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¡QUE HACER CUANDO NO SE QUE HACER!

Texto de Estudio: 2 Crónicas 20:1-22.


Introducción:
¿Estás consiente de los tiempos en los cuales estamos viviendo? Nuestra generación está
viviendo uno de las peores guerras de la historia—una por las mentes y las almas de nuestros
hijos. Al ver esto y las cosas que se avecinan, muchos sentimos como que no sabemos qué hacer
ni cómo defendernos de este gran enemigo que nos asecha. Sin embargo, en la Escritura
podemos ver ejemplos de hombres débiles que no sabían cómo obrar pero que confiaban en un
Dios grande y poderoso que estaba con ellos y por ellos.
Luego de la muerte de Salomón, 2 Crónicas 20:1-4 nos demuestra una nación de Israel
cambiada. La vanagloria y el sentido de grandeza del hijo de Salomón llevo a esta gran nación a
dividirse en dos: el reino del norte y el reino del sur, Judá. En el transcurrir de los años, el reino
del sur tuvo reyes buenos como Josafat (2 Crónicas 17:3) y reyes malos. Josafat buscó honrar a
Dios y se esforzó para que su pueblo conociera de Dios. Desde el comienzo de su reinado, el
comisiono maestros enviándolos para que fueran por todas las ciudades enseñándole al pueblo
la ley de Dios. Este fue un rey que puso a Dios en el centro de su vida y dé su reino y, debido a
esto, el terror del Señor vino sobre todos los reinos de las tierras que estaban alrededor de Judá,
y no hicieron guerra contra Josafat.
Pero, en un momento Josafat se confió y no escucho la voz de Dios. En 2 Crónicas 18 nos
encontramos que el Rey Acab, Rey del norte, pidiéndole a Josafat que se una a él en batalla,
diciendo que Dios había hablado por medio de todos los profetas, menos de uno, y le habían
dicho que la victoria era segura. Hacen llamar al profeta Micaias y este les dice que si van a
pelear serán derrotados y que todos los profetas que habían profetizado algo diferente lo habían
hecho movidos por un espíritu de mentira que los había inducido a hablar estas cosas. Los reyes
no le hicieron caso y fueron a la guerra. Allí, el Rey Acab perdió la vida y, al regresar a Judá,
Josafat es amonestado grandemente por ayudarlo.
Después de lo acontecido, Dios dejó de proteger a Josafat al dejar de contener a sus enemigos.
Era hora de que Josafat y el pueblo de Judá experimentara la protección de Dios de otra manera.
Por primera vez desde que Josafat se volvió Rey, grupos se levantaron en su contra: los hijos de
Moab y los hijos de Amón, los descendientes de Lot, y los Meunitas, una rama de la raza antigua
de los descendientes de Esaú. Tres grandes grupos se levantaron a pelear contra Josafat,
rodeando el extremo sur del Mar Muerto, aproximándose a un punto invisibles a la población.
Pero algunos de entre el pueblo se percataron de esta gran amenaza y fueron a dar avisó a
Josafat.
Y el versículo 3-4 dice, “Y Josafat tuvo miedo y se dispuso a buscar al SEÑOR, y proclamó ayuno
en todo Judá. Y se reunió Judá para buscar ayuda del SEÑOR; aun de todas las ciudades de Judá
vinieron para buscar al SEÑOR.” En medio de la gran amenaza que se les venía encima, Josafat
deja ver su condición humana al mostrar su temor a los hombres que querían destruirlo y a que
Dios le haya quitado su protección y cuidado. Pero este miedo no le impidió actuar
correctamente; en medio del temor el muestra su dependencia del Señor y dispone su corazón
para buscarle. Esta actitud de disponer el corazón a buscar, en el hebreo, hacía referencia a
adorar y postrar el corazón ante alguien mayor, pero también significaba descubrir la voluntad
de ese ser superior. Es decir que al hacer esto Josafat demuestra que el confía más en Dios que
en sus recursos militares.
Desde el punto de vista humano esta es la decisión más absurda que un REY militar pudiera
tomar. Lo que uno esperaría que él hubiera hecho es preparar su milicia para la batalla. Pero el
no hizo nada de esto; el confió en Dios y dio el ejemplo por su propia devoción personal. El buscó
al Señor de todo corazón y proclamó un ayuno en todo Judá para expresar su humildad y total
dependencia de Dios. Cuando nuestra vida y fe está amenazada, debemos buscar al Señor
recordando que no estamos solos y que él está por nosotros. No importa el nombre del enemigo
que se nos venga, el Dios que tenemos es mayor que todos juntos (Salmos 23:4).
En 2 Crónicas 20:5-12 a Josafat le toca defender su caso como un buen abogado en un tribunal,
apelando a la misericordia y el favor de Dios. Adam Clarke llamó a esto «Una de las oraciones
más elegantes, piadosas, correctas y, en cuanto a su composición, una de las más hermosas
jamás ofrecidas bajo la dispensación del Antiguo Testamento.” Josafat se puso en pie en el
centro del atrio restaurado para orar por la nación, apelando a las promesas, a la gloria y a la
reputación de Dios que estaban en juego, porque era a su pueblo que querían destruir. En esta
oración, Josafat nos da una gran lección de cómo orar. En esta oración el reconoce: la soberanía
de Dios (2 Crónicas 20:6), el pacto de Dios (2 Crónicas 20:7), la presencia de Dios (2 Crónicas
20:8-9), la bondad de Dios (2 Crónicas 20:10), la posesión de Dios (2 Crónicas 20:11) y su
dependencia en Él (2 Crónicas 20:12).
Martin J. Selman en su comentario sobre los libros de Crónicas dijo, “Esta frase final, es una de
las expresiones más conmovedoras de confianza en Dios que se encuentran en cualquier parte
de la Biblia”. Hermano, cuando no sepas que hacer, vuelve tus ojos al Señor y pon tu confianza
en Él. Reconócele en todos tus caminos y espera en Él, que Él actuará (Salmos 62:1-2). Hoy es
un buen día para preguntarnos en quién esta puesta nuestra confianza.
“Los que confían en el SEÑOR son como el monte Sion, que es inconmovible, que permanece
para siempre.” (Salmos 125:1-2)
No importa tu condición ni el tamaño de tu amenaza, aquellos que confían en el Señor
permanecerán para siempre porque no depende de ellos sino de Aquel quién les sostiene.
Josafat termina su oración y en 2 Crónicas 20:13. Todo el pueblo estaba ahí, hasta los niños,
estaban ahí haciendo un llamamiento silencioso a Dios; todos estaban juntos buscando el rostro
del Señor. Al parecer después de la gran oración de Josafat, el pueblo se paró en silencio ante
el Señor, esperando escucharle. El pueblo clamo con fe y Dios se hizo presente (2 Crónicas
20:14). El Espíritu del Señor vino sobre Jahaziel y comenzó a hablar diciendo, “Prestad atención,
todo Judá, habitantes de Jerusalén y tú, rey Josafat: así os dice el SEÑOR: «No temáis, ni os
acobardéis delante de esta gran multitud, porque la batalla no es vuestra, sino de Dios.” (2
Crónicas 20:15) Dios no simplemente estaba respondiendo su oración, Él le estaba recordando
que de quien era la batalla: Suya. La multitud de Amonitas y Moabitas no venían solo a destruir
a Josafat, ellos venían a destruir al pueblo de Dios y eso es una GRAN COSA, porque con el pueblo
de Dios nadie se mete (Isaias 49:25-26).
La batalla era del Señor, pero a ellos les tocó hacer algo: el próximo día debían ir contra ellos (2
Crónicas 20:16-17). Este fue un comando importante, porque uno podría pensar que debido a
la promesa del versículo 15, ellos ni siquiera tendrían que presentarse en la batalla. Sin embargo,
Dios quería que salieran e hicieran su parte. Judá no iba a tener que luchar en esta batalla, pero
eso no significaba que no tenían nada que hacer. Fue un paso significativo de fe pararse y creer
que verían la salvación del Señor frente a un gran ejército que le atacaba. Ellos no iban a ganar
esta batalla debido a la fuerza de sus hombres, sino debido al poder del Dios al que ellos iban a
adorar.
Al escuchar esto, “Josafat se inclinó rostro en tierra, y todo Judá y los habitantes de Jerusalén se
postraron delante del SEÑOR, adorando al SEÑOR.” (2 Crónicas 20:18) Tanto el rey como el
pueblo sabían que las palabras proféticas a través de Jahaziel eran verdaderas. Al recibirlo como
palabra de Dios, ellos adoraron, agradeciéndole a Dios. Ellos no esperaron ver a los moabitas
derrotados para adorar, ellos escucharon lo que Dios haría y adoraron. Mientras todos estaban
inclinados sobre sus rostros adorando al Señor, un grupo se puso de pie y comenzó a entonar
cantados de alabanza al Señor (2 Crónicas 20:19). Fue esta una erupción espontánea de cantos.
Al escuchar lo que Dios había prometido, no se contuvieron y saltaron de alegría y comenzaron
alabar a Dios. Esta gente había creído en una salvación futura y esto postro a algunos y levanto
a otros, pero todos hicieron lo mismo adoraron.
¿Has creído tú en una salvación futura? ¿Cuál es tu respuesta al escuchar las promesas de Dios
para contigo? Las promesas de Dios son verdaderas y él ha prometido darnos la victoria por
medio de Jesucristo. Esta verdad debe llevarnos a vivir una vida de adoración sin importar
nuestra situación y condición porque la salvación que se nos ha prometido es mayor que el peor
de nuestros males.
“Un corazón moldeado por Dios” basado en Hechos 20:18-27.

La semana pasada estuvimos viendo el alboroto que se produjo en la ciudad de Éfeso como
resultado del efecto que el evangelio tuvo sobre la población. Antes de salir de Éfeso, Pablo
reunió a los hermanos y los exhortó, animó y motivó. De Éfeso, Pablo sale para Macedonia a
visitar las iglesias allí fundadas: la de Filipo, Tesalónica y Berea donde también exhorta a los
hermanos. De Macedonia, Pablo sale para Grecia; pero regresa nuevamente por Macedonia.
Pablo sale de la ciudad de Troas y sigue viajando y unos tres días después llega a Mileto. Desde
allí mandó a buscar a los ancianos de la iglesia de Éfeso para despedirse de ellos y darles su
última instrucción. Pablo no había querido llegar hasta Éfeso para no perder tiempo ya que
quería llegar a Jerusalén antes de Pentecostés. Ese fue el regreso de Pablo de su tercer viaje
misionero.

Con esa introducción, estamos donde nos quedamos la semana anterior hasta el texto de hoy,
Hechos 20:18-27. Aquí vemos la primera parte de todo lo que Pablo compartió con los ancianos
de Éfeso ese día; no les habla acerca de doctrina porque ellos la conocían, sino que dedica este
último encuentro para hablarles de cómo hacer ministerio. Lo hace hablándoles de cómo él
ministró entre ellos durante tres años. Cuando analizas de que manera el hizo ministerio, te
percatas de que el ministerio que Pablo hizo fluyó de un corazón moldeado por Dios. Así debe
ser siempre; el ministerio debe ser la manifestación externa de lo que Dios ha hecho en nuestros
corazones. El corazón que no ha sido moldeado por Dios, no está listo para ayudar a moldear el
corazón de otro.

La primera manifestación del corazón que Dios había formado en Pablo es su humildad (Hechos
20:18-19). Hablamos mucho de humildad, pero no sabemos como luce porque con frecuencia
esa es una virtud que no forma parte de la mayoría de los hijos de Dios. De hecho, muchos dicen
querer esa virtud, pero se resisten cuando Dios quiere formarla en ellos. Jesús habló de que los
humildes eran bienaventurados, felices, y bendecidos, también haciendo uso de otras palabras.
Jesús dijo en Mateo 5:3, “Bienaventurados los pobres en espíritu, pues de ellos es el reino de
los cielos.”

Stuart Scott, un líder muy conocido y respetado en este campo, escribió un libro llamado “From
Pride to Humility” donde describe 24 características de un corazón humilde. Quiero mencionar
cinco que nos dan una idea de cómo Pablo ministró en la iglesia de Éfeso y otras iglesias, y como
Pablo quería que estos ancianos de la iglesia de Éfeso ministraran en su ausencia.

La humildad muestra un corazón tierno, bondadoso y paciente. Por tanto, la humildad no se


irrita fácilmente y está dispuesta a esperar por el otro.
La persona humilde minimiza el pecado del otro en comparación con su propio pecado. Él ve
que lidiar con su propio pecado es mas importante que lidiar con el pecado del otro.
La persona humilde siempre anda buscando como servir al otro hasta constituirse en buenos
cuidadores. Pablo dice a los tesalonicenses que cuando estuvo con ellos, él fue como una madre
que cuida con ternura a sus hijos.
La persona humilde es un buen oidor de lo que el otro tiene que decir. Considera lo que el otro
dice como mas importante que lo que él tiene que decir.
La persona humilde mira la crítica de otros como algo bueno para su alma porque entiende que,
en la crítica del otro, Dios está tratando de enseñarle algo (2 Samuel 16:10Open in Logos Bible
Software (if available)).
Pablo le dice a los ancianos de Éfeso que él sirvió con toda humildad y con lágrimas. Él se
involucró con la gente de manera persona; no fue un pastor distante e insensible. En Pablo, las
lágrimas fueron la expresión externa de diferentes emociones internas. En ocasiones amonestó
con lágrimas en los ojos (Hechos 20:31), no con ira en sus ojos, sino con lágrimas. Le dolía el
pecado del otro, aún cuando ese pecado fuera contra él mismo. Otras veces, sus lágrimas
representaron la dureza del corazón del otro (Romanos 9:1-2). Al corazón le es natural juzgar,
condenar, ignorar al otro; pero no le es natural llorar por ese otro y mucho menos cuando ese
otro ha sido la causa de sus heridas, como era el caso con el apóstol Pablo.

Cuando Pablo les habla de cómo sirvió entre ellos, lo primero que le dice es: “vosotros bien
sabéis.” En esta conversación que Pablo sostuvo con los ancianos de la iglesia de Éfeso, apela a
ellos mismos como testigos de su caminar: “vosotros sois mis testigos de cómo he sido entre
ustedes.” Si nosotros no somos capaces de decir esto, hay algo que no anda bien con nuestros
ministerios. Nuestras ovejas deben ser los primeros en testificar bien acerca de nuestros
ministerios. Los creyentes de Éfeso podían testificar que lo que Pablo decía en palabras, lo
habían visto en la práctica. Luego le dice, que también sabían que su manera de ministrar fue
así desde el primer día que estuve en Asia, en Éfeso (Hechos 20:18). Como inició, así terminó.
La segunda característica de un corazón moldeado por Dios es que, a la hora de enseñar,
aconsejar, o amonestar, está siempre pensando en el bien del otro y no en el suyo (Hechos
20:20). A veces predicó para salvación; a veces su enseñanza sirvió de confrontación; y a veces
su enseñanza fue para consolar y animar—todos fueron útil. Pablo tuvo un ministerio
balanceado; lo que no hizo fue ministrar para lucrarse (Hechos 20:27). Dos veces dice Pablo no
me eché para atrás a la hora de predicar; no me dejé amedrentar ni por los incrédulos, ni por
las ovejas. Esto es posible cuando somos hombres y mujeres de carácter y de convicciones
firmes.

Todo el consejo de Dios implica predicar los pasajes que nos bendicen y los que nos condenan;
predicar los pasajes que nos animan a seguir y los que nos llaman a detenernos; y predicar los
pasajes que nos consuelan y los que nos entristecen. Pablo ministró para complacer a Dios y no
para complacer al hombre. Pablo tampoco hizo acepción de personas: él predicó a judíos como
a gentiles (Hechos 20:20-21).

La tercera característica de un corazón moldeado por Dios es que confía en Dios


independientemente de las consecuencias (Hechos 20:22-23). Pablo sabía que cuando llegara a
Jerusalén pasaría por grandes dificultades; el Espíritu de Dios le había revelado tal cosa. Aún así
fue a Jerusalén. Pablo era un hombre de fe y como tal, se fue a Jerusalén y allí fue apresado, tal
como Dios le advirtió. La fe es un don y a la vez es un fruto del Espíritu; algo que necesitamos
cultivar. Hay dos cosas que abonan nuestra fe: conocer el carácter de Dios y vivir en dependencia
del Espíritu de Dios.

Del carácter de Dios necesito creer que,

Dios en Su omnipotencia puede hacer todo cuando Él quiera—algo puede ser una dificultad para
nosotros, pero no para Dios
Nada ocurre sin que Dios lo haya determinado activa o pasivamente para que no terminemos
quejándonos contra Dios.
Dios es todo sabio y cada decisión que Él toma por mi y para mi es la mejor.
Dios va delante y, por tanto, las cadenas y aflicciones que esperaban a Pablo eran cadenas y
aflicciones que Dios había preparado de antemano para él. Dios ya estaba en Jerusalén, por así
decirlo, esperando que Pablo llegara.
Dios está por mi sin importar lo ocurrido.
Lo otro que abona mi fe es no valore tanto mi vida y no vivir predominantemente para
preservarla como si esta fuera la mejor vida que yo pudiera vivir. Pablo dice, en ninguna manera
estimo mi vida como valiosa para mí mismo (Hechos 20:24).En otras palabras, el único valor que
mi vida puede tener, dice Pablo, es en referencia a la causa de Cristo. Despegada de ella, mi vida
carece de valor. El único interés de Pablo era que Cristo fuera glorificado estando en vida o
muriendo decapitado, como se piensa que finalmente pasó. Por eso él podía ir a Jerusalén
sabiendo que ahí encontraría dolor. Para tener esa determinación necesitamos no solo
convicción de lo que creemos, sino que además se requiere vivir por una causa que sea superior
al valor que le das a tu propia vida: la causa de Cristo (Hechos 20:24). Pablo entendía que
después que Cristo lo salvó, él tenía una sola meta y un solo propósito: dar testimonio
solemnemente del evangelio de la gracia de Dios.

Eso nos lleva a la cuarta característica de un corazón moldeado por Dios y es que el centro de
gravedad de ese corazón es Cristo, Su evangelio, Su cruz, Su gracia… Una vez la cruz de Cristo
deja de ser el centro de la vida del cristiano, él comienza a alejarse del camino. La cruz me
recuerda que yo estaba condenado en mis delitos y pecados y que ahí, en el Calvario, yo fui
redimido por la sangre del Unigénito de Dios. Eso me hace querer honrar a mi Dios cada día.
También me recuerda que allí, Dios hecho hombre se colgó en un madero y ocupó mi lugar. Si
Él hizo eso cuando yo no quería saber de Él, hoy que soy Su hijo, ¿que no querrá hacer por mi?
La cruz me muestra la misericordia de Dios a favor mío y nos recuerda que hay un precio que
pagar para vivir la vida cristiana a la manera de Dios.

Pablo comienza a despedirse con estas palabras en el versículo 25, “Y ahora, he aquí, yo sé que
ninguno de vosotros, entre quienes anduve predicando el reino, volverá a ver mi rostro.” En
medio de su mensaje Pablo les deja ver el peso que tiene ser embajador de Cristo: no es
simplemente creer en Jesús y vivir una vida mas o menos moral, sino que implica también un
compromiso de compartir el evangelio con el que no conoce a Cristo. Y de ahí las siguientes
palabras:“Por tanto, os doy testimonio en este día de que soy inocentede la sangre de todos,
pues no rehuí declarar a vosotros todo el propósito de Dios.” (Hechos 20:26-27).

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