitamiento pues hasta
nadie: se abrió camino un proceso irreversible aquí en las solidaridades partidistas, a lo sumo
de secularización de la sociedad colombiana y modificación de sus formas. En efecto, un estu­
de quiebre de muchas de sus tradiciones mora­ dio reciente considera el Frente Nacional como
les. O sea que, con efectos paradójicos simila­ el punto de quiebre en la configuración del
res a los de otras movilizaciones de tinte clientelismo como forma dominante del ejerci­
político-religioso, el fanatismo armado de la cio de la política en Colombia (30). Versión
Violencia, con su furor apocalíptico atizado pobre del caudillismo decimonónico, el cliente­
desde los pulpitos, produjo a la larga una ero­ lismo convierte el poder en objeto de apropia­
sión de las lealtades religiosas, o al menos una ción y transmisión privada e incluso familiar,
reformulación de sus relaciones con el poder. como en las viejas dinastías. Como en ellas y
Recordemos cómo de igual manera el radicalis­ como en todo régimen patrimonialista, los
mo tradicionalista de La Vendée en la época de recursos y los asuntos colectivos se manejan
la Francia revolucionaria hizo posible precisa­ con una elaborada mezcla de paternalismo y
mente el culto a la Razón; y cómo el movimien­ coerción.
to de los “ Cristeros” del México posrevolucio­
nario desencadenó como efecto de contragolpe Hay, sin embargo, otra cara de la misma mone­
una crisis en las relaciones del catolicismo
da. Pese a estos reacomodos que parecerían no
popular con las jerarquías eclesiásticas (28).
representar costo estratégico alguno para el
bipartidismo, el desdibujamiento de las identi­
En Colombia, apenas entrados los años sesen­
dades partidistas con la prolongación del
tas, la Iglesia sufría el desafío doblemente sim­
esquema y de la mentalidad frentenacionalista,
bólico de Camilo Torres, como cura y como
tuvo un efecto retardado no menospreciable: el
guerrillero. Desde entonces, en mayor o menor
ensanchamiento gradual de una franja de lo
medida, la descristianización comenzó a ser un
social y lo político “ exteriores” al bipartidismo
hecho; desde entonces, también, la Iglesia dejó
y frecuentemente criminalizados, si no en la
de ser exclusivamente un centro de autoridad ley, sí en la práctica política cotidiana. Por eso
para convertirse en un nuevo escenario de nos atreveríamos a decir que no obstante su
debate, controversia y lucha. Su hegemonía carácter todavía mayoritario, particularmente
cultural era cuestionable y estaba efectiva­ en los ritos electorales, el bipartidismo es cada
mente cuestionada (29). vez menos hegemónico en el sentido gramscia-
no, es decir, cada vez tiene menos capacidad
de dirección y representación de toda la socie­
28. Jean Meyer, La Cristiada, 3 tomos, México, Siglo XXI Edi­ dad.
tores, 1973. Véase especialmente Tomo I, p. 362.
29. Luis Alberto Restrepo, “ La guerra como sustitución de la
politica” , en Análisis Político, No. 3, Bogotá, Universidad
Nacional de Colombia, 1988, p. 82.
—Daniel Pécaut, Crónica de dos décadas de política colom­ 30. Francisco Leal Buitrago, “ El sistema politico del clientelis­
biana, 1968-1988, Bogotá, Siglo XXI Editores, 1988, mo” , en Análisis Político, No. 8, septiembre a diciembre,
pp. 25 y 26. Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 1989, pp. 8-32.
24 A N A L IS IS P O L IT IC O N o. 11 • S E P T IE M B R E A D IC IE M B R E D E 1990

En suma, después de la Violencia, los viejos lante, se trataría de impugnaciones frontales al


pilares de la sociedad colombiana, la Hacien­ poder que sólo cesarían con su inevitable susti­
da, la Iglesia y los Partidos, se encuentran tución. De la “ desmilitarización del conflicto
sumidos en una crisis inconclusa, sin resolu­ bipartidista” (31) que implicaba el Frente
ción y sin claros sustitutos visualizables en el Nacional, se pasaría a una militarización de la
porvenir inmediato. polarización social en virtud de una rápida
acción concientizadora de vanguardias arma­
das.
VI. GUERRA INSURRECCIONAL,
MILITARIZACION DE LA POLITICA Y Muchos de los antiguos combatientes de la
BANDOLERIZACION DE LA GUERRA Violencia fueron invitados a realizar una purifi­
cación de su pasado (el revolucionario era la
Lo anterior nos lleva al punto final de estas prefiguración del Hombre Nuevo que pregona­
reflexiones. En efecto, el Frente Nacional no ba el Che Guevara) y a enrolarse en la que
sólo puso término a la Violencia sino que borró habría de ser la verdadera guerra, la guerra
toda amenaza de guerra interpartidista en el revolucionaria. Eran los tiempos de una Améri­
futuro, originando asi una nueva representa­ ca Latina idealizada frente a sí misma y frente
ción de la sociedad. En este aspecto significó al cansado pensamiento occidental, en la cual,
indiscutiblemente un viraje histórico. Simultá­ además, tanto la guerra como la política se
neamente y a su pesar creó también las condi­ inscribían en los dominios de un nuevo m ito, el
ciones de posibilidad para que muchos sectores mito del recomienzo. Todo parecía apuntar,
artesanos, obreros, universitarios y campesi­ desde esta óptica, hacia un reencuentro de lo
nos, a los cuales la Violencia había desconecta­ político y lo militar, hacia una reconstrucción
do de las tradiciones populares contestatarias de la complementariedad entre la guerra y la
que se habían venido forjando en las primeras política, como en el siglo XIX, pero en aras esta
décadas del siglo, se afirmaran nuevamente vez de un proyecto de sociedad enteramente
ahora en una visión de lo político que ya no inédito.
pasaba exclusivamente por el reparto del poder
sino que apuntaba a la abolición del orden esta­ Sin embargo, factores de diverso orden han
blecido y a la instauración de nuevas formas de obrado en contravía de este sueño revoluciona­
sociedad. rio. En primer lugar, el grueso de la sociedad
colombiana se resistió a esta nueva polariza­
Es en este contexto que debe verse el tercer ción y los que la asumieron no pudieron salir de
momento de las relaciones entre la guerra y la una condición de simples rebeldes marginales,
política, el momento llamado de violencia o por más inquietantes que resultaran algunas
guerra insurreccional, que se construye sobre de sus acciones. Las repercusiones de esta
la base de una nueva división de la sociedad, situación no se hicieron esperar: en la medida
dominantes y dominados, y que promete sacar en que perdía viabilidad histórica el proyecto
a Colombia de su insularidad y excepcionalidad armado, los rebeldes marginal izados fueron
política, poniéndola al ritmo del mesianismo privilegiando hasta la hipertrofia los aspectos
revolucionario que por entonces invade a toda puramente militares y destructivos de sus
América Latina. Eran tiempos inaugurales, de tareas revolucionarias hasta que, para retomar
ruptura y de utopía, y en todo caso de una la expresión de Eric Hobsbawm en otro con­
ascendente mentalidad revolucionaria para texto, se quedaron con un “ programa negati­
la cual parecía no haber pasado, sólo había fu­ vo” , separándose así aún más de la sociedad y
turo. de las identidades colectivas que pretendían
representar. Prisioneros de una lógica con
Como consecuencia de lo anterior, el conflicto pocos o casi nulos espacios para la rectifica­
político que se visualizaba dejaría de estar ción. en sus filas el esfuerzo intelectual es
regido por la rutina de la incorporación de las ignorado o degradado en aras de valores mar­
disidencias y tampoco podría ser superable ya ciales y la crítica interna es asimilada a la trai-
con simples “reconciliaciones estratégicas”
como las que habían cerrado el ciclo de las
guerras pasadas, incluida la Violencia. En ade­ 31. La expresión es de Francisco Leai. Véase artículo ya citado.
G U E R R A Y P O L IT IC A E N L A S O C IE D A D C O L O M B IA N A . G . S A N C H E Z 26

ción. En síntesis, la guerra y todos los valores Para una sociedad que acababa de salir hastia­
asociados a las armas se fueron imponiendo da de la Violencia, la lucha armada, no obstan­
sobre las relaciones políticas hasta convertirse te su apelación a una nueva legitimidad, care­
lisa y llanamente en su sustituto (32). cería de todo atractivo a partir del momento en
que comenzara a desdibujarse y a parecerse a
Un segundo factor que seguramente va a aquélla. Pues bien, el elemento más notorio de
entrar a jugar papel determinante en la suerte tal indiferenciación y el causante del creciente
futura del movimiento guerrillero y que va a desencanto con la guerrilla o incluso del repu­
contribuir a restarle viabilidad histórica en el dio social a ella ha sido indudablemente el uso
porvenir inmediato o en el mejor de los casos lo generalizado y la rutinización del secuestro,
va a obligar a reconstruirse enteramente sobre sumada a las masacres y ejecuciones.
coordenadas nacionales es, claro está, la crisis
actual de los modelos revolucionarios inter­ El secuestro como mecanismo de financiación,
nacionales (la idea misma de modelo) y consi­ arma de presión política e instrumento de cas­
guientemente de los apoyos políticos, ideológi­ tigo al adversario no fue, hasta donde se sabe,
cos y logísticos, para no hablar de las inciden­ utilizado por las guerrillas en los años cincuen­
cias del replanteamiento ya lejano de algunos tas pero sí lo fue de manera sistemática y por
de sus pares en el propio continente, Tupama­ primera vez en la época del bandolerismo
ros en Uruguay, Montoneros en Argentina y (1958-65). Retomado inicialmente en forma
los que en Venezuela desembocaron en la selectiva por la guerrilla de nuevo tipo en los
corriente del Movimiento al Socialismo. años sesentas, se extendió inusitadamente,
sobre todo en los años ochentas, ensanchando
Pero el tercer factor y quizás el de mayor peso así las fronteras móviles de la guerrilla no sólo
en la marginalidad crónica de los proyectos de manera global con la Violencia sino en parti­
político-militares colombianos de las tres últi­ cular con la criminalidad común. La importan­
mas décadas es de carácter histórico. En efec­ cia atribuida a este mecanismo que podríamos
to, el pasado no es tiempo muerto sino que llamar de acumulación primitiva de la guerrilla
también a su manera impone límites al futuro y podía verse bajo signos diferentes e incluso
lo condiciona. Ahora bien, como es sabido las contradictorios: o bien como necesidad de res­
guerrillas colombianas actuales tienen a la ponder con nuevos recursos a las exigencias de
larga su origen en la autodefensa campesina o crecimiento ostensible, o bien como síntoma de
en la resistencia de los años cincuentas y su las dificultades de la guerrilla para sobrevivir
primera infancia fue coetánea de la fase bando­ con el limitado apoyo que le estaba brindando
lera de la Violencia. Esto quiere decir que a la población. En todo caso, el enriquecimiento
pesar de su ideologización y de la intemaciona- se ha hecho patente y ha derivado hacia extre­
lización de su discurso a partir de los años mos tales que en la última década el peso rela­
sesentas, y a pesar también de los intentos que tivo de los distintos grupos guerrilleros tanto
algunas de estas guerrillas hicieron por ganar­ en el escenario político nacional como dentro
se a su causa y transformar a algunos bandole­ de la Coordinadora Nacional Guerrillera
ros, tales guerrillas no fueron a todas luces comenzó a medirse por su respectivo poderío
inmunes a los contactos, formas de acción y al económico y no por su proyección política o su
ambiente todavía predominantemente bando­ arraigo social.
lero en que nacieron. De allí su énfasis en la
simple reproducción de la estructura y la capa­ No cabe duda de que el uso y abuso de tales
cidad militar, independientemente o a costa de prácticas favorecía enormemente las tareas de
su audiencia nacional; de allí también la prima­ la represión y le daba cabida a la vieja fórmula,
cía e incluso la autonomización de los métodos aplicada también en la última fase del bandole­
con respecto a los contenidos y objetivos polí­ rismo, de adjudicarle a los rebeldes en armas
ticos. acciones que así no hubieran cometido, en las
circunstancias descritas no resultaba invero­
símil que hubieran podido cometer.
32. La formulación de este proceso se encuentra en el articulo
de Luis Alberto Restrepo que lleva justamente por titulo: En síntesis, y con las precedentes considera­
“ La guerra como sustitución de la política” , ya citado. ciones en mente, es lícito caracterizar esta últi­
26 A N A L IS IS P O L IT IC O No. 11 - S E P T IE M B R E A D IC IE M B R E D E 1990

ma fase del movimiento armado como una paz de Betancur constituía un salto adelante
etapa de deslizamiento hacia la militarización incluso frente a las expectativas que hasta
de la política y hacia la bandolerización de la entonces podía hacerse el propio movimiento
guerra. Como lo anotara Hernando Gómez guerrillero (34). Coincidencialmente, como en
Buendía, la guerrilla, sin advertirlo, estaba 1953, el anuncio de la propuesta de paz de
derrotando su propio proyecto político (33). Betancur estuvo enmarcado por la celebración
Fue en cambio el cerco asfixiante del gobierno de importantes conferencias guerrilleras.
de Turbay a toda forma de protesta y moviliza­ Como se recordará, en el momento en que
ción contestataria el que le devolvió un transi­ Rojas Pinilla asumía el poder (13 de junio de
torio protagonismo a las guerrillas y le granjeó 1953) se estaba aprobando el documento políti­
a éstas una amplia simpatía popular, que con co más importante de las guerrillas liberales, la
audacia y golpes de opinión supo capitalizar el Segunda Ley del Llano. En 1982, entre la elec­
M-19 en torno a la divisa de Paz y Diálogo ción de Betancur y su toma de posesión tuvie­
Nacional. ron lugar dos importantes conferencias guerri­
lleras: la VII Conferencia de las FARC (junio de
Fue también de manera un tanto inesperada 1982) en la cual éstas se transforman en “ Ejér­
aunque explicable que en 1982 el sucesor de cito del Pueblo’’, FARC-EP, y la VIH Conferen­
Turbay, el presidente Belisario Betancur, con­ cia del M-19, celebrada en agosto de 1982 en el
virtió dichas consignas en proceso de Paz y con Putumayo. Las guerrillas estaban diseñando,
fluctuantes resultados comprometió en ellas no pues, estrategias de expansión. Sin embargo,
sólo al conjunto del movimiento guerrillero la amnistía incondicional las ponía en principio
sino a las más diversas fuerzas sociales. Des­ frente a una sorpresiva oportunidad histórica
pués de un cuatrienio de escarmiento y virtual de silenciar las armas y ponerlas bajo el
censura, la política recobraba con Betancur un comando de la política. En medio de su perple­
cierto aire de foro y de quehacer colectivo. jidad no pudieron reaccionar sino de dos mane­
ras: con reservas y vacilaciones, sabedoras del
Del controvertido Proceso de Paz de Betancur sabor a traición de tantas otras amnistías en el
se pueden decir muchas cosas: que no estaba pasado lejano y reciente del país, o incorporan­
acompañado de las reformas estructurales de do el discurso de la paz a sus fines estratégicos
la sociedad y del Estado que la gravedad del de guerra revolucionaria.
momento demandaban; que no apuntaba a
transformar el régimen sino a remozarlo; que Por otro lado, a la sombra o al margen del con­
se mostraba acucioso en la configuración de flicto armado entre el Estado y el movimiento
una imagen y de una opinión pública, pero guerrillero se estaban incubando otros fenóme­
indeciso en la consolidación de bases sociales nos cuyas repercusiones y alcances nadie esta­
propias y de un movimiento nacional que le ba entonces en capacidad de anticipar: un
diera autonomía frente a las anquilosadas crecimiento abrumador de la delincuencia
maquinarias bipartidistas; que su predilección común, cuyo peso sólo podía medir cotidiana­
por las comisiones ocultaba una voluntad de mente el hombre de la calle; una oleada de
rehuir el compromiso frente a los eventuales intolerancia social materializada, por ejemplo,
acuerdos que se protocolizaran; que al no ofre­ en las “operaciones de limpieza’’ de mendigos
cer una clara delimitación de la materia objeto y homosexuales; una franca deserción del
de negociaciones permitió que éstas se diluye­ Estado en terrenos álgidos, como el de la justi­
ran en un gaseoso Diálogo Nacional, etc. Pero cia, cada vez más sustituida por prácticas del
más allá de todo esto, y de la oposición del orden del ajuste de cuentas; y, sobre todo, la
Congreso y de los gremios, y de la hostilidad proliferación de grupos paramilitares (Muerte
abierta o soterrada de los militares, el hecho de a Secuestradores, MAS, y luego decenas y
mayor protuberancia era que la iniciativa de decenas de otros) que se convirtieron a la vez

33. Hernando Gómez Buendía, “ La violencia contemporánea 34. Para un completo balance del gobierno de Betancur véase
en Colombia: un punto de vista liberal", en G. Sánchez y de Socorro Ramírez y Luis Alberto Restrepo, Actores en
R. Peñaranda (Eds.), Pasado y presente de la violencia en conflicto por la paz, Bogotá, Siglo XXI Editores-Cinep,
Colombia,Bogotá, Cerec, 1986, p. 390. 1989.
G U E R R A Y P O L IT IC A E N L A S O C IE D A D C O L O M B IA N A . G . S A N C H E Z 27

en causa y efecto de la reticencia de la guerrilla conjunto conflictual de la sociedad colombiana


a la desmovilización o a la entrega de armas, de hoy y la han conducido a una feudalización o
y en evidente riesgo para los amnistiados (35). “ cartelización” de la guerra, si así pudiera
decirse, y a una verdadera pulverización de lo
Miradas retrospectivamente las cosas, podría político, detrás de las cuales es cada vez más
decirse en consecuencia que cuando se inaugu­ difícil reconstruir un principio de unidad.
ró el período de Betancur, ni el conjunto del Podemos decir en consecuencia, tal vez con un
movimiento guerrillero, ni el conjunto de las poco de exageración, que en la última década
clases dominantes habían madurado para una Colombia dejó de resolver a tiempo una guerra
paz negociada... y sin embargo ya era tarde. y hoy ya no sabe cuántas tiene.
Colombia había entrado en lo que el sociólogo
mexicano Sergio Zermeño ha llamado una En un lúgubre panorama sobre América Lati­
“ dinámica de desorden” que, en nuestro caso, na, el sociólogo brasileño Francisco Weffort
convirtió la confrontación social y política en concluye que vivimos hoy un “ bloqueo de pers­
una cadena de retaliaciones sin fin que sólo pectivas” (36). En ese sentido la situación
pueden capitalizar los más fuertes. Así, a los colombiana no difiere de la de sus vecinos del
frentes guerrilleros se respondió con “ auto­ subcontinente. Pero más allá de esto, Colom­
defensas” ; a la movilización popular de los bia parece haber regresado a su vieja excepcio-
paros cívicos y las marchas campesinas, asimi­ nalidad: cuando casi todos los países del área
lada a la subversión, se respondió con la temen por su viabilidad económica, Colombia
“guerra sucia” ; al secuestro, con las desapari­ se interroga sobre su viabilidad política. Nunca
ciones; al asalto, con la masacre. Se produjo, habíamos estado tan literalmente en tiempos
en suma, una verdadera clandestinización no de Constituyente. Tenemos que reinventar el
sólo de la extrema derecha sino en términos País.
más generales de la guerra, o de las múltiples
guerras, para ser más precisos. Frente a ellas
la unidad del Estado parece simplemente
deshacerse ya que éste es en algunos aspectos
víctima; en otros es testigo tolerante o compla­
ciente, y. en otros es parte de los poderes
‘ ‘el andestinizados ’ ’.

Tales son los tortuosos y complejos caminos a


través de los cuales llegamos a la situación
actual, a la última fase de la guerra. En efecto,
la arriba mencionada clandestinización de los
aparatos armados al servicio de la empresa
política de la extrema derecha encontró un
terreno común con el narcotráfico que de sim­
ple negocio derivó a este agresivo proyecto
político-militar que se abre paso a base de
bombas y de sicarios. Por este camino también
el conflicto político interno se internacionalizó
de diversas maneras. Trágica irrupción en la
escena mundial de este secularmente introver­
tido país.

El narcotráfico y las fuerzas a él asociadas o


tras él escudadas impusieron su dinámica al

35. Para un análisis de estas nuevas manifestaciones véase de 36. Francisco C. Weffort, “ A América Errada: Notas sobre a
Alvaro Camacho y Alvaro Guzmán, Ciudad y violencia, Democracia e a Modemidade na América Latina em
Foro Nacional por Colombia, Bogotá, 1990. Crise” , Cedemos Cedec, No. 14, Sao Paulo, 1990, p. 12.

Das könnte Ihnen auch gefallen