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CAP.

“COME MUORE UNA LINGUA”

Hablando de traducciones, hay que hablar ántes de la comparación que hace Cervantes con los tapices
flamencos: el traducir de una lengua a otra es como quien mira a los tapices flamencos por el revés,
es decir que aunque se ven las figuras, estas son llenas de hilos que la escurecen, y no se ven con
claridad (lisura y tez de la haz).
El traductor es un ser humilde e infeliz: trabaja en silencio, con conciencia, en la sombra de su autor
y sabe que lo que se dice de él es que es un loco utopista. En efecto, en el ejercicio de la traducción,
hay una paradoja: se dan al traductor intenciones que no tiene por un lado, y por el otro, el traductor
es víctima de dificultades en la naturaleza misma del lenguaje, es decir que su trabajo refleja las
dificultades de un lenguaje.
Hacer uso del lenguaje significa traducir: escuchar y entender alguien que habla significa transponer
su pensamiento en nuestro. Hablar significa diálogo, que es una forma de drama. Ortega y Gasset
dicen que hablar es un ejercicio absurdo, del que la humanidad se cansa. Por ejemplo, si pensamos
en la incertidumbre de no estar comprendidos. En este caso, podemos recordar a Leopardi que dijo
que la gloria del escritor perfecto está borrosa por la imperfección de sus lectores. También el
científico Meillet dice que es casi imposible que un qualquier científico vea sus teorías mencionadas
y reproducidas sin deformaciones.
En efecto, traducir significa reproducir lo que han dicho los demás. De hecho, la traducción tiene algo
en común con el lenguaje normal: el hecho de compender, que es el momento preliminar ántes de
reproducir. En el caso del autor, es él tiene que anular su personalidad para transponer el autor. Por
lo tanto, es el menor traidor entre los mortales.
Sin embargo, Terracini dice que traducir es sobre todo comprender pero no es simplemente
reproducir lo que hemos comprendido: tenemos que buscar la traducción. El traductor tiene confianza
que los que lo leen o escuchan lo puedan comprender.
¿Por qué se traduce? La traducción nace por una distancia cultural, aunque sea leve. Por ejemplo,
puede que haya incomprensión entre generaciones, entre dos lugares distintos, siglos de distancia y,
por lo tanto, es necesario un juego de equivalencias que disminuya esa distancia.
El verdadero traductor, es decir de una lengua a otra, no reproduce sólo el lenguaje de un autor, sino
también traduce de una forma cultural a otra porque cada lengua nace en una cultura, es producto de
aquella cultura (por ejemplo las diferencias entre las variedades de español). Las dos formas de cultura
están diferentes y opuestas. En él coexisten las dos lenguas y culturas, y están claramente distintas la
una de la otra, con un grado de paridad absoluta (no pasa lo mismo en un hablante bilingüe común).
Por lo que se refiere a las lenguas fáciles recordadas por Cervantes, estas nos hacen pensar en la
novela medieval, cuando las fronteras no estaban claras espacialmente. En efecto, en la edad media
no se tradujo, más bien popularizó (volgarizzare), que es diferente. Por ejemplo, las Merveilles dou
monde de Marco Polo fueron escritas en el idioma veneciano que es una lengua híbrida y, en un año,
fue vulgarizada hacia el francés, el latino y el toscano. Pero, en las traducciones hay calcos
semánticos, transposiciones de sonido del original, es decir que no es una traducción verdadera.
Cuando hablamos de traducción, solemos pensar en la traducción escrita, pero no es exacto: en el
mundo de los traductores están también los intérpretes, que se refieren a la lengua hablada. El
intérprete y el traductor están distintos de los hablantes comunes porque tienen un nivel de cultura
que les permite saber que no todas las personas hablan de la misma manera, por lo tanto, puede que
no se comprendan aunque piensen y digan lo mismo. Sin embargo, cuando traduce, puede pasar que
sienta atracción por el autor, traduciendo en una lengua más cerca de él, con el riesgo de que los
lectores no lo entiendan; otras veces, si tiene un sentimiento de fraternidad hacia los lectores, puede
ser infiel hacia el original.
El traductor ideal deberia ser como una pared de cristal (expresión del pensamiento de Benjamin),
es decir que una traducción tiene que ser transparente, no debe cubrir el original, no lo sombrea sino
que deja ver sin deformaciones lo que está mas allá de la pared. El problema de la traducción es, por
lo tanto, el problema del traductor, cuyos objetivos pueden ser diferentes, como también es variado
el uso del lenguaje.

CAPÍTULO 2

Documento bilingüe de los Juramentos de Estrasburgo: Luis, el hijo más grande de los hijos de
Ludovico el Pio, guía de los alemanes, jura por primero el acuerdo con el hermano, y lo hace en la
lengua popular vulgar. Entonces, Carlos repite en alemán la misma fórmula. Esto nos indica dos
elementos comunes en las traducciones:
1. La traducción está hecha para los que no entienden: Carlos repitió las palabras que había
jurado el hermano
2. El traductor/intérprete, debe ser de confianza, debe ser honesto cuando traduce, buscando
equivalencias de una lengua a otra.
Este juego de equivalencias se llama gramática del traductor. La gramática para un hablante común
es un sistema listo para su utilizo en la conciencia del hablante. En el caso del intérprete/traductor, él
tiene dos sistemas, es decir dos lenguas y cada uno le da como parejas que él pueda considerar
equivalentes. Es una gramatica de equivalencias, que es diferente de la gramática base de cada
lengua. En la conciencia del traductor, estas son claramente diferentes y opuestas. En cambio, en los
hablantes comunes que aprenden una lengua es diferente. Es decir, que ellos se apoyan en los hábitos
de la propia lengua al principio, como si utilizaran muletas (stampelle). Sin embargo, tiene que dejar
las muletas porque están peligrosas y hay que empezar a hablar la lengua, no traducirla, es decir hay
que analizarla según las reglas de esta misma lengua, sin utilizar intermediarios (lengua materna). De
esta forma, el hablante se convertirá en hablante autonomo.
Los principiantes suelen traducir de forma literal, que no es una traducción, sino un comentario
gramatical malicioso. Sin embargo, la traducción literal no tiene que estar considerara peligrosa:
puede ser la antesala de una buena traducción. Según Goethe, sirve a quien lee para comprender y
poseer el texto, como decía Fóscolo, “traducir para si mismo”.
El traductor ideal debe obtener las equivalencias que necesita, después de haber descompuesto la
lengua de la que traduce. En este sentido, la gramática del traductor es comparativa, o diferencial.
Es decir, no hay identidades totales entre las expresiones lingüísticas, sino hay diferencias mínimas
según la connotación que se da a una palabra. El valor de algunas palabras jamás será igual: tiene por
ejemplo una sinonimia diferente en la otra lengua. Por ejemplo, en árabe hay muchísimas palabras
para decir camello porque en la cabeza de cada cultura hay imágenes diferentes.
Por lo que se refiere al lenguaje en acto, cuando tenemos fragmentos de discurso, las discrepancias
se resolven de una manera u otra. En efecto, el traductor, se basa sobre todo en los sintagmas y los
traductores principiantes no necesitan palabras únicos, sino deben aprender sintagmas y frases
equivalentes. Además, ántes de traducir, el traductor tiene que hacer una análisis del contenido. En
esto se identifica el juego diferencial de los sintagmas de la lengua viva y también la búsqueda de
equivalencias, donde equivalencia significa transmitir a la otra lengua un mensaje como lo
expresaría un hablante nativo. En cuanto a las palabras únicas, la equivalencia ocurre cada vez que
una palabra se sostituye a la otra. Por lo tanto, el sistema comparato del traductor está hecho por una
pareja de signos no arbitrarios o motivados.
La equivalencia se puede establecer entre muchos elementos lingüísticos.
Sin embargo, muchos piensan que el poliglota europeo es despilfarro de energía porque las lenguas
europeas tienen más o menos la misma forma mental. También Cervantes dice que traducir de lenguas
fáciles significa traducir con calcos.

CAPÍTULO 3: LINGUA E CULTURA

El traductor es un vehículo a través el cual nos llega una cultura diferente. Todas las culturas son
expansivas: por ejemplo, Vossler dice que las traducciones alemanas de la Comedia son como una
conquista de la cultura alemana.
Una traducción tiene carácter expansionístico cuando traduce siendo más fiel a la lengua original
porque la lengua original es expansionística. Puede ser un ejemplo el latín cuando fue popularizado
a la lengua vulgar. La fuerza de expansión adquiere carácter propagandístico, que se funda en el
princípio de traer a casa algo nuevo de otra comunidad lingüística, presentándolo como un producto
genuino. Por ejemplo, la propaganda religiosa: la fórmulas de confesión traducidas para la
evangelización de las poblaciones indígenas. Estas no son traducciones, sino el vehículo con el cual
el pensamiento lingüístico se impone.
Cuando en las traducciones hay trasposiciones, entonces la traducción puede ser sinónimo de
exigéncia de desarrollo cultural: esta cultura/lengua necesita adquirir y hacer suyas formas nuevas.
¿La traducción tiene límites? No tiene verdaderos límites porque el traductor, siendo maestro por
definición de dos lenguas, domina dos civilizaciones también. Tiene límites prácticos cuando por
ejemplo su posición está de acuerdo con la de sus lectores. Por ejemplo, cuando Merimée tradujo
Extraño cuento de Turgenev, al público francés pareció muy extraño porque lo vió demasiado ruso,
por lo tanto incomprensible. Sin embargo, Merimée dijo que también la Odisea es muy griega, pero
hay quien la entiende. Esto nos hace comprender que una traducción tiene que estar precedida por un
interés por parte del público. Sobre todo si es lejano, deberíamos ántes acercarnos a la cultura,
informándonos y saber cómo piensan y viven.
Goethe elogió a Lutero por su traducción de la Biblia: tiene un tono didáctico-moral y está al unísono
con el espíritu de su nación. Asimismo, su Biblia empezó la historia de la lengua alemana moderna.
Otro personaje que vulgarizó la Biblia fue San Gerólamo, que dijo que buscaba sentencias (frases),
no verba (palabras). Es decir, para él, la superficie (forma) no importa: lo que importa es el contenido,
la médula.
A veces hay actitudes que predominan sobre el espíritu de una época. Entonces, nace un nuevo
concepto en la experiencia de los hablantes y eso requiere una nueva palabra. Muy a menudo, en las
traducciones no se inventa otra palabra, sino se hace un calco o se transpone tal y como es. Por
ejemplo, un erudito que traduce para sus compatriotas un tratado tendría que crear o ricrear palabras
técnicas aisladas. Por esta razón, se prefiere utilizar un préstito como por ejemplo meeting, lo que
permite al público de acercarse a un texto sin desconfianza y al traductor de no traducir.
Luego, un préstito deja de serlo cuando entra se empieza a utilizar con más frecuencia en la lengua y
en las traducciones se encuentran sin comillas. Sin embargo, sirven para dar color local, como por
ejemplo se hizo con la traducción italiana Guerra e pace, dejando Piotr y Natascia y no Pietro y
Natalia.
Don Quijote decía que traducir de las lenguas clásicas es un ejercicio saludable, pero podemos decir
lo mismo sobre todas las lenguas: todas pueden darnos alimento espiritual.
Asimismo, cuando se traduce, hay que tener en cuenta las diferencias de tono, que es único en cada
lengua y es, por lo tanto intraducible hacia otras lenguas. Por ejemplo, muy a menudo la lengua
francés es considerada la lengua de la clarté, el italiano la lengua bella o clásica, los verbos alemanes
tienen muchas sutilezas. Por lo tanto, la traducción tendrá necesariamente una índola diferente.
Además, la dificultad de traducción depende de las lenguas a las que se traduce. Por ejempo, traducir
Platón al inglés es mucho más difícil que hacerlo hacia el italiano o español porque son lenguas llenas
de clasicismos. En efecto, Jowett dijo que tuvo muchas dificultades intentando traducir Platón.
Cuando traducimos poesías, es muy difícil reproducir las mismas emociones.

CAPÍTULO 4: ESTILO POÉTICO DE LA


TRADUCCIÓN

Hay escritores que necesitan resaltar su propia originalidad mientras traducen: sus gustos, su propia
cultura, el hecho de que se sientan diferentes del entorno que los rodea. Ellos lo hacen separándose
de la tradición común de su lengua. Por lo que se refiere al traductor, esto es sensible a la novedad
formal que emana el texto que traduce. Por lo tanto, nace una traducción que estimula las facultades
críticas del lector que no evita lo inusual y lo difícil. Esta se llama traducción crítica y realística.
Hay también escritores que prefieren buscar su propia expresión, sumergiéndose en la lengua viva,
simplemente interpretando la interioridad expresiva, sin dejar huella que distingue su propia persona.
Este tipo corresponde a la traducción idealística, que mira a la forma interior del original e intenta
reproponer a su lector.
¿Cuál es el estilo del traductor? Por ejemplo, si hablamos de la traducción que Fóscolo hizo de Sterner
(Viaggio sentimentale di Yorick), podemos ver que él se concentró en la forma y el estilo, utilizando
palabras arcaicas y vagas. El diccionario Tommaseo dijo que se puede sentir que no se trata de lengua
viva. La traducción de Fóscolo no opaca el tono de Sterne, ya que la traducción muestra fidelidad al
texto, en el sentido de que Fóscolo siente que es necesario traducir cada detalle: guarda el aliento
rítmico del original.
Este tipo de traducción poética se puede llamar poesía de la poesía o los románticos dirían emoción
de la emoción poética. Sin embargo, la traducción debe tener interés también para el contenido. Hay
que separar la traducción poética de la poesía de la propia traducción. En efecto, la traducción es
antetodo una interpretación pero un traductor no se limita sólo a la crítica y a la interpretación, sino
necesita también cualidades próximas a la creación poética como el virtuosismo verbal.
Terracini compara el traductor al conductor de orquestra: él siente angustia cuando eleva su
baqueta/varita para dar el tiempo, porque tiene que continuar con este durante toda la interpretación.
Asimismo, el traductor tiene que eligir un tono y mantenerlo así hasta el final. Los traductores tienen
que tener en cuenta el ritmo, es decir la rima, los juegos con asonancias, aliteraciones. Por ejemplo,
G. Mucchi, al traducir al italiano la poesía de Góngora Mientras por competir con tu cabello,
reprodujo la misma construcción con las enumeraciones. Se trata de una coerencia de ritmo y tono
que refleja la actitud del traductor.
Un traductor puede sugerir la distancia histórica al traducir un texto lejano temporalmente: este oculta
el deseo del traductor de acercarse a su original. Sin embargo, necesitaría notas para explicar lo que
se siente muy legano o puede ser incomprensible.

CAP. 5: EL ESTILO POÉTICO DE LA PROSA

En la prosa el problema dominante es la claridad: muchas veces el autor tiene intenciones


intelectuales. Asimismo, hay autores que utilizan conceptos claramente separados, es decir una
terminología técnica; otros utilizan conceptos vagos. La traducción acompaña esta búsqueda de
claridad: por ejemplo, hay traductores que intentan delimitar ellos también los conceptos.
El problema de la traducción se resuelve al dar prioridad a la comprensión interne del original, pero
se necesita de un trabajo lungo y comparativo.
¿Para quién trabaja el traductor? Para todos, aunque pocos reconocen su trabajo (fatica). A veces los
lectores ni se dan cuenta que están leyendo un libro traducido. Además, los sabios no necesitan
traducciones o prefieren su propia interpretación a la del autor. Los semiductos están listos para
criticar los errores del traductor. Están muy apreciadas las versiones con el texto original al lado: es
una traducción que guía y les permite comunicar directamente con el original.

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