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NOTA DE CONTRACUBIERTA PARA DISENO

¿Acompaña la criminalidad a la historia del hombre? ¿Sería utópico


imaginar un mundo sin ella?... Estas y otras interrogantes son respondi-
das en Criminología, obra destinada a profesionales interesados en el
tema de la delincuencia, la violencia y su prevención, considerada,
además, un valioso aporte a la criminología contemporánea, y donde
se presenta la criminalidad como fenómeno complejo entendida en su
dimensión transdisciplinaria.

Voces autorizadas en diversas ramas de las Ciencias Sociales se han


dado cita en este libro para enriquecer el pensamiento criminológico y
abordar los importantes desafíos acerca de la criminalidad y la sociedad
de estos tiempos.
Edición y corrección: Déborah Prats López
Diseño de cubierta: Lázaro Alberto Toca Ramos
Diseño interior: Ramón Jiménez Sánchez

© Colectivo de autores, 2004


© Sobre la presente edición:
Editorial Félix Varela, 2004

ISBN 959-258-585-7

Editorial Félix Varela


San Miguel No. 1111,
e/ Mazón y Basarrate,
Vedado, Ciudad de La Habana.
A la memoria de Margarita Viera,
prematuramente fallecida en 1998,
por su valiosa contribución al pensamiento
criminológico cubano.
DATOS DE LOS AUTORES

Dra. Caridad Navarrete Calderón


Licenciada en Ciencias Políticas, Doctora en Pedagogía y Doctora
en Ciencias Jurídicas.
Investigadora Titular del Centro de Investigaciones Jurídicas del
Ministerio de Justicia. Profesora Titular adjunta de las Faculta-
des de Psicología, Filosofía y Derecho de la Universidad de La
Habana y del Instituto Superior del Ministerio del Interior.

Dra. Tania de Armas Fonticoba. (Coordinadora)


Doctora en Ciencias Jurídicas. Máster en Derecho Público. Máster
en Criminología.

Dr. Ramón de la Cruz Ochoa


Doctor en Derecho y Máster en Derecho Público. Especialista en
Derecho Penal por la Universidad de La Habana. Presidente de la
Sociedad Cubana de Ciencias Penales.

Dra. Norma Vasallo Barrueta


Licenciada en Psicología. Licenciada en Ciencias Sociales. Doc-
tora en Ciencias Psicológicas. Máster en Estudios Sociales Apli-
cados.

M.Sc. Marisol Sóñora Cabaleiro


Licenciada en Psicología. Máster en Prevención. Profesora auxi-
liar adjunta del Instituto Superior del Ministerio del Interior y de
las facultades de Derecho y Filosofía de la Universidad de La Ha-
bana.
Dra. Magaly Casell López
Doctora en Derecho y Licenciada en Sociología. Máster en
Criminología. Profesora Titular adjunta de la Facultad de Dere-
cho de la Universidad de La Habana.

Dra. Ángela Gómez Pérez


Doctora en Ciencias Jurídicas. Máster en Derecho Público. Máster
en Criminología.

Lic. Iracema Gálvez Puebla


Licenciada en Derecho.
ÍNDICE

INTRODUCCIÓN ...................................................................................11

CRIMINOLOGÍA: ALCANCES, CIENCIA,


DISCIPLINA Y PRÁCTICA SOCIAL .......................................................... 13
Dra. Caridad Navarrete Calderón

EL DESARROLLO HISTÓRICO
DEL PENSAMIENTO CRIMINOLÓGICO .................................................. 58
Dra. Tania de Armas Fonticoba

EL DELITO Y EL DERECHO PENAL


EN CUBA DESPUÉS DE 1959 ................................................................ 84
Dr. Ramón de la Cruz Ochoa

BREVE ESBOZO HISTÓRICO DE LA CRIMINOLOGÍA EN CUBA ................ 102


Dr. Ramón de la Cruz Ochoa

EL DELITO CONCRETO.
LA ACCIÓN DELICTIVA EN EL NIVEL INDIVIDUAL .................................. 118
Dra. Norma Vasallo Barrueta

PREVENCIÓN SOCIAL ...........................................................................169


M.Sc. Marisol Sóñora Cabaleiro

LA CUESTIÓN CRIMINOLÓGICA Y JURÍDICA


DE LOS NIÑOS EN CONFLICTO CON LA LEY PENAL.
EL ESQUEMA LEGAL CUBANO ............................................................. 202
Dra. Tania de Armas Fonticoba
LA POLÍTICA CRIMINAL ........................................................................ 233
Dra. Magaly Casell López

POLÍTICA CRIMINAL. CONCEPTO,


MÉTODOS Y SUS RELACIONES CON LA CRIMINOLOGÍA ...................... 285
Dr. Ramón de la Cruz Ochoa

ASPECTOS PUNTUALES ACERCA DE LA VICTIMOLOGÍA ...................... 298


Dra. Ángela Gómez Pérez

SISTEMA PENITENCIARIO. EVOLUCIÓN Y DESARROLLO ....................... 343


Lic. Iracema Gálvez Puebla

ANEXOS .............................................................................................. 367

BIBLIOGRAFÍA ...................................................................................... 375


INTRODUCCIÓN

Las continuas transformaciones en el mundo y especialmente en


nuestra sociedad, relacionadas con la criminalidad, contribuyeron a
enriquecer y redefinir algunos conceptos y contenidos de la Crimi-
nología, por lo que las respuestas y reflexiones en este campo co-
menzaron a sobrepasar los límites de la literatura criminológica
con que contaba nuestro estudiantado. Teniendo en cuenta que
estos asuntos, por su propia forma de manifestarse y desarrollar-
se necesitan de una constante y renovada reflexión, la existencia
de este nuevo libro se justifica y se hace impostergable.
Es por ello que el colectivo de profesores de Criminología de la
Facultad de Derecho de la Universidad de La Habana se propuso
escribir acerca de los cambios ocurridos en nuestra materia. Aun-
que dirigido hacia el universo estudiantil, constituye un material
valioso y de necesaria consulta para los graduados de Derecho, e
incluso de otras especialidades.
Metodológicamente fue concebido para abordar con coheren-
cia los asuntos en igual orden tratados en el programa de estudio,
en algunos casos un mismo tema se aborda con apreciaciones de
autores diferentes, con lo que se puede dotar al estudiante de una
perspectiva abierta que la tradicional uniformidad de un mismo
punto de vista puede lastrar su pensamiento reflexivo y creador.
La formación integral que se requiere de nuestros futuros juris-
tas ha sido tenida en cuenta con las valoraciones teóricas, cientí-
fico-doctrinales y políticas que se han desarrollado en el presente
texto, con lo que se contribuye además al análisis independiente,
a incentivar la capacidad investigativa, especialmente con la moti-
vación implícita de sugerirles a los estudiantes otras indagaciones
bibliográficas para que amplíen sus horizontes intelectuales, acor-
des con la visión criminológica de estos tiempos.
La inclusión de tres temas nuevos en el programa de estudios: La
política criminal, la victimología y el Sistema penitenciario, reque-
rían del material bibliográfico específico, que ahora se nos brinda
conjuntamente con los temas tradicionales con gran rigor.
Cuando se publicó el libro Temas fundamentales sobre crimi-
nología, conformado por una recopilación de valiosos artículos de
la eminente criminóloga Dra. Margarita Viera, expuestos en su
mayoría en importantes foros nacionales y extranjeros, se hacía
un justo y reconocido homenaje póstumo a una de nuestras más
prestigiosas intelectuales, que tantos y excelentes aportes nos ha
legado en el campo criminológico. Aunque no tenía el propósito
de servir de texto básico de la asignatura ni seguía puntualmente
los temas de la disciplina, se le brindaba al estudiante una infor-
mación actualizada acerca de diferentes tópicos y satisfacía pro-
visionalmente las inquietudes de entonces.
Los que fuimos sus alumnos, colaboradores, o los que simple-
mente reconocemos y admiramos su obra, tenemos el compro-
miso de continuar el camino emprendido por ella, por lo que el
presente libro constituye también la responsabilidad de prose-
guir enriqueciendo el pensamiento criminológico y ofrecer algu-
nas respuestas a las numerosas interrogantes y preocupantes
desafíos acerca de la criminalidad y de la sociedad en general de
nuestros tiempos.

DRA. TANIA DE ARMAS FONTICOBA

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CRIMINOLOGÍA: ALCANCES, CIENCIA,
DISCIPLINA Y PRÁCTICA SOCIAL
DRA. CARIDAD NAVARRETE CALDERÓN

La Criminología ocupa un lugar entre las ciencias sociales. Esta


ciencia ofrece su aporte a la investigación de procesos funda-
mentales de nuestro desarrollo social.
El planteamiento que los logros de la revolución científico-téc-
nica han hecho a nuestro proyecto social permite incluir sus ven-
tajas al garantizar la unidad de la política económica y social como
base para el trabajo fructífero de la investigación criminológica,
lo cual ha venido dirigiéndose hacia procesos tales como el per-
feccionamiento de la política criminal y penal, la actividad pre-
ventiva en cuanto a los comportamientos antisociales, así como
las estrategias científicas para una investigación complementaria
dirigida al perfeccionamiento de nuestra democracia social.
La elevación de la efectividad de la lucha contra la delincuen-
cia es una prioridad del Estado cubano desde el triunfo de la Re-
volución.
La criminalidad, por su propia esencia, implica procesos y fe-
nómenos que parasitan entre las dificultades e insuficiencias de
la construcción social en nuestro país. La formación de una psi-
cología individualista se desarrolló durante siglos en las condi-
ciones de formaciones antagónicas que se encuentran en
contradicción con lo nuevo y transformador que ha creado nues-
tro sistema, presente en los procesos de construcción social y eco-
nómica actual. Nuestra aspiración implica la disminución gradual
y permanente de los elementos que generan dificultades para la

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ideología que se propugna y legitima nuestra Constitución. Las
leyes que rigen la vida deben constituirse en preocupación y ocu-
pación de todos los ciudadanos y de cada uno para el bien de
todos. No es casual que se haya producido la disminución de la
delincuencia siempre que han sido realizados esfuerzos de supe-
ración de las condiciones de vida y educación. Es necesario plan-
tear que puede actuarse sobre la criminalidad y los distintos tipos
de delitos e infracciones o contravenciones legales con un es-
fuerzo de dirección constante de todos los órganos estatales, orga-
nizaciones sociales y ciudadanos para la revelación y eliminación
de circunstancias y fenómenos criminógenos, al mismo tiempo que
los esfuerzos en la educación, socialización, reeducación, y
resocialización de niños y adolescentes.
Para la disminución de los fenómenos antisociales, criminales
o negativos se necesitan medidas de orden económico, social,
organizativas y jurídicas seleccionadas a partir del conocimiento
de la situación real, analizada sociohistóricamente y mediante la
aplicación creativa en la práctica de las recomendaciones cientí-
ficas, lo cual reclama de los profesionales, cada vez en mayor
medida, una formación académica superior. La Criminología en
la Universidad cumplirá su papel como disciplina en la formación
de los juristas, vinculada a los fines de la práctica social por su
acumulación de conocimientos científicos relacionados con los
fenómenos criminal y antisocial, así como su determinación a partir
de los métodos y principios de la investigación científica que pue-
den ayudar creativamente al desarrollo de intervenciones y la apli-
cación de recomendaciones concretas, derivadas de los resultados
de las investigaciones científicas vinculadas a la docencia.
La Organización Mundial de Naciones Unidas declaró el año
1999 dedicado a la educación superior y lo anterior fue el mar-
co propicio para realizar importantes debates que tuvieron como
colofón la Conferencia Mundial, celebrada en el mes de octu-
bre de ese mismo año, en la que quedó aprobada la Declara-
ción Mundial sobre la Educación Superior en el siglo XXI: Visión,
acción y marco de acción prioritario para el cambio y desarrollo
de la educación superior, documento que puntualizó: «las uni-
versidades miran hacia dentro más que hacia fuera, es primor-

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dial que las mismas se proyecten hacia la comunidad...», «la edu-
cación superior debe reforzar sus funciones de servicio a la socie-
dad mediante un planeamiento interdisciplinario y transdisciplinario
aplicado al análisis de los desafíos, los problemas y los diversos
temas» (Méndez, 2000).
La Criminología, como acervo de teorías y conocimientos sobre
la criminalidad y la delincuencia, presenta un abanico de posibili-
dades metodológicas que hemos recibido de la cultura científica
disponible y en especial de la educación científica recibida. Fue
Kuhn uno de los primeros en llamar la atención sobre el papel de
la educación en la ciencia (Núñez, 1994). De la educación científi-
ca alcanzada dependerá la inscripción cultural del criminólogo, pro-
ceso en el que participará desde su formación de pregrado y en el
transcurso de toda su vida profesional. Aun cuando la iniciación
docente del jurista fuera o sea dogmática, puede adiestrarse para
cuestionar el conocimiento adquirido o no, para aceptarlo, usarlo
y contribuir a la transformación social de fenómenos criminales, con
la responsabilidad de juzgar las consecuencias de su acto de asun-
ción del saber académico y científico comunitario (Navarrete, 1998).

ALCANCES DE LA CRIMINOLOGÍA
La criminalidad es un fenómeno complejo, diverso y cambiante,
cuyas características se diferencian esencialmente en distintos te-
rritorios. En la criminalidad de un país también se expresa la tra-
dición de procesos sociales negativos que, al obstaculizar el
desarrollo, generan distintos tipos de delincuencia y comporta-
mientos antisociales o desviados. Los profesionales del Derecho
deben prepararse como profesionales también en el campo
criminológico, a lo cual puede ayudar su participación en análisis
de fenómenos y procesos criminógenos, de sus diferentes aspec-
tos y de su prevención, y en la investigación-acción participativa
en la comunidad.
La actividad analítica de la complejidad en el caso de los pro-
cesos planteados debe ser vinculada a las tareas de la formación
académica en la asignatura criminológica con una proyección no

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solo interdisciplinaria, sino de mayor aspiración, transdisciplinaria.
Por este motivo concedemos atención a la problematización del
fenómeno criminal y de su prevención desde una consideración
sistémica y que entendemos participa de la hibridación y fertili-
zación de otros conocimientos integrantes de diversas discipli-
nas, incluidas o no en la licenciatura.
Los progresos obtenidos mediante la investigación criminoló-
gica pueden contribuir a indicar los nudos problemáticos de ne-
cesaria atención para la formación de personalidades poseedoras
de valores esenciales implícitos en nuestro modo de vida, que
aspira a la elevación de la calidad de vida para toda la población.
Al vincularse al desarrollo de la conciencia socialista de los traba-
jadores con los fines que persigue nuestra ideología en relación
con el desarrollo sostenible se trabaja por la satisfacción de las
necesidades materiales y cultural-espirituales de todo el pueblo,
sin perder de vista que las generaciones que nos sucedan tam-
bién tengan garantizada esa satisfacción.
Los avances logrados por la revolución científico-técnica cons-
tituyen la expresión de este fenómeno característico del siglo XX,
el cual afecta a casi toda la humanidad y está provocando un
cambio esencial en el modo de vida de la sociedad contemporá-
nea. A partir de la comprensión marxista, el ser humano constitu-
ye la riqueza principal y el objetivo del desarrollo social, lo que
debe ser analizado desde una concepción ecológica que subraya
la consideración del ideal que se debe alcanzar por el potencial
científico y técnico de que dispone la humanidad en la actuali-
dad, con vistas al desarrollo sostenible. Ha sido estimada la para-
doja que surge al comprobarse que el potencial científico y técnico
con que cuenta el ser humano es suficiente para mejorar la cali-
dad de su vida con la solución de sus problemas básicos, alimen-
tación, habitación, salud, comunicación, educación, agotamiento
de recursos naturales, diferencias sociales, transporte...; sin embar-
go, no lo logra (Pimentel, 1999; Sabater, 1992; Camacho, 1989).
Se constata que la mayor parte de la población mundial man-
tiene sus necesidades materiales elementales insatisfechas, y otra
parte observa que el instrumental técnico a su alcance no le posi-
bilita un mayor confort de vida. Peor es aún que una considera-

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ble parte de la población, independientemente de su posición
social, vivencia inseguridad ante la técnica existente. Por todo
esto se atribuye la responsabilidad a la ciencia y la técnica pues
son males que sufre el mundo de hoy, desde los ecológicos hasta
los que de forma social más directa y visible afectan a la humani-
dad: el desempleo, las enfermedades provocadas y el peligro de
destrucción por guerras con armas sofisticadas se reflejan en pro-
cesos criminógenos. Por tanto, también entra en la visión de la
población y en la responsabilidad del profesional el estimado del
aporte y efecto social del trabajo del jurista y del criminólogo. En
el caso de Cuba la revelación de los procesos criminógenos pue-
de fortalecer el sistema de prevención vigente al contribuir a per-
feccionar un sistema profiláctico anticriminógeno.
La ciencia y la técnica tienen su propia dinámica y leyes de de-
sarrollo que actúan en el sistema de interacciones económicas y
políticas de la sociedad, y ello las coloca en una posición de de-
pendencia relativa con respecto a las condiciones sociales, a las
relaciones de producción dominantes, a aquellos grupos sociales
que disponen de la posibilidad de introducir sus resultados con
unos u otros fines, y en los procesos productivos y sociales. Esta
llamada de atención de L. Pimentel toca también el marco social
en el que determinadas políticas económicas pueden impedir la
realización plena de la ciencia, incluyendo la Criminología como
factor de cambio social, esencia que queda muy incomprendida
no solo en el plano teórico, sino también en el práctico al no
estudiarse profundamente el conocimiento acumulado en esta
disciplina, en la formación de pregrado, ni darse a conocer a los
ciudadanos, al pueblo, pues no tienen acceso a sus avances con-
temporáneos. Mas, su significación real no se limita a la creación
de condiciones materiales de vida para el ser humano, como ocurre
en relación con otras ciencias, sino que se relaciona con la libre
expresión de la espiritualidad creadora del hombre, condición
sin la cual no existe la emancipación social. Es aquí donde se
encuentra el verdadero valor humanístico y lo que permite consi-
derarla como transformadora, dada la forma en que se cuestiona
y enfrenta la polémica de los problemas sociales en su
cotidianidad, según Adorno, 1987 y Quintanilla, 1990.

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ANTECEDENTES HISTÓRICOS
En la historia de la humanidad hallamos muchos ejemplos de
épocas de convulsión social que han comenzado por cambios
revolucionarios en las concepciones científicas y en los funda-
mentos técnicos que van gradualmente transformando el modo
de organización de la sociedad (Ribeiro, 1992; Pimentel, 1999).
¿Podemos afirmar con certeza que no esté produciéndose la re-
volución científica en el núcleo básico de la sociedad, en el ser
humano? Importante vínculo de relación le conferimos al cono-
cimiento criminológico, para una respuesta.
La historia de la criminalidad y de la delincuencia constituye al
mismo tiempo la historia de diferentes enfoques de la reacción
social y la lucha contra esos fenómenos en la ciencia, así como
también en la práctica. Los enfoques teórico y práctico siempre
se interrelacionan.
Desde la antigüedad, los juicios acerca del fenómeno criminal
se vincularon con las condiciones de vida de los seres humanos y
también con la necesidad de prevenir los delitos mediante cam-
bios en esas condiciones. Después, a mediados del siglo XIX, el
punto de vista predominante fue que la conducta delictiva cons-
tituía un resultado de la «libre voluntad» o de incluso una «mala
voluntad» del sujeto, y por tanto la lucha contra ella debía con-
ducirse solamente con respecto a la culpa de los transgresores,
por medio de su represión, como sujetos que infringían la norma
penal, así como con relación a los posibles infractores. La con-
cepción de la prioridad de la sanción fue cultivada por la reli-
gión. La indagación y examen penal del asunto delictivo, de hecho
condujo solamente hacia la revelación de los individuos culpa-
bles y a su sanción.
El punto de vista marxista sobre la esencia de los fenómenos y
procesos sociales, entre ellos la criminalidad, surgió en el siglo XIX.
Entre nosotros, José Martí destacó los procesos criminógenos en
los medios obreros de la clase trabajadora en Estados Unidos (José
Martí, 1981). Un gran desarrollo de la ciencia condujo a la am-
pliación de la aplicación de métodos de las Ciencias Naturales.
Estos, primero penetraron las Ciencias Sociales.

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Con posterioridad, han ido perfeccionándose los métodos de
las Ciencias Sociales hasta llegar a nuestros días, en que las inves-
tigaciones criminológicas utilizan recursos y herramientas de otras
disciplinas científicas, en una sana problematización científica
transdisciplinaria. A la conducta delictiva y la delincuencia han
dedicado su atención muchos especialistas: filósofos, juristas, so-
ciólogos, psicólogos y otros (Dalgova, 1988).
La utilización de métodos estadísticos y sociológicos permitió
verificar la tesis acerca del condicionamiento de la delincuencia
por una serie de determinantes criminógenos incluidos en distin-
tas insuficiencias de diverso carácter, socioeconómico, sociocul-
tural, ideológico y otros elementos condicionantes sociales
finalmente demostrativos de que se trataba de condicionamientos
objetivos como resultados de influencias deterministas, no de-
pendientes de la «mala voluntad» de los delincuentes. Se produ-
jo asimismo el reconocimiento de la necesidad de ejercer
influencia, ante todo, sobre dichos condicionamientos objetivos
(Dalgova, 1988).

LA CRIMINOLOGÍA COMO CIENCIA


La Criminología es la ciencia que se ocupa del estudio e investi-
gación del fenómeno criminal y de sus procesos inmanentes, los
cuales incluyen a la delincuencia, el mecanismo de las conductas
delictivas y victimales, así como las formas principales de reac-
ción y de control social; se prioriza la prevención de la delincuen-
cia y de los comportamientos antisociales concretos, estos últimos
referidos a la interacción dialéctica de los transgresores con las
víctimas.
La Criminología ha ido conformándose como una ciencia espe-
cial en calidad de ciencia social independiente. La palabra
Criminología significa tratado acerca del crimen (sinónimo de deli-
to). A diferencia de los criminalistas que se ocuparon del problema
del esclarecimiento del delito, los criminólogos han concebido su
tarea en el estudio de la conducta delictiva o criminal y algunos
también de la conducta antisocial (Rodríguez Manzanera, 1986),

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así como del análisis de las cadenas, condicionantes y causales, y
dentro de estas sus eslabones criminógenos y de los motivos en el
nivel concreto individual; en el nivel de la delincuencia como fe-
nómeno social global, los determinantes criminógenos, así como
la definición «de las medidas de la reacción social» (Aniyar de Cas-
tro, 1977) y también de la lucha contra la delincuencia, ante todo,
sobre la base de la prevención (Kriguer, 1988).
No obstante, la Criminología no ha sido considerada interna-
cionalmente en su desarrollo, con una definición única, como
ciencia. Un conglomerado de diferentes puntos de vista sobre su
objeto y caminos de indagación aparecen representados en la
bibliografía (García-Pablos, 1995).
En la bibliografía revisada es posible encontrar muchas defini-
ciones acerca del objeto de estudio de la ciencia criminológica.
En algunos trabajos su definición es más estrecha, y en otros, más
amplia, en dependencia de la Teoría y de la Escuela de las cuales
se parta. Esta cuestión está relacionada, en gran medida, con que
el objeto de cualquier ciencia es una categoría móvil que va cam-
biando según se desarrolla la propia ciencia, y se precisa y com-
plementa con nuevos elementos. A propósito exponemos algunas
definiciones cronológicamente ordenadas:
Para Exner (1946) es una ciencia que estudia el delito «como
aparición en la vida del pueblo y en la vida del particular».
Niceforo (1954) pretende que se ocupe de examinar los resul-
tados de la Sociología y de la Antropología criminales «coordi-
nando sus resultados en un conjunto armónico».
Hurwitz (1956) piensa que la Criminología «debe estudiar los
factores individuales y sociales que fundamentan la conducta cri-
minal mediante la investigación empírica».
En opinión del profesor Quirós Cuarón (1956) tiene por objeto
el estudio científico de la criminalidad, sus causas y medios para
combatirla».
Sesso Roco (1962) la cataloga como una especie de política
criminal que valora críticamente el Derecho vigente para sugerir
eventualmente al legislador las modificaciones que resulten ne-
cesarias, sobre la base de las conclusiones de la Antropología y
de la Sociología criminales.

20
Para Lola Aniyar de Castro (1977) la Criminología debe ocupar-
se de los procesos de creación de las normas penales, de las per-
sonas que están en relación con la conducta desviada, de los
procesos de infracción y de desviación de esas normas, y de la
reacción social que aquellas desviaciones o infracciones hayan
provocado.
El profesor chileno Eduardo Novoa Monreal (1977) entiende
que esta disciplina se aboca al «estudio general del comporta-
miento humano de índole antisocial».
P. I. Grichaev (1985) definió la Criminología como la ciencia
que investiga las relaciones sociales vinculadas con la supervi-
vencia de la delincuencia que la generan, como un fenómeno
social masivo relativamente considerado que procede de la so-
ciedad dividida en clases.
G. A. Avanesov (1985) plantea que la Criminología es un siste-
ma de conocimientos relativamente independiente que constitu-
ye al mismo tiempo un elemento del sistema de la ciencia en
general y una forma particular de la actividad de las personas
que une a los científicos y a las investigaciones científicas para el
estudio de la delincuencia como fenómeno jurídico social, sus
tendencias y regularidades (características del pasado, presente y
futuro), las causas de la delincuencia, la personalidad del delin-
cuente, para elaborar las medidas preventivas y su profilaxis, con
el fin de perfeccionar la teoría y la práctica en la lucha contra ella.
García-Pablos de Molina (1988) considera como el objeto de
la Criminología el crimen, el delincuente, la víctima y el control
social del comportamiento desviado.
Alfonso Reyes Echandía (1996) considera que la Criminología
tiene por objeto el estudio de la criminalidad, de las personas a
ella vinculadas y de la reacción social que pueda suscitar.
Para nuestra asignatura, la Criminología es una ciencia espe-
cial transdisciplinaria que comparte un objeto de estudio con otras
ciencias, cuyo contenido es necesario relacionar con los procesos
de formación de las ciencias especiales en la esfera de los conoci-
mientos acerca de la sociedad. Sería un error señalar que la géne-
sis de las Ciencias Sociales y sus procesos de formación ya han
concluido. Por el contrario, con el mayor derecho podemos hablar

21
acerca de unas u otras fases de establecimiento de distintas disci-
plinas científicas, de su aparato conceptual, de su base empírica
y de su metodología (Antipov, 1988). De ejemplo puede servir la
Criminología.

LA CRIMINOLOGÍA COMO DISCIPLINA


CIENTÍFICA
La Criminología se incorpora al sistema de la ciencia moderna de
la estructura social y se desarrolla como parte integrante de un
proceso científico único.
Asimismo, es preciso no olvidar el estudio de problemas que
constituyen el contenido de una realidad ubicada en los espacios
limítrofes, en las relaciones de campos pertenecientes a distintas
miradas de construcción de conocimientos e ideas complemen-
tarias, y en espacios que constituyen vacíos compartidos por di-
ferentes puntos de vista, creencias y representaciones no privilegiadas
en ningún campo disciplinar determinado. Estos vacíos compar-
tidos corresponden a problemas muy complejos, con muchas aristas
y concebidos en diversos niveles de la cognoscibilidad social. La
formación de conocimientos en el análisis de problemas sociales
complejos no es sencilla, requiere en su proceso de construcción,
no de conocimientos científicos en general, sino de conocimientos
propiamente científicos en particular, pero estrechamente vincu-
lados entre sí, a partir de la cooperación en equipos y comu-
nidades de científicos, profesionales y técnicos de distintos
campos. La criminalidad incluye muchos contenidos que requie-
ren de dicha cooperación científica para su análisis y explicación.
Todos los problemas, o la gran mayoría de carácter social, resul-
tan muy complejos, dada su pluralidad de aristas. Es por esto que
resulta imprescindible su solución transdisciplinaria. Así se evi-
dencia también en el campo de los fenómenos criminales,
delictivos y antisociales. Orientada a la comprensión integral de
los fenómenos y la vida sociales, complementada por un conoci-
miento interdisciplinario cada vez más profundo del ser humano

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y de las diversas instituciones, obliga a pensar en un espacio
metodológico común del que se pueden nutrir las diferentes cien-
cias sociales.
F. González Rey indica que la definición disciplinaria no se da
por la exclusividad del método, sino por la capacidad de cons-
truir, en un nivel definido previamente, la información que este
brinde (González Rey, 1996). Compartimos este criterio meto-
dológico.

Naturaleza y contenido
La naturaleza de la Criminología ha resultado sometida a un inten-
so debate desde hace muchos años y siguió modificándose a lo
largo del siglo XX en dependencia de distintas conceptualizaciones
de cada línea teórica.
López-Rey considera esta ciencia como complementaria del
Derecho Penal y su objeto lo atribuye a la explicación de la crimi-
nalidad y de la conducta delictiva individual (Mármol de León,
1997). Para José Ingenieros la Criminología es el estudio científico
del delito examinado como una manifestación del delincuente en
sus relaciones con el medio social. Comprende también en el
objeto la etiología criminal, la clínica criminológica y la terapéu-
tica del delito (Cardelli, 1999). Carmen García de Mármol de León
apunta que la Criminología es la «ciencia que estudia el delito en
sí mismo, como hecho social y al delincuente como ser biológico,
como ser social, indagando y tratando de descubrir las causas que
incidieron en la realización del hecho» (Mármol de León, 1997).
Para Hans Goppinger es «una ciencia empírica e interdisciplinaria. Se
ocupa de las circunstancias de la esfera humana y social, relacio-
nadas con el surgimiento, la comisión y la evitación del crimen,
así como del tratamiento de los violadores de la ley» (Mármol de
León, 1997). Para Pavarini la Criminología se ocupa de «una plu-
ralidad altamente heterogénea de conocimientos científicos, en
ningún caso homogeneizables salvo por haber intentado ofrecer
algunas respuestas a los problemas planteados por la violación
de ciertas normas sociales, en particular de las jurídico-penales».

23
Es preciso considerar la Criminología en distintas interacciones
con otras ciencias. Las principales tesis científicas generales y las
exigencias teóricas relativas a las ciencias especiales se aplican
extensivamente también a la Criminología, que constituye un sis-
tema de conocimientos específicos y abraza un conjunto de teo-
rías e hipótesis relacionadas con la criminalidad (con sus problemas
definidos y en desarrollo). Los sectores del saber en mayor medi-
da vinculados con la reacción social, el control social formal e
informal, la lucha contra la delincuencia y la prevención de los
fenómenos antisociales son la Sociología y las Ciencias Jurídicas
entre las Ciencias Sociales.
La Criminología se plantea una gama muy amplia de problemas
científicos relacionados con la sociedad, principalmente con los
procesos y fenómenos antisociales y delictivos en lo cual no su-
planta en absoluto a otras ciencias. Investiga un específico domi-
nio y posee su problemática propia, que incluye el par dialéctico
procesos criminógenos y anticriminógenos, procesos violentos y
aspectos victimales de la realidad social. Consideramos incorrectos
los juicios u opiniones acerca de la dependencia de esta ciencia
que se han formado en relación con ciertos rasgos de los proble-
mas que forman parte de su objeto y también constituyen materia
y aspectos problemáticos de otras ciencias. Estos juicios conducen
a la simple «traducción» de los conceptos de uno u otro sector del
saber al «lenguaje criminológico», y viceversa. Tal acción empobre-
ce el contenido no solo de la Criminología sino también de cual-
quier rama del saber en la que se trate, de «diluir» el criminológico.
No se debe olvidar que los problemas científicos son complejos y
su solución en el marco social, lo mismo que para otra disciplina
científica, no constituye el resultado de una única ciencia, sino tam-
bién un proceso de formación de conocimientos específicos (sin-
gulares) acerca del problema de que se trate.
Como ciencia especial hay que tener presente las circunstan-
cias que caracterizan la Criminología, principalmente por su vin-
culación con la práctica específica del análisis, comprensión y
solución de los problemas de la criminalidad, la delincuencia y la
antisocialidad en primer lugar, y en segundo lugar, su capacidad

24
de explicar los acontecimientos, fenómenos y hechos de carácter
criminógeno que aquellos tributan y con ello también prevenir-
los, contribuir a sus pronósticos y desarrollar la investigación-ac-
ción participativa así como la intervención, conforme a las
recomendaciones de los científicos.
Podemos concluir pues que la Criminología constituye un sis-
tema relativamente independiente de conocimientos objetivos y
un elemento del conjunto de las ciencias en general que realiza
sus conclusiones en una esfera específica de actividad. Esta pue-
de ser considerada una definición como punto de partida en re-
lación con los problemas complejos de la criminalidad y de su
prevención (Avanesov, 1985).
La Criminología se construye históricamente sobre el desarro-
llo de dos dimensiones de la realidad: la criminalidad y la reac-
ción social. En ambas dimensiones se incluyen categorías que
implican fenómenos y procesos de una gran complejidad, esto
es, la delincuencia y la conducta delictiva, la criminalización como
proceso, y con ello se relaciona la determinación y la causalidad y
sus procesos implícitos; así también la prevención de la delin-
cuencia y con esta categoría tan importante se encuentra muy
relacionado el control social formal y el informal.
La criminalidad se define como una categoría social muy am-
plia y no muy precisa que incluye la delincuencia como fenóme-
no social (o global) y la conducta delictiva grupal y concreta o
individual.
Como conjunto de conocimientos sistematizados, la Crimino-
logía tiene ya muchos años de desarrollo, pero desde sus oríge-
nes, su objeto de estudio y sus intereses han ido ampliándose, de
modo tal que, en la actualidad y abarcando una puntualización
sintética que no pretende ser completa, podemos indicar los si-
guientes grandes temas (Navarrete, 1998):
• El estudio y la comprensión de la criminalidad, que abarca los
fenómenos y procesos criminales, la delincuencia y ciertas for-
mas de antisocialidad.

25
• El estudio de la delincuencia como conjunto y/o sistema de
delitos, contravenciones, transgresiones, ilegalidades, así como
otros procesos y fenómenos que participan de su determina-
ción, incluyendo también la dimensión cuantitativa (cantidad
de delitos y transgresiones conocidos y no conocidos) y la di-
mensión cualitativa (modalidades y tipos de delincuencia ob-
servados espacio-temporalmente).
• El estudio de los transgresores, sus elementos personológicos
y la relación con su modo de vida.
• El estudio de las víctimas que componen el par dialéctico con
los transgresores. Para estos estudios hemos creado un mode-
lo teórico-metodológico a partir de los procesos de influencia,
actividad y participación social (meta, macro y microsociales),
en la relación dialéctica entre transgresores con las víctimas, lo
que se corresponde con los aspectos de interacción criminó-
genos y victimales al comprender los mismos procesos en las
instancias anteriormente indicadas.
• El estudio de las formas principales de reacción social institu-
cional, incluyendo el control social formal e informal (medios
más utilizados) de represión y prevención. La investigación se
privilegia en cuanto al sistema de prevención legitimado por
la voluntad política y la activa participación de los ciudada-
nos. Por supuesto, que este tratamiento académico es eminen-
temente intradisciplinario hasta ahora, pero pretendemos
hacerlo cada vez más transdisciplinario.
En el decir de Olga Puente de Camaño la ciencia criminológica
evolucionó un tanto linealmente en la medida en que fueron in-
corporándose distintos objetos de interés; constituyen etapas en
la evolución de la comprensión del «fenómeno criminal» que en la
hora actual podemos designar como el concepto más abarcador
(Puente, 1998). Entendemos que, efectivamente, el fenómeno
criminal puede constituir la categoría más abarcadora, también
así reconocida por Alfonso Reyes Echandía (Reyes, 1996). De
acuerdo con Olga Puente (1998), «se requiere con una mirada
estructural que supere las parcializaciones, lo cual significaría el

26
reconocimiento solo de uno de aquellos objetos de interés seña-
lados, cualquiera fuese, ya que todos estos aspectos al tratar los
hechos concretos aparecen interrelacionados». De este supuesto
parten las propuestas para ir adentrándose en el tema de la pre-
vención que hace esta autora, con la cual en gran medida coinci-
dimos en cuanto a su importancia científica trascendental cuando
afirma: «La prevención es una preocupación permanente y actual
de la Criminología, infaltable en los programas de la ciencia
criminológica. Debemos considerar que cuando hacemos refe-
rencia a la prevención y pretendemos definirla nos encontramos
que es un concepto de larga tradición, bastante amplio y si se
quiere ambiguo» (Puente, 1998).
También señala que «al hablar de prevención, específicamente
de la criminalidad, es necesario reflexionar que la criminalidad es
un fenómeno de la vida social altamente complejo, tanto si pen-
samos en sus causas, en su desarrollo, como en sus consecuen-
cias» (Puente, 1998).
Y como hecho de la vida social que es, toda la sociedad resulta
destinataria, aunque sea de manera indirecta ante el conjunto de
la criminalidad. Comprender el fenómeno criminal implica un en-
foque estructural, es decir, la consideración de la interdependen-
cia entre los distintos aspectos que lo componen, relacionados
con el autor, la víctima y la sociedad en sus diversas modalidades
de reacción frente al crimen.
Cuando intentamos entender científicamente hacia dónde va
dirigida u orientada la prevención de la criminalidad debemos
partir del reconocimiento de la complejidad del fenómeno; como
sabemos los hechos sociales no admiten explicaciones únicas, ni
independientes de otros hechos, como son los históricos, políti-
cos, económicos, psicológicos, etc. Al momento de intentar una
explicación las distintas categorías mencionadas aparecen interre-
lacionadas.
Los ideales de la ciencia, que por supuesto implican a la
Criminología, deben articularse a las más elevadas aspiraciones
humanistas. El trabajo científico en Cuba está comprometido
con la causa del desarrollo de nuestros pueblos. La referencia al

27
criminológico implica la idea, subrayada por Núñez «de una cien-
cia por el pueblo y para el pueblo [...] inmanente a la ideología
que ha alimentado el proyecto revolucionario cubano.
»Cuba aspira al desarrollo entendido este como un proceso
autosostenido e integral, cuidadoso de las variables políticas, cul-
turales, ecológicas, educacionales entre otras, y cuyo primer ob-
jetivo tiene que ser la satisfacción de las necesidades básicas de
la población. Un desarrollo que se procura mediante la moviliza-
ción de los propios recursos y medios y se consigue con la partici-
pación del pueblo. En el interior de este esfuerzo las funciones
sociales de la ciencia y la tecnología se multiplican y los compromi-
sos de los actores implicados en ellas se potencian» (Núñez, 1994).

CONCEPTOS DE LA CRIMINOLOGÍA
La Criminología como disciplina científica, en el ámbito de trabajo
académico, posee algunas categorías que han ido precisándose
históricamente.
Resulta conveniente referirnos ahora a algunos conceptos inclui-
dos en el aparato categorial de la Criminología. Pero previamente
indicaremos algunas de las definiciones del objeto de la ciencia
criminológica.
Para una comprensión más profunda del objeto de la Crimino-
logía se precisa el plantear la definición de su contenido y delimi-
tar las categorías principales.
Resulta necesario dejar fijados los aspectos que integran el fe-
nómeno objetivo específico de la criminalidad en sus dos dimen-
siones esenciales, la delincuencia como fenómeno y procesos
implícitos y las formas particulares de reacción social ante ella.
De lo dicho anteriormente se desprende que el objeto de la
Criminología abarca una serie de problemas interrelacionados que
incluyen sus elementos.
Los problemas estudiados por la Criminología, desde el punto de
vista de su significación para esta ciencia y para la práctica social, no
son equivalentes. Algunos de estos problemas constituyen el conte-
nido esencial, son los problemas centrales, o el «núcleo» de la Crimi-
nología.

28
Otros problemas tienen un significado de aplicación auxiliar y
sirven como medio para el conocimiento de algunas dimensio-
nes del objeto, dada su esencia multifacética.

La criminalidad
Constituye un concepto en el que pretendemos incluir los proce-
sos y fenómenos que evidencian la presencia de etapas en el de-
sarrollo de la antisocialidad, algunas desviaciones sociales y
comportamientos grupales e individuales asociales que pudieran
o pueden transformarse en delictivos, y en transgresiones o in-
fracciones de la legalidad en algún momento histórico concreto
de su desarrollo y en algunos territorios (Navarrete, 1998). Son
disímiles las explicaciones que aparecen en la bibliografía. Tam-
bién se hace sinónimo la criminalidad de la delincuencia.

La delincuencia
Conjunto o sistema de conductas delictivas o determinadas in-
fracciones grupales o individuales de la Ley Penal. En el plano
sociológico puede examinarse como procesos y fenómenos que
integran una forma particular de la conducta social humana que
transgrede el funcionamiento de un sistema social dado y que re-
presenta para él dañosidad de mayor o menor nivel. En el plano
jurídico está integrada por relaciones sociales antagónicas a lo
preceptuado por la Ley Penal y evidencia contradicciones socia-
les, diferencias y desproporciones en el desarrollo social defini-
dos como procesos y comportamientos de carácter delictivo
(Navarrete, 1998).
En la bibliografía criminológica se cuenta con una extensa se-
rie de definiciones del concepto de delincuencia.
El criminólogo cubano Silvino Sorhegui se ha referido a la Cri-
minología indicando el análisis que con capacidad integrativa ha
sido realizado en cuanto a los subsistemas o sistemas sociales
superiores que incluyen el estudio de la delincuencia, visto tam-
bién este fenómeno como un sistema (Sorhegui, 1989).

29
A la luz del análisis en sistema, Sorhegui consideró la delin-
cuencia como expresión de un modo de vida antisocial caracte-
rizante de sujetos portadores de procesos personológicos de
carácter delincuencial. Se comporta como un gran sistema al in-
tegrarse por un conjunto de partes: los microambiente delictivos
(Sorhegui, 1987).
El criminólogo cubano estimaba que como resultado de los lo-
gros alcanzados en el campo analítico y experimental la
Criminología científica ha consolidado sus posiciones en la ac-
tualidad y se proyecta con una clara visión y empeño por prose-
guir investigando el fenómeno de la criminalidad. Asimismo
estima que esa visión será más nítida en la medida en que el pro-
greso de las ciencias en su conjunto y de una manera particular,
las reconocidas como sociales, se acreciente en el conocimiento
del ser humano, la sociedad y el Estado, sobre todo en su movi-
miento e interacción recíproca incluidos los principios y leyes que
lo rigen.
El concepto delincuencia se utiliza en aquellos casos en que se
refiere a un conjunto estadístico de delitos. Este es el más sencillo
enfoque conceptual en relación con la definición de la delincuen-
cia. Realmente la delincuencia se manifiesta a través de los delitos
concretos. Debe aclararse que el fenómeno de la delincuencia no es
una simple suma mecánica de delitos sin relación de unos con otros.
Entre los diferentes actos delictivos existen multitud de inte-
racciones: unos delitos son cometidos por determinados individuos,
pero otros cometen cualquier delito. Además, algunos delitos resul-
tan la consecuencia de otros —el homicidio por haberse cometido
un robo— capaces de crear condiciones para otros delitos —simples
hurtos en establecimientos desorganizan el sistema de control y con-
tabilidad, en estos casos se producen robos y malversaciones—, y otros.
La relación entre la delincuencia y el delito es una relación de
lo general y lo particular. Por este motivo en el análisis de la de-
lincuencia se deben estudiar las características de los delitos por
separado, por tipicidades, y descubrir en ellos lo individual, lo
irrepetible. Es importante al mismo tiempo considerar las inter-
relaciones y las interdependencias de distintos delitos y sus

30
comisores, pero también estimar que en estas interacciones apa-
recen nuevas características de la delincuencia, que no se encuen-
tran en el delito tomado aisladamente.
La delincuencia es un fenómeno cualitativamente distinto al
delito. La delincuencia como fenómeno social debe analizarse
en el contexto de los vínculos y relaciones sociales, desde el re-
gistro de los cambios sociales.
En dependencia de esto, de las esferas de la vida social que se
relacionan con la delincuencia, se diferencian los siguientes tipos:
la delincuencia en las relaciones sociopolíticas; la delincuencia en
el marco de las relaciones económicas (de propiedad, de trabajo,
de distribución y otras); la delincuencia en la esfera de la vida coti-
diana (relaciones sociales en la familia, en la vida cotidiana, en el
ocio o tiempo libre); y la delincuencia en la esfera de la dirección
(la actividad del aparato estatal de la dirección, y otras).

El delito
Debe examinarse simultáneamente en sus aspectos jurídico-pe-
nal y criminológico. El enfoque jurídico-penal está referido a la
transgresión culpable de la norma penal. La atención aquí se
mediatiza en el análisis jurídico de cuatro de sus elementos: del
objeto, del lado objetivo, del sujeto y del lado subjetivo.
El enfoque criminológico del delito implica su análisis en el
contexto de las condiciones del medio exterior y al mismo tiem-
po de la conciencia del individuo comisor, pero también de toda
su actividad. El delito representa criminológicamente no un acto
único momentáneo, sino un proceso determinado que se desa-
rrolla en el espacio y en el tiempo (Figura 1).
Estos dos aspectos tienen un significado teórico y uno práctico.
Cualidades personológicas del ser humano y condiciones de
su medio social en su interacción definen como consecuencia la
motivación y la toma de la decisión de cometer un delito y la
ejecución de la decisión tomada. Esto constituye el mecanismo
de la conducta delictiva (Figura 2).

31
Figura 1. Formación del motivo del delito.
Figura 2. Estructura general del proceso de toma de la decisión de la conducta delictiva.
Concepto de prevención
de la delincuencia y el delito
La esfera de las relaciones sociales en cuanto a la realización de
la actividad preventiva constituye el tema clave de la Criminología
que define en mayor medida un conjunto de conocimientos como
esencia de la utilidad de esta disciplina científica. La prevención
de la delincuencia así como los métodos de su estudio compo-
nen una parte independiente de esta ciencia en su consideración
como disciplina académica.
La prevención de la delincuencia, de las transgresiones legales
y de los comportamientos antisociales constituye la esencia de
una actividad estatal específica que se realiza jurídicamente pro-
tegida en Cuba por el Decreto-Ley No. 95 de 1986. Se estableció
un sistema en el que participan los órganos estatales, las organi-
zaciones sociales y ciudadanos activistas para, de conjunto en la
revelación y eliminación de las causas de la delincuencia y de los
delitos, pero también con el fin de contribuir a la eliminación o al
menos, disminución de las desfavorables condiciones de vida y
de educación que pueden cimentar la base de procesos de socia-
lización de carácter negativo en los niños, adolescentes y jóve-
nes, podrían obstaculizar o crear dificultades para alcanzar el
desarrollo sostenible.
El concepto principal de la Criminología es el de prevención de
la delincuencia. El origen de este concepto parte del sentido de
«prevenir, que significa tomar medidas para hacer tempranamen-
te que no continúen los procesos que desvíen negativamente y
obstaculicen el desarrollo social y tomar la delantera en la reali-
zación de nuestro proyecto social» (Navarrete, 2000).
El concepto de prevención de la delincuencia es aplicable en
estrecho y amplio sentido.
En su sentido estrecho se considera la prevención de la delin-
cuencia como la actividad dirigida hacia la prevención solo de la
delincuencia en conjunto como un fenómeno social único. En su
más amplio sentido la prevención de la delincuencia se puede
examinar como un concepto general que incluye otros concep-

34
tos acerca de todas las direcciones y tipos de estos procesos, lo
que abarca la prevención de los delitos concretos y del compor-
tamiento delictivo ilegal o antisocial concretos. Asimismo, impli-
ca la consideración del fenómeno criminal en sus fuentes, modos
de vida, condiciones de educación y en sus relaciones con fenó-
menos de otro carácter. La significación amplia implica multitud
de significados y se vinculan a la elaboración teórica insuficiente
aun del aparato conceptual de la Criminología; no obstante, la
efectividad de las medidas de unas u otras se logra con la utiliza-
ción de las potencialidades del enfoque transdisciplinario. En re-
lación con esto está planteada la necesidad de conocer los
conceptos y vínculos que trascendiendo el objeto de la disciplina
van más allá, hacia la solución de problemas de la práctica, pero
partiendo del concepto principal de esta importante parte de la
Criminología que es la prevención de la delincuencia.
Muchos criminólogos definen la prevención de la delincuen-
cia como «un amplio complejo de medidas interrelacionadas crea-
das y aplicadas por los órganos estatales y las organizaciones
sociales» (Colectivo de autores, 1977).
La afirmación de la disciplina social existe como una de las di-
recciones de la actividad de la sociedad para consolidar la regu-
lación moral y jurídica, en cuanto a la educación de la conciencia
moral y jurídica de la personalidad. Los criminólogos de nuestro
país actualmente conceden atención al problema de las cuestio-
nes teóricas de la prevención de la delincuencia, en correspon-
dencia con las tareas de afirmación necesaria de nuestro sistema
social, teniendo en su base el perfeccionamiento consecuente
del modo de vida al que aspira nuestro modelo para asegurar
que prevalezcan los intereses del país en el clima de justicia so-
cial y solidaridad humana que han caracterizado estos años di-
fíciles.
El enfrentamiento consecuente y directo de las indisciplinas so-
ciales es también una contribución importante en evitación de la
más dañina y peligrosa de sus manifestaciones, la delincuencia
como fenómeno social.

35
Un primer acercamiento en la investigación criminológica ha
presupuesto la proyección de la prevención en cuanto a los pro-
blemas teóricos del control social y metodológico de sus meca-
nismos en relación con el proyecto social de nuestro país. El control
social opera tomando en consideración la realidad socioeconó-
mica de nuestro sistema, pues resulta básica y tercero la obten-
ción de mayor efectividad de los procesos de participación real
de los representantes estatales y miembros de las organizaciones
sociales en los territorios de los Consejos Populares.
Algunas nociones sobre el análisis de los mecanismos informa-
les de control social deben preverse. La revisión histórica nos lle-
va a la definición del control social que más se ajusta a nuestro
contexto de indagación y difiere en mucho al del resto de los
países latinoamericanos, donde «la explotación del hombre» en
la que se basan las relaciones de producción «generadoras de la
desocupación, el analfabetismo, la mortalidad infantil, las gran-
des masas de marginados son entre nosotros los medios útiles
con que se mantiene el sometimiento, se fortalece el poder de
ciertas minorías y el capital trasnacional obtiene cuantiosas ga-
nancias. Y tal como la actualidad demuestra, salvo en contados
casos, la violencia estatal y la represión han constituido las herra-
mientas básicas» (Aniyar, 1977).
El control existe como fenómeno social. En cualquier sociedad
organizada estatalmente este refleja los intereses de clase, que
constituyen una de las formas de dirección política, una de las
funciones del Estado y de las relaciones sociales, uno de los atri-
butos del poder estatal y social.
Podemos definir el control social como un sistema complejo de
actividad de los sujetos sociales y estatales en nuestra sociedad. Su
principio más importante es la indisoluble unidad de los principios
estatales y sociales que aseguran la amplia participación de los
miembros de la sociedad en la dirección. Los esfuerzos conjuntos
del Estado y de sus órganos, así como de las organizaciones socia-
les y las amplias masas de trabajadores en el control; se utilizan
como medio poderoso que asegura la dirección de los procesos
sociales al mismo tiempo que la prevención de fenómenos negati-
vos antisociales, perjudiciales para la sociedad.

36
Teóricamente el control social coloca la acción de los sujetos
en determinados marcos (o límites) correspondientes a las exi-
gencias de la disciplina social que establece el nivel de la toleran-
cia en cuanto a las transgresiones de las disposiciones de nuestra
moral y nuestro derecho.
El desarrollo del control social participa como premisa necesa-
ria y como importante factor del perfeccionamiento consecuente
de la actividad dirigida a la prevención de manifestaciones
conductuales, inmorales y delictivas, lo que convierte al control
social en uno de los más importantes medios de trabajo profilác-
ticos de los delitos y contravenciones.
Deseamos hacer énfasis en la inseguridad teórica y metodoló-
gica que encontramos en el punto de partida del tema del con-
trol social, atendiendo a los argumentos de los científicos U. Zvekic
y M. Findlay, ambos del UNSDRI.1
Los autores antes citados destacan que, aun cuando la ideolo-
gía de los mecanismos formales basados en el estado ha sido
analizada y descrita en alguna medida, hoy nos enfrentamos a
suposiciones nuevas no confirmadas, lo que se aplica en relación
con la omnipotencia de los mecanismos formales y de los infor-
males de control de la criminalidad. La superioridad, eficiencia y
ventajas de los mecanismos informales han sido presentadas como
algo evidente y no problemático, por lo que se puede afirmar
que los mecanismos informales tienden a autolegitimarse. Han
llamado la atención acerca de una tentativa de establecer un
marco de referencia que facilite el asomarse a la potencialidad
real de su control para sociedades que se encuentran en distintos
niveles del proceso de desarrollo.
Muchas presunciones no debidamente fundamentadas giran
en torno al debate conceptual. Resulta esencial la discusión acer-
ca de los procesos de socialización que conforman la estructura
de autoridad en cada contexto determinado. Los autores han
pronosticado conflictos que se originan cuando los mecanismos

1
Siglas en inglés del Centro de Investigaciones Criminológicas de Naciones Unidas
radicado en Roma, Italia (N. del E.).

37
informales de control operan en un determinado contexto cultu-
ral de desarrollo.
Los criminólogos de tendencia crítica son quienes mayoritaria-
mente se han ocupado del control social en forma explícita, como
eje de reflexión en la Criminología latinoamericana. L. G. Gabal-
dón ilustra en una revisión de las contribuciones bibliográficas
dirigidas a conceptuar el control social cierta inespecificidad en-
tre el nivel formal y el informal. Véase para una discusión detalla-
da de los criterios de L. Aniyar, Sandoval Huertas, Pérez Pinzón y
Bustos Ramírez a Gabaldón (1989).
Gabaldón consideró en 1992 como materia de discusión si las
agencias formales de control social en el estado moderno confor-
man un sistema de justicia penal en sentido estricto, y al valorar
el espacio social que ocupan en los tiempos modernos estima
que ameritan una aproximación teórica para explicar patrones
de acción y resultados. A pesar de que proposiciones específicas
sobre el control formal no son postuladas usualmente, señala una
distinción entre los que se ocupan del control social como fenó-
meno general. «A pesar de algunos hechos bien establecidos por
la investigación sobre la operación de las agencias formales de
control, todavía falta un modelo teórico para explicar la activa-
ción de las mismas».
Las agencias formales de control deben enfrentar, en contraste
con las informales, mayores requerimientos continuos para la in-
tervención, a la vez que algunas limitaciones organizativas que
determinan disposición y organización de recursos, aunque no
siempre procedan en una forma racional. En suma, ellas enfren-
tan un marco normativo que estructura de acuerdo con ciertos
principios, los requerimientos y las respuestas para el control so-
cial (Gabaldón, 1992).
La actualidad internacional del tema se revela en los debates
en el campo de la política criminal, donde se ha subrayado la
importancia de los mecanismos informales de control para la pre-
vención del delito, aunque por diversos motivos la efectividad de
dichos mecanismos informales ha sido muy controvertida y cues-
tionada, tanto en los países desarrollados como en aquellos en

38
vías de desarrollo (Cappelletti, 1982). El hecho es que todos los
sistemas de prevención y control del delito se enfrentan en dis-
tintos niveles de problematicidad con una relativa ineficiencia de
los mecanismos formales-estatales de control, y acerca de ello la
bibliografía sobre control social informal, justicia informal alter-
nativa y los temas con ellos estrechamente vinculados es de una
gran magnitud. Además, se ha ido gradualmente tomando con-
ciencia del hecho de que quizás una mayor eficacia para la pre-
vención y control del delito podría derivarse también de los
procesos macroestructurales de socialización y control, de los
cuales solo una pequeña parte posee una estructura formal
institucional o basada directamente en alguna de las agencias
del aparato estatal (Zvekic, 1987).
Mas, a pesar de las grandes esperanzas cifradas en los meca-
nismos informales de control, no se ha desarrollado una teoría
global convincente en Latinoamérica, y muy poco se ha estudia-
do académicamente y en la práctica de su estructura interna, ya
que la naturaleza y funciones de dichos mecanismos no han sido
aún ni sistemáticamente descritas, ni en consecuencias aprehen-
didas críticamente. Tampoco se ha logrado una metodología de
análisis convincente.
El control social informal se puede definir como denominador
común de los sistemas normativos de procesos selectivos, de es-
trategias de socialización, primaria o secundaria, para asegurar
fidelidad, precediendo al control formal, al que le daría entrada
si fallara (Aniyar de Castro, 1987).
Para nosotros, la amplia participación del pueblo en diversas
tareas es condición obligada del perfeccionamiento consecuen-
te de las funciones de control social del sistema político. Tanto
más completa y activamente participen los trabajadores y los ciu-
dadanos en las organizaciones sociales y en la realización del con-
trol social, tanto más sólidas serán sus bases democráticas y más
efectiva su actividad de control. Esto se relaciona en particular
con el problema de la afirmación de la disciplina social y la obser-
vancia por todos los ciudadanos de sus obligaciones ante la so-
ciedad. Estos planteamientos encuentran su reflejo en la
Constitución de la República de Cuba, la cual fijó el rol del sistema

39
político en el aseguramiento de la combinación de los derechos
reales y sus obligaciones y responsabilidades ante la sociedad. Se
destacan, entre otros, los Artículos 68 b); 16; 7; 39 l); e) y f) y el 40.
En dependencia de los sujetos que realizan el control social y
también del volumen y nivel de sus actividades, el sistema de
control social puede ser diferenciado. En la bibliografía halla-
mos distintos puntos de vista. Algunos autores distinguen tres
tipos de control: estatal, político-social y popular. Otros consi-
deran cuatro: estatal, partidista, masivo-social e interdeparta-
mental. Los terceros, tres: estatal, social y personal.
Nuestra Constitución protege legalmente el derecho de los
sindicalizados, los jóvenes y los miembros de otras organizacio-
nes sociales, así como también a los colectivos laborales, en re-
lación con sus funciones de control social.
Independientemente de las clasificaciones conceptuales par-
timos del concepto de control social que anteriormente desta-
camos, el cual toma en consideración la unidad económica,
política, moral, jurídica, sociopsicológica y de otros aspectos de
la actividad de control de la sociedad, dirigida a la prevención
de manifestaciones antisociales. La utilización del concepto fi-
losófico del control social en la ciencia criminológica significa
la aplicación de una categoría del materialismo dialéctico al
estudio histórico de la delincuencia y otras transgresiones lega-
les, y también a la indagación científica de su prevención. Este
concepto filosófico facilita, de una manera más completa y multi-
lateral, el investigar la esencia social de finalidad y contenido
de la dirección del control social como orientación de la activi-
dad que asegura la prevención y profilaxis de los delitos, y el
descubrir las particularidades de los medios y métodos de con-
trol de la sociedad y el estado, utilizados para alcanzar dichos
fines.
El consecuente perfeccionamiento del control social en las con-
diciones de construcción del socialismo en nuestro país está rela-
cionado con la elevación de la efectividad de la actividad de
control de los órganos estatales (formal) y no estatales (informal)
en el sistema de dirección, y simultáneamente, en cuanto a la

40
prevención de los elementos de desorganización del mecanismo
de regulación jurídica, estatal y social.
La categoría de la determinación de la delincuencia aparece
considerada en su contenido por todas las escuelas y teorías
criminológicas, por lo que estimamos la importancia de referir-
nos a ella. Relacionada con la determinación se halla la categoría
causalidad.
Cuando analizamos los fenómenos y procesos que se produ-
cen en la sociedad, el más complejo de todos los sistemas exis-
tentes, es necesario considerar los rasgos generales de la
causalidad y lo específico de la vida social. Lo específico indica
que todas las regularidades sociales se realizan a través de la ac-
tividad de las personas. Se puede por tanto relacionar una serie
de particularidades de los vínculos causales en el medio social.
En primer lugar, debe subrayarse que la sociedad representa
un sistema para el cual resultan características regularidades di-
námicas y estadísticas que implican vínculos entre sus elementos.
Nuestro Proyecto social presenta diferencias en relación con
otras formaciones económico-sociales. La originalidad de nues-
tro desarrollo social requiere dirigir la mirada hacia los procesos
probabilísticos que ocupan un espacio esencial amplio.
En segundo lugar, la sociedad es un sistema siempre en desa-
rrollo. En nuestro caso aspiramos todos, tanto científicos como
docentes, profesionales, estudiantes y ciudadanos a contribuir
al desarrollo sostenible como una cuestión ética fundamental,
en la medida de las posibilidades. A través de las formaciones
explotadoras, la humanidad va transitando hacia un proceso que
implica el colectivismo y la actitud participativa que permita la
satisfacción de las necesidades de los seres humanos que habi-
tarán este planeta después de las generaciones contemporáneas.
En este plano en el movimiento histórico participan regularida-
des sociales que es preciso tomar en consideración también, al
buscar a través de las investigaciones de los procesos sociales
implícitos, los procesos internos del desarrollo en relación con
fenómenos sociales y procesos que transcurren en niveles dife-
rentes (Figura 3).

41
Androcentrismo como ideología en las relaciones de poder.

Figura 3: Principales procesos de la criminogénesis.

El reconocimiento de las causas de los fenómenos sociales plan-


tea el análisis tanto de los procesos internos del desarrollo de
nuestra sociedad como de los vínculos de los fenómenos sociales
con fenómenos y procesos de otros niveles y sistemas. La revela-
ción de los procesos criminógenos unida a la construcción de un
sistema profiláctico anticriminógeno desempeña un papel primor-
dial como garantía del éxito del Sistema de Prevención Nacional
en Cuba. Determinado papel de factores naturales, como el me-
dio geográfico, el crecimiento de la población y otros permiten el

42
análisis sobre un fundamento histórico-social propio. No es el
clima, no son fenómenos cósmicos ni naturales, son las condicio-
nes de vida y de educación de los seres humanos las que permi-
ten alcanzar el desarrollo social, lo cual incluye también las
condiciones de educación promovidas en nuestro país, dada la
voluntad política consecuente, lo que va garantizando como re-
sultado el tránsito hacia una sociedad más justa, en el enfrenta-
miento y solución de las contradicciones a distintos niveles.
Todos los sistemas presentan contradicciones internas entre
la estabilidad y el cambio, entre las particularidades globales y
sus elementos por separado, entre las aspiraciones del sistema y
las influencias contrarias permanentes. En América Latina se ha
desarrollado una fuerte corriente crítica en el campo teórico cri-
minológico, que refleja el nivel de desarrollo académico que
toma en consideración las relaciones entre las clases sociales,
su tipo de interacción de las fuerzas productivas y de las relacio-
nes de producción. Aun cuando muchos aspectos de dicha
corriente crítica mantienen puntos comunes con nuestras con-
cepciones, algunas de sus posiciones, principalmente en cuan-
to al estudio del control social formal, no se ajustan al análisis
que es preciso continuar desarrollando en la Criminología cu-
bana. Las contradicciones antagónicas de la sociedad capitalis-
ta se reflejan en los metaprocesos sociales, no tanto como en
las sociedades de otros países latinoamericanos, lo que resulta
un hecho en la delincuencia no convencional, más diferencia-
da. En otras instancias que aparecen (ver figura 3, tales como la
de los macroprocesos, microprocesos y en la conducta delictiva
concreta (individual), se revelan particularidades diferentes. En
el curso del desarrollo progresivo y permanente estos tres nive-
les desempeñan un importante papel en el proceso histórico
nacional, y por tanto no pueden aplicarse las consideraciones
de los criminólogos críticos.
En tercer lugar, lo específico de la causalidad social que como
fenómenos sociales aspiramos a comprender, los niveles de
micromedios (tercer nivel) y los elementos personológicos, subjeti-
vos son casi procesos exclusivos, relaciones y estados muy diferentes

43
a los contenidos en esos mismos niveles de otros países con un
sistema social distinto al nuestro. Entre nosotros, un papel princi-
pal desempeñan las relaciones sociales que se establecen en nues-
tro pueblo.
En cuarto lugar, existe una particularidad única de los vínculos
causales, que es la siguiente: en la mayoría de los casos, a través
de la conciencia del pueblo se refleja un modo de vida particular,
en la forma de fines y motivos de la conducta de cada ciudadano.
Hay un vínculo entre los fenómenos y procesos del primer nivel
que atravesando el segundo se expresan como influencia, a ve-
ces decisiva, en el nivel del micromedio social de las instancias
familiar, laboral, educacional y comunitaria, y se torna en la parti-
cipación y actividad que cada sujeto expresa, también en dichas
fuentes y áreas de protagonismo, como influencia que puede
modificarlas.
En nuestro país la ciencia y la cultura aseguran un desarrollo
progresivo de la sociedad, siempre en interacción de los cuatro
niveles.
A partir de lo supraseñalado no debe hacerse la conclusión de
que la conciencia social es todopoderosa, dada la hegemonía
planetaria unipolar que vive la humanidad. La transformación de
la naturaleza y el desarrollo planificado de las fuerzas producti-
vas son posibilidades objetivas, también alcanzadas por la influen-
cia de los contenidos que indicamos en el primer nivel (ver
figura 3). Las interacciones concretas entre los procesos y fenó-
menos que transcurren en los distintos niveles se producen en
muchos planos; ellas se encuentran en interdependencia
sistémica de errores tanto del ser social como de sus representa-
ciones ideales.
Las particularidades de la determinación en el medio social de-
finen lo específico de las causas de las conductas antisociales y
delictivas. Las causas de la delincuencia poseen todos los rasgos
generales de la causalidad social y, además, expresan lo específi-
co, determinante de los fenómenos antisociales.
Los fenómenos antisociales pueden examinarse como elemen-
tos negativos de la vida social y como dificultades u obstáculos

44
en el funcionamiento del sistema social. Las causas de dichas di-
ficultades u obstáculos no son ni biológicas, ni físicas, ni cósmi-
cas. Tienen también un carácter social, por ello no podemos
buscarlas fuera de los marcos de la sociedad en la que se produ-
cen los comportamientos antisociales. Por cuanto la delincuen-
cia siempre es un fenómeno social, sus causas, como las de otras
transgresiones legales, tienen un carácter social (Kuznetsova,
1969; Carpéts, 1969).
Los fenómenos negativos que se desarrollan en el sistema social
están vinculados con sus contradicciones internas y externas. En
estas relaciones la naturaleza de los fenómenos negativos es esen-
cialmente diferente en nuestro sistema si se compara nuestro país
con los capitalistas. Los fenómenos negativos, en especial la delin-
cuencia, es necesario examinarlos como una particularidad inter-
na de la propia «construcción» de dicho sistema, que atraviesa crisis
existenciales, clasistas, así como económicas y políticas. Los con-
flictos internacionales que se generan por la esencia del capitalis-
mo, por la globalización a nivel mundial, debemos incluirlos en el
primer nivel de los metaprocesos que nos afectan. Entre ellos se
encuentra el bloqueo al que hemos sido sometidos durante años.
En nuestro sistema se producen interacciones y colaboraciones
entre los miembros de distintas clases y grupos sociales. El carácter
de las contradicciones es otro. En su base descansa la lucha entre
lo nuevo y lo viejo, lo de avanzada con lo caduco. Como es conoci-
do, algunos elementos en el sistema ya resultan conservadores y se
corresponden con momentos históricos de nuestro país en los cua-
les se aceleró el desarrollo económico. Esos elementos conserva-
dores frenan el progreso, pero están presentes en nuestras
percepciones y representaciones sociales en mayor o menor medi-
da. Justamente es sobre la base de mitos y creencias que surgen en
nuestro proyecto social los fenómenos antisociales y transgresio-
nes legales y sociales, las cuales frenan el desarrollo de nuestro
sistema y su consecuente perfeccionamiento (ver figura 3, pág. 42,
segundo nivel).
La presencia de elementos conservadores en nuestro sistema
social obedece a una serie de causas objetivas. Estas se explican

45
mediante elementos históricamente conocidos vinculados a las
fuerzas productivas y a la cultura espiritual y material. En segun-
do lugar, el proceso de desarrollo de nuestro sistema social es
irregular y esto expresa desproporción de algunos de sus ele-
mentos que no se corresponde con otros que se encuentran en
una base necesaria; se deben analizar como defectos de funcio-
namiento del Proyecto social. En tercer lugar, pueden observar-
se adaptaciones incompletas al sistema en desarrollo dadas las
condiciones externas e internas de la existencia del mismo. Esto
quiere decir el desarrollo social, cultural y técnico puede corres-
ponderse, en mayor o menor medida con las necesidades socia-
les, espirituales o económicas que de pronto se manifiestan, en
cuanto a su orientación, contenido y nivel de satisfacción. En
conjunto, todo esto sirve de fuentes concretas de desarrollo de
fenómenos negativos diversos.
El desarrollo de nuestro sistema social se produce sobre la
interacción de sus elementos componentes. Las interacciones entre
ellos hacen crecer el papel de algunos elementos y disminuyen la
función de otros. Algunas consecuencias de este desarrollo pue-
den ser nuevas, no esperadas, no previstas, por lo que surgen
fenómenos colaterales indeseados.

ESTRATEGIA METODOLÓGICA
El enfoque social de la ciencia que orienta su estudio desde una
perspectiva contextual e histórica, al apelar al enfoque histórico-
sistémico se esfuerza por revelar la totalidad de los factores
actuantes en el desarrollo de la ciencia, en el decir de J. Núñez,
insistiendo en su metabolismo con el todo social (Núñez, 1994).
Un enfoque de este tipo implica necesariamente las potencialida-
des de la Criminología la cual se ocupa de procesos que dificultan y
obstaculizan el desarrollo. Este autor indica que la ciencia puede
echar raíces solo en sociedades innovadoras globalmente que pro-
porcionan contextos económicos, políticos, educacionales, cultura-
les, valorativos, favorables al desarrollo de la ciencia, la tecnología y

46
sus potencias creadoras. En nuestro criterio los estudios criminológi-
cos cumplen una función esclarecedora y orientadora en línea con
los presupuestos que este autor expone, «al contribuir al desarrollo
de reguladores axiológicos y sociales importantes para el desarrollo
de la actividad científica» en el campo de los estudios sociológicos y
jurídicos, lo que implica su vinculación a la práctica social. Conse-
cuentemente dichos esfuerzos deben ser incorporados de forma
activa a nuestros programas docentes y de investigación.
Rodríguez Manzanera incluye en la Criminología la descripción y
explicación de la conducta antisocial, y la sitúa en un momento
y lugar determinado, pero no la considera solo descriptivamente,
sino buscando las causas que la producen y los factores que la
favorecen y, asimismo, tratando de encontrar la forma de evitar-
la. Por eso estima la Criminología como ciencia aplicada, y la ca-
lifica de eminentemente práctica, no solo teórica; en su mirada
puntualiza la solución de problemas al conocerlos mediante la
proposición de medios para atacar aquellos factores y causas. Este
autor, al entender la Criminología como cualquier otra ciencia
moderna, subraya como lo más valioso en ella, ante todo, la pre-
vención (Rodríguez Manzanera, 1990).
En íntima relación con la creciente implicación de la ciencia
con la práctica social y económica ha sido destacado cómo el
proceso de acercamiento de la investigación científica genera
dentro de la ciencia, la vinculación entre la investigación aplica-
da y la orientada al desarrollo (Núñez, 1994).
En la relación supraseñalada puede observarse el proceso de
integración horizontal que tiene lugar y consiste en la interpene-
tración y entrecruzamiento de distintas disciplinas, lo cual puede
expresarse por medio de la articulación de distintos tipos de in-
vestigación al abordar problemas complejos y, aún más, en la in-
tegración interdisciplinaria.
J. Núñez menciona dos principales maneras de avanzar:
1. Integración alrededor de un problema.
2. Integración interdisciplinaria.

47
La integración horizontal significa de conjunto que:
a) La importancia de los programas complejos crece constante-
mente.
b) Aumenta la significación del trabajo en equipo, lo cual obliga
a una reflexión sobre las relaciones sujeto-sujeto (inter-
subjetivas) que se contraen en el curso del trabajo científico,
con vistas a lograr una optimización tal de los vínculos que
asegure una alta productividad científica, cuestión que es abor-
dada por la sociología de la ciencia.
c) Las divisiones tradicionales entre disciplinas se borran, y se crean
ramas nuevas de la actividad científica (Núñez, 1994).
Los procesos de integración interdisciplinaria han alcanzado
las relaciones de la Criminología con otras disciplinas, de una for-
ma más orgánica. Esto ocurre porque se necesitan varias discipli-
nas para lograr la descripción y comprensión más completa de
los fenómenos criminales delictivos y antisociales. Debemos in-
terpretar la «interdisciplinariedad» como el encuentro y la coope-
ración entre dos o más disciplinas, donde cada una aporte sus
modelos y esquemas conceptuales, sus formas de definir los pro-
blemas, así como sus métodos de integración.
La idea de la interdisciplinariedad debe formar parte de los idea-
les gnoseológicos de la cultura científica criminológica. El desa-
rrollo de este conocimiento y la práctica social que la Criminología
fecunda necesitan de la hibridación y copulación para la genera-
ción de nuevos saberes, en nuestra disciplina.
Como recurso necesario para generar nuevos conocimientos y
tecnologías se han incrementado diferentes formas de integra-
ción horizontal (trabajo en equipo, multidisciplinariedad, inter-
disciplinariedad y transdisciplinariedad), lo que constituye una
de las características del desarrollo científico del siglo XX.
El desarrollo científico de vanguardia se está produciendo en
los puntos de contacto entre diversas disciplinas, lo que se cono-
ce como «recombinación genética» entre varias disciplinas, y la
producción permanente de productos cognitivos híbridos. Algu-
nos autores indican el estudio de procesos complejos como exi-

48
gencia de las investigaciones complejas que promueven la multi,
la inter y la transdisciplina (Morín, 1984; Núñez, 1994).
J. Núñez advierte para el Tercer Mundo las pequeñas «masas
críticas» de investigadores o personas que articulan un trabajo
colectivo, pero al caracterizarse por su inferioridad numérica no
alcanzan el conocimiento de sus obras aun cuando sean relevan-
tes en los centros científicos de los países del Primer Mundo.
En el campo criminológico de Cuba puede asegurarse de he-
cho una causa material para la generación del nuevo conocimien-
to, ya que hay una larga historia de trabajo científico consecutivo
desde mediados del siglo XIX, y la docencia mantenida en varias
universidades. Con posterioridad a la Revolución se ha acumula-
do un cuerpo permanente de conocimientos auténticos deriva-
dos de las investigaciones, no solo de la racionalidad humana. Lo
que pudiera producirse como retroalimentación de la práctica
social, dependerá de los recursos cognoscitivos de los que pueda
disponerse y de las maneras en que se exploten dichos recursos
para prevenir los fenómenos antisociales, antes de que se trans-
formen en criminales. Es preciso examinar con seriedad la gene-
ración del conocimiento criminológico, social, dentro de su
contexto, como parte de la historia de nuestra sociedad y de su
cultura. En diferentes culturas puede representarse la realidad
criminógena de diversas maneras, incluso contradictorias.
Los conocimientos criminológicos no están en la realidad. Son
construidos por seres humanos, pero que viven en una comuni-
dad, en una sociedad. El proceso del conocimiento puede ser
concebido, en la Criminología, como un proceso de construcción
social de conocimientos, que supone el diálogo académico con-
juntamente con el diálogo comunitario, entre razón y experien-
cia, entre teoría y vivencia (Navarrete, 2002).
La complejidad de la delincuencia y los procesos de criminali-
zación como fenómenos sociales, condicionan así mismo la com-
plejidad de la elaboración y construcción de los métodos de
investigación criminológica. La metodología general, así como
los métodos particulares de investigación aplicados a los diferen-
tes problemas (con mucho de carácter general al mismo tiempo),

49
adquiere particularidades propias en cada dirección o tema de
las investigaciones. Por esta razón, la elaboración, modificación,
adaptación y perfeccionamiento de los métodos se desarrolla en
nuestra práctica investigativa en cada dirección de la Criminología
en el proceso de cada investigación concreta desde una posición
transdisciplinaria y en sistema.
Cuando el investigador aplica uno u otro método con el fin,
por ejemplo, de conocer los determinantes de algunos tipos de
mecanismos de conductas delictivas, al considerar en específico
el objeto estudiado, delimita los elementos que constituirán uni-
dades de observación y su volumen, los medios de selección de
información, de su interpretación y análisis. De este modo, los
métodos de investigación criminológica se encuentran vinculados
estrechamente con la metodología y condicionados por ella. El
método nunca es de elección absolutamente libre para el investi-
gador, o sea, se determina atendiendo al carácter del objeto es-
tudiado y a la arista del proceso sometida a investigación.
Por método de la investigación criminológica debe entender-
se, el conjunto de procedimientos, técnicas y medios regulados
que, apoyándose en la teoría criminológica o en el modelo teóri-
co construidos al efecto son aplicados con el fin de alcanzar un
conocimiento más profundo acerca de la delincuencia, los deter-
minantes criminógenos, los procesos y formaciones personoló-
gicos de los sujetos que manifiestan los comportamientos
delictivos o antisociales cuyo estudio se propone, así como los
procesos de criminalización y los de diverso carácter que sobre
ellos influyen, sin dejar de considerar la formulación de planes o
medidas de prevención o profilácticas de dichas conductas.
De la premisa acerca de que el problema científico está sujeto a
la solución y del estrecho vínculo entre la teoría científica de la que
ese parte y los métodos dependen, de cómo se organizará el curso
de la investigación, qué se propondrá su programa y procedimien-
to. De ello se deduce que los métodos de la investigación
criminológica también se condicionan y se proponen por el pro-
blema criminológico planteado, como en cualquier otra ciencia
social los determinan sus problemas científicos específicos.

50
Lo indicado significa que los métodos científicos utilizados en
Criminología tienen con frecuencia un carácter científico general.
No obstante, dado el objeto de esta ciencia se han ido desarrollan-
do los orientados solamente a la búsqueda del conocimiento de
problemas criminológicos específicos. La ejecución de una u otra
investigación criminológica exige la formación de complejos (con-
juntos) de métodos de acuerdo con los objetivos perseguidos para
la solución de distintas tareas en el cronograma previsto por los
investigadores. En dichos complejos (juegos, conjuntos) en cada
investigación pueden introducirse algunos métodos científicos
generales, y otros criminológicos, sociales, sociológicos, psicológi-
cos, jurídicos, particulares. La aplicación de cada uno de ellos se
determina en la etapa preliminar que es, del diseño, la elaboración
(formulación) de la hipótesis científica que se concreta después en
el transcurso del proceso de indagación y que ofrece la posibilidad
de establecer la representación acerca del objeto de modo preciso
y de los caminos para la solución del problema científico al definir
muy concretamente cómo cumplir las tareas previstas.
El enfoque complejo aplicado al estudio de los problemas cri-
minológicos exige la utilización de diversos métodos de investi-
gación. Una particularidad característica de la metodología de la
investigación del problema de los procesos de criminalización y
de la prevención y el control social consiste en que en casi la
totalidad de las investigaciones se aplican por lo menos dos mé-
todos distintos o más. El empleo de una serie de métodos de in-
vestigación en la indagación concreta implica su interacción
orgánica interna para asegurar los resultados esperados.
En la actualidad se dividen los métodos de investigación en
cuantitativos y cualitativos, aunque las investigaciones se reali-
zan con la utilización de técnicas de ambos tipos. Tanto para la
recogida de datos como para su análisis e interpretación se selec-
cionan técnicas de ambos tipos en dependencia del rol que cum-
plirán. Todo lo esencial de lo utilizado por los criminólogos en
relación con los métodos de recogida del material empírico, de
manera convencional se puede dividir en tres grupos: Los que
ofrecen la posibilidad al investigador de modo inmediato unos u

51
otros fenómenos de la vida social (la observación y el experimento
social); aquellos que ayudan en la descripción de fenómenos de la
vida social (análisis de documentos y de expedientes penales) o de
evaluación de menores; los vinculados con la obtención de infor-
mación muy concreta (la encuesta y la entrevista).
Actualmente se está utilizando mucho el cuestionario, que es
una técnica cuantitativa. También se están aplicando técnicas de
carácter cualitativo, entre ellas la entrevista en profundidad, el
grupo focal, la historia oral, la historia de vida, la observación
participante y el diario de campo.
Como técnicas de análisis de datos de carácter cuantitativo debe-
mos señalar las de organización de los datos, de tabulación, de es-
tudio comparativo y muchas de representación de los resultados.
Como técnicas de análisis de datos de carácter cualitativo han
ido desarrollándose el análisis de contenido, el análisis del dis-
curso y otra tipología de análisis basada en la teoría de la argu-
mentación.
Estos métodos en su mayoría poseen un carácter interdisciplinario;
no obstante, por lo específico del objeto criminológico estudia-
do imprimen su sello en cualquier método interdisciplinario.
En los últimos tiempos viene desarrollándose la investigación-
-acción participativa, la cual ha sido muy utilizada, principalmente
en estudios de prevención comunitaria con la fortaleza de las po-
tencialidades de los grupos de prevención de los consejos popu-
lares.

UTILIDAD DE LA CRIMINOLOGÍA
En los últimos años ha ido conformándose en distintos países la
opinión de que la formación criminológica debe constituirse en
una profesión. Son diversas las funciones que se estima en la bi-
bliografía, debe cumplir la Criminología. Estas giran en torno al
conocimiento científico del fenómeno criminal que queda deli-
mitado en esta disciplina, así como al control de la criminalidad y
a la legitimación o a la crítica del sistema punitivo (García-Pablos
de Molina y Carbonell Mateu, 1996).

52
César Beccaria propuso una transformación que debía produ-
cirse en la concepción del Derecho Penal, desde el siglo XVIII. Su
obra fue prohibida por la Inquisición. A pesar de las trabas e im-
posiciones, sus ideas sobre el planteamiento científico del crimen
fueron acogidas en su tiempo. Los criminólogos españoles, a más
de dos siglos de su muerte siguen luchando por un reconoci-
miento profesional en su país.
En distintas universidades se ha ido iniciando la profesión de
criminólogo, entendiéndose como necesaria para el tratamiento
del delito en la sociedad.
Exner al considerar la Criminología como «teoría del delito, en
cuanto fenómeno que se manifiesta en la vida de un pueblo y en
la vida de un ciudadano»; y Sutherland y Cresey que la estiman
como «la disciplina que se ocupa del proceso real de gestación
de las leyes, de la infracción de estas y de la reacción frente a
dicha infracción», son dos de las definiciones dadas por doctos
en la materia que pueden suponer que la definición unánime de
las ciencias es imposible dada su complejidad, pero no es nece-
saria la definición unánime para plantear su utilidad, pues su fi-
nalidad está directamente vinculada a la práctica (Chust, 1996).
El criminólogo ha de ser un profesional que realice el examen
detallado de la realidad criminal en cualquier sociedad. Con una
sólida preparación puede realizar una aportación necesaria al me-
joramiento de la convivencia social. La actividad práctica del
criminólogo no está imaginada, es real, pero requiere la preci-
sión del perfil profesional; labor de necesaria realización. Se ha
manifestado que esta profesión investigue, trate, forme, preven-
ga, informe sobre las causas, consecuencias y motivos del fenó-
meno que es la criminalidad, y que es compañera inseparable de
la humanidad históricamente condicionada hasta el momento.
Además, se ha evidenciado que profesionales vinculados a la
práctica criminológica pueden formar parte de grupos de traba-
jo que ejerzan sus actividades en centros penitenciarios, insti-
tuciones públicas o privadas de asistencia social, oficinas de ayuda
a las víctimas de cualquier tipo de delito o mujeres víctimas de
violencia doméstica, trabajos de investigación de delitos, políticas

53
criminales, composición y formación policial y muchas más, to-
das ellas realidades constatables en cualquier país. Rafael Chust,
al subrayar lo anterior estima como «necesaria una profesión que
trate el delito en cuanto fenómeno que se manifiesta en la vida
de un pueblo y en la vida de un ciudadano».
En nuestro país existen posibilidades laborales no precisadas
en calificadores de cargo y procede abrir nuevas vías, lo que será
muy útil para nuestro proyecto preventivo social. Su principal atrac-
tivo es la riqueza interdisciplinaria que presenta, así como sus
potencialidades de hibridación, fertilización y copulación de co-
nocimientos en la práctica profesional activa. La diversidad de
especialidades que se interrelacionan propicia muchos espacios
a la práctica profesional; otros perfiles profesionales pueden en-
riquecerse a través de cursos más extensos y concretos sobre el
tema.
La Criminología debe ser un título universitario homologado a
nivel estatal.
El estado de la teoría criminológica puede reflejarse en la legis-
lación y en la práctica de la justicia social y la política penal. Por
otra parte, su propio desarrollo se encuentra en dependencia de
su ampliación gradual en la práctica.
Una amplia introducción de las recomendaciones criminológicas
en la práctica conduce hacia el mejoramiento de la legislación
penal y procesal penal dada la idea de que se esclarecen los
determinantes y las condiciones del delito, así como su preven-
ción puede desarrollarse en el transcurso de años de experien-
cia; se refleja en ella cada vez en mayor medida. La jurisprudencia
penal en el presente, en correspondencia con la ley, debe ase-
gurar un esclarecimiento cada vez mayor de los delitos, descu-
brimiento de los culpables y una correcta aplicación de la ley,
pero la capacidad de afirmación de la legalidad socialista, de la
prevención de los delitos, de la educación de los ciudadanos en
el espíritu de una ejecución no desviada de la ley y del respeto a
las normas de la convivencia social, requiere de una calificación
criminológica mayor en los operadores y trabajadores prácticos
del sistema.

54
Para la decisión de cuestiones acerca de la atracción de los cul-
pables hacia la responsabilidad penal y de su sanción reclama
una mayor atención a la valoración de las características
personológicas de los culpables de las condiciones de su activi-
dad vital y educacional de los determinantes criminógenos y con-
diciones de la situación vital concreta y la toma de la decisión
ante la situación criminógena.
Las recomendaciones criminológicas deben ser consideradas
en la bibliografía de Derecho Penal, procesal, criminalística, el
derecho correccional laboral, con el registro que concreta el con-
tenido de la prueba y la definición de particularidades de una
serie de acciones procesales y toma de decisiones. La elevación
de la cultura criminológica de los oficiales de procesamiento pe-
nal y en el examen del expediente de fase preparatoria y la causa
en relación con los delitos contribuye a una ejecución más com-
pleta de las tareas de la legislación penal, procesal penal y peni-
tenciaria.
Un rol esencial de las recomendaciones criminológicas en cuan-
to al análisis de la delincuencia en los niveles territoriales de mu-
nicipio, ciudad, provincia, desempeña el establecimiento de
aquellos cambios producidos por decisiones dirigidas a la pre-
vención de la delincuencia, en cuanto a sistemas de medidas es-
pecíficas, principalmente de carácter profiláctico. Estos se refieren
en mayor medida a miembros de distintos grupos sociales, por
ejemplo trabajadores urbanos o campesinos, residentes en ciu-
dadelas o barrios marginales y otros. Si se habla acerca de la de-
lincuencia en general, la revelación de sus regularidades sirve de
base para el pronóstico. La pronosticación debe considerarse
como una investigación sistemática de las perspectivas de desa-
rrollo de uno u otro fenómeno o proceso con ayuda de la ciencia
contemporánea.
Los criminólogos cubanos hemos acumulado suficiente material
acerca de las particularidades de la delincuencia y sus cambios
en cuanto a algunos delitos, tales como el robo con fuerza, el
robo con violencia, el fraude, la malversación, el desvío de recur-
sos, el sacrificio ilegal de ganado mayor. Estos conocimientos

55
pueden fundamentar distintas medidas y planes de acción con-
tra los cambios criminógenos en la línea de tendencia de desa-
rrollo o dinámica de esta delincuencia contra los derechos
patrimoniales (Navarrete, 1998).
El desarrollo de la teoría también se determina grandemente
por el nivel de la cultura criminológica que poseen los trabajado-
res prácticos. El análisis cualitativo de las condiciones en que se
producen los fenómenos negativos de carácter delictivo arroja la
necesidad de la presencia de datos multilaterales acerca del
condicionamiento de los delitos concretos. Los datos del expe-
diente de fase preparatoria requieren exactitud y calidad para
garantizar un adecuado análisis judicial del expediente penal. Las
conclusiones acerca de las medidas que se aplicarán se funda-
mentan, en primer lugar, en las sanciones correspondientes que
de hecho se aplican al decidirse el marco sancionador conforme
al Código Penal; en segundo lugar, se valora sobre la evaluación
por los operadores jurídicos de su resultatividad en los casos con-
cretos en condiciones extraordinarias, por ejemplo, cuando se
impusiera una sanción de privación de libertad perpetua debido
a las características de esta pena, y cuando a los sancionados a
privación de libertad temporal se decida concederles los benefi-
cios regulados en el precepto trece de la Ley No. 87.
Sería conveniente la consideración de poner en práctica el dic-
tamen criminológico como una manera de recepcionar de forma
práctica los conocimientos que puede aportar esta ciencia, y es
necesario destacar que dicho dictamen sería conveniente porque
ofrecería un enfoque integral del análisis del mecanismo de la
conducta delictiva realizado por expertos para facilitar las deci-
siones de los tribunales, que en esta esfera están referidos en
muchos casos a bienes jurídicos muy apreciados por el ser huma-
no, como son la vida y la libertad.
No pocas veces se requiere de conocimientos criminológicos
ante nuevas formas de aplicación de la responsabilidad, así como
de nuevos métodos profilácticos. La teoría contempla estos fenó-
menos, descubre sus regularidades, al mismo tiempo que su ca-
rácter casual y entonces determina la efectividad de nuevas

56
medidas ante la presencia de posibilidad de su ejecución. Pero la
creación de lo nuevo en la práctica también en mucho se deter-
mina por el grado de posesión de conocimientos teóricos de los
oficiales de procesamiento penal, de los fiscales, los jueces y otros
trabajadores estatales u operadores del sistema judicial, al ver y
resolver problemas criminológicos, determinar correctamente la
dirección de las acciones consecuentes, e introducir premisas
importantes para el perfeccionamiento de la legislación y las in-
vestigaciones científicas.

57
EL DESARROLLO HISTÓRICO
DEL PENSAMIENTO CRIMINOLÓGICO
DRA. TANIA DE ARMAS FONTICOBA

Los estudios sobre el delito y la conducta desviada que se han


desarrollado hasta el momento han ido conformando, a su vez,
la historia de la criminología. Las formas a las que se ha acudido
para construir esta historia han sido diversas también: desde mos-
trar la evolución y los avances de esta ciencia hasta presentar la
historia intelectual misma, con sus transmutaciones científicas y
conmociones de paradigmas, llegándose incluso a la pretensión
de explicar los problemas contemporáneos con la contribución
de pasajes teóricos ya pretéritos, pero que dejaron una insinua-
ción para el futuro.
Lo atractivo de hurgar en el pasado se ha encontrado en el
hecho de que «nuestras decisiones actuales reproducen los con-
flictos aparentemente más remotos… el diálogo entre el positi-
vismo y el clasicismo del siglo XIX se sigue reproduciendo en
prácticamente cada institución del sistema penal: los tribunales…
los dictámenes psiquiátricos, la resocialización en la cárcel, la ideo-
logía de la prevención general» (Cohen, 1991), todo lo que justi-
fica que contar la historia de las ideas que revolucionaron el
pensamiento criminológico puede constituir un formidable ejer-
cicio reflexivo para tratar de explicar los enigmas de la criminali-
dad del presente.
Desde la perspectiva tradicional, la Criminología es entendida
como la disciplina que estudia las causas del delito, dirigida ini-

58
cialmente hacia el comisor de los delitos, de manera que la causa
de la criminalidad tenía un carácter individual endógeno: bioló-
gico, psicológico, sociológico, considerado así por los fundadores
de esta ciencia: César Lombroso, Enrico Ferri y Rafael Garófalo,
entre otros; o tenía un carácter exógeno: influencias de la familia,
de la escuela, problemas económicos y otras fuentes.
Esta perspectiva, que nos presenta un enfoque etiológico cen-
trado en el estudio de las causas del delito, sean individuales o
sociales, asombrosamente continúa siendo utilizada y ha sido pre-
sentada en la actualidad con alguna ornamentación para mos-
trarla más atractiva y actualizada.
A partir de la perspectiva contemporánea se busca el origen
del delito indagando en el proceso de criminalización: en primer
orden se atiende a quien hace la ley (el legislador), escudriñando
acerca de los intereses que pretende proteger; en segundo or-
den, al que la aplica (policías, fiscales, jueces) examinando el ca-
rácter selectivo de sus decisiones; y en tercer orden, a quien la
ejecuta (el sistema penitenciario), explorando y cuestionando su
verdadero sentido.
En el mismo nivel de análisis, también se trata de explicar el
origen de la criminalidad a partir del control social informal o
formal. El primero mediante las imágenes o representaciones que
van construyendo la familia, la escuela, el mundo mediático, en-
tre otros, de manera casi consensuada acerca de personas con
distintos atributos, con lo que se conforma el estereotipo de lo
que es y debe ser un delincuente, y el segundo, con la elección
que realiza el Estado y su poder punitivo para determinar las con-
ductas que deben ser consideradas como delitos. De esta manera
también al control social le es atribuido el germen de la crimina-
lidad.

59
LOS PRECEDENTES HISTÓRICOS
DEL SURGIMIENTO DE LA CRIMINOLOGÍA
La historia de la civilización humana ha estado íntimamente vin-
culada a la historia de la criminalidad y al interés del hombre por
prevenirla, explicarla y controlarla. Sin embargo, no siempre las
reflexiones alrededor de este fenómeno han gozado de todo el
rigor científico, sino que en ocasiones, especialmente en las pri-
meras explicaciones, el elemento religioso, filosófico, entre otros,
ha primado en esta indagación.
No podemos en este trabajo abarcar todas las preocupaciones
del hombre alrededor de este tema, por lo que hemos preferido
exponer las principales teorías que acumula el pensamiento cri-
minológico, incursionando brevemente en los precedentes his-
tóricos inmediatos al surgimiento de la criminología como ciencia.
En este sentido algunos autores consideran que se puede hablar
de criminología desde los inicios del siglo XIX cuando se estudia-
ba el delito como fenómeno social1 y otros, la gran mayoría, lo
sitúan desde los estudios de Lombroso.
Ciertamente, antes que Lombroso desarrollara su teoría sobre
del delincuente nato y revolucionara toda la concepción acerca del
estudio de la criminalidad haciendo recaer la atención sobre la
persona que delinque, se habían iniciado algunas ideas con cier-
tas pretensiones pseudocientíficas. Especialmente en la Edad Me-
dia, cuando la Iglesia Católica ejercía un gran poder, algunas
interpretaciones criminológicas adquirieron un matiz teológico y
religioso. A partir de esta etapa vamos a comenzar nuestra historia.

La fisonomía y la frenología
Este período de indagación acerca del fenómeno de la criminali-
dad se enriquece con los aportes de la fisonomía del abate Jean
Gaspar Lavater (1741-1801); la frenología, de Francois Joseph

1
En este sentido W. Bonger y Luis Jiménez de Asúa sostienen en sus obras que la
criminología se origina con la publicación de casos célebres a mediados del siglo XVIII.

60
Gall (1758-1828); la estadística, de Quetelet, y las observaciones
que fueron acumulando los médicos de las prisiones.
Lavater, entre los fisonomistas, construyó una imagen acerca
de los «hombres de maldad natural», que puede considerarse un
precedente importante a la caracterización lombrosiana del cri-
minal nato2 (Lavarter, 1820; Manzanera, 1979). Se considera ade-
más que esto significó una contribución para el sistema de
identificación de Bertillón y para el retrato hablado, entre otros
procedimientos y técnicas de claras bases fisionómicas.
Lavater asociaba la fealdad y las deformidades del cuerpo hu-
mano con la conducta delictiva, consideraba que la verdad em-
bellece y el vicio desfigura, que la rudeza en el cuerpo es un signo
negativo y que la fisionomía de los falsos es más fácil de leer.
Tales especulaciones sirvieron especialmente a los jueces del si-
glo XVIII y principios del XIX para observar con detenimiento a los
acusados antes de juzgarlos y condenarlos. Incluso, hasta en las
manifestaciones artísticas se representaban a los «buenos» bella-
mente, dejando la fealdad y lo horrendo para los «malos», carac-
terización que prevalece en algunas expresiones del arte en la
actualidad.
La frenología ha sido considerada como precursora de la
neurofisiología y la neuropsiquiatría (García-Pablos, 1994) y tuvo
realmente su desarrollo en el siglo XIX como continuación del que-
hacer de los fisonomistas. Su aporte central radica en que sus
autores trataron de explicar la conducta delictiva, partiendo de
las anomalías cerebrales de esos individuos. Además de Francois
J. Gall, se destacaron en esta vertiente Lauvergne (1797-1859) y
Mariano Cubi y Soler (1801-1875), este último un significativo,
aunque poco conocido, predecesor de la criminología.

2
«Tiene la nariz oblicua en relación con la cara, el rostro deforme, pequeño y color de
azafrán; no poseen puntiaguda la barba; ellos tienen la palabra negligente… los
ojos grandes y feroces…, las cejas rudas, los párpados derechos, la mirada feroz y a
veces de través.»

61
La Escuela Cartográfica o Estadística Moral
Los autores de la denominada Escuela Cartográfica o Estadística
Moral desarrollaron la idea acerca de la periodicidad y regulari-
dad de los fenómenos delictivos.
L. A. Quetelet (1796-1874) en Bélgica y A. Guerry (1802-1866)
en Francia trataron de relacionar el crimen, el sexo, la edad y la
profesión con las condiciones económicas, la raza y el clima. La
reflexión del autor francés se dirigió además a desarrollar la hipó-
tesis acerca de la existencia de la criminalidad como presencia
normal y originaria de la organización social, idea retomada más
tarde por Durkheim.
La relevancia que le concedió esta Escuela al análisis estadísti-
co y a la periodicidad con que se repetían los hechos delictivos, al
igual que los demás hechos humanos, hacía casi insignificante la
importancia de analizar sus causas, para privilegiar la observa-
ción de la magnitud regular y constante de su frecuencia.

John Howard y Jeremías Bentham


John Howard y Jeremías Bentham fueron dos importantes figuras
dentro del desarrollo del pensamiento jurídico-penal. Sus apor-
tes en el tema penológico, en especial en el asunto de las cárce-
les y el sistema penitenciario, suministraron otra arista al análisis
del fenómeno delictivo, lo que los hace imprescindibles también
para la criminología.
John Howard (1726-1790), fue un jurista que logró significati-
vamente con su obra un acercamiento mayor hacia el hombre
delincuente, concretamente hacia el recluso. Conoció de cerca
las prisiones, pues estuvo encarcelado y al ser nombrado juez de
paz en Bedford comenzó a realizar visitas a las deprimentes cár-
celes inglesas de entonces. Sensibilizado por transformar lo que
había vivido, publica su estudio Situación de las prisiones en In-
glaterra, en la que fustiga aquellas condiciones, a partir de en-
tonces se promulga una serie de leyes que beneficiaron a los

62
presos y en honor a este importante autor las denominaron
Howard‘s Acts, es decir, las Leyes de Howard.
Jeremías Bentham (1748-1832) contribuyó al desarrollo teóri-
co del estudio de la concepción utilitaria de la pena y fue uno de
los fundadores de la ciencia penitenciaria. Publica en 1791 su
más conocida obra El Panóptico, donde sugiere la construcción
de una prisión en que la arquitectura contribuya al control y al
tratamiento del recluso. Este diseño consistía en una edificación
circular, con una torre de vigilancia en el centro, desde donde el
guardián podía lograr una gran visibilidad para controlar perma-
nentemente a los sancionados. Tal proyecto no tuvo la repercu-
sión suficiente en Inglaterra ni en Europa en general; sin embargo,
en los Estados Unidos algunos centros fueron construidos con
esta delineación, como la penitenciaría de Western State en
Pittsburg y la de Attaville en Illinois. En Cuba tuvimos una prisión
con este tipo de construcción, el Presidio Modelo de Isla de Pi-
nos, cuya edificación fue autorizada el 31 de agosto de 1925,
donde los reclusos, además de estar sometidos a una vigilancia
constante, trabajaban en pésimas condiciones en las canteras de
mármol.

César Beccaria
César Beccaria (1738-1794), italiano, se relacionó con algunas
personas que en esa época se dedicaban a reflexionar acerca de
diversos tópicos. Precisamente, debido a los razonamientos que
se desarrollaban en las reuniones con la familia Verri, escribió a
los 26 años su famoso opúsculo De los delitos y las penas, que
conmocionó intelectualmente y causó gran repercusión interna-
cional. Esta obra ha sido considerada como la fundadora del De-
recho Penal en su sentido moderno (Manzanera, 1979).
Sus principales aportes, significativos para la criminología, son
sus reflexiones acerca del derecho de castigar, la arbitrariedad de
las condenas, el carácter utilitario y prevencionista que debe
prevalecer en la aplicación de estas, entre otras cuestiones que
apuntaban hacia una humanización de las penas.

63
Los aportes de la Ilustración francesa
y los enciclopedistas
Los filósofos franceses, influenciados por el progreso del conoci-
miento científico, se pronunciaron contra la tradición, la supers-
tición y la crueldad de las penas; es por ello que sus ideas en este
sentido los clasifican como precursores de la criminología.
Charles Louis de Secondat, barón de Montesquieu (1689-1755)
escribió en 1748 El espíritu de las leyes, donde formula la idea de
la división de poderes, con la que se independizaría el poder ju-
dicial del ejecutivo, y se pronuncia por la abolición de las penas
inútiles, excesivas y la desaparición de la tortura. Su considera-
ción acerca de la prevención del delito es de gran trascendencia
para el diseño de toda política criminal.
François Marie Arouet, más conocido como Voltaire, (1694-
1778), fue un gran estudioso del sistema penal y penitenciario.
Propuso reformas para las cárceles y consideró inútil e innecesa-
ria la pena de muerte, la que debía ser sustituida por trabajos
forzados. Sus pronunciamientos a favor del principio de legali-
dad se dirigían a reforzar la limitación del poder discrecional del
poder judicial.
Jean Paul Marat (1743-1793) también criticó el sistema penal
de entonces. Elaboró un plan de legislación criminal en 1780
donde desarrolló este reproche. Consideraba que el fin de la pena
no debe ser expiatorio sino que debe propender hacia la seguri-
dad de la sociedad, por lo que debe aplicársele a la persona di-
rectamente responsable del delito.
Juan Jacobo Rosseau (1712-1778) publicó en 1755 el Discurso
sobre el origen y fundamento de la desigualdad entre los hom-
bres, donde reconoce que existe la desigualdad natural o física
que se encuentra en la naturaleza, la que considera normal y ne-
cesaria, y la social o política creada por el hombre y genuino fac-
tor criminógeno.
En 1762 publica El contrato social, donde la idea de un pacto
social hace que se considere al culpable de atacar al derecho como
un enemigo en vez de como un ciudadano, pero critica la fre-

64
cuencia de los suplicios y lo atribuye a la debilidad o a la pereza
del gobierno, pues considera que «no hay hombre malo del que
no se pudiera hacer un hombre bueno para algo»(Rosseau, 1969).
Existieron ideas contrarias, como las de Thomas Hobbes (1588-
1679), quien en su conocida obra Leviatán afirmaba que «el hom-
bre es el lobo del hombre», por lo que tiende a la guerra de todos
contra todos. Sin embargo la concepción de Rosseau acerca de
que el hombre es naturalmente bueno y quien lo pervierte es la
sociedad fue retomada después por otros autores y nos deja un
mensaje positivo acerca del mejoramiento humano.

Charles Robert Darwin


El famoso naturalista inglés Charles R. Darwin constituyó una gran
inspiración para la construcción teórica criminológica desarrolla-
da por C. Lombroso.
Sus obras El origen de las especies por medio de la selección
natural publicada en 1859 y dos décadas más tarde El origen del
hombre revolucionaron la concepción científica acerca del hom-
bre y la naturaleza.
Darwin consideraba que existe una lucha por la existencia y
que solo sobreviven los más aptos, los más dotados, a través de
una selección natural. Su decisiva influencia en la Escuela Positi-
vista se deja ver en la consideración de que algunos criminales
son atávicos, no evolucionados y que con su conducta solo ha-
cían expresar su naturaleza interna.

EL NACIMIENTO DE LA CRIMINOLOGÍA
COMO DISCIPLINA CIENTÍFICA
El surgimiento de la criminología como ciencia está íntimamente
ligado a la Escuela Positivista Italiana y significó un acontecer cien-
tífico extraordinario por cuanto la mirada acerca del fenómeno cri-
minal comienza a dirigirse hacia el comisor de los delitos; se inicia
la utilización de un método diferente para ello, privilegiándose la

65
observación empírica de los fenómenos sociales, y analiza sus cau-
sas con el objetivo de proteger el orden, la sociedad y en especial
los intereses de la burguesía.
Este nacimiento estuvo también unido al auge de las ciencias
que durante el siglo XIX comenzaron a desarrollarse de modo ver-
tiginoso. El interés que despertaban en la sociedad contribuyó al
progreso de entonces y llegó a considerarse incluso como una
alternativa a la religión.
Las teorías evolucionistas de Charles Darwin, los aportes filosó-
ficos de Saint-Simon y fundamentalmente el método positivista
de Augusto Comte influyeron decisivamente para encontrar una
ciencia que esclareciera los males de entonces. De esta manera,
se buscaron explicaciones a los fenómenos sociales bajo los mis-
mos presupuestos científicos con que se interpretaban los fenó-
menos naturales. Se pretendía entonces encontrar una perspectiva
de análisis «apolítica» y desideologizada, aunque en la práctica
resultó todo lo contrario.
Las grandes desigualdades y otras dificultades sociales necesi-
taban ser explicadas y neutralizadas con un enfoque científico
que fuera neutral y universal, válido para la interpretación de es-
tos fenómenos en cualquier espacio o tiempo.
De esta manera nace la criminología, que en un principio no
recibió esta denominación3 y que quizás no sea la más apropia-
da, pero es la que ha recibido mayor aceptación para agrupar un
conjunto de conocimientos acerca del hombre y la sociedad en
relación con el fenómeno criminal.
El nacimiento de esta ciencia surge con el positivismo
criminológico, que se caracterizó por su método positivo, empíri-
co e inductivo, por la atención privilegiada que le otorgó al hom-

3
Algunas de las formas que adoptó el nombre de esta ciencia fueron antropología
criminal (Lombroso) y sociología criminal (Ferri). Se le atribuye al francés Pablo
Topinard la palabra criminología empleada por él en el II Congreso Internacional de
Antropología Criminal celebrado en París en 1889 cuando expresó que «la Antropo-
logía debía referirse solamente al estudio del hombre, y que cuando se estudiase al
hombre delincuente, ese estudio correspondería a una ciencia que debía denomi-
narse criminología». Sin embargo, ya en 1885 Rafael Garófalo había publicado su
Criminología, obra a la que le imprimió su sello y su definitiva universalización.

66
bre delincuente y por la prioridad que le confirió a la protección
de la sociedad, a diferencia del liberalismo individual clásico.
Los autores más importantes del positivismo criminológico fue-
ron César Lombroso, Enrico Ferri y Rafael Garófalo y aunque to-
dos respondían a esta dirección científica, siguieron diversos
enfoques; el enfoque antropológico y el enfoque sociológico, son
los más conocidos.

César Lombroso
El enfoque antropológico fue seguido por César Lombroso (1835-
1909). Fue un autor muy prolífico, se le conocen al menos más
de 600 publicaciones.4
Sus aportes criminológicos pueden clasificarse en tres aspec-
tos: su tesis criminogenética, los factores del delito y los tipos
delincuenciales.
A través de su tesis criminogenética enfatiza acerca de la im-
portancia de los factores biológicos. Los tres elementos que inte-
gran su tesis, por lo tanto, son el atavismo, el morbo y la epilepsia.
Planteaba que el delincuente es un ser atávico que reproduce las
características del desarrollo evolutivo de la humanidad y que en
su evolución fetal le habían quedado perjudicados los centros
del «sentido moral», provocándole una epilepsia larvada que le
produce la «locura moral»
Inicialmente «Lombroso no busca una teoría criminogenética,
sino un criterio diferencial entre el enfermo mental y el delin-
cuente, pero al toparse con este descubrimiento principia a ela-
borar lo que él llamaría «antropología criminal» (Manzanera,
1979).
«Los estudios expuestos nos muestran el criminal, el hombre
salvaje y al mismo tiempo, al hombre enfermo […] el delincuente
es una variante anormal atávica epiléptica o patológica de la es-
pecie humana» (Viera, 1984).

4
Su obra más conocida e importante y la que funda la criminología es El hombre
delincuente, publicada por primera vez en 1876.

67
Los factores del delito para Lombroso eran los endógenos, que
constituían la personalidad delincuencial, y los factores exógenos,
que pueden desencadenar, potenciar o inhibir la conducta
delictiva, pues en todos los individuos la tendencia delictiva no
se manifiesta de la misma manera.
La clasificación de los tipos delincuenciales realizada por Lom-
broso trasciende como lo más conocido de su producción crimino-
lógica. En la cuarta edición de El hombre delincuente quedaron
definitivamente agrupados como delincuente nato, delincuente
loco moral, delincuente epiléptico, delincuente loco, delincuente
ocasional y delincuente pasional (ver anexo 1, pág. 367).
Su tipificación del delincuente nato es citada por la mayoría de
los autores que se refieren a su obra. Los antecedentes de esta
categorización tienen como base su preocupación por encontrar
diferencias antropológicas entre las personas salvajes y las civili-
zadas, y en su publicación Diferencias entre el hombre blanco y
el hombre de color. De esta forma comienza a considerar que
puede existir una especie de hombre diferente: el delincuente.5
Lombroso probablemente resulte el autor más conocido de la
criminología y contradictoriamente el más criticado por sus teo-
rías. Esto se debe en parte al gran desconocimiento de éstas y a
un acercamiento simplista y superficial de su obra en general. Se
debe reconocer que en obras posteriores y ya en su madurez crea-
dora, valoró con mayor interés la influencia del medio, de la so-
ciedad en el ser humano y por tanto en el hombre que delinque. La
teoría lombrosiana ha sufrido una simplificación y una vulgarización
sorprendentes y con una mayor profundización de sus estudios
se puede reconocer su acierto en haber promovido y estimulado

5
Esta conclusión fue realizada por Lombroso al examinar el cráneo de Villella, famoso
ladrón italiano que él había conocido en vida; le encontró «una larga serie de anoma-
lías atávicas, sobre todo una foseta occipital media y una hipertrofia del verme,
análoga a la que se encuentra en los vertebrados inferiores». Esta idea la reforzó con
el examen de Verzeni, quien había asesinado a varias mujeres de las que bebió su
sangre y descuartizó, y del soldado Misdea, el que había matado a siete personas
por motivos fútiles y herido a trece; padecía de una epilepsia heredada y sufrida
también por otros familiares. Para profundizar en estos detalles consúltese la obra
de Luis Rodríguez Manzanera, p. 256.

68
de modo sistemático la consideración científica de la criminali-
dad y en reparar con mayor atención en el comisor de los delitos.

Enrico Ferri
Enrico Ferri (1856-1929 ) fue el representante del enfoque socio-
lógico dentro de la corriente positivista, aunque valoró también
como buen discípulo de Lombroso los factores antropológicos y
su clasificación de los delincuentes —muy parecida a la de su
maestro—, fue la versión adoptada por la Escuela Positivista.
Publicó diversas obras jurídico-penales, de política criminal y de
Criminología. Sus aportes en el plano metodológico contribuyeron
a desarrollar el método positivo, experimental e inductivo. Negó
el libre albedrío, línea central de su pensamiento; planteaba que
el hombre está «determinado» por la naturaleza, la casualidad
entre otros factores y debe responder ante la ley «porque vive en
sociedad» (Ferri, 1887), con lo que sustituye la responsabilidad
moral por la responsabilidad social.
Ferri se pronunció por que la finalidad de la pena sea la defensa
de la sociedad, y que ésta se debe imponer en correspondencia con
la peligrosidad del autor y la reprochabilidad de su motivación. Pro-
puso los sustitutivos penales demostrando que la represión y el rigor
de la ley no son efectivos, con lo que se puede neutralizar las causas
del delito a través de una estrategia preventiva científica en lo eco-
nómico, familiar, educativo y en otros órdenes.
Para Enrico Ferri los factores del delito se distinguen en facto-
res antropológicos, factores físicos y factores sociales (ver
anexo 2, pág. 369). Consideró que como resultado de la civili-
zación, estos últimos predominan más que los dos primeros, de-
sarrollando esta idea en su creación de una Ley de Saturación
Criminal. A través de esta formulación, Ferri amplió la tesis acer-
ca de la regularidad de la delincuencia elaborada por Quetelet,
pero le añadió la posibilidad de que el hombre puede modificar
su magnitud. «Se ha demostrado que la criminalidad aumen-
ta en su conjunto, con las oscilaciones anuales más o menos
graves, que se acumulan en una serie de verdaderas ondas

69
criminales. Es por lo tanto evidente que el nivel de la criminalidad
está determinado, cada año, por las diferentes condiciones del me-
dio físico y social combinados con las tendencias hereditarias y los
impulsos ocasionales de los individuos, siguiendo una ley que, por
analogía con las de la química yo he llamado de saturación crimi-
nal» (Ferri, 1891).
Ferri profundizó que: «Del mismo modo que en un volumen
dado de agua a cierta temperatura se debe disolver una determi-
nada cantidad de sustancia química, ni una molécula más, ni una
molécula menos, así en una ambiente social, con determinadas
condiciones físicas o individuales, se debe cometer un determi-
nado número de delitos, ni uno más ni uno menos» (Ferri, 1887).
Añadió que del mismo modo que ocurre la saturación regular y
constante, puede ocurrir una sobresaturación criminal producto
de las condiciones del medio social.

Rafael Garófalo
Rafael Garófalo (1852-1934), jurista, magistrado del Tribunal de
Casación, sistematizó los aportes de la Escuela Positivista y logró
introducir la consideración de los factores sociales y criminológi-
cos en la formulación del esquema de las penas y en las decisiones
de los tribunales. A él se le debe la denominación de crimino-
logía de esta ciencia y significó el equilibrio adecuado entre el
antropologismo de Lombroso y el sociologismo de Ferri.
Garófalo desarrolló la estrategia de la prevención para prote-
ger la sociedad, en la que incluyó su defensa de la pena de muer-
te, considerando que de la misma manera que existe una selección
natural de las especies, esta pena puede constituir un mecanis-
mo de selección artificial para eliminar a los que signifiquen un
peligro para la sociedad.
El enfoque biológico para explicar la criminalidad es seguido
también por otros autores, como Charles Goring, E. A. Hooton,
Vervaek, De Greef, Di Tullio.
Los avances de las investigaciones de la ciencia genética propi-
ciaron una nueva indagación acerca de la herencia criminal; la

70
consideración de la existencia de familias criminales. El estudio
sobre gemelos, las malformaciones cromosómicas y las anoma-
lías electroencefalográficas y otras disfunciones cerebrales fue-
ron distintas explicaciones que con un mismo sustrato biológico
se trató de buscar la respuesta al fenómeno delictivo.

EL ENFOQUE PSICOLÓGICO
PARA EXPLICAR LA CRIMINALIDAD
Las explicaciones precedentes no eran suficientes ni adecuadas
para explicar la criminalidad, por lo que se comenzó a buscar esa
respuesta en la psiquis del individuo. Aunque realmente existen
tres vertientes de análisis: el psiquiátrico, el psicológico y psicoa-
nalítico.6 Por su trascendencia nos referiremos principalmente a
esta última y a su más reconocido autor Sigmund Freud, psiquia-
tra vienés, creador del psicoanálisis y sin dudas el más citado,
elogiado o criticado de este enfoque.
Aunque no fue un criminólogo y escasamente se ocupó del
estudio del delito, sus postulados fueron utilizados para darle cuer-
po a una explicación de corte psicológico a la criminalidad.
Freud planteaba que la conducta del individuo está determina-
da por los impulsos inconscientes y que la represión de estos im-
pulsos o la mala canalización de éstos le provoca conflictos en la
sociedad.
Para resolver este problema e investigar la personalidad del in-
dividuo creó una técnica de observación y de interrogación que
permite explorar el inconsciente y que el paciente adquiera infor-
mación acerca de sus impulsos inconscientes, con lo que le brin-
da las herramientas para controlarlos. Esta técnica surgió cuando
Freud comprobó que algunos sujetos no podían ser hipnotiza-
dos o no podían acordarse de lo que habían contado en tal esta-
do. Por esta razón, este reconocido psiquiatra comenzó a

6
Se distinguen los ámbitos «de la psicología, la psicopatología y el psicoanálisis».
García-Pablos de Molina, Antonio: Criminología. Una Introducción a sus fundamentos
teóricos para juristas. p.163.

71
acomodar a sus pacientes en una habitación con las condiciones
apropiadas y les pidió que hablaran acerca de lo que les preocu-
paban o lo que desearan, lo que se conoce como asociaciones
libres, mientras que el psicoanalista va anotando e interpretando
tales pláticas.
Las vivencias cotidianas, en las que olvidamos algunos nom-
bres o palabras, o nos equivocamos cuando conversamos o en
nuestra propia conducta, están ligadas al inconsciente de noso-
tros, al que se puede llegar según este autor, interpretando esos
errores diarios.
Freud le confirió gran importancia a los sueños, los que constitu-
yen para él la realización inconsciente de los deseos del hombre
que no se han alcanzado, por lo que la interpretación de éstos,
como creían los antiguos, puede ser útil para explorar el inconscien-
te. Consideraba, además, que a través de la transferencia podía
lograrse que el paciente se identificara con el analista, igualán-
dolo con la persona con la que mantenía sus frustraciones, casi
siempre la madre o el padre, consiguiendo que manifestara sus
sentimientos y sus reacciones hacia ese sujeto (ver anexo 3).
Freud estudió la personalidad del individuo realizando dos inte-
resantes divisiones de la psiquis (Freud, 1948): desde el punto de
vista topográfico (consciente, preconsciente e inconsciente) y desde
el punto de vista dinámico (el ello, el yo y el superyo).
La influencia positivista de las ciencias naturales, específicamen-
te de los físicos de su época, lo llevó a considerar que el organis-
mo humano es un sistema energético que se manifiesta a través
de conductas que son descritas como descargas de energía, asi-
milándola en el sentido físico de la palabra. De la misma manera
en que la energía mecánica se transforma en térmica, la energía
mental se vuelve energía sexual.
Freud le confirió una excesiva importancia al elemento sexual
(pansexualismo) como fundamento de la conducta humana. Plan-
teaba que la libido constituye la energía que moviliza al ser hu-
mano, por lo que todos sus actos, incluidos los antisociales, tienen
una base sexual. La libido debe desarrollarse armónicamente con
el propio individuo y tender a la heterosexualidad, porque si no

72
puede traerle problemas. De esta manera también desarrolló el
asunto de los instintos y los complejos.
Desarrollando esta idea, Freud consideró que existen dos ins-
tintos contrapuestos: el eros, esencialmente sexual, de base posi-
tiva y que tiende a la vida, y el tánatos, de índole negativa y que
tiende a la muerte. Así valoró cómo el ser humano se mueve en-
tre estas tendencias y que posee una agresividad innata que lo
conduce a la destrucción o a la autodestrucción, con lo que ex-
plica algunas conductas delictivas.
La cuestión sexual va a estar presente también en su considera-
ción acerca del complejo de Edipo7 y su vinculación con la neuro-
sis y el sentimiento de culpa. Explica cómo algunas personas
manifiestan odio hacia su padre y el sentimiento de culpa las con-
duce a cometer delitos para ser castigados. Esto posee un conte-
nido simbólico, por tanto no se requiere que dirija su acto mortal
contra el padre, sino que su conducta usualmente desemboca en
otras conductas delictivas.
La relación que estableció Freud entre neurosis y criminalidad
por una parte considera que ambos comportamientos siguen los
mismos procesos, pues en los dos existe un gran conflicto mental
en el que el yo reprime en el inconsciente al ello y se produce la
conducta delictiva o el síntoma neurótico, según sea el caso. Sin

7
El complejo de Edipo tiene una inspiración en la tragedia griega de Sófocles en la
que Layo, el rey de Tebas, conoce a través del oráculo que su hijo va a matarlo. De
esta forma, Layo ordena asesinar a Edipo, recién nacido, pero éste es entregado
finalmente a los reyes de Corinto, quienes lo adoptan. Siendo un hombre ya, Edipo
consulta a un oráculo en Delfos y éste le augura que su destino será matar a su padre
y casarse con su madre, por lo que Edipo trata de huir de Corinto y de su destino. En
el camino pelea con unas personas y mata a tres de ellos, uno de los cuales es Layo.
Se casa con Yocasta (su madre) en Tebas y después de unos años cuando es conocida
la verdad, su madre y esposa se suicida; Edipo, después de sacarse los ojos, comien-
za a vagar junto a sus hermanas.
Aunque Freud solo desarrolló el complejo de Edipo, se explicaron otros como el
complejo de Electra (atracción afectiva de la niña por su padre), el de Caín (donde
rige el odio fraternal) por distintos autores que bautizaron, siguiendo su línea de
pensamiento, otros sentimientos de esta índole: el complejo de Byron (conducta
amorosa del hermano hacia la hermana), de Juan Marín en Ensayos freudianos, p.
175 y ss.; el complejo de Penélope (que explica la infidelidad reprimida), de Gusta-
vo A. Rodríguez en El complejo de Penélope, p. 89 y ss.

73
embargo, diferencia estas conductas alegando que mientras que
el neurótico imagina los hechos, el criminal los realiza.
Otros autores importantes de este enfoque fueron F. Alexander,
H. Staub, T. H. Reik, A. Aichorn, Bowlby, entre otros.
Es necesario aclarar que toda la extensión de la teoría psicoa-
nalítica, especialmente el aporte freudiano, es imposible abarcar-
lo en estas páginas, por lo que una valoración concluyente sería
omisa en algunos aspectos; no obstante procuraremos realizar
un resumen adecuado a nuestros intereses criminológicos.
Freud le confirió a lo psíquico un sello espiritualista, causal y
determinista. Reverenció lo individual desdeñando el peso de lo
social en la conducta del hombre. Sus postulados carecen del de-
bido respaldo empírico y poseen un sustrato especulativo. Sus con-
clusiones acerca de la preponderancia del inconsciente son
profundamente positivistas y etiológicamente generalizadoras.
Debido a la dificultad metodológica de comprobar la cientifici-
dad de las teorías psicoanalíticas, sea por la imposibilidad de ope-
rativizarlas o por no haber sido confirmadas, presentan una fuerte
coraza resistente a la crítica.
No obstante, con estas teorías, más bien hipótesis, se produce
una mayor atención hacia el hombre y su personalidad y se enri-
quece el arsenal de respuestas a la interrogante del fenómeno
criminal.

EL ENFOQUE SOCIOLÓGICO
PARA EXPLICAR LA CRIMINALIDAD
La riqueza de este enfoque es infinita, por lo que resulta casi
inabarcable su análisis de forma detallada. De todas formas
intentaremos distinguir las facetas más importantes y dibujar
un cuadro metodológico comprensivo de sus principales di-
recciones.

74
Los análisis plurifactoriales (factor approach)
Constituyen estudios sociológicos eclécticos, generalmente
carentes de un marco teórico definido, en los que se utiliza el
método empírico inductivo y se justifica la conducta delictiva por
la presencia de una serie de disímiles factores relacionados con la
vida familiar del individuo, la influencia de la escuela, entre otros.
En estas investigaciones predomina el análisis de la delincuen-
cia juvenil y se destaca en esta temática el estudio realizado por
los esposos Glueck (Sheldon y Eleonore) de la Universidad de
Harvard, con quinientos menores que habían transgredido la Ley
Penal, entre 11 y 17 años, comparándolos con igual número que
no habían incurrido en tales actos. Desarrollaron así la tesis de la
predicción de la delincuencia juvenil. Los resultados fueron pu-
blicados en 1950 bajo el título Unraveling Juvenile Delinquency.
Las limitaciones de estos enfoques no solo se observan en la
ausencia consciente de un marco teórico, sino también en la falta
de rigor científico al privilegiar la identificación de los factores cri-
minógenos, con apenas correlaciones, atribuyéndole a todos sin
distinción el comportamiento delictivo. La expresión tal vez más
exagerada en la consideración de tantos y heterogéneos factores
la constituye la valoración de Burton en The Young Delinquents
publicada en 1944, de alrededor de ciento setenta condiciones
que contribuirían a que un niño se comporte inadecuadamente.

El enfoque ecológico. La Escuela de Chicago


La Escuela de Chicago, influida sin dudas por el presupuesto posi-
tivista de Spencer acerca de que la sociedad es un organismo que
a través de su desarrollo puede mantener cierto equilibrio y el
pragmatismo predominante en la cultura norteamericana de fines
del siglo XIX, contribuyeron a orientar a la sociología hacia los pro-
blemas particulares de forma empírica.
Ante la imposibilidad de explicar los fenómenos sociales a par-
tir de las ciencias naturales, como lo hacían las teorías preceden-
tes, comenzaron a utilizar algunos de sus conceptos biológicos,

75
por ejemplo «organismo», «función» y otros de evidente singula-
ridad, como «contagio social».
La posición teórica predominante de la Escuela de Chicago fue
destacar y relacionar la importancia desde el punto de vista
etiológico del factor ambiental con la delincuencia. Se planteaba
que «las características físicas y sociales de determinados espacios
urbanos de la moderna ciudad industrial generan la criminalidad y
explican, además, la distribución geográfica del delito por áreas o
zonas (García-Pablos, 1988).
Dirigen su enfoque ecológico hacia el factor espacial, desta-
cando la relevancia criminógena de la desorganización urbana y
de la distribución geográfica del delito por áreas o zonas de la
gran ciudad. Se preocuparon por numerosos problemas que se
desencadenaron con la inmigración acelerada ocurrida a finales
del siglo XIX en Norteamérica, como el crecimiento de la ciudad,
el desarrollo de la industria, la integración de diferentes culturas
provenientes de Europa y Asia a la sociedad norteamericana, en-
tre otros.
Algunos autores le cuestionan a la Escuela de Chicago la rele-
vancia y la generalización del factor espacial, la distribución geo-
gráfica de la delincuencia, la desatención de lo rural —solo
analizan la gran ciudad— y el apego por la utilización de las cues-
tionadas y en ocasiones discriminatorias estadísticas oficiales.
No obstante, la Escuela de Chicago constituyó en los años veinte
un importante y fuerte emporio intelectual que influyó decisiva-
mente en la sociología criminal. Su proyección metodológica em-
pírica inaugura una tradición de investigación de campo que
continúa prevaleciendo en las investigaciones sociológicas norte-
americanas.
Sus autores principales se unieron alrededor del Departamen-
to de Sociología de la Universidad de Chicago a partir de 1915,
destacándose Robert Ezra Park y Ernest W. Burguess, quienes es-
cribieron conjuntamente algunas de sus obras.

76
La teoría estructural-funcionalista.
Robert K. Merton y Emile Durkheim
Las explicaciones sociológicas y criminológicas imperantes en Es-
tados Unidos en los años cincuenta se basaban en el funcionalismo
de Talcott Parsons y se manifestaban a través de la teoría de la anomia
y las teorías subculturales.
A través de diferentes matices se construye una teoría para expli-
car la «conducta desviada», en la que se considera el delito como
un fenómeno social, normal y funcional al sistema y se utiliza el
término «anomia» para explicar ciertos comportamientos extra-
viados.
La explicación de cómo la sociedad se mantiene unida a pesar
de Hobbes con su consideración acerca de la condición egoísta del
hombre y no se desintegra, contribuye a la construcción del fun-
cionalismo, en el que se compara la sociedad con un organismo
viviente, como un sistema en el que sus partes están interrelacio-
nadas, por lo que la afectación de una de ellas influye en el cuerpo
general.
La sociedad a su vez posee una serie de subsistemas económi-
cos, políticos, culturales que posibilitan el funcionamiento de
aquella, representados por diversas instituciones, como la fami-
lia, la escuela, entre otras, que cumplen determinadas funciones,
«o bien se contribuye al mantenimiento (o al desarrollo del siste-
ma), o bien es ‘disfuncional’ en lo que se refiere a la integridad y
eficacia del sistema» (Parsons, 1957).
Para que todas las instituciones sean funcionales, éstas deben
coincidir en idénticos valores sociales, lo que facilita el consenso.
Las normas regulan y socializan el comportamiento de los indivi-
duos que componen esas instituciones, lo que se garantiza a tra-
vés de la motivación (premios y castigos), que cuando no es
efectiva funciona el control social (formal o informal).
Emile Durkheim (1858-1917) uno de los máximos exponentes
del funcionalismo, publicó importantes obras para el estudio cri-
minológico: De la división del trabajo social (1893), Las reglas
del método sociológico (1895) y El suicidio (1897).

77
Para este autor el delito es un hecho social, normal, que no
puede eliminarse con un simple acto de voluntad y se manifiesta
en todas las sociedades. La utilidad del crimen para Durkheim
consiste en que puede regular la vida de la sociedad y permite la
evolución histórica de las normas morales y jurídicas. La ausencia
del delito en una sociedad sería por tanto «patológica», porque
la conciencia colectiva ahoga el desarrollo individual y se cons-
truye una sociedad uniforme que impide el avance y la transfor-
mación social: «El crimen... constituye un factor de salud pública,
una parte integrante de toda sociedad sana..., un agente regular
de la vida social» (Durkheim, 1978).
Este autor fue el primero en utilizar el término anomia para des-
cribir la situación de algunas personas que no poseen un freno,
una guía, en medio del aumento de las aspiraciones que tiene el
ser humano, que llevan al progreso y la civilización, que cuando se
tornan excesivas y desmesuradas provocan la inseguridad y la cri-
minalidad. Esto se produce cuando existe un vacío o por la inexis-
tencia de normas que pueden conducir a la conducta desviada.
Considera que las costumbres y las tradiciones pierden su im-
portancia con el desarrollo, pues la prosperidad favorece la movi-
lidad social y el individuo desencadena sus ambiciones, llegando
en ocasiones al hundimiento moral y la frustración.
Robert K. Merton (1972) retomó en su trabajo Estructura social y
anomia, el vocablo acuñado por Durkheim (ver anexo 4), genera-
lizándolo hacia otras formas de conducta además del suicidio,
como el crimen, el alcoholismo, entre otras y analizó las contra-
dicciones de las estructuras sociales norteamericanas que provo-
caban la reacción normal de la conducta desviada.
De esta forma, Merton apuntaba que la cultura define las me-
tas, los objetivos que se desean alcanzar de manera igualitaria
para todos los individuos (el éxito económico), pero las oportuni-
dades estructurales son restringidas (medios legítimos limitados),
por lo que surgen situaciones anómicas, entre las que puede en-
contrarse el comportamiento delictivo, con lo que desarrolla una
tabla donde establece cinco formas de adaptación individual:
conformidad, innovación, ritualismo, rebelión y retraimiento (ver
anexo 5, pág. 372).

78
Merton cuestiona el sistema de valores de una sociedad que
preconiza una cultura de éxito económico y que los medios no
estén al alcance de todos para lograrlo, por lo que la sociedad
norteamericana debe reformularlos para tal fin.
Basado en la sociología empírica, neopositivista, describió los
hechos sin explicarlos. Su teoría fue limitada, pues se concretó a
su sistema social, lo que impidió utilizar su teoría en otros con-
textos sociales y con otros modelos teóricos.
Las teorías funcionalistas consideran que las causas de la des-
viación no se encuentran en los factores bioantropológicos y na-
turales, ni en una situación patológica de la estructura social.
Como la desviación es un fenómeno normal de toda estructura
social, según este enfoque, solo cuando se excedan determinados
límites esa desviación es negativa para el desarrollo estructural de
la sociedad, y es acompañada por un estado de desorganización
en el que el sistema de normas pierde su valor.
La cuestión ética y política, los asuntos individuales o colecti-
vos y el tema etiológico se subordinan ante la importancia que le
confiere a la funcionalidad del delito y de la pena.
La teoría de la anomia contribuyó a desarrollar otras teorías
diferentes como las subculturales de Cloward y Ohlin y las del
aprendizaje de E. Sutherland.

Las teorías del aprendizaje social


y las teorías subculturales
La teoría del aprendizaje social tiene entre sus máximos expo-
nentes a Edwin Sutherland y a Donald Cressey, los que contribu-
yeron a la teoría de las subculturas criminales especialmente en
el análisis de las formas de aprendizaje de los contactos diferen-
ciales que mantiene el individuo con otros individuos, por lo que
también se conoce como «la teoría de los contactos diferencia-
les» y tuvo su mayor aplicación en la delincuencia de «cuello blan-
co» que rara vez había sido explicada por otras teorías precedentes.

79
Esta teoría considera que un acto criminal se produce cuando
existe una situación apropiada para un individuo determinado
mediante el siguiente proceso:
• El comportamiento delictivo es aprendido, por lo que se des-
carta el componente hereditario.
• El comportamiento delictivo se aprende en la interacción con
otras personas en un proceso de comunicación (verbal o extra-
verbal).
• Este aprendizaje se verifica dentro de grupos de individuos ín-
timamente relacionados. Esta teoría niega la influencia impor-
tante que ejercen los medios de comunicación.
• El aprendizaje incluye las técnicas de comisión del delito, in-
cluso las de mayor complejidad, además de la orientación de
los móviles, las actitudes.
• Una persona se convierte en delincuente cuando las interpre-
taciones desfavorables al respeto de la ley superan las favora-
bles; esto se conoce como principio de asociación diferencial.
• Las asociaciones diferenciales pueden variar en cuanto a la
frecuencia, la duración, la prioridad e intensidad.
• El proceso de aprendizaje de la conducta delictiva por asocia-
ción con patrones delictivos y no delictivos posee todos los
mecanismos de cualquier aprendizaje, lo que representa que
no está restringido al proceso de imitación.
• Aunque la conducta delictiva expresa un conjunto de necesi-
dades y valores, no puede explicarse a través de ellas, pues son
las mismas del comportamiento no delictivo.
Las teorías subculturales contribuyeron a combinar el enfoque
macro acerca de los problemas creados por las estructuras con un
enfoque micro, de dónde se localiza y cómo se aprende el com-
portamiento criminal, pero se trataba entonces de indagar el ori-
gen de los contactos diferenciales.
Es por eso que Albert Cohen construyó su discurso a partir de la
consideración de que el joven trabajador se ciñe a los valores do-
minantes y cuando no los logra, sufre un problema de status al
tener que competir en un entorno cuyos valores son los de la clase

80
media. De esta manera se justifica cómo este joven se une con
otros que poseen problemas similares formando las bandas juve-
niles donde se desarrollan otros valores mediante los cuales se al-
canza un nuevo status, esta vez negativo y destructivo. De hecho
este autor considera que la delincuencia juvenil es una subcultura
delincuente conformada por jóvenes de la clase trabajadora más
joven.
Cohen le confiere al grupo un rol importante, con el que se pro-
duce una agrupación e interacción efectiva de un número de suje-
tos con problemas similares de adaptación y ajuste al que denomina
subcultura. Ésta es una forma de pensar, de comportarse de algu-
nos grupos de la sociedad que se encuentran fundamentalmente
en los barrios más pobres de la sociedad norteamericana.
De la misma manera Cloward y Ohlin, representantes de las
teorías subculturales, intentan una explicación que une la teoría
de Merton y la de Cohen expresando que se puede explicar la
delincuencia tanto por la carencia de status como de éxito eco-
nómico. Consideran que la delincuencia juvenil, conformada por
jóvenes que rechazan los valores de la clase media y desean dis-
frutar; sin embargo, de su éxito, es desvalorado tanto por lo que
rehúsan, como por lo que desean.

El nuevo paradigma del Labelling Approach


o el enfoque de la reacción social
Se ha planteado con razón que la teoría del Labelling Approach
constituye «una revolución en la sociología criminal» (Baratta,
1993), pues parte de presupuestos metodológicos diferentes y se
despoja del sustrato etiológico de las teorías anteriores.
El concepto de conducta desviada comienza a tener una valo-
ración política, pues se relaciona con los procesos políticos.
Comienza a desarrollarse en los años sesenta reflexionándose
alrededor de los procesos de criminalización y acerca de la des-
viación secundaria.
Este enfoque tiene en cuenta la reacción social, es decir, cuándo
se definen ciertos comportamientos y personas como criminales

81
en el proceso social, donde interactúan los pares: conducta des-
viada y reacción social.
«La desviación no es una cualidad de la conducta, sino atribui-
da a ella, a través de complejos procesos de interacción social.
Como la belleza se halla en los ojos del observador, en las defi-
niciones oficiales» (García-Pablos, 1994), por lo tanto, su naturaleza
no es ontológica.
El etiquetamiento que se produce sobre algunas personas con-
sideradas como desviadas constituye un sello negativo que las
acompaña durante mucho tiempo, a veces toda la vida.
Consideran que el control social construye la criminalidad, por
lo que los centros de atención abandonan al desviado para aten-
der a los que lo definen como tal, cuestionándose su carácter
selectivo y discriminatorio.
Entre sus autores más representativos se encuentran H.
Garfinkel, E. Goffman, H. Becker y F. Sack, entre otros.

La criminología crítica
La criminología crítica surge en los años sesenta y constituye un
movimiento heterogéneo del pensamiento criminológico que sur-
ge en Inglaterra, los Estados Unidos y se afianzó en América Lati-
na. Comienza a gestarse a partir de la publicación del libro La
nueva criminología, de Taylor, Walton y Young.
Tratan de construir una teoría materialista de la desviación y de
la criminalización, operando con conceptos del marxismo. Sus
postulados teóricos se dirigen a derrumbar ciertos mitos positivistas
y a analizar las condiciones objetivas, estructurales y funcionales
que originan la desviación. Por otra parte, se examinan los meca-
nismos mediante los que se crean las definiciones de la criminali-
dad y se desarrollan los procesos de criminalización. Retomaron el
concepto de «cuello blanco» utilizado por Sutherland, y lo desa-
rrollaron.
La criminología crítica pasa del análisis ontológico a la valora-
ción de cómo se realiza la asignación del status a ciertos indivi-
duos mediante la selección de los bienes protegidos penalmente

82
y de los comportamientos ofensivos a estos bienes por una parte, y
por otra la selección entre todos los individuos que cometen in-
fracciones a normas penalmente previstas en la ley y sancionadas.
Su cuestionamiento lo dirigen no solo hacia el positivismo de
las teorías precedentes, sino también hacia el Derecho Penal, las
estadísticas oficiales y hacia las estructuras de poder.
Desarrollan novedosos temas y adentran su análisis hacia diver-
sos conflictos de la sociedad como los guettos, las minorías indíge-
nas y étnicas, el control social, la delincuencia organizada, entre
otros.
Resulta interesante cómo las ideas de la Criminología Crítica
alcanzaron desde su inicio una amplia aceptación y divulgación,
pero en los años ochenta comenzó a acusar cierto «cansancio»,
y se empezaron a cuestionar sus postulados, incluso por sus pro-
pios autores.8
A modo de conclusión, queremos destacar cómo el desarrollo
histórico del pensamiento criminológico ha discurrido por innu-
merables sendas, las cuales a su vez poseen variadas ramificacio-
nes que hacen prácticamente infinita su exposición sucinta y
detallada.
En la actualidad se reorienta el discurso criminológico afianzando
el rechazo del modelo positivista, se amplía el objeto de estudio
de esta ciencia desde una perspectiva transdisciplinaria, incluyén-
dose cuestiones tales como la víctima, la reacción social, los meca-
nismos del control social, la política criminal, entre otras, con lo
que se transforma y se complejiza radicalmente el esquema
metodológico para explicar la criminalidad, lográndose un mayor
dinamismo y diversificación en la valoración y la investigación cri-
minológica. De esta forma se independiza cada vez más del Dere-
cho Penal, al que considera como importante referente, pero se
incluyen también otros comportamientos previos o concomitantes
al crimen, lo que enriquece el panorama de esta ciencia.

8
Para profundizar en este aspecto, consúltese La herencia de la Criminología Crítica,
de Elena Larrauri.

83
EL DELITO Y EL DERECHO PENAL
EN CUBA DESPUÉS DE 1959
DR. RAMÓN DE LA CRUZ OCHOA

No pretendo hacer la historia de lo acontecido en Cuba con la


delincuencia y el Derecho Penal durante más de 40 años; sería im-
posible en tan breve tiempo, especialmente por el proceso revolu-
cionario que ha vivido Cuba, uno de los procesos sociales y políticos
más radicales del siglo XX y donde el Derecho Penal ha desempeña-
do un papel importante en el enfrentamiento político y social ocu-
rrido durante estos tempestuosos años como «sistema legítimo de
represión del Estado» al decir de un conocido penalista de estos
primeros años.
Antes de pasar breve revista histórica, creo imprescindible ha-
blar de estos temas durante la etapa anterior. Ningún proceso
social y específicamente en el terreno penal del que estamos ha-
blando puede desconocer el pasado y por supuesto el caso cuba-
no no es una excepción. Para adentrarnos en la Cuba después de
1959 se hace necesario abordar algunos años atrás; mucho de lo
ocurrido tiene que ver con la herencia no sólo económica y social
sino también cultural.
Sin ser tema del que se hayan ocupado demasiado los penalistas
y los criminólogos cubanos y basándonos especialmente en tra-
bajos realizados por el licenciado Guillermo Milán Acosta1 trata-
remos de esbozar brevemente la realidad de la delincuencia en

1
Milán Acosta y otros. Tendencia de la actividad delictiva en los umbrales del siglo XXI .
No publicado.

84
Cuba en los años anteriores al 1ro. de enero de 1959, así como
en las etapas sucesivas. En esta división podría parecer dudoso el
rigor científico de su clasificación, pero aclaramos que sólo tiene
como propósito utilizar los parámetros estadísticos comparativos
utilizados por este autor.

PERÍODO 1948-1958
La actividad delictiva en Cuba se caracteriza en esa etapa por un
alto porcentaje de los llamados delitos violentos, las lesiones
con una tasa de 700 hechos, y 30 homicidios por cada 100 000
habitantes que la hacían una de las más altas para la época den-
tro de América Latina, constituyendo además el 30 % del total
de delitos conocidos2 de acuerdo con las estadísticas policíacas.
A esto se une la peculiaridad del auge de la entonces incipiente
industria del turismo que traía a la Isla unos 500 000 visitantes,
especialmente norteamericanos, una cifra que hoy nos parece
de escasa importancia pero para la época no es nada desprecia-
ble si se tiene en cuenta que es el momento del nacimiento de
la industria mundial del turismo. Como es conocido, una parte
de este turismo estaba vinculada estrechamente con el juego, la
droga y la prostitución que en gran medida controlaba la mafia
norteamericana. Sólo téngase presente que para un país con
escasamente seis millones de habitantes, existían en 1958 unas
cien mil prostitutas y se radicaban 10 000 delitos de juegos pro-
hibidos a pesar de que buena parte de esta actividad era legal y
la otra funcionaba en condiciones de semilegalidad.
Los llamados delitos contra la propiedad alcanzaban el 15 %
del delito conocido, y los llamados delitos económicos presenta-
ban prácticamente una radicación despreciable, a pesar de que
la entonces legislación penal vigente, con sucesivas reformas en
los años cuarenta, contemplaba muchos delitos de esta índole.

2
Delito conocido es para Milán Acosta el conjunto de todos los hechos que se conocen
por la Policía por cualquier vía.

85
La legislación penal cubana de la época —recordemos que Cuba
alcanza su independencia formal en 1902— tiene su anteceden-
te en el Código Penal Español de 1870, el que fue objeto de múl-
tiples modificaciones y de muchos proyectos de los cuales sólo se
convirtió en ley el muy conocido Código de Defensa Social en
1936.
El Código de Defensa Social es decididamente positivista, toma
su nombre según su ponente, el importante penalista Diego Vi-
cente Tejera, de lo que él llamó un nuevo concepto; no se trata
de un Código de penas escrito para castigar al delincuente, sino
inspirado en el principio de defensa social contra el delito.
En el Código se acogían criterios de peligrosidad para las san-
ciones y por supuesto de las medidas de seguridad por la cual
debía atenderse ante todo al carácter más o menos antisocial del
agente, sin abandonar sus condiciones personales. Expresamen-
te se recoge en la exposición de motivos el criterio de Ferri de que
un delito puede ser cometido por un delincuente poco peligroso
y un delito leve por el contrario puede revelar el síntoma de una
personalidad anormal o sumamente peligrosa. Los jueces frente
a un hecho objetivo cualquiera adecuarán la sanción teniendo
en cuenta dos aspectos fundamentales: el hecho y la personali-
dad del presunto delincuente.
Estos principios fueron consecuentemente aplicados por la ju-
dicatura cubana, ejemplo de ello son algunas sentencias de la
Sala Penal del Tribunal Supremo de Cuba: sentencia 204 de 22 de
julio de 1939 —se sanciona por la peligrosidad y no por el resul-
tado del delito—; sentencia 244 de 22 de septiembre de 1939, el
nuevo Código ha establecido dos innovaciones sustanciales con
relación al antiguo al considerar sancionable el hecho intentado
y al desistido y al haber comprendido en la general denomina-
ción del delito imperfecto los cuatro grados primeros de la legis-
lación derogada y los llamados actos preparatorios, dejando al
amplio arbitrio judicial la facultad de adecuar en base esencial-
mente a criterios de peligrosidad.

86
AÑOS DEL PERÍODO REVOLUCIONARIO
(1959-1962)
Estos primeros años se caracterizan por un incremento en la per-
secución de la actividad delictiva, que alcanza sus niveles históri-
cos más altos hasta ese momento, influido por la denuncia y
radicación de miles de hechos violentos cometidos durante la ti-
ranía batistiana y la actividad contrarrevolucionaria que en esta
etapa llega a alcanzar niveles altos. La estructura del delito común
denunciado no cambió respecto a la etapa anterior, manifestán-
dose bajas tasas de delito económico y contra la propiedad.
Se desarrolla en estos años una amplia represión contra los de-
litos de drogas, juego y los asociados a la prostitución que tiene
su punto más alto en la próxima etapa.
En la legislación penal de este período se utiliza la institución
del estado peligroso y las medidas de seguridad, previstas en el
Código de Defensa Social para la llamada conducta antisocial
predelictiva. En esta etapa también comienzan modificaciones
importantes a dicho Código. La Ley 425 de 7 de julio de 1959
representó el endurecimiento legal de la definición de los delitos
y sanciones y el comienzo de la política criminal del Gobierno
Revolucionario en la esfera de las actividades contrarrevolucio-
narias. A esos efectos dispuso en su artículo 1 que se considera-
ban contrarrevolucionarios los delitos comprendidos en el Capítulo
I, III y IV del Título I del Libro II del Código de Defensa Social; la
propia Ley 425 en su artículo 9 derogó la disposición general del
artículo 161 de este Código, que consideraba delitos políticos
todos los comprendidos en el citado Título I.
También se autorizó la aplicación de la pena de muerte y se
dispuso abreviar los trámites para juzgar a los acusados sin
privarlos en modo alguno de las debidas garantías procesales
mínimas a cuyo efecto se utilizaría el procedimiento especial re-
gulado por el Título III del Libro IV de la Ley de Enjuiciamiento
Criminal vigente en aquellos momentos.
Previamente, en enero 1959, el Consejo de Ministros del Go-
bierno Revolucionario haciendo uso de la potestad legislativa y

87
constituyente que le otorgara la Ley Fundamental en vigor —la
Constitución de 1940 con varias modificaciones— había aproba-
do la aplicación de las antiguas leyes de 1896 promulgadas por
la República en Armas cuando la Guerra de Independencia con-
tra España, como la Ley Penal y también el Reglamento No. 1 de
la legislación penal del Ejército Rebelde en lucha contra la dicta-
dura de Fulgencio Batista.
Esta legislación (Ley 33 de enero de 1959) era aplicable a los
militares o civiles que cometieron delitos de asesinato, homici-
dio, lesiones a detenidos o prisioneros, violación, incendio, da-
ños, robo y saqueo. Se declara además en concepto de derecho
—positivo supletorio— cualquier ley penal sustantiva y procesal
que rigiera durante la Guerra de Independencia en los territorios
ocupados por las tropas que combatían al colonialismo español.
El creciente enfrentamiento político dio lugar el 29 de octubre
de 1959 a una Reforma Constitucional en la que los delitos califi-
cados por la Ley como contrarrevolucionarios fueran juzgados
por los Tribunales Revolucionarios conforme a lo establecido en
el Libro I, Título IV de la Ley Procesal de la República de Cuba en
Armas de 28 de julio de 1896.
Se dicta también la Ley No. 664 que autoriza la «confiscación
de bienes» en todos los casos de delitos contrarrevolucionarios y de
actividades conspirativas contra la Revolución Cubana en el ex-
tranjero por parte de personas que hubieran abandonado el país.
En 1960 se promulgan las leyes 732 de 17 de enero y la 858 de
11 de julio que agravan los límites de las sanciones aplicables a
los delitos de malversación de caudales públicos, fraude, exaccio-
nes ilegales, agio y especulación; además, los considera compren-
didos en la jurisdicción de los tribunales revolucionarios.
En enero de 1961 (Ley No. 923 de 4 de enero) se modificaron
los preceptos del Código de Defensa Social con relación a los
delitos contra la seguridad colectiva; de manera así se decía en
sus por cuantos que en cada caso pueda ser impuesta la sanción
condigna de los actos criminales y antipatrióticos con los que inú-
tilmente se pretende entorpecer el desarrollo de la Revolución
Cubana.

88
Con posterioridad a la invasión de Playa Girón, conocida en el
exterior como Bahía de Cochinos, se promulgó la trascendente Ley
revolucionaria No. 988 de 29 de noviembre de 1961, que extremó
el rigor de la justicia penal, para lo cual dispuso: «Mientras por
parte del imperialismo norteamericano persista la amenaza de
agresión desde el exterior o la promoción de actividades con-
trarrevolucionarias en el país se sancionará con la pena de muerte
a los que de cualquier forma se infiltren o invadan el territorio
nacional u organicen o formen parte de un grupo armado, los
responsables de incendios u otros estragos o delitos de asesinato,
consumados o imperfectos, cuando sean perpetrados con fines
contrarrevolucionarios». Igualmente dispuso la confiscación de las
fincas rústicas y demás bienes de los que «faciliten abastecimientos,
albergue o de cualquier otra forma colaboren o encubran a los
saboteadores, terroristas, asesinos, grupos armados o elementos
contrarrevolucionarios de cualquier índole, sin perjuicio de la
responsabilidad criminal en que pudieran haber incurrido».
La Ley No. 992 de 19 de diciembre de 1961 modificó la en-
tonces vigente Ley de Ejecución de Sanciones y Medidas de Se-
guridad Privativas de Libertad fundamentada en que el avance
progresivo de la Revolución ha creado las condiciones propicias
para la aplicación de nuevos métodos dirigidos a reeducar y re-
habilitar a los delincuentes, y la Ley 993 de la propia fecha, au-
torizó al Consejo Superior de Defensa Social (órgano que se
adscribió al Ministerio del Interior) la facultad de conceder y
revocar la libertad condicional de los sancionados reduciendo
el cumplimiento mínimo de una cuarta parte de la sanción im-
puesta y además modificó los artículos pertinentes del Código
de Defensa Social respecto al proxenetismo o a la explotación de
cualquier forma de prostitución con el objetivo de viabilizar la
adopción de medidas legales que posibiliten la reeducación y
rehabilitación en su caso de las personas afectadas.
Durante este período se utilizó profusamente la legislación pe-
nal como un instrumento del poder revolucionario para enfren-
tar las actividades llamadas contrarrevolucionarias y la delincuencia
común; desde entonces la opinión que esta última representaba

89
los rezagos ideológicos del pasado ganó terreno, y se llegó a di-
vulgar por los medios masivos de comunicación de que se estaba
produciendo una fusión entre la criminalidad común y la con-
trarrevolucionaria.

Período 1963-1973
Se mantiene el aumento de la represión contra las llamadas la-
cras de la sociedad anterior, como el juego, la droga, la prostitu-
ción y el proxenetismo; comienzan a juzgarse también delitos que
se incrementan como la especulación y el acaparamiento relacio-
nados con la escasez de abastecimiento que se manifestaba en el
país. Estos hechos constituyen entre el 70 % y el 80 % de los de-
litos conocidos.
Es importante señalar que en esta etapa cambia radicalmente
la tendencia histórica de la estructura del delito; los hechos vio-
lentos constituyen ahora cerca del 40 % de los hechos denuncia-
dos y las tasas de homicidio y asesinato disminuyen a menos de
diez por cada 100 000 habitantes.
Durante esta etapa se produce una radicalización del proceso
revolucionario, especialmente a partir de 1966. En 1968 se adopta
un conjunto de medidas que propician la desaparición de la pe-
queña propiedad mercantil. Una de estas medidas fue la nacio-
nalización de una amplia gama de comercios y servicios que
permanecían en manos privadas. Como sector privado sólo so-
brevive la pequeña propiedad rural, aunque en rápido proceso
de cooperativización; debe señalarse como característica del pro-
ceso socialista cubano que un sector pequeño de la agricultura
quedó en manos privadas aún en los momentos más radicales
del proceso revolucionario. Así también debe subrayarse que es-
pecialmente en los años 69 y 70 desapareció prácticamente la
circulación mercantil, entregándose de forma regulada por el Es-
tado prácticamente todos los artículos de consumo. Esta situa-
ción no es ajena a la baja importante de las tasas de delitos en
este período.

90
Delitos denunciados según etapas3

Años Índice
1948 a 1958 100
1959 a 1962 116
1963 a 1973 51
1974 a 1980 88
1981 a 1984 61
1985 a 1988 87
1989 a 1994 169

En la legislación penal resulta de importancia la Ley 1098 de


1963 que agravó las sanciones de los delitos contra la propiedad
y comenzó a calificarlos como delitos contrarrevolucionarios, cuya
competencia para su juzgamiento pasó a los tribunales revolu-
cionarios.
De importancia también es la Ley 1155 de 17 de abril de 1964,
la cual declaraba necesario como medio de fortalecer la lucha
contra elementos antisociales, que aún existen como rezagos de
la sociedad capitalista, facultar al Consejo Superior de Defensa So-
cial, como ya dijimos, un órgano administrativo para decomisar
bienes muebles propiedad de personas que sean declaradas en
estado peligroso, autorizaba el comiso de ciertos objetos, efec-
tos, materiales o mercancías cuyo uso, comercio o tenencia pue-
da estimarse perjudicial al orden social o idóneo para la ejecución
de un delito.
En 1973 se aprueba la importante Ley No. 1249 que práctica-
mente redactó de forma nueva los llamados delitos contra las
buenas costumbres y el orden de la familia que pasaron a de-
nominarse delitos contra el normal desarrollo de las relaciones
sexuales y contra la familia, la infancia y la juventud, la cual ade-
más aumentó las sanciones por los delitos de violación, pederas-
tia, abusos lascivos, escándalo público y proxenetismo. También

3
Por delito denunciado Milán y otros estudiosos del tema entienden los denunciados
por los ciudadanos ante las autoridades.

91
aumentó las sanciones y creó nuevas figuras en los delitos contra
la propiedad y contra la economía nacional y popular.

Período 1974-1980
Esta etapa se encuentra directamente relacionada con el cam-
bio de política ocurrido con posterioridad a 1970; se hizo im-
prescindible corregir errores económicos del período anterior,
donde la búsqueda de la utopía llevó a la eliminación casi total
de los mecanismos de mercado y la desaparición de la actividad
privada en la economía, con la excepción de un pequeño sector
de campesinos individuales que abarcaba aproximadamente un
20 % de la tierra cultivable y una parte reducida del transporte
que permanecía en manos privadas. Todo ello conllevó a la
adopción de un modelo económico bastante similar al vigente
en la llamada Europa del Este Socialista y la Unión Soviética.
En este período se manifiesta el crecimiento de los casos detec-
tados de malversación y otros delitos económicos asociados a la
propiedad socialista estatal. Se mantiene la tendencia decrecien-
te en la proporción de hechos violentos, dentro de los delitos
denunciados cerca del 30 % del total, y los delitos contra la pro-
piedad ascienden.
En el campo de la legislación penal lo más significativo de esta
etapa es la aprobación de la Ley No. 21 del Código Penal, pro-
mulgada el 30 de diciembre de 1978 publicada en la Gaceta Ofi-
cial el 15 de febrero de 1979 y que entró en vigor el 1ro de
noviembre de 1979. Según reconocen los ponentes en su expo-
sición de motivos tuvo una fuerte inspiración en los Códigos de
los países socialistas. Este nuevo Código derogó al antiguo Códi-
go de Defensa Social que había sido objeto de múltiples enmien-
das; sus innovaciones más importantes en relación con éste son
las siguientes:
• Ofrece un concepto del delito de acuerdo con la llamada cien-
cia penal socialista.

92
• Describe las figuras delictivas de forma más genérica, en con-
traste con las formulaciones casuísticas del Código de Defensa
Social. Esto en nuestra opinión hace que el Código incurra en
lo que fue duramente criticado de los tipos penales abiertos.
• Incrementa la protección penal de los intereses políticos y eco-
nómicos fundamentales de la República.
• Establece los fines de la sanción que son reparación del delito,
corregir y reeducar a los sancionados en los principios de acti-
tud hacia el trabajo, de estricto cumplimiento de la ley y de
respeto a las normas de convivencia socialista, así como preve-
nir la comisión de nuevos delitos, tanto por los propios sancio-
nados como por otras personas.
• Incorpora mayor clase de sanciones aumentando las alternati-
vas a la privación de libertad; se ampliaron asimismo las san-
ciones accesorias.
• Incorpora nuevos delitos y prescinde de algunos que eran pro-
pios de una estructura económica capitalista.
• Prescinde de las contravenciones, aunque incorpora algunas
de sus conductas como formas atenuadas de delito.
• Ratifica toda la regulación del estado peligroso y las medidas
de seguridad provenientes del Código de Defensa Social.

En fin, el Código Penal de 1979 consolidó la política criminal


practicada durante los veinte años anteriores y que puede resu-
mirse en un Derecho Penal instrumental que tiene el propósito
de resolver los problemas de confrontación aguda dentro de la
sociedad y encaminada a lograr la máxima seguridad posible para
la sociedad y el Estado.

Período 1981-1989
Dentro de esta etapa el período 1981-1984 se caracteriza por el
aumento de la represión y de sanciones severas, especialmente
contra los hechos delictivos contra la economía y la propiedad
con niveles que alcanzan entre el 65 % y el 70 % de los delitos

93
conocidos. En 1984 comienzan a ascender los delitos contra la
propiedad y a partir de 1987 comienza el crecimiento en
exponencial. La proporción de los hechos contra la propiedad al-
canza el 80 % de los delitos denunciados y las dos terceras partes
de los conocidos. Esta alta incidencia de los delitos económicos y
contra la propiedad tiene que ver con los problemas funcionales
del modelo económico cubano hasta entonces vigente.
Por primera vez se escucha en Cuba acerca del Derecho Penal
mínimo, de última ratio y de la posibilidad de llevar a cabo un
proceso de despenalización y de reforma del Derecho Penal.
Todo este proceso culminó en un gran y polémico proceso de
reforma penal que trajo como resultado importantes debates en
la Asamblea Nacional del Poder Popular en diciembre de 1987.
En estas discusiones los ministros del Interior y de Justicia tuvie-
ron a su cargo presentar las propuestas de modificación. El Mi-
nistro del Interior expresó: «El criterio de penalización no sólo no
nos hizo avanzar hacia el objetivo de reducir el delito, sino gene-
ró dificultades adicionales, esencialmente complejas y de gran
impacto social como el crecimiento de la población penal del
país y la sobrecarga inmanejables de actuaciones y procesos; y
peor aún, les impide concentrar las fuerzas de las instituciones
especializadas en la lucha contra las tipicidades verdaderamente
graves y socialmente peligrosas de la actividad delictiva [...] fue
un error de apreciación pensar que con sólo aplicar más sancio-
nes de prisión y penas más largas el delito retrocedería». Por su
parte el Ministro de Justicia apuntaba: «Teníamos un serio atraso
en las concepciones jurídicas para enfrentar la problemática del
delito y la respuesta penal con que veníamos actuando ante esta
problemática, sobre la base única de la represión, no nos permi-
tiría superarla».
La reforma aprobada tuvo los siguientes rasgos:
• Despenalización de conductas insignificantes que constituían
incumplimientos de deberes laborales, administrativos, funcio-
nales o profesionales sancionables con más eficiencia y me-
nos costo social por las vías no penales.

94
• Introducción de sanciones nuevas como sustitutivas de la pri-
vación de libertad que no excedan de tres años como el traba-
jo correccional con internamiento o sin él.
• Ampliación del uso de la multa.
• Se amplía el arbitrio de los tribunales en el sentido de conside-
rar con carácter facultativo y no obligatorio la imposición de
sanciones accesorias y la consideración o no de la reincidencia
y multirreincidencia.
• Eliminación, dentro de lo posible, de las sanciones privativas
de libertad de corta duración.
• Se reducen los delitos en que se penalizan los actos preparato-
rios.
• Se disminuyen los límites mínimos y máximos en muchos deli-
tos en que se consideraba la sanción excesiva.
• Se amplía para ciertos delitos la confiscación y se crean nuevas
figuras para combatir la corrupción como el enriquecimiento
ilícito.

Las modificaciones de 1987 constituyeron un hito importante


en la modernización del Derecho Penal en Cuba y una toma de
conciencia en la sociedad, sobre lo equivocado de una política
que tenía su base en la utilización del Derecho Penal como ins-
trumento para terminar con las lacras de la sociedad capitalista y
la utilización del mismo instrumento en la creación de la nueva
sociedad.
No podemos dejar de mencionar otras legislaciones importan-
tes de esta etapa, como son el Decreto-Ley No. 64 de 1982 que
establece una legislación para los menores que no hayan cumpli-
do 16 años de edad y presentan trastornos de conducta, mani-
festaciones antisociales o participen en hechos que la ley tipifique
como delitos. Se establece un procedimiento administrativo, in-
dependiente de lo judicial y separado del Derecho Penal, con fi-
nalidades pedagógicas y de terapia social para estos menores bajo
la actuación de los ministerios de Educación y del Interior.
Otra legislación adoptada es el Decreto-Ley No. 80 de 28 de mar-
zo de 1984 que establece nuevas regulaciones para las infracciones

95
administrativas, que posibilitó posteriormente que muchos delitos
de escasa relevancia se convirtieran en contravenciones administra-
tivas.
En 1986 se promulga el Decreto-Ley No. 95 de 29 de agosto por
el cual se crean las Comisiones de Prevención y Atención Social
para asumir la importante tarea de coordinar las actividades de
prevención del delito, para ello se integran comisiones a nivel na-
cional, provincial y municipal con organizaciones que de una for-
ma u otra realizan control social formal e informal.

Momento actual
El deterioro de la situación económica en Cuba en los últimos
años tiene entre sus causas fundamentales las consecuencias del
recrudecimiento del bloqueo económico norteamericano contra
Cuba, la desaparición del campo socialista, de sus principales so-
cios comerciales y los problemas estructurales y de dirección acu-
mulados de la economía cubana, que produjo entre otros la
disminución del PIB en un tercio, el cual a partir de 1995 comien-
za un lento ascenso.
Esta situación económica se ha reflejado en la estructura del
delito y en la política criminal, así como en toda la vida económi-
ca-social y política del país, dando lugar a un cauteloso proceso
de reformas que ha comprendido una amplia gama de medidas.
En esta situación, la sociedad se ha caracterizado por un au-
mento de la conflictividad y tensión social, reflejada entre otros
aspectos en el crecimiento de diversas modalidades delictivas. La
reacción temprana por parte del poder estatal permitió una mo-
dificación de la legislación penal que ha tenido su punto culmi-
nante en las reformas aprobadas recientemente.
Existen cuatro modificaciones importantes, el Decreto-Ley
No. 140 de 13 de agosto de 1993, el Decreto-Ley No. 150 de 6
de junio de 1994, el Decreto-Ley No. 175 de 17 de junio de 1997
y las leyes Nos. 87 y 88 de febrero de 1999.
El Decreto-Ley No. 140 despenaliza la posesión de moneda ex-
tranjera, con lo cual legalizó la tenencia de esta, dando con ello

96
entrada a la libre circulación de todas las monedas extranjeras,
pero especialmente el dólar norteamericano. Esta modificación
fue trascendente en el inicio de las reformas económicas, el Esta-
do no tenía otra opción para lograr sobrevivir en el difícil mo-
mento histórico al que se enfrentaba.
El Decreto-Ley No. 150 tiene como objetivo insertar nuevas
conductas no contenidas en el Código Penal y perfeccionar el tra-
tamiento a comportamientos delictivos relacionados con las dro-
gas, lo cual se preveía como un delito en incremento teniendo en
cuenta la apertura de la sociedad cubana al turismo y a la inver-
sión extranjera.
La modificación de 1997 creó nuevas figuras a tono con las
nuevas modalidades delictivas surgidas con la reforma económi-
ca. Se crearon las figuras de tráfico de influencias, exacción ilegal
y negociaciones ilícitas, insolvencia punible; se aumentaron las
sanciones a los delitos de cohecho, malversación y el abuso en el
ejercicio del cargo. A fin de contrarrestar el desarrollo posible del
turismo sexual se creó la figura del proxenetismo, trata de perso-
nas y los delitos de ultraje sexual, tales como pornografía o au-
mentando las sanciones a delitos como la corrupción de menores.
Sin embargo, junto a estas modificaciones del Código Penal se
crearon nuevas figuras delictivas o se aumentó la severidad en las
sanciones en delitos ya existentes; el Decreto-Ley 175 dio posibili-
dades para que las sanciones alternativas a la privación de libertad
se pudieran aplicar hasta cinco años en lugar de tres años que
estaba entonces vigente. Asimismo, también se aprobó una polé-
mica modificación al artículo 8 del Código Penal, lugar donde se
define el delito y que expresamente dice: «En aquellos delitos en
los que el límite máximo de la sanción aplicable no exceda de un
año de privación de libertad o multa no superior a 300 cuotas o
ambas, la autoridad actuante está facultada para, en lugar de re-
mitir el conocimiento del hecho al Tribunal imponer al infractor
una multa administrativa, siempre que en la comisión del hecho se
evidencie escasa peligrosidad social tanto por las condiciones per-
sonales del infractor como por las características y consecuencias
del hecho». Esta posibilidad abrió en una forma importante el uso

97
de la facultad discrecional por parte de la Policía para un número
importante de delitos, si bien ha estado fuertemente regulada por
lo mandos policíacos, su uso ha provocado una fuerte polémica
sobre lo acertado o no de dar estas facultades a la Policía en medio
de una sociedad fuertemente tensionada por la crisis y subsiguien-
tes reformas económicas.
Como vemos hasta esta reforma si bien se retomó, ante las cir-
cunstancias difíciles en que vive el país, cierta tendencia al reforza-
miento a la severidad y utilización del Derecho Penal, en nuestra
opinión se mantuvo una utilización discreta de lo que fue la po-
lítica criminal de severidad llevada a cabo durante los primeros
veinte años de la Revolución Cubana.
Sin embargo la situación siguió agudizándose y en un discurso
pronunciado el 5 de enero de 1999, en ocasión del 40 aniversa-
rio de la Policía Nacional, el Presidente del Consejo de Estado
Comandante Fidel Castro hizo una larga intervención sobre la si-
tuación delictiva, de la cual resumimos algunos aspectos:
• Tendencia creciente de la prostitución y el proxenetismo, es-
pecialmente en los polos turísticos del país. Se aprecian nive-
les de organización y vinculación con otras actividades delictivas
como la droga, el contrabando y la corrupción de menores.
• Persistente interés del narcotráfico internacional de utilizar a
Cuba como tránsito para el tráfico de drogas duras e ir estimu-
lando el consumo interno. Incidencia creciente de estas activi-
dades en hechos de carácter violento, cuyo móvil fundamental
es la droga, en los cuales está presente la extorsión, el ajuste
de cuentas, el débito o simplemente la estafa, con el empleo
de armas blancas o de fuego.
• Tráfico ilegal de personas con fines lucrativos incrementando
la utilización de Cuba aprovechando el desarrollo del turismo;
uso del país como tránsito hacia terceros países, especialmen-
te Canadá y Estados Unidos. Además, se desarrolla el tráfico
ilegal de ciudadanos cubanos hacia Estados Unidos, preferen-
temente con lanchas rápidas.
• Aumento del delito convencional, especialmente robo, viola-
ción y homicidios, que crean sentimientos de temor y obligan
a tomar medidas de seguridad más estrictas.

98
• La tarea fundamental de enorme trascendencia económica y
política, de combate y de vencer el delito no significa el sueño
de que el delito desaparezca de la faz de nuestra sociedad,
sino reducirlo a la mínima expresión que resulte incapaz de
golpear de manera grave económica y políticamente a la Re-
volución.
• Para contrarrestar esta situación se tomaron un número im-
portante de medidas para reforzar el sistema penal (con espe-
cial énfasis en la Policía y los órganos de la Fiscalía y los
Tribunales), además de otras reformas legislativas que modifi-
can el Código Penal, como son incluir la sanción de privación
perpetua de libertad, entre las sanciones posibles del Código
Penal; permitir sanciones mayores de 30 años de privación de
libertad (límite fijado en el Código antes de las modificacio-
nes) si en el hecho concurren circunstancias que producen la
agravación extraordinaria de la sanción, en cuyo caso el Tribu-
nal puede aumentar la sanción a imponer hasta en la mitad
del límite máximo o si se aprecian circunstancias relativas a la
reincidencia o multirreincidencia, el Tribunal puede aumentar
el límite superior hasta en un cuarto, en un tercio o en la mitad
según el caso, o al formar una sanción conjunta que puede ser
igual a la suma de todas las impuestas (anteriormente no po-
día ser mayor al delito sancionado más severamente.)
Otras medidas fueron:
• A los acusados reiterantes, de forma preceptiva (era facultati-
va hasta el momento) se le aumentan hasta el doble los límites
mínimo y máximo previstos cuando el autor haya cometido el
hecho durante el cumplimiento de una sanción o medida de
seguridad, o encontrándose sujeto a medida cautelar de pri-
sión provisional, evadido de un centro penitenciario o duran-
te el período de prueba correspondiente a la remisión condicional
de la sanción.
• Se establece la obligatoriedad para el Tribunal de adecuar la
sanción para los casos de reincidencia o multirreincidencia.
Hasta ese momento era discrecional para el Tribunal.

99
• Se elevó la cuantía máxima de cada cuota de multa, estable-
ciéndose el límite máximo de cada cuota en cincuenta pesos,
el máximo hasta entonces era de veinte pesos.
• Se crean las nuevas figuras delictivas de tráfico de personas y
el lavado de dinero.
• Aumento de las sanciones en el delito de robo con fuerza en las
casas, robo con violencia o intimidación en las personas, el hur-
to, violación, proxenetismo, corrupción de menores y drogas.
• Crear la figura delictiva de venta y tráfico de menores para aque-
llos casos que se venda o transfiera a un menor de 16 años de
edad a cambio de recompensa, compensación financiera o de
otro tipo.
• Mayor protección a los bienes del patrimonio cultural con ma-
yor severidad en las sanciones y creación de nuevas figuras.
• Mayor severidad en las sanciones para los que sin poseer la
licencia correspondiente adquieran, porten o tengan en su po-
der armas de fuego.
• Se duplicaron los límites mínimos y máximos de la sanción pre-
vista en el Código Penal para el sacrificio ilegal de ganado ma-
yor. Se aumentan las sanciones para el que venda, transporte
o en cualquier forma comercie con carne de ganado mayor. Es
de significar que este es uno de los delitos de mayor inciden-
cia estadística en la tasa delictiva cubana.
• Se aumentan las sanciones de los delitos de violación y de pe-
derastia con violencia.
• Se aprobó asimismo la Ley No. 88, una Ley penal especial que
crea figuras delictivas para todos aquellos que cooperen con
el gobierno de Estados Unidos en la aplicación de la conocida
Ley Helms-Burton. Estas figuras son: suministro de información,
búsqueda de información clasificada, acumular, reproducir, di-
fundir material de carácter subversivo del gobierno de EE.UU.,
sus agencias, dependencias, representantes o cualquier otra
entidad extranjera directamente relacionada con el gobierno
de Estados Unidos pero que persigan los mismos objetivos po-
líticos. También se sancionan introducir al país los materiales
descritos anteriormente, colaborar con emisoras de radio o te-

100
levisión o cualquier otro medio de difusión que persigan los
objetivos políticos descritos en la ley.
• Perturbar el orden público.
• Organizar o promover acciones para perturbar el orden públi-
co.
• Realizar cualquier acto dirigido a impedir o perjudicar las rela-
ciones económicas del Estado cubano o entidades cubanas o
extranjeras de cualquier tipo, siempre que tengan o hagan ne-
gocios con Cuba.
• Incitación a cometer algunos delitos previstos en la ley.
• Distribuir medios financieros, materiales o de otra índole pro-
cedentes del gobierno de EE.UU. o entidades privadas de ese
país con el propósito de lograr los objetivos descritos en la ley.

Para concluir podemos resumir que el Derecho Penal durante


estos cuarenta años se desarrolló tomando como orientación una
política criminal de utilización de éste como instrumento de lu-
cha política para destruir el viejo orden capitalista, defender y
construir el nuevo modelo socialista. El Derecho Penal ha sido
una herramienta de esta confrontación, sus paradigmas han sido
un Derecho Penal de la severidad como vía para lograr en un
primer instante la utopía de la erradicación del delito y en una
etapa más madura la disminución de la criminalidad a mínimos
aceptables. Ha sido un Derecho Penal de defensa social con la
connotación que debemos dar a este término.
Toda esta historia tuvo un intervalo de apenas diez años en
que trató de imponerse un Derecho Penal de ultima ratio, míni-
mo y garantista. Puede atribuirse la frustración de esta experien-
cia entre otras razones a la crisis económica social de los años
noventa que obligó a tomar medidas que de una forma u otra
tensaron a la sociedad, rompieron su homegenidad, provocando
con ello un aumento de la delincuencia no sólo cuantitativo sino
también con la aparición de nuevas e importantes modalidades
delictivas.

101
BREVE ESBOZO HISTÓRICO
DE LA CRIMINOLOGÍA EN CUBA
DR. RAMÓN DE LA CRUZ OCHOA

No es posible abordar la historia de la criminología en Cuba sin ha-


blar primero de las ideas positivistas. Aquí, como en otras partes, la
criminología da sus primeros pasos al compás del positivismo.
Las ideas positivistas, tanto en el plano filosófico como jurídi-
co, no irrumpen en Cuba prematuramente.
Para el despótico poder colonial español el positivismo se pre-
sentaba como una filosofía revolucionaria, por lo que realizó to-
dos los esfuerzos para frenar su introducción en el ambiente
intelectual cubano en la primera mitad del siglo XIX. Sus ideas eran
demasiado audaces y sólo hasta después del Pacto del Zanjón es
cuando se abre una etapa de reforma y de ciertas libertades en
que el positivismo toma fuerza en el ambiente cultural y se pre-
senta como una filosofía optimista, llena de confianza en la cien-
cia, en la industria, en la cultura, en el proceso social, aliado al
liberalismo, a la defensa de la democracia y a la independencia
nacional. Sin embargo, una de sus limitaciones fundamentales,
que pone su sello en la criminología, es la tendencia descriptiva
en sus trabajos, una especie de renuncia a encontrar los nexos
necesarios, estables y esenciales que existen entre los fenóme-
nos, no se percataban de la verdadera naturaleza de las leyes del
mundo objetivo.
Felipe Poey, sabio cubano nacido el 26 de mayo de 1799 y
fallecido el 28 de enero de 1891, fue el primer antropólogo que
relacionó esta ciencia con el Derecho Penal, pues además de gran

102
naturalista fue abogado. Presentó una tesis en 1819 sobre im-
portantes temas, que al decir del Dr. Arístides Mestre «forman parte
de la antropología jurídica». El propio Mestre al enjuiciar la obra
de Felipe Poey expresa: «Este problema cae de lleno dentro de la
antropología de los criminales, sólo puede resolverse y hacer bue-
na obra la administración de justicia a la luz de la psicología,
psiquiatría y con el auxilio de la medicina legal».
Esto no fue un hecho aislado, tres años después de publicado
El hombre delincuente, de Lombroso, en Italia, el Dr. José R.
Montalvo dicta una conferencia acerca de la «Antropología de
los asesinos» (1879); José Miguel Céspedes publica un artículo
titulado «La antropología y el derecho penal» (1885); en 1898
otro titulado «Delincuentes natos y razas criminales», y por últi-
mo tradujo Las anomalías del criminal, de Garófalo.
En 1899, el conocido penalista González Lanuza logró que se
aprobara la propuesta de una Real Orden del Gobierno Interven-
tor norteamericano creando en la Universidad de La Habana un
curso de Antropología General, la cual ya se venía estudiando de
manera aislada bajo la cátedra del Doctor Felipe Poey, que había
fundado en 1877 la Sociedad Antropológica de Cuba. Montané
fue el primer profesor de Antropología en Cuba.
Al curso de Antropología General y de Ejercicios Antropo-
métricos asistían estudiantes de Derecho, de Ciencias y de Peda-
gogía, lo que motivó que se impartieran dos cursos, comenzando
así a funcionar una Cátedra de Antropología Jurídica para estu-
diantes de Derecho y otra de Antropología General para las Cien-
cias y Pedagogía.
En 1906 se produce una impronta de la literatura criminológica
en Cuba, la revista Derecho y Sociología publica escritos de José
Ingenieros, donde ataca fuertemente a la Escuela Clásica y expo-
ne con grandes loas los méritos del positivismo.
En este mismo año, 1906, se publica en Madrid una obra cime-
ra de la criminología cubana, Los negros brujos, encabezada por
el título Hampa afrocubana (apuntes para un estudio de etnolo-
gía criminal), de Fernando Ortiz, con una carta-prólogo del Doc-
tor Cesare Lombroso. Ésta fue precedida por un artículo del mismo

103
Ortiz en 1905 sobre la «Criminalidad del Negro en Cuba», publi-
cada en la revista italiana Archivos de Psiquiatría, Medicina Legal
y Antropología Criminal.
Resultan interesantes algunos párrafos de la carta-prólogo de
Lombroso que expresan: «He recibido su manuscrito y lo juzgo
de un interés extraordinario, debo rogarle se digne cederme para
mi revista Archivos de Psiquiatría... su estudio acerca del suicidio
en los negros, el de la criminalidad afrocubana y también el del
delito de violación de sepultura [...]. Nada tengo que sugerirle
respecto a sus futuros estudios de etnografía criminal, como no
sea la adquisición de datos acerca de las anomalías craneales
fisonómicas y de la sensibilidad táctil en un determinado número
de delincuentes brujos y en un número igual de negros».
Me permito extractar un párrafo de la obra que ejemplifica el
pensamiento criminológico de Ortiz en ese momento: «El brujo
afrocubano, desde el punto de vista criminológico, es lo que Lom-
broso llamaría un delincuente nato, y este carácter de congénito
puede aplicarse a todos sus atrasos morales, además de a su de-
lincuencia. Pero el brujo nato no lo es por atavismo, en el sentido
riguroso de esta palabra, es decir, como un asalto atrás del indivi-
duo con relación al estado de progreso de la especie que forma
el medio social al cual aquel debe adaptarse; más bien puede
decirse que al ser transportado de África a Cuba fue el medio
social que para el salto improvisadamente hacia delante, deján-
dolo con sus compatriotas en las profundidades de su salvajismo,
en los primeros eslabones de su psiquis. Por esto, con mayor pro-
piedad que por atavismo pueden definirse las características del
brujo por la primitividad psíquica, es un delincuente primitivo. El
brujo y sus adeptos son en Cuba inmorales y delincuentes por-
que no han progresado, son salvajes traídos a un país civilizado.»
Y continúa expresando: «La observación de este tipo demues-
tra por contraste, lo acertado de la teoría lombrosiana del atavis-
mo, como explicación de la delincuencia. Si el brujo es primitivo
es porque su ambiente se hizo de repente superior, sin que pu-
diera en su evolución dar un salto que estableciera la truncada
adaptación al medio; el delincuente de la sociedad civilizada es

104
otro primitivo porque ha sido incapaz de mantenerse en un su-
perior nivel de progreso moral».
Don Fernando Ortiz, el más eminente de los científicos sociales
del siglo XX cubano puede considerarse el fundador de la Crimi-
nología cubana y el que más contribuyó a la introducción en la
Isla del positivismo en la Ciencias Penales. Este comenzó su voca-
ción como penalista en Italia, en los primeros años del siglo XX,
donde estudia criminología y se relaciona con Cesare Lombroso y
Enrico Ferri. Es, pues, uno de los primeros discípulos hispanoame-
ricanos de los pensadores más importantes en la fundación de la
criminología y del positivismo penal.
Otra obra suya fue Los negros curros sobre la delincuencia en
la ciudad de La Habana a principios del siglo XVII, donde se inicia
el estudio metódico y positivista de la poliétnica delincuencia
cubana. Como decía Ortiz, Cuba es un campo fértil para el estudio
del fenómeno de las razas y de su vinculación con la criminalidad.
No podemos desconocer que aun Don Fernando, que en su
madurez intelectual se convirtió en uno de los grandes defenso-
res de la igualdad racial, al principio estuvo de acuerdo en consi-
derar la existencia de las razas «atrasadas» o menos evolucionadas,
y este pensamiento está presente en esta etapa de sus estudios
criminológicos.
Pero, sin duda, su obra fundamental en las Ciencias Penales es
el proyecto de Código Criminal cubano que presentó el 26 de
febrero de 1926.
Se llamó Código Criminal y no Penal, ya que él lo entendía
como la organización social contra la criminalidad. Es en esencia
un ordenamiento de los procedimientos preventivos y represivos
que debe adoptar la defensa social contra la peligrosidad del de-
lincuente y su responsabilidad estrictamente legal. Fue el primer
proyecto positivista que se publicara fuera de Italia, suscitando
por su toma de posición un gran interés y vivaces discusiones. El
proyecto suscitó una reacción favorable de Ferri, quien en carta a
Ortiz en 1926 apuntó: «Estoy orgulloso de que las normas princi-
pales de mi proyecto hayan merecido la confirmación en el pro-
yecto de usted y si su patria acepta como Ley su referido proyecto,

105
Cuba se pondrá a la vanguardia de todos los países civilizados en
la reforma de la justicia penal y dará el ejemplo de una justicia
penal severa para los delincuentes peligrosos, y humana y cle-
mente para los menos peligrosos. Mi revista Scuola Positiva pu-
blicará un artículo resumen de su proyecto, poniendo de relieve su
gran superioridad sobre los proyectos de otros Estados europeos
(Alemania, Suiza, Polonia, Yugoslavia) y sobre los recientes códi-
gos penales de Perú y Argentina».
Finalmente, el proyecto de Código Criminal no fue aprobado,
pero se le consideraría el primero en lengua española que plas-
maría las ideas positivistas y el tercero en el mundo con el proyec-
to Ferri y el Código Penal soviético de 1926, que expresaba diversas
formas de represión de la actividad delictiva.
Otros importantes criminólogos cubanos de la etapa anterior a
la Revolución fueron Israel Castellanos, Ricardo Oxamendi y Evelio
Tabío.
Castellanos fue director del Laboratorio de Antropología Peni-
tenciaria y director del Gabinete de Identificación y es el máximo
exponente de la Escuela Antropológica en Cuba. También incur-
sionó con éxito en la criminalística. Uno de sus trabajos más va-
lioso fue el correspondiente análisis criminológico sobre el
ñañiguismo y la brujería en Cuba, donde, siguiendo a Fernando
Ortiz, diferencia desde el punto de vista criminológico al brujo, el
cual, según dice, es un profesador activo del curanderismo, del
sacerdocio por fe o por convicción primitiva; mientras que el
ñáñigo es un miembro de una sociedad criminal organizada por
sujetos de mala vida, por los más virulentos del mundo criminal
cubano, comparándola con la mafia italiana.
Establece que el ñáñigo es más violento que el brujo, pues este
carece de odio colectivo y el ñañiguismo conduce al delito de
sangre, al homicidio y al asesinato.
Los demás trabajos de Israel Castellanos son puramente antropo-
lógicos; se destacan: «La delincuencia femenina en Cuba», estu-
dio de las mujeres recluidas en centros penitenciarios, en los que
se describe su carácter racial y antropométrico; «Los jóvenes de-
lincuentes en Cuba», en el que se hace una reflexión antro-

106
pológica-médica de los jóvenes recluidos, y el que concluye que
a los médicos le corresponde guiar esos centros de jóvenes como
centros físicos y morales, somáticos y psíquicos, anatómicos y
mentales. Debe destacarse también «El atlas de la criminología»,
un trabajo que analiza antropológicamente la población peni-
tenciaria cubana. El libro Peso corporal de los delincuentes en
Cuba trata de demostrar que los criminales pesan más que los
hombres normales, en relación con la talla.
Ricardo Oxamendi, en 1933, publica su libro Criminología. En
este libro el autor se declara fundador de la Escuela Sociológica
Cubana de Criminología, difunde con ahínco el principio que el
delito es un fenómeno social e intenta tratar de quitar a la
criminología la fuerte carga antropológica y de etnología criminal
que hasta el momento la había caracterizado. Su pensamiento es
decididamente sociológico cuando afirma que no hay delincuen-
tes ni autores, ni hombre en el drama criminal, sólo hay ambientes
criminales.
Desarrolla las medidas de seguridad contra el delito, basado
sobre el principio de función social que lleva el derecho en gene-
ral. Dice Oxamendi: «La teoría nuestra sustituye el concepto de
responsabilidad criminal y hasta los conceptos de delitos y pena
por el de función social.»
Evelio Tabío fue un importante penalista cubano; Magistrado
del Tribunal Supremo, fallecido en 1960, es el criminólogo de
esta etapa que más analiza los problemas macrosociales que de
una forma u otra tienen que ver con la situación del delito en la
Isla. Sin abandonar totalmente el psicoanálisis criminal y la
endocriminología, hace especial énfasis en los factores ambien-
tales, económicos, educacionales y sociológicos que influyen en
el delito, lo que propicia que niños, adolescentes y adultos por
«su especial constitución» puedan ser fuertemente influenciables
por el medio y puedan caer en el delito.
A continuación transcribiremos un párrafo de su obra titulada
Criminología, publicada en 1960: «La miseria, con toda la enor-
me gama de horrores, desgracias y calamidades influyen podero-
samente en la conducta del hombre, que bajo influjo del hambre,

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de la falta de los elementos esenciales para la vida termina por
desequilibrarse realizando actos en contra de la sociedad, que
no remedian las grandes injusticias que azotan los pueblos. No
puede negarse que hay una desigualdad económica enorme, que
hay millones de seres que pasan hambre. Los desheredados de la
fortuna buscan el salidero del delito para satisfacer sus perentorias
necesidades o para vengarse de la injusticia, o por choques físicos
que inhiben su voluntad y sus frenos morales o psicológicos».
El contenido del texto es similar al anterior, estudia los factores
causales de la delincuencia y los considera como individuales, en
los cuales comprende los morfológicos o anatómicos, fisiológi-
cos y psicológicos; analiza los factores sociales en los cuales in-
cluye las profesiones, las razas, el alcoholismo, religión e ideas
supersticiosas, la educación moral, el medio familiar, económico
y social; y los factores naturales, que engloban el clima, estacio-
nes, temperatura y lugar.
Otro aspecto que analiza es la delincuencia femenina, la juve-
nil y la de las clases pobres, donde se hace especial énfasis en
factores antropológicos, médico-psicológicos y en menor medi-
da, sociales.
No podemos finalizar este esbozo de la etapa prerrevolucionaria
sin reseñar la enseñanza universitaria de la Antropología Jurídica
que por supuesto, incluía la Criminología.
El primer texto del que existe referencia es de 1926, escrito por
el Doctor Carlos M. Morán, que se presenta como una versión
taquigrafía de las explicaciones dadas en la cátedra, en la Univer-
sidad de La Habana.
El curso comprendía Criminología y Criminalística. En Crimino-
logía se distingue entre patogenia de la criminalidad, así se lla-
maba, y terapéutica de la criminalidad. Se define la criminología
como la ciencia que tiene por objeto el estudio de los delitos y
delincuentes en todos sus aspectos, a través del tiempo y del es-
pacio, en forma comparativa, con el fin de aminorarlos. Estudia
las causas endógenas, somáticas o corporales, los llamados estig-
mas anatómicos, cráneo, cara, extremidades y cerebro. Asimis-
mo, la talla, braza, peso y la fuerza en los delincuentes; la fisiología,

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anomalías encontradas. Fisonomía y mirada y psicológicas, en-
tendiendo por esta última el funcionamiento del cerebro del
individuo o del funcionamiento patológico de dicho cerebro. Es-
pecial atención se presta a la inteligencia, imaginación, faculta-
des afectivas, vanidad, valor, estado de voluntad y tatuaje.
Por causas exógenas entiende el medio físico, en el cual com-
prende los factores naturales, factor racial, a través de la etnolo-
gía criminal, presentando especial atención al ñañiguismo y la
brujería y a los factores sociales, a través de la sociología criminal.
En Criminalística se estudia la prevención, investigación, la Po-
licía Judicial Científica, la inspección del lugar del delito, cadáver,
huellas digitales y profilaxis de la delincuencia. Se dedica tam-
bién atención a la Penología y Ciencia Penitenciaria.
Otro texto importante, el más valioso de los textos editados de
Antropología Jurídica, fue el del doctor Arístides Mestre, publica-
do en 1934.
Este libro toma la tesis de Lombroso, proclamando que los cri-
minales forman una variedad humana con caracteres patológi-
cos especiales y con tendencia al crimen, como producto atávico.
El autor considera que esto representa la ciencia positiva frente al
viejo criterio metafísico. El texto hace especial énfasis en el crá-
neo de los criminales, la talla y proporciones, fisiología de los
criminales, psicológica de los criminales, factores de la criminali-
dad, herencia, alcoholismo, educación, instrucción, medio social,
vagancia, clases pobres, degeneración morfológica, degeneración
fisiológica, degeneración psíquica, epilepsia e histeria, clasifica-
ción psicopatológica, clasificación clínica, la criminología. Abar-
ca también profilaxis y reeducación de los criminales, reforma y
reeducación de los criminales, represión de la criminalidad, Poli-
cía Judicial Científica y Sistema Bertillón.
Además, dedica varios capítulos a la Dactiloscopia y Medicina
Legal y contiene un apéndice con el tema brujería y criminalidad
en Cuba.
Otro texto que estuvo vigente hasta 1960 fue el de Morales
Coello, sin grandes méritos científicos; seguía la tendencia de los
anteriores. Con la Reforma Universitaria de la época revolucionaria

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se elimina la asignatura Antropología Jurídica y se sustituye por
Criminología.
Antes de concluir esta etapa, quisiéramos esbozar lo siguiente:
1. El positivismo tuvo en el siglo XX cubano un fuerte impacto en
las Ciencias Sociales, y desde los primeros años de este siglo su
presencia en las Ciencias Penales dio lugar al desarrollo de la
antropología criminal y de la criminología. Debemos tener pre-
sente que el positivismo cumplió un papel favorable en el de-
sarrollo del pensamiento filosófico y social en Cuba, fue
progresista e independentista.
2. El énfasis de la criminología fue puesto en definir los orígenes
de la delincuencia, la explicación aparece dentro de los estre-
chos conceptos «causales» de ésta y con ello su tergiversación
al tratar de explicar la criminalidad y su origen, al margen de
las estructuras sociales y de poder y amparándose bajo el ro-
paje de las llamadas diferencias naturales, las cuales ideológi-
camente otorgaron un andamiaje seguro para explicar los
males del delito, afianzándose en los hallazgos científicos del
momento.
3. La explicación «causal» estuvo impregnada por puntos de vis-
ta antropológicos y etnológicos y en menor medida sociológi-
cos. La influencia de las ciencias naturales y especialmente de
la medicina es decisiva en la criminología cubana.
Las investigaciones criminológicas de esta etapa se limitan a
las antropológicas. Es de subrayar la presencia en la crimino-
logía del Psicoanálisis Criminal y la Endocriminología Crimi-
nal.
4. Existe, sobre todo en las primeras décadas de este siglo, racis-
mo en el análisis «causal» de la delincuencia en Cuba. Se con-
sidera a los negros, mestizos y chinos como estratos de la
población más proclive al delito y de donde se nutren los con-
tingentes de peligrosos. Con ello surge la «peligrosidad», de
influencia perniciosa en el Derecho Penal cubano, de la cual
aún hoy no nos hemos podido desembarazar completamente.
5. La criminología, salvo el Sistema Penitenciario, que es objeto
de análisis por algunos criminólogos, es ajena al funcionamien-

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to del Sistema de Justicia Penal y al papel que le corresponde
al Derecho Penal y los procesos de criminalización.

Después del gran cambio revolucionario del 1959, la crimino-


logía necesita unos años para resurgir. Es a partir de 1964, aproxi-
madamente, cuando surgen los centros de Evaluación de Menores
y en ella está presente la psiquiatría con fuerza evaluando la con-
ducta de los menores y utilizando su vocabulario, argot, métodos
y técnica para evaluar la conducta criminal, lo cual se extiende
después a la población criminal adulta.
Simultáneamente, la Facultad de Psicología de la Universidad
de La Habana envía a sus estudiantes y profesores al Centro de
Evaluación de Menores y al Centro de Evaluación Penal, ambos
del Ministerio del Interior, e introduce alumnos en la práctica pro-
fesional de estas dependencias, los que fueron formados por pro-
fesores que tenían orientación psicológico-psiquiátrica para
evaluar la conducta criminal.
La Facultad de Derecho tenía textos como los de Antonio Ce-
jas, Vega Vega y Guzmán, cuyo contenido era fundamentalmen-
te un compendio de posiciones de autores sobre la criminología
con críticas al lombrosianismo.
Durante esta década, la enseñanza de la criminología se desa-
rrolló en estrecha coordinación con los Departamentos de Medi-
cina Legal y Antropología de la Universidad de La Habana y del
Instituto de Medicina Legal del Ministerio de Salud Pública.
Se comienzan a desarrollar también algunas investigaciones
criminológicas en provincias del país.
Lo que caracteriza esta década es la influencia importante de
la psiquiatría y la psicología social en el análisis de la cuestión
criminal; de ahí que propiamente la Facultad de Derecho y los
juristas no tuvieran ninguna o muy poca influencia en la crimino-
logía en esta etapa.
No es casualidad que conocidos criminólogos cubanos surgen
de este círculo de profesionales de la psiquiatría, el Dr. Barral y
psicólogos y pedagogos como: Margarita Viera y Caridad Na-
varrete.

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Estos y otros profesionales vinculados a la psiquiatría y a la psi-
cología se desmarcan del grupo psiquiátrico que sustentaban la
opinión de que la delincuencia tenía raíces patológicas, y comien-
zan a evaluar la conducta delictiva fuera del marco psiquiátrico,
aun cuando admitían aspectos psicológicos del ambiente fami-
liar y el microambiente social.
Estos criminólogos se desarrollan profesionalmente en un pri-
mer momento desde el Ministerio del Interior (en la Policía y Pe-
nitenciaría) y comienzan a llevar conceptos nuevos sobre la
evaluación psicológica del preso. Margarita Viera se expresa así
sobre esta etapa. «Llevé al D.T.I. (Policía de Investigaciones) con-
ceptos nuevos sobre la evaluación psicológica del convicto, com-
batí el concepto de personalidad antisocial y disocial por ser
antimarxista e intervine en peritaje donde tuve que combatir este
concepto frente a los tribunales y obligar a numerosos juristas a
reconocer su equívoco en cuanto a la llamada «personalidad an-
tisocial».
Entre los años 1970 y 1980 comienza la influencia de la crimino-
logía socialista o soviética, o como también se le llamó crimi-
nología marxista-leninista, que llega a nuestro país mediante
algunos profesionales que viajan a la URSS a realizar estudios de
doctorado (entre ellos también Margarita Viera, Caridad Navarrete
y Silvino Sorhegui). Esta etapa coincide con cierto florecimiento
de la criminología en los países socialistas, donde estuvo franca-
mente estancada durante el período stalinista, que como se sabe
sentía fobia ante cualquier papel, aunque fuera mínimamente
cuestionador de las Ciencias Sociales. En esta época se editaron
en la URSS y en la República Democrática Alemana los primeros
tratados de criminología, los cuales fueron traducidos al español
en la década del ochenta. Por ejemplo, la criminología en la RDA,
fue traducida y editada en español a finales de los ochenta y Los
fundamentos de la criminología de Avanesov fue editado en ruso
de 1981 y en español en el 1985.
En esta década la criminología comienza a salir, (aunque aún
no lo ha logrado completamente) de la influencia psiquiátrica y
psicológica caminando hacia la Ciencia Jurídica. Se abre paso en
postulados tales como la teoría «del rezago» (o sea, los rezagos

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del capitalismo son los que producen delito en el socialismo) que
si bien nunca tuvieron mucho valor e influencia académica, no
por ello dejó de tener cierta audiencia. Otros postulados que lle-
garon a tener influencia fue la llamada «obligatoriedad de la dis-
minución de la criminalidad y la desaparición de la delincuencia
organizada» por deducir que en el sistema socioeconómico del
socialismo, a diferencia de la sociedad burguesa, no existe la
inevitabilidad de la delincuencia ni mucho menos su auge. Algu-
nos combatieron estas opiniones con posiciones tales como que
el nuestro era un país subdesarrollado, que a pesar de la gran
obra de justicia social que la Revolución significaba, existían
microambientes delictivos que, incluso, reproducían la delincuen-
cia. Transcribo, por su interés, el punto de vista del criminólogo
Silvino Sorhegui:
«El socialismo como sistema económico se ve urgido a utilizar,
como resorte de estímulo e impulso a la producción, la relacio-
nes monetario-mercantiles. La aplicación de esta ley conlleva una
desigualdad justa en la apropiación de los bienes materiales pro-
ducidos, cuya distribución está en correspondencia con aquellos
que han aportado más en su trabajo, a recibir por ello mayor sa-
lario. Esta desigualdad objetiva pone de relieve al propio tiempo
que no todos los individuos producen ni aportan a la sociedad
en la misma medida y que, en algunos casos incluso, tratan de
eludir su responsabilidad ante el trabajo. En consecuencia se hace
evidente que el desarrollo de una nueva conciencia social acorde
con los intereses de la clase trabajadora obedece a todo un pro-
ceso de transformación de la estructura y superestructura de la
sociedad.»
Esto explica las causas del desarrollo desigual de los agentes
socializadores en el proceso de construcción del socialismo, de
ahí que no resulte contradictorio en tales circunstancias del in-
cremento de la delincuencia y del crimen organizado como «par-
te de los fenómenos negativos». Sorhegui apuntaba que «no ha
sido fácil despojarla (a la criminología) de todo el oropel concep-
tuoso, apologético e idealista, por lo que se impone como obje-
tivo priorizado en función de la criminología científica, poner sus
principios en orden y llamar las cosas por su nombre».

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Continuó expresando el hecho de que la criminología científi-
ca pertenezca a las ciencias sociales y tenga, en general, un ca-
rácter clasista, no es óbice para que no sea auténticamente objetiva
y veraz en sus juicios y conclusiones. Tampoco los perjuicios dog-
máticos pueden ayudar a su desarrollo. Sorhegui concluye seña-
lando que la criminología tenía que conocer con profundidad la
naturaleza, origen, causas y comportamiento histórico del delito,
así como sus perspectivas que permitieran contribuir con eficacia
a su prevención y profilaxis (artículo publicado en la Revista Jurí-
dica No. 27, abril de 1990. El artículo lleva el título «Carácter cien-
tífico de la criminología»).
La década del ochenta es decisiva en la maduración de una
criminología que se separa en cierta medida del positivismo, y es
donde comienza a influir la criminología radical o criminología
crítica. Pienso que el contrapunteo entre la criminología socialista
y la criminología radical constituye un punto importante en el de-
sarrollo de la criminología en Cuba.
La criminología radical llega a nuestro país a través de crimi-
nólogos latinoamericanos que expusieron entre los profesiona-
les cubanos una forma distinta de analizar el fenómeno criminal.
Esta década fue importante en la celebración de eventos, espe-
cialmente a partir de 1983 con la celebración del I Simposio
sobre la Política y la Ideología en sus relaciones con el Derecho,
IV Encuentro de la Criminología Crítica, al seminario auspiciado
por la Sociedad Internacional de Criminología, cursos de
Criminología auspiciado por ILANUD, por el UNSDRI y otras ins-
tituciones, las que fueron actualizando el pensamiento crimi-
nológico cubano a las tendencias más importantes que se
desarrollaban en el mundo.
No podemos dejar de mencionar que todo este movimiento
culmina con una importante reforma del Código Penal en 1987,
que se despenalizó un número importante de figuras delictivas y
disminuyeron las sanciones mínimas de otras, la celebración del
VIII Congreso de la ONU en materia de Prevención del Delito y
tratamiento al delincuente, y sobre todo la formación de una nue-
va mentalidad entre los principales operadores del sistema pe-

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nal, lográndose que triunfaran criterios como el Derecho Penal
Mínimo, el Derecho Penal como «última ratio» y percibir el fenó-
meno delictivo con profundas raíces sociales y económicas. Otros
aspectos importantes en esta década fueron la salida de los me-
nores del Derecho Penal, la redefinición y la evaluación de la de-
lincuencia económica, cuestionando aspectos importantes del
funcionamiento del sistema empresarial cubano y la existencia,
por tanto, de condiciones que de una forma u otra propician el
delito; en fin, prácticamente los más importantes espacios de la
delincuencia en Cuba fueron objeto de investigaciones y especu-
laciones criminológicas. En sentido general, comenzó a desarro-
llarse una criminología no apologética y sí cuestionadora de todo
aquello que no contribuyera a un enfoque progresista del fenó-
meno criminal.
En cuanto a la influencia de la criminología radical hubo posi-
ciones contrapuestas, ya que algunos criminólogos, como Anto-
nio Cejas, en su trabajo denominado «Nuevo enfoque de la
criminología», publicado en 1984, parten de que la criminología
socialista defendía postulados tales como:
• La criminalidad como fenómeno social es ajena al socialismo y
consecuentemente llegará a desaparecer gradualmente.
• La valoración científica de sus causas debe ser dinámica, com-
pleja y multilateral, distinguiendo las causas y condiciones (ge-
nerales, específicas y concretas) «de la causa social básica».
• El antropologismo y demás teorías biosicológicas y sociológi-
cas de la criminalidad deben rechazarse.
• La vinculación de las Ciencias Sociales, Penales y Criminológicas
con el principio de la legalidad socialista y la Teoría del Estado
y el Derecho para la formulación científica de la política penal.
• El reforzamiento del carácter de la criminología como ciencia
jurídica y social.
• La participación de las masas en la tarea de prevención y lucha
contra los delitos y las violaciones de la legalidad socialista.

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• La utilización de los métodos de investigación social, la esta-
dística criminal, la criminalística y otras ciencias y técnicas com-
plementarias.
Terminaba afirmando que «la criminología crítica no resulta apli-
cable en la sociedad socialista, en primer lugar por la propia na-
turaleza clasista del Derecho Penal, que el socialismo deja de ser
útil para mantener los intereses de la explotación y la desigual-
dad pero, además, por su propia definición etiológica; al supri-
mirse la ‘causa social básica’ de la criminalidad resulta imprescindible
el estudio y la investigación criminológica sobre las causas y con-
diciones que inciden en la subsistencia del delito y las conductas
antisociales en las condiciones concretas de la nueva sociedad,
lo que no significa la negación de la revisión sistemática y disci-
plinaria vigente, pero sobre bases políticas-ideológicas esencia-
les distintas».
Sin embargo, otros autores, como Margarita Viera, defendían
otras posiciones argumentando que existían puntos de contac-
tos importantes entre la criminología crítica y la criminología so-
cialista, ya que el objeto de la misma los hace similares al ocuparse
de procesos de criminalización, despenalización y otros, tales
como la remodelación del sistema carcelario; así como existen
semejanzas en la incorporación del enfoque macro-social y las
estructuras del poder sociopolítico (Viera, 1987).
La relación entre la criminología y la cuestión criminal en el
período de los años setenta al noventa se desarrolló bajo las
premisas de que la criminología, salvo excepciones, asumió una
visión mecanicista de la relación entre el modo de producción y
la criminalidad; y se concebía la transición al socialismo, como
no conflictual y por tanto la extinción gradual de la delincuencia,
como consecuencia de ello, la desaparición teórica, aunque gra-
dual del control y la represión penal.
En la práctica, sin embargo, se acentúo el control penal bajo el
principio de que el papel del Estado no se limitaba a la lucha
contra la peligrosidad social, sino que se concibió como «educa-
dor» precisamente porque tendía a crear un nuevo tipo o nivel de
civilización, adquiriendo muchas veces la represión, carácter

116
paternalista y «didáctico» y presentando una justicia empeñada
en promover en sujetos desviados propósitos de autoenmienda,
de expiación y de adhesión a los paradigmas ético-sociales.
La práctica criminológica cubana se movió dentro de estas de-
finiciones conceptuales; fue de la apología hasta cierta incipien-
te posición cuestionadora. Su principal mérito en esta etapa es
haber contribuido a un mayor entendimiento del fenómeno cri-
minal, su complejidad y a la multiplicidad de causas presentes en
el delito; si no logró desembarazarse totalmente del fantasma
«etiológico» hizo todo lo posible por hacer más abarcadora e in-
tegral la explicación del delito, del funcionamiento del sistema
penal y de toda la problemática penal.

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EL DELITO CONCRETO. LA ACCIÓN
DELICTIVA EN EL NIVEL INDIVIDUAL
DRA. NORMA VASALLO BARRUETA

Cuando hablamos de delito concreto nos estamos refiriendo al


delito cometido por un individuo, a la expresión en el nivel indi-
vidual de todos aquellos aspectos que dan origen a la conducta
que viola la norma legal por contraposición a la delincuencia como
fenómeno no solo de origen, sino también de expresión social.
El análisis del delito como conducta que es decidida y realiza-
da por el individuo, resulta de una complejidad tal que su expli-
cación requiere de un abordaje transdisciplinario, es decir, del
concurso articulado de diversas disciplinas; sin embargo, este tipo
de estudio es bien escaso en la literatura científica especializada;
tal vez porque las barreras subjetivas de los científicos resulten
más difíciles de sobrepasar que las objetivas derivadas de la pro-
pia complejidad del problema.
No obstante lo anterior, desde diferentes ciencias afines a la
criminología es posible realizar aportes importantes al esclareci-
miento o comprensión de la conducta que viola la norma legal,
siempre que éstos sean interpretados como tal y no como dato
último y terminado. En esta dirección es intención de este capítu-
lo mostrar las posibilidades que brinda la psicología social al es-
tudio de la conducta delincuencial y de ningún modo explicarla
más allá de los aspectos sociopsicológicos que en ella participan;
otra intención implicaría la psicologización de un problema que
se refleja en la subjetividad individual y social, pero que la tras-
ciende en su origen.

118
Dentro del objeto de estudio de la psicología social podemos
encontrar aquellos aspectos referidos al estudio de las particula-
ridades psicológicas del individuo que surgen en su relación con
los «otros» dentro de los diferentes grupos humanos, los proce-
sos psicológicos que se dan al interno de éste; la relación dialéc-
tica individuo-grupo que está en la base de estos procesos; las
particularidades de los mecanismos y procesos psicológicos que
caracterizan los grandes grupos y los fenómenos psicológicos
masivos, y su expresión en los grupos y los individuos, así como
su relación dialéctica con los determinantes macrosociales.
De esta forma la subjetividad del individuo que expresa todo el
complejo entretejido de su sistema vincular con el macro y el
micromedio social, queda incluido como aspecto importante a
estudiar por la psicología social, como sujeto de toda la realidad
social y que resulta imposible excluir de cualquier análisis que se
realice de los fenómenos sociales en una determinada época y
sociedad.
La conducta que viola la norma legal en tanto conducta de
una persona podemos entenderla como expresión de la subjeti-
vidad individual que se encuentra determinada por las particula-
ridades que asume la relación del individuo en los diferentes
grupos humanos en su historia y en la contemporaneidad y que
resulta a su vez un reflejo del macromedio social que se confor-
ma a partir de una realidad económica, social y política que ca-
racteriza una determinada etapa y es en este sentido entonces
legítimo considerarla parte del objeto de estudio de la psicología
social.
Lo anterior significa que existe una relación del individuo con
los diferentes grupos humanos y con la sociedad, que se refleja
en su subjetividad y en ese sentido participa en la decisión de
violar o no una norma legal.
Para comprender por qué una persona actúa de determinada
forma, es decir, las causas de esta conducta, hay que partir de
considerar que el comportamiento humano tiene un condiciona-
miento social, de lo cual no resulta una excepción la conducta
que viola la norma legal. Una orientación marxista en el análisis

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de las causas de este comportamiento requiere una búsqueda en
tres niveles:
• La sociedad.
• El micromedio social en el que el individuo se desarrolló y en
el que vive.
• La personalidad del individuo.
Estos tres niveles de análisis, que se recogen en la literatura cri-
minológica de orientación marxista, se corresponden con el análi-
sis que hace la psicología de la relación sociedad-grupo-individuo.
Esta relación no es lineal y simple, sino compleja y contradictoria;
en tal sentido F. González, señala:
«El desarrollo de la personalidad [...] responde a una compleja
determinación de múltiples factores político-sociales, determina-
dos por el nivel de desarrollo socio-económico del sistema social
que actúa sobre el hombre concreto. La relación necesaria entre
el carácter de las influencias actuantes, sensibles a la conciencia
individual y colectiva, y su determinismo socio-económico, es com-
pleja y profundamente contradictoria. Sus efectos permanecen
fuera de la capacidad intencional y anticipatoria de los hombres
que forman parte del proceso de vida material» (González, F;
Machado, D.; Martín, J. l. y Sánchez, E., 1988).
Lo anterior significa que las condiciones políticas, sociales y
económicas de la sociedad no constituyen una abstracción
supraindividual, ellas tienen una expresión en la actividad vital
de cada individuo que puede resultar diferente para cada uno
porque resultan refractadas por las particularidades de su
micromedio social y también porque pueden ser «vivenciadas»
de forma diferente de acuerdo con la historia personal de cada
individuo.
Lo que acontece en el nivel social influye sobre cada individuo,
pero no de forma directa, sino refractada por la multiplicidad de
pertenencias y relaciones grupales y por las particularidades
sociopsicológicas de cada grupo humano al que los individuos
se integran a lo largo de sus vidas y a los cuales pertenecen en
cada momento particular.

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En tal sentido se reconoce que la relación dialéctica del indivi-
duo con la sociedad, en la diferenciación social de estos manifes-
tada en su vínculo grupal e institucional y en las diferentes formas
de su participación social y del lugar que ocupa en el sistema de
organización social, es un aspecto importante del principio de la
personalidad como principio metodológico que no ha sido suficien-
temente estudiado en la psicología (Abuljanova-Slavskaia, 1983).
Todo lo anterior resume la complejidad y la importancia de los
factores sociales en la formación y desarrollo de la personalidad y
su consecuencia en la conducta individual y grupal. Expliquémoslo
ahora con mayor detenimiento.
Los elementos económicos, sociales y políticos relacionados con
la formación económico social influyen sobre el medio social (ma-
nifestación del tipo de relaciones sociales predominantes) de for-
ma directa, donde se activan por la relación con diversos aspectos
como pueden ser demográficos, étnicos, psicológicos e indivi-
duales; influyen sobre los grupos que conforman el entretejido
social y a través de éstos sobre los individuos que lo componen.
El modo de vida de toda sociedad presupone un determinado
ordenamiento de las variadas formas de conducta de las perso-
nas en la esfera de la vida cotidiana. La sociedad no puede existir
sin orientar y coordinar el comportamiento de sus miembros, sin
ordenar las relaciones entre ellos. Esto significa que el individuo
no puede estar al margen del orden establecido en la sociedad.
Ahora bien, esta exigencia social llega al individuo mediatizada
por los diferentes grupos humanos en los cuales se inserta a lo
largo de toda su vida (familia, escuela, organizaciones, centros
de trabajo, comunidad y otros) y que son portadores de sus parti-
cularidades que lo identifican como grupo y lo hacen diferente a
otros permitiéndoles una relativa independencia de la sociedad.
Esta relativa independencia de todos los grupos humanos de-
termina que la influencia de lo social sobre cada individuo no sea
idéntica, ni lineal y que dependa además de las condiciones histó-
rico-concretas en las que se encuentre su desarrollo como grupo,
así como de todas sus particularidades y procesos psicosociales
que lo caracterizan y le dan vida. Permite también comprender

121
por qué pueden subsistir grupos con características sociopsico-
lógicas que se alejan de las exigencias sociales, aun cuando reci-
ben el apoyo material para su desarrollo en una adecuada
dirección.
La existencia de estos grupos garantiza un importante conjun-
to de condiciones que permiten la reproducción de las conduc-
tas desviadas dentro de la sociedad, sobre todo cuando ellos
resultan ser agentes de socialización.
En los grupos, a través de los procesos sociopsicológicos que allí
se producen se da la transmisión de la influencia sociedad-individuo,
es decir, las influencias grupales intervienen como mediadora
entre la sociedad y la persona y es en esa relación donde el hom-
bre encuentra su máxima expresión como sujeto y objeto de la
interacción social.
De lo anterior se desprende la significación del grupo y su estu-
dio en el proceso de formación de la personalidad y en el análisis
de las causas de la conducta violadora de la norma legal. Las con-
diciones históricas, sociales, económicas y políticas contemporá-
neas al presente y a la historia del individuo, influyen sobre éste a
través de los grupos e instituciones con los cuales mantiene rela-
ciones vinculares de uno u otro tipo, pero esta es una influencia
compleja y contradictoria, imposible de identificar linealmente.
La personalidad resultante de su interrelación dialéctica con el
grupo y la sociedad, donde se interceptan todas esas influencias,
es la que decide la conducta a seguir, comportamiento que pue-
de estar orientado a la solución de un problema, necesidad o
conflicto vivenciado por el sujeto. Aquí resulta importante subra-
yar la expresión «vivencia», porque de lo que se trata no es de la
evaluación externa que hagan los otros de la conflictividad o no
de la situación; sino cómo es «sentida» por el individuo, que se
orienta a la solución de ese conflicto, problema o necesidad que
él percibe.
Cuando hablamos de influencias grupales, lo hacemos en plu-
ral, porque el individuo pertenece simultáneamente a diversos
grupos y se relaciona también con otros, aun cuando no se inser-
te en ellos; de todos simultáneamente recibe su acción, por eso

122
hablamos de sistema vincular y de entretejido de relaciones por-
que mediatizadas por el individuo convergen todas en él. La ac-
ción de un grupo no puede «observarse puramente» en el
individuo, porque su efecto depende de la relación de éste con
los otros grupos. Lo anterior explica la complejidad de la acción
del grupo sobre los individuos, en particular sobre su subjetivi-
dad y permite fundamentar el criterio de que la conducta huma-
na y en particular la conducta que viola la norma legal solo puede
ser explicada a partir de un complejo de circunstancias que fun-
cionan como determinantes del comportamiento y no a partir de
una sola de ellas.
Cuando a lo anterior se suma la refracción que producen los
grupos de la influencia social, a partir de sus propias particulari-
dades, como ya señalamos, confirmamos que la influencia de lo
social sobre el individuo es compleja y su efecto en la subjetivi-
dad individual, difícil de predecir, sin un estudio de ese proceso
desde un enfoque histórico-social transdisciplinario, donde el
hombre, portador de una subjetividad que expresa su historia
anterior, actúa en el presente no como un receptor pasivo de esa
influencia, sino como una personalidad activa que le permite o
no trascender el presente de forma desarrollada y creadora.

LA INFLUENCIA SOCIAL Y LA NORMA LEGAL


Las normas sociales —dentro de las que se encuentran las lega-
les— son las que permiten la organización armónica de la vida
social, tanto en el macro como en el micromedio. Las normas
sociales, las costumbres y las tradiciones se trasmiten de genera-
ción en generación, las más generales a través de los diferentes
grupos humanos y en éstos, las suyas propias, claro está, renova-
das y enriquecidas en cada nueva época por las circunstancias,
histórico-sociales en que se trasmiten y matizadas por la propia
cultura que le dio origen, todo lo cual hace que las normas socia-
les no sean idénticas en su contenido ni en su carácter regulador,
en diferentes momentos y lugares. Es por eso que lo que nos pa-
rece bien a unos a otros puede resultarle desagradable; lo que

123
puede resultar sancionable en un lugar, no tiene gran significa-
ción en otro. De manera general las normas sociales son relativas
en tanto lo son para unas personas y para otras no; pero también
son absolutas para el grupo que las establece; es decir, ellas tie-
nen sentido pleno en el contexto donde se producen.
Podemos decir entonces que, para cada pueblo, para cada te-
rritorio más o menos amplio, hay un comportamiento esperado
por parte de los grupos y sus integrantes sancionan a través de
sus propios mecanismos a los violadores, esto es, que tanto a ni-
vel del macro como del micromedio social encontramos exigen-
cias de un comportamiento a seguir y medios para que se cumplan
o para sancionar al que no lo hace.
Hay normas que se cumplen sin que las personas sean muy
concientes de ellas; estas son las llamadas normas implícitas, y
existen las evidentes o explícitas de las que sí son concientes. Al-
gunas se expresan de forma escrita, como es el caso de las leyes y
reglamentos; pero la mayor parte de ellas no aparecen así; sin
embargo, se conocen, se interiorizan y pueden llegar a convertir-
se en verdaderos motivos morales que permiten la regulación del
comportamiento individual, sin necesidad de la presión social.
Comparto el criterio de que es en la educación de la personali-
dad, en su formación y desarrollo donde podemos encontrar las
causas más profundas de la conducta desviada, y que ellas, uni-
das a los conflictos actuales del sujeto, derivados de su relación
con los otros (incluidos los diferentes grupos), hacen el conjunto
de causas psicosociales de este fenómeno.

EL PROCESO DE SOCIALIZACIÓN
Y LA CONDUCTA DELICTIVA
En la literatura se encuentran otros términos afines al de sociali-
zación, que resultan utilizados indistintamente: desarrollo de la
personalidad y formación de la personalidad. Prefiero, tal vez por-
que soy psicóloga social, utilizar el término socialización, que des-
de su significado semántico parece analizar el proceso desde la

124
perspectiva grupal más que desde la individual (personalidad).
No obstante, es un proceso que incluye ambas dimensiones y se
refiere a la interiorización de las normas, valores sociales y la apro-
piación de toda la experiencia social que se da en el individuo, a
través de la comunicación y las relaciones interpersonales, que le
proporciona la posibilidad de integrarse a la vida social y estable-
cer los vínculos sociales necesarios para ello.
Los hombres tienden a tener una vida en común basada en la
dependencia de unos hacia otros para garantizar su supervivencia.
En esta búsqueda de la relación con los otros se van constituyendo
los grupos y las culturas, que tienen en común creencias, valores,
costumbres, entre otros. La relación con los otros es inherente al
ser humano y privarlo de esta posibilidad constituye para él una
sanción.
El hombre nace apto para su relación con los otros y a lo largo
de su vida, materializa esta aptitud a través de la cual alcanza su
socialización, es decir, la interiorización del legado cultural y hu-
mano que lo precedió; sin esto su vida sería una marcha tortuosa,
llena de obstáculos y dificultades.
«La práctica confirma […] privado de vida social, apartado de
la sociedad humana, el hombre pierde rápidamente sus cualida-
des característicamente humanas. Individuos altamente desarro-
llados, por no mencionar los niños, que han vivido apartados de
la sociedad por períodos prolongados, devienen especímenes la-
mentables de ser humano; no sólo pierden pronto su lenguaje y
son incapaces de hablar, sino que también pierden su capacidad
para razonar...» (Pariguin, s/a)
En la interacción con los otros el hombre asimila y se apropia
de la cultura humana y de toda la experiencia acumulada en el
devenir histórico de la humanidad y que se expresa en todo el
sistema de conocimientos, el lenguaje, las normas, las costum-
bres y las tradiciones.
«...la experiencia social primera y más inmediata de la humani-
dad es la que ocurre en el grupo pequeño. Desde la infancia en
adelante somos miembros de familias, equipos, etc., y cuando

125
adultos, el grupo sigue siendo la más común y la más familiar de
las unidades sociales» (Homans, 1982).
El hombre vive y actúa en diversos grupos, los cuales influyen
sobre él de determinada forma y tienen para él un valor particu-
lar que experimenta y expresa de forma diversa, por lo cual cada
uno de ellos presenta particularidades psicológicas diferentes.
Al interno del grupo, las interrelaciones que se establecen en-
tre las personas, participan en la modificación o aparición de
nuevas opiniones, valoraciones, puntos de vista e incluso afec-
tos. Cuando el grupo se mantiene estable y va conformando sus
normas, este afecto se va haciendo perdurable, es decir, se produ-
cen cambios en la personalidad de los individuos (González, O., 1982).
Esta idea apunta hacia la importancia de la estabilidad en la
relación del individuo con un grupo para que éste tenga una in-
fluencia efectiva en su socialización.
El hombre puede considerarse fruto de la intersección de los
diferentes grupos humanos de los cuales forma parte; en él se
cruzan la influencia de todos y éste tiene dos importantes conse-
cuencias: define el lugar del hombre en el sistema de la actividad
social, y en segundo lugar se expresa en el contenido de la con-
ciencia del mismo, es decir en su subjetividad (Andreeva, 1984).
La influencia de un grupo sobre el individuo no es ajena a la
que ejercen otros grupos, ni a la que sobre ellos mismos ejerce
toda la sociedad, conformando un sistema de influencias que en
la historia individual va configurando su subjetividad y a través
de ella se actualiza en el presente en su vínculo con la realidad,
transformándola y transformándose para dar lugar a un indivi-
duo siempre renovado y enriquecido, fruto de su actuar creador.
La socialización es un proceso bidireccional, por una parte está
toda la influencia social que se ejerce sobre el individuo y por la
otra está la recepción y reproducción activa por parte del hom-
bre, de toda esta influencia, reproducción que se expresa en su
actividad social a través de valores, orientaciones y disposiciones
propias. Es decir, que el hombre es objeto y sujeto de las relacio-
nes sociales.

126
El proceso de socialización se realiza a lo largo de toda la vida
del individuo comenzando desde que nace, a través de diferen-
tes agentes socializadores como la familia, la escuela, compañe-
ros de trabajo, grupos de amigos, entre otros. Los medios masivos
también son considerados agentes de socialización, aunque con
un carácter más impersonal.
Los primeros agentes de socialización (la familia y la escuela),
pueden tener un papel más destacado, por las propias caracterís-
ticas del niño que lo hacen más sensible a las influencias que
recibe, dejando estas agencias en él, una huella más profunda
que otras con las que se vincule más adelante en la vida, cuando
su relación con el mundo sea más compleja (Munné, 1971).
Otro aspecto importante dentro del proceso de socialización
es el referido al contenido mismo de este proceso.
En este sentido Andreeva señala tres como fundamentales: la
actividad, la comunicación y la autoconciencia. La socialización
debe significar una ampliación de las posibilidades del individuo
como sujeto de la actividad; una ampliación y profundización de
la comunicación con los otros y el establecimiento de la imagen de
su yo en el hombre, es decir, la autoconciencia (Andreeva, 1984).
Autores como G. S. Batenin y S. V. Sojan enfatizan la comunica-
ción como aspecto importante del proceso de socialización; y otros
como Pariguin consideran que la comunicación no agota el con-
tenido de la socialización y propone considerar además premisas
biológicas, la actividad y la propia transformación cualitativa del
hombre (Pariguin, s/a).
A partir de lo anterior, la comunicación, la actividad y las rela-
ciones interpersonales son contenidos importantes del proceso
de socialización, que tienen su expresión en la autoconciencia
del individuo, la cual participa también como su contenido, por
su papel en la reproducción de la influencia recibida.
En calidad de elementos que frenen o faciliten el proceso de socia-
lización podemos encontrar las condiciones económicas de exis-
tencia que posibilitan el acceso a la cultura y la educación o la
marginan de ella; la propia cultura en la que se desarrolla, que
puede significar un estímulo o un obstáculo para el contacto con

127
determinados aspectos de la vida social o laboral. Por ejemplo,
las culturas profundamente patriarcales son un obstáculo para el
vínculo amplio de la mujer con la educación y la vida laboral.

LAS INSTITUCIONES O AGENTES


DE SOCIALIZACIÓN Y SU IMPLICACIÓN
EN EL DELITO CONCRETO
Ahora nos ocuparemos de la primera dimensión de la socializa-
ción, es decir, lo que algunos autores llaman instituciones (An-
dreeva, 1984) y otros, agentes de socialización (Munné, 1971);
esto es, los grupos, organizaciones o instituciones, en su senti-
do estricto, que sirven de mediadores a la influencia educativa
que ejerce la sociedad sobre los individuos cuando se vinculan
o insertan en ellos. Los individuos aportan a ese proceso sus
valores, necesidades, normas, intereses y costumbres de modo
que toda la influencia que le llega de los agentes o institucio-
nes de socialización la reciben de manera activa, creadora; la
reproducen de forma novedosa y dejan su impronta en ese pro-
ducto, constituyéndose así la propia subjetividad individual en
mediadora de toda la influencia social.

La familia
Considerado el primer grupo humano con el que se relaciona el
hombre desde su nacimiento, a ella se le atribuye la más importan-
te función socializadora, por las posibilidades de influencia desde
edades muy tempranas, cuando el sujeto es más dúctil en su re-
cepción.
A la familia se le señalan diferentes funciones, por ejemplo:
una función sexual, una procreativa, una socializadora y una eco-
nómica. Al respecto Munné considera que las dos primeras pue-
den estar unidas y que pueden agregarse además otras funciones
que la relacionan con otras instituciones como: religiosa, política

128
y recreativa; comparte el criterio que la más importante es la de
socialización.
Patricia Arés al analizar las funciones atribuidas a la familia se-
ñala que estas cambian en contenido y jerarquía de una forma-
ción económico social a otra, y propone agruparlas en tres
categorías: función económica, función biológica y función edu-
cativa (Arés, l990). Este parece ser un adecuado criterio clasifi-
catorio de las funciones fundamentales de la familia, coincidente
con otros autores.
En nuestro estudio centraremos la atención en la función educa-
tiva de la familia, la cual se desarrolla sobre la base del proceso de
socialización. Es en la familia donde se modelan las primeras orien-
taciones al niño, donde recibe las primeras influencias del mundo,
donde se supone que ha llegado para ser bien acogido (Leija, l985).
Pero lo que acontece en la familia no es sólo importante para el
niño, también para el joven y el adulto, porque como señalamos
antes, el proceso de socialización transcurre a lo largo de la vida
del individuo, de ahí que el análisis de la influencia de la familia en
el proceso de socialización del individuo deba realizarse a lo largo
de su historia, en su familia de origen y en la que él mismo ha
creado.
Hay autores que privilegian la etapa infantil en este análisis
porque consideran que hay problemas en los que el niño partici-
pa, que permanecen latentes hasta que algún acontecimiento
posterior los hace evolucionar, pudiendo llegar hasta el crimen
(Leija, l985). Este autor llega incluso a señalar una relación directa
entre desavenencias familiares y gravedad del comportamiento.
Caridad Navarrete señala, por su parte, que los adolescentes
son altamente sugestionables e imitadores, y que perciben de la
familia su modo de vida a través del lenguaje y de sus actitudes y
que esto tiene su expresión en la conducta del adolescente
(Navarrete, l987). Es, sin dudas, en el marco familiar donde se va
modelando el estilo de relación con los otros, precisamente en el
desarrollo del quehacer cotidiano de la vida familiar, donde van
formándose las potencialidades individuales para ello. En esta
labor educativa no es sólo importante la intención de los padres

129
de lograrla, sino la preparación de que dispongan y de las posibi-
lidades materiales para llevarla a cabo.
Señala Navarrete que el nivel cultural de los padres influye en
la formación de intereses valiosos en los hijos y en la autoridad
sobre ellos; en este sentido, cuando los hijos superan a los pa-
dres, ella puede afectarse. También el nivel cultural tiene un im-
portante papel en la comprensión de los problemas que enfrentan
los hijos y en la eficiencia de la orientación que se les brinda.
Un aspecto interesante que consideran los distintos autores
acerca de las funciones socializadoras de la familia es la que tie-
ne que ver con la relación afectiva y la llamada «atención» o «con-
trol familiar»; así se señala que las deficiencias en la relación
afectiva con los hijos pueden crearles desajustes emocionales que
pueden intervenir de manera significativa en la aparición de con-
ductas desviadas, al mediatizar de manera errónea la realidad.
Wolf Middendorff señala en su Criminología de la Juventud:
«Los factores más importantes de la educación paterna son un
permanente amor y solicitud, constante dirección... y, en resu-
men una atmósfera familiar equilibrada y libre de tensiones» (Leija,
1985).
Y más adelante, al referirse al déficit en estos aspectos expresa:
«La consecuencia es que el joven carece de vínculos afectivos con
la sociedad y siente, por el contrario, repugnancia, desprecio y
odio contra sus educadores, que materializan la autoridad y el
orden vigente» (Leija, 1985).
Al hablar de la relación afectiva padres-hijo, prefiero incluirla
en la comunicación que entre ellos se establece y analizar su ca-
lidad a partir de sus tres funciones: informativa, regulativa y
afectiva. En este sentido señala Lomov (1989):
«Los datos acumulados (entre ellos los obtenidos en los experi-
mentos de laboratorio), atestiguan cada vez con más nitidez que
la dinámica de los procesos y estados psíquicos del hombre de-
penden en esencia de las condiciones, los medios y los métodos
de comunicación con otras personas. Además, la comunicación
es la principal esfera de la manifestación de las emociones espe-
cíficamente humanas y la condición necesaria de la formación de

130
las propiedades psicológicas de la personalidad, de su concien-
cia y autoconciencia.»
Al estudiar la comunicación como parte de la función sociali-
zadora de la familia, se puede conocer el carácter de los vínculos
que se establecen, afectivos o no, la «atención» o «control» sobre
los hijos y el contenido más importante de la socialización, valo-
res, normas, costumbres. El tipo de comunicación condiciona otro
aspecto importante, el carácter de las relaciones interpersonales
que se establece entre los miembros, contribuye a la conforma-
ción de un determinado clima sociopsicológico y todo esto tiene
su expresión en el individuo (reproducción de la socialización),
en su personalidad.
González Rey, F. al referirse a estudios realizados sobre la co-
municación en familias de menores comisores de hechos delictivos,
señala que en éstas... «no sólo se manifiesta una total ausencia
de comprensión mutua y de orientación a los hijos por parte de
los padres, sino que existe un ambiente de total hostilidad, don-
de la violencia ocupa un valor central como medio de interacción
de sus miembros» (González Rey, 1989).
La violencia se convierte así en un estilo de relación con «los
otros» que se generaliza, trascendiendo la familia para llegar a otros
grupos humanos y a diferentes situaciones que la desencadenan.
González Rey (1989) señala al respecto: «Cuando las contra-
dicciones y la violencia percibidas por el niño en su vida familiar
llegan a una representación del papel de sus modelos principales
(padre y madre) tan deteriorada y dañina para ellos, podemos
afirmar que la familia comienza a desempeñar un papel total-
mente negativo en la vida del menor, cuyo final sólo puede ser la
inadaptación y la desviación social».
Todo esto avala la importancia del estudio de la comunicación
como uno de los contenidos más importantes del proceso de so-
cialización, lo cual aparece claramente expuesto, como ya anali-
zamos, por los autores que lo explican; sin embargo, en los
trabajos criminológicos referidos al papel de la familia en la for-
mación de la personalidad este análisis está ausente o insuficien-
temente tratado.

131
En relación con la atención o el control sobre los hijos, los ex-
tremos son siempre inadecuados y los métodos que se empleen
son también un aspecto importante para analizar. Se ha consta-
tado en el caso de menores delincuentes en Cuba que los méto-
dos educativos empleados por las familias no se caracterizan por
el uso de la coerción ni la persuasión, sino por la inconsistencia y
la negligencia, es decir, el uso incongruente de los métodos en
relación con la situación que los demanda y la falta de sistemati-
zación en su aplicación y control.
Los métodos educativos como se conoce son importantes me-
dios para el estímulo o la sanción al comportamiento de las per-
sonas; representan una de las vías a través de las cuales los padres
ejercen su autoridad, por lo que a su vez contribuyen, en depen-
dencia de su uso, adecuado o no, a la reafirmación de su autori-
dad o al deterioro de la influencia de los padres sobre sus hijos.
La «atención» o «control» sobre los hijos (niños y adolescentes)
es también un aspecto importante que tiene relación estrecha
con los métodos educativos y en particular con la comunicación.
Se expresa en el conocimiento de los intereses de los hijos y su
forma de realización y en la influencia sobre ellos para que se
lleven a cabo en la forma y momento adecuado.
El control se expresa en el conocimiento de las personas con las
que los hijos se relacionan, las actividades que prefieran realizar,
dónde y cuándo las realizan y de qué forma. Y no sólo tiene que
ver con su conocimiento, sino con la participación orientadora del
padre en la decisión de los hijos.
Cuando el control sobre los hijos resulta insuficiente o nulo,
los padres llegan a conocer de sus actividades, cuando éstas han
resultado tan graves que su connotación ha trascendido hasta
ellos; por supuesto, un momento bien tardío para emprender cual-
quier medida educativa al respecto.
Un importante papel de la familia dentro de su función sociali-
zadora es el que tiene que ver con su «rol de modelo», es decir,
de ejemplo, de conducta a imitar por los hijos, en particular la
figura de los padres; esto condiciona la necesidad del estudio de
lo que hemos dado en llamar «indicadores de desajuste social»,

132
donde se incluyen: presencia de alcoholismo, drogadicción, con-
ducta sexual desorganizada, antecedentes delictivos, escándalos,
golpes y desvinculación laboral, entre otras.
Los efectos del consumo de alcohol y drogas puede condicio-
nar la presencia de escándalos y agresiones en el seno de la fami-
lia que va conformando un clima nocivo para los hijos, lo que
contribuye al aislamiento de la misma y a la pérdida de autoridad
de los padres sobre los hijos. Por otra parte, muchas veces se con-
vierte en la «salida» o alternativa que buscan los hijos para alejar-
se de esa realidad, es decir, se reproduce como medio de evasión
de los problemas que debe enfrentar la persona.
Carrancá y Trujillo al respecto consideran que el «alcohol» es
un condicionante indirecto de la criminalidad de las familias, por
las reacciones de ésta a la presencia sostenida de sus consecuen-
cias y también un condicionante directo para el propio consumi-
dor al demandarle económicamente más allá de sus posibilidades
o al servir de obstáculo en la toma de decisiones acertadas en su
vida cotidiana, pudiendo esto llevar a la elección de una decisión
delictiva (Leija, 1985).
Al igual que el alcoholismo y la drogadicción, el resto de las
conductas referidas —conducta sexual desorganizada, conduc-
tas delictivas en los padres, presencia de escándalos y agresio-
nes y la desvinculación laboral— tienen la posibilidad de una
doble influencia sobre los hijos. En primer lugar, como variante
de conducta a imitar en sus vidas, como la vía idónea para la
solución de sus problemas (ocio y delincuencia) y como mode-
lador de un estilo de relación con las demás personas que se
traslada a diferentes situaciones contextuales y los distintos gru-
pos humanos, como pueden ser las agresiones y la conducta
sexual desorganizada.
En segundo lugar, la conducta moral de los padres cuando re-
sulta inadecuada contribuye a un distanciamiento de los hijos,
muchas veces víctimas ellos mismos de estos comportamientos,
al surgimiento de carencias en lo afectivo y lo moral que le hacen
difícil su relación y adaptación a otros grupos e instituciones, lo

133
cual va condicionado su acercamiento a personas con historias
comunes a la suya.
Navarrete, C. encontró en sus estudios que el 75 % de las fami-
lias de los menores comisores de delitos graves presentaban pun-
tos de vista, hábitos y costumbres antisociales.
Otro aspecto importante dentro de la familia tiene que ver con
su estructuración, en particular la presencia o no de ambos pa-
dres y de varias generaciones en ella o no.
La presencia de ambos padres es un aspecto importante en la
educación de los hijos, en primer lugar de orden afectivo y en
segundo en la propia realización de la función educativa. Cuan-
do uno de los padres está ausente, se debilita el control sobre los
hijos y se condicionan carencias en el orden afectivo, pudiendo
llegar hasta el orden material si la ausencia de uno de ellos es
total. Si el niño se educa en ausencia de ambos padres todo lo
anterior se intensifica.
Es importante esclarecer que cuando hablamos de ausencia no
hablamos directamente de divorcio entre los padres. Como sabe-
mos esto muchas veces puede resultar más sano para los hijos,
pero no quiere decir que se pueda abandonar la responsabilidad
material y afectiva que se tiene con ellos cuando se produce el
rompimiento del vínculo matrimonial.
De lo anterior se desprende que nuestro análisis va a la partici-
pación o no de los padres en la educación de los hijos, no impor-
ta el vínculo que exista entre los primeros.
Cuando se trata de familias extensas, es decir, cuando encon-
tramos la presencia de varias generaciones de una familia nos
encontramos ante puntos de vista y métodos educativos hetero-
géneos, que influyen de forma contradictoria sobre los hijos, pu-
diendo esto reflejarse en el ajuste o no de su comportamiento
dentro de la familia y fuera de ella.
El carácter de las relaciones entre los miembros de la familia es
un importante indicador del clima que existe al interno de ella;
resultan ellas mismas condicionadas por la comunicación, pero
tienen una expresión directa en el estilo de relacionarse con los
demás que se va conformando en su yo interior.

134
La escuela
El desarrollo cultural de una época implica la participación de la
escuela, depositaria y transmisora de toda la experiencia cultural
acumulada por la humanidad. En ella el proceso de educación
que se realiza se encuentra impulsado por la comunidad y esti-
mulado por toda la sociedad; es una actividad intencional y orien-
tada que esta última mantiene para su propia conservación, en
tanto significa la adaptación del sujeto a sus exigencias a la vez
que su crecimiento como individuo y su socialización en sentido
general.
La labor educativa de la escuela debe realizarse de forma para-
lela en todos los grupos sociales, es decir, debe trascender el marco
de la escuela para dirigirse a toda la comunidad (familia, institu-
ciones culturales y organizaciones de masas). En este sentido un
papel fundamental lo tiene la relación hogar escuela. Una edu-
cación eficiente supone la coherencia de las diversas acciones
educativas. Las reuniones de padres, las organizaciones de pa-
dres son acciones que responden a la necesidad de reunir la fuer-
za de la familia y la escuela para ayudar al individuo en su
desarrollo.
Desdichadamente la realidad muestra que no siempre hay una
clara comprensión de estos presupuestos y la escuela no busca el
apoyo de la familia y la comunidad o, por el contrario, pretende
que ellas asuman toda la responsabilidad en un proceso en el
que aquella debe ser compartida. Sucede también lo contrario,
es decir, que no siempre la familia y la comunidad comprenden
el papel que les corresponde en la educación de las jóvenes ge-
neraciones, abandonando la escuela en este empeño.
La escuela debe influir en el desarrollo del espíritu crítico y de
la autonomía de juicios en el individuo, debe enseñarle a distin-
guir entre el bien y el mal y a ser capaz de tener un criterio perso-
nal y objetivo. Para esto la escuela debe desarrollar una labor
educativa en la que se estimula la participación del niño en la
construcción de su conocimiento, o sea, donde desempeñe un
rol activo y no pasivo como mero receptor de información. Esta

135
no es tampoco una realidad generalizada de la que podamos
enorgullecernos en ninguno de los niveles de la educación.
El papel del educador no se limita a la transmisión de conoci-
mientos, sino que implica el ayudar al individuo a construir su
saber personal integrado a la realidad de su entorno familiar y
ambiental y con suficiente flexibilidad como para ampliarse pro-
gresiva y constantemente.
La escuela como agente primario de socialización, además de
transmitir conocimientos debe contribuir al bienestar psicosocial
del alumno, proveerlo de los recursos que le permitan desarro-
llarse adecuadamente desde el punto de vista psicosocial. La es-
cuela puede en alguna medida suplir deficiencias educativas de
la familia, ahora bien, ¿cuál es el contenido de la función socializa-
dora de la escuela?, ¿cómo se realiza este proceso?
El maestro debe realizar una acción pedagógico-democrática,
(democratizar la enseñanza es dar a cada niño iguales oportuni-
dades de éxito escolar y social) es decir, debe esforzarse por adap-
tar sus prácticas educativas a cada niño con el objetivo de hallar
la mejor solución para él (Mialaret, 1975). Esto es lo que se cono-
ce como trabajo educativo individualizado, que implica el cono-
cimiento por parte del educador de las causas de las dificultades
o de un determinado comportamiento en el niño o adolescente y
que es bien deficiente en nuestras escuelas. En este sentido resul-
ta muy importante la comunicación.
Una adecuada comunicación tiene lugar cuando existe un diá-
logo interpersonal sobre la base de la comprensión del «otro», es
decir, de sus dificultades y limitaciones y esto depende de los mé-
todos que emplee el profesor, autoritario, permisivo o democráti-
co, este último es el óptimo para lograrla.
Cuando analizamos el proceso de socialización vimos que la
comunicación es uno de los contenidos más importantes y su
papel en la familia es fundamental; en la escuela un aspecto im-
portante que se debe analizar es precisamente la comunicación
maestro-alumno, la cual sirve de base para el acercamiento afec-
tivo entre ambos, para el conocimiento de los problemas que en-
frenta el alumno, no sólo los académicos, sino también los

136
familiares, que muchas veces los condicionan. A través de la co-
municación el maestro puede, en consecuencia, orientar al alum-
no, prestarle la ayuda que necesita y que la escuela puede
ofrecerle. Todo esto es el trabajo educativo individualizado.
En investigaciones realizadas en Cuba con menores comisores
de hechos delictivos se han encontrado deficiencias en el trabajo
pedagógico de las escuelas donde estuvieron insertados estos
menores (Navarrete, 1987).
Cuando la escuela resulta deficiente en este aspecto de su fun-
ción socializadora, no contribuye a que el alumno erradique sus
dificultades y esto puede influir en la formación y estabilidad de
los intereses cognoscitivos de los mismos y puede influir en el
incremento de las carencias que en el orden afectivo traen, debi-
do a insuficiencias en la labor educativa de la familia.
Otro aspecto importante dentro de la función socializadora de
la escuela es referido a los métodos educativos que se emplean,
de qué forma se controla la disciplina. En lo personal el maestro
ejerce su autoridad a través de la persuasión para promover la
reflexión y el aprendizaje del alumno o de forma impositiva, sin
tener en cuenta al estudiante, sus problemas —en muchos casos
funcionan como causales de indisciplina— y sin fomentar el aná-
lisis de lo sucedido. Las deficiencias en el ejercicio de la autori-
dad por parte del maestro contribuyen a disminuir su papel como
modelo a imitar, propician el distanciamiento con el alumno y en
consecuencia hacia la escuela, además de constituir una barrera
en la comunicación entre ambos.
La inserción del niño en la escuela trae un cambio; las normas
fundamentalmente afectivas que predominaban en la familia son
sustituidas por normas más objetivas; esto enriquece su vida pero
le hace más necesario afirmar su individualidad frente a los de-
más, buscar su autonomía moral. La adecuación de este proceso
depende del papel socializador de la escuela, la cual dispone de
la disciplina para su consecución.
La disciplina se encuentra vinculada a aspectos psicológicos,
sociológicos y pedagógico-organizativos de la escuela. La con-
ducta del individuo en ella es expresión de la interrelación de su

137
personalidad, el ambiente familiar, de su entorno más amplio y el
sistema organizativo de la escuela, al que se supone debe adap-
tarse y este es un objetivo importante.
La disciplina como medio para que el niño alcance su autonomía
moral, su responsabilidad individual no puede concebirse de forma
coercitiva, sino racional, garantizándose la interiorización de las nor-
mas y la conciencia de la responsabilidad en su conducta.
Una adecuada disciplina requiere un conocimiento de las par-
ticularidades de los educandos; no se les puede exigir por enci-
ma del nivel de madurez que han alcanzado, sino adecuar las
exigencias para que sientan una libertad en la que ellos son res-
ponsables de sus acciones.
Las medidas disciplinarias que emplea la institución tienen una
estrecha relación con los métodos educativos y tienen que ver
con su uso justo, es decir, proporcional a la indisciplina cometida
y esta debe ser valorada no sólo en sus efectos, sino también en
sus causas, para que el alumno sienta que se es «justo» en el aná-
lisis; claro está, que esto requiere un acercamiento del profesor al
educando para conocer los problemas que pueden estar en la
base de un comportamiento indisciplinado.
Cuando lo anterior no se produce y se aplican medidas formal-
mente (actas de compromiso que el alumno no elabora, trasla-
dos de escuelas) el alumno siente que no ha sido tenido en cuenta,
que sus problemas no interesan, se incrementan sus carencias
afectivas y su distanciamiento de la vida escolar, lo que puede
influir en que se repita o incluso se intensifique la indisciplina;
por ejemplo, si antes tenía fugas de la escuela, ahora puede au-
sentarse injustificadamente y consecuentemente debilitarse aún
más sus intereses cognoscitivos.
Un papel importante en la diversificación de intereses en el
alumno lo tiene el desarrollo de actividades extraescolares, enri-
quecedoras espiritualmente. Cuando la escuela no realiza activi-
dades de esta naturaleza pierde la posibilidad de participar con
más amplitud en el desarrollo de la personalidad del alumno,
circunscribiéndose solamente a estimular intereses cognoscitivos
hacia las materias concretas que imparte si el resto de sus funcio-
nes las realiza adecuadamente.

138
Cuando los niños que llegan a la escuela provienen de medios
carenciales material y afectivamente y no encuentran en la es-
cuela el clima de afecto y aceptación por parte de profesores y
alumnos, no es raro que empiecen a manifestarse los primeros
síntomas de inadaptación. Busca entonces el niño, cómo salir de
esta situación.
De la actitud del grupo de coetáneos para con el niño: valora-
ción, aceptación o rechazo, depende que este se integre al grupo
y tenga un desarrollo normal o una experiencia traumática que
puede traducirse con el tiempo en hostilidad y aislamiento res-
pecto de sus semejantes, y en esto tiene un importante papel la
dirección del maestro.
Cuando la escuela presenta deficiencias en su función sociali-
zadora no puede suplir las carencias educativas y afectivas que el
alumno trae de su seno familiar, donde también se han dado de-
ficiencias en su educación; no ayuda a formar intereses cognosci-
tivos y espirituales en sentido general y con ello contribuye a un
distanciamiento también del alumno con la institución escolar,
que lo acerca en la adolescencia y juventud con más fuerza a los
grupos informales.

El centro laboral
El centro laboral y en particular el colectivo de trabajo tiene una
función educativa en el proceso de socialización, como señala
Andreeva; pero esto es posible si el joven que se inserta en la vida
laboral es bien acogido en él, recibe la preparación necesaria para
el desempeño de sus funciones y su actividad es controlada ade-
cuadamente, todo lo cual contribuye a la formación de la dis-
ciplina laboral.
Si a lo anterior se une un buen trabajo de las organizaciones
del Centro, sobre la base de una adecuada comunicación, es pro-
bable que el joven fortalezca sus intereses hacia la actividad que
realiza y esta la desarrolle eficientemente y con satisfacción per-
sonal.

139
No contribuye a la disciplina y a formar intereses laborales, las
instituciones que se caracterizan por el descontrol, donde el am-
biente moral es nocivo y donde las organizaciones funcionan for-
malmente y resultan «protectoras» de las indisciplinas de los
trabajadores.
Tampoco resultan educativos, aquellos centros altamente puni-
tivos que no producen un acercamiento al trabajador, no conocen
sus problemas y, sin embargo, acuden al rechazo y la estigma-
tización con la primera indisciplina que puede ser expresión del
proceso de adaptación del joven a la vida laboral, o porque co-
nozcan que la persona que ingresa al centro laboral ha recibido
alguna sanción legal previamente o quizás simplemente porque
por su apariencia personal elicite prejuicios (por ejemplo, los hom-
bres con pelo largo son homosexuales o delincuentes). La reac-
ción social de repudio y aislamiento puede convertirse en el caso
del centro laboral, en la última puerta que se cierra a la posibili-
dad de una vida integrada a las relaciones sociales; por esta ra-
zón este es un importante elemento a considerar en el conjunto
de circunstancias que favorecen u obstaculizan un adecuado pro-
ceso de socialización.
En el centro laboral resulta también importante para el desa-
rrollo de la personalidad, la propia actividad que el destacado
psicólogo alemán Uwe Schaarschmidth subdivide en característi-
cas de la estructura de la actividad y condiciones de ejecución de
la tarea. En la primera incluye los contenidos de trabajo, las
premisas de formación profesional que se requieren para su rea-
lización y la valoración social de sus resultados. En la segunda
analiza las condiciones socioeconómicas en las que tiene un peso
importante las relaciones de producción y la situación del am-
biente laboral, tanto físico como de organización de la actividad.
Se reconoce la influencia de todos estos aspectos en la formación
y desarrollo de la personalidad, por supuesto en las condiciones
de permanencia y estabilidad en la realización de la actividad; sin
embargo, la relación entre esta influencia y los cambios que se
producen en la personalidad, no pueden precisarse, en lo que

140
tiene un peso importante limitaciones que se presentan en el pla-
no metodológico según refiere el propio autor.
No es posible aislar las condiciones de la actividad laboral de
otras condiciones de vida del individuo para determinar su peso
y su papel en la formación y desarrollo de la personalidad; al res-
pecto el propio autor señala tener en cuenta las propias particu-
laridades psicológicas del individuo al iniciarse en la actividad
laboral; el tipo de actividad que desempeña en su tiempo libre
(más o menos desarrolladoras), la preparación que la escuela y la
familia realizaron de la tarea, el fortalecimiento de sus intereses
en esa área y consecuentemente su permanencia y disciplina en
el centro (Schaarschmidth, 1980).
A lo anterior hay que adicionar que la relación de las condicio-
nes externas de vínculo con lo social no influye de manera pun-
tual y directa sobre uno u otro contenido de la subjetividad
individual, que esta misma se ha construido históricamente y ha
ganado una cierta autonomía que la convierte en una media-
tizadora activa de esa influencia, haciendo más compleja la rela-
ción entre la influencia social y la subjetividad (González Rey, 1993).

Los grupos informales


El grupo informal puede ser visto como parte de la organización
del tiempo libre; pero también es expresión de las necesidades
psicológicas de los adolescentes y jóvenes para los cuales el gru-
po tiene un lugar central en sus afectos y en su pensamiento, lo
que se expresa claramente en las decisiones que toman y en las
conductas que asumen.
El grupo informal al igual que el resto de las instituciones so-
cializadoras constituye un mediador entre la sociedad y el indivi-
duo, lo que hace que tenga un importante papel en la reproducción
de la influencia socializadora (en la conformación de su subjeti-
vidad).
Se constituyen a partir de la propia comunidad, de la escuela o
sobre la base de otros intereses comunes que deriven en motiva-
ciones para la conformación del grupo y éste es una característica

141
de los grupos informales, es decir, no poseen fines y metas sino
una coincidencia de necesidades psicológico-emocionales.
Toda la organización interna del grupo (roles y status), así como los
procesos dinámicos que lo caracterizan (formación de normas y me-
dios de controlar su cumplimiento, (actividades conjuntas) son deri-
vados de la satisfacción de esas necesidades psicológico-emocionales.
En el proceso de la actividad de los grupos informales donde se
satisfacen esas necesidades e intereses van surgiendo otras nuevas
que permiten la permanencia del grupo y hasta su desarrollo, de
ahí que lo que hoy resulta importante para el grupo, no fue lo
que le dio origen, por lo que se debe buscar en su historia, las
causas de su surgimiento y sus primeras necesidades e intereses.
El papel de los grupos informales para la sociedad viene dado
por la coincidencia o no de las necesidades de los miembros de
estos grupos, con los fines y metas de los grupos formales con los
cuales también se vincula. Cuando hay correspondencia entre am-
bos, los grupos informales contribuyen al desarrollo de los grupos
formales, cuando no hay coincidencia, pueden frenarlo.
Un ejemplo de lo anterior puede ser para el primer caso, un gru-
po de coetáneos que se reúnen para satisfacer necesidades de or-
den cultural, que contribuyen a su desarrollo espiritual, como
resultado, sus miembros pueden tener una participación más rica
en su grupo escolar, y no presentan contradicciones con los objeti-
vos de este. En el segundo caso, el grupo de coetáneos se reúne
para satisfacer necesidades afectivas no satisfechas en la familia ni
en el grupo escolar; su participación en aquel grupo contribuye a
un mayor distanciamiento de estos.
Krutova al analizar los grupos informales refiere que en estos
falta el control, la responsabilidad, y la interacción entre sus miem-
bros no está claramente definida; apunta, además, la posibilidad
de que este tipo de grupo pueda ser contenedor de actitudes y
conductas antisociales por las razones señaladas. El hecho de que
en ellos esté ausente una cierta dirección educativa es lo que hace
posible que sus miembros puedan recibir tanto una influencia
positiva como negativa, en dependencia de lo que el grupo ge-
nere espontáneamente.

142
Al analizar el grupo informal como agente socializador que ha
tenido responsabilidad en la aparición de la conducta desviada,
resultan importantes no solo aquellos integrados por comisores
de hechos delictivos, sino también los que no han llegando a
este tipo de comportamiento y constituyen un riesgo por el po-
bre vínculo con otros grupos humanos; por ejemplo, aquellos
cuyos miembros se encuentran sin vinculación escolar o laboral;
los que se caracterizan por historias de vida condicionadoras de
carencias afectivas y distanciamiento social; los que presentan con-
ductas que expresan una cierta inadaptación social, o sea, todos
los grupos cuya membresía no se encuentre en condiciones de
ser contenedora de las demandas afectivas del individuo y
canalizador adecuado de sus inquietudes, contribuyendo a que
mantenga su vínculo con otros grupos y con la sociedad en sen-
tido general.
En nuestro país se ha constatado que «cuando en ocasiones las
deficiencias educacionales se convierten en causa del comporta-
miento negativo (debido a una ruptura entre el joven y el medio
escolar) hallamos grupos cuyos integrantes poseen características
negativas comunes (bajo rendimiento académico, indisciplinas,
pobres intereses) que encuentran en este tipo de agrupación una
fuente de reconocimiento, en contraposición al fracaso con esfe-
ras tan importantes de la vida en esa etapa» (Socarrás y Alejan-
dro, 1987).
En el caso de los grupos compuestos por sujetos comisores de
hechos delictivos, estos no participan íntegramente en la realiza-
ción de los delitos. Este es un hecho constatado en diferentes paí-
ses y que así se recoge en la literatura criminológica. Por otra parte,
no siempre los delitos que se comenten en grupo sus autores inte-
gran un mismo grupo, sino que ha resultado una agrupación oca-
sional para llevar a cabo el hecho.
A los adolescentes y jóvenes les resulta difícil hablar de sus gru-
pos, sobre todo de aquellos que aunque tienen un importante pa-
pel en la explicación de su conducta delictiva no han tenido
participación en esa acción; este hecho condiciona las dificultades

143
para su estudio y permite explicar por qué apenas aparece en la
bibliografía científica.
En la literatura criminológica se encuentran referencias a este
tipo de grupo, algunos como en EE.UU. con la denominación de
«gang», en otros como en América Latina «pandillas»; de manera
general los caracterizan como grupos conflictivos que no llegan a
constituir una banda criminal (Dalgova, 1982).
Autores búlgaros señalan que estos grupos no surgen con el
objetivo de cometer delitos y que sus normas se transforman en
criminogénicas (propiciadoras de delito), solo en determinadas
circunstancias. Algunos autores polacos le atribuyen a tres facto-
res fundamentales la aparición de este tipo de grupo: la apropia-
ción por parte de sus miembros de la subcultura delincuencial
del medio del cual proceden; la ausencia de control por parte de
los padres y otros educadores y una deficiente influencia positiva
por parte de sus familiares (Dalgova, 1981).
En el grupo informal, sus miembros encuentran la compren-
sión necesaria; sus problemas son escuchados por otros, con vi-
vencias similares a las suyas, por lo que la reacción de los otros
para con él resulta ser sincera. Cuando esto ocurre los miembros
son tolerantes con las conductas que en el grupo se producen y a
pesar de sus circunstancias de vida se sienten estimulados expre-
sando un estado de ánimo alegre y optimista.
En la antigua URSS encontraron que los grupos de menores
con conductas delictivas sirven de apoyo psicológico a sus miem-
bros, representan para ellos el papel de «mecanismo de defensa»
a sus acciones, estimulándolas y determinando el carácter de las
mismas; su influencia se expresa en la conducta delictiva indivi-
dual y grupal, aunque esta última es la tendencia que predomina
en el caso de los menores (Dalgova, 1981).

La comunidad
Aunque la comunidad es vista como un nivel diferente al de los
grupos y las instituciones, por autores como Seidman y Rappaport,
por sus posibilidades de vínculo directo con el individuo y las

144
funciones que le son inherentes decidimos analizarla como agente
de socialización, aunque ella misma contiene otros agentes (fa-
milia, escuela y grupos informales) e interactúa con ellos en este
proceso.
Por otra parte, atendiendo a las características que se le confie-
ren: tendencia a seguir pautas organizativas microsociales y rela-
tivamente tradicionales, poca movilidad geográfica, social y de
contactos externos, predominio de relaciones directas y durade-
ras, reducido y poco especializado número de roles (Sánchez
Vidal, 1991), podemos decir que guardan algún parecido con gru-
pos humanos más pequeños como los hasta aquí analizados como
agentes de socialización y en consecuencia funciones similares.
En la comunidad como conglomerado humano, cercano al in-
dividuo, encontramos una psicología que se conforma por la con-
currencia de los condicionantes (sociales, económicos, políticos,
ideológicos y culturales) del macrocontexto, la propia psicología
de los grupos e instituciones que forman parte de ella y toda la
subjetividad individual de sus miembros que emergen de la rela-
ción entre ellos, todos en una interrelación dialéctica. Esa subje-
tividad social de la comunidad influye sobre los individuos que la
integran, participando de su socialización.
Ahora bien, esta influencia de la comunidad sobre el individuo
no viene dada solamente por la territorialidad compartida entre
sus miembros, es necesario que exista además interacción social,
relaciones y lazos comunes, comunicación y derivado de esto un
afecto espontáneo, normas, valores, intereses y objetivos, que
identifican a sus miembros desde el punto de vista psicológico y
condicionan el vínculo que los hace sensibles a la influencia que
ella genera; influencia derivada de su propia dinámica interna y
resultante de mediatización de toda la que proviene de un con-
texto macrosocial.
Una comunidad que desarrolla en su interior procesos genera-
dores de un clima sociopsicológico tenso debido a pautas de
comportamiento caracterizadas por el individualismo, la agresivi-
dad, la ilegalidad o de manera general la no-consideración de las
exigencias sociales, expresada en las normas, es una comunidad

145
generadora de una influencia nociva sobre sus miembros que pue-
de propiciar, junto a otras circunstancias, la formación de una
subjetividad individual que oriente y regule el comportamiento
en una dirección que no responde a las exigencias macrosociales.
Este tipo de comunidad influye sobre el resto del sistema vin-
cular del individuo: la familia, la escuela y los grupos informales.
No participa en la estimulación de la función educativa de las
dos primeras y propicia el surgimiento de grupos informales
con características negativas, dentro de las que se encuentran
representadas las propias de la comunidad. Es bien frecuente en
comunidades marginales, la presencia de grupos informales de
conductas desviadas y delictivas.
Este tipo de comunidad mediatiza la influencia macrosocial a
través de su propia subjetividad, que llega al individuo matizada
de las particularidades que le son inherentes a ella como contex-
to social, lo cual tiene una influencia negativa sobre el individuo
que se incrementa o decrece en dependencia del resto del siste-
ma vincular de este, el cual también participa como mediatizador
de lo social y del tipo de relación que establece con él.
La comunidad debe cumplir diferentes funciones; por ejemplo,
Warren (1965 y 1972) las agrupa en cinco categorías: económi-
ca, de socialización, control social, participación y ayuda mutua.
La función de socialización es la que nos ocupa en el presente,
como medio para garantizar la adecuada inserción del individuo
en la vida social; pero cuando esta no funciona adecuadamente
puede ser importante la de ayuda mutua, que se ejerce a través
de instituciones de bienestar social o de la familia y la escuela, y
también puede ser decisiva la de control social.
El control social es el que se ejerce para garantizar que los
miembros se conduzcan de acuerdo con las exigencias y valores
que la comunidad establece a través de sus normas. Este control
puede ser por parte de las instituciones encargadas de mantener
el orden y la legalidad y entonces es un control formal; puede ser
también a través de la familia, la escuela y las propias organiza-
ciones de la comunidad, y es entonces un control informal.

146
Para la realización del control informal las organizaciones de la
comunidad, al igual que la familia y la escuela, deben acercarse
al individuo a través de la comunicación, para garantizar el vínculo
informativo, regulativo y afectivo. Este acercamiento permite in-
fluir positivamente sobre los miembros de la comunidad.
Cuando lo anterior no se produce y las organizaciones, al igual
que la escuela y muchas veces la familia, tienen una reacción so-
cial de rechazo y estigmatización, contribuyen al alejamiento del
individuo y a su paulatina marginación, impidiéndole el contac-
to psicológico necesario para mantenerse integrado al sistema
de vínculos sociales que propician su desarrollo como individuo
y en especial de su subjetividad.
Cuando se produce una reacción social de rechazo al desviado
por parte de la comunidad, cesa su función socializadora, de par-
ticipación social y de ayuda mutua; pierde entonces la comuni-
dad el sentido psicológico que debe tener para el individuo y que
al decir de Sarason no es más que «el sentimiento de que uno es
parte de una red de relaciones de apoyo mutuo en que se podría
confiar y como resultado del cual no experimenta sentimientos
permanentes de soledad que lo impulsan a actuar o a adoptar un
estilo de vida que enmascara la ansiedad y predispone a una an-
gustia posterior más destructiva» (Sánchez, A., 1991).
La comunidad resulta, pues, un importante agente de sociali-
zación, mediatizador entre la sociedad y el individuo.

LA REPRODUCCIÓN ACTIVA DE LA SOCIALIZACIÓN,


LA PERSONALIDAD Y EL DELITO CONCRETO
Nos corresponde referirnos ahora a la segunda dimensión del pro-
ceso de socialización; se trata de la recepción por parte del indivi-
duo de toda la influencia social, directamente la de los grupos e
instituciones con los cuales se vincula y mediatizada por las propias
particularidades de ellos, la influencia de un contexto macrosocial
donde se incluyen los grandes grupos, la cultura, la historia, la

147
ideología que los identifica con ese contexto, así como las parti-
cularidades económicas y políticas que les son contemporáneas.
A diferencia de otros enfoques acerca del proceso de socializa-
ción que consideran al individuo como un receptor pasivo de toda
esa influencia, desde nuestra orientación marxista destacamos el
carácter activo del sujeto en todo el proceso de relación con los
otros y la realidad social, con lo cual no se niega el carácter de
reflejo de la realidad de lo psíquico, por el contrario, es precisa-
mente en la vida social del hombre donde se forma lo psíquico y
este proceso de formación de lo psíquico abarca la historia del
individuo y el presente.
Cuando hablamos del carácter activo del sujeto nos referimos a la
mediatización que realiza de toda esta influencia, mediatización que
pasa por toda la construcción psicológica surgida en su relación con
la realidad, con anterioridad al momento que se analiza.
El carácter activo del sujeto se expresa no sólo en cómo él inter-
preta la realidad con la cual se vincula, sino también en su com-
portamiento en relación con ella, el cual no es mera respuesta
«mecánica» ante el estímulo que representa la realidad. La visión
del hombre de la realidad que le es contemporánea se encuentra
matizada por toda su historia anterior que ha quedado plasmada
en su subjetividad a través de formaciones psicológicas que se
expresan en mecanismos y funciones con un nivel de autonomía
y especificidad en relación con lo social, y es esto precisamente lo
que define el carácter regulador y activo de la personalidad sobre
la actividad (González, F. 1985).
Sobre este aspecto señala Rubinstein:
«Las condiciones de la vida, por sí solas, no son capaces de
determinar el desarrollo psíquico del niño, puesto que la influen-
cia de cualquier acción se ve mediatizada por las características
psicológicas anteriormente formadas» (Bochkarieva, 1976).
Lo anterior permite explicar por qué ante una misma situación,
sujetos diferentes tienen también una vivencia diferente, siendo
para unos «natural» y para otros «conflictiva», pues su historia
anterior puede matizar su visión con una fuerte carga emocional,
y por supuesto la reacción comportamental variará también en
función de la diferente vivencia que tenga para cada uno.

148
La complejidad psicológica de la personalidad deviene así un
producto de la relación del individuo con la sociedad, a través de
sus múltiples vínculos con su historia; pero un producto que gana
en autonomía en su relación con el presente y se convierte así en
un elemento cualitativamente distinto, imposible de identificar
en una relación lineal historia individual-personalidad y es esto un
aspecto importante que permite explicar por qué en individuos
que han tenido historias semejantes, como pueden ser algunos
hermanos, el producto psicológico expresado en su personali-
dad no resulta semejante y puede incluso ser bien diferente.
La personalidad, pues, recibe toda la influencia socializadora
que la va formando, pero al pasar por ella la mediatiza y la expre-
sa de forma cualitativamente distinta, y es a ésto a lo que Andreeva
(1984) llama «reproducción activa del sistema de vínculos socia-
les por el individuo a cuenta de su actividad».
La personalidad se convierte así en un contenido importante a
estudiar cuando se pretende dar una explicación del comporta-
miento delictivo, porque su papel en ese proceso no es el de sim-
ple depositario de la influencia social como ente pasivo, como
puede aparecer en algunas aproximaciones iniciales al estudio
de la conducta delictiva que privilegian los factores biogenéticos
en sus análisis; pero tampoco su rol es el de reflejo directo del
contexto macrosocial, como es vista por las teorías que enfatizan
lo social en su análisis.
El carácter activo del sujeto y el papel regulador de su persona-
lidad han estado ausentes en la mayoría de las aproximaciones al
estudio de la conducta desviada, en particular a la delictiva, con
excepción de algunos representantes de la criminología socialis-
ta, como V. N. Kudriavtsev y de la criminología en Cuba, como
Caridad Navarrete. En el campo de la psicología han aparecido
estudios sobre la personalidad del delincuente que han permiti-
do mostrar la importancia de su abordaje para una mayor aproxi-
mación a la comprensión del comportamiento desviado.
V. N. Kudriavtsev (1987) al referir los aspectos esenciales que
conforman cada uno de los niveles de análisis para la compren-
sión de la conducta desviada (sociedad, grupos e individual)

149
privilegia el estudio de la personalidad en el nivel individual, ya
que considera que las transgresiones de la ley son el resultado de
deformaciones en algunos de los eslabones del proceso psicoló-
gico individual de la motivación y la toma de decisión.
Considera este autor como básico el estudio del mecanismo de
la conducta delictiva por el cual entiende «la relación e interacción
de los factores externos de la realidad objetiva y de los procesos
psíquicos internos y estados que determinan la decisión de co-
meter un delito y dirigen y controlan su ejecución».
Dentro del estudio del mecanismo de la conducta delictiva
enfatiza los intereses, necesidades y motivos de la conducta de
las personas, sus fines y aspiraciones, y subraya la imposibilidad
de abordar el estudio de la conducta delictiva solo desde las con-
tradicciones del desarrollo social, y afirma que «el análisis de sus
causas exige de la explicación de los elementos subjetivos de la
conducta del transgresor de la ley, y el estudio de las particulari-
dades de su personalidad» (Kudriavtsev, 1987).
Bochkarieva (1976) ha destacado el papel de la psicología en
el estudio de la conducta delictiva enfatizando el lugar que le
corresponde a la personalidad. En tal sentido señala: «Para poder
establecer el lugar que la psicología debe ocupar dentro de la
ciencia criminológica es necesario partir de un enfoque correcto
de la psicología de la personalidad. La personalidad del delin-
cuente debe ser analizada desde la posición de la psicología
materialista contemporánea, ya que la cuestión sobre la forma-
ción de las cualidades del individuo de comportamiento antiso-
cial es parte del problema general de la formación de la
personalidad. Y el proceso de la formación de la personalidad
debe ser analizado teniendo en cuenta el papel que desempe-
ñan en dicho proceso las necesidades y los motivos. La teoría de
las necesidades es el punto de contacto más importante entre la
criminología y la psicología.»
Esta autora señala con acierto la importancia del estudio de la
personalidad desde una perspectiva materialista contemporánea,
y critica el análisis del comportamiento desviado que privilegia al
individuo considerándolo un ser pasivo, sometido a las fuerzas

150
de la herencia y a los factores biogenéticos en la determinación del
comportamiento humano, descuidando así los factores sociales.
Por otra parte, Bochkarieva deja claro, desde su punto de vista,
qué es lo central en el análisis de la personalidad que comete
delitos, en este caso las necesidades y motivos, por el papel que
ellas desempeñan junto a las aspiraciones y deseos en la orienta-
ción de la personalidad.
De manera general hemos visto que el proceso de socializa-
ción tiene dos direcciones: de lo macro y microsocial hacia el in-
dividuo en una influencia que no se expresa en él de forma directa
porque resulta mediatizada por su propia subjetividad formada
con anterioridad en una relación similar, lo cual quiere decir que
este es un proceso continuo que comienza desde que el indivi-
duo nace y se mantiene mientras exista un vínculo con la reali-
dad social.
Lo anterior también significa que la influencia externa que el
individuo mediatiza aparece de una forma particular, según los
sentidos que su subjetividad le imprime, y su reacción ante ellos
variará en relación con esta; esto es, el individuo no es un ser
pasivo ante las influencias externas, las conoce, las interpreta y
puede participar en su transformación y es esta la otra dirección
del proceso de socialización, del individuo hacia lo macro y
microsocial.
Esta posición acerca del hombre en vínculo con lo social y con
un rol activo y su lugar en el análisis del comportamiento delictivo
difiere de otras corrientes criminológicas no marxistas, y es justa-
mente una diferencia sustancial con el positivismo criminológico,
ya que nos referimos a los determinantes del comportamiento
que funcionan como causas, tal y como es visto por el materialis-
mo dialéctico e histórico.
La no-consideración del hombre, que es quien decide el com-
portamiento a seguir en cualquier análisis de la desviación de
conducta, incluyendo la delictiva, es un análisis parcial que no
permite un acercamiento a la comprensión cabal de este fenó-
meno, que es esencialmente social, pero que se refleja en la sub-
jetividad individual de quien decide cometer un delito.

151
LA CONDUCTA DELICTIVA: UN MODELO
PARA SU ESTUDIO
Antecedentes
Después de analizar el proceso de socialización del individuo, la
participación de los diferentes agentes en él y el resultado del
proceso, que es precisamente su reflejo en la subjetividad indivi-
dual y su expresión en la regulación conductual en su vínculo
con la realidad, estamos en condiciones de proponer un modelo
para el abordaje de la conducta delictiva que tome en considera-
ción todos estos presupuestos.
Existe una tendencia a considerar los estudios de causas del
comportamiento delictivo dentro de la criminología positivista,
porque fueron positivistas los primeros en hacerlo y porque se
encuentran en la contemporaneidad muchos trabajos que su abor-
daje epistemológico puede incluirse dentro de esta orientación
filosófica. Sin embargo, resultan una excepción los trabajos de
criminólogos socialistas que consideraron el tema de las causas
dentro del objeto de estudio de la criminología, pero lo aborda-
ron desde la consideración de este fenómeno como esencialmente
social y con una orientación marxista en su concepción del hom-
bre, es decir, como ser activo.
Dentro de esta última orientación quiero referirme a V. N.
Kudriavtsev (1987), quien propone una forma de abordar las cau-
sas del delito concreto que señala los momentos más importan-
tes de este proceso al que denomina cadena causal, por su
concatenación histórica necesaria y denomina eslabones a los
momentos que él destaca para su estudio. Al respecto señala:
«Cada delito concreto de determinada persona generalmente
es provocado no por una causa aislada, sino por el conjunto de
una serie de circunstancias que actúan en diferentes momentos y
condiciones distintas. No obstante, dada la complejidad de estos
factores influyentes pueden calificarse y dividirse en distintos es-
labones de la cadena causal.»

152
Cuando realiza su análisis de la cadena causal lo hace retros-
pectivamente, ya que no pueden estudiarse las causas del delito
concreto hasta tanto este no se expresa conductualmente; así co-
mienza su abordaje desde el mismo, que es el final del proceso,
buscando el conjunto de circunstancias que se concatenan dan-
do lugar a la acción delictiva. Coincido con esta forma de abor-
dar el problema, lo cual resulta válido también para la conducta
desviada, no delictiva.
Al referirse al primer eslabón de la cadena, lo sitúa en lo que él
denomina acto volitivo subjetivo, y lo relaciona con la decisión
de cometer el delito, donde según él aparecen las causas más
cercanas de la acción del hombre.
Este momento de análisis, aunque acertado desde el punto de
vista metodológico, no aparece suficientemente tratado desde el
punto de vista psicológico. En trabajos de la criminóloga socialis-
ta Dubovik se analiza ampliamente este tema, sobre todo desde
el punto de vista criminológico (Dubovick, 1977).
Seguidamente, Kudriavtsev señala que en el primer eslabón no
se agotan las causas de este comportamiento y es necesario bus-
car qué lleva al hombre a ese acto volitivo, señalando entonces el
segundo eslabón como la interrelación de la personalidad y las
condiciones objetivas en las que se encuentra, es decir, la situa-
ción vital concreta.1 Enfatiza el hecho de que a la decisión delictiva
siempre le preceden «constantes premisas psicológicas», donde
destaca intereses, necesidades y costumbres que determinan sus
fines y motivos.
Privilegia el papel de la personalidad, sin absolutizarlo, pero
habla de una tendencia antisocial en diferentes grados como tí-
pico de las personalidades de los sujetos que cometen delitos, lo
cual analiza en otros momentos de su obra.
Creo que se produce en el momento subjetivo del proceso una
contradicción entre lo que ha sido la esencia de su abordaje, es

1
Por situación vital concreta, como concepto criminológico, V. N. Kudriavsetv conside-
ra «el conjunto de circunstancias en la vida de determinada persona, que contribuye
al surgimiento en el individuo en determinadas condiciones de la decisión de come-
ter un delito».

153
decir, la consideración de que es un conjunto de circunstancias
relacionadas dialécticamente las que determinan el fenómeno, y
su referencia a la «tendencia antisocial», que se aprecia como un
resultado estable de la personalidad.
Como vimos, la subjetividad individual se va formando como
producto de la relación del individuo con su realidad a lo largo
de su historia, y ella se expresa en formas psicológicas que son la
esencia de su funcionamiento, pero que adquieren una indepen-
dencia de esa historia que hace que su relación con la actualidad
y su expresión conductual no pueda anticiparse desde el análisis
de una relación directa subjetividad-realidad actual.
Considero que hablar de tendencia de la personalidad es ne-
gar el carácter activo del sujeto y la relación dialéctica que la per-
sona establece con su medio, lo cual hace difícil de predecir con
exactitud su comportamiento.
Al referirse concretamente a la situación vital, considera en ella
problemas que lo afectan emocionalmente, tanto pueden ser mo-
mentáneos como más estables. Este momento del eslabón, desde
mi punto de vista aparece insuficientemente tratado; él represen-
ta, y el autor lo reconoce, la influencia de la realidad actual sobre
el individuo, y la percepción subjetiva de esta tiene una gran signi-
ficación desde el punto de vista psicológico, sobre todo si se trata
de una realidad que en su relación con la personalidad da lugar a
una decisión delictiva, conducta con una alta repercusión en la
vida futura del hombre por lo que ella determina o no en su reali-
zación.
Tampoco con este segundo eslabón se agotan las causas que
permiten explicar la conducta delictiva, y al respecto se pregunta
Kudriavtsev: «¿Qué es lo que origina la tendencia antisocial de la
personalidad?» y responde más adelante «La desfavorable for-
mación de la personalidad es la causa principal del origen de las
costumbres y puntos de vistas antisociales»; en este sentido
enfatiza la educación moral.
Aunque privilegia el papel de la personalidad en el análisis de la
conducta delictiva, no la sobredimensiona, dando un peso impor-
tante a las circunstancias de la realidad objetiva; pero vistas en su

154
relación con la primera. Este, desde mi punto de vista, es un análi-
sis importante que refleja una concepción materialista dialéctica
del fenómeno, poco frecuente en la literatura científica sobre el
tema.
Al referirse al tercer eslabón, es decir, a las condiciones de for-
mación de la personalidad, el autor analiza la familia, la escuela,
la esfera laboral y las características del barrio. En este sentido
señala la importancia de los grupos humanos en la educación de
la personalidad y ofrece características encontradas en investiga-
ciones sobre el tema; sin embargo, no aborda el problema de
cómo se produce esa influencia educativa, es decir, el proceso
sociopsicológico que le sirve de base (socialización) ni las varia-
bles psicosociales que intervienen en él; así mismo, está ausente
el papel de los grupos informales y de la comunidad en este pro-
ceso, lo cual sin dudas es reflejo del estado de los estudios de
esos ámbitos en el contexto de la psicologia social de la URSS en
ese momento.

Propuesta
A partir de una integración que incorpore los presupuestos crimi-
nológicos que considera Kudriavtsev y los sociopsicológicos ana-
lizados en este propio trabajo, podemos proponer un modelo
para el estudio de la conducta delictiva, el cual es posible avalar
con los resultados empíricos de nuestras investigaciones realiza-
das a lo largo de casi 20 años de ejercicio profesional, labor do-
cente e investigativa.
La expresión conductual resulta esencial para abordar el estu-
dio de la conducta delictiva, porque esta no puede ser analizada
como proceso, ni tampoco sus causas si el fenómeno no se ha
expresado. No podemos estudiar la conducta delictiva en jóve-
nes estudiantes que no la han manifestado. Esta realidad condi-
ciona la necesidad de investigar el fenómeno de forma retrospectiva,
después que el mismo apareció y lleva implícito el sesgo que in-
troduce la experiencia acumulada después de su aparición, tanto
para el individuo como para la sociedad.

155
Esta realidad condiciona también el tipo de técnica que puede
ser empleada para su estudio. Si se trata de aproximarnos al co-
nocimiento de los procesos reales que antecedieron al compor-
tamiento objeto de estudio, es sin dudas la entrevista el método
básico para ello, por las posibilidades que brinda, si se establece
una buena empatía con el sujeto en un clima de confianza y co-
municación, de reconstruir la historia del individuo, por supues-
to, con el sesgo que significa, y ya apuntamos, la mediatización
reflexiva del sujeto sobre ella y que forma parte de su experiencia
individual.
Si queremos aproximarnos al conocimiento de los procesos psi-
cológicos que explican este fenómeno, a partir de la inferencia
que se deriva de las respuestas a circunstancias semejantes, pue-
den utilizarse las situaciones conflictivas, sobre todo presentadas
de forma indirecta, a través de terceras personas, lo que permite
que el sujeto proyecte su subjetividad en el análisis de las cir-
cunstancias y en las respuestas conductuales que propone para
otros. Las técnicas abiertas, como las composiciones, donde el
sujeto puede expresarse libremente a través de lo cual emerge su
mundo interior, facilitándose el análisis del mismo, también re-
sultan técnicas de gran utilidad, sobre todo cuando los sujetos
poseen un buen nivel cultural que le posibilita una expresión ver-
bal adecuada.
Elementos tan importantes como la personalidad y la relación
de esta con su realidad (situación vital concreta) que precede al
momento de la decisión delictiva y la condicionan, escapan a una
aproximación cercana a su conocimiento, tal y como se presenta-
ron en la realidad, por el tiempo y las circunstancias (control for-
mal e informal) que median entre ese momento y el del estudio y
su consecuente reflejo en la subjetividad del individuo que apor-
ta la información. No obstante, las técnicas que permiten la re-
flexión del individuo y las que elicitan su proyección brindan una
rica información al respecto.
A pesar de las limitantes metodológicas que señalamos, pro-
ponemos el estudio de la conducta delictiva siguiendo el siguiente
modelo psicosocial:

156
A cualquier conducta humana le antecede un proceso de toma
de decisión para realizarla; este puede ser un proceso simple, breve
y prácticamente automático que lo hace casi imperceptible para el
individuo; pero puede también ser elaborado, complejo, que movi-
lice las potencialidades de la personalidad de este al máximo y den-
tro de estos dos extremos se mueve una diversidad de procesos de
toma de decisión que responden a complejidades circunstanciales
diferentes.
Desde mi experiencia, estudiar el proceso de toma de decisión
es válido para las acciones que implican la violación de una nor-
ma legal, por el impacto que sus consecuencias anticipadas de-
ben tener en la subjetividad del individuo, pues ocasionan un
daño social que genera rechazo y por el castigo que la sociedad
puede imponer, en este caso representada por su sistema jurí-
dico-penal. En este grupo podemos incluir las conductas que pue-
den ser sancionadas a través de contravenciones o aquellas
tipificadas como delitos y que pueden ser objeto de cualesquiera
de las medidas que se expresan en el Código Penal.
El proceso de toma de decisión delictiva es el resultado de la vi-
vencia de un problema, necesidad o conflicto actual por parte de la
persona que toma la decisión. La actualidad del conflicto viene dada
por su presencia en el presente, en la contemporaneidad de su com-
portamiento, aunque este haya tenido su origen y desarrollo a lo
largo de un período prolongado de su vida. El valor de actualidad
viene dado por la vivencia que tiene el individuo de él y su no reso-
lución.
Aquí volvemos a significar que lo importante es cómo el indivi-
duo vivencia la situación, cómo se refleja en su subjetividad y no
cómo un observador externo la evalúa, porque este no puede
comprender la significación movilizadora que tiene para el suje-
to que toma la decisión delictiva, ya que él la aprecia como situa-
ción aislada desprovista de la historicidad que tiene para el otro.
Al respecto expresa F. González (1993):
«Lo social tiene una configuración histórica en la integración
del sujeto psicológico real que se expresa en su personalidad, pero
tiene una configuración actual permanente que se perpetúa día a

157
día en la relación sujeto-sociedad. El sentido de esta relación mo-
dificará la personalidad desde una perspectiva histórica, y a la
vez la personalidad será uno de los determinantes esenciales del
sentido de esta situación en cada momento actual.»
La historia de su relación con los otros puede quedar expresa-
da en la subjetividad individual en forma de carencias, necesida-
des que tienen una significación conflictual para el individuo y
que pueden actualizarse en su relación con los otros en la con-
temporaneidad, dando lugar junto a otras circunstancias al com-
portamiento delictivo.
Al proceso de toma de decisión delictiva se llega por la rela-
ción que establece la personalidad con la situación real en que se
encuentra, tal y como es percibida por ella. Kudriatsev señala la
importancia de la relación, en el sentido de no atribuir el peso en
la decisión delictiva a la personalidad o a la situación vital con-
creta de forma independiente, y en este sentido señala que nin-
guna personalidad por sí sola puede llevar a la comisión de un
delito, ni tampoco ninguna situación vital concreta; sólo la rela-
ción entre ambas es lo que lleva a la decisión.
Kudriavtsev (1987) entiende por situación vital concreta en el
sentido criminológico: «el conjunto de circunstancias en la vida de
determinada persona, que contribuyen al surgimiento en el indivi-
duo, en determinadas condiciones, de la decisión de cometer un
delito».
Al referirse a ella el autor le señala un contenido objetivo que
viene dado por las condiciones reales en las que el individuo se
encuentra, y un contenido subjetivo que es la percepción que el
individuo tiene de ella.
Como he señalado con anterioridad, prefiero hablar de cómo
vivencia el individuo la situación en que se encuentra, porque es
precisamente la carga emocional relacionada con su experiencia
pasada la que participa con mayor fuerza, dando una determina-
da significación más o menos relevante a la situación objetiva en
la que se encuentra, la que a su vez da lugar a que el sujeto tome
una u otra decisión en relación con ella.

158
Una persona que ha vivido en un contexto familiar caracteriza-
do por un estilo de relación agresivo, donde la humillación al
otro sea parte de la cotidianidad, puede percibir en una persona
que se opone o contradice su opinión en un grupo cualquiera,
un intento de agresión, algo humillante y responder en conse-
cuencia agresivamente. Son los casos de personas que reaccio-
nan violentamente ante un hecho que para los observadores no
tiene gran relevancia y «no pueden explicar por qué sucedió así».
La situación en la que se encuentra la personalidad es una para
todos los individuos, su reflejo en la subjetividad de ellos puede
ser diverso en dependencia de la historia individual de cada suje-
to, la que le aporta la carga afectiva y el sentido a la situación y
da lugar a decisiones diferentes.
Por lo anterior, en el estudio de la conducta delictiva lo impor-
tante no es el estudio de manera aislada de la situación o de la
personalidad, sino de la relación que se establece entre ambas.
Para el estudio de la situación vital concreta es importante el
conocimiento de la presencia para el sujeto de problemas a re-
solver, necesidades o conflictos no resueltos y que movilizan al
individuo en la dirección de encontrar una respuesta a los prime-
ros o los medios para satisfacer las segundas o resolver los terceros.
¿Cómo se da respuesta a los problemas, qué vías o medios se
escogen para satisfacer las necesidades o resolver los conflictos?
Esto depende de la personalidad del individuo.
Con relación a la personalidad resultan importantes las forma-
ciones psicológicas que tienen un papel relevante en la regula-
ción del comportamiento, como puede ser el sistema de
necesidades y motivos; la autovaloración, los ideales y los objeti-
vos futuros; los que, en el vínculo establecido por el individuo
con la realidad, para él conflictiva, problemática o carencial, par-
ticipan como mediadores orientando su comportamiento en una
u otra dirección.
En el nivel individual del análisis del comportamiento desvia-
do, el estudio de la personalidad tiene un lugar privilegiado por
constituir el nivel superior de regulación del comportamiento; pero
su estudio desde mi punto de vista no debe constituir un objetivo

159
en sí mismo para explicarlo; sino como producto y mediadora de
la realidad exterior con la que el individuo se vincula.
Fuera de su vínculo con la realidad, la personalidad del sujeto
desviado no nos dice nada acerca del comportamiento actual o
futuro. Creo que hablar de personalidad del delincuente o perso-
nalidad del desviado o de tipos de personalidades delincuenciales,
sólo tiene un valor estigmatizante y en nada aporta al pronóstico
o a la prevención del comportamiento. El valor funcional de la
personalidad, como nivel superior de regulación del comporta-
miento, está dado en su vínculo con la realidad, fuera de ella es
una abstracción que nada permite predecir de un individuo en
particular.
El estudio de la personalidad para la comprensión del compor-
tamiento desviado posee un valor funcional, tanto en la explica-
ción general del proceso como en un caso individual específico y
esto es lo que le concede un lugar en el complejo causal explica-
tivo de este tipo de comportamiento.
Ahora bien, el lugar de la personalidad en el complejo causal
hay que analizarlo en dos momentos, como mediador en la orien-
tación y regulación del comportamiento del individuo en la deter-
minada situación vital concreta o conflictiva actual, y como producto
de una historia que la ha configurado.
En este sentido señala F. González, (1993): «En ambos momen-
tos, el histórico, configurado en la categoría personalidad, relati-
vamente autónomo de lo social actual, y el actual, característico
de la relación sujeto-sociedad, son objeto de la investigación cien-
tífica y no deben ser simplificados subsumiendo uno dentro del
otro».
Lo anterior nos lleva a plantearnos ¿cuál ha sido la historia a
través de la que se ha ido formando esta personalidad? La respues-
ta a esta pregunta nos conduce precisamente al estudio del proceso
de formación de la personalidad, a la socialización del individuo,
ya analizado con anterioridad en este propio trabajo. Aquí pre-
tendemos detenernos a señalar los aspectos esenciales que en
cada agente de socialización deben ser analizados como indi-
cadores del proceso.

160
En relación con la familia consideramos importantes:
• La comunicación.
• La estructura.
• El clima sociopsicológico.
• Los métodos educativos.
• Indicadores de desajuste social.

En la escuela:
• La comunicación.
• Los métodos educativos.

En el centro laboral:
• La comunicación.
• Los métodos educativos.

En los grupos informales:


• La actividad que los sustenta.
• Las particularidades de sus miembros.
• Indicadores de desajuste social.
• Significación del grupo para el individuo.

En la comunidad:
• La comunicación con las organizaciones.
• El clima sociopsicológico.
• Indicadores de desajuste social.
• Métodos educativos.

La comunicación, como ya señalamos al analizar la socializa-


ción, es uno de los contenidos más importantes de este proceso,
pues a través de ella este se realiza; ello explica por qué es común
en el análisis de todos los agentes de socialización.
Andreeva (1984) considera la comunicación: «como la condi-
ción más importante de asimilación por el individuo de los logros
del desarrollo histórico de la humanidad, sea ello en un micronivel,
en el ambiente circundante, inmediato, o en el macronivel, en todo
el sistema de vínculos sociales».

161
La comunicación tiene dos niveles, uno personal y otro imperso-
nal, que se realizan en la relación con los otros; el primero, en el
vínculo concreto que se establece; y el segundo por la significa-
ción que le imprime su pertenencia a otros grupos humanos, pe-
queños o grandes, es decir, como representante de esos grupos,
y esto, quiéralo o no, se expresa en la comunicación; aunque,
sobre todo, el segundo nivel no siempre sea objeto de estudio.
Tradicionalmente en la psicología social se abordan los proble-
mas de la estructura y de la función de la comunicación. Al anali-
zar la estructura se señalan tres aspectos:
• El comunicativo como intercambio de información.
• El interactivo como organización de las acciones en la
interacción.
• El perceptivo como los procesos de percepción entre sí de los
que se comunican, y la comprensión mutua que se establece
sobre esta base.
Con relación a las funciones de la comunicación se señalan
tres: la informativa, la reguladora y la afectiva. Sherkovin consi-
dera que la comunicación tiene funciones sociales y psicosociales,
y Andreeva (1984) considera que la psicología social se ha ocu-
pado de las propiamente psicosociales.
Personalmente considero que esto fue así hasta que comienza
a desarrollarse la psicología política, como disciplina (lo cual se
ubica por la década del setenta) dentro de la cual la función so-
cial de la comunicación ocupa un lugar importante dentro de su
objeto de estudio.
En nuestro modelo para el análisis del comportamiento desvia-
do hemos centrado la atención en las funciones de la comunica-
ción en el nivel psicosocial, que se expresa en la relación entre los
individuos en el micromedio social.
La función informativa se refiere a la transmisión-recepción de
información; la función regulativa, al control del comportamien-
to que hacen los individuos atendiendo a la relación que estable-
cen con los otros y la función afectiva tiene que ver con la
expresión auténtica de la esfera emocional de la personalidad en

162
su relación con los otros cuando considera al otro también como
sujeto de la comunicación y no como un mero receptor pasivo.
En la práctica estas tres funciones están integradas en el proceso
de comunicación real; aunque cuando esta no se produce ade-
cuadamente, puede quedar una de ellas privilegiada, lo cual ten-
drá su consecuente expresión en el proceso de formación de la
personalidad en el contexto de su socialización, en particular en
la configuración de su subjetividad.
Lo anterior condiciona la necesidad de su estudio para la iden-
tificación de los determinantes del comportamiento individual
en tanto modeladores de su personalidad.
Su estudio resulta importante, como ya señalamos, en todos
los grupos humanos en los cuales el individuo se inserta.
En vínculo con el proceso de comunicación y como forma de
expresión de esta, se estudia el carácter de las relaciones interper-
sonales que se establecen al interno de los grupos humanos que
funcionan como agentes de socialización. Al respecto señala
Lomov (1989):
«La comunicación siempre posee un carácter concreto-
situacional y transcurre en dependencia de cómo se forman las
relaciones entre sus participantes.» Entre comunicación y relacio-
nes interpersonales se produce un mutuo condicionamiento en
el que la primera determina el carácter de la segunda y esta la
efectividad de aquella, resultando difícil delimitar cuál determi-
na a cuál, si se analiza como producto y no como proceso desde
su ontogénesis.
La comunicación es un indicador importante y común a estu-
diar en los diferentes grupos humanos como señalamos, por eso
hemos querido comenzar por ella.
La estructura es otro indicador dentro de la familia como agen-
te socializador y se refiere a su composición; se establecen dos
tipos: familia nuclear y familia extensa. La familia nuclear, que
está constituida por los esposos y sus hijos no casados, y la fami-
lia extensa incluye a esta, pero además se encuentran otros pa-
rientes como abuelos, tíos, primos y otros.

163
Dentro de la estructura de la familia existen dos elementos muy
importantes dentro del análisis que permite el modelo propues-
to: la presencia de ambos padres o no en la educación de los
hijos y la coexistencia de varias generaciones participando con
sus métodos y sus valoraciones, no siempre coincidentes, en la
educación del sujeto, como resultado de lo cual se producen afec-
taciones en la función socializadora de este agente.
Los métodos educativos son los procedimientos a través de los
cuales se ejerce la autoridad sobre el sujeto en el proceso de edu-
cación. Se reconocen varios tipos: impositivo, permisivo, incon-
sistencia, racional y negligente.
Impositivo. También se denomina coercitivo o autoritario. Se
trata a través de la fuerza, moral o física, de que el otro asuma el
comportamiento que se le exige, sin que medie un conocimiento
de las posibilidades con que cuenta para hacerlo y sin explicarle
el porqué es necesario que se conduzca así. No se tiene en cuen-
ta al otro como personalidad.
Permisivo. Es la ausencia total de autoridad que sirva para esta-
blecer límites y contener el comportamiento del sujeto dentro de
los cauces exigidos institucional, grupal o socialmente. Se carac-
teriza por el enunciado o pronunciamiento de la exigencia, pero
sin respaldo autoritario real para que el sujeto lo cumpla, aun
cuando se le puede explicar el porqué.
Inconsistencia. Es el uso de los dos anteriores en diferentes mo-
mentos y ante una misma circunstancia. También se incluye la
poca sistematicidad en el control del cumplimiento por parte del
sujeto de lo que de él se exige.
Racional. También se conoce como persuasivo. Se basa en la
utilización de argumentos racionales que expliquen la necesidad
de un comportamiento que se le exige al individuo en un mo-
mento determinado y de la posibilidad de que él participe en la
decisión. Resulta el más adecuado para el desarrollo de la perso-
nalidad en condiciones normales, pues en situaciones críticas, de
emergencia, el impositivo puede ser el adecuado, lo cual es ex-
cepción y no regla en la vida cotidiana.

164
Negligente. Se caracteriza por la despreocupación por parte de
los otros (padres, maestros, dirigentes) con relación al comporta-
miento de los sujetos (hijos, alumnos, trabajadores o vecinos), lo
cual se expresa en una ausencia total de exigencias a sus compor-
tamientos.
El problema de los métodos educativos como indicador dentro
del modelo que proponemos abarca la esfera familiar, la escolar
y también la laboral y comunitaria, estas dos últimas en lo que se
refiere a las funciones educativas de las organizaciones que for-
man parte de ellas y a las cuales el individuo se encuentra inte-
grado.
La utilización de métodos educativos inadecuados en la escue-
la puede llevar a un insuficiente control de la disciplina, que se
expresa en fugas, ausencias injustificadas y la paulatina desvin-
culación hasta llegar a la deserción, lo que propicia un insufi-
ciente desarrollo de intereses cognoscitivos.
En el centro laboral las insuficiencias de este indicador se ex-
presan en descontrol de la disciplina laboral, el establecimiento
de débiles vínculos laborales, lo cual tiene también su expresión
en la personalidad del individuo; no contribuye a fomentar inte-
reses en esta área, a formar el sentido de responsabilidad y a una
mayor integración social.
En la comunidad, cuando las organizaciones que actúan en
ella no hacen un uso adecuado de métodos educativos, desem-
peñan un papel importante en el incremento de la marginación
social del individuo y en su estigmatización.
El clima sociopsicológico en un grupo se forma a partir de las ex-
periencias de sus miembros, las percepciones que tienen de los otros,
de sentimientos, valoraciones y opiniones que emergen ante de-
terminadas circunstancias en el medio circundante. En su con-
junto expresan un estado de ánimo del grupo relacionado con
las expectativas que tienen del desempeño de los roles de sus
miembros y del grupo en su conjunto.
El clima sociopsicológico influye sobre el individuo en tanto
favorece o no las acciones individuales y condiciona el estilo de
comunicación y relación de los miembros del grupo entre sí y

165
fuera de él, lo cual puede resultar positivo o negativo en depen-
dencia del tipo de clima que prevalezca.
En el micromedio social donde prevalece la lucha de todos con-
tra todos, surge un clima sociopsicológico tensional y estilos de
comunicación y relación entre las personas cargados de agresivi-
dad, que pueden expresarse fuera de los contextos que le dieron
origen.
Las familias que se caracterizan por relaciones interpersonales
«difíciles» de frecuentes discusiones, donde el «otro» no es consi-
derado, generan climas tensos que influyen sobre el individuo, man-
teniéndolo altamente dispuesto a responder cualquier agresión y
matizando su percepción de la realidad, la cual se deforma resul-
tando para el individuo «agresiva», aún cuando realmente no sea
así, y reaccionando en consecuencia con esta percepción.
En relación con esto señala Predvechni: «... la comunicación resul-
ta un medio funcional para la creación del clima psicológico-social
sobre cuyo marco se manifiestan las necesidades del grupo y los
niveles de las pretensiones; surgen y se solucionan los conflictos
interpersonales e intergrupos, se forman los estados de ánimo y las
opiniones con determinada orientación, intensidad y estabilidad»
(Predvechni y Sherkovin, 1981).
El clima sociopsicológico nos interesa en la propuesta de mode-
lo que analizamos, tanto al interno de la familia como de la comu-
nidad. El de la primera no está ajeno al de la segunda; muchas
veces nos encontramos una coincidencia entre ambas, pero des-
graciadamente en un sentido negativo, que favorecen la aparición
de conductas desviadas en sus miembros por el clima tensional
que promueve la conducta de irrespeto al otro, aun fuera de esos
contextos. Esta situación es bastante común en las historias de vida
de personas que han llegado a cometer delitos.
Cuando hablamos de indicadores de desajuste social nos refe-
rimos a la expresión de inadaptación social de adultos que tie-
nen una influencia educativa a lo largo de la vida del individuo
por su papel como modelo (padre, madre, otros familiares de más
edad), o de grupos concretos con los cuales tiene un vínculo a lo
largo de su vida y funcionan por tanto como agentes de sociali-
zación, como es el caso de la comunidad.

166
Los indicadores que hemos escogido por su impacto directo en
la subjetividad individual, como medios para la solución de pro-
blemas (real o no) que el individuo aprehende en su vida cotidia-
na y su relación con los otros son: el alcoholismo, la conducta
sexual desorganizada y los antecedentes delictivos.
Estos aspectos fueron analizados cuando vimos la familia como
agente de socialización y puede extenderse su análisis a los gru-
pos informales y a la comunidad, por la inserción estrecha del
individuo en ellos.
Debemos referirnos ahora a los indicadores que apuntamos para
los grupos informales. En primer lugar señalamos la actividad
grupal, es decir, lo que caracteriza al grupo y que dio lugar o
mantiene su existencia como grupo; puede ser una actividad con-
creta, específica o no, por ejemplo algunos de estos grupos sur-
gen a partir de su interés común por la música rock, acuerdan
objetivos en esta dirección, como pueden ser: mayor conocimiento
y actualización en relación con el género, sus intérpretes y sus
vidas privadas, y derivado de esto surgen acciones conjuntas: asis-
tencia a conciertos, intercambio de vídeos, revistas y otros mate-
riales que permiten cumplimentar sus objetivos y satisfacer sus
intereses. Por supuesto todo esto funciona tan íntimamente inter-
relacionado que el individuo no tiene plena conciencia de cada
uno de los momentos de este accionar del grupo.
Cuando señalamos la actividad o acción del grupo como uno de
los indicadores a estudiar dentro de los grupos informales en nues-
tro modelo, nos estamos refiriendo a los intereses comunes de los
miembros que dieron lugar al surgimiento del grupo, los objetivos
que como grupo se proponen y las acciones conjuntas que desarro-
llan para su consecución.
Las particularidades de los miembros del grupo pretenden iden-
tificar su homogeneidad o no, si es el grupo que se corresponde
con el desarrollo del sujeto estudiado o no, es decir, cuál es el in-
tervalo de edades en que se mueve, si hay predominio de uno u
otro sexo; el nivel cultural e integración a una actividad social (es-
tudio o trabajo); con estos datos se pretende conocer cuán cerca-
no o lejano se encuentra el sujeto de su grupo informal y las

167
posibilidades de este de ejercer una influencia positiva o no sobre
sus miembros.
La acción que desarrolla el grupo y las particularidades de sus
miembros indican la orientación de su influencia como agente
de socialización, lo cual unido a la significación que este posee
para el individuo va consolidando el carácter de esta influencia.
La significación del grupo para el individuo no es más que las
expectativas que tienen los miembros de lo que para ellos puede
representar, en el orden afectivo y material. En edades tan impor-
tantes para el proceso de socialización como la adolescencia y la
juventud, la hiperbolización de las funciones del grupo puede
influir negativamente sobre sus miembros, en tanto le confieren
un espacio de contención afectiva y emocional que no puede
desempeñar por la propia madurez de los miembros del grupo o
por sus características, similares en cuanto a necesidades y caren-
cias al del sujeto que se estudia.
Lo que el individuo refiere acerca de lo que para él representa
el grupo es un indicador que orienta hacia las insuficiencias de
otros agentes en el proceso de socialización del individuo.

168
PREVENCIÓN SOCIAL
M.SC. MARISOL SÓÑORA CABALEIRO

Responder a toda una serie de interrogantes planteadas al tema


de la criminalidad en el actual orden mundial configurado por
un proceso de globalización neoliberal que se traduce en pobre-
za y exclusión social de enormes sectores de la población mun-
dial, constituye uno de los desafíos de la ciencia.
Según el concepto de desarrollo humano empleado en el Pro-
grama de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), una de las
dimensiones del desarrollo es precisamente el desarrollo de la
gente, para la gente y por la gente. En correspondencia con esta
concepción, el diseño e introducción en las estrategias naciona-
les de desarrollo, de un componente preventivo que articule la
participación ciudadana, son perspectivas de creciente recono-
cimiento ante tendencias observables a escala internacional: creci-
miento y rejuvenecimiento de la delincuencia, conjuntamente con
el incremento de su peligrosidad y del sentimiento de inseguridad.
No obstante, el llamado de la Organización de las Naciones
Unidas dirigido a los gobiernos para que incrementen sus inver-
siones en materia de prevención y dispongan de una política pre-
ventiva a largo plazo, capaz de garantizar logros a corto plazo,
no siempre se ha traducido en acciones nacionales concretas.
Estrategias nacionales e internacionales que promuevan un de-
sarrollo sostenible con base en la erradicación de la desigualdad
y exclusión social, la pobreza, la discriminación racial, la xenofo-
bia, el desempleo y en la extensión del acceso de las mayorías a
la educación, la salud, la cultura, vivienda y seguridad social,

169
constituirían un sólido cimiento para la paulatina disminución
del flagelo de la delincuencia: trata de personas, tráfico de emi-
grantes, de armas de fuego y de drogas; corrupción, delitos rela-
cionados con la informática y el terrorismo de Estado.
En atención a estos y otros muchos argumentos, el tratamiento
del tema de la prevención del delito por la criminología debe
asumirse con un enfoque integrador de diversos saberes sobre
una realidad social compleja que requiere para su transforma-
ción de la voluntad y las acciones de todos.
Aproximarnos al marco teórico metodológico de la prevención
del delito como punto referencial tanto para su estudio como
para la instrumentación práctica de las acciones, constituye el pro-
pósito de este capítulo. Las intervenciones preventivas incorpo-
ran un diverso conjunto de objetivos, métodos y actuaciones, y
disponer de un marco teórico es esencial.
Es innegable el camino recorrido en Cuba durante estos años.
De un período en el cual la investigación científica era práctica-
mente desconocida, se ha llegado a una etapa en el desarrollo
de la actividad científica en la cual el país ya cuenta con un po-
tencial de profesionales preparados para el desempeño de esta
actividad. Entre los autores consultados para la elaboración de
este capítulo el lector encontrará por tanto referencias a los tra-
bajos de estudiosos cubanos cuyas investigaciones enriquecen y
contextualizan la criminología a la realidad cubana.
Prevenir el delito significa actuar, transformar, cambiar, sociali-
zar, en fin, globalizar solidaridad, justicia, igualdad, educación,
salud, empleo, dignidad y desarrollo, y lograrlo reclama de los
profesionales una activa y responsable posición ante la realidad
social, económica y política de sus respectivos países.

¿PARADIGMA CUBANO DE PREVENCIÓN?


¿Existe en Cuba un sistema de prevención social?, ¿podemos re-
ferirnos a un paradigma cubano de prevención?
Estas son interrogantes a las cuales el lector podrá encontrar
respuesta al examinar no sólo la evolución de la prevención so-
cial en correspondencia con las características propias de la so-

170
ciedad cubana en cada etapa histórica, sino también al analizar
todo un conjunto de normativas jurídicas que legitiman e insti-
tucionalizan la prevención.
Tomando como punto de referencia el triunfo del 1ro. de ene-
ro de 1959 nos referimos a una etapa prerrevolucionaria que com-
prende la Cuba colonial y la república neocolonial, y a una etapa
revolucionaria al interior de la cual se perfilan algunos períodos.
La sociedad colonial se caracterizó, utilizando palabras del estu-
dioso cubano Don Fernando Ortiz, por la corrupción, la violencia y
la criminalidad existentes entre gobernantes y gobernados. Más
que de prevención comunitaria se trató entonces de concentrar
determinados «delitos y delincuentes» en barrios reservados para
los excluidos de la gran sociedad de entonces.
La república neocolonial mantuvo males similares a los arras-
trados desde la colonia; las condiciones miserables de vida del
pueblo, los bajos salarios, el desempleo, el analfabetismo, la
insalubridad, la falta de atención médica, la discriminación racial
y de la mujer, la corrupción político-administrativa, la violencia,
el juego y la prostitución fueron rasgos significativos de ese pe-
ríodo histórico.
El impacto que tuvo el triunfo revolucionario de enero de 1959
en todas las esferas de la sociedad sentó las pautas de la praxis
preventiva comunitaria cubana, paradigma expresado en la ins-
trumentación práctica, inmediatamente después del programa tra-
zado en La historia me absolverá.
Hoy en Cuba la prevención social descansa en los logros y ven-
tajas socioeconómicos, políticos e ideológicos del proyecto so-
cial cubano, y en los principios y valores que lo sustentan.
La década de los años sesenta, particularmente sus primeros años,
se caracterizó por ser un período de intensas transformaciones en
todos los órdenes. Se desarrollaron importantes programas con la
amplia y masiva participación de la población. En el campo de la
educación por ejemplo, se llevó a cabo la Campaña de Alfabeti-
zación (1961); se estableció la enseñanza gratuita, se realizaron
campañas de vacunación y de higienización. Tiene lugar un pro-
ceso de integración de diversas organizaciones, principalmente

171
los Comité de Defensa de la Revolución y la Federación de Muje-
res Cubanas (entre agosto-septiembre de 1960); se adopta una
Ley contra la mendicidad (459/59); y se construyeron nuevos pue-
blos rurales.
Las tareas de atención social fueron asumidas primero, por el Mi-
nisterio de Bienestar Social, creado en febrero de 1959, y más tarde
por el Departamento de Servicio Social del Partido, hasta el año 1967
que se crean en el país las primeras Comisiones de Prevención y Aten-
ción Social dirigidas por la Secretaría de Trabajo Social del Partido.
En la década del setenta tiene lugar el proceso de institu-
cionalización del país, el deslinde de las tareas partidistas de las
de gobierno. Se desarrolla un proceso de reorganización del sis-
tema judicial. Se crean los Órganos del Poder Popular (1973) cu-
yos antecedentes remiten al Poder Local, que ayudaron a
desarrollar líderes locales; se organiza la atención primaria de
salud, como parte de un proceso de descentralización del poder;
se instaura una nueva división político administrativa (1976); ocu-
rren nuevos cambios estructurales en el sistema de prevención
(se disuelven las Comisiones y esta actividad es asumida por el
Poder Popular) y se promulga un importante cuerpo jurídico re-
gulador, de alguna forma, de la actividad de prevención: la Cons-
titución (1976) reformada en 1992; el Código de la Familia (1975);
Código de la Niñez y la Juventud (1978).
En los años ochenta se inicia un proceso de rectificación de
errores y tendencias negativas que repercute en toda la sociedad
y que conllevó al retorno del protagonismo de las masas popula-
res, a la revitalización del movimiento de microbrigadas con la
creación de contingentes de constructores. Se aprueba el Decre-
to-Ley 95 de 1986, que crea el sistema de prevención y atención
social vigente hasta la actualidad.
Haciendo énfasis en el trabajo comunitario de las instituciones
se emprendieron acciones de animación cultural (casas de cultura,
Centro de Cultura Comunitaria); se crean por la FMC las casas de
atención a la mujer; en la capital del país se organizan (1988) los
primeros talleres de Transformación Integral Barrial, enclavados en
determinados barrios de la ciudad (Atarés, Cayo Hueso, La Güinera,

172
Pogolotti) estimulando la integración armónica de los ambientes
natural, construido y social, que con un estilo diferente de trabajo
exploran nuevas formas de promoción de la participación social.
La década del noventa se distingue fundamentalmente por el
impacto en la sociedad cubana de la crisis económica y de todo
un conjunto de medidas adoptadas por el Estado para contra-
rrestarla que, obviamente, repercute también en la estructura y
dinámica de la criminalidad, en el sentido de la vida de las perso-
nas, en su ideología (entendida en el más amplio sentido del tér-
mino) y entre otras, en la actividad de prevención.
No obstante las dificultades generadas y derivadas de la crisis
económica, ya en esta década la experiencia práctica y el desa-
rrollo teórico acumulados permitieron consolidar la perspectiva
comunitaria en el plano académico.
En la Facultad de Psicología de la Universidad de La Habana se
incorpora la asignatura Psicología de las Comunidades y se orga-
niza una maestría sobre la temática; el plan de estudio del depar-
tamento de Sociología incluye una disciplina sobre los problemas
sociológicos de la prevención, en el Instituto Superior del Minis-
terio del Interior se desarrolla una maestría sobre Desarrollo y
Planeación de la Prevención, y la Facultad de Derecho de la Uni-
versidad de La Habana inicia la primera maestría en Criminología,
que incluye en su programa la problemática de la prevención.
Se observa un resurgimiento y renovación de la perspectiva co-
munitaria en Cuba, que se corresponde plenamente con su con-
texto socioeconómico actual y se diferencia sustancialmente de
las condiciones que promovieron el interés por lo comunitario en
los países latinoamericanos. El cambio social en el ámbito de de-
terminadas comunidades cubanas es desarrollado por el propio
Estado, interesado en mejorar sus condiciones y calidad de vida,
aunque en esta década emergen nuevos actores sociales, gesto-
res también de este movimiento comunitario.
La política social y criminal del Estado cubano y el sistema de pre-
vención se desarrollan en la actualidad bajo el impacto de múltiples
cambios operados a escala internacional, que, trascendiendo las

173
fronteras nacionales repercuten en determinada medida en to-
dos los estados.
Cuba ha reaccionado a ello con la adopción de una serie de
medidas que han propiciado la reactivación económica del país y
han provocado también cambios a nivel macrosocial, comunita-
rio y familiar.
En la estructura y dinámica de la delincuencia también se han
operado cambios. Por ejemplo, las implicaciones para Cuba del
narcotráfico internacional son más graves: incremento de los
recalos, de los tipos de drogas introducidos en el país y de la
utilización de Cuba como trampolín para introducir la droga en
terceros países; el tráfico ilegal de personas; el terrorismo y el
aumento de la peligrosidad de delitos, como el robo con fuerza
en viviendas habitadas y el uso de armas son otros ejemplos de
estos cambios.
El asedio al turista extranjero por niños, la prostitución en am-
bos sexos, el incremento del uso indebido de drogas y la indisci-
plina social son fenómenos vinculados con el rejuvenecimiento
de la delincuencia que conforman el escenario comunitario ac-
tual en materia de prevención, en determinados territorios.
Todos estos cambios requieren ser tenidos en cuenta al diseñar
una acción, programa, estrategia o intervención comunitaria, pues
obviamente repercutirán en la actividad preventiva. Tal escenario
requiere de los sujetos preventivos mayor preparación teórica,
metodológica y práctica; un estilo de trabajo renovado; asumir la
comunidad como un importante sujeto del cambio y la transfor-
mación, y explorar nuevas vías de promoción de la participación
comunitaria.
En la actualidad son diversos los programas de trabajo social o
comunitario que se desarrollan rectorados por el Estado, por Mi-
nisterios como el de Educación o el de Salud Pública, o por la
Unión de Jóvenes Comunistas: Programa de Educación Comuni-
taria «Para la vida», Programa «Educa a tu hijo», Programa de Aten-
ción Integral Preventiva a menores en situación de desventaja
social, Programa Audiovisual, Programa de Computación, Progra-
mas de Formación de Trabajadores Sociales y de Instructores de

174
Arte, Programa «Curso de superación integral para jóvenes», Pro-
grama de divulgación y consejería orientado a la prevención del
uso indebido de drogas, y otros muchos.
El camino teórico pero sobre todo práctico, recorrido en Cuba
en materia de prevención y atención social, avala la existencia de
un paradigma cubano de prevención en permanente renovación
y fortalecimiento.

PREVENCIÓN SOCIAL Y PREVENCIÓN


DEL DELITO
Durante algún tiempo el concepto de prevención estuvo asocia-
do a la medicina como un complemento a la asistencia indivi-
dual (López y Chacón, 1997).
Entre los primeros autores que dirigieron su atención a las in-
tervenciones preventivas ante problemas psicosociales estuvieron
Erich Lindemann (1994) y Caplan. La clasificación de la preven-
ción de este último, en primaria, secundaria y terciaria, aun cuan-
do ha sido cuestionada, continúa siendo una de las más difundidas
entre los especialistas. Lofquist en 1983, por ejemplo, definió pre-
vención como «...un proceso activo y asertivo de crear condicio-
nes y/o atributos personales que promueven el bienestar de las
personas» (López y Chacón, 1997).
Etimológicamente el vocablo prevención, proveniente del la-
tín praeventio, indica la acción o efecto de prevenir, preparar, co-
nocer, disponer, organizar, prever, impedir o vencer un riesgo,
inconveniente o dificultad. El carácter proactivo y la función
pronóstica de la prevención se pueden inferir desde el simple
análisis semántico del término prevenir.
Considerando la prevención como una proyección estratégica
en la lucha contra la criminalidad, se observa, en ocasiones, un
enfoque reduccionista de tal concepto al circunscribirla única-
mente a la evitación de la comisión de delitos.
Actuar anticipadamente a que el problema se produzca, evo-
lucione y cristalice implica por una parte presumir el surgimiento y/o

175
evolución futura de determinados problemas sociales a partir del
reconocimiento de señales presentes, con base en las construc-
ciones teóricas erigidas sobre los fenómenos sociales; por la otra
atender al escenario o contexto social, económico y político en
que estos se producen.
Ante el concepto de prevención y su clasificación existen diver-
sas posiciones en dependencia no sólo de la ciencia social desde
la cual se construye, sino también en correspondencia con los
presupuestos teórico-metodológicos que asumen los autores.
Desde la sociología, el trabajo social, la psicología social y la
pedagogía por ejemplo, se trabaja con la categoría prevención so-
cial para abarcar un amplio conjunto de problemas sociales inclui-
do el delito. Es en el campo de la criminología donde se puede
encontrar una mayor producción científica y difusión del tema es-
pecífico de la prevención del delito, al constituir ambas categorías
—prevención y delito/delincuencia— objeto de estudio de esta dis-
ciplina.
Sin embargo, la ineludible relación existente entre las catego-
rías prevención social y prevención del delito se expresa, de algún
modo, en las conceptualizaciones de unos y otros profesionales.
Desde el enfoque de la sociología y el trabajo social las bús-
quedas bibliográficas apuntan a la conformación del concepto
de prevención social como un proceso construido conscientemen-
te desde la política social, cuyo desarrollo comporta el compro-
miso de accionar transformadoramente sobre la realidad social.
Como actividad social regida por la política social y criminal del
Estado en función de proteger los valores e intereses fundamentales
de la sociedad, el término, desde nuestro punto de vista, cobra sig-
nificado como una función social de toda intervención comunitaria,
se trate de la esfera de la educación, la salud, la cultura o la crimina-
lidad, y su contenido lo determinarán los problemas concretos a iden-
tificar y revertir en —por y con— cada comunidad en particular.
Se define la prevención social comunitaria como «un proceso
sociocultural y educativo dirigido a garantizar la reproducción
efectiva de relaciones sociales estables y armónicas, la reducción
de la vulnerabilidad social y la evitación de problemas sociales
criminógenos a partir de la organización, preparación y participa-

176
ción de la propia comunidad en la transformación de su realidad
teniendo en cuenta sus recursos y potencialidades» (Sóñora, 2000).
Tal concepción de esta categoría supone:
• Un enfoque multidisciplinario, integral y sistémico de la pre-
vención.
• La consideración de varias instancias.
• El carácter predominantemente educativo y sociocultural de
las acciones.
• La formación de valores como una clave del éxito del trabajo
preventivo.
• La conjugación de los intereses más generales de la sociedad con
los específicos de determinados grupos sociales, enfocando a la
comunidad como un todo a la vez que focaliza las acciones
preventivas en los sectores poblacionales más vulnerables.

177
• La concepción de la comunidad como parte de un sistema so-
cial mayor —la sociedad— con el cual se interrelaciona e
interactúa.
• La búsqueda de consensos representativos que legitimen las
normas sociales establecidas.
Analizando la categoría prevención desde un ángulo sociológi-
co la Dra. Campoalegre (1998) la definió como un tipo de actividad
social enfocada sistémicamente; una institución social reguladora
del sistema de relaciones sociales; una función social orientada a
contribuir con la organicidad y viabilidad del sistema; y un proce-
so ideológico de formación, conservación y promoción de valo-
res socialmente aceptados.
El nexo existente entre la prevención social y la prevención del
delito no es desconocido por la criminología, ciencia que distin-
gue un nivel de prevención social general y uno de prevención
criminológica especial. A la primera se le atribuye un carácter in-
directo al abarcar las directrices de la sociedad en materia de di-
fusión de la educación y la cultura, para elevar el bienestar material
y espiritual de las personas; y la segunda abarcaría la actividad de
aquellos organismos que enfrentan directamente la actividad
delictiva, como son los tribunales, la fiscalía y la policía, entre
otros.
Por otra parte, no son pocos los autores —criminólogos y
penalistas— que han examinado el tema de la prevención desde
su relación con la política social, la política criminal y los meca-
nismos de control social.
Considerando que el desarrollo de principios válidos para el con-
trol social del delito constituye uno de los objetivos de la
criminología, y estimando la prevención como un particular meca-
nismo de control social, se haría necesario hablar de los meca-
nismos de control social formal e informal del delito y sus
definiciones, e introducirnos en la polémica existente en torno a
la distinción entre ambos tipos o formas de control.
Aquellos que ubican las acciones preventivas dentro del con-
texto de una determinada política social consideran que se trata

178
de intervenir integralmente en todo un conjunto de relaciones
sociales.
En la figura B se grafica la interrelación entre la prevención
social y la prevención del delito a partir del reconocimiento de la
articulación que debe existir entre las políticas social y criminal.

PREVENCIÓN DEL DELITO.


APROXIMACIÓN CONCEPTUAL
Las definiciones coinciden en suponer que la prevención del de-
lito constituye una acción anticipada para evitar «algo», aunque
las posiciones difieren al determinar qué se pretende evitar: el
comportamiento criminal, la victimización, las oportunidades para
delinquir o las causas que generan la delincuencia.
Hay quienes postulan que no hacer nada constituye la mejor
manera de prevenir la delincuencia, pues cualquier medida que
se adopte aumentará la tasa de delitos; otros, incluso, descono-
cen la legitimidad de la prevención argumentando para ello la
posible violación, por algunas medidas de este corte, de dere-
chos ciudadanos.

179
El proceso de conceptualización, por tanto, también depende
de la posición axiológica que asuma el autor ante los fenómenos
sociales que generalmente anteceden la comisión de delitos.
Entre los criminólogos del desaparecido campo socialista se uti-
lizó el término «profilaxis social» contenido y derivado de otro
concepto más amplio: lucha contra la delincuencia.
Estos autores definieron prevención de la delincuencia como
un conjunto de medidas estatales y sociales de diversa índole (mo-
rales, psicológicas, jurídicas) dirigidas a erradicar las causas y con-
diciones que engendran el fenómeno social de la delincuencia.1
En el X Congreso de Naciones Unidas sobre Prevención del
Delito y Tratamiento del Delincuente celebrado en Viena en el
año 2000, en el documento de trabajo preparado por la Secreta-
ría para discutir el Tema 5 del Programa Provisional «Prevención
eficaz del delito: adaptación a las nuevas situaciones», se definió
el concepto de prevención de la delincuencia destacando los ele-
mentos siguientes:
• Se refiere a estrategias e iniciativas que no recurren a sancio-
nes oficiales de justicia penal y procuran promover la seguri-
dad individual y la seguridad material.
• Debe abarcar todas las formas del delito, la violencia, la
victimización e inseguridad y tener en cuenta la internaciona-
lización del delito.
• Puede enfocarse en los delincuentes potenciales, las víctimas
potenciales y las situaciones.
En este mismo documento se reconoce que la forma de pre-
vención del delito más utilizada en los últimos veinte años ha
sido la prevención situacional, es decir, la reducción de las opor-
tunidades para delinquir a través del incremento de las policías
privadas, de la industria de la seguridad también privada, y/o
mediante la adopción de una arquitectura de espacio defendi-
ble. Todo ello, por supuesto, desarrollado en los países del llama-

1
G. Avanesov, K. Igoshev (1983); Colectivo de autores alemanes (1989), citado por M.
Sóñora en «Prevención comunitaria: Investigación-Intervención», tesis de maestría,
ISMI, 1999.

180
do Primer Mundo, donde se intenta privatizar también los cono-
cidos mecanismos de control social informal.
Entre los principios a observar en el diseño e instrumentación
de la prevención de la delincuencia, recogidos en igual docu-
mento, se mencionan:
• El papel directivo de los Gobiernos en el reconocimiento de la
prevención como componente esencial del desarrollo social.
• El carácter multisectorial que debe caracterizar las estrategias
de prevención del delito, incluyendo a la comunidad en todas
las fases de la planificación y aplicación de dichos programas.
• La necesidad de que las estrategias ataquen el problema de la
delincuencia en sus raíces a través de políticas de índole so-
cial, económica, educativa y de salud.
• La promoción de un diagnóstico riguroso, un plan de acción,
una estrategia de aplicación y una evaluación de su eficacia.
Considerando el largo período que suele transcurrir entre los
intentos preventivos y la posibilidad de constatar sus efectos, al-
gunos estudiosos del tema han propuesto el término de promo-
ción. Conceptualizándolo como una noción positiva sus afiliados
plantean que a diferencia de la prevención, que se dirige a las
necesidades de déficit, la promoción se propone alcanzar las ne-
cesidades de desarrollo, es decir, las aspiraciones.
Martínez, et al. (1988) proponen la siguiente definición del con-
cepto de promoción: «Estrategia mediadora entre la gente y sus
ambientes, sintetizando la elección personal y la responsabilidad
social de manera que se cree un futuro mejor».2
Las características de las actividades de promoción son: no están
orientadas al déficit, implican a la población en su conjunto en
lugar de enfocarse a grupos de riesgo, se proponen la participa-
ción de la comunidad en todas las fases del proceso, se relacionan
directamente con las condiciones de vida y combinan enfoques y
estrategias diversos pero complementarias.

2
Citado por M. Sóñora en «La prevención social y la prevención del delito. Niveles de
la prevención», conferencia impartida en el Curso de Formación de Trabajadores
Sociales, La Habana, 2000.

181
El Programa Director de Promoción y Educación para la Salud
en el Sistema Nacional de Educación Cubano también se inscribe
en esta línea y define el concepto de Promoción de Salud, como
la manera de «propiciar a hombres y mujeres los medios necesa-
rios para mejorar su salud y ejercer un mayor control sobre ella»,
donde la «salud» es concebida como «el bienestar físico, psíqui-
co y social del hombre como resultado de la equilibrada
interacción con el medio ambiente en que se desarrolla».3 Entre
los ejes temáticos fundamentales que se tratan en el programa se
encuentra la educación antitabáquica, antialcohólica y antidroga.
R. León (2000) se afilia a aquellos que utilizan la categoría
prevención Integral para contextualizar las estrategias preventi-
vas al medio social en el que están inmersos los sujetos sociales.
Esta línea de pensamiento centra su atención en las potenciali-
dades y capacidades de las personas más que en sus debilida-
des y se apoya en una estrategia de desarrollo cultural alternativo
a aquellos factores socioculturales asociados a los problemas
objeto de la prevención.
El modelo de prevención de riesgo psicosocial en la adolescen-
cia «Chimalli» M. E. de Castro (1998), también subraya el rol de los
factores de protección y del desarrollo de habilidades de comuni-
cación e interrelación.
El contenido de la prevención del delito usualmente se ha vincu-
lado con las diversas clasificaciones existentes de la prevención.

CLASIFICACIÓN Y NIVELES
DE LA PREVENCIÓN DEL DELITO
Al planificar las acciones de prevención del delito se deben consi-
derar las instancias en las cuales se ejecutarán los programas y pro-
yectos preventivos diseñados en función de determinados objetivos
y coherentes con las estrategias seleccionadas. De estas instancias
dependerán, en gran medida, los sujetos involucrados, las vías y

3
Colectivo de autores, Programa director de Promoción y Educación para la Salud en
el Sistema Nacional de Educación, La Habana, 1999.

182
medios a utilizar y, hasta el propio contenido de las acciones. La
integración o no de estas instancias o niveles en un sistema incidi-
rá en la eficacia e impacto de la estrategia preventiva.
Los niveles guardan una estrecha relación con la clasificación
que se haga de la prevención del delito.
Los niveles de la prevención desde la perspectiva del trabajo
social o la psicología social, por citar un ejemplo, pasan por los
niveles societal, comunitario, grupal e individual. El primero nos
remite a procesos y fenómenos macrosociales, a toda la sociedad
como contexto global, como organización social mayor; el se-
gundo constituye un nivel intermedio entre lo grupal y lo macro-
social, se refiere a las relaciones sociales que establecen una red
social más próxima a la persona, al interior de la cual los procesos
psicosociales influyen directamente; y el nivel individual repre-
senta un sistema estable de contenidos y funciones psicológicas
que caracterizan la expresión integral del individuo.
A estos niveles se le puede añadir otro, el nivel metasocial, es-
trechamente relacionado con el fenómeno de la globalización,
característico del mundo de hoy que hace alusión a la influencia
de determinados fenómenos sociales, económicos, políticos, ideo-
lógicos y culturales más allá de las fronteras nacionales, es decir,
a problemas globales de la contemporaneidad que pasando por
la globalización neoliberal relacionan la delincuencia con el de-
sarrollo, la pobreza o la exclusión (Navarrete, 1999).
Los niveles de la prevención han sido homologados de los uti-
lizados en el ámbito de la salud pública.
A continuación examinaremos tres de las clasificaciones más
difundidas, reseñadas por Miguel López y Fernando Chacón.

Clasificación de Caplan (1964)


Esta es una clasificación clásica, introducida por Caplan en la déca-
da del sesenta, a partir de su utilización en el campo de la salud
pública. Este modelo establece una distinción entre prevención pri-
maria, secundaria y terciaria a partir del momento procesal (proceso
de origen y desarrollo de un problema o trastorno determinado) en

183
el que se instrumenten las acciones preventivas (antes, durante o
después del problema).

Clasificación de Bloom (1968) especificada


por Heller en 1984
Estos autores diferencian la prevención comunitaria, de tipo
milestone y de alto riesgo. Esta clasificación también tiene en cuenta
el momento procesal además de los sectores poblacionales que
abarca.

Clasificación de Bronffenbrener (1979)


Bronffenbrener deriva su clasificación de la prevención, de su mo-
delo ecológico. Llama la atención sobre la necesidad de que los
programas preventivos trasciendan el nivel individual o el
micronivel. Distingue cuatro niveles: microsistema, mesosistema,
exosistema y macrosistema.
La clasificación de Caplan, una de las más difundidas, a pesar de
las críticas recibidas ha sido también de las más utilizadas, reajustan-
do el sector poblacional al cual se dirigen las acciones en cada nivel.
Para P. García, por ejemplo, la prevención primaria se orienta a
la génesis del conflicto criminal con la intención de neutralizarlo
antes de que se exprese. Sin embargo, Van Dijk parte de un enfo-
que comunitario al definir como contenido de la prevención pri-
maria el mejoramiento de las condiciones de vida y los niveles de
seguridad de espacios concretos (Rodríguez, 2000).
Utilizando la clasificación de Caplan, Naciones Unidas4 define
la prevención primaria como aquella enfocada a los factores so-
ciales y problemas psicológicos que predisponen a las personas
a cometer delitos y a la victimización; la prevención secundaria

4
Organización de Naciones Unidas: Prevención eficaz del delito: adaptación a las
nuevas situaciones. X Congreso sobre prevención del delito y tratamiento al delin-
cuente. Viena, 2000.

184
incluye las medidas destinadas a las personas que se hallan en
riesgo de convertirse en delincuentes y/o en víctimas; y la pre-
vención terciaria abarca las medidas dirigidas a evitar la reinci-
dencia mediante la reintegración social, así como los servicios
de apoyo a las víctimas.
Como se observa, a diferencia de la propuesta de Caplan, la
clasificación utilizada por Naciones Unidas dirige la prevención
primaria a toda la población; la secundaria a personas en situa-
ciones de peligro y la terciaria a individuos concretos. Otros auto-
res también han utilizado esta concepción.
Elementos comunes a un grupo de definiciones de prevención
del delito son la consideración de tres niveles de la prevención
basados en dos criterios fundamentales: momento procesal en el
que se instrumenten las acciones preventivas y a quiénes se diri-
gen las acciones; y la delimitación de un conjunto de elementos
que gravitan en torno al comportamiento criminógeno.
En la figura C se ilustra el paradigma etiológico integrativo de
M. González (1999). Este modelo combina los tres niveles pre-
ventivos clásicos con una serie de vectores que interactúan en el
transcurso de procesos criminodinámicos. En correspondencia con
este paradigma un eficaz programa preventivo deberá estar diri-
gido hacia cada uno de los vectores, adecuándose las acciones al
nivel de que se trate. De tal forma, intenta abarcar la prevención
de la delincuencia, la situacional y la victimal, y reconoce la inci-
dencia criminogénica que pueden tener factores macrosociales
de naturaleza diversa (económica, política, social) y microsociales.
Para Ferracuti, la prevención primaria se aplica al desajuste en ge-
neral; la secundaria a situaciones precriminales específicas y la ter-
ciaria al tratamiento de jóvenes ya involucrados en conductas
delictivas.
En el contexto norteamericano la primaria engloba los méto-
dos orientados a reforzar y proteger el objetivo perseguido por el
delincuente potencial o a disminuir su vulnerabilidad; la secunda-
ria pretende evitar que se manifiesten situaciones o comportamien-
tos criminógenos, y la terciaria persigue la neutralización de los

185
Características de las clasificaciones de los niveles
de prevención
AUTOR NIVELES O TIPOS DE CARACTERÍSITCAS
CARACTERÍSTICAS
PREVENCIÓN

Esencialmente proactiva,
Esencialmente proactiva, intentaintenta
desa-
desarrollar fortalezas
rrollar fortalezas y no proble-
y no reducir reducir
problemas ya manifiestos.
mas ya manifiestos. Dirigida aDirigida
personasa
Primaria que no presentan
personas que noel problema
presentanen el
momento de
problema enla intervención.
el momento Su objetivo
de la
es reducir la delincuencia
intervención. Su objetivo espreviniendo
reducir la
nuevos casos de comisión
delincuencia previniendo nuevos de delitos.
Sus principales
casos estrategias
de comisión son educati-
de delitos. Sus
vas.
principales estrategias son educativas.

Tratade
Trata deidentificar
identificar el problema
el problema lo
lo antes
antes posible
posible e en
e intervenir intervenir en evo-
las fases de las
CAPLAN
Caplan Secundaria fases para
lución de evolución para evitar
evitar su desarrollo. su
Su obje-
desarrollo.
tivo es ofrecerSutratamiento,
objetivo esreducir
ofrecerla
tratamiento,
gravedad reducir del
y/o duración la trastorno.
gravedad y
duración del trastorno.

Orientada a laareducción
Orientada la y minimización
reducción y
de las secuelasdenegativas
minimización del problema
las secuelas negativas
Terciaria y a evitar
del recaídas
problema y posteriores a través
a evitar recaídas
de programas
posteriores de de
a través rehabilitación
programas dey
reinserción. y reinserción.
rehabilitación

Dirigida
Dirigida aa todos
todosloslosmiembros
miembros de de la
la co-
Comunitaria comunidad independientemente
munidad independientemente de
de sus cir-
sus circunstancias
cunstancias actuales actuales o riesgos
o riesgos personales.
personales.

Se identificala etapa
Se identifica la etapa vital factor
vital como como
Bloom/Heller factor
de riesgode
más riesgo más queDirigi-
que los individuos. los
Tipo milestone individuos.
da a personas Dirigida a personasenque
que se encuentran un
se encuentran
momento concretoen unciclo
de su momento
vital.
concreto de su ciclo vital.

Focalizaa personas
Focaliza a personas consideradas
consideradas vulne-
De alto riesgo vulnerables
rables o en situación
o en situación depor
de riesgo riesgo
sus
circunstancias sociales o patrones
por sus circunstancias cultu-
sociales o
rales.
patrones culturales.

Bronffenbrener Microsistema Centra


Este la
autor propone atención en
centrar la atención la
transformación
en la transformacióndeldel
entorno
entornoy ynono de
de
Mesosistema ajustaralalindividuo
individuo
ajustar a suaambiente.
su ambiente.
Reco-
Reconoce
noce la alienación
la alienación cultural,
cultural, el aislamien-el
Exosistema
aislamiento
to social, ely la
social, el racismo racismo y la
fluctuación
Macrosistema fluctuacióncomoeconómica
económica propósitos de la como
pre-
propósitos de la prevención.
vención.

186
delincuentes, mediante el control y la vigilancia que ejercen las
fuerzas policíacas y la intervención del sistema de justicia penal.
G. Garrido5 (1990) reflexionando sobre la prevención en el caso
de los menores, reconoce los tres niveles introducidos por Caplan
atendiendo también al momento de origen y desarrollo del pro-
blema. En su nivel primario las estrategias deben abarcar el ma-
yor número de beneficiarios en un área determinada y presupone
el deber del Estado de asegurar condiciones de vida dignas para
todos.
La autora V. V. Ustinova (1987) ha subdividido la prevención
especial en tres subsistemas denominando al primero de ellos
«Prevención temprana» y entendiendo por esta un sistema de
acciones orientadas a evitar el «...tránsito de los adolescentes por
el camino de la antisocialidad» (Navarrete, 2000).
M. Puebla y Laura Garcés (1999) identificando política de pre-
vención y política criminal apuntan también tres niveles de ins-
trumentación: en un nivel primario, y a partir de la evaluación del
impacto de las políticas macroestructurales sobre los problemas
sociales se deberán instrumentar medidas dirigidas a reducir
globalmente los factores criminógenos; el propósito de la pre-
vención, en el secundario es reducir la intervención del Sistema
Penal apoyándose en el estudio de la incidencia de tales factores
en grupos en situación de riesgo; y ubicados en un nivel terciario
se impone la valoración del funcionamiento del Sistema Penal y
de formas alternativas a él.
Refiriéndose a la prevención de las drogodependencias F. Alvira
(2001), la define como «un proceso activo de implementación
de iniciativas tendentes a modificar y mejorar la formación inte-
gral y la calidad de vida de los individuos, fomentando el
autocontrol individual y la resistencia colectiva ante la oferta de
drogas».

5
Citado por un colectivo de autores argentinos en el Informe sobre el tema 4 presen-
tado al VIII Congreso de Prevención del Delito y Tratamiento del Delincuente, La
Habana, 1990.

187
FIGURA C

Orientada específicamente a la prevención del uso de drogas


existe una clasificación de la prevención que distingue entre pre-
vención universal, selectiva e indicada. Este modelo clasifica a par-
tir de un criterio: la intensidad o gradación del riesgo de consumir
drogas.
La prevención universal va dirigida a todos los adolescentes sin
distinción, al reconocer la adolescencia como un período de ries- Terciario
Secundario
go; la prevención selectiva tiene como población meta al subgrupo
de adolescentes con mayor riesgo de consumir drogas; y la indi-
cada está orientada a grupos de alto riesgo, como por ejemplo
grupos de consumidores o de jóvenes con problemas con-
ductuales.
Lascoumes se refiere a la prevención «preventiva» centrada en
el ocio y en la ayuda personal a las familias; la «curativa», destina-
da a contener el proceso de desagregación de los jóvenes con
respecto al entorno social; y la prevención de la reincidencia.
J. M. Mayorca distingue entre prevención a priori —la destina-
da a impedir que el delito se produzca o a reducir el delito a su
mínima expresión— y la prevención a posteriori, mecanismos de
tratamiento para evitar la reincidencia.
Los holandeses Jolande Vit Beijerse y René van Swaaninger
(1993) refieren tres tipos de prevención: la socioprevención, la
tecnoprevención y la prevención penal. Las dos últimas se pro-

188
ponen reducir las oportunidades por medios técnicos o con la
amenaza del castigo sin hacer alusión a la etiología del fenó-
meno. El enfoque de la socioprevención reconoce el vínculo entre
delito y problemas socioeconómicos, la exclusión y la desigual-
dad social.
Los victimólogos utilizan el concepto prevención victimal, cir-
cunscribiéndola a la evitación de la victimización criminal (Drake,
2000).
Por su parte G. Gabaldón (1990) al examinarla en su relación
con los mecanismos de control social sostiene que en el caso
del control social informal, la prevención recurre a respuestas
colectivas no necesariamente estatales que incluyen medidas
menos estructuradas donde los referentes de contenido, de la
prevención, pueden rebasar el marco legal, siempre que sean
determinadas con criterios de seguridad y reducción de la vio-
lencia.
A nuestro juicio, en la concepción de la prevención del delito,
se debe destacar su carácter sistémico, integral, educativo y
proactivo; la necesidad de evitar todo tipo de estigmatización, y la
consideración de la comunidad como escenario clave para la ac-
tuación cohesionadora y activamente constructiva.
En la arena internacional las reflexiones en torno a las caren-
cias o debilidades de la prevención apuntan hacia el predominio
del carácter reactivo de las acciones por sobre el proactivo; la im-
precisión y ambigüedad del significado del término; la falta de
integración entre las «agencias» —instituciones y organismos—
involucrados que se expresa en el sectorialismo, y a su vez desar-
ticulación de los proyectos; dificultades y limitaciones para la
participación comunitaria en la prevención; ausencia de la eva-
luación del impacto y continuidad de las experiencias.6

6
Véase las obras de Rico, J. y Luis S., Inseguridad ciudadana y policía, Ed. Tecnos S.A.,
Madrid, 1998. Sistematización de estudios precedentes sobre prevención comunita-
ria en Sociología urbana y prevención social, La Habana, 2000. Colectivo de autores;
y de Yohn, L., Roger M. y Jock, El Estado y el control del delito: Enfoques relativos a la
actividad diversificada de sus agencias en Sistemas penales e intervención social.
Algunas experiencias en Europa.

189
El análisis crítico de los aspectos metodológicos de las investi-
gaciones y experiencias realizadas sobre el tema de prevención,
tanto en Cuba como en otros países, pone de manifiesto su im-
portancia y complejidad, así como también sus alcances y limita-
ciones, por todo lo cual consideramos conveniente precisar
algunos principios metodológicos esenciales en el abordaje de la
prevención, resultado de un balance realizado por un colectivo
de autores cubanos (Sóñora, 2000).
1. La necesidad de que las estrategias metodológicas tengan
como fundamento un análisis teórico-conceptual operacional
de aquellas categorías básicas; en el caso que nos ocupa, con-
ceptos como prevención, comunidad, intervención y partici-
pación resultan esenciales; especialmente necesario es elaborar
una definición de «prevención comunitaria».
2. La pluralidad metodológica como vía para lograr el abarca-
miento completo de la realidad estudiada a partir del análisis
de la pertinencia de diferentes perspectivas metodológicas:
Cuantitativa, cualitativa, investigación-acción-participación,
educación popular, así como de las técnicas específicas; esenciales
resultan las contribuciones de la metodología participativa en
ciencias sociales.
3. La combinación de objetivos diagnósticos y de transformación
en las investigaciones que se desarrollan. Para que las accio-
nes de prevención comunitaria sean efectivas es necesario partir
del conocimiento de las problemáticas existentes en la pobla-
ción afectada, y de los condicionamientos socioeconómicos
que están presentes para llegar al diseño e instrumentación
de acciones de transformación.
4. Considerar la participación social de la población, agentes e
instituciones de la propia comunidad en todas las etapas del
proceso preventivo, a partir de un diagnóstico participativo que
identifique las necesidades y problemas sentidos, pasando por
el diseño de la estrategia y su instrumentación, hasta la eva-
luación de sus resultados.

190
5. El énfasis en los procedimientos preventivos más que en el con-
trol social formal y la represión de las conductas sociales ina-
decuadas. En particular, es necesario transitar hacia un enfoque
de prevención temprana que permita la detección precoz de
aquellas situaciones de riesgo asociadas a ellos y el desarrollo
de las acciones correspondientes.
6. El trabajo preventivo debe combinar su carácter universal, es
decir, susceptible de influir en toda la comunidad, con su carác-
ter focalizado, dirigido a sectores específicos de la población,
atendiendo a su condición de vulnerabilidad o riesgo, asimis-
mo debe incorporar a la familia como objetivo o meta en sus
acciones.
7. La prevención comunitaria debe concebirse como una estra-
tegia donde predomine la intersectorialidad, la combinación
de diferentes acciones y estrategias, referidas a problemáti-
cas y esferas diversas, la coordinación de esfuerzos entre di-
ferentes sectores, instituciones, órganos y organizaciones
sociales.
8. La necesidad de una concepción integral de la prevención co-
munitaria, relativa a sus objetivos, a las acciones, las poblacio-
nes-meta, así como a los actores involucrados en el proceso, la
cual se articula con el enfoque interdisciplinario en su aborda-
je, dado el carácter complejo y multifacético de este proceso.
9. Las acciones y estrategias comprendidas en la prevención comu-
nitaria deben ser consideradas como un proceso caracterizado
por la organización, planificación y sistematicidad, y sus resul-
tados deben ser evaluados según indicadores que reflejen los
objetivos previstos.
10. Los procesos de prevención comunitaria, dado su carácter esen-
cialmente participativo, son únicos, irrepetibles, pues obede-
cen a las particularidades de problemáticas, condiciones y
acciones específicas; no obstante, sus procedimientos pueden
ser extendidos a otros contextos. Asegurar la replicabilidad de
los programas y proyectos preventivos.

191
PANORAMA JURÍDICO EN MATERIA
DE PREVENCIÓN DEL DELITO
En Cuba, la política de prevención se encuentra avalada y funda-
mentada desde el punto de vista ideológico por los propios prin-
cipios éticos de la Revolución, traducidos en el diseño y desarrollo
de políticas sociales concretas.
No obstante, la prevención requiere además de una regula-
ción jurídica, que en Cuba se deriva en primera instancia de la
Constitución de la República, donde se refleja la promoción por
el Estado cubano de la formación integral de los ciudadanos, en
especial de la niñez y de la juventud a través de las garantías y
derechos que le confiere a todos.
Son diversas las fuentes de regulación jurídica de la preven-
ción y la observancia de las normas jurídicas que regulan el sis-
tema de prevención constituye uno de los principios que rigen
su desarrollo.
Las normas jurídicas establecen y organizan el sistema de pre-
vención desde el punto de vista funcional y estructural; regulan
las vías, medios y métodos preventivos, y estipulan los derechos y
obligaciones de los sujetos preventivos.
El rango de estas normativas jurídicas difiere desde la ley de
leyes, leyes, decretos leyes y decretos hasta resoluciones, circula-
res y reglamentos estipulados para un sector económico o un
ministerio determinado.
No es nuestro propósito mencionarlas todas, sino destacar esta
importante particularidad del trabajo de prevención para su con-
sideración y aplicación en la práctica.
En el ámbito internacional Naciones Unidas se ha pronunciado
en pro de la prevención del delito con la discusión de este tema
en el seno de los numerosos Congresos de Prevención del Delito
y Tratamiento del Delincuente celebrados y con la elaboración de
algunos instrumentos donde se formulan recomendaciones a los
Gobiernos con respecto a la proyección y ejecución de progra-
mas y políticas nacionales de prevención.

192
Entre los temas prioritarios de la División de Prevención del Delito
de la Asamblea General de Naciones Unidas se encuentran: la
prevención del delito en zonas urbanas; la delincuencia nacional
y trasnacional; la delincuencia de menores y la delincuencia vio-
lenta; y el mejoramiento de la eficiencia y equidad de los siste-
mas de justicia penal.

Documentos adoptados por Naciones Unidas


referidos a la prevención
Principios Rectores en materia de prevención del delito y justicia
penal en el contexto del desarrollo y de un nuevo orden econó-
mico internacional
Estos principios fueron aprobados por el VII Congreso, celebrado
en Milán, Italia, en el año 1985. Considerando la relación entre
la prevención del delito, el desarrollo y el «nuevo» orden interna-
cional, reconoce la necesidad de aumentar la eficacia de las es-
trategias preventivas a partir de la adopción e instrumentación
de políticas sociales concretas, incluida la esfera educacional.
Directrices para la prevención de la delincuencia juvenil
También llamadas Directrices de Riad, fueron aprobadas por el
Octavo Congreso, celebrado en La Habana en 1990. El documen-
to hace referencia al rol preventivo de la familia, la escuela y la
comunidad en el proceso de socialización. Entre sus principios
fundamentales se encuentran: la vinculación a actividades ilícitas
y socialmente útiles; el suministro de oportunidades educativas;
la reducción de motivos, necesidades y oportunidades de come-
ter infracciones; y el uso de los mecanismos formales de control
social en último extremo.
Diez prioridades para el trabajo con la juventud
Considerando que a escala mundial la población joven constitu-
ye una significativa parte de la población del planeta, establece
entre las prioridades de trabajo con la juventud la educación, el

193
empleo, la salud, el tiempo libre y la recreación, y la participación
de las niñas y las mujeres jóvenes. La atención de la delincuencia
juvenil constituye otra de las prioridades, reconociéndose que los
niveles de violencia en los jóvenes se han incrementado a escala
internacional.
Plan de acción de las conferencias internacionales sobre seguri-
dad, drogas y prevención del delito en medio urbano
La primera Conferencia Mundial sobre la Seguridad Urbana y la
Prevención del Delito y Drogadicción, celebrada en Barcelona en
1987, estableció un plan de actuación denominado «Por ciuda-
des más seguras». Este texto fue integrado por el VIII Congreso de
Naciones Unidas en su resolución sobre la prevención de la de-
lincuencia en medio urbano.
En la II Conferencia Internacional sobre seguridad, drogas y pre-
vención del delito en medio urbano, celebrada en París, se iden-
tificaron «siete etapas que incrementarán la seguridad en las
ciudades».
Directrices para la prevención de la delincuencia urbana
Fueron aprobadas en 1996, por el Consejo Económico y Social
de Naciones Unidas a propuesta del IX Congreso de prevención
del delito y tratamiento del delincuente.
Declaración de Viena sobre la delincuencia y la justicia frente a
los retos del siglo XXI
En su noveno período de sesiones, la Comisión de Prevención del
Delito y Justicia Penal recomienda a la Asamblea General hacer
suya la Declaración de Viena aprobada por el X Congreso de Na-
ciones Unidas sobre prevención del delito y tratamiento del de-
lincuente, celebrado en Viena del 10 al 17 de abril del año 2000.
En esta Declaración se reconoce la prevención como parte de una
estrategia de control del delito y se insiste en la necesidad de
considerar los factores sociales y económicos que pueden hacer
más vulnerables a las personas.

194
Prevención eficaz del delito. Adaptación a las nuevas situaciones
Documento de trabajo preparado por la Secretaría y discutido en
el marco de trabajo del X Congreso de Prevención del Delito y
Tratamiento del Delincuente, celebrado en Viena en el año 2000.
Incluye un análisis sobre el estado actual de la prevención del
delito en el mundo; identifica los nuevos retos y define algunos
conceptos.
Convención de los Derechos del Niño
Constituye el primer Código Universal de los Derechos del Niño le-
galmente obligatorio de la historia. Cuenta con 54 artículos agrupa-
dos en cuatro amplias categorías: Derechos a la Supervivencia;
Derechos al Desarrollo; Derechos a la Protección y Derechos a la Par-
ticipación.
Las tesis esenciales contenidas en todos estos documentos in-
ternacionales se encuentran reflejadas en la praxis de la obra de
la Revolución, desde su triunfo, y en las fuentes cubanas de regu-
lación jurídica.

Regulación jurídica cubana


Constitución de la República de Cuba del 24 de febrero de 1976
En la Constitución de Cuba se reflejan los principios que funda-
mentan nuestra política y proyecto social.
En nuestra opinión, la Constitución en su totalidad puede ser con-
siderada también como un documento donde se establecen prin-
cipios rectores en materia de prevención social.
Por ejemplo, en el artículo 9 se recogen las garantías del Esta-
do en materia de empleo, salud, educación, vivienda y cultura,
entre otros aspectos.
El artículo 39 subraya el carácter gratuito de la enseñanza y la
promoción de la educación integral de los ciudadanos.
El artículo 40 destaca la particular protección que el Estado y la
sociedad ofrecen a la niñez y a la juventud.

195
La educación, el empleo, la salud, la participación de todos en
la vida política del país y en todas las esferas de la vida social,
constituyen principios rectores de la labor de prevención.
Ley 1289 o Código de Familia
Fue promulgada el 14 de febrero de 1975 para regular jurídica-
mente las instituciones de familia.
Entre sus objetivos se encuentra el de fortalecer la familia y con-
tribuir al cumplimiento por los padres de sus obligaciones con res-
pecto a la protección, formación moral y educación de los hijos.
La familia conjuntamente con la escuela y la comunidad cons-
tituyen agentes socializadores y escenarios claves de las interven-
ciones preventivas. Al desplegar el trabajo de prevención debe
considerarse que no existe un modelo único de familia cubana y
que han ocurrido cambios en la estructura y funciones de la fami-
lia, condicionados por las contradicciones producidas a nivel
macrosocial.
Las condiciones objetivas y subjetivas de vida en la familia no
son las mismas; sin embargo la formación de los más jóvenes de
sus miembros continúa siendo una de sus funciones esenciales.
Código de la Niñez y la Juventud de 1978
Aprobada por la Asamblea Nacional del Poder Popular el 28 de
junio de 1978, la Ley 16 regula los deberes y derechos de la jo-
ven generación y las obligaciones de las personas, organismos e
instituciones que intervienen en su formación integral, constitu-
yéndose en un valioso instrumento educativo al contener un con-
junto de normas y principios morales que deben servir de guía en
su conducta social.
En el Código de la Niñez y la Juventud se reconoce el papel
relevante del sistema nacional de educación, de la escuela, en la
formación multifacética de niños y jóvenes.
Código Penal
La Ley No.62 fue aprobada por la Asamblea Nacional del Poder
Popular en su sesión del día 29 de diciembre de 1987.

196
Nos interesa resaltar los delitos contra el normal desarrollo de
la infancia y la juventud, como son la corrupción de menores (ar-
tículos 310, 311, 312, 313 y 314, modificados por el Decreto-
Ley 175 de junio de 1997) y otros actos contra el normal desarrollo
del menor (artículos 315 y 316) por la repercusión y vinculación
directa que tienen con la protección de la infancia y con el tema
que tratamos, la prevención de la delincuencia.
En el año 1999 fueron aprobadas algunas modificaciones con
el propósito de adecuar la respuesta a la actual situación y a la
perspectiva del fenómeno del delito en el país. Se reformularon
los rangos sancionadores de las figuras delictivas que más dete-
rioran la tranquilidad ciudadana, la imagen internacional de Cuba
y los valores éticos y morales de nuestra sociedad. Adiciona tres
nuevos delitos: el de lavado de dinero, tráfico de personas y el de
venta y tráfico de menores.
Decreto-Ley 64 de 1982
Organiza el sistema para la atención a menores con trastornos de
conducta y manifestaciones antisociales. Se reconoce el papel des-
tacado del Sistema Nacional de educación en la formación inte-
gral y multifacética de la joven generación y, se establece la
responsabilidad y función de la escuela en la atención especiali-
zada a los alumnos que presentan problemas de disciplina o de
conducta. Se enfatiza que el tratamiento a estos menores es una
tarea educativa y se les agrupa en tres categorías, según los ín-
dices significativos de desviación y peligrosidad social que pre-
senten.
Acuerdo del 18 de junio de 1998 Consejo de Estado
Dispone la reorganización de la estructura y funciones de la Co-
misión Nacional de Drogas ya creada desde el año 1989 como
«...expresión de la voluntad política de nuestro Gobierno de en-
frentar esta problemática, ante una coyuntura mundial comple-
ja...».7

7
Comisión Nacional de Drogas, República de Cuba, Ciudad de La Habana.

197
En 1993 el Gobierno de Cuba aprueba el «Plan Maestro para la
lucha contra el Tráfico Ilícito de Drogas», documento que traza
la política, define los objetivos y establece las direcciones para el
enfrentamiento.
En agosto de 1999 es aprobado por el secretario del Comité
Ejecutivo del Consejo de Ministros el Programa Nacional Integral
de Prevención del Uso Indebido de Drogas de la República de
Cuba.
Resolución Ministerial Conjunta MINED-MINSAP de enero de 1997
Establece el trabajo conjunto de promoción de salud entre los
ministerios de salud pública y educación.
En 1997 la Asamblea Mundial de la Salud instó a los estados
miembros a lograr la meta salud para todos en el año 2000. Uno
de los principios básicos para lograr dicha estrategia es la promo-
ción de salud. En Cuba se organiza el Movimiento «Escuelas por
la salud» definido como «...aprovechamiento del escenario esco-
lar en la dinámica de desarrollar las potencialidades individuales
de alumnos y trabajadores ...en un proceso de autotransfor-
mación, mejoramiento y crecimiento, con implicaciones tanto,
desde el punto de vista físico, psíquico como social...» (Carvajal y
M. A. T., 1999).
Ley No. 91/2000, De los Consejos Populares
Aprobada por la Asamblea Nacional del Poder Popular el 13 de
julio del año 2000, la Ley 91 regula la organización, atribuciones
y funciones de los Consejos Populares, eslabón de la dirección
estatal.
Las atribuciones y funciones del Consejo Popular definidas en
el artículo 21 hacen alusión, aunque no siempre de forma explí-
cita, al desarrollo de la prevención social. El inciso j) del propio
artículo establece de forma directa que los Consejos Populares
deben «apoyar el trabajo de prevención y atención social». Otros
incisos también tributan a la labor preventiva. Por ejemplo:

198
• El inciso c) exige trabajar activamente para que se satisfagan
las necesidades asistenciales, económicas, educativas, cultu-
rales y sociales de la población.
• El inciso e) reconoce la importancia de la cohesión al estable-
cer el rol coordinador de los Consejos Populares en función de
la promoción de la cooperación entre todas las entidades.
• El inciso i) dispone la contribución de los Consejos Populares
al fortalecimiento de la legalidad socialista.
• En el capítulo VI De la Participación popular, artículo 38 se
instituye la integración de todos (delegados, organizaciones
de masas, instituciones, entidades y vecinos) para identificar
problemas y necesidades que afectan la comunidad, buscarles
solución y realizar la evaluación y control de los resultados de
las acciones.
• Por último resulta procedente mencionar también el artículo
48 del capítulo IX De la coordinación y la cooperación, en tan-
to precisa la atención que se debe brindar a las personas que
pertenecen a grupos de la población socialmente vulnerables.
Existen también otras normas jurídicas para la regulación del
trabajo de prevención, emitidas por diferentes ministerios, como
son Educación, Cultura, Trabajo y Seguridad Social y Ministerio
del Interior, que a través de resoluciones, circulares y convenios
de trabajo trazan políticas internas y lineamientos para la colabo-
ración entre las entidades en materia de prevención y atención
social.
Prevención y Atención social. Decreto-Ley 95 de 1986
Este cuerpo jurídico organiza estructural y funcionalmente nues-
tro sistema de prevención creando las comisiones de prevención
y atención social en el ámbito nacional, provincial y municipal;
comisiones que se encuentran integradas por diversos sujetos
preventivos que de no funcionar sistémicamente limitarían la efi-
cacia y la eficiencia del alcance del trabajo que realizan.
Como direcciones fundamentales de trabajo establece la pre-
vención de conductas antisociales en menores, jóvenes, adultos
y familias que lo ameriten.

199
Analicemos la concepción sobre prevención implícita en el
Decreto-Ley 95 de 1986, documento que define estructural y
funcionalmente el despliegue de la prevención en Cuba.
El Decreto-Ley 95 de 1986 marcó un escalón superior en el
desarrollo de la prevención social al crear una estructura específi-
camente dedicada al diseño de una política de prevención y aten-
ción social, en la cual quedaban involucrados todos los órganos
y organismos del Estado y de la sociedad en general.
Desde el momento de su promulgación se concibió la partici-
pación de la población como un factor clave; la necesidad de
promover investigaciones científicas en función del trabajo pre-
ventivo y reeducativo; y la importancia de la divulgación de la
política de prevención social.
Aunque se faculta a la Comisión Nacional para la elaboración y
propuesta de la política de prevención social, no se desconocen
las especificidades locales que se deben tener en cuenta en el
trabajo de prevención. Así se establece entre las funciones de las
comisiones municipales el ajuste de esta política general a las
particularidades de determinadas zonas y problemáticas.
La función reguladora, primera que se menciona, al expresar la
«contribución de la prevención a la optimización de la acción
normadora de la sociedad sobre la conducta social de aquellas
personas que incumplan normas y principios morales y sociales
esenciales de la sociedad», hace alusión a la prevención como
aún particular mecanismo de control social.
La función protectora expresa la función social que cumple la
prevención como «tutela de los valores e intereses del Estado y la
sociedad contra las violaciones de la legalidad», es decir, contri-
buye a la conservación y mantenimiento de un determinado or-
den social, a su estabilidad y funcionalidad.
La tercera función, la educativa, manifiesta el estrecho vinculo
existente entre la acción de prevenir y la de formar, educar. Vista
la educación como una actividad de dirección de procesos de
asimilaciones socialmente deseables y de objetivos determina-
dos de forma clasista y analizada la prevención como una forma
de socialización de necesidades y de los medios para la satisfac-

200
ción de estas, de dirección de procesos de asimilación de valores
sociales.
La última función que se señala en el Decreto-Ley es la función
analítica y de pronóstico para la adopción de las pertinentes medi-
das y correcciones, y su utilización pronóstica, perspectiva, transfor-
madora.
Finalmente consideramos que la esencia humanista del pro-
yecto social cubano, la evolución de la economía cubana con
signos sostenidos de recuperación, la existencia de oportunida-
des para la preparación, superación y desarrollo del potencial
humano que interviene en la labor preventiva, conjuntamente
con la participación de la población en todo proceso de trans-
formación de su entorno social son algunos de los elementos
claves que posibilitarán la continuidad del trabajo social pre-
ventivo cubano.

201
LA CUESTIÓN CRIMINOLÓGICA
Y JURÍDICA DE LOS NIÑOS
EN CONFLICTO CON LA LEY PENAL.
EL ESQUEMA LEGAL CUBANO
DRA. TANIA DE ARMAS FONTICOBA

El aumento de la población infantil y juvenil en algunos países1 y


la constatación de que en el período de catorce a veinticinco años
aproximadamente se manifiesta la mayor cantidad de delitos, jus-
tifica la consagración al estudio de los menores en conflicto con
la ley penal; por ello constituye empeño de criminólogos y otros
especialistas interesados en desentrañar la naturaleza y el trata-
miento adecuado de tales comportamientos.
La reiteración del tema podría considerarse pura retórica, de
pasar por alto su perenne contemporaneidad y la búsqueda cons-
tante de soluciones a través de diferentes programas que persis-
ten en encontrar las vías más eficaces y justas para abordar este
asunto.
La Organización de Naciones Unidas, así como diferentes or-
ganismos subordinados a ésta, en especial la UNICEF, han convo-
cado a sus Estados miembros a perfeccionar la legislación vigente
en la materia. De ahí que nuestro país se encuentra enfrascado

1
En América Latina constituye las dos terceras partes del total demográfico, aunque
en otras partes del mundo, como en Europa, no es perceptible ese crecimiento.
Tomado de Multilateral Teatries. Deposited with the Secretary General. Status as 31
December, 1991, United Nations, New York, 1992, p. 196.

202
en un sostenido análisis científico para hallar las respuestas ade-
cuadas.
El análisis independiente de la transgresión legal de los meno-
res y la delincuencia juvenil, con respecto al Derecho Penal y por
consiguiente de la delincuencia adulta, ha constituido el centro
del debate de numerosas reflexiones.
Algunos autores han afirmado el carácter específico de la de-
lincuencia juvenil y la transgresión legal del menor, lo que ha
significado la creación de políticas y programas concebidos para
su prevención. Otros profesionales, ante la pobreza y el fracaso
de tales propuestas, concluyen que solo es posible establecer de-
terminadas correlaciones teniendo en cuenta que existen otros
sectores «indefensos», como los ancianos, las mujeres, que se en-
cuentran en ciertas posiciones de desventaja en cuanto a la aten-
ción y protección legal y real que merecen; afirman, por tanto,
que es necesario superar los criterios definitorios acerca de que
constituyen un mundo aparte o que la génesis de sus comporta-
mientos posee un contexto diferente a la delincuencia adulta.
La valoración de los menores transgresores, independiente del
tratamiento penológico concebido para los adultos, se advierte
por primera vez con el Movimiento de los Salvadores del Niño y
el establecimiento del primer tribunal de menores de Illinois,
Chicago, en 1899. En Francia e Italia ya habían existido intentos
en ese sentido, incluso ya en Massachusetts y Nueva York, me-
diante leyes que aprobaron en 1874 y 1892, respectivamente, se
disponía que los menores acusados de delitos serían juzgados
independientemente de los adultos. No obstante, se suele acep-
tar que después de la creación de los primeros tribunales para
menores de Chicago se propició un gran avance respecto a las
luchas por los derechos humanos, pues su significado político y
social alcanzaba no solo al menor, sino también a la familia, al
derecho de mejores condiciones de trabajo y de vida en general.
Esta distinción no siempre fue tangible ni la más apropiada en
todas las legislaciones y las concepciones sociológicas para abor-
dar tal asunto, pocas veces encontró un cauce verdaderamente
positivo para desarrollar programas preventivos adecuados.

203
El Movimiento de los Salvadores del Niño, como se le denominó
a esta corriente emancipadora del Derecho Penal, desarrollada en
Estados Unidos, no tardó en recibir fuertes críticas por propiciar,
con la creación de tribunales para menores, la reproducción del
sistema penal con sus imperfecciones y sus efectos dañinos multi-
plicados.2
El desprendimiento del Derecho de Menores del Derecho de
Familia nos ofrece también otra dimensión del asunto. La clara
idea de la profunda dicotomía entre dos clases de niños: los que
tienen un hogar, una familia, van a la escuela, en fin, el medio de
socialización adecuado; y los otros, los «sin familia», «sin escue-
la», cuya socialización se verifica institucionalmente en centros
previstos para su tutela convirtiéndolos en «menores», término
peyorativo que a veces solo alude a aquellos que hemos caracte-
rizado y que nos demuestra una vez más que las palabras no son
ingenuas y que van moldeando, construyendo o reflejando una
realidad.
Cuba debutó en 1982 con una original estrategia para confor-
mar un sistema que propició la salida del menor transgresor del
Derecho Penal, a través de la promulgación del Decreto-Ley 64/82.
Con este instrumento jurídico se adelantaba en muchos aspectos
a las pretensiones de la Convención sobre los Derechos del Niño
vigente a partir de 1990.
En el Código de la Niñez y la Juventud de 1978 se plasmaron
toda una serie de derechos y garantías para los niños y jóvenes
cubanos en general. También otras importantes normas jurídicas
incluyeron esta problemática de diferentes maneras.
En nuestro país se han desarrollado no pocas investigaciones
acerca del tema, entre las que merecen destacarse las tesis de
doctorado de Caridad Navarrete Calderón, la de Margarita Viera
Hernández y la de Humberto Palacios Barrera, entre otras.
La tradicional preocupación científica de diferentes especialis-
tas de instituciones como la Dirección Nacional de Menores del

2
Para profundizar acerca de este movimiento, consulte Los salvadores del niño o la
invención de la delincuencia, de A. Platt.

204
Ministerio del Interior (MININT), la Fiscalía, el Centro de Investi-
gaciones Psicológicas y Sociológicas, el Centro de Estudios sobre
la Juventud, entre otras, ha propiciado el desarrollo de estrate-
gias investigativas desde diferentes ángulos.
Los eventos nacionales e internacionales de Derecho Penal, Cri-
minología, Protección Jurídica de la Familia y del Menor entre los
más importantes, han creado espacios para el debate teórico y el
análisis de numerosas investigaciones.
Los estudios realizados por Esther Giménez-Salinas Colomer,
Alessandro Baratta, Anthony Platt, Luis Rodríguez Manzanera y
especialmente Emilio García Méndez,3 constituyen en la actuali-
dad la base teórica que ha comenzado a revolucionar el tema y a
priorizar el asunto de la protección jurídica integral que debe pro-
porcionársele a los niños y adolescentes en general.
Los presupuestos desarrollados por estos autores han comen-
zado a marcar un hito en la exposición, enfoque y análisis del
fenómeno que se debe estudiar y se insertan en lo más avanzado
de las tendencias modernas del derecho de menores en las que
se pretende una protección reforzada para el niño y el adolescen-
te, así como considerarlos verdaderamente sujetos de derechos y
de garantías plenas.
La resonancia de este nuevo enfoque surge a partir de la Con-
vención sobre los Derechos del Niño, que constituyó un jalonar
jurídico e histórico, y provocó que en algunos países, especial-
mente de América Latina, se dictaran leyes de menores bajo la óp-
tica y el espíritu de la doctrina de la protección integral del menor.
Esto ha propiciado una integración espontánea de legislaciones

3
Un estudio somero de la bibliografía española, permite afirmar que se ha escrito
profusamente alrededor del tema que nos ocupa. Entre los autores y obras que he
consultado para el presente trabajo merecen destacarse entre otros: M. I. Martínez
González: La minoría de edad penal; E. Jiménez Quintana: «El menor delincuente ante
la Constitución.» Cuadernos de Política Criminal No. 20, Instituto Universitario de
Criminología,Universidad Complutense de Madrid, España, 1983, p. 385-467 y p. 575-
586 respectivamente; R. Cantarero: «La responsabilidad civil y el menor inimputable.»
Un Derecho Penal del Menor, coordinación de J. Bustos Ramírez, Ed. ConoSur, Santiago
de Chile, 1992, p. 73-86; E. Orts Berenguer (Coordinador): La Pena y sus alternativas,
con especial atención a su eficacia frente a la delincuencia juvenil, Proyecto de Investi-
gación Científica y Desarrollo Técnico Generalitat Valenciana, 1998.

205
latinoamericanas alrededor de los principios fundamentales abor-
dados en la Convención.
En el ámbito teórico han surgido diferentes teorías y doctrinas
que han abordado el asunto desde diferentes ángulos. Las más
conocidas y las que han alcanzado mayor fuerza son la Doctrina
de la Situación Irregular y la Doctrina de la Protección Integral.

LA DOCTRINA DE LA SITUACIÓN IRREGULAR


En el mundo jurídico se entiende por doctrina el conjunto de la
producción teórica elaborada por todos aquellos que de una for-
ma u otra están vinculados con el tema, desde el ángulo del sa-
ber, la decisión o la ejecución.
Desde este punto de vista y de acuerdo con el tema que nos
ocupa se conocen al menos dos doctrinas que incluyen un con-
junto de ideas y realizaciones que definen dos formas diferentes
y puede decirse que antagónicas, de abordar la cuestión de la
protección jurídica de los niños (as) en conflicto con la ley penal.
Las mismas, por su fecha y forma de aparición y desarrollo, po-
seen una importancia fundamental que hace inevitable su análi-
sis en este trabajo al abordarse su perspectiva histórica. Estas dos
doctrinas son: la doctrina de la situación irregular y la doctrina de
la protección integral.
La doctrina de la situación irregular4 constituye toda la elabo-
ración teórica surgida con posterioridad a la creación de los tri-
bunales de menores en 1899 y que permitió el desarrollo de un
Derecho de Menores (como se le denominó entonces), que se
diferenció del de los adultos, tanto en la esfera penal como en el
ámbito de la protección jurídica. Este Derecho de Menores, que

4
Acerca de la doctrina de la situación irregular, consúltese la obra de Orts Berenguer,
E. García Méndez: Derecho de la Infancia-Adolescencia en América Latina, Ed. Fórum
Pacis, Colombia, p.170; del mismo autor: Para una historia del control penal de la
infancia: la informalidad de los mecanismos formales de control social en Un Derecho
Penal del Menor, p. 151-173; E. Carranza, y E. García Méndez: Del revés al derecho, la
condición jurídica de la infancia en América Latina, Ed. Galerna, 1992; R. Sajón:
Derecho de Menores, Ed. Abeledo-Perrot, 1995.

206
emergió teóricamente como un derecho tutelar, trataba de aban-
donar todo el rigor inflexible de antaño y dotar al tribunal de
facultades ilimitadas, con el propósito y el pretexto del amparo
jurídico y la reeducación de los niños.
En la práctica, sin embargo, este Derecho carecía del carácter
tuitivo y protector de los derechos y garantías del niño. Las dispo-
siciones normativas que supuestamente lo amparaban eran por
lo general tanto o más represivas que las de los adultos, se aplica-
ban de forma similar o más severamente que a estos, irrespetando
en no pocas ocasiones sus derechos y garantías constitucionales.
La doctrina de la situación irregular considera que la protección
social y legal de los niños en conflicto con la ley penal es de com-
petencia de la jurisdicción de menores, por lo que la definición del
estado de situación irregular corresponde a los jueces de menores,
que son los que se encuentran facultados para decidir la atención
social y el tratamiento reeducativo del menor que comete una con-
ducta tipificada como delito. El Instituto Interamericano del Niño
ha definido por su parte la situación irregular como aquella en la
que se encuentra un menor, tanto cuando ha incurrido en un he-
cho antisocial, como cuando se encuentra en estado de peligro,
abandono material o moral o padece de un déficit físico o mental.
Sus características más importantes reseñadas por diferentes
autores5 son:
• Expresa la inmensa división de la categoría infancia: por un
lado, niños (as) y adolescentes, y por el otro los menores, que
son los niños excluidos de las políticas sociales que debe
instrumentar el Estado y no poseen, por diversas razones, las
formas normales de socialización, por lo que las leyes que son
supuestamente para estos últimos, ocasionan naturalmente el
fortalecimiento de la segmentación de la infancia.
• El juez de menores centraliza el poder de decisión, por lo que
la ejerce de manera omnímoda y a veces arbitraria.

5
Cfr. GArcía Méndez, E. y E. Carranza: El derecho de menores como derecho mayor.
UNICEF-ILANUD, Brasilia San José de Costa Rica, p. 4 y 7.

207
• Existe una instancia especial que es la jurisdicción de meno-
res, donde se dirimen todos los problemas relacionados con
estos.
• El juez puede ignorar los presupuestos jurídicos, pues al esti-
marse la vía administrativa como la más eficaz, y no poseer los
obstáculos de la esfera judicial, es posible que la ley resulte
poco utilizada o ignorada.
• Se judicializan los problemas relacionados con la infancia, otor-
gándoles una connotación normativa.
• Se considera a la infancia como objeto de protección jurídica y
no como sujeto de ella, justificándose así su «tratamiento». Se
«protege» de la sociedad y de sí mismo. El Estado se arroga su
tutela y lo transforma en un sujeto dependiente y objeto de la
intervención de la familia y la sociedad.
• Se vulneran los principios primordiales del derecho, incluyen-
do algunos considerados en la Constitución para todos los ciu-
dadanos. Los derechos humanos, las garantías procesales y
fundamentalmente los principios constitucionales a veces son
incongruentes con la doctrina de la situación irregular.
• Se pondera con un discurso halagüeño acerca de su eficacia
práctica, pues ha sido elaborada fundamentalmente por los
propios encargados de su aplicación práctica (los jueces y fun-
cionarios de menores), quienes han expresado que la inexis-
tencia de las formalidades previstas para los adultos, permite
intervenir con más prontitud y que el reconocimiento y obser-
vancia de los derechos individuales podría obrar como límites
que obstaculizarían la eficacia del sistema.
• Las medidas adoptadas por el juez son indeterminadas,
aduciéndose el «interés del menor» para su reeducación o para
protegerlo, que puede traducirse en ocasiones en arbitrarie-
dad e inseguridad jurídica que tales pretextos no pueden jus-
tificar.
• Considera irrelevante y poco significativo la existencia de tri-
bunales para menores porque la función de protección le per-
tenece al Estado.

208
La doctrina de la situación irregular, de la que se ha dicho que
tiene muy poco de protección y mucho menos de doctrina (García
Méndez, 1992), legitima una acción judicial muchas veces discri-
minante sobre los niños que poseen alguna situación de conflic-
to, a los que se les institucionaliza o se les adopta como casi únicas
vías para lograr su socialización y se basa en la ideología de la
compasión-represión, por lo que ha resultado poco coherente,
contradictoria y difícil de definir.
En esta corriente que analizamos, al niño (a) se le somete a la
variante tutelar, por encontrarse en «situación irregular» y aun-
que no haya incurrido en conducta tipificada como delito en la
ley penal, podría considerarse que pudiera llegar a cometerlo.
«Se trata de una tendencia nacida de la corriente filosófica del
positivismo, según la cual la situación de abandono…6 (crea) una
confusa situación protectivo punitiva, en realidad muy discrimi-
nante para el menor al considerarlo objeto de compasión y de
represión al mismo tiempo».7
El discurso positivista y la medicalización de los conflictos so-
ciales «garantizados» por el sello «científico» de esta doctrina,
posibilitan estudiar al menor desde el punto de vista médico y
psicológico en un centro destinado a este fin, con el objetivo de
«protegerlo», no de castigarlo. Es por eso que se exagera en la
ponderación del hecho de haber extraído al niño transgresor del
sistema penal, pues por otra parte, lamentablemente también se
le desarraigó de algunos de los elementos más importantes de su
sistema de garantías.
Con esta doctrina se dejan de respetar no pocas veces los pre-
ceptos constitucionales y los de otras esferas del Derecho. Por
ejemplo, en la mayoría de las constituciones existe un artículo

6
García Méndez cita a Luis Niño quien se refiere a la «declaración del estado de
abandono», hija natural de la doctrina de la situación irregular, como «la vieja tram-
pa para cazar niños». Cfr. E. García Méndez, y M. Bianchi: Ser niño en América Latina.
De las necesidades a los derechos. Buenos Aires, UNICRI/Galerna, 1991, p. 61.
7
Para profundizar en este criterio, consulte a A. Baratta: Elementos de un nuevo dere-
cho para la infancia y la adolescencia. La niñez y la adolescencia en conflicto con la ley
penal, El Salvador, Ed. Hombres de Maíz. 1995.

209
que expresa que nadie puede ser detenido sino con las formali-
dades previstas en la ley. Cuando se detiene a un menor en situa-
ción irregular, pudiera dar lugar a que se obvien ciertos detalles.
El caso del niño Gault8 ocurrido en Estados Unidos en 1967,
alarmó y llamó la atención de la ciudadanía, especialmente la de
los congresistas, hacia la crisis que ya estaba mostrando ese siste-
ma de protección-represión, pues si se hubiese utilizado la legis-
lación de adultos, no hubiera sido sancionado con una pena de
reclusión y como máximo le habrían impuesto una simple multa.
Por todo esto, se hace necesario incorporar en las leyes referi-
das a los niños en conflicto con la ley penal, garantías y derechos
que no estaban previstos: la comunicación de la imputación al
niño o a sus padres o guardadores con el tiempo de antelación
adecuado para que pueda preparar su defensa, el derecho del
niño a ser defendido, a no declarar contra sí mismo, entre otras
importantes.
La asombrosa persistencia de esta doctrina, que en la realidad
ha contrariado todos los presupuestos que la sustentan y la para-
doja de la existencia de leyes que comulgan con la doctrina de la
protección integral surgida después de la convención Internacio-
nal de los Derechos del Niño de 1989, contradice en primer or-
den a la propia Convención.
Aunque se cuestionan estas leyes que sustentan esta doctrina
de la situación irregular, continúan vigentes en algunos países y
existe fuerte reticencia para modificarlas o suplantarlas por otras.9

8
Acerca del caso Gault, un niño que ofendió telefónicamente a una señora y fue condena-
do a la reclusión hasta la mayoría de edad, en una escuela profesional, lo que evidente-
mente no podría hacerse con un adulto, por las garantías que le ofrece el sistema de
justicia penal, consulte a M. Herrera Ortiz: La situación de los menores infractores en
la Ley de Adaptación Social y de los Consejos Tutelares para Menores Infractores del
Estado de Veracruz, en relación con las garantías constitucionales o derechos huma-
nos consagrados en nuestra Constitución Federal, p. 109; M. P. Espinosa Torres: Juris-
dicción y competencia de menores infractores, pp. 149- 156, ambas en Sobre los
menores, Colección de Estudios Jurídicos, México, 1992, también se refieren a ello E.
Giménez-Salinas Colomer: La justicia de menores en el siglo XX, p. 21.
9
Esta doctrina prevalece en los modelos tutelares de administración de justicia de los
menores transgresores. Se desarrollaba en casi todos los países de América Latina
y en otras partes del mundo con anterioridad a la Convención Internacional sobre los

210
LA DOCTRINA DE LA PROTECCIÓN INTEGRAL.
LA CONVENCIÓN INTERNACIONAL SOBRE
LOS DERECHOS DEL NIÑO
La doctrina de la protección integral constituye una nueva con-
cepción ideológica, filosófica, jurídica y social respecto a la in-
fancia. Ha sido construida en torno a principios y derechos que
transforman la percepción que siempre se ha tenido de la infan-
cia. A partir de la entrada en vigor de la Convención Internacio-
nal sobre los Derechos del Niño, que se sustenta en la citada
doctrina, los niños no son considerados como objetos, sino como
sujetos de derechos y se fortalece la responsabilidad de los go-
biernos y los adultos respecto a ellos.
De forma general esta doctrina encuentra expresión a partir
del tratamiento de los principios que enarbola y de instrumentos
jurídicos que la desarrollan normativamente.
Gana consenso entre los especialistas del tema10 el tratamiento
de la doctrina de la protección integral sobre la base de los si-
guientes principios generales (Maxera, 1998):
Principio de legalidad: (Nullum crimen nulla poena sine lege).
El Estado debe tener límites muy precisos y claros en su interven-
ción sobre el ciudadano, por eso ningún hecho puede merecer
una pena o medida, sin que exista una ley previa que lo haya
declarado punible o castigable. Este principio supone también la
prohibición de la analogía y exige la taxatividad en la expresión y
aplicación de las sanciones o medidas.

Derechos del Niño de 1989 en que fue superada, al menos en lo formal por las «leyes
de segunda generación» (por ser posteriores a la Convención) que reflejan la doctri-
na de la protección integral preconizada por el instrumento jurídico internacional
citado. En América Latina aún existen países que comulgan con esta estrategia,
como por ejemplo Argentina (Ley del Régimen Penal de la Minoridad, de 1980), que
fue la pionera en 1919 con la Ley Agote en comenzar a distinguir legislativamente a
los niños en conflicto con la ley penal y hoy, sin embargo, se ha quedado a la zaga.
10
Cfr. R. Maxera: Un modelo de responsabilidad juvenil. Memorias del Seminario Taller
Ley de Justicia Penal Juvenil de Costa Rica: Un año de vigencia. Ed. UNICEF, Costa
Rica, 1998, p. 41.

211
Los sistemas tutelares de menores se basan en el Código Penal
para calificar las infracciones; sin embargo, los órganos compe-
tentes extienden esa posibilidad para considerar otros comporta-
mientos no previstos en el catálogo penal, con lo que se quiebra
el principio de legalidad. La inversión de esta consideración re-
sultaría necesaria pues daría paso a otro principio, el de oportu-
nidad, que significa la no intervención penal en los hechos de
escasa relevancia social o cuando la aplicación de la sanción o me-
dida sea innecesaria o resulte perjudicial para el desarrollo psico-
educativo del niño.
Para dar atención a las personas menores de 16 años que incu-
rran en conductas tipificadas como delitos, debe tenerse en cuenta
también todas las posibilidades que en la ley penal sustantiva les
beneficien, pues estarían en desventaja respecto a los adultos. En
este sentido sería aconsejable prescindir de los injustos leves o
considerados como bagatela (hurtos y daños pequeños, entre
otros), como sí ocurre con los adultos.
El principio de legalidad comprende, por otra parte, tener en
consideración dos exigencias: lex scripta y lex stricta.
Lex scripta significa que el juez o los órganos competentes de
menores no pueden usar las fuentes reconocidas en otras ramas
del Derecho, como la costumbre, la jurisprudencia o la analogía.
Lex stricta significa definir estrictamente los presupuestos de la
acción. Es decir, que se concrete de forma precisa el contenido
jurídico de la conducta que se incrimina y que se le atribuye al
menor.
A través del Decreto-Ley 64/82 se crea un sistema para la aten-
ción a las personas menores de 16 años que «presenten trastor-
nos de conducta, manifestaciones antisociales, lleguen o no a
constituirse en índices significativos de desviación o participen
en hechos que la ley tipifique como delitos». (ver el artículo 1 del
mencionado decreto).
Principio del interés superior del niño: Contenido ideológico
esencial de la doctrina de la protección integral y base de la in-
terpretación y aplicación de la normativa para los niños y los adoles-
centes (artículo 3 de la Convención Internacional sobre los Derechos
del Niño de 1989).

212
Principio de prioridad absoluta: Derivado del anterior, significa
atender con prioridad, ante todo, las necesidades y los derechos
básicos de los niños, teniendo en cuenta el desarrollo de las polí-
ticas del Estado de manera integral y del mismo modo que el
resto de los niños que no entran en conflicto con la Ley Penal.
Principio de humanidad: Presupone la prohibición de penas
crueles y degradantes. Según Jescheck, impone que todas las re-
laciones humanas que el Derecho Penal hace surgir en el más
amplio sentido, se regulen sobre la base de una vinculación recí-
proca de una responsabilidad social hacia el comisor.
Especialmente respecto a los menores se prohíbe la pena de
muerte y las penas corporales y se sugiere la reducción en lo po-
sible de la privación de libertad o internamiento.
Principio de celeridad: Implica que se debe lograr la decisión ju-
dicial en el plazo más breve posible, cuanto más, en el término esta-
blecido por la ley. Los plazos deberán ser improrrogables como regla
general, así como la detención provisional deberá ser excepcional.
Principio de jurisdiccionalidad: En los modelos basados en la
justicia penal, los jueces deben ser imparciales, independientes,
pero sobre todo especializados en materia de menores. Lo mismo
debe suceder con cualquier modelo que se adopte. Por otra parte,
se ha sugerido no derivar a los órganos jurisdiccionales aquellos
casos leves y los que la respuesta del medio ha sido adecuada.
Principio del contradictorio: Significa que deben estar definidos
los roles procesales. El sistema inquisitivo, propio de los modelos
tutelares, el juez acusa, decide, en fin, es el multifacético protago-
nista de todos los papeles judiciales, con lo que no se garantiza el
contradictorio. Las partes deben estar muy bien definidas.
Principio de inviolabilidad de la defensa: Establece la garantía
de poder contar con los servicios de un abogado defensor que lo
represente, en todo caso con un asesor de su confianza que lo
guíe y restablezca el necesario equilibrio procesal.
De la misma manera que todos los operadores del sistema de
menores, el asesor o defensor deberá estar capacitado en el tema
de menores.

213
Principio de la presunción de inocencia: Este principio básico, que
se consagra en algunos instrumentos internacionales y en la mayo-
ría de las constituciones nacionales, supone que prevalece la consi-
deración de la inocencia hasta que no se pruebe la culpabilidad.
Los sistemas que responden al modelo de culpabilidad de au-
tor, no tienen en cuenta la presunción de inocencia, el que se ve
limitado, asimismo, por la amplitud de la competencia de los jue-
ces de menores que conocen también de conductas no delictivas.
Este principio deberá tenerse en cuenta especialmente cuando
se decida el internamiento provisional del menor, lo que será evi-
tado en la medida de lo posible en todo momento.
Principio de impugnación: Significa que los actos de los que
imponen las medidas al menor puedan ser impugnables. Esto pre-
supone que pueda recurrirse la decisión a un órgano superior. Se
sugiere, además de poder establecer recursos ordinarios, la posi-
bilidad de habilitar el Habeas Corpus y otras acciones análogas
para impugnar la legalidad de la privación de libertad o la pro-
longación de la esta. .
Principio de intervención mínima y de subsidiariedad: El Dere-
cho Penal de menores, o en su caso otras variantes que se adop-
ten, deben tener modestas aspiraciones, fundamentalmente en
la intervención y la aplicación de sanciones o medidas. El carác-
ter subsidiario viene dado porque al Derecho Penal se debe acu-
dir cuando sea absolutamente necesario. «Lo ideal no es un
Derecho Penal mejor, sino algo mejor que el Derecho Penal», como
ya han dicho muchos autores.
Principio de confidencialidad del proceso: El principio de publi-
cidad del proceso se entiende como la posibilidad de los sujetos
del proceso a tener acceso a las actas procesales. No obstante, a
diferencia de la publicidad que prevalece en el proceso de los
adultos, es conveniente no divulgar ninguna información que fa-
cilite la individualización de los niños y adolescentes que incu-
rran en conductas tipificadas como delitos, por lo estigmatizante
que pudiera resultar para ellos la revelación y publicidad de su
identidad y de las particularidades del caso.
Todos estos principios dirigen la base teórica de la doctrina de
la protección integral y se expresa jurídicamente mediante de ins-

214
trumentos normativos internacionales que cobran plena vigen-
cia y se consolidan a partir de la promulgación de la Convención
Internacional sobre los Derechos del Niño. Este conjunto legisla-
tivo es el siguiente:
• Reglas mínimas de Naciones Unidas para la administración de
la justicia de menores (Reglas de Beijing).
• Reglas mínimas de Naciones Unidas para la protección de los
jóvenes privados de libertad.
• Directrices de Naciones Unidas para la prevención de la delin-
cuencia juvenil (Directrices de Riad).
• La Convención Internacional sobre los Derechos del Niño.
Además de estos instrumentos, existe en la actualidad un pro-
yecto de ley modelo sobre la justicia de menores que no significa
la inexistencia de instrumentos jurídicos necesarios por parte de
Naciones Unidas —esta posee ya un impresionante dispositivo ju-
rídico para reforzar los derechos y garantías de la infancia—, sino
que pretende servir de consejo permanente para los países que
deseen llevar a la práctica los parámetros de aquellas herramientas
normativas existentes. Ha sido proyectado por Alexandre Schmit y
Renate Winter del Centro para la Prevención Internacional del Cri-
men, con sede en las oficinas de Viena, de Naciones Unidas.
Este proyecto de ley ha sido revisado por Horst Schüler
Springorum, considerado como el Padre de las Reglas de Beiging
y colaborador de las directrices de RIAD; está concebido para ins-
pirar a los legisladores de los países que pretendan obtener una
nueva ley en la materia o modificar la que posean; comprende
principios globales que pueden ser aplicados en las distintas si-
tuaciones locales, por lo que puede decirse que también se inser-
ta dentro de la doctrina de la protección integral.
Puede entenderse como protección integral el conjunto de dis-
posiciones, medidas, estrategias y políticas orientadas a proteger
a los niños en su totalidad e individualmente considerados, de
forma holista, y los derechos y garantías que dimanen de las rela-
ciones que mantengan entre sí con la familia, con los adultos,
con la comunidad y con el Estado.

215
Esta salvaguarda se dirige a todo menor de edad por tal condi-
ción, independientemente de su raza, etnia, situación social, de
conflicto con la ley penal u otra circunstancia. Su realización prác-
tica se verifica a partir de «un juicio de valor acerca de la dignidad
eminente de la persona y el reconocimiento de sus necesidades
objetivas, en la etapa que se extiende desde la concepción en el
seno materno hasta alcanzar la edad adulta, valoraciones que im-
pulsan la actividad familiar, de los organismos del Estado, de insti-
tuciones privadas y de la comunidad en general, regulada en el
marco de la organización jurídica de la sociedad y técnicamente
adecuada para dar una respuesta eficaz a la problemática bio-psico-
pedagógica que plantea nuestro tiempo» (Raffo y otros, 1986).
Esta nueva doctrina, que incluye la protección integral y el in-
terés superior del niño como estandarte, representa la máxima
consideración, y la percepción cualitativamente superior del uni-
verso infantil. El menor deja de ser considerado objeto de la com-
pasión-represión para ser considerado dentro de la categoría
infancia-adolescencia como sujeto pleno de derechos.
De todos los instrumentos internacionales que conforman ju-
rídicamente la doctrina de la protección integral merece desta-
carse la Convención sobre los Derechos del Niño, por la
dimensión integral y la amplia aceptación que ha tenido, entre
otras razones.
La Convención Internacional de los Derechos del Niño fue
adoptada por la Asamblea General de Naciones Unidas el 20 de
noviembre de 1989 y abierta a la firma el 6 de enero de 1990. Ese
mismo día firmaron el documento 61 países, lo que demostró una
rápida adhesión sin precedentes. Entró en vigor el 2 de septiembre
de 1990, un mes después de ser ratificada por el vigésimo Estado;
ese día adquirió el carácter de ley para los primeros veinte estados.
Nuestro país firmó este instrumento el 26 de enero de 1990; el
documento de adhesión se recibió en Naciones Unidas el 21 de
agosto de 1991 y entró en vigor el 20 de septiembre de 1991.
Las preocupaciones normativas que sirvieron de antecedentes
de tan importante acontecimiento se remontan años atrás, cuan-
do se promulgó la Declaración Universal de los Derechos Huma-

216
nos de 1948, las Declaraciones de los Derechos del Niño de 1923
y 1959, los Pactos Internacionales sobre los Derechos Económi-
cos, Sociales y Políticos de 1966 .
Otros antecedentes que han sido reconocidos en el texto de
la propia Convención, fueron la Declaración sobre la protección
de la mujer y el niño en estados de emergencia o de conflicto
armado de 1974; las Reglas mínimas de Naciones Unidas para
la administración de justicia de menores de 1985, y la Declara-
ción sobre los principios sociales y jurídicos relativos a la protec-
ción y al bienestar de los niños, y otros estatutos e instrumentos
que amparan el bienestar del niño que se promulgaron en lo
sucesivo.
Desde 1978 también comenzó a desarrollarse una nueva corriente
de pensamiento que reconoce la consideración de los niños y las
niñas como sujetos plenos de derechos. Los representantes de Po-
lonia presentaron en ese mismo año una iniciativa para elaborar la
Convención sobre los Derechos del Niño, cuya promulgación coin-
cidiera con la celebración del Año Internacional del Niño en 1979,
pero se estaba minimizando una complejísima labor técnica, jurí-
dica y de coordinación internacional que solo pudo ser culminada
en 1989 con la aparición de la Convención Internacional sobre los
Derechos de los Niños.
La Convención Internacional permite percibir claramente las ne-
cesidades de la infancia en término de derechos. La estrategia de
los programas responde por lo general a un número reducido de ni-
ños; la perspectiva de los derechos responde a los problemas que
afectan a la infancia en su conjunto.
La Convención, por tanto, no debe ser considerada solo como
un nuevo instrumento internacional —constituye el Convenio más
ratificado de Naciones Unidas, solo Somalia y Estados Unidos no
se han adherido a él—,11 sino que representa un cambio de para-
digma que supera la inoperante doctrina de la situación irregular.

11
Algunos autores han justificado este abstencionismo de éstos dos países desde dife-
rentes ángulos. Se ha considerado que producto de la guerra civil en Somalia, se hace
difícil distinguirla como Estado por no contar con un gobierno realmente constituido y
poder reconocerla como sujeto del derecho internacional: Respecto a los estados

217
Es realmente muy hermosa la idea de García Méndez (1997)
cuando expresó que «constituye la Revolución Francesa que le
llega a los niños con doscientos años de atraso». Debemos hacer
notar cómo ha querido el azar histórico, que en una interesante
secuencia, cada cien años se produzca algo trascendental en
materia de protección jurídica: La Revolución Francesa en 1789,
la creación de los primeros tribunales de menores en 1899 y la
Convención de Menores en 1989. Resultaría conveniente no es-
perar otros cien años para que los derechos alcanzados en esta
última se concreten realmente.
Este importante instrumento jurídico ha desencadenado, par-
ticularmente en América Latina, leyes de «segunda generación»,
entre las que se destaca el Estatuto del Niño y del Adolescente de
Brasil,12 establecido por la Ley Federal No. 8069 de 13 de julio
de 1990, que incorporan el aliento de aquella y recogen el impe-
rativo de respetar los principios jurídicos elementales que en su
mayoría son ignorados por las legislaciones basadas en la doctri-
na de la situación irregular.
Esta reforma legislativa elimina la conceptualización indefini-
da y antijurídica de «menor en situación irregular» y facilita la

Unidos se han valorado tres razones de diversa índole: la negativa a aceptar una
norma que acepta que intervenga el Estado en la vida de los individuos pues podría
lesionar los derechos y garantías individuales, lo que no ha sido sin embargo, transfor-
mado en normas exigibles; por otra parte, García Méndez analiza que se ha creado
una imagen falsa, creada por grupos conservadores que han planteado que la Con-
vención destruye de forma total la autoridad de los padres sobre los hijos, (aunque
ciertamente se debe admitir que la discrecionalidad entre los padres y los hijos se
reduce considerablemente) y por último, porque es preferible para ellos, seguir con
las mismas armas jurídicas de antes que no ponían obstáculos por razones de edad
para enfrentar la problemática de la seguridad ciudadana y de la delincuencia juvenil.
Téngase en cuenta además, que en los Estados Unidos, los adolescentes de 14 años y
en algunos Estados a edades inferiores, cuando cometen un delito de carácter grave,
puede condenárseles a penas severas e incluso con la pena de muerte, que se ejecuta
cuando han cumplido la mayoría de edad. Tal cosa sería imposible o muy difícil de
verificarse si se adhieren a la Convención. Cfr.: García Méndez, E.: Infancia Ley y
democracia: una cuestión de justicia en la Revista de la Asociación de Ciencias Penales
de Costa Rica, Diciembre de 1998.
12
Son varios los autores que se han referido a las bondades de esta ley, para ello
consúltese Beloff, A.: «Niños, jóvenes y Sistema Penal. ¿Abolir el Derecho que supi-
mos conseguir?», en Revista No hay Derecho, No.10, Diciembre, 93- Marzo, 94, p.14;
también A. Baratta se ha referido en varias de sus obras a esta ley, encomiándola.

218
incorporación de los principios constitucionales y los principios
básicos del Derecho en las legislaciones de menores.
En el mismo sentido, se potencia el desarrollo de estrategias que
involucren a la comunidad, especialmente fomentar la participa-
ción del municipio en la ejecución de medidas socioeducativas.
La Convención se plantea, además, atender al interés superior del
niño, consagra el derecho a ser escuchados —uno de los elementos
más innovadores—, establece el cumplimiento de derechos y garantías
individuales ya plasmados en tratados, convenciones, pactos y demás
instrumentos internacionales. Constituye también una alerta para la
sociedad civil y hacia los distintos gobiernos para que instrumenten
políticas sociales más adecuadas respecto a los menores.
Consideramos que existen escasos instrumentos jurídicos que
posean como la Convención el atributo de detallar los derechos
de los niños (as) y a la vez lograr el consenso casi total que se ha
alcanzado a nivel internacional, además de potenciar transfor-
maciones, pues en el caso de América Latina, por ejemplo, ya se
habla en los términos antes de la Convención y después de ella.
Ésta es el cuerpo jurídico más completo y supera con creces todos
los instrumentos jurídicos internacionales relacionados con la ma-
teria que la precedieron y traduce con especial detalle gran parte
de los de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre.
Pero no se puede pretender que la sola ratificación de la Conven-
ción produzca los efectos milagrosos de transformar el panorama
de los niños en cada país, sino que se deben articular los empeños
de la sociedad civil y del Gobierno para implementar jurídicamente
y a través de políticas sociales, los imperativos de aquella. La Con-
vención no debe ser considerada como un fin en sí misma, sino como
parte y al servicio de las políticas de desarrollo de las necesidades de
la infancia. Constituye un instrumento operativo, pues también se
creó un Comité de los Derechos del Niño (artículo 43 de la Conven-
ción) integrado por diez expertos, elegidos por los Estados Partes que
desarrollan su trabajo a título propio, sin representar a Gobierno o
entidad alguna. Los países signatarios, por su parte, están compro-
metidos a presentar ante este Comité, informes sobre los obstáculos
o progresos en la realización efectiva de los derechos reconocidos
en la Convención, a lo que el citado Comité podrá realizar las reco-
mendaciones pertinentes.

219
Aunque la Convención se ha convertido en ley nacional de obli-
gatorio cumplimiento para el Sistema de Justicia en algunos paí-
ses latinoamericanos, o se han instrumentado normas de gran
jerarquía que desarrolle sus principios, en la práctica no se ha
operado tal adecuación y se continúa aplicando la doctrina de la
situación irregular. También existe cierto «masoquismo jurídico»
con el que algunas personas consideran que Latinoamérica no se
merece leyes de este tipo porque no sería congruente con la rea-
lidad. Así, estarían los que quieren que se modifique la ley para
que quede como la realidad y los que quieren que cambie la rea-
lidad para que quede como la ley. Ese es el dilema.

MODELOS DE ADMINISTRACIÓN
DE LA JUSTICIA DE MENORES
Las distintas formas de intervención estatal respecto a los meno-
res que incurren en conductas tipificadas como delitos, adquie-
ren características diversas que las distinguen entre sí. Las
diferencias en el proceso o en las consecuencias jurídicas hacen
posible la definición, al menos, de cuatro modelos:

Modelo tutelar o asistencial


El modelo tutelar o asistencial,13 basado en la doctrina de la situa-
ción irregular, es el diseño de un sistema de medidas de orientación
y corrección que se imponen a los menores transgresores por tribu-
nales creados para este fin, a través de un procedimiento especial.
Este modelo nace con la creación de los primeros tribunales de
menores en Estados Unidos a finales del siglo XIX y en Europa a

13
Acerca del modelo tutelar vid. Giménez-Salinas Colomer, E. : La reacción social a la
delincuencia juvenil: la prevención, la desjudicialización y la mediación, la justicia de
menores. en Menores, 1987, p. 58; de la misma autora: Justicia de Menores y Ejecu-
ción Penal, Poder y Control, 1986, No. 0, ps 214 a 221; Colás Turégano, A.: Modelos de
tratamiento de la delincuencia juvenil en La pena y sus alternativas, con especial
atención a su eficacia frente a la delincuencia juvenil. Proyecto de Investigación
Científica y Desarrollo Tecnológico «Generalitat Valenciana», Investigador Principal:
Orts Berenguer, E., Valencia, España, 1998.

220
principios del siglo XX, persiste en algunas legislaciones contem-
poráneas. Metodológicamente, recibe una fuerte influencia del
positivismo criminológico y penal que origina las medidas de se-
guridad que actualmente se aplican a los inimputables.
A través de este modelo, se considera en situación irregular al me-
nor en estado de abandono, con falta de atención a sus necesida-
des, sin representación legal y otras situaciones que el juez considere.
Se caracteriza por ser un sistema inquisitivo en que el juez concen-
tra las funciones de acusación, de defensa y tiene a la vez la facultad
de decidir sobre el menor. Se aplican medidas indeterminadas con el
objetivo teórico de reorientar y adaptar al menor y como no tienen
una connotación negativa, pues no se trata de reprimir, las garantías
jurídicas ocupan un segundo orden de importancia, que en todo caso
podrían frenar el tratamiento reeducativo que se le aplica. Así lo seña-
la De Andrés Ibañez: «El tenerlas en cuenta constituiría un obstáculo
para el buen desarrollo de esta particular terapia social» (De Andrés
Ibañez, 1986)».14
Con distintos eufemismos se disfraza la denominación de al-
gunas de estas disposiciones que en ocasiones llegan a lesionar
los derechos y garantías del menor de edad, lo que no puede
justificarse con su carácter correccional.
Los defensores de este modelo resaltan la idea de que los me-
nores salen del Derecho Penal y lo cierto es que solo salen de su
sistema de garantías, pues se les aplican medidas que poseen
una fuerte connotación restrictiva de sus derechos individuales.
«El sistema penal extiende su mano sobre los menores en forma
que puede resultar lesiva de derechos humanos en grado sumo:
el pretexto tutelar puede esconder gravísimas lesiones de todo
género (a las garantías de defensa, a la libertad ambulatoria, a la
patria potestad, etc.)» (Zaffaroni, 1984).
La distinción en la aplicación de medidas a los menores trans-
gresores, diferentes a las penas que se imponían a los adultos,
significó en su momento un logro en la evolución de su trata-
miento, y su principal desventura no radicó fundamentalmente
en su ideología «sino en el inmovilismo posterior».

14
Es importante recordar que en el Primer Congreso de Tribunales de Menores celebra-
do en París en 1911 la baronesa Carton de Wiart fundamentó de la misma manera la
necesidad de aplicarle a los menores transgresores medidas indeterminadas.

221
La persistencia de este modelo en la actualidad, prácticamente
sin variaciones sustanciales después de transcurrido un siglo y a
pesar de las transformaciones que se han producido en la fami-
lia, y especialmente en los menores y jóvenes, resulta cuanto
menos incomprensible.
Solo en algunos países este modelo comienza a ser cuestiona-
do, dando paso a partir de los años sesenta bien al modelo educa-
tivo, o a la conformación del modelo de justicia o de responsabilidad.

Modelo comunal
El modelo comunal es un esquema de protección y rehabilita-
ción de los menores de edad a través de la vía social. Este modelo
descarta la vía judicial.
Mediante los Consejos de la Niñez o Jurados de la Infancia,
que trabajan tanto con el menor como con su familia, se contri-
buye a la solución de los problemas sociales y legales en que pue-
da estar involucrado el menor, el cual posee un status dependiente
del adulto que es en última instancia quien decide. Estos Conse-
jos están integrados por personas de la comunidad y no es nece-
sario que sean juristas. Tratan de lograr la solución del conflicto
social, sin acudir a un proceso específico valorando las condicio-
nes y situaciones de los menores transgresores; prevalece el inte-
rés superior de estos y la posibilidad de que se inserten activamente
en la sociedad.
Este modelo se desarrolla en algunos países africanos y en China.

Modelo educativo
El modelo educativo consiste en evitar que los menores transgre-
sores entren en el Sistema de Justicia Penal. Se denomina tam-
bién «modelo permisivo» pues los operadores de menores de la
policía, la fiscalía, los trabajadores sociales, suelen no enviar los
casos a la Justicia.
En los países europeos donde este modelo se practica, las ci-
fras de menores que eran procesados penalmente descendieron

222
ostensiblemente. La tendencia a buscar soluciones extrajudiciales
fue conformando lo que más adelante se empezó a conocer como
«modelos de diversión o de mediación».15
La intervención represiva comienza a ser soslayada y prevale-
cen los métodos educativos. La preferencia a mantener al menor
junto a su familia, en pequeños hogares y otras alternativas que
involucran no solo al niño sino a los seres que lo rodean e inci-
den en él, predominan en esta etapa.
Las asociaciones y organismos privados que se dedican al traba-
jo social con los menores transgresores comienzan a consolidarse.
Los mismos comenzaron a desarrollar alternativas, medidas infor-
males, de conciliación con la víctima, entre otras, independiente-
mente del Sistema de Justicia al que sólo se acude para solucionar
cuestiones elementales para el menor. Holanda, Bélgica y algunos
países nórdicos fueron representativos de este modelo.
El modelo educativo fue desarrollado en algunos países europeos
desde la II Guerra Mundial, que es cuando comienza un período
de florecimiento económico, hasta la crisis de 1973 en que se
hizo insostenible el mantenimiento de una concepción del Esta-
do como responsable de ofrecer seguridad a todas las clases so-
ciales, fundamentalmente a las menos favorecidas.

Modelo de justicia o de responsabilidad


El modelo de justicia o de responsabilidad es un sistema de pro-
tección social y legal de los menores en conflicto con la ley penal
que establece una clara distinción entre los conflictos sociales y
los delitos.
Con este modelo se trata de lograr un mayor acercamiento a la
justicia penal de los adultos respecto a los derechos y garantías,
con lo que se refuerza la posición legal de los menores.
La relativa independencia que adquiere el Derecho Penal de
menores respecto al Derecho Penal de los adultos tiene en cuenta
no obstante los principios de éste y se ejercita mediante una

15
Cfr. Jünger-Tass, T.: La justicia de Menors: present i futur, ponencia de las Jornadas
sobre Educació i Control, Centro de Estudios y Formación, Departamento de Justicia
de la Generalitat de Cataluña, Barcelona, 1989, Nota 1.

223
jurisdicción especializada y autónoma que pretende garantizar
los derechos de los menores a través del proceso.
La intervención del Derecho Penal se limita en lo posible y se
utiliza una variedad de sanciones que sustentan principios edu-
cativos, pero que sí comportan una connotación negativa.
En este modelo se observan ciertos principios que lo caracteri-
zan y que lo dotan de grandes ventajas respecto a los modelos
anteriores, como el principio de oportunidad, el de celeridad, el
de flexibilidad, entre otros.

EL ESQUEMA LEGAL CUBANO. EL DECRETO


LEY 64 DE 1982. EL SISTEMA DE ATENCIÓN
A MENORES CON TRASTORNOS
DE CONDUCTA
Breve reseña histórica
El Código Español de 1870, que se hizo vigente en Cuba por
Real Decreto de 23 de mayo de 1879, constituye el primer cuer-
po jurídico que regula los diferentes aspectos acerca de los me-
nores transgresores, conceptuándolos como sujetos de Derecho
Penal. Aquí se estableció la responsabilidad penal de los meno-
res —artículo 8-2) y 3)— a los nueve años (inimputabilidad abso-
luta para el menor de nueve años) y para los mayores de nueve
años y menores de quince que obraran sin discernimiento. De la
misma forma se hacía extensivo a los mayores de dieciséis y me-
nores de dieciocho años de edad, a los que se les beneficiaba
con la aplicación de la pena inmediata inferior prevista en la ley
por el delito cometido.
El menor declarado responsable era sancionado de acuerdo con
el Código Español vigente.
En 1883, una comunidad religiosa funda el asilo El Buen Pastor,
para recluir a niños de nueve a once años que eran acusados de
prostitución, carácter violento y otros comportamientos irregulares.

224
Posteriormente, en 1900, mediante una orden militar se crean
las escuelas correccionales de Guanajay y de Aldecoa (para niños
y niñas, respectivamente), subordinadas directamente a la Secre-
taría de Estado y Gobernación. En el Reglamento de ambas es-
cuelas se disponía que los internos mayores de catorce años
considerados perniciosos por su conducta, serían enviados a los
tribunales y remitidos a la cárcel hasta los dieciocho años cum-
plidos.
La Ley de Beneficencia (Orden Militar No. 271 de 7 de julio
de 1900) modificó el artículo 8-2) y 3), y extendió la irresponsa-
bilidad absoluta hasta los diez años. La Ley Orgánica del Poder
Ejecutivo (Decreto No. 78 de 12 de enero de 1909) también lo
dispuso de similar forma, lo que estuvo vigente hasta el año 1938
en que adquiere vigencia el Código de Defensa Social.
A partir de 1909 la Secretaría de Sanidad y Beneficencia
reformula la denominación de las escuelas correccionales, que a
partir de entonces fueron consideradas reformatorios.
En la finca Torrens, Punta Brava, se construyó a finales de los
años treinta un Instituto con características propias de una cárcel,
que admitía en su severo reglamento los castigos corporales para
la reeducación de los menores. Allí se internaban a los varones
de dieciocho años
En 1936 se promulga el Código de Defensa Social (Decreto-Ley
802 de 4 de abril de 1936) que aunque mantenía a los menores
dentro del Derecho Penal, establecía el límite de la exención de
la responsabilidad penal a la edad de doce años (artículo 35-D)
y la atenuaba a los mayores de doce años y menores de diecio-
cho años, lo que se consideraba como circunstancia de menor
peligrosidad (artículo 37-B). Las medidas que se disponían te-
nían un carácter tutelar (reclusión en el propio domicilio del me-
nor, hospitalización y otras) o de reclusión que se verificaba en
un reformatorio juvenil.
Este Código, al introducir novedosamente la institución del Es-
tado Peligroso, disponía que los menores de doce años que co-
metieran un delito fueran procesados por la jurisdicción especial
de menores, declarándolos en estado de peligrosidad.

225
Las medidas tutelares eran recogidas en el artículo 586-10) y
11) y eran aplicables no solo a los menores de doce años en esta-
do de peligro, sino también a los menores de dieciocho en la
misma situación. Estas medidas tutelares eran:
• Reclusión del menor en su domicilio.
• Pupilaje escolar.
• Reclusión del menor en un hogar honrado, patronato, institu-
ciones privadas de corrupción de menores y establecimientos
especiales de educación técnica.
• Hospitalización.
Las medidas correccionales consistentes en la reclusión y refor-
matorio se aplicarían según el artículo 586-5) a los menores trans-
gresores mayores de doce y menores de dieciocho. Estos debían
separarse por sus edades. La duración de esta reclusión se regula-
ba en el artículo 188-g) para un tiempo cuando menos de un
año.
En 1938 se crea, mediante la Ley de 23 de junio, un Centro de
Orientación Infantil que comprendía especialmente la solución
de todos aquellos problemas relacionados con la delincuencia
infantil y juvenil. Se concebía al niño en dos vertientes: en peli-
gro y el niño peligroso, de cuya distinción dependían las medi-
das que se aplicaban.
Las funciones de este centro consistían en corrección y docen-
cia, es decir, para la atención, corrección, asistencia y reeducación
de los niños de ambos sexos y de protección y asistencia para
amparar, educar y proteger a los mismos niños, de ambos sexos.
La Ley Fundamental de la República de 7 de febrero de 1959
retomó lo dispuesto en la Constitución de 1940 respecto a la crea-
ción de los tribunales para menores de edad; pero como no se
promulgó la ley que debía regularlos, los tribunales penales de
adultos continuaron procesando a los menores infractores de la
norma penal.
El Ministerio de Bienestar Social (creado por la Ley No. 49 de 6
de febrero de 1959) asumía entre sus funciones principales las
de prevenir la delincuencia juvenil y asistir a los menores que tu-

226
vieran problemas de conducta, para lo que se creó la Dirección
de Prevención y Rehabilitación Social.
El Instituto de Reeducación de Menores de Torrens modifica su
nombre a través de la Ley 547 de 15 de septiembre de 1959; a
partir de entonces se denomina Centro de Rehabilitación de Me-
nores.
Las Casas de Observación creadas a partir de la Ley 548 de 15
de septiembre de 1959, se ocuparon de la custodia provisional,
observación y diagnóstico de aquellos menores de dieciocho años
que cometieran actos calificados como delitos o contravencio-
nes. Desde entonces se inició una labor especializada por parte
de un personal técnico capacitado en materia de menores, que
realizaba un estudio integral para que el tribunal que los juzgara
contara con la información suficiente para adoptar su decisión.
El 6 de junio de 1959 se crea el Ministerio del Interior median-
te la Ley 940, que privilegió dentro de su trabajo la prevención
de la delincuencia. La Resolución No. 1001 de 27 de marzo de
1962 propició la creación de un Departamento de Prevención y
Seguridad Social que se dedicó a la actividad preventiva de los
menores transgresores. También se subordinaron a este ministe-
rio los centros de rehabilitación.
En el año 1961, cuando se disuelve el Ministerio de Bienestar
Social, el Ministerio de Educación asume la responsabilidad de la
custodia provisional de menores que incurrieran en conductas
antisociales o practicaran la mendicidad, entre otros casos, para
los que se concebía un tratamiento especializado.
A partir de 1964, los menores transgresores comienzan a ser juz-
gados por una sala especial de la entonces Audiencia de La Haba-
na, y en 1966 se crea el primer Centro de Evaluación, Análisis y
Orientación de Menores de La Habana (CEAOM). En 1974, como
parte de la estrategia de lograr un mayor acercamiento a la proble-
mática de los menores en conflicto con la ley penal, el personal
especializado de estos centros comenzó a realizar evaluaciones
socio-psico-pedagógicas para que los Tribunales Provinciales y Re-
gionales tuvieran elementos para imponer las medidas a los me-
nores transgresores, particularmente la de reclusión en un centro
de reeducación. La evaluación en estos centros se caracterizó por

227
la fuerza de la psiquiatría, con su vocabulario, sus métodos y técni-
cas, lo que fue retomado para evaluar a los comisores adultos.
La Facultad de Psicología de la Universidad de La Habana intro-
duce a sus estudiantes y profesores en el CEAOM y en el Centro
de Evaluación Penal para realizar sus prácticas profesionales, con
esto se acentúa la orientación psicológico-psiquiátrica para eva-
luar la conducta transgresora.
La preocupación jurídica en materia de menores se expresó tam-
bién a través la Constitución de la República (1975, modificada
en 1992), el Código de Familia (1975), y el Código de la Niñez y
la Juventud (1978).
El Código Penal de 1979 (Ley 21) estableció la responsabilidad
penal a partir de los dieciséis años, pero dispuso transitoriamente
que para los menores de catorce años de edad hasta los dieciséis
años se continuara aplicando lo establecido en el Código de De-
fensa Social hasta que se promulgara una ley relativa a los meno-
res transgresores, la cual no se materializó hasta 1982 que se crea
el Sistema para la Atención de Menores con trastornos de con-
ducta a través del Decreto-Ley 64/82.

Sistema Nacional de Atención a Menores


con Trastornos de Conducta
El esquema cubano referido al tema es original; no solo incluye a
los menores en conflicto con la Ley Penal, sino también a aque-
llos que presentan indisciplinas graves o trastornos permanentes
de la conducta que dificulten su aprendizaje en las Escuelas del
Sistema Nacional de Educación, menores con conductas disociales
o manifestaciones antisociales que no lleguen a constituir índi-
ces significativos de desviación y peligrosidad social. Por esta ra-
zón hemos dicho con anterioridad que es muy difícil encasillar
nuestro esquema de menores en algún modelo de administra-
ción jurídica en específico, pues tiene elementos del modelo tu-
telar y del de responsabilidad penal aunque por otra parte.
Este esquema, que estuvo muy bien concebido desde su inicio,
se expresó en un Sistema para la Atención a Menores con Trastor-

228
nos de Conducta, previsto para los menores de 16 años de edad
con las características antes descritas y tiene su asiento jurídico
en el Decreto-Ley 64 del 30 de diciembre de 1982.
Su objetivo principal está encaminado precisamente a lograr la
reorientación o reeducación de los menores y está regido conjunta-
mente por el MINED y el MININT; cada uno cuenta con sus Consejos
de Atención a Menores, integrados por especialistas en la materia y
de distintas ramas del saber vinculadas a la problemática en cues-
tión: psicólogos, juristas, pedagogos, etc. Estos profesionales son
los encargados de adoptar con el menor las medidas pertinentes y
se auxilian de la evaluación que realiza el Centro de Diagnóstico,
Análisis y Orientación de Menores, que poseen equipos multidisci-
plinarios para poder ofrecer una valoración consecuente.
Ellos decidirán, entre otras medidas, el internamiento de estas
personas en Centros de Reeducación de ese propio órgano. Estas
medidas son de una duración indeterminada y dependerá de la
evolución y progreso que experimenten los menores.
Al desembarazarse del Sistema Penal, este esquema enfatiza lo
pedagógico, lo psicológico y lo jurídico, procurando realizar un
análisis y conocimiento profundos de la personalidad del niño(a),
para poder recomendar las medidas más convenientes que pue-
den ser revisadas en cualquier momento por los mismos Consejos
de Atención a Menores que las han dispuesto. Entre estas medidas
tenemos:
1. Internamiento o asistencia obligatoria a una escuela de con-
ducta regida por el Ministerio de Educación o internamiento
en un Centro de Reeducación del Ministerio del Interior.
2. Internamiento obligatorio en un centro asistencial del Minis-
terio de Salud Pública.
3. Obligación de tratamiento médico ambulatorio.
4. Vigilancia y atención por el Ministerio del Interior.
5. Vigilancia reforzada de los padres o tutores o de los que ten-
gan a su cargo al menor.
6. Atención individualizada en las Escuelas del Sistema Nacional
de Educación encaminada a la corrección de la conducta sin
necesidad del internamiento en escuelas especializadas.

229
7. Ubicación del menor como aprendiz de oficio en una unidad
laboral de acuerdo con las exigencias de la legislación laboral
vigente.
8. Atención por trabajadoras sociales de la Federación de Muje-
res Cubanas.
En los artículos 31 y 32 se faculta a estos órganos para que pue-
dan advertir a los padres, tutores o personas que tengan a su cui-
dado los menores, cuando no observen las obligaciones que la ley
les dispensa relacionadas con el cuidado, manutención, alimenta-
ción, educación, etc. de los menores objeto de ese Decreto, y en
caso de incumplirlos, después de las correspondientes adverten-
cias, estos podrán solicitar al Fiscal el inicio de proceso penal en su
contra.
Por otra parte, el Consejo de Atención a Menores del MININT
podrá decidir la permanencia en un Centro de Reeducación bajo
su dirección hasta los 18 años de edad, de los menores que cum-
plan 16 años durante su atención en estos centros y cuya reeduca-
ción no se haya completado.
En cuanto al tratamiento de menores que hubiesen participado
en hechos intencionales, que figuren en el Código Penal y represen-
ten alta peligrosidad en su agente activo, al alcanzar los 18 años de
edad, el Consejo Provincial de Menores podrá adoptar si la persona
presenta aún un índice significativo de peligrosidad social, una me-
dida de internamiento en un centro para mayores que no podrá
exceder de cinco años, según se establece en el Ordinal No. 11 del
Decreto-Ley.
La decisión de cada uno de éstos Consejos, conlleva previamen-
te un proceso evaluativo a cargo de los Centros de Diagnóstico y
Orientación del MINED y los Centros de Evaluación, Análisis y Orien-
tación de Menores, (CEAOM) del MININT, los que investigan y ana-
lizan las condiciones familiares y sociales de los menores y las
valoraciones de los menores por diferentes especialistas que reco-
miendan a cada Consejo Provincial las correspondientes medidas
a adoptar.
El Decreto-Ley 64 de 30 de diciembre de 1982 constituyó un
cambio conceptual significativo respecto a la dimensión jurídica

230
acerca de los menores transgresores de la Ley Penal. Además de
excluirlos del ordenamiento jurídico-penal, se concibió toda una
estrategia pedagógica, sociológica y jurídica actualizada y
especializadada dirigida por los ministerios de Educación y del
Interior que se reparten la competencia de acuerdo con la cate-
goría en que se encuentran los menores .

Participación del Fiscal en nuestro esquema jurídico


Por la especial significación que reviste la participación del Fiscal
como garante de la legalidad en nuestro ordenamiento jurídico,
reseñamos algunas ideas al respecto.
En la Ley No. 83 de la Fiscalía General de la República se toma
en consideración la necesidad de fortalecer la función de control
de la legalidad que le viene asignada a esta institución. En ella se
contemplan los antecedentes directos de las regulaciones sobre
la Fiscalía en otras disposiciones jurídicas, en especial en el De-
creto-Ley-64 de 1982.
Se otorga especial relevancia a la actuación del Fiscal en la pro-
tección de los derechos ciudadanos y se precisan los aspectos
fundamentales de la actuación de los fiscales respecto a la pro-
tección de los menores en situación de desventaja social.
El Fiscal, según esta Ley, ejerce en representación del Estado las
acciones judiciales que corresponden según la legislación vigen-
te representando a los menores en algunos casos. Tiene también
entre sus funciones, comprobar el cumplimiento de las leyes, re-
glamentos y disposiciones sobre el tratamiento a menores de
infractores o con trastornos de conducta.
En la propia ley se señala en el Capítulo IV referido a la protec-
ción a menores que el Fiscal tiene entre sus facultades:
• Realizar visitas de control de la legalidad a las unidades de la
PNR para verificar el cumplimiento de lo establecido en la aten-
ción a menores que hayan incurrido en conductas infractoras
o hechos tipificados como delitos;

231
• Visitar las escuelas de conducta y centros de reeducación de
menores, para comprobar el cumplimiento de las normas es-
tablecidas durante la permanencia y tratamiento de los meno-
res que se encuentren en esos centros;
• Examinar todo tipo de documentación relativa a la situación
de los menores, así como efectuar entrevistas a estos, a los
maestros, psicólogos, pedagogos, trabajadores sociales, juris-
tas y otros funcionarios encargados de la educación y reorien-
tación de los menores.
Precisamente, en los casos referidos con anterioridad, el Fiscal
que advierta quebrantamientos de la legalidad debe pronunciar-
se mediante resolución, por su restablecimiento.
En el Reglamento de esta Ley, se dispone que la Dirección de
Protección de los Derechos Ciudadanos tiene a su cargo la direc-
ción metodológica y el control del trabajo que realizan los órga-
nos de la Fiscalía en lo referido a la atención a los centros de
menores sin amparo filial y en desventaja social, escuelas de con-
ducta y centros de reeducación de menores, así como posee la
función de controlar y comprobar el cumplimiento de las leyes,
reglamentos y otras disposiciones legales sobre menores e inca-
paces acogidos en centros asistenciales, escuelas de conducta y
centros de reeducación de menores.
Nuestro país, especialmente con todo lo que ha alcanzado en
materia de protección jurídica del menor, está en inigualables
condiciones para realizar las modificaciones normativas necesa-
rias con vistas a adecuar nuestro esquema normativo a las nuevas
concepciones criminológicas y normativas que imperan en la ac-
tualidad.
No se trata de lograr un mimetismo jurídico, ni pretender a
toda costa nuestra inserción en el ámbito latinoamericano a tra-
vés de un mero ejercicio técnico-jurídico de moda, sino de iden-
tificar nuestros problemas y de encontrar las respuestas adecuadas
sin soslayar nuestras características y nuestro legado histórico en
la materia.

232
LA POLÍTICA CRIMINAL
DRA. MAGALY CASELL LÓPEZ

EVOLUCIÓN
Mientras la criminología se ocupa de la criminalidad, la política
criminal se ocupa de reducirla al mínimo posible como parte de
la política general del gobierno, ambas tienen una larga y remo-
ta historia que se entrecruza.
El término de política criminal se atribuye por unos a Quistorp,
por otros a Kleinshrod, y por algunos a Feuerbach, y comienza a
extenderse a partir de 1800; desde entonces se hace presente en
el Derecho Penal.
Franz von Liszt, llamado el Padre de la Política Criminal, en su
Programa de Marburgo, 1882, le dio forma al enlazar la función
de la política criminal con el carácter finalista del Derecho Penal,
y le adjudicó la condición de ciencia independiente, cuya finali-
dad era el conocimiento del delito, de ahí su confusión con la
criminología. El criterio de ciencia independiente fue comparti-
do también por Manzini, Rocco, Garófalo, Ingeniero y Asúa, en-
tre otros. Este enfoque causalista se debió, según Emilio Langle,
«a la propagación de los nuevos conocimientos sobre la crimina-
lidad y la existencia de un eclecticismo penal» y para Mezger y
otros fue una reacción contra la interpretación lombrosiana
(López-Rey, 1985). Debe señalarse que la posición de Von Liszt
que lleva a la concepción finalista del Derecho Penal y a la tesis

233
de la lucha contra el delito sigue siendo utilizada por criminólogos
y penalistas.
Al evaluarse el enfoque de Von Liszt hay que tener en cuenta
que se corresponde con los intereses y valores de la sociedad de
la época, teniendo presente que entendía que la política crimi-
nal, al reformar la legislación existente, debía tener efectos
resocializadores en la personalidad del delincuente. Arribaba a la
conclusión de que la delincuencia era esencialmente «resultado
de características personales cualquiera que fuera la aceptación
acordada a la acción de factores externos, dándose así un parale-
lismo entre las tendencias dominantes de la criminología tradi-
cional y la política criminal de entonces (López-Rey, 1985).
La evolución subsiguiente del término muestra el influjo que
en él tienen penalistas y correccionalistas que resultaron ser los
más ocupados del tema, sumergidos, los primeros, en el delito,
casi exclusivamente, y los segundos en la rehabilitación del de-
lincuente, sin ocuparse de la correlación existente entre la crimi-
nalidad y el desarrollo, ignorando sobre todo que la modificación
de la estructura de la sociedad resulta un elemento esencial en la
reducción de la criminalidad a una extensión soportable; hay que
apuntar que si bien la resocialización o readaptación se afirma
como medios de combate contra la criminalidad los resultados
favorables o no obtenidos en la realidad han hecho surgir un
movimiento de política criminal radical que no es nuevo, que pide
la abolición del Derecho Penal.
Como propuesta en 1925 R. Hippel afirma que «la política cri-
minal no es una disciplina independiente, sino actividad del De-
recho Penal que debe irse adaptando a las transformaciones del
presente y futuro inmediato» (López-Rey, 1985); esta acepción
hace que la dependencia de la política criminal a lo penal se acen-
túe entre los penalistas.
Hay que señalarle a Hippel que las transformaciones penales
no son las únicas a tener en cuenta sino también las que se dan
en otros sectores, áreas o elementos que operan en una sociedad
dada, lo que termina con la sustantividad que Von Liszt le otorga-
ra a la política criminal «al desarrollar su idea de una ciencia pe-

234
nal de ámbito amplio, pero oscuro y difusamente concebida que
no puede pretender suplantar la política criminal como parte de
la política de gobierno» (López-Rey, 1985).
En 1927, Emilio Langle en La teoría de la política criminal nos
brinda valoraciones y aportes novedosos, trascendentes y avan-
zados para la época, al expresar «...la importancia que la política
criminal tiene como formalizadora de los medios de lucha contra
el delito, su índole pragmática, la conveniencia de diferenciarla
de otras disciplinas, entre ellas de la Criminología, Sociología Cri-
minal y su finalidad critica legislativa, añade que debe utilizar los
resultados obtenidos por la experiencia, inspirarse en los siste-
mas científicos más adelantados, estudiar la legislación penal
comparada, considerar los precedentes legislativos y las institu-
ciones arraigadas en la conciencia jurídica de la nación».
Para este autor, apunta López-Rey, había que reducir la super-
abundancia de definiciones de criminalización, establecer una etio-
logía de los criminales y proceder a una revisión de las acciones
estimadas como delitos haciéndose cargo de las condiciones del
mundo social y de las particularidades del momento, señalando
además la necesidad de ir a una simplificación de los códigos pe-
nales (López-Rey, 1985).
Por esta época, Mezger trata de elaborar una política criminal
conforme a una criminología pluralista, concebida conforme a la
época, como un conjunto de disciplinas en las que la criminología
se identificaba bastante con la política criminal.
En 1945 se consolida el movimiento defensista, después de la
II Guerra Mundial, como reacción contra el uso abusivo y mani-
pulador que los estados totalitarios habían hecho del derecho
primitivo, y adquiere vigencia esta corriente, cuyos exponentes
más destacados y conocidos son Gramática y Marc Ancel. Desde
el punto de vista particular «no considerar el delito como una
noción de puro derecho y a la sanción como la consecuencia,
jurídicamente accesoria, de la violación del orden establecido en
la ley, por lo que sus procedimientos y métodos son incompati-
bles con el derecho punitivo, siendo el derecho del delincuente a
ser rehabilitado, la esencia de su planteo promueve una política

235
criminal que niega el derecho del estado a castigar propugnan-
do la prevención individual antes que la colectiva y que tiende
por consiguiente hacia una acción sistemática de resocialización»
(Conill, 1960).
Aunque evaluada de estrecha, conservadora y marcadamente
occidental-europea, esta proyección logró una amplia aceptación
que llega a nuestros días y es utilizada en la teoría más que en la
práctica.
Tal movimiento ampliamente cultivado, de raíces marcadamente
conservadoras y occidental-europea, contó con la aprobación de
muchos al desechar un buen número de postulados positivistas
vigentes y esgrimir en su lugar otros humanistas. Apuntamos que
este movimiento tuvo un gran impacto en 1954 y los años subsi-
guientes al publicarse la obra de Marc Ancel La defense sociale
nouvelle; y sin dejar de reconocerle algunos méritos, hay que se-
ñalar que el ámbito que le otorga a la política criminal resulta
estrecho, pues la esencia de esta no puede ser únicamente la re-
habilitación del delincuente llevada a cabo en una sociedad
socioeconómica y políticamente injusta.
Asimismo, en 1960, P. Conill apunta variaciones a la corriente
tradicional de una política criminal estrecha penalmente conce-
bida, al manifestar que en la consideración del acto delictivo de-
ben tenerse en cuenta otros elementos que los meramente
enlazados con la voluntad del delincuente, concluyendo con la
apreciación de que «la política criminal se deriva de los textos
legales lo que es sólo un aspecto y no siempre el más señalado»
(López-Rey, 1985).
A partir de 1960, Naciones Unidas recomienda enfocar la polí-
tica criminal como parte de la política general y añade que debe
ser debidamente integrada con las demás, relacionada con obje-
tivos democráticos debiendo incluir todo aquello que pueda pre-
venir la criminalidad, y apunta además que debería formularse
un modelo de política criminal. Este planteamiento, de difícil ma-
terialización, ambicioso además en lo relativo a la confección del
modelo teniendo en cuenta las diferentes posiciones y el desa-
rrollo desigual de los países, tiene el mérito de mostrar la existen-

236
cia de una política criminal más amplia que la penalmente con-
cebida en épocas anteriores.
La evolución y el desarrollo de la política criminal ha ampliado
su enfoque. De ello surgen diferentes referencias, entre ellas:
«Debía tenerse en cuenta la creciente criminalidad económica,
con mayor seguridad para los bienes, la creciente segmentación
de la estructura socioeconómica en no pocos aspectos, el incre-
mento de la estatización, el socialismo y la mayor complejidad de
la criminalización.
«La tendencia a la descriminalización sobre todo lo que atañe
a los delitos sexuales y los menores contra la propiedad, escepti-
cismo respecto a los programas de rehabilitación, se subraya cómo
el incremento de la criminalidad modifica en no pocos casos y
aspectos la manera de vivir en las grandes áreas urbanas, un cier-
to renacimiento del pensamiento y práctica punitivos, la aten-
ción creciente a los derechos humanos y la necesidad en lo
procesal de asegurar las garantías judiciales y de ir a una
reorientación de la justicia penal, en busca, entre otras cosas, de
rapidez y efectividad» (López-Rey, 1985).
También se alude a la creciente interdependencia de ciertas
modalidades de la criminalidad, el aumento del rechazo del
tratamiento correccional en algunos países, señaladamente en
los Estados Unidos y la continuada tendencia contra las penas
cortas.
Como propuesta en el plano internacional otros elementos sur-
gen y se incorporan a la política criminal de los momentos actua-
les; entre los más destacados se encuentra: «El respeto que se
pide a los derechos humanos, el costo de la política criminal, la
realización de su planificación como parte de la planificación del
desarrollo nacional, la promoción de la participación de la comu-
nidad local, regional, en la justicia, así como la de instituciones
variadas en su formulación al haberse evidenciado que esta no
puede ser estimada como un monopolio de penalistas,
procesalistas y demás profesionales del Derecho Penal o Proce-
sal. El desarrollo y el distingo que se establecen entre países de-
sarrollados y en vías de desarrollo sin que ello signifique que en

237
todo caso es de menos criminalidad en los primeros que en los
segundos, a pesar de sostenerse por algunos que el desarrollo es
un elemento condicionador de la criminalidad.» (López-Rey,
1985).
Bajo este prisma teórico, la postura más actual que vincula la
política criminal al desarrollo parte de que todo cambio social
significa modificación socioeconómica, política, cultural, religio-
sa, etc., que se da en un país y en un período dado, e implica
alteración, buena o mala, de lo que existe y se traduce a menudo
en nuevas actitudes respecto a valores, intereses, fines, creencias,
programas, instituciones, políticas, etc. que gobiernan, modelan
o determinan la vida en general; por ello es dable resaltar la co-
nexión entre cambio social y desarrollo especificando que el pri-
mero no significa siempre el segundo, mientras que este sí implica
aquel.
En este sentido, en calidad de propuesta teórica, señala López-
Rey, que los elementos esenciales aceptables del desarrollo, en
que todos los otros se resumen, «son los derechos de libertad,
igualdad, dignidad y seguridad y que los cuatro constituyen a su
vez la base de toda política criminal, ya que su preservación en
los planes sociales, económicos, industriales y demás reducirán
la criminalidad» (López-Rey, 1985).
Hoy día, aun con criterios en contra, se afirma y se destaca la
correlación desarrollo-política criminal, y en torno a ella se mani-
fiesta «que los códigos penales al ser la expresión legal de la cri-
minalidad deben prepararse en consonancia con la evolución del
desarrollo, al ser la codificación penal una tarea sociopolítica, que
requiere profunda y detenida indagación factual, que los progra-
mas de prevención de la criminalidad deben ser coordinados y/o
de muy diversa preparación y profesión a fin de que se puedan
tener en cuenta los múltiples aspectos que inciden en la correla-
ción desarrollo-criminalidad, concluyéndose entonces que la po-
lítica criminal no puede dejarse ya solamente en las manos de los
integrantes del sistema de justicia penal y los elementos a ellos
vinculados, sino que se requiere la coordinación e intervención
de una variedad de profesionales (López-Rey, 1985).

238
En la actualidad existe una corriente que sostiene con bastante
arraigo que «todo cambio debido al desarrollo requiere atención
penal y criminológica teniendo en cuenta la necesidad de inves-
tigar dado que en ella se entrelazan una pluralidad de aspectos y
no debe simplificarse a que el aumento o disminución de la cri-
minalidad dependen de la índole del desarrollo que se pretenda;
que en la referida correlación el funcionamiento de la justicia
penal desempeña un papel positivo o negativo según aquél sea
bueno o malo y que la efectividad de la política criminal deman-
da una adecuada coordinación y planificación» (López-Rey, 1985).
Además, se aduce que su contenido, finalidad y factibilidad exi-
gen un estudio previo que permita el conocimiento y planificación
de las tendencias de la criminalidad, de sus diversas modalidades
en diversas áreas, educacionales, económicas y de emigración, en-
tre otras.
Resulta oportuno señalar que cada día se acentúa más la rela-
ción criminalidad-desarrollo que, aunque poco reconocida para
algunos en otras épocas, sí lo es para las Naciones Unidas quien
desde su segundo Congreso celebrado en Londres 1960 ha trata-
do el tema en cada uno de los celebrados hasta la fecha, y en los
últimos años lo ha vinculado en el contexto de un nuevo orden
económico internacional.
Unido a esta correlación también figura el vínculo entre desarro-
llo-político-criminal-legislación penal que permitirá la expresión
legal de la criminalización, conforme a su índole sociopolítica,
como fenómeno global, y formula las modalidades o tipos pena-
les de forma que el texto sea lo más adaptable posible a la evolu-
ción del desarrollo nacional e internacional.
López-Rey (1983) y otros autores al comentar esta aseveración
asumen una posición interesante, aunque un tanto contradicto-
ria para los conservadoristas, al afirmar que «debe tenerse siem-
pre en cuenta el criterio de que el fundamento de la justicia penal
es la justicia social y no el Estado de Derecho que se confunde
con su legalidad y legitimidad, por ello se indica que la política
criminal y la organización del sistema penal de un país han de
llevarse a cabo en correlación con el desarrollo, teniendo en cuenta

239
al respecto que la correlación aludida descansa esencialmente
en la preservación de los derechos humanos.
En este sentido, las Naciones Unidas en su resolución 36/21,
de 1981 sobre justicia penal, le pide a los gobiernos que se reali-
cen los esfuerzos necesarios para establecer sobre esa base una
justicia penal teniendo en cuenta factores políticos, económicos,
culturales, sociales y otros, a fin de establecer una justicia penal
sobre principios de una justicia social.
Coincidimos con López-Rey (1985), cuando sostiene que: «la
política criminal de un país en un período dado no debe ser iden-
tificada sólo con las reformas penales llevadas a cabo en uno u
otro período», pues esta exige una vinculación de organismos y
la participación de la comunidad, aspecto no exigido por las re-
formas penales cuando estas se producen estrictamente dentro
de su área; además, requiere llevarse a cabo por un organismo o
grupo de expertos de diversa formación profesional que han de
tener en cuenta los principales aspectos del desarrollo nacional e
internacional, así como los de la administración de justicia penal
existente; debe evaluar lo que existe y cómo funciona, determi-
nar lo que se debe conservar, lo que debe ser reemplazado y las
innovaciones que han de introducirse que concuerden con la rea-
lidad existente y no con la trayectoria histórica, que no debe
ignorarse totalmente.
Conviene apuntar el papel esencial y protagónico que en la
concepción, formulación y materialización de la política criminal
le asignamos a la investigación, dado que ella condiciona la ob-
tención de premisas tales como eficacia, pluralidad, integración
y carácter sistémico y factibilidad, entre otras.
En este sentido existe el criterio generalizado que las investiga-
ciones científicas deben ser el fundamento de la proyección y
planificación de la política criminal, dado que estas deben apor-
tar cuáles son las necesidades sociales que el Estado debe satisfa-
cer y propiciar para que la política criminal resulte concreta, activa
y desarrollada en situaciones actuales y definidas.
Las investigaciones que se realicen con este fin deben estar com-
prometidas y ser prospectivas, es decir, deben buscar resultados

240
que puedan ser aprovechados por los que deciden las políticas
preventivas y legislativas de la administración de justicia y del con-
trol de la criminalidad, por lo que no deben ser sólo fruto de inves-
tigadores profesionales, y debe incluirse en ellas a los ejecutores y
a los llamados «decisión makers», aquellos que deben tomar las
decisiones generales de política y las decisiones concretas para su
aplicación.

CONSIDERACIONES CONCEPTUALES
SOBRE LA POLÍTICA CRIMINAL
La importancia que actualmente se le confiere a la política crimi-
nal se justifica por la progresividad de la criminalidad, en la que
esta política está llamada a jugar un papel cada vez más predo-
minante, reclamando un decidido apoyo gubernamental y refor-
mas oportunas no improvisadas.
La política criminal se hace necesaria en virtud de la existencia
del fenómeno de la criminalidad, que es su razón de ser, pero
también requiere transformarse en virtud de la infuncionalidad
que pueden presentar las medidas que con el objetivo de la pro-
tección de la sociedad y de los bienes jurídicos y colectivos son
tomados frente a dicho fenómeno y su desarrollo; se ocupa de
cómo construir del modo más adecuado el Derecho Penal, a fin
de que pueda corresponder a su misión de proteger la sociedad
(Jescheck, 1986).
Tradicionalmente ha venido considerándose la política crimi-
nal como crítica y propuesta de reforma de las normas penales,
en sentido amplio así como la organización adecuada y el per-
feccionamiento del dispositivo estatal de persecución penal y de
ejecución de la pena (Serrano, 1985). Mientras que Liszt y Manzini
se pronunciaron por la opinión de la crítica y reforma, al conside-
rar que la política criminal debía promover reformas que deben
establecerse en el derecho positivo a fin de conseguir mejores
resultados en la lucha contra el delito (Serrano, 1985).

241
La política criminal se ha definido también como un conjunto
sistemático de los principios fundados en la investigación cientí-
fica de las causas del delito y de los efectos de la pena, según los
cuales el Estado ha de llevar a cabo la lucha contra el delito por
medio de la pena y de las instituciones con ella relacionadas (Se-
rrano, 1985).
Para Jescheck (1986) es la política criminal la que nos da el
criterio para la apreciación del derecho vigente y nos revela cuál
es el que debe regir.
Langle (1927), tras sostener que la política criminal aspira a
«combatir el delito, inquiriendo sus causas y proponiendo los re-
medios oportunos», afirma que desempeña dos funciones: es crí-
tica y legislativa; debe ocuparse de la averiguación de las «causas
de los delitos, medios eficaces para la lucha contra él y reformas
legislativas inspiradas en ese sentido práctico».
Cuello Calón, tras aceptar la definición de Liszt de política cri-
minal, asevera que es un criterio directivo de la reforma penal,
que ha de basarse en el estudio del delincuente, la delincuencia,
la pena y otras medidas de defensa social contra el delito; las
reformas que propone la política criminal son las «necesarias tan-
to en el terreno de la legislación penal como en el campo penoló-
gico» (Serrano, 1985).
Hay algunos autores que dan un contenido muy amplio a la
política criminal entre ellos Lebassieur, quien indica que «com-
prende todos los medios puestos en práctica para prevenir la gé-
nesis y desarrollo de la criminalidad» (Serrano, 1985). Otros autores
subrayan que su contenido es multisectorial y es un sistema de
reacción social frente al delito; otros extienden la función de la
política criminal al proceso penal y la fase de ejecución.
Para Vassalli, la política criminal moderna ha de ocuparse de:
«La necesidad de la pena, criminalización y descriminalización,
fines de la pena (prevención general y especial) y estructura del
proceso penal (Serrano, 1985).
Se puede apreciar en todos estos criterios cómo en las concep-
ciones más amplias de política criminal van más allá del conteni-

242
do de los códigos penales y la esencia de un criterio uniforme
sobre el contenido, objeto y función de la política criminal.
Elías Carranza (1985) considera que «puede distinguirse una
política criminal en sentido estricto y otras en amplio: la primera
sería la política específica dirigida al sistema de justicia penal con
sus componentes tradicionales de legislación penal, policía, tri-
bunales y sistema penitenciario, y la segunda se refiere a la tota-
lidad del sistema de control social (no sólo al sistema penal), e
intercepta con otras áreas de la política estatal, particularmente
con otras del sector social, tales como salud, vivienda, educación
y trabajo, con su incidencia en la prevención primaria de la crimi-
nalidad y en mayor o menor frecuencia de determinadas formas
delictivas».
Por otra parte, la función práctica de la política criminal está
concebida, en último término, a posibilitar la mejor estructura de
estas reglas positivas y dar las correspondientes orientaciones tan-
to al legislador que ha de dictar la ley como al juez que ha de
aplicarla o la administración ejecutiva que ha de materializarla.
Por ello coincidimos con Moreno Hernández en que: «La política
criminal comprende los sectores legislativos, el judicial (o proce-
sal) y el ejecutivo (ejecución de penas), en los cuales se ejercita el
Ius puniendi que corresponde a cada uno de los órganos del Es-
tado. Por razón de la consideración de estos sectores, se suele
también hablar de una política criminal legislativa, de una políti-
ca criminal judicial y de una política criminal ejecutiva, que se
corresponderán en materia legislativa, con el Código Penal, Ley
de Procedimiento Penal y Ley de Ejecución de Sanciones» (More-
no, 1993).
Las definiciones que se incluyen no son todas las que podría-
mos aportar, pues alrededor de la política criminal y su evolu-
ción, influyéndose entre sí y para el posterior desarrollo o para la
decadencia de alguna de ellas, abundan las formulaciones, lo
que es totalmente legítimo dado que en su elaboración es deter-
minante la posición y actitud del autor, es decir, si es pasiva, acrítica,
desinteresada de influir en la práctica, contemplativa o si elabora
sus conceptos con abstracciones o afiliado, apoyado en ideas y

243
teorías determinadas. Apuntamos que no es nuestro propósito el
análisis de las diversas posiciones teóricas, sino que se conozcan
y que nos sirvan de referencia.
Definiciones de política criminal de algunos de sus más desta-
cados especialistas en el tema y de otros tratadistas:
Feuerbach la concibe como «sabiduría del Estado» (Zipf, 1979).
Franz von Liszt la considera un conjunto sistemático de los princi-
pios fundados en la investigación científica de las causas del
delito y de los efectos de la pena, según los cuales el Estado ha
de llevar a cabo la lucha contra el delito por medio de la pena
y de las instituciones con ella relacionadas.
Doctrina de la posibilidad política-realidad alcanzable con re-
lación al fin de la prevención y de la represión de la delincuen-
cia (Zipf, 1979).
Robert von Hippel. Consideración de la eficacia del Derecho Pe-
nal bajo el criterio de la conveniencia (Zipf, 1979).
Emilio Langle y Rubio (1927). Arte de escoger los mejores me-
dios preventivos y represivos para la defensa contra el crimen.
Anton Oneca (1949). Crítica de las instituciones vigentes y prepa-
ración de su reforma, conforme a los ideales jurídicos que se
van constituyendo, a medida que el ambiente cultural sufre
modificaciones.
Mezger. Conjunto de todas las medidas estatales para la preven-
ción del delito y la lucha contra el delito (Zipf, 1979).
Sax. Conjunto de tendencias y disposiciones dirigidas a la ade-
cuada aplicación del Derecho Penal (Zipf, 1979).
Göppinger. Debe ocuparse de la remodelación de las normas
penales (en sentido amplio) y de la organización adecuada y
perfeccionamiento del dispositivo estatal de persecución pe-
nal y de ejecución de la pena (Zipf, 1979).
Schröder. La suma de todos los medios de reacción de los tribu-
nales penales, los métodos y principios con que el estado se
enfrenta con el delito (Zipf, 1979).
Jescheck. Se ocupa de cómo construir del modo más adecuado el
Derecho Penal, a fin de que pueda corresponder a su misión de
proteger la sociedad (Zipf, 1979).

244
G. Kaiser. Pretende la exposición sistemáticamente ordenada de
las estrategias y tácticas, sociales para conseguir un control óp-
timo del delito (Zipf, 1979).
Exposición ordenada de las estrategias, técnicas y medidas para
la consecución de un control óptimo del crimen (Kaiser, 1983).
Heinz Zipf (1979). Obtención y realización de criterios directivos
en el ámbito de la justicia penal.
Rama, dentro del conjunto de las políticas del estado que se
dedica a conocer, prevenir, controlar y contener el fenómeno
de la criminalidad.
M. Ancel (1974). Conjunto sistemático de principios según los
cuales deben organizar el estado y la sociedad la lucha contra
el crimen.
Quintiliano Saldaña. Conjunto de medios represivos para encau-
zar la lucha contra el delito (Langle, 1927).
A. Beristain Ipiña (1997). Ciencia que metodiza todas las distin-
tas investigaciones realizadas en diversas áreas con el fin de
descubrir las causas de la delincuencia y determinar sus reme-
dios.
Cobo del Rosal (1984). Conjunto de principios extraídos de la
investigación empírica del delito y de la pena que orientan la
actividad del Estado en su lucha contra el crimen.
E. Cuello Calón (1984). Criterio directivo de la reforma penal que
debe fundamentarse sobre el estudio científico del delincuen-
te y de la delincuencia, de la pena y demás medidas de defensa
social contra el delito.
J. Bustos Ramírez (1982). Conjunto de medidas orientadas a de-
tectar y combatir las causas individuales y sociales de la delin-
cuencia.
A. García Robles: Disciplina que ofrece a los poderes las opciones
científicas concretas más adecuadas para el eficaz control del
crimen y las alternativas legales consiguientes.1

1
García, Robles, A. Tomado de Dyxan Fuentes Guzmán, 1999. «La política criminal cubana
y el nuevo milenio». Tesis en opción al título de Licenciado en Derecho, sin publicar.

245
José M. Rodríguez Devesa. Es el conocimiento de aquellos me-
dios que el legislador puede y debe hallar, según la especial
disposición de cada Estado, para impedir los delitos y proteger
el Derecho natural de sus súbditos.2
M. Delmas-Marty. Conjunto de métodos por medio de los cuales
el cuerpo social organiza las respuestas al fenómeno criminal.3
Jiménez de Asúa (1929). Conjunto de principios fundados en la
investigación científica del delito y de la eficacia de la pena,
por medio de las cuales se lucha contra el crimen, valiéndose,
no solo de los medios penales, sino también de los de carácter
asegurativo.
Alberto Binder (1997). Conjunto de decisiones, instrumentos y
reglas que orientan el ejercicio de la violencia estatal.
Tras el análisis de las anteriores definiciones se evidencia la vin-
culación necesaria de la política criminal con ciencias como el
derecho penal, la criminología y la sociología, sobre la base de la
política social.
La variedad de las definiciones analizadas nos permite señalar
que en relación con esta disciplina no existe un criterio uniforme
en cuanto a su conceptualización, contenido, extensión y objeti-
vos, lo que ha determinado que en la teoría estos últimos no se
encuentren claramente articulados teniendo en cuenta los dife-
rentes puntos de vista conceptuales, las motivaciones y el carácter
que se les atribuya. A continuación relacionamos algunos de sus
principales objetivos (López-Rey, 1985):
• Prevención y lucha contra el delito, sus causas y efectos.
• Obtención y realización de criterios directivos para la configura-
ción, interpretación, aplicación y reforma de las normas penales.
• Elaboración y exposición sistemática y organizada de criterios
directivos, de estrategia, tácticas sociales, métodos y principios

2
José, M. Rodríguez, Devesa «Sobre la necesidad de una nueva política criminal»,
Anuario de D. Penal y Ciencias Penales, t. 35, p., 703.
3
Marty Delmas. Tomado de Dyxan Fuentes Guzmán, 1999. «La política criminal cubana y
el nuevo milenio». Tesis en opción al título de Licenciado en Derecho, sin publicar.

246
con que el Estado se enfrenta al delito, y pretende conseguir
su control óptimo, vinculado con las ciencias penales, el siste-
ma de justicia penal, las investigaciones criminológicas y la
realidad social, económica, política, cultural, es decir, al desa-
rrollo y evaluación del marco social de referencia, lo que equi-
vale a señalar que sus vías, métodos y contenido no son siempre
los mismos aun en una misma sociedad o territorio.
• Determinación de la necesidad de la pena, sus fines y de la
criminalización y descriminalización.
• Elaboración de criterios éticos, económicos, políticos y socia-
les que orientan la lucha contra el delito sus causas y efectos.
Estos objetivos evidencian la vinculación de la política criminal
con la criminología que investiga el fenómeno criminal bajo to-
dos sus aspectos con la política social, cuya función práctica es
transformar las condiciones de vida y de bienestar de la pobla-
ción e influir en la reproducción de la estructura social, en las
concepciones, comportamientos y relaciones sociales; y con el
Derecho Penal, que establece los preceptos positivos con que la
sociedad afronta el fenómeno criminal.

Formulación y contenido de la política criminal


El que la política criminal sea elaborada solamente por hombres de
togas o se le encargue solo a juristas la composición o redacción de
códigos y leyes, además de resultar inadecuado por ignorar la índo-
le sociopolítica de esta y su vinculación con otras disciplinas socia-
les, constituye una práctica no aconsejable, pues su formulación exige
una conjugación de organismos integrados en uno solo, constitui-
do por expertos de diversa formación profesional que han de tener
en cuenta los principales aspectos del desarrollo nacional e interna-
cional, así como los de la administración de la justicia penal existen-
te (López-Rey, 1985).
La formulación y la realización de los objetivos de la política
criminal requieren de ciertos criterios o principios con caracte-
rísticas afines al tipo de Estado en que se da, y debe estar en

247
correspondencia con la política general que este sigue y que se
consagra en la Constitución, la que reflejará sin duda una determi-
nada ideología que las marcará con su sello y determinará un vín-
culo entre estas.
En este punto coincidimos con Freeman y Sherwood (1981),
que señalan: «Esto debe realizarse mediante análisis y contribu-
ciones de los sectores nacionales y territoriales más directamente
conectados con el problema de la criminalidad y la ciencia penal,
y que implica dos aspectos, uno operacional y otro sustantivo».
El aspecto operacional se refiere a cuestiones generales de la
criminalidad y del desarrollo, se ocupa preferentemente de asun-
tos relativos a la finalidad de la justicia social penal, su estructura
y funcionamiento y otras cuestiones que tiendan a hacerla rápida
y efectiva, resultando de utilidad agruparlos en aspectos afines y
no solamente a la criminalidad.
Paralelamente relativo a la criminalidad, existe la determina-
ción acabada de las condiciones socioeconómicas y culturales de
las personas e instituciones que pasan por el sistema penal, entre
éstas se encuentran:
Delitos de mayor ocurrencia y su proporción en los diferentes
sectores o estratos poblacionales, porcentaje de esclarecimiento
de los delitos por la policía, proporción de los sobreseimientos y
factores que lo determinan, comportamiento de las sentencias
absolutorias y condenatorias, distribución y duración de las penas
preventivas de libertad y de las que no tienen tal condición, efecti-
vidad de la libertad condicional, determinación de las áreas de
mayor o menor concentración de criminalidad y su distribución
por razón de sexo, edad, ocupación y residencia; influencia en el
incremento o disminución de la criminalidad de las mejores condi-
ciones de vida, tiempo libre en la desocupación, las actitudes
prevalentes de permisibilidad, tolerancia, aceptación o resignación
respecto a ciertos delitos; y el impacto que pueden tener en el pro-
ceso de criminalización o despenalización, condiciones predomi-
nantes en el trabajo, desempleo, alcoholismo y uso de drogas, entre
otros.

248
No relativas a la criminalidad se refiere a lo conocido por facto-
res de condicionamiento de la criminalidad, entre los que se se-
ñalan la indagación sobre los movimientos de la población con
referencia al sexo, edad, ocupación, nacionalidad, ingresos me-
dios, niveles de educación, instrucción, salud pública, asistencia
social, medios de información, comunicaciones y recreo, así como
valoración de la efectividad de los servicios correspondientes a
niveles estatal y local.
El aspecto sustantivo se refiere a cuestiones relativas a la finali-
dad, estructura y funcionamiento de la justicia penal, así como a
su efectividad y celeridad, así abarcará el examen de la participa-
ción o no de la comunidad en su impartición, el proceso de crimi-
nalización, las víctimas, el delincuente; el sistema penal, la
participación y efectividad de las acciones de la policía y el minis-
terio público y la asistencia jurídica.
De esta forma: «los fines de la justicia no están dados solamen-
te por la rehabilitación o resocialización del delincuente, sino
además por lograr una justicia que a nivel penal preserve dere-
chos fundamentales, tales como igualdad, seguridad, dignidad y
libertad» (Freeman y Sherwood, 1981).

Características de la política criminal


La política criminal no debe ser empírica ni improvisadamente
concebida, aunque sin duda, en un momento dado la improvisa-
ción se justifica, pero no debe convertirse en algo que no se fun-
damente en una estimación adecuada de la realidad, medios y
fines.
La proyección y planificación de la política criminal demandan
la evaluación de las necesidades y de los medios que se requie-
ran; es decir, cuál es la extensión de la delincuencia, su gravedad
social y cuáles son los medios más eficaces y económicos para
contener la criminalidad y debe ser producto del enfrentamiento
entre la evaluación, la experimentación y la acción, aportando la
primera los campos y los medios de experimentación, cuyos re-
sultados señalarán la acción a emprender.

249
La complejidad de la planificación depende en gran medida
de la naturaleza del fin que se desea llevar a cabo y el de una
justicia social penal, por lo que es extremadamente complicado,
en parte, debido a que esta, además de moverse en el contexto
del desarrollo nacional, debe a veces tratar de remediar ciertas
injusticias sociales.
Coincidiendo con Severino C. Versele, entendemos que la pro-
yección y la planificación de la política criminal son aspectos de
la planificación general del bienestar social, que debe estar inte-
grado en el conjunto del desarrollo social, el cual depende a su
vez del sustrato político y económico adoptado. Según este au-
tor lo que agudiza paulatinamente el problema en los países en
«vías de desarrollo» es la rapidez y aceleración del desarrollo, el
atraso que presentan las instituciones y servicios sociales con re-
lación a los progresos técnicos, así como el rezago que presentan
las estructura culturales sobre el enriquecimiento de una colecti-
vidad (Versele, 1976).
En este contexto presenta dos aspectos mayores, uno determi-
nado por la consideración de los elementos del desarrollo y otro,
por la articulación con la administración de justicia como parte
del Sistema Penal. No es ocioso remarcar que nos estamos pro-
yectando por una planificación de la política criminal en el con-
texto del desarrollo nacional, influenciada y determinada por los
elementos esenciales de éste y no siguiendo afirmaciones técni-
cas o improvisaciones, insertándonos con ello en los planteamien-
tos realizados por Naciones Unidas, que solicita que se lleven a
cabo los necesarios esfuerzos para establecer sobre tal base una
justicia penal teniendo en cuenta factores políticos, económicos,
culturales, sociales y otros a fin de establecer una justicia penal
basada en los principios de una justicia social.4
Conviene destacar la diferencia que existe entre la planifica-
ción de la política criminal y la de la justicia penal, pues aunque
entre ambas haya una estrecha relación dada por la articulación
de la administración de justicia como un todo sistémico del que
es parte el sistema penal, estas se hallan bien delimitadas, ya que
4
Resolución 36/21, 1981, sobre Justicia Penal, Naciones Unidas.

250
la primera está encaminada a formular dicha política, y la otra al
sistema que ha de hacerla efectiva.
En los textos especializados se encuentran coincidencias al se-
ñalar las características de la política criminal, entre estas pode-
mos mencionar que debe ser:
Pluralista. En la actividad delictiva influyen múltiples factores
relacionados también con situaciones o condiciones diversas que
demandan tener en cuenta varios métodos y varias vías o cami-
nos para la obtención del fin propuesto.
Dinámica. Debe tener en cuenta los cambios sociales y las va-
riaciones que surgen y se producen tanto en la naturaleza, la so-
ciedad, como en el individuo.
Multidisciplinaria. Debe ser una obra colectiva de politólogos,
criminólogos, economistas, sociólogos, médicos, psicólogos y de
juristas, dado que no debe depender sólo de las apreciaciones de
estos últimos, sino de las de un colectivo.
Realista. Debe basarse en hechos observados y comprobados
en forma científica, y adecuarse a las necesidades de la colectivi-
dad de forma que pueda llevarse a cabo con los medios disponi-
bles o con los que se puedan crear, es decir, no debe ser empírica
ni improvisada.
Democrática. Debe evolucionar desde el humanismo individual,
al socialismo humanista.
Política. Debe dedicarse a poner fin a las injusticias culturales,
políticas, sociales y económicas.
Internacional. Debe tener en cuenta las experiencias y resulta-
dos de otras latitudes y países.
Resulta necesario señalar como posible criterio generalizado
entre los estudiosos del tema que cada día cobra más fuerza, aun-
que en la práctica tiene aceptación pero con una débil implemen-
tación, lo referido a la necesidad de someter esta planificación al
análisis económico del costo y el beneficio en el fin de lograr
racionalidad y eficiencia.
A partir de los estudios realizados adoptamos la posición aca-
démica que explicitamos seguidamente:

251
Pueden existir para la política criminal varios objetivos, desde
nuestro punto de vista, aunque no siempre son dos los principa-
les los que a su vez están relacionados entre sí, dado que la exis-
tencia e implementación de la planificación de la política criminal
contribuye a la socialización de la justicia criminal, al ver a la cri-
minalidad como parte de los problemas sociales y proyectar su
intervención de forma multilateral y no sólo con un espíritu re-
presivo, sino también con el de ayuda y de solidaridad, con lo
que se deben objetivizar, concretar y poner fin a las abstracciones
y ficciones jurídicas que esconden la realidad del hombre y la
sociedad.
El segundo de los objetivos se refiere a la necesidad de obtener
o lograr una planificación intersectorial entre las tres áreas o com-
ponentes del sistema: el legislativo, el judicial y el ejecutivo, in-
cluyendo también lo relativo a la prevención, que como se sabe
abarca diferentes sectores (salud, familia, habitación, educación,
trabajo, asistencia social, entre otros).
En fin, se trata de que la política criminal de un país ha de
vincularse y ser consecuente con la política social que promueva.
Hoy día, ante el cambio, las transformaciones y desafíos de la
globalización y el neoliberalismo, la política criminal adquiere
un gran significado en aras de subvertir la ideología de la puni-
ción y la marginación que promueven una identidad ideológica
ajena a los paradigmas humanistas.
En correspondencia con ello nuestra posición conceptual y ope-
racional del tema se afilia a los criterios teóricos más generales y
reconocidos que resultan de aplicación a nuestra realidad, al en-
tender que se trata de un sistema de decisiones valorativas en el
área criminal, de estrategias sociales coordinadas, racionales, co-
herentes y planificadas, tomadas por el Estado, por medio de las
cuales este y la sociedad en su conjunto orientan y organizan las
respuestas al fenómeno criminal con la finalidad de prevenir el
delito y mantenerlo dentro de los límites aceptados como tolera-
bles por cada sociedad en un momento determinado.
Entre los aspectos a considerar inherentes a la política criminal,
sobre cuyas bases se sustentan sus características están:

252
1. Que las decisiones de política criminal constituyen parte de las
estrategias sociales tomadas por el Estado referidas al área cri-
minal.
2. Que esas decisiones o estrategias deben ser valorativas, por lo
que deberán tener como referencia fundamental los resulta-
dos de la práctica y las investigaciones nacionales e interna-
cionales y los principios y tipo de política que rige o deben
regir en un determinado Estado.
3. Que las estrategias y decisiones que se tomen para la respues-
ta al fenómeno criminal deben ser objetos de planificación,
resultar coherentes al resto de las estrategias sociales concebi-
das y puestas en práctica, con las que además integrarán un
sistema.
4. Que teniendo en cuenta los propósitos y fines que persigue,
en su concepción y aplicación, debe darse una participación
de la sociedad de forma directa o a través de instituciones y
organismos u organizaciones.
5. Que apreciando su perfil social, deja de estar reducida a una
serie de reformas penales y ser un contenido netamente jurídi-
co o criminal manejable sólo por juristas y miembros de la judi-
catura y el Ministerio Fiscal, para integrarse a la política general
del desarrollo, por lo que, sobre todo, en su formulación, plani-
ficación, operacionalización e implementación deberán tener-
se en cuenta, economistas, sociólogos, psicólogos, demógrafos,
criminólogos, y otros que la enriquecerán y contribuirán a su
objetivación y racionalidad.
Nuestra posición no es ajena a los modernos enfoques interna-
cionales sobre el tema. Obsérvese que a nivel internacional en
1984, el Comité de Prevención y Control del Crimen, de Naciones
Unidas elaboró los Principios Rectores de la Prevención del Cri-
men y la Justicia Penal en el contexto del desarrollo y de un nue-
vo orden económico internacional, planteándose que la carencia
de estos no impedía su consideración y que en ellos se enlazaran
la prevención y la justicia penal.

253
López-Rey (1985), presidente del grupo que los elaboró, plan-
tea que pueden evaluarse como parte de una política criminal
internacional, por ello y por considerar que como referencia apor-
tan puntos de vista de carácter global y de utilidad, al ser produc-
to de investigaciones de Naciones Unidas en diversos países, los
incluimos.
El número es cuarenta y siete y relacionamos solo quince, pues
los restantes se refieren a aspectos vinculados con la política de
Naciones Unidas y otros, no guardan relación con el tema.
1. Los cambios de la estructura económica y social deben ir acom-
pañados con las reformas pertinentes en la justicia penal.
2. Todo sistema penal justo, equitativo y humanitario debe ga-
rantizar el respeto de los derechos humanos fundamentales.
3. La política criminal debe tener en cuenta las deficiencias de la
estructura socioeconómica y política que dan lugar a injusti-
cia.
4. La búsqueda de nuevos rumbos debe llevarse a cabo en rela-
ción con los conceptos de legalidad y legitimidad a nivel na-
cional e internacional en conformidad con los Principios y
fines de la Carta y las disposiciones nacionales vigentes en
materia penal.
5. Por criminalidad ha de entenderse tanto la común como la
que no lo es, y en la comisión pueden participar directa o
indirectamente instituciones oficiales y no oficiales, así como
organizaciones de muy diversos tipos y fines. La criminalidad
económica y la industrial deben dar lugar a una responsabili-
dad empresarial. A tal efecto, los jueces recibirán la forma-
ción profesional adecuada.
6. Las sanciones de tales delitos deberán fijarse en forma que se
evite la desigualdad respecto a las sanciones impuestas por
delitos comunes contra la propiedad. Consecuentemente, las
sanciones de los delitos económicos o industriales deben co-
rresponder a su extensión y gravedad.

254
7. La compensación de las víctimas debe ser regulada y hacerse
efectiva en todo caso y señaladamente en los delitos deriva-
dos de las diversas modalidades del poder.
8. Todo desarrollo incluye el de la paz y justicia y la reducción de
los costos de esta sin disminuir su efectividad. A tal efecto,
deberá ser planificada como sistema. La planificación deberá
llevarse a cabo por sectores e intersectorialmente.
9. El sistema penal es no sólo de control, intimidación y sanción,
sino también de logro de un desarrollo más equitativo en todo
respecto. A tal efecto, se utilizarán tanto como sea factible las
instituciones existentes fuera del sistema y la participación
apropiada de la comunidad.
10.La política criminal y el sistema penal deben ser periódica-
mente evaluados, el acceso al funcionamiento del último no
deberá limitarse, la participación de la comunidad asegurar-
se y se facilitará lo más posible el uso del arbitraje, mediación
y conciliación con intervención judicial.
11.Los medios de información y educación deben contribuir a la
efectividad de la política criminal.
12.El progreso científico y técnico se utilizará para la prevención
del crimen y mayor efectividad de la justicia penal, pero tam-
bién se tendrán en cuenta los abusos criminales a que pue-
den dar lugar uno y otro. Por tanto, los dos deberán ser
debidamente controlados, en particular, pero no solamente
la computarización de datos a fin de respetar la intimidad
individual o familiar.
13.Dada la enorme extensión de la desigualdad social económi-
co cultural y política en ciertos sectores de la población en
determinados países, la política criminal debe evitar que tal
exclusión, privación o marginalización sean transformadas en
algo punitivo señaladamente en cuanto atañe a la discrimi-
nación.
14.Todos los países deben cooperar en la prevención y control
de la criminalidad, asegurar la eficacia de la justicia penal
mediante una codificación penal internacional, aceptar la

255
aplicación de una jurisdicción penal internacional como exten-
sión de la penal nacional y reducir la criminalidad internacional.
15.La cooperación internacional en materia penal deberá llevar-
se a cabo teniendo en cuenta los sistemas penales nacionales
y el debido respeto a los derechos humanos.

LA POLÍTICA CRIMINAL Y SUS RELACIONES


CON ÁREAS DEL CONOCIMIENTO
Y LA PRÁCTICA SOCIAL
Con la política social
La expresión política social se comenzó a utilizar a mediados del
siglo XIX y fue Robert Mohb quien en 1845, la empleó por primera
vez para referirse a una teoría de regulación de los fines sociales
que fuesen diferentes de los de la política jurídica imperante en
esos momentos dentro de la teoría del Estado para alcanzar u
obtener una definición de política social que pueda ser admitida
por la mayoría de los especialistas. Es una tarea difícil; autores
relevantes, como Timus y Donati, coinciden en admitir que existi-
rán tantas definiciones como autores hayan escrito sobre el tema
(Zipf, 1979), quizás porque en todo autor subyace una ideología,
una perspectiva o enfoque que se ajusta a la concepción del
mundo que abraza y eso hace que las definiciones se alejen entre
sí y no coincidan; también porque las necesidades y los proble-
mas prácticos a los que está referida resultan diferentes y cam-
biantes en cada individuo y en cada territorio o latitud, por lo
que basta analizar que las necesidades que hoy nos parecen ele-
mentales hace unos años atrás no eran contempladas y dejarán
de serlos al surgir otras nuevas.
La política social siempre se referirá, como una mirada de pre-
ocupación pública, a la eliminación de condiciones que favorez-
can la marginación, entre las que figuran, la educación, el derecho
al trabajo, a una jubilación digna y la salud. No obstante, por
considerarlo de utilidad haremos referencia a su conceptualiza-

256
ción vista como producto, como proceso, como esquema para la
acción y como concepto filosófico.
Política social como producto. Si la consideramos en ese sentido,
consiste en las conclusiones obtenidas por personas implica-
das en el mejoramiento de las condiciones y la vida social, así
como en la superación de la anomia y la desorganización so-
cial. A menudo es documento que traza la política propuesta
para un organismo o unidad política.
Política social como proceso. Consiste en la evolución median-
te la cual las instituciones mantienen un elemento de esta-
bilidad, procurando, al mismo tiempo perfeccionar las
condiciones de sus miembros. Por regla general, las políti-
cas sociales existentes no suelen desarrollarse por completo
y se modifican continuamente ante los cambiantes valores
y circunstancias.
Política social como guía para la acción. En este sentido es tanto
un producto como un proceso, y supone la existencia bien de-
limitada que ha de llevarse a cabo en el contexto de cambios
potenciales en los valores, estructuras y condiciones de gru-
pos afectados.
Política social como concepto filosófico. En un sentido abstracto,
política social es el principio mediante el cual los miembros de
grandes organismos y entidades políticas buscan colectivamen-
te soluciones duraderas a los problemas que les afectan, lo
cual constituye casi lo contrario, del primario individualismo»
(Freeman y Sherwood, 1981).

La política social y los servicios sociales constituyen un campo


íntimamente ligado al área de la política criminal, no solo desde
un prisma axiológico, sino desde una perspectiva eminentemente
práctica; ellos materializan la política social, y es en este sentido,
que sus relaciones convergen por un lado, en criterios de deseabi-
lidad acerca de cómo conseguir una sociedad más justa para to-
dos; y en cómo la política social es un instrumento válido para evitar
el surgimiento y desarrollo de la actividad delictiva, la marginación,

257
la discriminación, la desorganización social, y la anomia, entre otros
factores criminógenos. Es por ello que la política criminal la inclu-
ye en su concepción, pero no quiere decir esto que sea un asunto
de su competencia, sino que es un apoyo necesario, de tal modo
se efectúa la colaboración con la perspectiva de evitar y prevenir el
delito.
Este planteo de la evitación general preventiva del delito, nos
introduce de lleno en el ámbito de la política social y de la planifi-
cación cultural, perspectiva que reafirma que la política criminal se
ha de considerar parte importante de la política social o general, y
a tal efecto, traemos a colación por su importancia lo que en 1905
expresara Franz von Liszt, sostenido por Mezger y posteriormente
por otros autores: «Una buena política social es la mejor política
criminal [...]. Si transformamos la vivienda de los trabajadores, si
introducimos una justa distribución de las cargas impositivas, si
medimos por horas el día laboral, si atendemos a la instrucción de
la clase trabajadora y desarrollamos la conciencia cívica del indivi-
duo, y aspiramos así a influir en la reducción de los delitos, hemos
hecho política social, pero como especialistas en política criminal
hemos traspasado el límite del estricto ámbito que se nos ha asig-
nado» (Zipf, 1979).
Advertimos en este planteo de Liszt, una referencia muy tem-
prana al carácter multidisciplinario de la política criminal y una
clara advertencia contra la usurpación de la política social gene-
ral por el especialista en política criminal y el criminólogo, aspec-
tos que en nuestros días alcanzan una gran relevancia, al poner
en evidencia y elevar a planos de discusión la necesidad de que
la elaboración de la política criminal no es sólo un asunto de la
competencia de los hombres de toga, sino que en ella deben
participar fundamentalmente, entre otros, criminólogos, econo-
mistas, sociólogos, demógrafos y psicólogos.
Nos parece prudente aclarar, que aun la mejor de las políticas
sociales no puede erradicar el delito y, que nuestro planteo está
encaminado a evidenciar que la política criminal necesita del apo-
yo de la política social, que se materializa cuando esta trata de
influir en la prevención, atenuación o eliminación de los factores

258
sociales reconocidos como criminógenos y, en la modificación
de las relaciones de dependencia diagnosticada en las estructu-
ras sociales, que fomentan el nacimiento del delito. Cuando este
apoyo existe, no desaparece el delito, pero posibilita mantenerlo
bajo control o reducirlo a un mínimo permisible.
No es posible aquí exponer de forma acabada las múltiples posi-
bilidades de influencia de la política social en los factores ambien-
tales criminógenos, ni los límites de su utilización y por ello sólo
señalaremos algunos puntos esenciales, entre los que se destacan,
los niveles de ocupación, educación, consumo, salud, de satisfac-
ción de vivienda, existencia de zonas que favorezcan la criminali-
dad, la adecuada configuración del tiempo libre, el uso adecuado
de los medios de comunicación y la interrupción de la formación
profesional.
Sus límites, por su carácter histórico y dinámico, no resultan ta-
rea fácil ni factible de enmarcar en un breve espacio, por lo que
nos arriesgaremos a apuntar algunos elementos o circunstancias
que de forma relevante pueden condicionar o determinar su pre-
sencia sin pretender agotarlos; entre estos estarán, en primer tér-
mino, la voluntad y posibilidades del Estado, las características de
las relaciones sociales, el nivel de participación de los diferentes
actores o sujetos sociales, la interdisciplinaridad, la dosificación y
ponderación de las medidas a implantar, así como el cálculo de
todos los efectos posteriores adicionales posibles, especialmente
los negativos, y el grado de profesionalidad que se observen en los
expertos.
Pretendemos trasladar que la intención, posibilidades y formas
que adopte la política social está condicionada por múltiples fac-
tores que determinan su carácter e identidad, y puede llegar a
ser, como expresara Pinatel, una «terapia de totalidad con res-
pecto al medio social» cuando su radio de acción tenga amplios
límites, sin olvidar que para ésta la lucha contra la criminalidad es
sólo un punto de vista entre otros muchos (Zipf, 1979).
Por último trataré de evidenciar la vinculación de la política
social a la criminología y la política criminal al abordar aspectos
de las posibilidades pedagógicas y de prevención del delito que

259
se dan en la «Teoría de los contactos diferenciales, de Shutherland»,
señalado por Heinz Zipf en Introducción a la política criminal.
Su consideración fundamental político criminal es, cómo el in-
dividuo se desarrolla insertándose en la comunidad, y al respecto
se cambia ya de dirección en pro o en contra de la criminalidad
posterior, teniendo en cuenta que sus actos no están determina-
dos por un esquema de instintos, sino que su conducta está diri-
gida por normas y es el resultado del contacto social con el
entorno.
Es necesario aludir a tres aspectos del proceso unitario del desa-
rrollo del individuo en su inserción en el entorno; nos referimos a
la socialización o proceso de conducir al joven a determinadas
formas de comportamiento esperadas por la sociedad; incultu-
ración o proceso que designa la apropiación de las reglas de con-
ducta y los valores de la cultura circundante; la personalización
que alude al desarrollo de la propia característica de la personali-
dad en el marco del entorno social y cultural dado previamente
como marco de desenvolvimiento; así se efectúa el nacimiento,
desarrollo y formación de la persona en su entorno, y del curso
de estos procesos dependerá que su conducta se atempere a las
exigencias sociales de este; si los asimiló satisfactoriamente el in-
dividuo mantendrá una conducta conforme al entorno social con
responsabilidad personal si lo conduce a aptitudes y criterios erró-
neos; la consecuencia es una persona socialmente discrepante y
desintegrada, proclive a entrar en contradicción con las normas
de conductas de la comunidad protegidas por penas, que lo con-
ducen a la criminalidad.
Lo expuesto hace comprensible la existencia y el amplio mar-
gen que ocupan las teorías que explican el origen de la crimina-
lidad en el individuo por una socialización mal dirigida o por una
educación insuficiente. Shutherland apunta en su teoría que la
conducta criminal es siempre «aprendida en procesos de comu-
nicación en interacción con otras personas», cuya significación
político criminal se halla en su utilización para la prevención del
delito; veamos: «si la conducta criminal es aprendida, toda profi-
laxis criminal eficaz debe añadirse al propio proceso de aprendi-

260
zaje; significando que el concepto de ‘aprender’ está referido no
a la educación en sentido estricto, sino a la socialización y a la
inculturación, por lo que es posible, entonces, tenerse ello en
cuenta para hacer que nunca tenga lugar, en el proceso de socia-
lización, un predominio de los modelos de comportamiento cri-
minales» (Zipf, 1979).

Con la criminología
Consideramos que el saber criminológico y el resultado de las
investigaciones relacionadas con él —no obstante constituir una
disciplina separada, al igual que el Derecho Penal—, son elemen-
tos sin los cuales no puede producirse el desarrollo ni una labor
eficaz de esta disciplina y que a pesar de estar todas ellas, inclu-
yendo la criminología, regidas por principios independientes se
encuentran interconectados a través de la política criminal, y por
ello es preciso que existan verdaderas y eficientes relaciones en-
tre la criminología y la política criminal.
La política criminal se refiere de modo general a cómo debe con-
figurarse el sistema penal para lograr mejor su objetivo de garanti-
zar los fundamentos del asiento de la vida social, correspondiéndoles
a la criminología y al derecho comparado aportar datos empíricos
y modelos de solución (Hornazabal, 1984).
La criminología es una ciencia que tiene como función básica
la obtención de un núcleo de conocimientos aseguradores sobre la
criminalidad, el delincuente, la víctima y el control social; tiene el
deber de informar a la sociedad y a los poderes públicos, y apor-
tarles conocimientos más seguros y contrastantes que permitan
comprender científicamente el problema criminal, prevenirlo e
intervenir con eficacia y de modo positivo en el fenómeno social,
evaluándose además que la investigación criminológica, en cuan-
to a actividad científica, reduce al máximo el intuicionismo y el
subjetivismo, y somete el problema delictivo a un análisis riguro-
so con métodos científicos.
La visión que se tenga de la criminología determinará su relación
con la política criminal; así, si se concibe como ciencia primariamente

261
empírica, puede oponerse a ella una política criminal valorativa;
en cambio, si se concibe como parte de una teoría crítica de la
sociedad, coinciden entonces en grado considerable criminología
y política criminal.
Por tanto, de la determinación fundamental de la criminología
depende, en gran medida, si la política criminal como disciplina
independiente figura frente a ella, o si es un dominio parcial no
autónomo en el marco de la criminología, o que esta no se halla
totalmente en la misma línea de la política criminal como
criminología aplicada.
Debemos apuntar que «la criminología no es una ciencia exacta,
capaz de explicar el fenómeno delictivo formulando leyes universa-
les y relaciones de causa a efecto; ni tampoco una poderosa central
de información sobre el crimen a modo de gigantesco banco de
datos, ni una ciencia academicista de profesores, obsesionada por
proponer modelos teóricos explicativos del crimen, sino principal-
mente debe orientarse como «una ciencia práctica, preocupada por
los problemas y conflictos concretos, históricos —por lo social— y
comprometida en la búsqueda de criterios y pautas de solución a
estos, por lo que su objetivo es la propia realidad, nace del análisis
de ella y a ella ha de retornar para transformarla» (Hassemer y
Muñoz, 1989).
Por ello, junto con la reflexión teórica cobra cada día mayor
interés la investigación orientada a las necesidades o demandas
prácticas y a la vinculación y aplicación de sus resultados a las
decisiones políticas y legislativas, y al mismo tiempo es una cien-
cia empírica, pero la investigación no es funcionalmente neutra
para el sistema social. Por ello las actitudes criminológicas se
mueven entre el conservadorismo-criminológico positivista que
opera como factor de legitimación y consolidación del status quo
y sitúa como responsable de los conflictos al individuo, al delin-
cuente y al criticismo-criminológico, donde el culpable es la so-
ciedad y plantea una crítica directa al orden social, cuestionando
sus bases, su legitimidad excluyente, el concreto funcionamiento
del sistema y de sus instancias, la libertad total del individuo, la
reacción social, que muestra sus simpatías por las minorías, cues-

262
tiona el fundamento moral del castigo y predica la no-interven-
ción punitiva del Estado.
Al decir de la profesora Caridad Navarrete, la criminología, eva-
luada y definida como ciencia transformadora, está destinada a
ofrecer pautas y criterios a la praxis y al legislador; los resultados
de sus investigaciones, como antes expusimos, deben incorpo-
rarse a normas y proposiciones jurídicas, pues de otro modo la
experiencia criminológica carecería de repercusión; por ello, junto
a los aspectos teóricos, cobra cada día mayor interés la investiga-
ción criminológica orientada hacia las necesidades prácticas, pues
esta suministra información fiable que permite dar una respuesta
o tomar una decisión que resulte adecuada a las exigencias de la
realidad, proyectándose alejada de la rutina, la arbitrariedad y la
ineficacia.
Los cauces legales existentes para la recepción y aplicación de
los conocimientos y aportes criminológicos son las ciencias crimi-
nales y, entre ellas, especialmente el Derecho Penal y la política
criminal. Un Derecho Penal distanciado de la investigación crimi-
nológica, sin respaldo empírico, corre el riesgo de convertirse en
mero «decisionismo»; la actividad de los juristas, en simple «es-
peculación» teórica; y la política criminal que lo inspire, poco sen-
sible a la realidad social y a los conocimientos científicos, y además
carente del rigor y seriedad que garantizan la propia efectividad
de las leyes. Una praxis criminológica desconectada del Derecho
Penal, renuncia al único instrumento que posibilita la aplicación
práctica del saber empírico con absoluto respeto de las garantías
de seguridad e igualdad que rigen en un Estado de Derecho.
Lo anterior determina que nos pronunciemos, al decir de
Mezger, por una «política criminal con base criminológica» (Zipf,
1979) que no debe entenderse como si de la valoración de deter-
minados resultados criminológicos se siguieran automáticamente
una finalidad político criminal y un preciso programa de realiza-
ción político criminal.
Resulta que la criminología, la dogmática del Derecho Penal y la
política criminal tienen que cumplir, en cada caso cometido, inde-
pendientes, con propia responsabilidad en el ámbito de la justicia

263
criminal, y representan mediante su actuación conjunta una uni-
dad funcional. Al efecto apunta Geerds que «la política criminal
como fuerza motriz y creadora se sustenta tanto en la criminología
como de la ciencia jurídico penal, y de las disciplinas afines en
cada caso» (Zipf, 1979).
En la política criminal han de aunarse los argumentos político-
jurídicos de los penalistas con los conocimientos y tesis de los
criminólogos, por lo cual, racionalmente, ya no debería hablarse
de una preferencia absoluta de los argumentos político-crimina-
les de uno u otro género.

Con la dogmática penal


Hoy día se manifiesta la necesidad de una política criminal y, por
tanto, de un sistema penal y un Derecho Penal acordes con las
exigencias de un Estado de derecho social y democrático que se
ajuste a los lineamientos o directrices marcados por las constitu-
ciones políticas y por los instrumentos internacionales aproba-
dos, por lo que referirse a una vinculación entre política criminal,
Derecho Penal y dogmática penal es referirse a una política criminal
imbricada de una ideología determinada, de una concepción fi-
losófica y de una orientación política precisas, en torno al hom-
bre, al Estado, al Derecho Penal y a las funciones y fines que a
este corresponde» (Roxin, 1972).
La dogmática penal tiene la pretensión de aportar las bases
para una determinada política criminal; podrá haber aceptación
o rechazo de ellas, en dependencia de si hay cierta coincidencia
o no respecto de las ideologías que existen detrás de cada una, o
de la fuerza de convencimiento que tengan. Si la política crimi-
nal desea tomar en cuenta las bases que proporciona la dogmáti-
ca penal, podrá seleccionar las que estén más acordes con su
pensamiento o interés.
La dogmática es entendida por la mayoría de los autores como
«la interpretación del Derecho —concepción estrecha—, pero el
penalista no puede limitarse a la interpretación del Derecho vi-
gente, pues tiene que pensar que las circunstancias que han lle-

264
vado a la elaboración del Derecho o parte de él, suelen evolucio-
nar con los cambios sociopolíticos, y además debe buscar la ver-
dad del Derecho, que supone una mayor seguridad jurídica y
certeza —concepción amplia— teniendo en cuenta que el Dere-
cho positivo es una garantía para el individuo y estará en función
de la dogmática» (Roxin, 1972).
Jiménez de Asúa (1964) aclara: «La dogmática en cuanto inter-
preta el Derecho positivo, ya hace política criminal, aunque sea in-
suficiente».
Nos adscribimos a la definición que da Welzel: «La dogmática
jurídico penal trata de averiguar el contenido de las normas pe-
nales, sus presupuestos, sus consecuencias, delimitar los hechos
punibles de los impunes, de conocer, en definitiva, qué es lo que
la voluntad general expresada en la ley quiere castigar y cómo
quiere hacerlo. En este sentido, la dogmática jurídico penal cum-
ple una de las más importantes funciones que tiene encomenda-
da la actividad jurídica en general en un Estado de Derecho: la de
garantizar los derechos fundamentales del individuo frente al
poder arbitrario del Estado que, aunque se encauce dentro de los
límites, necesita del control y de la seguridad de esos límites»
(Moreno Hernández, 1993).
La dogmática tiene como objetivo el conocimiento del Dere-
cho Penal positivo vigente y entre sus funciones construir, desa-
rrollar y explicar su contenido; convertirse en un instrumento de
proposiciones, transformaciones y cambios del Derecho Penal y
proporcionar las bases científicas para una determinada Política
Criminal. Se le considera en su función como: «medio para afian-
zar una aplicación del Derecho diáfana, previamente determina-
ble y, con ello, controlable; sirve a una aplicación del Derecho
segura y uniforme y es, con ello, un medio para la racionalidad
del Derecho y un límite contra la arbitrariedad» (Zipf, 1979).
En la dogmática está la búsqueda del real sentido de la ley;
descubrir lagunas o contradicciones, falta de precisión y de uni-
formidad de criterios políticos criminales, o la presencia de crite-
rios que no se ajustan a los principios fundamentales ideología
de la Constitución lo que determina que es portadora de una

265
ideología a partir de la cual enfocará su objetivo de estudio, su
acción, especificando la orientación filosófica y política que pre-
valecerá en cada una de las cuestiones en que se proyecte, y en el
contenido y alcance de los conceptos y demás aspectos plasma-
dos en la ley, los que le servirán de base para la formulación de
las construcciones teóricas y su desarrollo.
La dogmática es un producto humano y como tal está necesa-
riamente impregnada además, de ideología, de consideraciones
valorativas y de espiritualidad, por ello pueden distinguirse dife-
rentes tipos de dogmáticos:
• Los que planteando bases dogmáticas procuran justificar sis-
temas penales autoritarios o totalitarios. Ej. Escuela de Kiel,
que surge en Alemania en los años treinta a raíz del nacional-
socialismo.
• Los que plantean una dogmática democrática que pugna por
un sistema penal respetuoso del hombre, que lo considera un
fin en sí mismo y centro del quehacer estatal. Ej. Sistema penal
cubano.
Para el ejercicio de la dogmática se debe contar con un conoci-
miento preciso y amplio de las cuestiones filosóficas y políticas,
así como de la realidad, y de cómo ella incide en las medidas
para que la sensibilidad no se rija simplemente por el sentido
común o el estado de ánimo.
Así se requiere observar el mejor criterio dogmático de inter-
pretación, para que la ideología que tuvo en mente el legislador,
que debió quedar plasmada en la ley, se corresponda con la que
debe seguir el juzgador.
En la renovación y perfeccionamiento de la legislación sustantiva
se aprecia también una innegable retroalimentación de la política
criminal, porque será la dogmática penal la que detecte y señale
las contradicciones y, en base a ello, estará en posibilidades de
proponer modificaciones o alternativas para lograr la coherencia
necesaria y de esta manera ser motor impulsor de la política crimi-
nal. Por otra parte, una buena política criminal puede también ser
motivo de un adecuado desarrollo de la dogmática penal.

266
Lo hasta aquí expuesto muestra que la política criminal y la
dogmática del Derecho Penal se relacionan, dependen entre sí
en múltiples aspectos y deben actuar conjuntamente (Zipf, 1979).
Coincidimos con Heinz Zipf (1979) en que: «La política crimi-
nal se distingue esencialmente del Derecho Penal y su dogmática
en que se extiende más allá del Derecho vigente y de su aplica-
ción, y de la criminología en que valora y establece prioridades
que no se derivan de una sola evaluación de resultados empíricos
y de ello se deduce el perfil de la política criminal como ciencia
independiente en el marco de la justicia criminal.
En consecuencia, la identifica como «un sector objetivamente
delimitado de la política jurídica general: es la política jurídica en
el ámbito de la justicia criminal». Así concebida se refiere a la
determinación del contenido y función de la justicia criminal, la
consecución de un determinado modelo de regulación en este
campo y la decisión sobre él, su configuración y su constante re-
visión en orden a las posibilidades de mejora (Zipf, 1979).
De la delimitación de la política criminal con la dogmática jurídi-
co penal, de una parte, y con la criminología de la otra, resulta la
imagen total de la justicia criminal como un edificio que descansa
sobre tres pilares: la criminología, que investiga el fenómeno cri-
minal bajo todos sus aspectos; el Derecho Penal, que establece los
preceptos positivos con que la sociedad afronta este fenómeno
criminal y, finalmente, «la política criminal, arte y ciencia al propio
tiempo, cuya función práctica es, en último término, posibilitar la
mejor estructura de estas reglas legales positivas y dar las corres-
pondientes líneas de orientación, tanto al legislador que ha de dictar
la ley como al juez que ha de aplicarla, o a la administración ejecu-
tiva que ha de transponer a la realidad el pronunciamiento judi-
cial» (Zipf, 1979).

Con el Derecho Penal


La política criminal es la disciplina que le corresponde fijar las me-
tas que orientan la estrategia de la lucha contra el comportamien-
to desviado o la criminalidad, y plasmarla en fórmulas legales

267
(criminalización). Así opinan algunos autores que ven la política
criminal como «conjunto de las tendencias y disposiciones dirigi-
das a la adecuada aplicación del Derecho Penal»; «la suma de
todos los medios de reacción de los tribunales penales, los méto-
dos y principios con que el Estado se enfrenta con el delito» que
se ocupa de «cómo constituir del modo más adecuado el Dere-
cho Penal, a fin de que pueda corresponder a su misión de prote-
ger la sociedad», y también de la «remodelación de las normas
jurídicas penales (en sentido amplio) y de la organización ade-
cuada y perfeccionamiento del dispositivo estatal de persecución
penal y de ejecución de la pena» «pretendiendo la exposición
sistemáticamente ordenada de las estrategias y tácticas sociales
para conseguir un control óptimo del delito» (Zipf, 1979).
De lo expuesto cabe inferir conclusiones sobre la relación entre
política criminal y Derecho Penal al evidenciarse que ambas son
disciplinas independientes que se complementan; el Derecho
Penal resulta un vehículo que posibilita la realización del objeti-
vo político-criminal; al respecto dice Roxin: «El Derecho Penal re-
presenta la forma en que las finalidades político-criminales son
trasladadas al modus de la validez jurídica» (Zipf, 1979).
De esta opinión son la mayoría de los autores que tratan el
tema; así, por ejemplo, para Luhmann el Derecho Penal es «las
metas político-criminales en modos de vigencia jurídica»; y el le-
gislador penal es «el que formula el programa político-criminal
dirigido a un fin que luego ofrece para su operación en un pro-
grama condicional al juez penal que ejecuta la determinación
político-criminal del merecimiento de la pena, aplicando al caso
el esquema condicional que le ofrece el legislador» (Hassemer, y
Muñoz Conde, 1989).
Para Von Liszt «el Derecho Penal era la infranqueable barrera
de la política criminal; hoy día se le considera como una prolon-
gación de su brazo, un instrumento de ésta; preparada y apoya-
da por las teorías funcionales del Derecho Penal, de los fines de
la pena y de la dogmática jurídico penal y recostado en un clima
en el que la prevención, la consideración de las consecuencias y
la utilización de los instrumentos jurídico-penales en la persecu-

268
ción de fines políticos se han convertido en los criterios centrales
de justificación del Derecho Penal» (Hassemer, y Muñoz Conde,
1989).
El análisis nos parece fácil y claro, el Derecho Penal tiene que
convertir la decisión político criminal sobre el merecimiento de
pena de la conducta humana, en una decisión sobre el caso con-
creto; el juez o tribunal penal tiene que aplicar las leyes, sin aña-
dir nada que no esté en ellas, ni fundamentar la penalidad en
otra cosa que no sea la ley, lo que constituye el reflejo exacto de
la determinación político-criminal del merecimiento de la pena.
Como vemos, el concepto jurídico penal del delito realiza su mi-
sión de ordenar la aplicación de la ley a un nivel intermedio entre
la ley penal y el supuesto hecho. La política criminal se ocupa de
los conceptos y el Derecho Penal los sistematiza y los prepara para
la aplicación, correspondiéndole más una función sistemática y
ordenadora que política o decisoria.
Coincidimos con Hassemer y Muñoz Conde (1989) en que los
principios político-criminales en la determinación del delito son
la justicia y la utilidad; los conceptos jurídico-penales son la uni-
formidad, la precisión y la plenitud.
Desde el punto de vista particular consideramos que el objetivo
y fundamento mismo de la justificación del Derecho Penal es la
criminalización; él se concibe como respuesta a la criminalidad y al
delito.
A ese efecto la criminalidad sólo se puede determinar en rela-
ción las normas penales que son las que establecen que una con-
ducta sea hoy delictiva, mientras que en otras épocas era normal
e incluso deseada. Estas normas penales suponen de la existen-
cia de un sistema penal que las forme y aplique.
Señala Welzel, que «la misión del Derecho Penal es proteger
los valores elementales de la vida en comunidad y que lo hace
protegiendo los bienes vitales de la comunidad, lo que se mate-
rializa a través de la criminalización, que implica un proceso de
índole sociopolítica extremadamente complejo, que a efectos
prácticos constituye el sustrato del sistema penal y justifica en

269
gran parte la razón de ser de la Política Criminal, cuya finalidad es
la protección penal de la sociedad nacional (López-Rey, 1983).
Este proceso tiene su expresión legal y materialización en la
codificación donde, en su puesta en práctica, se puede apreciar
la vinculación e independencia de estas dos disciplinas al anali-
zar la relación entre el concepto jurídico penal y político-criminal
del delito.
En este sentido tendremos presente que: «codificación signifi-
ca la expresión legal de la criminalización […] que para ser real-
mente efectiva debe tener en cuenta los aspectos fundamentales
del desarrollo nacional y que como cualquier otra codificación,
la penal no es una tarea meramente profesional, sino sociopolítica
que requiere profunda y detenida indagación factual» (López-
Rey, 1983).
Al respecto plantea Nauke: «Ningún sistema normativo, por cer-
cano que esté de la realidad y de las convicciones sociales, aspira
a descubrir todas las infracciones, ni ningún sistema sancionatorio
garantiza su función protectora sobre la base de eliminar todas
las infracciones normativas» (Hassemer y Muñoz Conde, 1989).
Dentro de nuestra propuesta teórica le concedemos particular
importancia al objetivo político criminal referido al merecimien-
to de la pena que para Hassemer W. y Muñoz Conde (1989), con
quienes coincidimos, es «un elemento central del concepto de
conducta criminal que tiene un doble componente: un compo-
nente de justicia y otro puramente utilitario».
Apuntan estos autores que «el merecimiento de la pena a tra-
vés de sus criterios actúa como barreno y directriz de una correcta
política criminal y como fuente del concepto material del delito
[...] que se adapta a su tiempo cuando puede responder a los
problemas reales de política interna que surgen de las infraccio-
nes jurídicas más graves. Que el sí y el cómo de su determinación
no es sólo una cuestión de justicia, sino también una cuestión
sobre las actuales exigencias políticas y sociales que hay que plan-
tear al Derecho Penal, que para ser útil debe aproximarse a las
condiciones reales de la administración de justicia penal, es de-

270
cir, a las condiciones reales en las que tiene lugar el proceso pe-
nal».
En este análisis, desde el punto de vista de un criterio de justicia
«…el merecimiento de la pena es el de la lesión o, en su caso, la
puesta en peligro de un bien jurídico. Con él se pretende asegurar
que una conducta sólo sea amenazada con pena cuando afecta a
intereses fundamentales del individuo o de la sociedad» (Hassemer,
y Muñoz Conde, 1989).
Desde el punto de vista de un criterio de utilidad: «…el mereci-
miento de la pena tiene como meta actualizar sus determinacio-
nes y verificar si son realizables en las actuales condiciones reales
de la administración de justicia penal; se adapta a su tiempo cuan-
do puede responder a los problemas reales de la política interna
que surgen de las infracciones jurídicas más graves. Pero también
obliga a abstenerse de actuar cuando se considera que no es ne-
cesario reprimirlo en nuestro ámbito cultural» (Hassemer, y Muñoz
Conde, 1989).
Asimismo «el merecimiento de la pena no es, pues, sólo una
cuestión de Justicia, sino también una cuestión sobre las actuales
exigencias políticas y sociales que hay que plantear al Derecho
Penal» (Hassemer, y Muñoz Conde, 1989).
En el Derecho Penal, la política criminal es un actuar práctico,
por lo que la determinación de la concepción de conducta crimi-
nal no puede contentarse sólo con los presupuestos de justicia
que a pesar de ser necesarios resultan insuficientes y deberá com-
plementarse con los de utilidad y practicidad.
En este sentido plantean Hassemer y Muñoz Conde (1989) que
«…una concepción del merecimiento de pena puede ser útil aun-
que sea justa cuando, por ejemplo, puede tener más consecuen-
cias negativas que positivas. Sólo quien pretende valorar la
corrección de las decisiones político criminales, desde un punto
de vista puramente normativo y sin considerar las consecuencias
políticas, puede rechazar este criterio de utilidad —lo que sería
absurdo desde el punto de vista político-criminal».
Este análisis nos lleva a tener en cuenta que la determinación
del merecimiento de la pena debe adaptarse a su tiempo y a las

271
necesidades de la práctica para poder cumplimentar las expecta-
tivas que se propone el Derecho Penal, e incidir en el comporta-
miento de las personas, reinsertar a los delincuentes, intimidar a
los que pudieran llegar a serlos y afirmar y asegurar las normas
sociales fundamentales.
En este sentido coincidimos con Hassemer y Muñoz Conde
(1989) cuando afirman: «Una política que a la hora de determi-
nar el merecimiento de la pena no influya sobre las personas ni
cognitiva ni emocionalmente, quizás pueda ser justa, pero en nin-
gún caso será útil».
Por otra parte, hay que tener presente que la creación de las
leyes penales es un acto político y no sólo una simple transposi-
ción de principios y conductas al Código Penal. Al respecto, al ela-
borarse las normas penales y determinarse qué es lo que merece
una pena, de manera que sean eficaces y se adapten a su tiempo,
las tendencias más actuales apuntan que se puede proceder de
dos formas; aumentando la intensidad de la conminación penal,
recurriendo para motivar a los afectados a la intimidación,
descriminalizando determinados tipos de conductas o permitiendo
un prudente arbitrio judicial al atenuar la gravedad de las conse-
cuencias jurídicas (Hassemer, W. y Muñoz Conde, 1989).
Resulta obligado hacer referencia, aunque muy breve, a la
funcionalización del Derecho Penal y la desformalización de sus
instrumentos, tendencias actualmente existentes y de creciente
aplicación en beneficio y actualización del Derecho Penal y su
aplicación.
En esta dirección se estima que «un Derecho Penal funciona-
lizado por la política criminal tiene más fácil justificación utilitaria
de sus intervenciones ante la opinión pública y se puede adaptar
armónicamente a los demás instrumentos políticos de solución
de los problemas. La desformalización es uno de los caminos a
través del cual se puede realizar un Derecho Penal funcionalizado,
eliminando o disminuyendo las barreras tradicionales del Dere-
cho Penal que puede limitar los fines políticos, lo que significa
una mayor fluidez y revitalización de estructuras estancadas que
han sobrevivido o que, por diversas razones, no tienen ya el valor

272
que originariamente tenían» (Hassemer, W. y Muñoz Conde, 1989).
Esta tendencia tiene el peligro de que puede eliminar o reducir
las garantías de una elaboración formalizada.
En nuestro país, ante las condiciones del cambio social produ-
cido con el triunfo de la Revolución y el cambio de los sistemas
de valores e ideas normativas se han tomado algunas decisiones
legislativas que se mueven en tal sentido, pero dirigidas funda-
mentalmente a modificar estructuras estancadas y a obtener una
mayor fluidez y agilidad en el proceso sin debilitar o reducir las
garantías.
En cuanto al tema son tres las posiciones actuales:
a) Reforzamiento de los valores ético-sociales de la acción
Welzel sin negar el principio de protección de bienes jurídi-
cos, lo coloca en una situación social más amplia y considera
que la «misión del Derecho Penal es proteger los valores de la
actitud interna de carácter ético-social que existen en la socie-
dad, y sólo en la medida en que está incluida en ellos la pro-
tección de los bienes jurídicos» (Hassemer,y Muñoz Conde,
1989).
Lo que puede verse en su fórmula: «…la protección de bienes
jurídicos se consigue a través de la protección de los valores
de acción de carácter ético-social más elementales» (Hassemer,
y Muñoz Conde, 1989). Entre los que menciona conceptos
como fidelidad, obediencia, dignidad de la persona, entre
otros.
b) Confirmación del reconocimiento normativo
Jakob considera que «la misión de la pena estatal es la preven-
ción general confirmando el reconocimiento normativo». Para
ello recurre a una teoría de la prevención general positiva que
pone el acento en el «reconocimiento normativo» (Hassemer, y
Muñoz Conde, 1989).
Esto en el fondo no lo diferencia tanto de la postura de Welzel,
aunque Jakob considere su posición más próxima a la teoría
sistémica y a la psicología de lo profundo; mantiene que «…la
idea de que la gente necesita que su fe en las normas sea con-

273
firmada cuando esas son infringidas, configurándose así, al
mismo tiempo, una cierta conciencia jurídica y, en cuanto, junto
a esta fe en las normas, la gente tiene que aprender también
que la infracción normativa no es una alternativa de conducta
discutible (fe en el Derecho) y que si se comete alguna infrac-
ción debe soportar las consecuencias que se derivan de ella
(aceptación de las consecuencias)» (Hassemer, y Muñoz Con-
de, 1989).
c) Teoría del bien jurídico
Resulta la menos pretenciosa, es la que vincula el Derecho Pe-
nal con la protección de bienes jurídicos ante posibles lesio-
nes o puestas en peligro; ofrece una consideración más
consistente, por lo que es la más aceptada y a la que, para
nosotros, se afilia el Derecho Penal cubano.
Esta teoría considera que «el delito como lesión de un deber y
el Derecho Penal como la protección de un mínimo ético», así lo
reportan, Marxen Kampf y Diez Ripolles (Hassemer, y Muñoz Con-
de, 1989). Ello permite hacer más claras y justas las determina-
ciones al ofrecer un criterio práctico a la hora de tomar decisiones
y al mismo tiempo un criterio externo de la comprobación de la
justicia de esas decisiones.
En este sentido Muñoz Conde y Diez, Ripolles plantean: «La idea
del bien jurídico conduce, por tanto, a una política criminal racio-
nal: el legislador penal debe medir sus decisiones con criterios jus-
tos y claros, utilizándolos, al mismo tiempo, para su justificación y
crítica. Todo aquello que nada tenga que ver con la protección de
los bienes jurídicos debe ser excluido del ámbito del Derecho Pe-
nal» (Hassemer, y Muñoz Conde, 1989).
Desde este punto de vista, «el bien jurídico es el criterio central
para determinar el merecimiento de pena que, para salvaguar-
dar, de algún modo los derechos de las distintas partes
intervinientes en un conflicto penal…» (Jeschek, 1986).
Somos del criterio de que las normas del Derecho Penal son
elementos integrantes de toda forma de socialización, al ofrecer
directrices claras y generales de actuación que permiten y hacen

274
posible la solución de los conflictos y las agresiones interperso-
nales de su competencia.
Desde este punto de vista coincidimos con Hassemer y Muñoz
Conde (1989) cuando expresan que el Derecho Penal trata de
«formalizar del modo más preciso posible la solución de los con-
flictos que le incumben».
Existe consenso en la generalidad de los autores consultados
en que «la misión del Derecho Penal abarcará tanto la protección
de bienes jurídicos e intereses humanos fundamentales que no
puedan ser protegidos de otra manera, como el correcto funcio-
namiento del sistema social de convivencia y también, en servirle
de límite al poder punitivo del Estado, que decidido a acabar con
la criminalidad, puede poner sanciones excesivas, con lo que afec-
taría la idea de proporcionalidad y las garantías mínimas de los
individuos.» (Jeschek, 1985).
En el ámbito de la determinación de la pena, lo anterior se
traduce en la fijación de unos límites, máximo y mínimo, de dura-
ción de la pena que vienen fijados de antemano por la ley y que
nadie puede traspasar.
Cualquiera que sea la misión o finalidad del Derecho Penal,
«esta siempre vendría limitada por el Estado de Derecho»
(Hassemer y Muñoz Conde, 1989) y, por tanto, todas las institu-
ciones jurídico-penales del Estado de Derecho están pensadas
también como límites del poder del Estado, a partir de una serie
de principios generales de rango.
En este sentido se señala que «la Constitución y la realidad so-
cial son importantes fuentes para una comprensión material del
bien jurídico en Derecho Penal, que a su vez es criterio central
para una determinación correcta del merecimiento de pena»
(Hassemer y Muñoz Conde, 1989).
Así se plantea que: «La política criminal no debe infringir los prin-
cipios de dañosidad social, del Derecho Penal de hecho, de sub-
sidiariedad, de proporcionalidad y de adecuación a la culpabilidad,
de libertad, de tolerancia y de respeto a la dignidad humana, de
certeza de los tipos jurídico-penales y la prohibición de retroactividad,
lo que en su ámbito muestra la tradición que el Estado de Derecho

275
ofrece a la hora de determinar correctamente el merecimiento de
pena» (Hassemer y Muñoz Conde, 1989).
El Derecho Penal es parte del control social y a través de él se
formaliza en su concepto más amplio la norma, la sanción y el
proceso que constituyen sus principios básicos, tanto en la admi-
nistración de justicia como en otras instituciones también protec-
toras de bienes jurídicos. El contenido de estos elementos se
desarrolla en la administración de justicia, a través del Derecho Penal
material (por la vía de la imputación), del derecho sancionatorio
(mediante penas y medidas), del Derecho Procesal (Ley de Procedi-
miento Penal) y en la Ley de Tribunales o Ley de Organización del
Sistema Judicial.
Hay que señalar que al Derecho Penal no le interesa tanto el
conocimiento científico del delito como su imputación a un indivi-
duo, teniendo en cuenta que la criminalización y la codificación
resultan esquemas elaborados por el legislador con un fin político-
criminal que será ejecutado por el juez, quien hoy, en la moderni-
dad: «…no es un simple aplicador de la ley al caso, ya que esta le
concede unos márgenes de libertad semánticos, producto de la
propia ambigüedad del lenguaje legal, que le obligan a elegir en-
tre varias decisiones posibles, la que considere correcta, sin dispo-
ner para ello de ninguna directriz, clara y contundente, ni legal ni
metodológica» (Hassemer y Muñoz Conde, 1989).
Los instrumentos del Derecho Penal no se encuentran solamente
recogidos en el Código Penal; abarcan mucho más, acogen los
medios propios del Derecho Procesal Penal, la criminalística y to-
das las demás materias jurídico-penales que se encuentran a él
vinculadas y reguladas fuera del código, con inclusión también
del Derecho penitenciario.
Tal concepción se corresponde con la idea que compartimos y
que toma fuerza en los últimos decenios de una «ciencia totaliza-
dora del Derecho Penal» que pretende «reunir y recoger en una
unidad las metas o instrumentos de todas las ciencias del Dere-
cho Penal material y el Derecho Procesal Penal, hasta el Derecho
Penitenciario» (Hassemer y Muñoz Conde, 1989) idea propuesta
en su día por V. Liszt en el llamado programa de Marburgo, eva-

276
luada por Roxin, Muñoz Conde y expuesta y analizada por el pro-
fesor, Lorenzo Morillas Cuevas, en las conferencias que sobre
«Metodología de las Ciencias Sociales» impartiera en noviembre
de 1999, en el Curso de la Maestría de Criminología realizada en
La Habana,5 la que cobra cada día más fuerza.
Para fundamentar la existencia de las penas se distingue en la
literatura teorías referidas a cuál es el fundamento del castigo
penal —legitimación de la pena— y las referidas a cuál es su fina-
lidad —fundamentación de la pena.
Las referidas a la legitimación de la pena conciben la pena como
un fin en sí misma, como un castigo, como reparación, reacción,
o como simple retribución. Son las teorías absolutas y las relati-
vas que abordan su fundamentación y, conciben la pena como
medio para fines referidos al futuro, tratando de encontrar una
utilidad en la pena.
Las teorías relativas se abren en dos direcciones:
Prevención especial que le atribuye las finalidades de
reeducación del reo, y la de su eliminación o neutralización.
Sobre ella apunta Ferrajoli: «Como se ve, estas dos finalidades
de la pena no se excluyen entre sí, sino que concurren acumulativa-
mente en la definición del fin de la pena como fin diversificado
según la personalidad corregible o incorregible de los condena-
dos» (Rivera, 1995).
En esta perspectiva se advierte que el Derecho Penal no se usa
sólo para prevenir los delitos, sino también para transformar per-
sonalidades definidas como desviadas, convirtiéndose la pena en
tratamiento.
La prevención general se subdivide en positiva y negativa. La
positiva le atribuye a las penas la función de fomentar el
prevalecimiento del orden jurídico y de reintegración social.
Sobre ella, apunta G. Jakob: «…justifica la pena como factor
de cohesión del sistema político social gracias a su capacidad de
restaurar la confianza colectiva y, en consecuencia, de renovar la
fidelidad de los ciudadanos hacia las instituciones» (Rivera, 1995).

5
Lorenzo Morillas Cuevas, 1999, Notas de conferencias impartidas.

277
Desde esta posición se concibe el Derecho Penal como un ins-
trumento insustituible de «orientación moral» y de «educación
colectiva».
Paralelamente la negativa o de intimidación general no atribuye
valor apriorístico a la obediencia política del infractor a las leyes, y
manifiesta que la intimidación puede ejercerse sobre la generali-
dad, por medio del ejemplo ofrecido por la imposición de la pena
llevada a cabo con la condena y por medio de la amenaza de la
pena contenida en la ley.
Coincidimos con Manuel Luzón Peña (1985) en que para ob-
tener una prevención general eficaz se refiere: «…que la pena
sea proporcional al injusto y a la normal o menor culpabilidad,
también lo requerirá el prevalecimiento del orden jurídico, por
lo que no es cierto que la intimidación imponga, como cree
Roxin, mayores exigencias de pena que el prevalecimiento del
orden jurídico».
Además de la proporcionalidad, este autor apunta que es fun-
damental demostrar continuamente la utilidad de la pena, algo
con lo que también coincidimos, pues como indica Roxin: «… hay
circunstancias situadas en la personalidad del autor y relevantes
para la medida de la culpabilidad que reducen a su vez, la nece-
sidad de la prevención general» (Luzón Peña, 1985).
La determinación de la pena tiene para todos los autores un
momento legal y otro judicial, al que debe añadirse la interven-
ción de la administración penitenciaria en la ejecución de las
penas privativas de libertad, estas últimas vinculadas estrechamen-
te a las anteriores por el proceso de individualización previo que
exige la indivualización.
La importancia de cada una de estas tres fases es variable en las
diferentes legislaciones, según las concepciones doctrinales adop-
tadas.
La determinación de la pena es, quizás, la función judicial más
trascendente y la que exige al operador de la justicia penal mayor
dominio de la realidad y de los aspectos político-criminales. Dado
que de ella depende en gran medida la consecución de los fines que
se le atribuyen, Jescheck la entiende como: «…la determinación

278
de la pena que corresponde al delito, que afecta tanto a la deci-
sión de la clase de pena que ha de imponerse, como a la cantidad
de la que se señale» (Mir Puig, 1996).
A ese efecto, en la doctrina se aceptan entre los procedimien-
tos posibles para llevarla a cabo:
• Sistema de legalismo extremo, que confía por completo a la
ley la fijación de la pena en cada delito concreto.
• Sistema de libre arbitrio judicial que no limita legalmente ni la
clase, ni la medida de pena que se debe imponer.
• Sistema mixto, en el que la ley fija un marco penal, con unos
límites máximo y mínimo, dentro del cual corresponde al juez
la determinación de la pena concreta. Es el usado en las legis-
laciones actuales y en nuestro país (Mir Puig, 1996).
Se plantea en la actualidad que el Sistema Penal está en crisis y
como posibles soluciones se ofrecen:
1. El Derecho Penal Mínimo. «Corriente que busca la máxima re-
ducción de la intervención penal, la mayor ampliación o ex-
tensión de los límites de los derechos y garantías y la rígida
exclusión de otros medios de intromisión coercitiva, comen-
zando por los instrumentos extradelito o extrajudicial» (Sánchez
y Houded, 1994).
De acuerdo con el penalista colombiano Álvaro Pérez Pinzón
(1991), el Derecho mínimo apunta a lo siguiente:
• La disminución, cuantitativa y cualitativa del catálogo de he-
chos punibles, suprimiendo aquellas descripciones que no sean
gravemente lesivas a la sociedad y tipificando sólo los compor-
tamientos que en verdad causan hondo daño social.
• La efectiva materialización o sustancialización de todos los de-
rechos y garantías que asisten a las partes dentro del proceso
penal, especialmente al imputado.
• La evitación de aquellos mecanismos represivos y punitivos que
se adoptan social y culturalmente fuera de las regulaciones
oficiales.

279
Se reconoce que los principios que relacionan la creación y apli-
cación de la ley son:
• Relativos a la creación de la ley.
Legalidad, reserva, taxatividad o tipicidad objetiva, represen-
tación del Derecho Penal, proporcionalidad abstracta, subsi-
diariedad, primacía de la víctima, descriminalización,
antijuricidad material y respeto por la autonomía cultural.
• Relativos a la aplicación de la ley.
Irretroactividad, primacía de la ley sustancial, proporcionali-
dad concreta o adecuación del costo social, imputación per-
sonal, responsabilidad por el acto y exigibilidad social (Sánchez
y Houded, 1994).
2. El Derecho Penal garantizador
Presenta una coincidencia esencial con los fundamentos y prin-
cipios del Derecho Penal mínimo y para el profesor Pérez Pin-
zón, la diferencia entre las dos corrientes la sitúa en que «… el
Derecho Penal garantizador hace más énfasis en los derechos
del imputado dentro del proceso penal, e insiste en la impor-
tancia de mantener el Derecho Penal con la justificación de
impedir las represalias particulares, además de que la mayoría
de los criminalistas anhelan finalmente la desaparición del sis-
tema penal (Sánchez y Houded, 1994).
c) El abolicionismo. «Corriente interior de la criminología crítica
cuyo objetivo final y más importante es la abolición del siste-
ma penal actual. Es una toma de posición crítica negativa frente
a los problemas del control social, que busca la extinción del
sistema penal, por irreal y totalitario, para sustituirlo por medi-
das basadas en el diálogo, la concordia, la apertura y la solida-
ridad» (Sánchez y Houded, 1994).
La evolución histórica del Derecho Penal ha hecho que se acepte
que la pena privativa de libertad ha sido por mucho tiempo el eje
central o espina dorsal del sistema de sanciones (Jescheck, 1985)
y que existiera la creencia de que abarcaba en sí las funciones de
prevención general y de prevención especial; pero en los últimos

280
decenios se ha experimentado un profundo cambio en el enjui-
ciamiento de los instrumentos sancionadores del Derecho Penal,
pues si hasta los años cincuenta se entendió que se podía modi-
ficar a los delincuentes y reinsertarlos en la vida social mediante
las más variadas formas de internamiento, el trabajo, la enseñan-
za y la terapia social, hoy universalmente se reconoce que los
resultados han sido escasos, por lo que reina el escepticismo que
ha ocasionado un decrecimiento a la fe en el internamiento en
un establecimiento como medio de resocialización de los delin-
cuentes. De ahí que la generalidad de los criminalistas, sociólo-
gos, penalistas, organismos e instituciones internacionales
aboguen por que: «…deberá evitarse la pena de privación de li-
bertad en la medida que ello resulte compatible con las necesi-
dades de la prevención general, y que cuando resulte necesario
deberá cumplirse con arreglo a los métodos de la moderna teoría
de la socialización, con objeto de dañar lo menos posible y obte-
ner todo aquel éxito que quepa esperar» (Jescheck, 1985).
De este forma existe aceptación acerca de que «el Estado debe
responder a la criminalidad grave con elevadas penas de priva-
ción de libertad para poner de manifiesto que valora y da res-
puesta a la necesidad de justicia que posee la colectividad y de
que está dispuesto a proteger el orden jurídico, con lo que se
justifica la prevalencia en la política criminal moderna de la
aseguración colectiva, siempre en concordancia con el principio
de culpabilidad y las exigencias del Estado de Derecho» (Jescheck,
1985).
No obstante lo anterior, compartimos también el criterio de
penalistas como Roxin, Muñoz Conde, Anton Oneca, entre otros,
de que la pena privativa de libertad y las medidas de esta naturale-
za deben ser utilizadas como ultimo ratio, ser relegadas a un se-
gundo plano entre los instrumentos con que cuenta el Derecho
Penal, potenciar el uso de las subsidiarias y disminuir al máximo el
uso de las penas cortas de privación de libertad.
Coincidimos con Jescheck en que: «El uso de la pena privativa
de libertad se ha de limitar tanto cuanto se pueda, porque la pri-
sión ejerce siempre sobre el condenado un influjo desfavorable

281
por muchos esfuerzos que se hagan para modificar la ejecución
de la pena. Incluso en un establecimiento penitenciario ideal re-
girá también la ley psicológica de que la labor educativa de los
funcionarios sobre los presos es de una eficacia inferior a la que
ejerce la subcultura de los presos mismos» (Mourullo, 1985).
Lo antes expuesto halla su fundamento en que: «...no es fun-
cional, no consigue alcanzar el objetivo fijado de reintegración
de los delincuentes a la sociedad de forma que se les induzca a
ganarse la vida y obedecer la ley», como se estipula en las Reglas
Mínimas para el Tratamiento al Delincuente y en el Pacto Interna-
cional de Derechos Civiles y Políticos y que «…no sólo destruye la
socialización previa de los delincuentes y los priva de los valores
sociales que pudieran tener al llegar a la institución, sino que
puede llegar a criminalizarlos más [...]. Tanto la experiencia de la
reclusión como el estigma ulterior, que la sociedad imprime al
exrecluso, impiden de hecho a la mayoría de los antiguos presos
integrarse de nuevo a la sociedad y llevar una existencia produc-
tiva normal».6
Carente de objetividad resulta el argumento de que la reclu-
sión «protege a la población» de los delincuentes, es sólo una
ilusión, dado que el volumen de la delincuencia en cualquier so-
ciedad es siempre un dato desconocido y sólo llega a conoci-
miento de la policía un 50 % y de todos ellos un 20 % pasa a
tribunales y un 10 % de ellos termina en la cárcel.
Para Sagarin y Karmen: «La doble exigencia de que se recurra
más a medidas sustitutivas y se utilice en menor medida y con ma-
yor humanidad la pena de prisión, se basa en principios generales
de humanidad, justicia y tolerancia» (Sagarin y Karimen, 1978).
En los últimos decenios se ha gestado el movimiento interna-
cional de reforma del Derecho Penal con determinados resulta-
dos de la investigación de las Ciencias Sociales, que se han
concretado en ciertos postulados político-criminales; entre los más
comunes se encuentran:

6
Documento de Naciones Unidas, 36/-84, P., 23ss.

282
La desincriminación, que abarca distintas posibilidades, como:
Conversión de ciertos hechos punibles que en infracciones ad-
ministrativas, son sancionables con pena criminal.
La solución procesal por aplicación del principio de oportuni-
dad que permite al Ministerio Fiscal la posibilidad de suspender
condicionalmente el proceso antes de formular la acusación.
Atribuirle al Tribunal la posibilidad de aplazar la decisión sobre
la imposición de la pena tras haber declarado la existencia de
culpabilidad.
La sustitución de la pena privativa de libertad. Entre sus moda-
lidades podemos señalar:
• Amonestación.
• Sometimiento a prueba del condenado en libertad vigilada.
• Suspensión provisional de la formulación de la acusación.
• La probativa.
• La multa.
• Cumplimiento en los fines de semana.
• Inhabilitación de ejercer una profesión.
• Privación de derechos y facultades.
• Trabajo correccional sin restricción de libertad.
• Trabajo correccional con restricción de libertad.
• Trabajo no remunerado y útil para la comunidad durante el
tiempo libre.
Las consideraciones que anteceden revisten gran importancia
no sólo para maximizar el proceso de desinstitucionalización, sino
también para perfeccionar la justicia criminal y humanizar el pro-
ceso correccional, fundamentados en criterios de eficiencia y efi-
cacia y, sobre todo, en la necesidad de tener en cuenta el respeto
a la dignidad humana.
Al respecto, el Departamento de Asuntos Económicos y Socia-
les Internacionales de Naciones Unidas opina:«…los cambios se
han centrado principalmente en la reducción de la esfera de apli-
cación del Derecho Penal en considerar al delincuente no un re-
ceptor pasivo del tratamiento, sino como una persona con

283
derechos, obligaciones y responsabilidades y, en el uso del encar-
celamiento como sanción extrema de último recurso.7
La dependencia del Derecho Penal de la cultura, del cambio
social y, por tanto, también del cambio técnico-económico; las
condiciones socioeconómicas del escenario nacional, así como
el desarrollo de una evolución en la ideología y psicología so-
cial con relación a la delincuencia y las conductas anómicas,
propician un proceso de variación y modificación en los ins-
trumentos legales y por tanto la proyección de la política cri-
minal.

7
Documento de la Secretaría de Naciones Unidas, 1984, p., 10.

284
POLÍTICA CRIMINAL. CONCEPTO,
MÉTODOS Y SUS RELACIONES
CON LA CRIMINOLOGÍA
DR. RAMÓN DE LA CRUZ OCHOA

Como sabemos el Estado no puede ni debe desentenderse de la


cuestión criminal, es por ello que ha tenido y tiene una política
para enfrentarla. Esto es lo que se ha dado en llamar política cri-
minal, término éste polémico utilizado por Franz von Liszt, quien
se ocupó de ella en su conocido Programa de Marburgo en 1882,
al señalar la condición finalista que debe tener el Derecho Penal
que la enlaza con la política criminal, manifestación esta que toma
relevancia como parte importante de un movimiento de crítica y
ánimo de reforma del derecho vigente.1
Cualquier definición que se tome como referencia de la políti-
ca criminal, parte de una premisa, debe entenderse fundamen-

1
Emilio Langle en su obra La teoría de la Política Criminal, nos explica en su capítulo II que
en el Congreso Internacional de Derecho Comparado que se celebró en París en 1900, se
discutió la originalidad de la criminal política representada por Liszt; se argumentó por
algunos que el uso de la palabra es muy anterior, puede citarse el Manual de Berner que
apareció en 1860, que trata la cuestión de la Política Criminal y su distinción del Derecho
Criminal. Anteriores a 1860 son las obras de Henke, de Feuerbach y sobre todo de
Kleinsrod. Para los antiguos juristas alemanes, según cita de Langle tomada del libro
Sociología Criminal de Ferri, es el arte legislativo de apropiar a las condiciones especia-
les de cada pueblo las medidas de represión y de defensa social que la ciencia del
Derecho Penal establece abstractamente. Otros autores según señala Langle la remon-
tan a los antiguos canonistas, por lo que parece exacto que la Política Criminal es muy
antigua, lo que hay de nuevo con Liszt es la sistematización que se les quiere aplicar y las
consecuencias que de ello se pueden obtener.

285
talmente como política del Estado y por tanto de los grupos do-
minantes, de ahí que siempre está ideologizada y representa los
intereses y puntos de vista de las fuerzas hegemónicas, sin dejar
de estar vinculada estrechamente al desarrollo histórico del Dere-
cho, al contenido científico de lo jurídico y de otras disciplinas
como la criminología, la filosofía del derecho o la sociología cri-
minal.
Sin embargo, quizás ninguna otra rama de las Ciencias Penales
haya tenido modificación tan sustancial de su objeto como la polí-
tica criminal, que abarca desde las primeras definiciones hasta las
más recientes. Hagamos una breve revisión de las más conocidas:
Günter Kaiser en su libro Introducción a la criminología expre-
sa las siguientes ideas: «Entendida como ciencia, la política crimi-
nal pretende la exposición sistemática y ordenada de las
estrategias, tácticas y medios de sanción social para conseguir un
control óptimo del delito. Por lo tanto, apunta sobre todo al aná-
lisis científico de las correspondientes reflexiones y procesos de
formación de la voluntad del legislador, en especial a la renova-
ción del concepto del delito y del sistema de sanciones.
»Sirven como medios de la política criminal, tanto el concepto
del delito en cuanto instrumento de control de la conducta, como
las sanciones, es decir, las penas y las medidas de corrección y
seguridad, así como las multas y medidas administrativas de la
legislación sobre infracciones del orden.»
Por su parte Heinz Zipf, penalista alemán en su enjundiosa In-
troducción a la política criminal lo explica de la forma siguiente:
«La política criminal planea ya, desde su misma denominación,
el problema genérico de determinar la coordinación con el ámbi-
to del Derecho y con el de la política. Debe hacerse resaltar clara-
mente la palabra política, mientras que la voz criminal designa el
marco objetivo a que se refiere la política.
»Política criminal es la política jurídica en el ámbito de la justicia
criminal. Por tanto, la política criminal se refiere al ámbito de de-
terminación del cometido y función de la justicia criminal, la con-
secución de un determinado modelo de regulación en este campo
y decisión sobre él, decisión esta fundamental de política criminal,

286
su configuración y realización práctica en virtud de su función y su
constante revisión en orden a las posibilidades de mejora.
»Debe concebirse la política como mando de la colectividad
sobre la base del poder. Con ello la política es una forma de ac-
tuación, esta actuación se halla referida al Estado.»
Existen otras definiciones sobre política criminal, pero todas
van más o menos por el mismo camino de las señaladas anterior-
mente; sólo queremos detenernos en las que realiza la llamada
Escuela Francesa de Política Criminal, con las cuales nos sentimos
especialmente identificados.
El conocido penalista francés Reger Merle apunta:
«Fue el penalista alemán Feuerbach quien a principios del si-
glo XIX fue uno de los primeros en emplear esta expresión y la
definió como el conjunto de procedimientos utilizados en un mo-
mento dado para combatir la criminalidad.
»La política criminal consiste en descubrir y organizar racional-
mente las muchas soluciones posibles con los diversos proble-
mas de fondo y de forma que tiene el fenómeno criminal.»
Toda política criminal es necesariamente sustentada y apoyada
por una filosofía penal, una reflexión sobre los fundamentos de
la justicia, la legitimidad y los límites del derecho de castigar, los
derechos del hombre, el tratamiento de la sociedad a los delin-
cuentes y el rol de la moral en la regulación de la vida colectiva.
Como todos los sistemas jurídicos, el Derecho Penal se constru-
ye sobre la influencia conjunta de las necesidades coyunturales
del momento y las ideologías criminales.
Marc Ancel, en Social Defense expone una definición con la
cual coincidimos plenamente: «Von Liszt trajo el concepto de
política criminal para adaptar la pena a la personalidad del delin-
cuente. No se puede restringir la política criminal a los cambios
en las leyes penales, sin tener en cuenta lo que hoy llamamos
política penal. La política criminal realmente significa todos los
esfuerzos y circunstancias para crear un sistema de control del
delito metódico y sistemático.

287
»El Derecho Penal aparece como uno de los más importantes
instrumentos de la política criminal, pero no es más que un ele-
mento de ese instrumento.
»Nosotros proponemos que la política criminal debe compren-
der la reacción social organizada al delito, y esta concepción ha
sido bastante aceptada.»
Por su parte Bernat de Celes señala: «Por política criminal de-
bemos entender la política que persigue el gobierno de un país
en lo que concierne a: la aplicación del Derecho Penal, la revisión
del Derecho Penal, la prevención de la delincuencia, la adminis-
tración de la justicia criminal (comprendiendo la policía) y el tra-
tamiento al delincuente.
»La política criminal comprende también todos los esfuerzos
de política social, especialmente los costos sociales resultantes
de la criminalidad y la distribución de estos costos sociales entre
las partes implicadas, el delincuente, la víctima y la comunidad
política.»
Finalmente quisiéramos resumir con estas reflexiones que en
nuestra opinión, la política criminal es parte de la política gene-
ral social, con quien hay que integrarla y enlazarla con los gran-
des objetivos de la democracia, igualdad, seguridad y solidaridad,
así como en ella debe incluirse todo lo que pueda prevenir la
criminalidad en su sentido más amplio, y también lo que concier-
ne a la actividad legislativa administrativa y judicial vinculada al
tema penal.
Es expresión del poder político, debe ser democráticamente
concebida y articulada tanto como sea posible, su objeto es la
política que lleva a cabo el Estado y la sociedad para enfrentar
tanto la criminalidad convencional como la no convencional; así
como la nacional, internacional y transnacional, ya que entre ellas
se da una interdependencia creciente que es preciso tener en
cuenta en los procesos de criminalización y descriminalización;
también entraña la consideración de la comunidad, el delincuen-
te y la víctima, así como las llamadas políticas penitenciarias y
otras que tengan relación con el tema criminal.

288
POLÍTICA CRIMINAL Y POLÍTICA SOCIAL
La definición más común de política social es la que se expresa
como la preocupación política de la administración pública con
los servicios sociales como la salud, educación y sistema de segu-
ridad social para remediar problemas concretos sociales o perse-
guir objetivos comunes.
El Prof. T. H. Marshall describe la política social como la política
de los gobiernos con relación a la acción que tiene un impacto
directo en el bienestar de los ciudadanos, proveyéndole seguridad
social, asistencia pública, vivienda, educación y tratamiento del
crimen.
Los aspectos de la política social son, entre otros, la abolición
de la pobreza, armonía racial, igualdad de oportunidades educa-
cionales, prevención de las enfermedades, integración de la co-
munidad e igualdad de tratamiento ante la ley.
Existe una importante relación entre política criminal y política
social, la cooperación se efectúa de tal modo que la política so-
cial trata de influir en los factores sociales reconocidos como cri-
minógenos. Con esta colaboración, no desaparece el delito, pero
es posible mantenerlo bajo control. La política social general pue-
de influir en la modificación de las relaciones en la estructura
social que fomentan el nacimiento del delito.
Un hito interesante en la relación entre política criminal y polí-
tica social lo constituyó la Declaración de Caracas del VI Congre-
so de ONU de 5 de septiembre de 1980 en materia de prevención
del delito,2 documento orientado como nunca antes a enfatizar
especialmente en los derechos económicos, sociales y culturales
y a destacar la relación entre política criminal y política social. La
Declaración de Caracas en sus primeros párrafos declara:
«El triunfo del sistema de justicia criminal y de la estrategia para
la prevención del delito, especialmente en vista del crecimiento
de las nuevas y sofisticadas formas del delito y de las dificultades

2
Ver documentos de Naciones Unidas en Recopilación y Normas de las Naciones
Unidas en la esfera de la Prevención del Delito y la Justicia Penal. Naciones Unidas.
New York.1993

289
que confronta la administración de justicia, dependen sobre todo
del mejoramiento de las condiciones de vida; esto es esencial para
revisar el criterio tradicional de la prevención del delito basada
exclusivamente en criterios legales.
»La prevención del delito debe estar considerada en el contex-
to del desarrollo económico, los sistemas políticos, los valores so-
ciales y culturales y en el contexto de un nuevo orden económico
internacional.
»Es cuestión prioritaria y de gran importancia que los progra-
mas para la prevención del delito y tratamiento al delincuente se
basen en circunstancias sociales, culturales, políticas y económi-
cas de cada país. La familia, la escuela y el trabajo tienen un pa-
pel vital para fomentar el desarrollo de la política social y de las
actitudes positivas que contribuyan a prevenir el delito.»
Por su parte el Plan de Acción de Milán del 7mo. Congreso de
Naciones Unidas de 1985 establece que dada las espectaculares
dimensiones de la marginalidad social, política, cultural y econó-
mica de muchos sectores de la población en muchos países, las
políticas penales deben procurar no transformar esa situación de
privación, en condiciones favorables para la aplicación de san-
ciones penales. Por el contrario, deben adoptarse políticas socia-
les eficaces para aliviar las condiciones de los sectores más
vulnerables y deben garantizarse la igualdad y la justicia en los
procedimientos de ejecución de la ley, enjuiciamiento, condena
y tratamiento, para evitar la discriminación basada en razones
socioeconómicas, culturales, étnicas, nacionales o políticas, en el
sexo, o en los medios materiales.
Termina la declaración afirmando que la eliminación de la opre-
sión social y económica representa una esperanza vital en la lu-
cha contra el delito.

PLANIFICACIÓN DE LA POLÍTICA CRIMINAL


La planificación de la política criminal es una cuestión importan-
te que debe ser entendida como la preparación racional de los
objetivos y de los medios necesarios para llevar a cabo una políti-

290
ca criminal de justicia, socialmente eficaz; por tanto es el conjun-
to coordinado de esfuerzos, técnicas y medios deliberadamente
emprendidos por el Gobierno con la cooperación de una plurali-
dad de servicios, instituciones, organizaciones, y expertos para
formular la política criminal exigida en un período y país dado,
sobre la cual ha de basarse la organización y funcionamiento del
sistema penal. Constituye un aspecto de la planificación general
del bienestar social, por lo que la planificación de una política
criminal no puede ser encarada en forma aislada, sino debe estar
integrada en el conjunto del desarrollo social, el cual depende a
su vez de un sustrato político y económico adoptados.
Esta planificación debe ser pluralista; debe tomar en cuenta
varios caminos, varios acercamientos, varios métodos. No puede
ser estática, debe considerar los constantes cambios sociales y las
valoraciones que surgen tanto en la naturaleza como en el volu-
men de la delincuencia; y debe ser multidisciplinaria, por ser una
obra colectiva de politólogos, economistas, sociólogos, médicos
y juristas.
Los aspectos del desarrollo que principalmente han de tenerse
presente en la planificación de esta política son los siguientes:
Situación, medios y fines socioeconómicos, políticos y cultura-
les, entre ellos los tipos y niveles de producción, distribución, con-
sumo, ingreso y educación, la organización de las principales
funciones estatales y regionales, protección de los derechos hu-
manos, participación comunitaria, así como los aspectos presu-
puestarios y funcionales del sistema de justicia penal.
El 7mo. Congreso de Naciones Unidas en su Plan de Acción de
Milán estableció que la «inclusión de políticas de prevención del
delito y de justicia penal en el proceso de planificación puede
contribuir a mejorar la vida de los pueblos del mundo [...], a au-
mentar la eficacia en la prevención del delito, especialmente en
esferas tales como la urbanización, la industrialización, la educa-
ción, la sanidad, el crecimiento y la migración de la población, la
vivienda y el bienestar social, y a reducir sustancialmente los cos-
tos sociales directa o indirectamente relacionados con la preven-
ción del delito y la lucha contra la delincuencia, garantizando la

291
justicia social, el respeto a la dignidad humana, la libertad, la
igualdad y la seguridad».
Consecuentemente cualquier intento serio de planificación
debe comenzar con un análisis de las áreas a las cuales les incum-
ben tomar las medidas necesarias para suprimir las causas que
conducen a la criminalidad y establecer un nivel razonable de
seguridad individual especialmente en las grandes ciudades.
Debe tener objetivos a corto, mediano y largo plazos, lo cual
permitiría evaluar los efectos de las decisiones adoptadas.
La planificación intersectorial en la esfera de la política crimi-
nal debe tender a lograr la interacción y la cooperación entre los
planificadores económicos, los organismos y el sector completo
de la justicia penal, desde la policía hasta los centros penitencia-
rios, pasando por la fiscalía y los tribunales, a fin de establecer o
reforzar mecanismos de coordinación adecuados, y aumentar la
capacidad de respuesta de la política de prevención del delito a
las necesidades de desarrollo y a las condiciones cambiantes.
Deben tenerse en cuenta los objetivos en la esfera de la legisla-
ción, la ejecución de la ley, el procedimiento judicial, el trata-
miento del delincuente y la justicia de menores, con miras a
garantizar mayor coherencia, compatibilidad, responsabilidad,
equidad y justicia en el amplio marco de los objetivos nacionales
de desarrollo.
Debe promoverse el establecimiento de uno o varios órganos o
mecanismos de planificación y coordinación, en los planos na-
cional y local, en los que participen representantes de los distin-
tos subsistemas de la justicia penal y otros expertos, así como
instituciones de la comunidad, dado su valor especial para eva-
luar las necesidades y prioridades, mejorar la asignación de re-
cursos y supervisar y evaluar las políticas y programas. Sus objetivos,
según las Recomendaciones de Naciones Unidas en su 7mo. Con-
greso de Milán, deben ser los siguientes:
a) Promover las capacidades de investigación en el plano local y
desarrollar las capacidades autóctonas con respecto a la plani-
ficación del delito.

292
b) Evaluar los costos sociales del delito y los esfuerzos para lu-
char contra él, y generar una conciencia de la importancia de
sus repercusiones económicas y sociales.
c) Desarrollar medios para reunir y analizar con mayor precisión
datos referentes a las tendencias delictivas y la justicia penal y
estudiar los diversos factores socioeconómicos que repercu-
ten en ellas.
d) Mantener en examen las medidas y los programas relaciona-
dos con la prevención del delito y la justicia penal, para eva-
luar su eficacia y determinar si es necesario mejorarlos.
e) Mantener relaciones de trabajo con otros organismos que se
ocupen de la planificación del desarrollo nacional, para ga-
rantizar la coordinación y el intercambio de información nece-
sarios.

POLÍTICA CRIMINAL, CRIMINOLOGÍA


Y DERECHO PENAL
Las relaciones entre ellas deben verse de forma integradora don-
de cada una tiene una función que cumplir y donde las tres están
fuertemente interrelacionadas:
La criminología investiga el fenómeno criminal bajo todos sus
aspectos, elige sus objetivos de estudio por sí misma, autónoma-
mente, aunque tomando en consideración los asuntos actuales
que tienen que ver con el tema de la delincuencia, su prevención
y los problemas del funcionamiento de los órganos que compo-
nen el sistema penal. Esta selección debe realizarse teniendo en
cuenta las preocupaciones de la opinión pública, del mundo aca-
démico y de los operadores del sistema penal.
Los resultados quedarán a disposición de las instancias políti-
co-criminales, en este sentido es misión de la política criminal
adoptar decisiones político-criminales con base al material
criminólogo; sin embargo, estas decisiones nunca son resultado
inmediato de la investigación empírica, sino que necesitan para

293
su realización una conclusión generalmente de las instancias
políticas entre diversas alternativas.
Aunque la política criminal no puede ser ajena a las aportacio-
nes de las Ciencias Sociales es ineludible para una política crimi-
nal que a la hora de decidir sobre la reforma de las leyes, se tengan
en cuenta los efectos reales del sistema de Derecho Penal sobre
la realidad.
Por otro lado, los científicos sociales no pueden olvidar que el
Derecho posee una dimensión normativa. Esto incide en la defi-
nición de sus propios fines e implica para la dogmática la existen-
cia de un ámbito de autonomía en su elaboración conceptual, lo
cual debe ser comprendido por los científicos sociales; de lo con-
trario es imposible, o al menos extraordinariamente dificultoso,
la cooperación inter y transdisciplinaria. Es destacable el avance
que en este sentido se observa; hoy no pocas cuestiones dogmá-
ticas se han tratado de analizar a partir de la metodología de
determinadas Ciencias Sociales y los resultados de sus investiga-
ciones se han tomado como objeto de valoración junto con los
aspectos técnico-jurídicos.
Una valoración realista de los posibles efectos de las Ciencias
Sociales sobre el Derecho Penal puede producir efectos ambivalen-
tes por un lado; la asunción y recepción de argumentos proce-
dentes de las Ciencias Sociales produce un indudable efecto de
realismo en el sistema jurídico. En la medida que tales Ciencias
Sociales tienen por objeto el comportamiento humano, desde
diferentes perspectivas, deben tenerse en cuenta los resultados
alcanzados por ellas como objeto de valoración. Sin embargo,
por otro lado no cabe esperar un cambio metodológico esencial
ni el abandono del Derecho Penal y su sustitución por otras for-
mas alternativas del control social, como desde alguna de estas
ciencias parece proponerse.
Un abandono del Derecho Penal en mano de consideraciones
científico-sociales podría favorecer, dada la ausencia de límites y
controles valorativos, la aparición de procesos de estigmatización
colectiva e hipercriminalización de exclusiva base utilitarista. Para
evitar tan negativas consecuencias, la dogmática penal debe adoptar

294
una postura prudente ante las aportaciones de las ciencias
extrajurídicas, tener en cuenta sus investigaciones, pero a la vez im-
pedir que aquellas y sus argumentaciones propias puedan llegar a
asumir el papel de fundamentar la atribución de responsabilidad.
La política criminal no es ontológica, sino valorativa, axiológica,
al estar encuadrada dentro de la política social general. Ha de
construirse sobre resultados investigados criminológicamente y
adecuar sus finalidades a la jurídico-penal.
La política criminal orienta tanto la actuación del legislador como
del juez en su actividad jurisdiccional, como el gobierno en las fun-
ciones que le son propias; por tanto, cumple funciones orientadoras
a las distintas agencias que participan en el sistema penal.
En la política criminal han de aunarse los argumentos político-
jurídicos de los penalistas con los conocimientos y tesis de los
criminólogos, por lo cual racionalmente ya no debiera hablarse
de una preferencia absoluta de los argumentos político-crimina-
les de uno u otro género.
La política criminal se diferencia de la criminología en que valo-
ra y establece prioridades que no se derivan de la sola evaluación
de resultados empíricos, sino donde la dogmática y las coyuntu-
ras políticas tienen una fuerte influencia.
El Derecho Penal es una ciencia jurídica, cultural, normativa:
una ciencia del deber ser, mientras la criminología es una ciencia
empírica, táctica, del ser. La ciencia penal, en sentido amplio, se
ocupa de la delimitación, interpretación y análisis teórico siste-
mático del delito (concepto formal), así como los presupuestos
de su persecución y sus consecuencias.
La política criminal en cuanto disciplina que suministra a los
poderes públicos las opciones científicas concretas más adecua-
das para el eficaz control del crimen, ha servido de puente entre
el Derecho Penal y la criminología, facilitando la recepción de las
investigaciones empíricas y su transformación en preceptos nor-
mativos.
El camino acertado sólo puede consistir en dejar penetrar las
decisiones valorativas político-criminales en el sistema del Dere-
cho Penal, en que su fundamentación legal, su claridad y legiti-
mación, su combinación libre de contradicciones y sus efectos no

295
estén por debajo del sistema positivista formal. La vinculación
del Derecho y la utilidad político-criminal no pueden contrade-
cirse, sino que tienen que compaginarse en una síntesis.
La misión de la dogmática en el marco de la política criminal es
conseguir posibilidades de solución acordes con el sistema para
objetivos político-criminales. La política criminal parte de un sóli-
do fundamento cuando mantiene sus decisiones de acuerdo con
la evolución de la dogmática, y viceversa, la dogmática ha de
desarrollar sus soluciones en el marco de concepción global polí-
tico-criminal, dado que su efectividad se mide igualmente según
su valor para la realización de los objetivos político-criminales. La
política criminal y la dogmática del Derecho Penal dependen en-
tre sí en muchos aspectos y deben actuar conjuntamente.
La política criminal encuentra sus límites en las exigencias de la
sistemática del Derecho Penal, pero debe tenerse en cuenta en el
sentido que los conceptos de finalidad político-criminales sólo
deben desarrollarse en configuraciones defendibles mediante la
dogmática jurídica.
Política criminal y dogmática jurídico-penal son campos cientí-
ficamente independientes y deben mantener su autonomía para
poder cooperar de modo óptimo.
En el marco de la justicia criminal en general, la política crimi-
nal y la dogmática jurídico-penal tienen por tanto funciones in-
dependientes. Si la política criminal se ocupa de los conceptos
de ordenación en este ámbito, la dogmática jurídico-penal
sistematiza las regulaciones adoptadas y las prepara para la apli-
cación del Derecho.
La política criminal se distingue esencialmente de la dogmáti-
ca jurídico-penal en que se extiende más allá del Derecho vigen-
te y de su aplicación. Ha de mostrar claramente sus propios
conceptos de finalidad, pero también debe estar dispuesta a co-
ordinar sus intereses con la concepción total de todas las funcio-
nes del Estado.
Si embargo, cada día tiende a desaparecer la brecha entre po-
lítica criminal y dogmática; en este sentido la posición de Roxin
ha sido determinante en Kriminalpolitik und Strafrechtssystem,

296
de 1971 donde trató de restringir el tradicional divorcio procu-
rando lograr una integración en tres categorías fundamentales:
tipicidad, antijuricidad y culpabilidad. La tipicidad sirve para sa-
tisfacer la exigencia de determinación y taxatividad garantizadas
en el principio de legalidad; la antijuricidad es la sede de la reso-
lución de los conflictos sociales que surjan de la colisión de inte-
reses individuales y/o supraindividuales; y la culpabilidad integra
el presupuesto y el límite garantístico para el ejercicio de la po-
testad punitiva entendida en términos de prevención.
Por ello es hoy opinión dominante, lo cual compartimos, que
la criminología, la política criminal y el Derecho Penal son tres
pilares inseparables del Sistema de Ciencias Criminales.

297
ASPECTOS PUNTUALES
ACERCA DE LA VICTIMOLOGÍA
DRA. ÁNGELA GÓMEZ PÉREZ

El tema victimológico preocupa hoy a todos los científicos vincu-


lados al perfil social desde cualquier arista del saber humano, en
especial desde las Ciencias Sociales y biológicas.
Desde el principio se le atribuyó un escaso desarrollo teórico
a la victimología, pero esto ocurre con casi todas las Ciencias
Sociales que se ocupan del ser, que se interesan inicialmente
por estudios de campo, ateóricos, descriptivos y empíricos, los
cuales constituyen el punto de partida para la teorización y el
avance doctrinal posterior, como ha ocurrido finalmente con este
saber.
La actual controversia entre criminólogos y victimólogos acer-
ca de la autonomía de esta materia o de su pertenencia al objeto
de estudio de la criminología es uno de los nudos teóricos que se
manejan con frecuencia por los estudiosos del tema.
Los aportes de la victimología al conocimiento y enfrentamien-
to del fenómeno criminal son reconocidos hoy en la literatura
contemporánea.
En este espacio trataré de exponer en síntesis las cuestiones
puntuales que en mi consideración pueden resultar de interés y
utilidad para los estudiosos sobre la temática.

298
¿ES LA VICTIMOLOGÍA UNA CIENCIA
INDEPENDIENTE?
El término victimología —según el destacado investigador y
criminólogo Elías Neuman— fue acuñado por el israelí Beniamín
Mendelshon, quien venía investigando sobre esta materia desde la
década de los años cuarenta del pasado siglo y la definió como «la
ciencia sobre las víctimas y la victimidad» (Mendelshon, 1981) dan-
do al concepto de víctimas una acepción general en la que se inclu-
yen todos los supuestos posibles de tal término.
Sin embargo, no son pocos los que atribuyen la paternidad de
este saber al investigador Hans von Hentig, el que emigró de Ale-
mania durante la II Guerra Mundial hacia los Estados Unidos de
Norteamérica, donde trabajó en la Universidad de Yale y realizó
múltiples investigaciones acerca de las tipologías victimales a partir
de aspectos plurifactoriales —biológicos, sociales, o psicológicos—
cuyos resultados le permitieron escribir varias obras, entre ellas
una de las más conocidas The criminal and his víctims.
Lo que parece ser un hecho cierto es que el tema de las vícti-
mas comenzó a inquietar a diversos investigadores después del
holocausto de la II Guerra Mundial, pues de esta época se regis-
tran disímiles investigaciones que hacen centro de sus estudios a
las víctimas de los delitos.1
El primer Simposio Internacional sobre Victimología se efectuó
en 1973 en Jerusalén, los que se sucedieron luego cada tres años,
y ya en 1979, en el tercer Simposio efectuado en Alemania se
funda la Sociedad Mundial de Victimología, que ha contribuido
enormemente a su desarrollo.
Las víctimas pueden ser consideradas tan antiguas como la propia
humanidad, si partimos de la vulnerabilidad del ser humano y de
la posibilidad de ser flagelado por sus semejantes desde siempre,
tal y como lo ha registrado el desarrollo de su devenir histórico.

1
Cfr. Menniner. El hombre contra sí mismo. Alemania, 1952; también Ellemberger,
Henry. Relaciones psicológicas entre el criminal y su víctima. Canadá, 1954; Mendoza
José R. Trabajos sobre victimología. Venezuela, 1953.

299
Se reconoce la existencia de una «época de oro de la víctima»
donde no existía control social alguno y ésta repelía la agresión u
ofensa por sí misma, privilegio que perdió luego ante las autori-
dades tribales que al no poder dar explicación racional a la con-
ducta de quienes violaban las normas de la comunidad,
reaccionaban a partir del dicho de brujos y hechiceros que la con-
sideraban como una ofensa a la divinidad que debía compensar-
se mediante ofrendas y sacrificios humanos, llegando en la época
medieval al exorcismo de imaginar al criminal poseído por el dia-
blo y merecedor de la pena de morir en la hoguera.
Como uno de los antecedentes legislativos más remotos don-
de se tutela el derecho de la víctima, encontramos el Código de
Hammurabi (1728-1686 a.n.e.), en el que se disponía: «Si un hom-
bre ha cometido un robo y es atrapado, ha de morir; si el ladrón
no es atrapado, debe declarar formalmente lo que perdió y la
ciudad ha de reembolsarle lo que haya perdido. Si la víctima pier-
de la vida, la ciudad ha de pagarle un maneh de plata al pariente».
El Derecho romano distinguía entre delictas y críminas, ya que
los primeros eran de persecución privada porque sólo afectaban
intereses particulares, en tanto que los segundos eran persegui-
dos de oficio porque ponían en peligro intereses de la comuni-
dad. Los delictas tenían como reacciones posibles la venganza, el
talión, la multa y la compensación. Mientras que por los críminas
podían imponerse las penas de mutilación o muerte.
El pensamiento crítico de la época de la Ilustración, siglo XVIII,
sentó las bases para el surgimiento de la Escuela Clásica del Dere-
cho Penal, que desarrolla el marco de la institucionalización de los
modernos Estados de Derecho, donde el postergamiento de la víc-
tima fue ya no sólo de hecho, sino también de Derecho desde el
mismo momento en que el Estado se arroga en lugar y parte,
mediante la figura del Ministerio Fiscal, la potestad de represen-
tar los intereses de la sociedad que supuestamente incluyen los
de la víctima.
Por su parte, la Escuela Criminológica Positivista contribuye al
incremento de la distancia existente entre las partes del conflicto
criminal (delincuente y víctima) debido a que sus tratadistas for-

300
mulaban un discurso que pretendía tomar en cuenta los dere-
chos de la víctima en detrimento de los del autor del hecho; en
este sentido nos ilustran algunas publicaciones de sus represen-
tantes.2
En Cuba el positivismo victimológico también ejerció una fuer-
te influencia en los intelectuales de la época, muestra de ello es
el proyecto de Código Penal de Don Fernando Ortiz, de 1926, en el
que se destinan diez artículos al resarcimiento de daños y protec-
ción a las víctimas. También resultan conocidos los trabajos reali-
zados por Diego Vicente Tejera, Francisco Fernández Plá y José
Ramón Hernández Figueroa, que aparecen publicados en 1930
bajo el título La protección de la víctima del delito.
Como expresa García-Pablos (1996), la justicia penal civilizada
trató de neutralizar la víctima en el conflicto criminal con el loa-
ble propósito de lograr un fallo adecuado y despojado de cual-
quier ánimo vengativo personal, ajeno a la aplicación institucional
de la Legislación Penal; desde entonces el proceso judicial se con-
virtió en un mecanismo de mediación y solución institucionalizada
del conflicto criminal, que objetiva y despersonaliza las partes
contendientes, lo que resulta mucho más reprochable en el pla-
no del lenguaje abstracto y de las formalidades jurídicas, en el
que la víctima ha sido reducida a la inserción circunstancial en
los supuestos legales previstos en la legislación sustantiva.
Lo que hoy se identifica como el «redescubrimiento de la vícti-
ma» también ha generado posiciones gnoseológicas controverti-
das para la definición de esta materia; así vemos que el profesor y
criminólogo alemán Günter Kaiser (1988) considera que «…la
unidad y pluralidad de niveles dimensionales exigidos por los
principios criminológicos para el estudio de la delincuencia hacen
cuestionable la independización teórica de las investigaciones en

2
Además de la obra de Pedro Dorado, citada en la bibliografía, consulte «Nuevos
estudios sobre la reparación debida a las víctimas en la Escuela Positivista» del
propio autor; también, Bentham Jeremías «Tratado sobre los principios del Código
Penal» (1748-1832), Gioia, Melchor. «Delitos y Daños» Todos estos autores se refie-
ren al tema de la indemnización a las víctimas y la necesidad de ocuparse de su
desgracia que es mayor que la del delincuente que por demás es el único responsa-
ble de los sucesos.

301
cuestiones como conducta y personalidad de la víctima a fin de
configurarla como rama autónoma». Y cita: «según el actual pun-
to de vista de muchos criminólogos, la relación delincuente-vícti-
ma es tan importante para la comprensión del fenómeno de la
delincuencia y para el control del delito que tampoco puede
renunciarse a ella en el análisis criminológico (Schultz, 1956;
Kirchhoff, 1979; Schneider, 1982)».
También el criminólogo Hans Göppinger (1975) considera la
victimología como «…una sección de la criminología debido a su
compenetración con el campo total de esta ciencia […] una con-
templación separada sólo es posible, como ocurre en todas las
ciencia empíricas, en tanto no se desee investigar más que cam-
pos parciales y no el fenómeno en su conjunto como tal».
Más recientemente, el español García-Pablos (1996) también
enfoca su análisis del problema victimal desde el campo de la
criminología y nos alerta con relación al interés mostrado por la víc-
tima del delito durante el último decenio en el sentido de que no
se trata de su redescubrimiento, «…sino de la imperiosa necesi-
dad de verificar, a la luz de la ciencia, la función real que desem-
peña la víctima del delito en los diversos momentos del suceso
criminal (deliberación, decisión, ejecución, racionalización, justi-
ficación…) Y lógicamente, sugiere actitudes y respuestas muy dis-
tintas a las que hoy se ofrecen por la sociedad y los poderes
públicos respecto del problema criminal» .
Desde otra posición, Beniamín Mendelshon parte de la siguiente
reflexión: «Durante siglos, el criminal ha pertenecido únicamente
al Derecho como una noción abstracta, no es hasta la segunda
mitad del siglo XIX, como consecuencia de una revolución del pen-
samiento, que el criminal se convierte en objeto de estudio por
una ciencia positiva. En nuestros días, la victimología se impone
también a nuestra atención como una rama especial de la ciencia
positiva» (Manzanera, 1998).
Como apunta Manzanera (1998) «...con el transcurso del tiempo,
Mendelshon plantea que la victimología no sólo es una ciencia para-
lela de la criminología e independiente de ésta, sino que al am-
pliar el objeto de estudio le dará una dimensión extraordinaria».

302
Manzanera señala la existencia de tres modelos o paradigmas
en el pensamiento victimológico que pueden contribuir a la com-
prensión de las posiciones teóricas desarrolladas en la materia.

Desde la tendencia conservadora estaríamos en presencia de


un enfoque positivista y por lo tanto causalista que identifica a la
victimología como una rama de la criminología; este modelo con-
cibe una sociedad consensualizada donde la ley supuestamente
refleja los intereses y aspiraciones de la mayoría y protege a to-
dos los ciudadanos de la victimización criminal.
«Esta victimología, llamada conservadora, es la que con mayor
facilidad adoptan los sistemas de justicia (independientemente
de la ideología oficial),
Paradigma ya que les permite
Tendencia evadir toda responsa-
Modelo
bilidad estatal en (Ideología)
(Teoría) el fenómeno victimal; las víctimas lo son por
(Perspectiva)
causa de los criminales
Positivista rebeldes e inconformes,
conservadora consensual o por su propia
Interaccionista liberal
culpa al provocar o precipitar el crimen» pluralista
(Manzanera, 1998).
Crítico socialista conflictual
Desde la tendencia liberal informada por una tendencia estruc-
tural-funcionalista y a la vez interaccionista, el modelo identifica
la sociedad como pluralista formada por grupos con diferencias
marcadas por razón de razas, credos, status, etc., donde la ley
existe precisamente porque no todos tienen los mismos intereses
y por tanto no hay consenso.
«Este pluralismo lleva al acuerdo general de un mecanismo que
pueda resolver los conflictos pacíficamente, por lo que se esta-
blece el sistema legal, que es neutral y está por encima de las
partes, es sólo árbitro que dirime las disputas» (Manzanera, 1998).
La víctima desde este enfoque queda olvidada y sujeta a la reac-
ción social interactiva de las estructuras de poder.

303
Los regímenes que supuestamente adoptan este paradigma pu-
dieran identificarse con las democracias formales de los Estados
de Derecho Social burgueses, donde se trata de enmascarar la
realidad bajo el manto de la neutralidad de la Ley, que no es tal,
puesto que el poder de legislar, hacer justicia y ejecutar la norma
está en manos de la clase que también tiene el poder económico,
aun y cuando se habla de pluripartidismo.
La tendencia socialista (vista desde la óptica de una sociedad
capitalista) y permeada del pensamiento filosófico marxista, re-
conoce las diferencias sociales, los conflictos, metas e intereses
diversos, pero hace centro del problema la lucha por el poder, en
la que unos tratan de obtenerlo y otros de mantenerlo. «La ley
defiende los intereses de aquellos que tienen el poder para ha-
cerlo; el aparato judicial por tanto no es neutro, protege los inte-
reses de la clase en el poder y no la colectividad en general… Esta
victimología censura el sistema capitalista y maneja un paradig-
ma crítico que propone un cambio de estructuras sociales defini-
tivo que evite la violación de derechos humanos igualitarios»
(Manzanera, 1998). Se considera por tanto al sistema de justicia
como victimizador por atentar contra las clases marginadas y no
reaccionar ante las víctimas de la opresión por parte de las estruc-
turas de poder.
Los postulados de cada una de estas tendencias nos recuerdan
la evolución del pensamiento criminológico, lo que nos hace
suponer que este autor ha encontrado similitudes en el tracto
evolutivo de ambas ciencias durante su investigación teórico-
doctrinal.
Aunque Manzanera (1998) considera que la victimología no es
una ciencia independiente, sí le reconoce el carácter de conoci-
miento científico por poseer un método de estudio cierto identifi-
cado para la obtención del conocimiento científico y un objeto de
estudio propio, lo que le permite afirmar que evoluciona hacia su
autonomía.
En igual sentido, el investigador Elías Neuman (1994) plantea:
«Me uno a quienes entienden que actualmente la Victimología for-
ma parte de la Criminología, pero adelanto que se trata de una cer-

304
tidumbre provisional, y que el decurso y auge de la Criminología por
un lado, y de la Victimología por el otro, podrán favorecer un cam-
bio de criterio.

El método de estudio de la victimología


Si bien no podemos afirmar que la victimología es una ciencia
experimental, porque no es ético victimizar para poder experi-
mentar, sí puede aplicarse este método en el campo de la tera-
péutica y la prevención victimal. Así mismo, resulta viable la
utilización del método empírico para el estudio del fenómeno
criminal, donde la pareja víctima-delincuente forman un binomio
de interés victimológico. Por otra parte, del mismo modo que
ocurre en la criminología con el criminal, también en la victi-
mología concurren muchas disciplinas para ocuparse del estudio
de la víctima (Antropología, Biología, Psicología, Psiquiatría, Me-
dicina, Derecho Penal, etc.), las que utilizan sus propios métodos
y enfoques en dependencia de sus pretensiones, gracias a lo cual
se ha ido consolidando un saber victimológico, y resulta cada vez
más necesario una ciencia que integre y coordine las informacio-
nes procedentes de estas otras ciencias aplicadas al fenómeno
victimal, de modo que en ese proceso de retro-alimentación el
conocimiento científico salga cada vez más depurado. El método
interdisciplinario, por tanto, es una exigencia del saber científico,
impuesto por la naturaleza totalizadora de este, pero por esa mis-
ma razón puede crear trabas a una ciencia joven que aún no haya
logrado emanciparse, poniendo en tela de juicio su objeto de
estudio propio; por ello los victimólogos deberán trabajar para
situar este sistema de conocimientos en una instancia superior,
de esa estructura transdisciplinaria.

El objeto de estudio de la victimología


Establecer la precisión del objeto de estudio de esta materia es
un presupuesto necesario para el reconocimiento del carácter
científico de su sistema de conocimientos.

305
Luis Rodríguez Manzanera identifica el objeto de estudio de la
victimología a partir de tres elementos fundamentales:
• Un nivel individual representado por la víctima.
• Un nivel conductual relativo a la victimización.
• Un nivel general que sería la victimidad.

Definición de víctima
Como vimos anteriormente, del concepto que se tenga de víc-
tima depende el que se dará de victimología y viceversa, de ahí
que reflexionemos al respecto.
La definición etimológica consideraba originalmente este tér-
mino, «una voz latina que designa la persona o animal sacrifica-
do, o que se destina al sacrificio». Sin embargo, como aludimos
antes, la sociedad ha hecho evolucionar este concepto desde su
origen religioso hasta hoy, incorporándole nuevos elementos:
«Persona que padece por culpa ajena o por causa fortuita».3
La definición otorgada por la ONU durante su Congreso para la
prevención del delito y el tratamiento al delincuente efectuado
en 1980 delimitó el término de víctima desde tres ópticas como
la persona que ha sufrido una pérdida, daño o lesión, sea en su
persona propiamente dicha, su propiedad o sus derechos huma-
nos, como consecuencia de una conducta que constituya una
violación de la legislación penal nacional, constituya un delito
bajo el derecho internacional, que integre una violación de los prin-
cipios sobre derechos humanos reconocidos internacionalmente
o de alguna forma implique un abuso de poder por parte de per-
sonas que ocupen posiciones de autoridad política o económica.
Este Congreso constituyó un paso de avance para la ulterior
definición realizada en el VII Congreso, efectuado en Milán en
1985, donde se clasifican las víctimas en dos grandes grupos:
• Las víctimas de los delitos (artículo 1ro.) «se entenderá por víctimas
de delitos las personas que, individual o colectivamente, ha-
yan sufrido daños físicos o mentales, sufrimiento emocional,
pérdida de sus derechos fundamentales como consecuencia

3
Cfr. Diccionario Ilustrado de la Lengua Española. Aristos. 1985. p. 648.

306
de acciones u omisiones que violen la Legislación Penal vigen-
te en los Estados miembros, incluida la que proscribe el abuso
de poder».
• Las víctimas del abuso de poder (artículo 18) «se entenderá
por víctima del abuso de poder las personas que individual o
colectivamente hayan sufrido daños físicos o mentales, sufri-
miento emocional, pérdida financiera o menoscabo sustancial
de sus derechos fundamentales, como consecuencia de accio-
nes u omisiones que no lleguen a constituir violaciones del
Derecho Penal nacional, pero que violen normas interna-
cionalmente reconocidas, relativas a los derechos humanos».4
En el primer caso se considera víctima del delito no sólo al que
lo sufre, sino a su familia, dependientes inmediatos a la víctima
directa y las personas que hayan sufrido daño al intervenir para
asistir a la víctima en peligro, o para prevenir la victimización.
En cuanto a la definición legal, dada la carencia de instrumen-
tación legal que se observaba para el tratamiento a las víctimas a
raíz de su redescubrimiento, tanto en materia penal como de cual-
quier otra naturaleza, su definición jurídica no la encontramos
sino restringida a la fórmula abstracta de los supuestos legales,
en los que por demás no siempre coinciden víctima y sujeto pasi-
vo; por otra parte, como afirma Neuman (1994), «la descripción
de un Código Penal con sus tipos, muchas veces no alcanza por
su propio vacío a ciertos hechos criminales de nuestro tiempo, y
ciertos delincuentes que por ineluctables razones no llegan al
banquillo de los acusados. No es posible continuar con la idea de
la víctima codificada como contrapartida de la actividad del cri-
minal, también codificada, menos aún, como mero objeto de es-
tudio de la victimología».
El concepto de víctima de delitos debe además generalizarse a
las personas morales y a la sociedad misma; no puede identificarse

4
Véase Resolución 14 (40/54) Declaración sobre los Principios fundamentales de jus-
ticia para las víctimas de delitos y del abuso de poder con sus anexos de 29-11-85
(VII Congreso de la ONU s/ Prevención del delito y tratamiento al delincuente. Reso-
lución (1998/57) de 1990 aplicación de la Declaración sobre principios fundamenta-
les de justicia para las víctimas de delitos y del abuso de poder.

307
su definición con el marco estrecho de la persona natural que ha
sufrido un daño, pues también sus familiares, dependientes, gru-
pos sociales y comunidades sufren las consecuencias de ese daño
y de alguna manera resultan victimizadas.
En la literatura jurídica comparada encontramos diversas de-
nominaciones para identificar las víctimas (persona perjudicada,
ofendida, lesionada, dañada, afectada, etc.) y también se apre-
cian distintas formas de inserción de éstas en los tipos penales, por
ejemplos: víctima sin crimen, crimen sin víctima, víctima difusa,
autovictimización, y victimización mutua.
Víctima sin crimen. Este concepto ha resultado de gran utilidad
dentro del campo de estudio de la victimología, puesto que ha
permitido extender el horizonte de esta ciencia a problemas que
extrapolan el marco jurídico-penal de la criminalidad (y cuando
hablamos de criminalidad, léase cualquier trasgresión legal que
implique una heterotutela en correspondencia con las tenden-
cias modernas de la criminología, que no sólo se ocupa de los
problemas vinculados al fenómeno de la delincuencia propiamen-
te, sino también a cualquier violación del Ordenamiento Jurídico
que crea una afectación individual o social que repercute en el
orden interior de alguna manera y supone la intervención del
poder de garante que tiene el Estado para su corrección).5
También pudiéramos relacionar en estos casos las víctimas de
las conductas que motivan los estados peligrosos, que el legisla-
dor cubano ha tratado de concretar típicamente a partir del cues-
tionamiento de su institucionalización por parte de la doctrina
contemporánea, cuyas principales víctimas nacen de la familia o
de la comunidad.6
Pero es que en esta clasificación igual es dable reflexionar acer-
ca de las víctimas resultantes del abuso de poder que se materia-

5
Véase el apartado tres del artículo 8 del Código Penal vigente, (Ley 62/88) a partir de
la modificación introducida por La Ley 87/99, donde se establece la posibilidad de
dar un tratamiento administrativo a una conducta típicamente delictiva que por
determinadas razones político-criminales deja de ser considerada como delito, no
obstante en la mayoría de estos supuestos aparecen insertadas posibles víctimas.
6
Véase artículos 72 y siguientes del Código Penal cubano de 1987.

308
liza a través de la violencia estructural en general, de la que viene
engarzada el hambre, la discriminación por razón de status so-
cial, raza, sexo, credo, la insalubridad, el analfabetismo, la droga-
dicción y todo género de miseria material y humana.
En esta propia violencia estructural se mueve la criminalidad or-
ganizada, que por su vinculación con el poder político y económi-
co por lo general escapa al control del sistema legal, dejando un
costo social elevado que cobra sus víctimas en los sectores más
empobrecidos de la sociedad, de los que a su vez se nutre.
De la misma manera que la criminalidad se ha complejizado y
extendido más allá de las fronteras de los propios Estados, tam-
bién la victimización se ha transnacionalizado como consecuen-
cia de esta nueva dimensión del crimen; así vemos cómo el
Derecho humanitario tiene puntos de contacto muy fuertes con
la victimología, puesto que los presupuestos que le sirven de base
tienen como finalidad la protección a las víctimas de las contien-
das bélicas, que siempre se encuentran entre los ancianos, muje-
res y niños, o sea, los grupos más vulnerables de la población en
un conflicto de esta naturaleza (aunque la protección de esta rama
del Derecho también abarca a los propios soldados que quedan
fuera de combate a consecuencia de sus lesiones). Ninguna gue-
rra se justifica, porque siempre hay una parte que no lleva razón
y en este contexto se violan los preceptos de la carta de Naciones
Unidas que obliga a los Estados miembros de la comunidad inter-
nacional a dirimir por medios pacíficos las controversias entre los
Estados, a la no intervención en los asuntos que son de la juris-
dicción interna de los Estados, y a respetar la igualdad de dere-
chos y la libre determinación de los pueblos, todo lo cual permitiría
salvaguardar la paz y la coexistencia pacífica.7
Luego, las guerras son formas impunes de victimización masi-
va tal y como lo registra la historia con cuantiosos ejemplos don-
de los agresores o provocadores de estas contiendas se aprovechan
del poder político, la supremacía económica y bélica para arre-
meter contra Estados en desventajas la mayoría de las veces.

7
Cfr. Carta de Naciones Unidas de 1945.

309
Pero en este siglo y milenio coexisten formas diversas de
victimización transnacional, tales como el apartheid, el terroris-
mo, el narcotráfico, etc. Un ejemplo cercano lo constituye el cruel
e ilegal bloqueo económico a nuestro país que cobra sus vícti-
mas de nuestro humilde pueblo como consecuencia del abuso
de poder del imperio estadounidense, bochornosamente impu-
ne ante la comunidad internacional y persistente no obstante los
resultados obtenidos en la ONU durante su votación del 2003,
en la que 179 países se pronunciaron en absoluta mayoría por el
cese del mismo.
Crimen sin víctima. Existen muchas figuras delictivas que no
requieren de un daño a otra persona para que se tipifiquen; en
tales casos, aunque existen bienes jurídicamente tutelados, no se
producen víctimas porque entrañan sólo un peligro potencial,
como ejemplo podemos citar los delitos de disparo de arma de
fuego, cuya objetividad jurídica es la vida y la integridad corporal
y portar arma prohibida, que protege el orden público.
La víctima difusa. Una modalidad de crimen sin víctima es la
que victimiza personas no identificadas o difusas.
Hay autores que no aceptan la existencia de este tipo de vícti-
mas, señalando que no es posible aceptar que se haya cometido
un delito sin que resulte identificado un sujeto material o abs-
tracto portador del bien lesionado o puesto en peligro, y en tal
sentido proponen la destipificación de estas conductas. Al res-
pecto señala Schneider: «Este último concepto es especialmente
importante en las víctimas de crimen de cuello blanco porque
aunque pierden su identidad, la víctima del crimen puede ser una
persona, una organización, el orden moral, el sistema legal, que
es dañado por un acto criminal. Caracterizar el crimen económi-
co como un crimen sin víctima o como una víctima de identidad
elusiva —y por tanto su destipificación— es poner en duda de-
masiado fácilmente el peligro y el daño potenciales de la crimi-
nalidad económica» (Manzanera, 1998).
Manzanera (1998), de forma atinada, plantea que «efectiva-
mente, el concepto de crimen sin víctima y su consecuencia lógi-
ca que es la descriminalización y por lo tanto la no persecución

310
penal, puede traer una segunda intención consistente en liberar
de castigo a empresas transnacionales y a otro tipo de delincuen-
tes de gran peligrosidad [...]; así, la descriminalización de la por-
nografía será aplaudida por la gran industria de lo obsceno; la
liberación del aborto será impulsada por los mercaderes de la
medicina; la permisibilidad de la usura será un clamor entre pres-
tamistas y banqueros sin escrúpulos; los traficantes de armas lu-
charán por la libre portación de éstas [...]; estamos de acuerdo en
que los delitos sin víctimas desaparezcan, siempre y cuando no se
trate de conductas que realmente atenten contra un bien común».
Autovictimización. Igualmente, aparecen algunas conductas
desviadas, como el homosexualismo, la drogadicción y el aborto,
entre otras que pudieran ser consideradas como autovictimizantes,
puesto que la persona que sufre la afectación es el mismo autor
del hecho, en consecuencia, muchos autores plantean lo absur-
do de convertir en delitos estas conductas, que no hacen más
que inflar las estadísticas y aumentar la población penal.
Por otra parte, se cuestiona la idoneidad del enfrentamiento
político criminal a tales conductas sobre la base de que es la pro-
pia ilicitud la que contribuye a su proliferación; en este sentido se
proponen medidas alternativas fundamentalmente socio-
terapéuticas.
Victimización mutua. Pero a su vez, existen muchos hechos
(delictivos o no), en los que es necesario el concurso de dos par-
tes y ninguna de ellas se siente victimizada, como es el caso por
ejemplo de los delitos de cohecho o incesto.
En estas tipicidades generalmente no hay una víctima que de-
nuncie el hecho, son conductas difíciles de controlar porque la
contraparte no considera ilegal su comportamiento, ni hace
disquisición ética de su actuar.

La victimización
Es la acción y efecto de victimizar a otros; se hace referencia a
una victimización primaria, secundaria o terciaria, pero con dife-
rentes ópticas e interpretaciones del perfil victimal.

311
La victimización primaria. Se refiere a la que se produce direc-
tamente por parte del victimario contra su víctima durante la eje-
cución del hecho delictivo, en el que resulta lesionado el bien
jurídicamente protegido y por lo tanto ocasiona a la persona el
daño físico, psíquico, sexual o material (según sea el delito co-
metido); es el momento donde se registran elementos importan-
tes de la conducta del comisor del hecho y de su víctima, que
pueden contribuir a la explicación de las motivaciones del autor
y al esclarecimiento del hecho, así como a la prevención victimal.
La victimización secundaria. Esta forma de victimización, en cam-
bio, es alusiva a la respuesta del sistema legal, a las expectativas
de la víctima y la actitud de ésta ante el mismo, lo que se convier-
te en un indicador importante de la eficacia de la justicia; tam-
bién se le denomina revictimización por referirse a los nuevos
sufrimientos que padece la víctima durante el proceso penal.
Las investigaciones victimológicas realizadas en distintos paí-
ses —México, Argentina, Estados Unidos, Alemania, entre otros—
dirigidas a comprobar las actitudes de las víctimas hacia los ope-
radores del Sistema Legal, revelan insatisfacciones vinculadas a
la falta de confianza en la justicia, miedo a la represalia del acu-
sado y sus familiares, sentimientos de indefensión, vergüenza e
impotencia; situación que se agudiza ante el tratamiento que se
le otorga durante el proceso investigativo como objeto de dere-
cho, a partir de legislaciones adjetivas que sólo le reconocen su
condición de víctima-testigo.
El trato inadecuado a las víctimas por parte de los operadores
del sistema legal, las torna llenas de reservas y miedos que se
traducen en falta de cooperación para el esclarecimiento de los
hechos debido a la desconfianza en la justicia, cuestión ésta nada
plausible si se toma en cuenta que el principal testigo de cual-
quier hecho es su víctima y que la falta de empatía y seguridad
durante la investigación puede conducir a su impunidad.
La victimización terciaria. Describe las situaciones en que un
detenido o acusado puede resultar victimizado por parte de los
operadores del sistema legal durante la fase de investigación,
juzgamiento y ejecución de la sentencia. Obsérvese aquí que esta

312
tendencia extiende la problematización victimológica hasta la
persona del criminal cuando sus derechos o bienes pueden resul-
tar vulnerados en tales circunstancias. La doctrina ha identificado
al menos cuatro momentos en que pudiera resultar victimizado
un imputado, a saber:
• Momento legislativo. Este tipo de victimización se registra en
el ámbito político-criminal, cuando se violentan los límites
de la dogmática jurídica y el Derecho Penal se hipertrofia a
partir de una inflación de las tipologías penales con ignoran-
cia del principio de mínima intervención penal, en virtud de
otro principio no menos importante que es el de la relevan-
cia de los bienes jurídicos protegidos, por lo que el Derecho
Penal pierde su condición de última ratio y como apunta
Roxín, la consecuencia sería «un ejército de ciudadanos con
antecedentes penales.» También puede el legislador victimizar
cuando quebranta los límites del principio de proporcionali-
dad, precisamente por la falta de correspondencia entre el
bien jurídico protegido y la reacción excesiva de la respuesta,
es decir, sanciones muy severas en relación con los resulta-
dos de la acción típica y antijurídica.
• Momento policial. Relativo a prácticas ilícitas por parte de los
operadores del sistema durante el proceso investigativo, que
pueden violentar derechos del imputado, tales como su vida o
integridad corporal, su libertad y otros.
• Momento judicial. Se asocia a los errores judiciales vinculados
al grado de profesionalidad de los jueces, a los vaivenes de la
política penal y a la subjetividad de estos funcionarios.
• Momento de la ejecución. Referida a la victimización carcelaria
fundamentalmente, debido al cuestionamiento que en nues-
tros tiempos marca a la pena privativa de libertad por sus efec-
tos estigmatizadores y poco resocializadores. Esta reflexión
alcanza los errores o violaciones del régimen penitenciario que
se registran en la actividad intrainstitucional y que afectan al
recluso a partir de la situación de desventaja en que se en-
cuentra una persona privada de su libertad, cuyos derechos
públicos han sido desmontados.

313
Victimidad
Para Mendelshon (1981), la victimidad es la totalidad de las
características —biológicas, psicológicas y sociales— comunes a
todas las víctimas en general, que la sociedad desea prevenir y
combatir, sin importar cuáles sean sus determinantes (criminales
o de otra naturaleza).
Al admitir esta definición de uno de los elementos del objeto
de estudio de la victimología, reconocemos que este sistema de
conocimientos acepta la traspolación del marco criminológico,
por cuanto considera víctima toda persona que sufre como con-
secuencia de un evento de cualquier naturaleza; y es que como
antes apuntamos, Mendelshon imaginaba este saber con preten-
siones de autonomía.
La mayoría de los victimólogos e investigadores coinciden en afir-
mar que el conocimiento de la personalidad de la víctima, sus carac-
terísticas y las condiciones objetivas y subjetivas en que se produce
la victimización pueden contribuir a la comprensión del hecho
delictivo concreto; de la misma manera que los estudios realizados
desde una óptica grupal o social pueden aportar información útil sobre
el fenómeno criminal, así como para la prevención especial y general.

LAS CLASIFICACIONES VICTIMOLÓGICAS


El estudio de las características bio-psico-sociales de las víctimas
permitió la realización de clasificaciones tipológicas victimales por
diversos autores, lo que a su vez resultó una fuente importante
de información para la dogmática jurídico-penal y el desarrollo
teórico en general de la victimología.
Las primeras clasificaciones victimológicas se atribuyen a Beniamín
Mendelshon, y Von Hentig, las que se exponen a continuación:
Para Mendelshon, la base de su clasificación radicaba en la co-
rrelación de culpabilidad entre delincuentes y víctimas.
Primer grupo
a) Víctima inocente.

314
En este caso la víctima no ha ejercido ninguna influencia en la
conducta del acusado, a quien debe aplicarse el peso de la ley.
Segundo grupo
a) La víctima provocadora.
b) La víctima imprudente.
c) La víctima voluntaria.
d) La víctima por ignorancia.
En estos casos, la víctima colabora en mayor o menor grado y a
veces intencionalmente, por lo que debe disminuirse la sanción
al acusado.
Tercer grupo
a) La víctima agresora.
b) La víctima simuladora.
c) La víctima imaginaria.
Aquí la víctima comete el hecho delictuoso, o éste no existe,
por lo que el inculpado debe ser absuelto.
Esta clasificación ha sido de gran utilidad en el orden jurídico
penal, ya que se integró la valoración de la víctima al análisis de
la responsabilidad del acusado (Neuman, 1994).
Hans von Hentig realizó sus primeras clasificaciones de las víc-
timas dividiéndolas en cinco categorías de clases generales y seis
de tipos psicológicos, incluyendo en ellas sólo las víctimas más
frecuentes o victimizables.
Categorías de clases generales
• El joven.
• La mujer.
• El anciano.
• Los débiles y enfermos mentales.
• Los inmigrantes.
Los tipos psicológicos
• El deprimido, en el que el instinto de conservación se ve redu-
cido.

315
• El ambicioso, que por su avaricia se hace fácilmente victi-
mizable.
• El lascivo, propio de las mujeres víctimas de delitos sexuales
que han provocado a sus victimarios.
• El solitario y el acongojado, que bajan sus defensas en busca
de compañía y consuelo.
• El atormentador, que ha atormentado su víctima hasta provo-
car su propia victimización.
• El bloqueado, el excluido y el agresivo, que por su imposibili-
dad de defensa, su marginación o su provocación son fácil-
mente victimizables.
En las siguientes clasificaciónes, Von Hentig es más acertado,
pues aporta elementos bio-psico-sociales:
a) Por situaciones de las víctimas.
• Víctima aislada. Persona que se aparta de las relaciones socia-
les normales, poniendo en peligro su integridad, ya que se
priva de la natural protección de la comunidad. Ej: el anciano,
el extranjero, la viuda, el desertor, etc.
• Víctima por proximidad. La proximidad excesiva, angustiosa,
que puede ser espacial, familiar, profesional, etc.
b) Por impulsos de las víctimas, o por eliminación de inhibiciones
de éstas.
• Víctimas con ánimo de lucro. Aquellas que por codicia, caen
en manos de sus victimarios.
• Víctimas con ansias de vivir. Las que se han privado del goce
de muchas vivencias, y tratan de vivir y hacer lo que no han
vivido. Ej. ansias de libertad, búsqueda de aventuras y peli-
gros, emigrar, juego, etc.
• Víctimas agresivas. Las que han torturado a su familia, a sus
amigos, su amante o subordinados y por mecanismo de satu-
ración se convierten de victimarios en víctimas.
• Víctimas sin valor. Parece un sentimiento socialmente arraiga-
do el hecho de que determinadas personas inútiles son víctimas
de menos valor. Ej. ancianos, fastidiosos, malvados, pecado-
res, infieles, etc.

316
c) Víctimas con resistencia reducida.
• Víctima por estados emocionales. Los sentimientos fuertes
arrastran consigo a la totalidad de las funciones psíquicas y las
agotan y varían en su favor. Eliminan todo atisbo de crítica
que impida su pleno desarrollo y que suponga de momento
un debilitamiento. La esperanza, la compasión, el miedo, el
odio, son estados que propician la victimización.
• Víctima por transiciones normales en el curso de la vida. La
niñez por su ingenuidad, la pubertad, la vejez, el embarazo, la
menopausia.
• Víctima perversa. Los psicopáticos. Ej. los homosexuales, las
prostitutas, el violador, etcétera.
• Víctima bebedora.
• Víctima depresiva. La preocupación y la depresión llevan a bus-
car la autodestrucción, y el sujeto se pone en situaciones
victimógenas.
• Víctima voluntaria. Permite que se cometa el ilícito, o por lo
menos no ofrece resistencia. Se produce especialmente en ma-
teria sexual.
d) Víctimas propensas.
• Víctima indefensa. La persona se ve privada de la ayuda del
Estado; la víctima tiene que tolerar la lesión, pues la persecu-
ción penal le produciría más daño de los que ha recibido.
• Víctima falsa. Es la que se autovictimiza para obtener un bene-
ficio, puede ser cobrar un seguro.
• Víctima inmune. Son personas que constituyen tabú en el mun-
do del crimen, considerándose como un error su victimización.
Ej. los sacerdotes, jueces, fiscales, policías, etcétera.
• Víctima hereditaria.
• Víctima reincidente. Sujetos que no toman experiencia, a pe-
sar de haber sido víctimas con anterioridad, y no se protegen.
Sus impulsos defensivos son débiles y su capacidad de resis-
tencia, demasiado pequeña.
• Víctima que se convierte en autor.

317
Estas últimas clasificaciones aportaron información de mucha
utilidad para el trabajo terapéutico y la prevención victimal
(Manzanera, 1998).
Según Jiménez de Asúa, las víctimas pueden clasificarse en:
a) Indiferentes.
• Indeterminadas, escogida por el criminal al azar.
• Real, escogida exprofeso.
b) Determinadas.
• Resistentes.
• Coadyuvantes (Neuman, 1994).
Aunque son muchas las clasificaciones tipológicas, citamos fi-
nalmente la realizada por el argentino Elías Neuman, por resultar
sumamente abarcadora, ya que incorpora también las víctimas
del abuso de poder y de la criminalidad organizada en su esque-
ma clasificatorio.
Este autor divide las víctimas en individuales, familiares, colec-
tivas, del sistema social, de naciones y pueblos (Neuman, 1994).
1. Individuales.
a) Sin actitud victimal.
• Inocentes.
• Resistentes.
b) Con actitud victimal culposa.
• Provocadora (ejemplo la legítima defensa).
• Provocadoras genéricas.
c) Con actitud victimal dolosa.
• Cooperadoras o coadyuvantes.
• Solicitantes o rogantes.
• Por propia determinación.
• Delincuentes (ejemplo ciertas formas de receptación).
2. Familiares.
• Niños golpeados y explotados económicamente.
• Mujeres maltratadas (delitos del ámbito conyugal).

318
3. Colectivas.
a) Comunidad como nación.
• Sedición.
• Alta traición.
• Rebelión.
• Levantamientos.
• Toda otra forma de conspiración contra un gobierno cons-
titucional.
b) Comunidad social.
• Terrorismo subversivo.
• Genocidio.
• Etnocidio.
• Delitos de cuello blanco (fraudes, tráfico de influencia, mal-
versación, evasión de impuestos, entre otros).
• Polución de la atmósfera, la tierra y las aguas —falsificación
de medicamentos.
• Falsificación de alimentos.
• Tráfico internacional de drogas.
• Compra fraudulenta de armas de guerra.
• Abuso de poder gubernamental.
• Terrorismo de Estado.
• Abuso de poder económico-social.
• Evasión fraudulenta de capitales.
• Monopolios ilegales.
• Especulaciones ilegítimas desde el poder (con motivo del
conocimiento de desvalorizaciones monetarias, por ejemplo).
• Fraudes de planos urbanísticos.
• Persecución de la disidencia política.
• Censura y abuso de medios de difusión.
c) Del Sistema penal.
• Leyes que crean delincuentes (drogadicción).
• Menores con conducta antisocial detenidos en sedes policiales
(vejaciones y tratamiento cruel).
• Inexistencia de asistencia jurídica.
• Excesiva detención provisional.
• Prisiones máxima seguridad.
• Inoperante reinserción social.
• Dificultades para el resarcimiento a las víctimas.

319
4. Víctimas de la sociedad o del sistema social.
a) Niños material o moralmente abandonados
b) Enfermos, minusválidos, locos
c) Ancianos, sumergidos sociales.
d) Minorías étnicas, raciales y religiosas.
e) Homosexuales.
f) Algunos casos de accidentes trabajo.
g) Exiliados por razones políticas.
h) Inmigrantes.
5. Victimización supranacional de naciones y pueblos dependientes.
a) Ataque a la soberanía territorial por:
• Invasión.
• Violación de fronteras.
• Política.
• Control por tierra, mar, aire y satélite.
• Razones humanitarias.
• Ayuda militar.
• Imposiciones, sugerencias y extorsiones.
• Corporaciones transnacionales.
b) Ataque a la soberanía institucional por:
• Barrenderos nucleares.
• Leyes y jurisprudencia extranjera.
• Secuestros y extradiciones forzadas.
• Policías militares y agentes extranjeros.
• Embargos, boicots.

LA VICTIMODOGMÁTICA
Una de las teorías derivadas de los estudios victimales es la
victimodogmática, que analiza hasta qué punto y en qué medida el
reconocimiento de la existencia en algunos supuestos delictivos, de
víctimas que favorecen la consumación del hecho criminal, puede
conducir a afirmar que éstas son corresponsables por haber contri-
buido a él con actos dolosos e imprudentes y en este sentido valorar
una atenuación, e incluso eximente, de la responsabilidad del autor.

320
Se advierte cierta sorpresa ante el vuelco que da la victimología
al tornarse en punto de partida para enjuiciar la conducta de la
víctima, de ahí que muchos autores entiendan que la victimo-
dogmática invierte los papeles en el hecho criminal y se aparta
por tanto de los postulados de la moderna victimología, denomi-
nándola antivictimología.
La mayoría de los autores son partidarios de una responsabili-
dad compartida entre delincuente y víctima cuando el comporta-
miento de esta última ha resultado coadyuvante para la comisión
del delito.
Existe una postura, aunque minoritaria, que considera el com-
portamiento responsable de la víctima como eventual exención
de responsabilidad del autor, mediante el principio victimológico
de la autorresponsabilidad dada su obligación de autoprotegerse
«con medidas posibles, razonables, usuales, exigibles, etc.». Quie-
nes rebaten estos argumentos consideran que en la base de esta
opción dogmática se encuentra implícita una concepción políti-
co-criminal liberal que trata de reducir al máximo la intervención
del Derecho Penal, que resulta inaceptable por dos motivos fun-
damentales.
Primero, porque metodológicamente no es posible restringir
los tipos sin basamento legal, para excluir de ellos al autor del
hecho en los casos de comportamiento favorecedor e irresponsa-
ble por parte de la víctima.
Segundo, por razones político-criminales, ya que se generaría
un clima de inseguridad jurídica (S. Sánchez y J. María, 1993).
A esta postura se le critica además la imposibilidad de delimi-
tar el grado de autoprotección que ha de exigirse a estas víctimas
para poder responsabilizarlas con la afectación recibida.
Sin embargo, se plantea que si rechazáramos la teoría central
de la victimodogmática y prescindiéramos del comportamiento
concursal de la víctima, estaríamos quebrantando los principios
de proporcionalidad en virtud del principio de prohibición de ex-
cesos, lo cual privaría de legitimidad la intervención del Sistema
Penal.

321
El punto de partida estaría pues en manos del legislador, quien
al determinar si una conducta debe ser criminalizada, también
ha de definir ex antes, en qué circunstancias es menos desvalori-
zada o deja de serlo en virtud del principio victimodogmático,
que partiría de un juicio de valor teleológicamente orientado al
cumplimiento de los fines del Derecho en la sociedad.
De hecho, en varias codificaciones penales de distintos países se
han recogido disposiciones que dan cabida a la corresponsabilidad
victimal, bien para exonerar o reducir la del autor o para conformar
nuevas conductas típicas con las de la persona que se encuentra en
circunstancias desfavorables o de víctima; así pueden consultarse
en algunos Códigos penales de nuestra área latinoamericana los
ejemplos que a continuación citamos: Bolivia (artículos 11.1 y 318,
apartado 2), República Dominicana (artículo 328), Chile (artícu-
lo 4, 5 y 359), Argentina (artículos 36.6 y 7 y 258). También el
Código Penal cubano contempla la legítima defensa como una
causa eximente de la responsabilidad penal, cuando el autor del
delito contra la vida se defiende o defiende a terceros contra una
agresión ilegítima, inminente o actual y no provocada (artícu-
lo 21.1,2,3). En el caso del delito de cohecho, igual que en otras
legislaciones, la persona necesitada de una acción por parte de los
poderes públicos que «ofrezca dádiva, presente o favorezca con
cualquier otra ventaja a beneficio o le haga ofrecimientos o pro-
mesas a un funcionario para que realice, retarde u omita realizar
un acto relativo a su cargo…» es considerada también reo de esta
figura delictiva (artículo 152.4). Asimismo, resulta de particular in-
terés la circunstancia atenuante del artículo 52 apartado f).

LA VÍCTIMA DEL DELITO EN EL PROCESO


PENAL Y EL SISTEMA LEGAL
Iniciaremos este tópico parafraseando a Giusseppe Bettiol (1995)
cuando afirma: «El Derecho Penal ha sido siempre la más ator-
mentada de las disciplinas jurídicas, no se ha contentado jamás
con esquemas ni irrealidades. Ha reaccionado constantemente
contra todo intento de momificación y de embalsamiento con-

322
ceptuales, porque en él late el corazón de un hombre concreto
que en la concreción de su vida moral busca su camino. Y es un
camino de pena y de dolor, aunque iluminado por el rayo de una
esperanza de redención».
Pero también la víctima es una persona concreta que discurre
por el mismo camino del criminal, aunque en circunstancias dife-
rentes, e igual necesita ser tenida en cuenta por el Derecho Penal
para mitigar su dolor, su afectación, en fin, su sufrimiento, sin
que ello suponga la ignorancia o menoscabo de los derechos del
autor del delito.
Sin embargo, puede decirse que el olvido de la víctima por el
Derecho Penal es una realidad, pues la existencia del interés públi-
co estatal en esta parte del ordenamiento jurídico no impidió la
creación de mecanismos de protección a intereses privados, estan-
do en primer lugar los del imputado, que ha resultado beneficiario
de las corrientes humanista y garantista gestadas por la Ilustración
del siglo XVIII e impulsadas por el auge de la Escuela Dogmático-
Jurídica en esta rama del Derecho.
Al autor del hecho se le otorga, en primer lugar la seguridad
jurídica de no ser acusado por un hecho que no esté previsto en
la ley (principio de legalidad). En el proceso penal se ha concebi-
do la independencia judicial y aunque en muchos países esto no
sea más que un formalismo, lo cierto es que constituye un princi-
pio constitucional de organización de la mayoría de los Estados
modernos; es consabida la frase que conlleva este principio de
que «los jueces sólo deben obediencia a la ley». Otros principios que
igualmente favorecen al acusado son: la imparcialidad del juez,
la presunción de inocencia, el juicio oral y público, entre otros.
Mas, ¿y la víctima, qué pasa con la víctima?
Según Elena Larrauri, uno de los primeros en admitir el signifi-
cante papel protagónico de la víctima en el proceso fue el criminólogo
noruego Nill Chistrie en 1977, quien popularizó la expresión de que
«a la víctima se le roba el conflicto». No es difícil comprender la mag-
nitud de esta frase si se analiza que la mayoría de las legislaciones
adjetivas se caracterizan por limitar la participación de la víctima
durante el proceso de la investigación y el esclarecimiento de los
hechos a su condición de mero testigo de cargos.

323
Pero con el redescubrimiento de la víctima se ha producido un
vuelco en el campo de las Ciencias Penales al insertarla dentro de
su campo de atención e investigación, por lo que se han desarro-
llado varias tendencias victimológicas que han permeado esta
disciplina, las cuales esbozamos a continuación:
1. Se le ha otorgado a la víctima cierto protagonismo dentro del
proceso penal que le permite tener un papel más vinculante
en el enjuiciamiento del hecho penal al ser considerada como
sujeto de derecho.
La crítica a esta posición plantea que el asunto merece un aná-
lisis cauteloso, ya que una respuesta institucional y serena al
delito no debe seguir los dictados emocionales de la víctima y
tampoco cabe anteponer los derechos y garantías del ofendi-
do en detrimento de los del culpable.
2. La tendencia cada vez más fuerte de que la víctima sea toma-
da en cuenta por el Derecho Penal de fondo y por el Derecho
Penal positivo, parte de la redefinición de las funciones del
Derecho Penal, de los fines de la pena y de la propia teoría
del delito en su proyección hacia el Derecho positivo, toman-
do como punto de partida los principios de legalidad, victimo-
dogmático y de culpabilidad.
3. Algunos autores proponen la búsqueda de fórmulas más efec-
tivas de resarcimiento, dirigidas a paliar las consecuencias del
daño material y moral producidos por el delito.
Aunque considero que este planteamiento no está alejado de
las necesidades y expectativas de quien se encuentra en la con-
dición de víctima, no faltan críticas airadas al respecto, como
la de García-Pablos (1996) cuando expresa: «Identificar las ex-
pectativas de la víctima y la aportación que cabe esperar de los
numerosos estudios científicos sobre esta con pretensiones mo-
netarias, representa una manipulación simplificadora que la
realidad empírica desmiente, pues aquellos demuestran hasta
la saciedad que lo que la víctima espera y exige es justicia y no
una compensación económica».

324
4. Y finalmente, también podemos decir que existen opiniones
tendentes a establecer formas de comunicación entre delin-
cuente, víctima y comunidad, en aras de propiciar una justicia
comunitaria alternativa a la justicia penal que sea más ágil y
que deje satisfecha, en primer lugar, a la víctima.

TRATAMIENTO A LA VÍCTIMA
EN LA LEGISLACIÓN PENAL CUBANA
Nuestra valoración parte de las regulaciones establecidas por
Naciones Unidas en materia de tratamiento a las víctimas de los
delitos, así como de las modernas corrientes a que hemos hecho
alusión, y en este sentido reflexionar sobre las virtudes y falencias
de nuestro Derecho Penal.
Entre las regulaciones que satisfacen los intereses de la víctima
en nuestra legislación adjetiva encontramos que se tutelan los
siguientes derechos:
• A participar en el proceso (ya sea sola, mediante querella en los
delitos perseguibles a instancia de parte y como acusador par-
ticular de acuerdo con lo establecido en los artículos 268-271)
o representada por el Fiscal en los delitos perseguidos de oficio.
• A la protección legal (postfacto regulada en el artículo 141.2)
por actos de venganza del acusado contra ella o sus familia-
res.
• A obtener la reparación por el daño sufrido.
• A la asistencia letrada cuando se ejercita la acción penal.
• A la protección fuera del proceso para recuperarse del posible
daño físico o psíquico que haya sufrido como consecuencia de
los hechos.
En nuestro procedimiento actual, la querella está regulada como
procedimiento especial (artículos 420-434), sólo puede estable-
cerse por los delitos de injuria o calumnia (artículos 319 y 320
del Código Penal); la acción penal en estos casos corresponde al
ofendido o persona llamada a completar su capacidad legal.

325
En los delitos perseguibles de oficio corresponde al ministerio
fiscal ejercer la acción penal, pero puede ejercerse excepcional-
mente por el perjudicado cuando el Fiscal solicita el sobre-
seimiento libre y no acepta formular conclusiones acusatorias, a
pesar de la insistencia del Tribunal, en cuyo caso este último dará
traslado al perjudicado, por si decide ejercitar la acción particular
(artículo 268 de la Ley de Procedimiento Penal).
En los casos en que el Fiscal decide sobreseer provisionalmente
las actuaciones, se le notifica la resolución al denunciante, al per-
judicado o a su representante, los que pueden establecer recurso
de queja dentro del tercer día de notificada la resolución.
La denuncia, a diferencia de la querella, es el acto mediante el
cual se da información a las autoridades competentes de la exis-
tencia de un hecho punible, pero sin la pretensión de ser consi-
derado parte en el asunto, es decir, con el objetivo de que se
proceda a dar el curso correspondiente a la investigación; su ejer-
cicio constituye un derecho y un deber.
Nuestro Derecho Penal de fondo ha ampliado el número de
delitos perseguibles de oficio a instancia de parte, tales como:
• El delito de incumplimiento de las obligaciones derivadas de
las contravenciones (artículo 170 del Código Penal) en el que
sólo se procede si media denuncia del funcionario que dictó
la resolución.
• Daños con ocasión del tránsito en cuantía inferior a $500.00
(artículo 179.3), en las que sólo se procederá si media denun-
cia del perjudicado.
• Difamación (artículo 318) en la que sólo se procede si media
denuncia del ofendido.
• En los casos de violación, pederastia con violencia, abusos las-
civos, incesto, bigamia y matrimonio ilegal, es necesario que
medie denuncia de la persona agraviada o de sus ascendien-
tes, descendientes, hermanos, cónyuge, representante legal o
persona que tenga su guarda y cuidado; salvo en los casos en
que se haya producido escándalo, la denuncia podrá formu-
larla cualquiera (artículo 309).
• Apropiación indebida, en aquellos casos en que los bienes apro-
piados son personales, se requerirá la denuncia del perjudicado.

326
En algunas de estas figuras (estupro, daños con ocasión del
tránsito, difamación, etc.) cobra especial interés el desistimiento
de la parte ofendida o perjudicada o agraviada, antes o durante
la vista del juicio oral, en cuyo caso se archivarán las actuaciones.
Todo ello constituye a nuestro juicio una oportunidad para que
la víctima decida si desea o no que se ejerza la acción penal con-
tra la persona presuntamente responsable de la lesión de un bien
jurídico personal.
En las circunstancias atenuantes y agravantes de la responsabi-
lidad penal del acusado previstas en los artículos 52 y 53 de nuestro
Código Penal, también el legislador ha considerado la relación
de éste con la víctima para su apreciación, tal y como se refleja a
continuación:
• Cuando el comisor actúa en estado de grave alteración psíqui-
ca, provocada por actos ilícitos del ofendido.
• Haber obrado el agente por impulso espontáneo a evitar, re-
parar o disminuir los efectos del delito o dar satisfacción a la
víctima.
• Cometer el hecho con abuso de poder, autoridad o confianza.
• Cometer el hecho aprovechando la indefensión de la víctima,
o dependencia o subordinación de ésta al ofensor.
• El parentesco entre el ofensor y la víctima hasta el cuarto gra-
do de consanguinidad.
• Cometer el hecho, no obstante existir amistad o afecto íntimo
entre el ofensor y el ofendido.
La remisión condicional, que es una facultad del Tribunal para
suspender el cumplimiento de la sanción de privación de liber-
tad, cuando por las características del acusado y demás requisitos
exigidos se considera que el fin de la punición se puede obtener
sin su ejecución, contiene también determinados deberes rela-
cionados con la víctima del delito, que puede el Tribunal impo-
ner como condicionantes de esta institución relacionadas con la
víctima; tales son:
• Reparación del daño causado.
• Ofrecer excusas a la víctima del delito.

327
Durante el proceso de instrucción y en la fase del juicio oral se
le reconoce el derecho al igual que al resto de los testigos, de
abstenerse de declarar, cuando una pregunta pueda perjudicar-
le, material o moralmente, de una manera directa o importante a
su persona, honra o intereses (artículo 172 de la Ley de Procedi-
miento Penal).
En el Código Penal se recoge un tipo que va dirigido en espe-
cial a dar protección a los familiares de la víctima en la figura del
delito de atentado (artículo 142.3).
Con la finalidad de no hacer más difícil la situación de la vícti-
ma durante el proceso, el artículo 305 de la Ley de Procedimien-
to Penal dispone: «El juicio oral es público, a menos que razones
de seguridad estatal, moralidad, orden público o el respeto debi-
do a la persona ofendida por el delito, o a sus familiares, aconse-
jen celebrarlo a puertas cerradas.»
Especial atención merece la Ley de Procedimiento Penal Militar
(Ley 6 de 1977), pues en su Título III sobre deberes y derechos de
los participantes en el proceso dedica la sección tercera al perju-
dicado; en ésta se definen:
• Las personas que se consideran perjudicadas.
• Los derechos de los perjudicados, a fin de que se les instruya
de ellos durante el proceso.
• La obligación de indagar sobre su voluntariedad de participar
en el proceso y de no aceptar, no por ello resultarán afectados
sus derechos.
• El derecho del perjudicado a examinar la causa, proponer prue-
bas, formular peticiones y recurrir las actuaciones en el mo-
mento procesal oportuno.
Antes de referirnos al modo en que nuestra legislación trata las
formas de resarcir a las víctimas, consideramos necesario hacer
una pequeña reflexión sobre el tema del resarcimiento.
Cuando una persona causa con su conducta un daño a un terce-
ro, en su persona o bienes, sin que ese daño pueda relacionarse
con un vínculo anterior que los una, se dice que debe resarcir en
virtud de responsabilidad extracontractual; esta fuente de obliga-

328
ciones, de gran alcance en el Derecho moderno, ha sido siempre
reconocida, si bien no con la amplitud de criterio con que hoy
queda dibujada; a este principio general también se le ha denomi-
nado culpa aquiliana, que fue recogido en el antiguo Derecho ro-
mano y se encontraba refrendada en el Código Civil napoleónico,
incorporándose a las posteriores Codificaciones penales españolas
tal y como llegó a nuestra Isla en 1879 mediante el Código de
1870.8
Desde 1938, con la vigencia del Código de Defensa Social, se
contemplaron en nuestra legislación las formas de resarcimiento,
las cuales son:
• La restitución de la cosa.
• La reparación del daño material.
• La indemnización de los perjuicios.
• La reparación del daño moral.
Se hacía énfasis en cómo resarcir a los familiares del cabeza de
familia cuando éste había desaparecido o su capacidad producti-
va había disminuido, estableciéndose una compensación que de-
bía ser equivalente a la que era necesaria para el mantenimiento
del hogar.
El Código Penal de 1979,9 prevé la obligación de indemnizar a
los familiares de la víctima, sólo cuando ésta tenía el deber de dar
alimentos, la que se hace efectiva mediante una pensión. En cuan-
to a la reparación moral, ésta se limita al reconocimiento de la
prole, si la hubiere, y la satisfacción pública al ofendido, sin que
sea dable transformarla en compensación económica.
Es bueno aclarar que la responsabilidad de los sancionados
no desaparece por el hecho de que las prestaciones o gastos se

8
El Código Penal español de 1879 exigía responsabilidad civil a los autores de delitos
y faltas, estableciendo a partir del Art. 121 y siguientes la forma de hacerla efectiva,
incluso en los casos en que el autor del hecho resultaba irresponsable, en los que la
víctima no quedaba desamparada por los daños recibidos, toda vez que la respon-
sabilidad civil se hacia efectiva en las personas de los tutores o representantes
legales de los locos, los imbéciles, menores, etcétera.
9
Se refiere a la Ley 21 de 15 de febrero de 1979, que constituyó el primer Código
Penal promulgado después del triunfo de la Revolución.

329
asuman en todo o en parte por los órganos de la seguridad social
u otras instituciones del Estado, o porque el centro laboral de la
víctima le abonara una parte de su salario durante su enfermedad
o limitación para trabajar como consecuencia del delito, en cuyo
caso las cantidades que debe entregar el acusado por concepto de
responsabilidad civil irán a compensar las erogaciones que han
hecho las instituciones estatales para dar protección a la víctima,
de modo que el responsable del hecho no quede exento de sus
obligaciones.
También ha quedado establecido que las víctimas, en todos los
casos, recuperarán aquellos bienes propios que enajenó el cul-
pable, en cuyo supuesto le asiste al tercero el derecho a reclamar
por la vía civil contra el culpable, por las erogaciones o afectacio-
nes que haya sufrido.
Y finalmente hay que decir que en los casos en que fallezca la
víctima del delito, o resulte gravemente enfermo, tanto éste como
sus familiares quedarán amparados por el sistema de seguridad
social. Quizás todas estas prerrogativas que ofrece la red de servi-
cios de salud pública y seguridad social en nuestro país sea preci-
samente la causa de que no se haya institucionalizado un centro
especializado de atención a las víctimas de los delitos.

El modo de hacerse efectiva la responsabilidad


civil derivada de la responsabilidad penal
La caja de resarcimientos es la Institución encargada de hacer
efectivas las obligaciones civiles derivadas de la responsabilidad
penal.10
Según el doctor Kurt Madlener en un estudio de Derecho com-
parado sobre el tema de la protección legal a las víctimas; desde
hace mucho tiempo (y hace referencia a la Escuela Positivista ita-
liana), se discute la idea de asistir a la víctima en lo que se refiere
al cobro de la indemnización acordada por el Juez mediante la

10
Véase Art. 71 apartados 1 y 2 del Código Penal cubano (Ley 62/87 con las modificacio-
nes).

330
creación de un fondo público, por lo que en varios países se han
creado tales instituciones para casos especiales, las que no siem-
pre han resultado efectivas (como el caso de Bolivia y Perú); sin
embargo, se destaca la concepción de la Caja de Resarcimiento
cubana y su instrumentación práctica hasta hoy con resultados
positivos.11
La Caja de Resarcimiento cubana se creó a partir de la promul-
gación del Decreto-Ley 802 de 4 de abril de 1936 (Código de
Defensa Social) aunque comenzó a funcionar en el año 1939
adscripta a la secretaría del Ministerio de Hacienda, hasta que la
Ley Decreto 1178 de 13 de noviembre de 1953 la adscribió al
Ministerio de Justicia; sus relaciones con los Tribunales fueron
establecidas por la Ley Decreto 1258 de 28 de enero de 1954,
que creó un consejo asesor y estableció los procedimientos de
pago; esta disposición se modificó después por la Ley 597 de
1959 y el Decreto-Ley 47 de 1981.
Las cuestiones que han sufrido modificaciones se encuen-
tran vinculadas a la determinación de los bienes que ingresan
a la caja; en estos momentos las fuentes de ingreso a la caja
son las siguientes:
• Las cantidades correspondientes a la ejecución de la respon-
sabilidad civil por parte de los acusados.
• Los descuentos en las remuneraciones por el trabajo de los
reclusos para abonar las partes no satisfechas de la responsa-
bilidad civil.
• Dinero decomisado como efecto o instrumento del delito o el
que se haya ordenado devolver y no se reclame dentro del tér-
mino del año a partir de la firmeza de la sentencia.
• Las responsabilidades civiles no reclamadas por sus titulares
dentro del término legal.
• Recargos que se impongan en el caso de demora de los pagos
por responsabilidad civil.

11
Kurt Madlener. «Compensação, restitusão, sanção pecuniária e outras vias e meios de
reparar o dano às vítimas do crime através dos Tribunais». 2da Parte. Revista brasileira
de Ciencias Criminais. Editora Revista Dos Tribunais (4) 14:97 abril-junho, 1996.

331
• El importe de las fianzas decomisadas en los procesos judicia-
les.
• Los descuentos del 10 % a beneficiarios.
• Cualquier otro ingreso que determine la ley.

Falencias de nuestra Legislación Penal en materia


de tratamiento a las víctimas
A pesar de las numerosas regulaciones enunciadas a favor de la
víctima, esto no quiere decir que nuestras leyes no adolezcan de
omisiones e imperfecciones al respecto; en este sentido nos refe-
riremos especialmente a los inconvenientes que crea su ubica-
ción dentro del proceso como mero testigo:
• Una vez denunciado un hecho delictivo, a la víctima le es im-
posible sustraerse del proceso penal.
• Sin embargo no es parte en el proceso ni tiene derecho a revi-
sar las actuaciones por considerarse que sus intereses los re-
presenta el Fiscal.
• Si se tratara de una víctima-testigo de cargos, temerosa de
posibles represalias por parte del acusado, de sus familiares o
amigos, carece de protección policial legal.
• En su condición de víctima-testigo, no puede presenciar el
desenvolvimiento del juicio oral.
• Está obligada a declarar y a ajustarse a la verdad, o de lo con-
trario podría cometer delito de perjurio, corriendo el riesgo de
convertirse de víctima en acusada.
• De no concurrir a las citaciones oficiales que le notifiquen los
operadores del sistema judicial sin motivo justificado, podrá
ser multada y conducida por la fuerza pública; y si persiste en
su conducta se le podrá enjuiciar por el delito de denegación
de auxilio a la justicia.
• Los ascendientes, descendientes y parientes del acusado hasta
el cuarto grado de consanguinidad no están obligados a de-
clarar en su contra, sin embargo, no existe una excusa igual
para el caso de los familiares de la víctima, que muchas veces
resultan victimizados también por diversas razones.

332
• En muchas legislaciones, una vez archivado el asunto por el
Ministerio Público, o por el Tribunal en su caso, la víctima tie-
ne el derecho de ejercitar la acción particular; en nuestra Le-
gislación Procesal Penal esto sólo es posible en el caso del
sobreseimiento libre, luego de cumplidos los presupuestos exi-
gidos por la Ley.
• Una vez absuelto el acusado o de quedar insatisfecha la vícti-
ma con la sanción impuesta, si el Fiscal decide no recurrir la
sentencia, la víctima carece del derecho para recurrir por sí
misma.
Como se aprecia, es evidente que cualquier modificación a la
Legislación Penal que se haga para mejorar la situación de las
víctimas durante el proceso no debe obviar estos aspectos.

LA VÍCTIMA EN EL DERECHO PENAL


COMPARADO
En Argentina
Llama la atención lo regulado en el artículo 41 de la Ley de fondo
(parte general del Código Penal)12 que regula «el deber del Juez
de tomar conocimiento directo y de vista no sólo del imputado,
sino también de la víctima». Aunque el precepto habla por sí sólo,
nos parece importante que la autoridad Judicial se informe tam-
bién acerca de la personalidad de la víctima y las circunstancias
de su presencia en el lugar del hecho.
El artículo 69 de la propia Ley dispone que el perdón de la
parte ofendida extinguirá la pena impuesta por los delitos previs-
tos en el artículo 73, que serían: calumnia, injuria, violación de
secretos (a excepción de los relacionados con la correspondencia
personal), concurrencia desleal e incumplimiento de los deberes
de asistencia familiar cuando la víctima fuere el cónyuge.

12
Información tomada del Código Penal argentino concordado. Argentina: Ed. Buenos
Aires, 1996.

333
El artículo 132 igualmente establece que «el autor de los deli-
tos de violación, estupro, rapto o abuso deshonesto de mujer
soltera quedará exento de pena, si con el consentimiento de ella
se casare con la ofendida.»
La acción penal pública igual que en Cuba se ejercita por regla
general de oficio; en este sentido el artículo 71 del Código Penal
establece: «Deberán iniciarse de oficio todas las acciones pena-
les, a excepción de las que dependieren de la instancia privada, y
las acciones privadas.
Mediante la Ley 24.316 de 1994 se modificó el Código Penal
argentino y entre otras regulaciones se incorpora la solicitud de
suspensión del Proceso Penal por el imputado cuando se cum-
plen determinados requisitos, entre ellos la promesa de reparar
el daño causado a la víctima (artículos 27 y 28).
En materia de Procedimiento Penal13, igual que en la Legisla-
ción alemana, se estatuye la figura del querellante adhesivo. Artícu-
lo 82: «Toda persona con capacidad civil particularmente ofendida
por un delito de acción pública, tendrá derecho a constituirse en
parte querellante y como tal, impulsar el proceso, proporcionar
elementos de convicción, argumentar sobre ellos y recurrir con
los alcances que en este Código se establezcan [...]. Cuando se
trate de un incapacitado legal, actuará por él su representante
legal [...]. Cuando se trate de un delito cuyo resultado sea la muerte
del ofendido, podrán ejercer este derecho el cónyuge supérstite,
sus padres, sus hijos o su último representante legal [...]. Si el
querellante legal se constituye en actor civil, podrá hacerlo en un
solo acto, observando los requisitos para ambos institutos.»
Una cuestión que demuestra el rol multifacético de la víctima
en el proceso se refleja en el artículo 86: «La intervención de una
persona como querellante no la exime de la obligación de decla-
rar como testigo en el proceso».
En cuanto a la acción civil, las facultades del actor están regu-
ladas en el artículo 91 del Código Procesal Penal: «El actor civil

13
Véase Código Procesal Penal de la Nación Argentina con Leyes complementarias.
Ed. Buenos Aires. 1996

334
tendrá en el proceso la intervención necesaria para acreditar la
existencia del hecho delictuoso y los daños y perjuicios que le
haya causado y reclamar las medidas cautelares y restituciones,
reparaciones e indemnizaciones correspondientes».
En cuanto al procedimiento propiamente, el artículo 79 esta-
blece: «Desde el inicio del proceso penal y hasta su finalización,
el Estado nacional garantizará a las víctimas de un delito y a los
testigos convocados a una causa por un órgano judicial, el pleno
respeto de los derechos siguientes:
a) Recibir un trato digno y respetuoso por parte de las autorida-
des competentes.
b) Al sufragio de los gastos de traslado al lugar donde la autori-
dad competente designe.
c) A la protección de la integridad física y moral, inclusive de su
familia.
d) A ser informado sobre los resultados del acto procesal en el
que ha participado.
e) Cuando se trate de persona mayor de 70 años, mujer embara-
zada o enfermo grave, a cumplir el acto procesal en el lugar de
su residencia, tal circunstancia deberá ser comunicada a la au-
toridad competente con la debida anticipación.
Artículo 80: «Sin perjuicio de lo establecido en el artículo pre-
cedente, la víctima del delito tendrá derecho a:
a) Ser informada por la oficina correspondiente acerca de las fa-
cultades que puede ejercer en el proceso penal, especial-
mente la de constituirse en actor civil o tener calidad de
querellante.
b) Ser informado sobre el estado de la causa y la situación del
imputado.
c) Cuando fuere menor o incapaz, el órgano judicial podrá au-
torizar que durante los actos procesales en los cuales inter-
venga sea acompañado por persona de su confianza, siempre
que ello no coloque en peligro el interés de obtener la ver-
dad de lo ocurrido.

335
Artículo 81: «Todos estos derechos deberán ser informados por
el órgano judicial competente a la víctima o al testigo al momen-
to de practicar la primera citación.»

En Alemania
En este país la acción pública queda excluida sólo de los delitos
perseguibles a instancias de la parte ofendida o de los delitos de
acción privada, aunque cuando el Fiscal alega un interés público
puede ejercitarla en el primer caso, pudiendo la víctima ejercer la
acción como querellante adhesivo.
Uno de los inconvenientes que para la víctima como parte actora
durante el ejercicio de la acción privada tiene el Procedimiento
alemán es que cuando el ofendido inicia un proceso se ve obli-
gado a pagar por adelantado las costas, además de prestar ga-
rantía por las costas del imputado (en especial cuando es
extranjero); e incluso en el caso del sobreseimiento o de una sen-
tencia absolutoria, cuando el fisco no asume el pago de las cos-
tas, éstas recaen sobre el actor privado, lo que no resulta muy
estimulante para llevar las actuaciones hasta el final, motivo que
genera con frecuencia la renuncia de la parte privada.
Podrán ejercer la acción adhesiva:
• Quienes hayan sido afectados por determinados tipos de deli-
tos señalados en la Ley expresamente. Ej.: tentativa de homici-
dio, lesiones, delitos sexuales, delitos contra la propiedad, etc.
• Los parientes cercanos de una víctima del delito de homicidio.
• Quien haya instado a la acción pública a actuar mediante un
procedimiento de provocación de la acción penal.
• En los casos de difamación de ciertos órganos constituciona-
les.
La acción adhesiva tiene dos pasos:
1. Solicitud escrita del titular de la acción de su decisión de ejercer-
la.
2. Decisión del Tribunal, una vez oído el parecer del Ministerio
Público, admitiéndola o denegándola.

336
Si el Tribunal desestima su pretensión, el interesado podrá ape-
lar la resolución; si por el contrario resulta admitido, adquiere los
mismos derechos procesales que el actor privado; éstos son:
• Derecho de reclamación.
• Interrogar y solicitar pruebas.
• Ser asistido por un abogado.
• Interposición de recursos.
En cuanto a las costas se encuentra en mejores condiciones
que el actor privado, ya que sólo tiene que soportar sus propios
gastos, el resto de las costas las cubre el fisco, a excepción del
recurso interpuesto por el querellante adhesivo y declarado sin
lugar.
También los alemanes contemplan en su Ley Procesal un proce-
dimiento que denominan de «provocación de la acción», que se
diferencia del anterior en que faculta al ofendido a iniciar un pro-
ceso aun contra la voluntad del Ministerio Público, si se le deniega
el ejercicio de la acción privada; esto ocurre luego de denunciados
los hechos por la víctima, cuando el Fiscal decide no proceder o
archiva las actuaciones por falta de evidencias, lo que dará margen
a la víctima para apelar la decisión ante el superior jerárquico y, de
resultar infructuosa la vía, podrá solicitar una decisión judicial so-
bre el asunto que para este caso compete a la Audiencia Superior,
la que a su vez puede considerar fundada la solicitud del ofendi-
do, lo cual vincula al Ministerio Público, que estará obligado a con-
tinuar el proceso, quedando la víctima como actor adhesivo.
El resarcimiento a la víctima se lleva a cabo mediante un proce-
dimiento civil adicional que da lugar a una tramitación dilatada,
frente a esto el Derecho alemán da dos opciones al ofendido:
• Que haga valer sus pretensiones resarcitorias en el proceso me-
diante el procedimiento de adhesión (distinto de la acción
adhesiva), que se abre al ofendido sólo para pretensiones fun-
dadas en derechos patrimoniales, por lo que se sigue en los
casos de delitos que afectan estos bienes.
• La vía del Derecho Civil propiamente.

337
En las legislaciones comparadas no obstante revelarse un es-
pacio legal para un nuevo rol de la víctima, se aprecia sin embar-
go cierta desprotección en la realidad, pues así como se identifica
al autor del hecho formando parte de los sectores más deprimi-
dos de la sociedad, también las víctimas muchas veces corres-
ponden a esos sectores y no siempre tienen el nivel cultural ni la
solvencia económica que los modernos modelos legales nacio-
nales demandan para que se hagan efectivos estos derechos que
quedan limitados a un reconocimiento legal.
Uno de los fenómenos más negativos que se aprecia en nues-
tro contexto latinoamericano tercermundista es la traspolación
de normas y modelos legales sin someterlos al rigor crítico de la
realidad de nuestras naciones, lo que provoca la aceptación de
instituciones y modelos foráneos muy loables en su concepción,
pero poco viables en nuestros predios.

LA VÍCTIMA DEL DELITO


Y EL MODELO INTEGRADOR
En nuestros días no es dable hablar de reeducación, ni de fin
resocializador de la pena privativa de libertad, pues múltiples in-
vestigaciones demuestran que sus efectos estereotipan, estigma-
tizan y desresponsabilizan socialmente a quienes la sufren. Por
otra parte, mientras más prematura es la delincuencia, mayor can-
tidad de reincidentes aportan porque no puede esperarse que la
cárcel enmiende lo que la sociedad no ha logrado hacer.
El cuestionamiento de la pena privativa de libertad y el replan-
teo de sus beneficios han conducido a los estudiosos de las Cien-
cias Penales y criminológicas a considerar la búsqueda de
alternativas al Derecho Penal, resultando una de ellas «La diver-
sión» que implica la desjudicialización de la resolución del con-
flicto.
Las formas más conocidas de alternativas al Derecho Penal en
la Doctrina moderna son la mediación y la conciliación.

338
Mediación
Es concebida incluso antes de que se incoe el procedimiento pe-
nal en los países donde existe es propiciada por los servicios de
atención a las víctimas o por instituciones similares. Tiene nece-
sariamente un mediador con conocimientos del problema.
Como plantea el profesor Armando Castanedo (2001), son va-
rias las razones que validan la necesidad de una opción de esta
naturaleza, «…pero fundamentalmente interviene el hecho de
que por muchos años la solución de estos conflictos ha estado en
manos de un tercero, el Juez, que resuelve apoyado en el poder
coactivo que respalda su decisión final, en una ascendencia
institucional o en la encarnación de la única vía adecuada para
resolver. Por otro lado, la sociedad comienza a echar de menos
los mecanismos de autorregulación».
Lleva razón este autor cuando expresa que «la Ley se impone al
conflicto y augura la disonancia entre las partes al terminar la
disputa legal con una parte vencedora y otra vencida, pero aún si
la parte vencedora lograra siempre todo lo que se propone, por
lo menos ésta lograría su satisfacción total…».
La mediación será siempre un entendimiento facilitado entre
las partes que requiere de determinados presupuestos para que
se aplique y de habilidades aprehendidas por el facilitador, pero
de malograrse tendrá expedita la vía legal para la solución del
conflicto, por lo que un intento de socializar las divergencias de
poca monta o escasa relevancia jurídica entre los miembros de la
sociedad, sin la intervención del Derecho de última fila, es una
decisión sabia en la que la víctima debe quedar satisfecha en pri-
mer lugar y ayuda a mitigar la denominada crisis de la punición.

La conciliación
Nace unida fundamentalmente al movimiento de atención y com-
pensación a las víctimas, como un medio de lograr que el delin-
cuente se responsabilice con sus propios actos, por lo que no es
aplicable a todos los delitos ni a todas las víctimas.

339
Es una fórmula que parte del reconocimiento de culpabilidad
por parte del autor del hecho, desde el Sistema Penal en una fase
prejudicial, que deberá ser propiciada por el Juez en virtud del
principio de oportunidad, pero se practica por un facilitador fue-
ra del proceso penal.
La conciliación es, pues, un procedimiento voluntario que termi-
na por acuerdo entre partes; de fracasar retorna el asunto a la Juris-
dicción Penal, por tanto su objetivo no es demostrar la culpabilidad
de alguien ni establecer sanciones, sino lograr una satisfacción a la
víctima, procedente del infractor, que no tiene que ser remunerati-
va precisamente, y de esta forma propiciar un mejor clima social.

LA PREVENCIÓN VICTIMAL
La Doctrina reconoce un papel importante a los estudios victimo-
lógicos también en materia de prevención. La información que
suministran estas investigaciones permite a los poderes públicos
proyectar su política desde posiciones más seguras y atinadas, de
modo que dé respuesta tanto al fenómeno criminal en corres-
pondencia con la realidad social, como a los problemas sociales
que lo generan.
La norma tiene su efecto preventivo, pero es sabido que por sí
sola no es capaz de neutralizar el fenómeno criminal, como tam-
poco la eficiencia del funcionamiento del sistema legal podría
lograrlo si no se instrumenta una adecuada política social. Pare-
cería que estamos hablando en términos de criminalidad y no de
victimidad, mas no puede olvidarse que para el caso, éste es un
binomio indisoluble cuando se estudia la delincuencia y la nece-
sidad de enfrentarla o prevenirla.
Se reconoce por muchos autores que de la misma manera que
se habla del íter críminis, también se trata el íter victimae; por
tanto en el desarrollo del suceso criminal es necesario analizar la
conducta de los sujetos (activo y pasivo) con el propósito de des-
activar los factores victimógenos que resulten susceptibles de
variaciones a voluntad, por ejemplo las oportunidades, las limita-

340
ciones que hacen vulnerables a determinadas personas o grupos
de personas, los contextos o escenarios (Fattah, 1980).
Cuando la prevención de la criminalidad incorpore el perfil
victimal será porque existe más confianza en la Justicia y mayor
eficacia operativa por parte de las autoridades responsabilizadas
con el esclarecimiento de los hechos, pues no puede prevenirse
la victimización latente, esa que se desconoce (las cifras negras
que generan impunidad y reciclan la criminalidad); tales conduc-
tas no son susceptibles de ser estudiadas por tanto como mani-
festaciones criminales.
La prevención de la criminalidad en Cuba también ha de asu-
mir el perfil victimológico dentro de las prioridades de estudios y
respuestas a la problemática, pues como expresa García-Pablos
no tenerlas presente sería ignorar que «también las víctimas ne-
cesitan ser resocializadas» en muchas ocasiones después de sufrir
las consecuencias de un delito que las marca con secuelas psíqui-
cas, físicas o morales; luego su reinserción al seno de la comuni-
dad es tan importante como la del propio criminal

Factores victimógenos
Como tal se entiende todo lo que favorece la victimización, o sea
las condiciones bio-socio-psicopatológicas que influyen en la
posibilidad de convertirse en víctima.
No debe confundirse factor con causa, ya que la causalidad en
su género supone una relación directa de causa-efecto que en
Ciencias Sociales es sintomática del determinismo positivista ori-
ginal, pues resulta incuestionable que los fenómenos sociales
están mediados por infinidad de factores, condiciones, circuns-
tancias y situaciones que hacen imposible establecer esa relación
tangible sólo apreciada en las Ciencias Naturales.
La mayoría de los victimólogos investigadores coinciden en afir-
mar que el conocimiento de la personalidad de la víctima, sus
características, y las condiciones objetivas y subjetivas en que se
produce la victimización pueden contribuir a la comprensión del
hecho delictivo concreto o del suceso en especial, de la misma

341
manera que los estudios realizados desde una óptica grupal o
social pueden aportar información útil sobre el fenómeno crimi-
nal y para la prevención especial y general.
Existen diversas clasificaciones teóricas de estos procesos
desencadenantes del fenómeno victimal; sin embargo, la prácti-
ca experimental y empírica ha desarrollado una clasificación teó-
rica que los divide en factores exógenos y factores endógenos.
Los primeros, como su nombre lo indica, se encuentran en el
entorno, es decir, fuera de la víctima y pueden ser de diversa na-
turaleza, a saber: espaciales, temporales, sociales, políticos, eco-
nómicos, administrativos, etcétera.
Los segundos tienen que ver con el ser bio-psico-social de la
víctima y se registran en el interior de su personalidad o de su
morfología biológica como individuo.

342
SISTEMA PENITENCIARIO.
EVOLUCIÓN Y DESARROLLO
LIC. IRACEMA GÁLVEZ PUEBLA

INFLUENCIA DEL SURGIMIENTO DEL SISTEMA


PENITENCIARIO EN LA HUMANIZACIÓN
DE LAS PENAS
Resulta de suma importancia para la introducción al tema esbo-
zar de manera sucinta algunos aspectos generales de la evolu-
ción histórica del sistema penitenciario, institución que logra hacer
efectiva la ejecución de las penas privativas de libertad.
El sistema penitenciario y la pena privativa de libertad se en-
cuentran estrechamente vinculados porque la materialización de
la pena presupone la existencia de centros reclusorios que logren
llevar a cabo los fines previstos en la sanción. Estas instituciones
han atravesado por varias etapas de la historia de la humanidad,
con características propias que influyen en el transcurso del tiem-
po en la creación de las mismas; con el análisis de estos períodos
se comprenderá mejor este proceso de formación que data desde
la civilización antigua hasta la actualidad. Teniendo en cuenta que
el surgimiento de una etapa no significa que la anterior haya desa-
parecido totalmente.

343
La cárcel como custodia
Este período comprende desde el inicio de la civilización hasta el
siglo XVIII.
La venganza personal caracterizó esta primera etapa, en la cual
la potestad para ello solamente la ostentaba el ofendido; la ac-
ción de la justicia recaía en las manos de cada familia o grupo
social. A este período suele llamársele Época Bárbara porque oca-
sionó graves perjuicios que provocaban fuertes lesiones en el
ofensor, incluso la muerte. El exceso de venganza dio lugar a apli-
car la fórmula del talión, «ojo por ojo y diente por diente», para
limitar el ejercicio de la justicia en manos de los vengadores.
Ya en el siglo XVI se evidencia un traslado de la acción punitiva,
y aparece la creencia de que este derecho emanaba de un ser
sobrenatural.
Con la llegada del siglo XVII surge la tesis retribucionista,1 los
tribunales juzgaban en nombre de la colectividad, imponiendo
penas inhumanas, azotes, deportación, galeras y la pena de muer-
te; la cárcel no cumplía una función de castigo, sino de retención
corporal hasta el cumplimiento de la sentencia, era un lugar de
guarda y tortura.

La cárcel como castigo, trabajos forzados a favor


del Estado
Este período data del siglo XVII hasta principios del siglo XIX.
Los Estados comenzaron a utilizar a los prisioneros como mano
de obra gratuita y a relacionarlos con determinadas actividades
que incrementaban el comercio entre las naciones; con el devenir
de la economía y el progreso técnico se orienta otro tipo de obra
en provecho del aparato público, tales como carreteras, caminos,
fortificaciones, puentes, canales, diques, laboreo en minas, obli-
gándoles a largas jornadas de trabajo, alojamiento al aire libre cer-
ca de las obras que emprendían y poco alimento, el trabajo

1
Compensación del sentenciado para con la Sociedad por motivo del mal causado (N. del A.).

344
dilapidaba la energía humana, era una brutalidad sin sentido; existía
una carencia total de toda la salvaguarda de las prerrogativas del
recluso. Fue sin lugar a dudas, la ideología liberal, con su tesis con-
tractualista2 (como origen de la sociedad), la que ofreció el sopor-
te teórico para que apareciera la idea de corregir el comportamiento
criminal. Puesto que la sociedad se había formado con el consenso
de todos, el castigo a quien se enfrentara a ella tenía que tener una
doble finalidad: corregir al infractor en su propio beneficio y a su vez
de esa corrección beneficiarse también la sociedad en su conjunto.
La prisión se convirtió oficialmente en la principal sanción pe-
nal a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX; a partir de entonces
se introdujo el concepto de régimen penitenciario como método
práctico y eficaz para el cumplimiento de la finalidad propuesta.

Período humanitario de la cárcel influido


por un régimen progresivo de la pena
Abarca desde principios del siglo XIX hasta nuestros días.
En esta etapa surge la idea de proteger y garantizar los dere-
chos de los ciudadanos y se criticó fuertemente el antiguo régi-
men por la excesiva dureza a que eran sometidos los sentenciados
en los períodos ya analizados.
Desde la segunda mitad del siglo XVIII surge un movimiento
humanizador de las penas encabezado por César Bonesanna, Mar-
qués de Beccaria,3 sin dejar de reconocer que atravesaron por
este movimiento Montesquieu,4 Voltaire,5 entre otros.

2
Para Rousseau, los hombres sufren una transformación al pasar del Estado Natural a
la conviviencia organizada en forma de Estado; «todo malhechor al atacar a la socie-
dad resulta rebelde y traidor a la Patria, dejando de ser miembro de la misma al
violar sus leyes [...] el Estado se hace incompatible con la suya con sus rasgos de
conservación y es necesario que uno de los dos perezca y cuando se ejecuta al
culpable es más como enemigo que como ciudadano» (Rousseau, 1969).
3
César Bonesanna criticó las leyes penales y procesales del siglo XVIII, por irracionales,
arbitrarias y crueles
4
Montesquieu clama por la abolición de las penas y torturas.
5
Para Voltaire la justicia no puede ser muda, como es ciega, que dé cuenta a los
hombres de la sangre de los hombres. La pena tiene que ser proporcionada y útil,
para que el individuo infractor tome conciencia del mal causado y se ejemplarice.

345
Bonesanna clamó por que el castigo fuera proporcional, ba-
sándose fundamentalmente en la prevención del delito, y consi-
deró que el fin de la pena no puede tener como objetivo
atormentar al recluso, sino impedirle que cause nuevos daños a
los ciudadanos.
Dentro de la doctrina de la reforma carcelaria encontramos ade-
más a John Howard, padre del penitenciarismo moderno, y su
discípulo Jeremías Bentham, que determinaron la necesidad de
llevar a cabo una profunda reforma penitenciaria. El humanismo
impulsado por los citados pioneros de la ciencia penitenciaria
dio lugar a la creación de nuevos centros de reclusión, con un
cambio de arquitectura que favoreció las condiciones de habilita-
bilidad y tratamiento al recluso. Bentham analizó la población
reclusa, abogó por la separación de sexos, el trabajo y la alimen-
tación e higiene.
Con la llegada del siglo XX aparecen nuevos promotores de cam-
bios en la concepción de las penas, como es el caso de Dorado
Montero, quien intercedió por un derecho protector de los crimi-
nales. Este autor consideraba al delincuente como una persona
necesitada de tutela, por lo tanto, la función penal habría de tor-
narse preventiva, educadora y protectora.
La ciencia penitenciaria ha desterrado de su seno todas aque-
llas notas de infamia y crueldad que rodeaban las penas privati-
vas de libertad, que hacían caer sobre el condenado el deshonor
y la ignominia.

ALGUNAS CUESTIONES ACERCA


DE LA TRADICIÓN ARQUITECTÓNICA
PENITENCIARIA
En la antigüedad existían cárceles que eran «lugares de suplicio»,
como las propuestas por Platón en Grecia, de los calabozos de-
nominados «rayada», en Esparta; de las cárceles romanas creadas,
muchas de ellas por el Emperador Alejandro Severo, su objetivo esen-
cial era causar sufrimientos y dolor al preso. En las prisiones de la
Edad Media comienza a existir una orientación hacia el Derecho

346
disciplinario de la Iglesia, llamadas cárceles eclesiásticas, con la fi-
nalidad de castigar a frailes que por razón de su desobediencia
cometieran un acto delictivo, donde se les imponía castigos físicos.
Las penas se extinguían en celdas individuales que propiciaban la
muerte y el suicidio de los sancionados como consecuencia de las
condiciones inhumanas y desfavorables a que eran sometidos.
En el siglo XII adquirió gran velocidad la primera ergástula sub-
terránea que se le llamó «vete en paz», dando por muerto el re-
cluido que ingresaba en la prisión túnel; en Francia también se
instalaron cárceles de este tipo, pero se respetaba la vida y el cuer-
po del hombre.
No es hasta el siglo XV y principios del XVI cuando son construidos
los primeros edificios que funcionarían como cárceles, entre los que
podemos citar The House of Correction of Bridewell levantada en
Londres en 1552; en 1595 se construyó en Amsterdam los estableci-
mientos penitenciarios para hombres y en 1598 para mujeres; los edifi-
cios penitenciarios erigidos en Bremen y Subeck en 1613; en 1622
en Hamburgo; las construcciones levantadas en Breslau en 1670.
Más que prisiones como se le denomina en la actualidad eran asilos
donde recluían holgazanes, prostitutas, gente de mala vida.
En 1682 se creó en Filadelfia la cárcel de Walnut Street, la prime-
ra prisión celular, donde se instauró el trabajo obligatorio y los pre-
sos no tenían la posibilidad de recibir visitas. Sólo podían caminar
por patios pequeños separados por gruesas paredes, las celdas
no se encontraban habilitadas por camas o cualquier otro objeto
imprescindible para el cumplimiento de la sanción impuesta.
Posteriormente se hace necesaria la creación de centros idóneos
para conseguir el fin de la pena impuesta, la resocialización de
los sancionados; así se crea el sistema Panóptico6 (Bentham, s/a);
esta nomenclatura de prisión modelo, sólo se refiere, al perfecto

6
Jeremías Bentham, jurisconsulto inglés, en su obra propone un nuevo diseño para la
arquitectura carcelaria en aras del control y tratamiento de los reclusos. El nuevo
establecimiento, según Bentham, debiera ser circular, con una torre de vigilancia en
medio, desde la que un guardián ejercería el control total y permanente de los
penados. Para su buen régimen y funcionamiento, sugiere el autor: ausencia de
sufrimiento corporal, severidad. El diseño arquitectónico de este pionero de la cien-
cia penitenciaria fracasó en su país natal y en el continente.

347
control que se ejerce para la vigilancia de los reclusos, no así a
las condiciones de vida del recluso, pues éste carece completa-
mente de privacidad, lo que ataca fuertemente su dignidad como
persona.
Como modalidades del sistema Panóptico encontramos los sis-
temas radial y circular, en el primero de ellos se imposibilitaba la
observación por el grosor de las puertas en el segundo no se veía
hacia el interior de las celdas, pero si se veía desde un punto cen-
tral el interior de los pabellones diseñados estos en forma de aba-
nico o de estrella.
En los Estados Unidos de Norteamérica y en Argentina se cons-
truyeron regímenes penitenciarios llamados Rascacielos, con el
objetivo fundamental de ocupar menos espacio y poder ubicar-
los en zonas residenciales. Sin embargo, con ello se logró una
gran desventaja: al no tener espacio al aire libre se obstruyeron
los programas de tratamiento al recluso, por no poder practicar
deportes y tener espacio destinados al recreo, provocando con
ello perjuicio a los recluidos por tal inactividad.
En la arquitectura penitenciaria han existido grandes avances y
un ejemplo de ello lo tenemos con la prisión francesa Fleury-
Mérojis, donde se usan cristales de gran resistencia en las venta-
nas, que impiden la fuga de los reclusos, pero a su vez son
reconfortables porque no dan idea de aprisionamiento.

ANÁLISIS CONCEPTUAL
Para un mejor estudio del tema metodológicamente resulta pro-
cedente conceptualizar ciertos términos que conforman los
lineamientos teóricos doctrinales del sistema penitenciario.
El Derecho penitenciario comprende el conjunto de normas ju-
rídicas que regulan la ejecución de las penas y medidas privativas
de libertad, como consecuencia de la comisión de hechos punibles
reconocidos por la Ley como delitos, que son impuestos por la
autoridad competente.
La importancia del Derecho penitenciario está en su marcado ca-
rácter jurisdiccional, aunque también encierra en sí mismo rasgos

348
administrativos, porque importantes y determinadas competen-
cias hacen que la administración penitenciaria individualice por
sentencia firme la ejecución de las penas; del cumplimiento pe-
nitenciario se hace depender el contenido y la duración de la
sanción; y es la pena la respuesta estatal ante hechos punibles,
que afectan las relaciones sociales, impuesta por la autoridad com-
petente, ejecutable principalmente en establecimientos peniten-
ciarios.
Todo centro penitenciario supone la existencia de una pobla-
ción penitenciaria, ordenada según las características esenciales,
importantes o comunes que distinguen a los reclusos entre sí.
Esta clasificación que se lleva a cabo es una tendencia moderna
de la ejecución de las penas privativas de libertad, y es el proble-
ma primario de todo tratamiento penitenciario; se hace inevita-
ble poner a disposición del recluido los elementos fundamentales
para ayudarlo a vivir íntegramente su libertad, es un trabajo indi-
vidualizado y diferenciado, llamado a desempeñar un papel cada
vez más intenso, protagonista, enmarcado en un sistema peni-
tenciario progresivo.
Este método está orientado a conseguir, entre los objetivos pri-
mordiales, la reinserción social y la reeducación, e inculcar nue-
vos hábitos, orientaciones y valoraciones en los reclusos, la
reeducación es una variedad cualitativa, un tipo especial de edu-
cación.

EL SISTEMA PENITENCIARIO EN CUBA


Breve reseña histórica
Si hacemos un análisis histórico del sistema penitenciario en Cuba
desde la época colonial y el tiempo que media hasta 1959 se podría
comprender que las prisiones eran lugares en los que se recluían
tanto hombres como ancianos y niños sin considerar sexo, edad
u otras cualidades; eran escuelas de delincuentes que dejaban
fuertes secuelas.

349
En los primeros años de la Colonia no se creó una edificación
propia que se considerara un establecimiento penitenciario y se
utilizaban para estos fines los mismos cuarteles militares como
prisiones. Es en 1619, por el auge que toma la delincuencia, que
se crea una edificación a los fines de cárcel pública ubicada en la
calle Obispo.
El Capitán General Don Miguel Tacón en 1834 ordenó la cons-
trucción de una nueva prisión con capacidad para recluir a 2 000
presos, conocida como cárcel de Tacón.
La prisión Reina Amalia de la Villa de Nueva Gerona, la que
fuera construida el 5 de diciembre de 1830, recluyó en sus cala-
bozos a principios de la guerra independentista de Latinoamérica,
los deportados que por sus principios políticos manifestaban opo-
sición a la Metrópoli Española.
En 1925 se autoriza la construcción del Presidio Modelo de la
Isla de Pinos7 que fue sin dudas un ejemplo más del recrudeci-
miento al que eran sometidos los presos, obligados a trabajar en
las canteras de mármol. Existían otras prisiones a lo largo de la
Isla, viejas construcciones al estilo colonial en las que no se apli-
caban los programas de reeducación y corrección.
Al unísono con el Código de Defensa Social de 1936 se pro-
mulga la Ley de Ejecución de sanciones, pero su entrada en vigor
se aplaza hasta el 7 de octubre de 1938, fecha en la que también
se aprueba el reglamento de esta ley. A diferencia de la norma
ejecutoria el reglamento sólo duró tres años en vigor, y quedó
derogado por el decreto No. 844 de 1940. La Ley de Ejecución
de sanciones y medidas de seguridad privativas de libertad tuvo
grandes virtudes, pero muchas incongruencias. Como aspectos
positivos de esta ley podemos señalar la implantación del régi-
men progresivo, estableció el régimen educacional, y se aplicaba
un examen previo a cada recluso para conocer del tratamiento
que le correspondía.
Memorable, aunque alejado de la realidad, resulta el conteni-
do de los artículos 84 y 85 que niegan la legitimidad de ejercer

7
Así surgió el proyecto de lo que se llamó el segundo modelo ampliado del Panóptico,
tomado de la Prisión de Juliett, Illinois, Estados Unidos de Norteamérica.

350
violencia o maltrato contra los reclusos e instituyen un régimen
de numerus clausus para las medidas disciplinarias.
En 1950 entró en vigor el nuevo reglamento que constituía
un complemento de la Ley de Ejecución de sanciones y medidas
de seguridad privativas de libertad. Se logra incorporar al Siste-
ma Penitenciario cubano técnicas avanzadas para el logro de
un eficaz tratamiento y reeducación de los penados en centros
de reclusión, como la obligación del sancionado a pagar con el
fruto de su trabajo sus gastos personales, mantiene el régimen
educacional, progresivo. El instrumento en sí no tuvo la sagaci-
dad teórica de la Ley en cuanto a la protección jurídica de los
reclusos, aunque ambas resultaron letra muerta en su aplica-
ción práctica, sentaron pautas en el derecho penitenciario con-
temporáneo.
Con el triunfo de la Revolución se traza una nueva política con
el objetivo de eliminar toda la situación que antecedía, y comen-
zaron a levantarse pilares básicos en la política penal de nuestro
gobierno. A partir de la década del setenta se comenzó a desa-
rrollar un sistema de trabajo dirigido a desactivar viejas prisiones
como El Castillo del Príncipe,8 Castillo de Atarés, La Fortaleza del
Morro, y otras edificaciones que sirvieron durante mucho tiempo
como sitios donde se extinguían sanciones penales sin reunir con-
diciones mínimas de habitabilidad y compartimentación.
Se comenzaron a habilitar nuevas instituciones que poseían
las condiciones necesarias para la aplicación de un sistema carce-
lario más avanzado; entre las prominentes construcciones reali-
zadas por la Revolución en materia penitenciaria se encuentra el
Combinado del Este, con el sistema constructivo Girón:9 Esta cárcel
posee características ventajosas, por la ventilación con que cuenta,

8
Llamado cárcel de La Habana, fue testigo mudo de los atropellos, maltratos, asesi-
natos y padecimientos de enfermedades de los reclusos políticos y comunes en el
pasado régimen de la seudorepública.
9
Sistema constructivo compuesto fundamentalmente por una estructura de esquele-
to, con elementos de prefabricado de hormigón armado y paneles prefabricados
del mismo material, algunos de los cuales denominados tímpanos, que contribuyen
a la resistencia global del edificio. La estructura de piso y cubierta están constitui-
das por losas doble T apoyadas sobre vigas.

351
además de la higiene, iluminación natural, con grandes espacios
compartimentados, áreas deportivas, recreativas.
Esta política de la Revolución se ve materializada también en la
creación de la nueva Prisión de Mujeres de Occidente que susti-
tuyó el antiguo reclusorio Nuevo Amanecer realizándose por el
modelo Sandino;10 esta construcción posibilita que las reclusas
realicen un conjunto de actividades como trabajo en talleres, prác-
tica de deportes, e incluye técnicas hospitalarias modernas para
que se pueda enfrentar cualquier patología de los internos posi-
bilitando poner en práctica principios de prevención, reeducación
y reinserción social.

Instrumentos jurídicos internacionales


que amparan el sistema penitenciario cubano
Para obtener el fin de la pena privativa de libertad fue necesario
la protección jurídica de lo reclusos, considerado como el ampa-
ro legal que el Estado le brinda a la población penal a los efectos
de preservar sus derechos, motivado por la consideración de las
condiciones mínimas en que debe desarrollarse la vida del reclu-
so, haciendo posible que gocen de la inmensa mayoría de las
libertades del ser humano reconocidas por disímiles instrumen-
tos jurídicos internacionales; un ejemplo de ello lo muestran las
Reglas mínimas para el tratamiento de los reclusos; en su gama
de artículos se recogen fundamentalmente:
• La higiene personal de los reclusos.
• La separación de categorías, según sexo, edad, motivos de
detención.
• Los servicios médicos.

10
El sistema Sandino consiste en una solución constructiva de elementos ligeros
basados en paredes compuestas por elementos prefabricados cuyo peso oscila los
65 kg. El método utilizado es de 1,04 m entre sus columnas. El espacio entre
columnas es ocupado por paredes de hormigón, cerámica o carpintería. Este siste-
ma constructivo puede ser utilizado para la construcción de escuelas, centros rura-
les, viviendas e incluidas las prisiones.

352
• Los servicios de alimentación.
• Posibilidad de comunicaciones periódicas con los familiares.
• Carácter no aflictivo del trabajo.

Sobre este último artículo se debe acotar que las Reglas míni-
mas para el tratamiento de los reclusos declaran que el trabajo es
obligatorio para los penados; sin embargo, nuestra legislación
interna en este aspecto se encuentra más avanzada que este ins-
trumento jurídico internacional, por su flexibilidad al recoger en
el Artículo 30.12 de nuestro Código Penal la no obligatoriedad al
trabajo, regulando que, «durante el cumplimiento de la sanción,
los sancionados aptos para ello efectúan labores útiles si acce-
den a ello». La necesaria espontaneidad del trabajo no debe ser
vulnerada por ningún instrumento jurídico internacional, pues
iría en contra de los postulados de la Constitución cubana, que lo
considera deber, pero ante todo, derecho.
No obstante, las Reglas mínimas, pese al tiempo se mantienen
como una eficaz herramienta para la protección de los reclusos.
Como toda ley sustantiva, las Reglas mínimas para el tratamiento
de los reclusos no escapó de la necesidad de un instrumento jurí-
dico que hiciera efectiva su aplicación, naciendo así los Procedi-
mientos para la aplicación efectiva de las reglas mínimas; el
procedimiento No. 1 establece la necesidad de la adopción de
las Reglas cuando la legislación nacional no se encuentre a la
altura de las anteriores; lo que no significa que se obligue a to-
dos los Estados a adecuarse a éstas, pues es muy posible que al-
gunos países tengan normas mucho más avanzadas.
Para un mejor control de la aplicación del instrumento, existe
el Procedimiento No. 5, el cual obliga a los Estados miembros a
informar cada cinco años sobre los avances o retrocesos que se
tengan en dicha materia.
Otro de los instrumentos jurídicos internacionales que es ne-
cesario destacar es el Conjunto de principios para la protec-
ción de todas las personas sometidas a cualquier forma de
detención o prisión, cuyo objetivo fundamental es proteger a
reclusos y detenidos. El respeto a la dignidad humana como

353
característica esencial, exige condiciones mínimas de los locales
de reclusión, analiza la necesidad de que el recluso establezca
contacto con el mundo exterior; «reniega toda discriminación por
motivo de raza, color, sexo, idioma o cualquier otra condición;
además de expresar la obligatoriedad de ser ordenada por la au-
toridad competente cualquier forma de detención o prisión...»11
En el principio 21 se hace efectivo la nulidad de toda confe-
sión que resulte del uso de la violencia, amenaza o de cualquier
otro método contrario a derecho y esto ha sido plasmado en las
legislaciones modernas.
El instrumento no sólo plasma los derechos que le asisten a las
personas detenidas o presas, sino que garantiza su cumplimiento
mediante la posibilidad de establecer recursos ante las autorida-
des encargadas por torturas u otros tratos crueles e inhumanos o
degradantes. Estos derechos también pueden ser ejercidos por
familiares de la persona «los daños causados por actos u omisio-
nes de un funcionario público que sean contrarios a los derechos
previstos en los presentes principios serán indemnizados de con-
formidad con el derecho interno en materia de responsabilidad».12
Resulta conveniente aclarar que las disposiciones de este docu-
mento no restringen ni derogan ninguno de los derechos defini-
dos en el Pacto internacional de derechos civiles y políticos; este
instrumento posee una gran importancia para la comunidad inter-
nacional, específicamente en materia penitenciaria; está presente
un principio rector, el respeto debido a la dignidad inherente al ser
humano con que será tratada toda persona privada de libertad.
El artículo 9 establece que la privación de libertad sólo se reali-
za por las causas fijadas en la ley y con arreglo al procedimiento
establecido en esta.
El documento plantea el establecimiento de un comité, cuya
función recaería principalmente en el conocimiento de presun-
tos incumplimientos de las disposiciones del Pacto por los Esta-
dos miembros.

11
Vid. «Conjunto de Principios para la Protección de todas las personas sometidas a
cualquier forma de detención o prisión». Principio 5.1.
12
Ibídem, Principio No. 35.1.

354
Por su parte, el Protocolo Facultativo del pacto internacional
de derechos civiles y políticos faculta al comité para recibir y con-
siderar comunicaciones de individuos que aleguen ser lesiona-
dos en cualesquiera de los derechos enunciados en dicho
instrumento, siempre que haya agotado todos los recursos inter-
nos disponibles y el mismo asunto no haya sido sometido a otro
procedimiento de examen o arreglo internacional.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos a pesar de
que no constituye un documento que encuentra como destina-
tarios a las personas privadas de libertad, es en sí mismo un ins-
trumento de vital importancia cuando se habla de la protección
de los citados derechos, como así queda demostrado en el uni-
verso de su normativa en la cual reconoce y precisa un conjunto
de derechos a los cuales todo Estado miembro debe respeto y
especial protección.

Generalidades del Sistema


Penitenciario cubano actual
Resulta válido señalar la importancia del tratamiento que, dentro
de un sistema penitenciario se le debe dar a cada persona priva-
da de libertad, brindándole todo el apoyo por parte del personal
que interactúa de manera directa con el recluso dentro de la ins-
titución, siempre con el fin de reeducarlos y reinsertarlos en la
sociedad; donde la prisión simplemente constituye el marco ma-
terial donde se ejecuta la sanción y se lleva a cabo la actividad
penitenciaria; enfocando todas las acciones que se realizan en
este medio hacia el principio de la reinserción social, considerán-
dose como la última fase de un proceso de recuperación social,
con un carácter educativo y socializador.
El centro penitenciario, como establecimiento de reclusión y
cumplimiento de las penas privativas de libertad, debe garanti-
zar toda una serie de funciones que logren obtener resultados
satisfactorios, siendo necesario asegurar la seguridad de los
reclusos, poniendo en práctica todo un mecanismo que posibili-

355
te la protección jurídica de los penados dentro del centro, man-
teniendo la reinserción social, cultural y laboral de los recluidos;
esto hace efectivo el fin de la institución penitenciaria: «Educar
desde la privación de libertad para la vida en libertad». Una efi-
caz organización del trabajo, un régimen de asistencia moral, in-
telectual y social, un sistema disciplinario justo y humano, un
personal penitenciario capaz y especializado, un régimen
alimentario y sanitario apropiado, y un estricto control judicial
sobre la ejecución de las sanciones privativas de libertad por par-
te de la fiscalía, órgano estatal con rango constitucional que tie-
ne como objetivos esenciales entre otros, controlar la legalidad
socialista, así como la protección a los ciudadanos para el ejerci-
cio legítimo de sus derechos e intereses, por lo tanto no pode-
mos considerar a este órgano un ente ajeno, sino un protagonista
integrante del Sistema Penitenciario con participación y prepon-
derancia.
El artículo 24 del Reglamento de la Ley de la Fiscalía General
de la República establece que «la dirección del Control de la Le-
galidad en los Establecimientos Penitenciarios (CLEP) tiene a su
cargo la dirección metodológica y el control de trabajo de los
órganos de la fiscalía para el cumplimiento de sus funciones en
los centros penitenciarios, o cualquier otro centro de reclusión,
internamiento o detención». Otras de las funciones primordia-
les13 son controlar la participación del fiscal en los trámites de las
propuestas de concesión de las libertades condicionales y susti-
tución de la sanción de privación de libertad, supervisar el proce-
so de recepción, tratamiento, investigación y respuesta que en el
orden legal proceda, a los planteamientos de los detenidos, acu-
sados en prisión provisional, sancionados y asegurados o de sus
familiares con relación al tratamiento que se le brinda a los reclusos
en los centros que se encuentren, evaluar y realizar estudios de
las principales violaciones de la legalidad que se detecten en las
inspecciones que se realizan en las instituciones penitenciarias; el
departamento del Control de la Legalidad en los Establecimientos

13
Vid. «Reglamento de la Ley de la Fiscalía General de la República», Artículo 25.

356
Penitenciarios es el que ventila las quejas provenientes del sector
penitenciario, así como las reclamaciones o las denuncias.
Todos los establecimientos penitenciarios están estructurados
y organizados, siendo necesaria la existencia de una dirección
que supervisará el cumplimiento de todo lo reglamentado en
normas, proyecto de normas, órdenes. Su estructura estará regi-
da por:
• Un jefe principal, responsable de toda la dirección del esta-
blecimiento penitenciario, controlando el trabajo del centro,
analizando cada uno de los beneficios de los reclusos cuan-
do el jefe del destacamento lo proponga. «Un penitenciarista,
director de un establecimiento penal es el abogado de los
derechos legales de los recluidos. Su responsabilidad es do-
ble y dispar porque responde del recluso frente a la sociedad
y de la ley frente al delincuente [...] Su actividad debe tener
siempre la altura del vuelo recto del águila, nunca atraído
por la montaña de los caprichos personales, ni tampoco ras-
treando dentro del pozo donde medran intereses mezquinos
e inconfesables de terceros. Su misión verdadera y su único
camino deben ser invariablemente vencer la incredulidad de
hombres incrédulos y vencidos».14
• El grupo multidisciplinario, subordinado al máximo dirigente
de la prisión, debe elaborar los programas de tratamiento
reeducativo para aplicar a determinados grupos o categoría
de reclusos; contribuyen a viabilizar, previa coordinación con
el jefe de control penal de la unidad, así como los tribunales y
fiscalías, inquietudes u otras problemáticas de la situación le-
gal de los reclusos.15
• Segundo jefe de unidad, que se encargará conjuntamente con
un oficial de información, de controlar toda la información ana-
lítica y estadística del centro, que en mucho de los casos se ma-
neja en forma de clave por tener carácter secreto y confidencial.

14
Vid. Elsa Elía Ruiz Ortega, : «Problemas penitenciarios», Escuela libre de Derecho de
Puebla A. C., pág. 196.
15
Vid. «Normas y procedimientos del tratamiento reeducativo», Art. 213, MININT, 1990.

357
• Frente de reeducación penal, dentro de sus funciones se en-
cuentra un cabal cumplimiento del tratamiento reeducativo
individualizado y diferenciado, la realización del trabajo polí-
tico e ideológico, garantiza la capacitación técnica, la instruc-
ción escolar de los reclusos.
• Orden interior, se encarga de velar porque los reclusos cum-
plan estrictamente la disciplina de la institución penitenciaria.
• Control penal, llevará a cabo la actualización del expediente
carcelario de los recluidos.
• Logística, garantizará todo lo necesario como abastecimiento,
vestuario en cada frente de unidad.
• Seguridad penal, controla y vigila el cumplimiento de las me-
didas que se establecen en el centro.
• Cuadro y capacitación, capta al nuevo personal que integra
las filas del Ministerio del interior (MININT), planifica cursos
de capacitación y adiestramiento a las fuerzas penitenciarias.
• Instructor político, orienta y dirige el trabajo político en los
centros de reclusión.
Las fuerzas penitenciarias estarán constituidas por un cuerpo
de especialistas que abarquen diferentes ramas, tales como psi-
quiatras, psicólogos, trabajadores sociales, maestros e instructo-
res técnicos,16 formando un todo único, a los fines de realizar un
trabajo más profundo y profesional en el tratamiento al recluso;
a su vez brinda un enfoque generalizador a la labor penitencia-
ria, puesto que dentro de las funciones del personal penitencia-
rio no encuentra su fin en la custodia del penado, sino que abarca
también su rehabilitación.
El personal penitenciario con una alta capacitación y humani-
dad llevará a cabo una reformación educativa a los reclusos, lo-
grando de esta forma integrarlos a la sociedad. Las fuerzas
penitenciarias constituyen el principal eslabón de la institución y a
través de los ejercicios sistemáticos de trabajo tratan de orientar y
sacar al recluso del medio erróneo en que se desenvolvía, con el
objetivo de lograr su reinserción social.

16
Vid. «Reglas Mínimas para el Tratamiento de los Reclusos», Art. 47, Ginebra 1995.

358
Es precisamente dentro del personal penitenciario donde ha-
llamos diferentes funcionarios que tienen bajo su responsabili-
dad realizar determinadas funciones inherentes al papel que
desempeñan dentro del establecimiento: custodia, dirección y
aplicación de técnicas de vital importancia para llevar a cabo el
tratamiento a los reclusos.
Como todo ciudadano, el recluso interno en un establecimien-
to penitenciario gozará del disfrute de ciertos derechos, porque
la privación de libertad como sanción principal incluye la aplica-
ción de sanciones accesorias que van unidas a esta necesaria-
mente.
• Tienen derecho a recibir asistencia médica, hospitalaria y
estomatológica que requieran.
La salud es un medio que al hombre y toda la colectividad
deben aspirar para lograr un buen desarrollo en sus necesida-
des personales y sociales.
La asistencia sanitaria dentro de las instituciones penitencia-
rias integra todo un plan de actividades encaminadas a la pre-
vención de enfermedades y a la protección de la salud en la
población penal, de tal manera que así está plasmada en la
Constitución de la República de Cuba «Todos tienen derecho a
que se atienda y se proteja su salud, el Estado garantiza este
derecho».
En toda institución encontramos un equipo médico compues-
to por enfermeras, médicos, estomatólogos que desarrollan a
diario un programa de manera continua y permanente según
las necesidades de cada recluido en particular.
Para alcanzar los objetivos de salud se permiten establecer las
medidas a seguir, desarrollando programas de salud, como la
atención a drogodependientes, con sus estrategias de preven-
ción como asistencia y reducción del daño como fin principal
para lograr la reincorporación social del individuo; además,
se llevan a cabo planes de educación para la salud e higiene
del medio ambiente con el fin de evitar enfermedades infes-
tocontagiosas, permitiendo la detención precoz e implantar

359
tratamientos curativos de la enfermedad, la rehabilitación y
reducción de secuelas en la población reclusa.
• Disfrute de los servicios de la biblioteca del centro y del desta-
camento, así como la tenencia de libros en las cantidades que
resulte posible, sin afectar el espacio colectivo y el orden de
los locales de reclusión, los materiales de estudio y los docu-
mentos relacionados con el proceso judicial.
Más aún, aquellos que lo requieran podrán ampliar y recibir
información y preparación cultural y técnica, ya que la educa-
ción ocupa una parte importante dentro de la actividad peni-
tenciaria, siendo el desarrollo integral del recluso consecuencia
de la adquisición de conocimientos y de la formación social, la
práctica laboral, cultural y deportiva. Con la instrucción esco-
lar pueden elevar su nivel académico porque en el centro se
imparte docencia, permitiéndoles así que alcancen hasta el
doce grado y se incorporan a todos los reclusos teniendo en
cuenta el nivel de escolaridad, el que se determina a partir de
los resultados alcanzados en las pruebas de nivelación que se
efectúan en el centro.
• Recibir visitas colectivas de familiares y amigos e íntimas con
su cónyuge.
Las visitas ayudan e influyen en la conducta del recluido; es
una manera de hacerles sentir que no están aislados de la so-
ciedad, logrando de esta forma que no se destruyan los lazos
de unión familiar, que es la unidad básica de la sociedad, per-
mitiendo que en el seno familiar prevalezca el afecto, el amor
y la comunicación, y que exista un verdadero diálogo que tras-
cienda a lo espiritual y afectivo.
• Derecho al trabajo y a recibir remuneración económica por el
trabajo realizado, en dependencia de las tarifas salariales vi-
gentes.
El trabajo es el eje de la pena privativa de libertad con un
sentido educador, mediante el trabajo la vida social entra a
la prisión y la vida de la prisión sale a la sociedad como me-
dio de promover la readaptación social del recluso, el trabajo

360
penitenciario es un elemento de singular importancia, no se
considera un complemento de la pena, sino un medio de tra-
tamiento evitando la ociosidad y el desorden en el centro.
«El trabajo como actividad laboral en prisión es uno de los
temas más indisolublemente unidos a la historia del derecho
penitenciario; y con la adecuada selección y formación del per-
sonal, constituye la clase de bóveda del penitenciarismo
contemporáneo». En su concepción primitiva el trabajo no es
el aprendizaje de un oficio determinado, sino de la virtud mis-
ma del trabajo (Focault, 1980).

El trabajo reeducativo
en el establecimiento penitenciario
En toda institución penitenciaria se lleva a cabo un trabajo reedu-
cativo orientado a lograr un reforzamiento de los valores y cualida-
des positivas de los reclusos y a trasmitir principios y reglas de conducta
que favorezcan en su reincorporación social. Para ello cuentan con
un conjunto de medidas y actividades que persiguen alcanzar un
desarrollo progresivo de su personalidad, conservando de esa ma-
nera su integridad psíquica, moral y física, y ponen de manifiesto un
verdadero papel preventivo en la perpetración de nuevos delitos.
El apoyo que recibe la dirección del establecimiento peniten-
ciario es por parte de los jefes de reeducación, los del orden inte-
rior, los miembros del equipo multidisciplinario, así como del resto
del personal, ya que es precisamente la dirección quien corre con
la responsabilidad y ejecución de dicho tratamiento. El trabajo
socialmente útil y el trabajo político-educativo son los métodos y
medios fundamentales para el buen funcionamiento y desarrollo
del tratamiento.
Las particularidades de cada recluso o de los colectivos indica-
rán, las técnicas y dinámicas que se deberán emplear; estas pue-
den ser sociogramas, psicogramas, entrevistas, conversatorios,
encuestas, test y otras.
Aquellas decisiones de los funcionarios reglamentariamente au-
torizadas encaminadas a influir directamente sobre el recluso o su

361
colectivo serán las llamadas medidas basadas en circunstancias de-
terminadas que crean cualidades positivas en el reo, desaparecien-
do actitudes contrarias a lo establecido en el régimen penitenciario.
El tratamiento reeducativo presenta dos vertientes: el diferen-
ciado y el individualizado.
El primero de ellos atiende a las características grupales de un
sector específico de la población penal, y se logra a través de
un conjunto de medidas, técnicas y actividades de manera colec-
tiva con el fin de influir positivamente en los reclusos incluidos
en dichos sectores.
La modalidad del tratamiento reeducativo individualizado está
dirigida a influir de manera positiva y determinante en el desa-
rrollo de la personalidad del recluso, eliminando así factores cri-
minógenos y creando en él cualidades que faciliten su progresiva
resocialización; esto se hará efectivo a través de métodos y medi-
das que serán aplicables sobre la base del conocimiento específi-
co de las características individuales de determinado recluso.
El perfeccionamiento y control de la organización y ejecución
del tratamiento individualizado estará en manos de los jefes de
destacamento, puesto que a su cargo está la elaboración de sus
planes, los que contienen la caracterización individual de cada
recluso, el propósito de su posible evolución y las medidas que se
deberán tomar con él.
Las evaluaciones que realicen los grupos multidisciplinarios in-
fluirán de forma decisiva en la elaboración de los planes de trata-
miento por los jefes de destacamento, quienes velarán estrictamente
la aplicación y desarrollo de las recomendaciones. Para el tratamien-
to serán tomadas en cuenta las características de la edad, sexo,
situación legal, antecedentes penales, relaciones familiares, nivel
cultural y antecedentes laborales, régimen de clasificación, situa-
ción dentro del colectivo y otros aspectos de interés.
La evaluación de la conducta del recluso incidirá directamente
en el perfeccionamiento individualizado, así como también se plas-
mará en las libretas de tratamiento, las recomendaciones del equi-
po multidisciplinario, donde se harán referencia a los resultados
obtenidos durante la aplicación de las medidas; por su parte, los

362
jefes de reeducación penal tendrán a su cargo el chequeo cons-
tante y periódico de la aplicación y confección de los planes de
tratamiento.
Cuando el centro de reclusión recibe un preso de traslado, se-
rán confeccionados y adecuados los planes de tratamiento indi-
vidualizado en un lapso que no excederá de los tres meses desde
la llegada del recluso al destacamento.
Por otra parte, los reclusos serán objeto de un trabajo político-
educativo constituido por un grupo de actividades, cuya finalidad
será lograr transformaciones positivas en la conducta y personali-
dad del recluso. Este trabajo será ejecutado directamente por los
jefes de destacamento y los del consejo de educadores; la orga-
nización y dirección será bajo la responsabilidad del jefe de
reeducación penal.
La capacitación técnica constituye sin duda alguna un eslabón
fundamental en el trabajo reeducativo y su tratamiento, por lo
tanto tiene una significativa importancia, lográndose por medio
de ella que los recluidos aprendan un oficio que les será muy útil
cuando regresen al medio social.
El jefe del establecimiento penitenciario, previa coordinación
con las entidades, brinda la fuerza de trabajo reclusa, y tendrá a
su haber la utilización de talleres, obras en construcción y otras
actividades en las que se pongan en práctica el aprendizaje de
los reclusos, realizando evaluaciones periódicas de calificación y
el otorgamiento de certificados cuando corresponda, e incluso
es responsabilidad del director del centro penitenciario organi-
zar y habilitar los recursos teóricos de capacitación.
Los reclusos que se integren a la capacitación técnica serán eva-
luados por una comisión que se creará para tal efecto, compues-
to por un personal técnico calificado con conocimiento y
autoridad para ello. Si el recluso obtiene una evaluación satis-
factoria se le otorgará el certificado acreditativo que corresponda,
sin distinción alguna con respecto a los que se le otorgan a los de-
más ciudadanos que no hayan extinguido una sanción penal que
sea privativa de libertad; por lo tanto, no contendrá ningún elemen-
to que indique que fue otorgado durante su internamiento en un

363
centro penitenciario. El fin primordial de esta formación profe-
sional es el de favorecer de manera decisiva a la reinserción social
y laboral de aquellos que desdichadamente han pasado por pri-
siones.
En los centros penitenciarios se organizarán escuelas que se
guiarán por las disposiciones y normativas del Ministerio de Edu-
cación (MINED) como órgano rector, y contarán para ello con ins-
talaciones y medios necesarios para desarrollar y efectuar un
proceso docente de acuerdo con lo establecido.
El Ministerio de Educación designará el colectivo de profesores
que impartirá la docencia en el establecimiento de reclusión. Al
concluirse el curso escolar, los reclusos que hayan obtenido re-
sultados satisfactorios recibirán los documentos que acrediten los
resultados alcanzados, y los graduados de sexto, noveno y doce
grados recibirán la documentación establecida por este ministe-
rio en la que no se hace referencia a su condición de recluido ni
que fue otorgada en dicho lugar.
La educación político-ideológica desempeña un papel funda-
mental en la reeducación de los reclusos, conjugando en cada ac-
tividad programada para la participación de la población penal, la
incorporación e identificación de los principios de nuestra socie-
dad socialista; se realizan además otras actividades en las que se
incluyen círculos de estudio dirigidos al análisis de materiales de
carácter históricos y políticos, se les brinda información nacional e
internacional, debates y lecturas de libros de gran interés político;
se organiza la lectura colectiva de la prensa escrita, observación
diaria del Noticiero Nacional de Televisión, así como aquellos pro-
gramas especiales que por su propio interés se considere necesaria
y útil su divulgación.
Todo este conjunto de actividades estará orientado sobre la base
de un programa que será elaborado por el órgano nacional del
sistema penitenciario, así como la creación de la base material
para los círculos de estudio, la que deberá ser aprobada por la
Dirección Política Central del Ministerio del Interior (MININT).
Los jefes de reeducación penal se responsabilizan de garantizar
la realización de estas actividades, una vez al mes como mínimo

364
por cada destacamento, y controlarán sistemáticamente la cali-
dad con que se efectúen dichas actividades a través de la obser-
vación directa; tendrán la función de coordinar con los organismos
estatales y las organizaciones de masas, sociales y políticas para
lograr una colaboración en ese sentido, que será donde entre a
jugar el papel de estas instituciones.
La libertad se eleva a valor supremo, y después de la vida es el
bien jurídico más preciado por el interno, que supone, sin duda
alguna, el cese de toda relación penitenciaria que mantenía el
recluso con el establecimiento, al concluir la ejecución de la pena
privativa de libertad o cualquier otra medida reeducativa de in-
ternamiento.

365
pagina en blanco

366
Anexos 1

367
Anexos 1 continuación

368
Anexos 2

369
Anexos 3

370
Anexos 4

371
Anexos 5

372
Anexos 1

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pagina en blanco

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Ley de Procedimiento Penal, Ley No. 1251 de 1973.
Ley de Procedimiento Penal, Ley No. 5 de 1977.
Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos.
Principios básicos para el tratamiento de los reclusos.
Procedimiento para la Aplicación Efectiva de las Reglas Mínimas, ONU.
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Reglas Mínimas para el Tratamiento de los Reclusos, ONU.
UNICEF: Memorias del V Taller Nacional del Programa de Educación para
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