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El hombre que vive bien o que vive moralmente no es el comúnmente se llama “una
buena vida”.
Lo anterior no significa que la vida bien vivida deje por esa razón de ser una vida
agradable y en todos los casos una gran vida.
El hombre que “vive bien” es el que vive obedeciendo a sus inclinaciones más íntimas,
no así el “buena vida” que no obedece a sus inclinaciones más íntimas sino que actúa a
merced de su capricho.
Miremos una “buena vida”, en este caso un músico, acompañado de baterías y guitarras,
platillos y maracas, sintetizadores electrónicos; se agita furiosamente en medio de luces
parpadeantes y como enloquecido asume y hace asumir actitudes frenéticas. El
espectáculo fue un éxito: millones de pesos ingresan a su patrimonio que destinará más
tarde a satisfacerse con frenesí similar al que desplegara en el momento de la ejecución
de la obra. Pero como sucede con la obra, el éxito también termina y la decepción va
por partida doble: primero por privación de éxito, porque una vez que éste termina ya
no se tiene, y segundo, porque el éxito, aunque si bien llena algo en el hombre, sin
embargo no lo colma plenamente.
Veamos otro “buena vida”; nos tocó un hombre que hace de su cuerpo un instrumento
de placer sensible, toma licor hasta embriagarse, busca la manera de perpetuar la
sensación de placer, se entrega con pasión desenfrenada a todo aquello que le
proporcione un bienestar fisiológico y el sentido de su vida lo fija en su locura; pero el
cuerpo humano, sensible como es, se vuelve contra la persona y se convierte en fuente
de dolor cuando se ha sobrepasado sus límites.
Un “buena vida” más, es el que se propone vivir el ritmo de sus impulsos, y en buen uso
de su propósito cede a sus deseos de pasear cuando debe ponerse a trabajar; como
quiere vivir al natural se irrita ante lo que de acuerdo con su gusto considera inoportuno
y da al traste con lo que le desagrada. Este “buena vida” es el que vive al día, se agita,
golpea, hiere y es holgazán.
Vivir siguiendo los impulsos inmediatos se asemeja más a vivir como animal que como
humano.
Podríamos seguir enumerando indefinidamente distintos modos de vida que reflejan
tipos humanos similares: El superficial, el egoísta, el que espera una rendición espiritual
proveniente de los bienes materiales, etc. Todos estos destinos, que en definitiva
significan no enfrentar el problema de comprometerse consigo mismo, se asemejan a
un querer tapar el sol con las manos. Puede suceder que quien vive de esta manera
llegue a vivir tranquilo durante cierto tiempo, incluso a subir de frente a los ojos de los
demás; sin embargo, el rendimiento de estas ganancias se agota con facilidad y una vez
agotadas, dejan incapaz al hombre de encontrarse solo consigo mismo. Un hombre que
no sea capaz de resistir este tipo de soledad no puede ser un hombre feliz, y ello
sencillamente porque no ha vivido bien.
Es una realidad, por ejemplo, que el hombre necesita comer para poder subsistir; el
hombre debe, en consecuencia, extraer su conducta de esa realidad, es decir, debe
comer todo lo que necesita para mantenerse en la existencia; pero si el hombre, por
capricho, por gula, come más de lo que necesita para mantenerse en la existencia,
excediéndose en la cantidad de alimentos, en consecuencia irrespetando la exigencia de
la realidad, lo que está provocando en definitiva es su propia aniquilación o destrucción.
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