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GRAN ENCUENTRO DE ORACIÓN POR LA RECONCILIACIÓN NACIONAL

PALABRAS DEL SANTO PADRE


Parque Las Malocas (Villavicencio), Viernes, 8 de septiembre de 2017

Queridos hermanos y hermanas: Desde el primer día deseaba que llegara este momento de nuestro
encuentro. Ustedes llevan en su corazón y en su carne huellas, las huellas de la historia viva y reciente de su
pueblo, marcada por eventos trágicos pero también llena de gestos heroicos, de gran humanidad y de alto
valor espiritual de fe y esperanza. Los hemos escuchado. Vengo aquí con respeto y con una conciencia clara
de estar, como Moisés, pisando un terreno sagrado (cf. Ex 3,5). Una tierra regada con la sangre de miles de
víctimas inocentes y el dolor desgarrador de sus familiares y conocidos. Heridas que cuesta cicatrizar y que
nos duelen a todos, porque cada violencia cometida contra un ser humano es una herida en la carne de la
humanidad; cada muerte violenta nos disminuye como personas.

Y estoy aquí no tanto para hablar yo sino para estar cerca de ustedes, mirarlos a los ojos, para escucharlos,
abrir mi corazón a vuestro testimonio de vida y de fe. Y si me lo permiten, desearía también abrazarlos y, si
Dios me da la gracia, porque es una gracia, quisiera llorar con ustedes, quisiera que recemos juntos y que nos
perdonemos ―yo también tengo que pedir perdón― y que así, todos juntos, podamos mirar y caminar hacia
delante con fe y esperanza.

Nos reunimos a los pies del Crucificado de Bojayá, que el 2 de mayo de 2002 presenció y sufrió la masacre de
decenas de personas refugiadas en su iglesia. Esta imagen tiene un fuerte valor simbólico y espiritual. Al
mirarla contemplamos no sólo lo que ocurrió aquel día, sino también tanto dolor, tanta muerte, tantas vidas
rotas, tanta sangre derramada en la Colombia de los últimos decenios. Ver a Cristo así, mutilado y herido, nos
interpela. Ya no tiene brazos y su cuerpo ya no está, pero conserva su rostro y con él nos mira y nos ama.
Cristo roto y amputado, para nosotros es «más Cristo» aún, porque nos muestra una vez más que Él vino para
sufrir por su pueblo y con su pueblo; y para enseñarnos también que el odio no tiene la última palabra, que el
amor es más fuerte que la muerte y la violencia. Nos enseña a transformar el dolor en fuente de vida y
resurrección, para que junto a Él y con Él aprendamos la fuerza del perdón, la grandeza del amor.

Gracias a ustedes cuatro, hermanos nuestros que quisieron compartir su testimonio, en nombre de tantos y
tantos otros. ¡Cuánto bien, parece egoísta, pero cuánto bien nos hace escuchar sus historias! Estoy
conmovido. Son historias de sufrimiento y amargura, pero también y, sobre todo, son historias de amor y
perdón que nos hablan de vida y esperanza; de no dejar que el odio, la venganza o el dolor se apoderen de
nuestro corazón.

El oráculo final del Salmo 85: «El amor y la verdad se encontrarán, la justicia y la paz se abrazarán» (v.11), es
posterior a la acción de gracias y a la súplica donde se le pide a Dios: ¡Restáuranos! Gracias Señor por el
testimonio de los que han infligido dolor y piden perdón; los que han sufrido injustamente y perdonan. Eso
sólo es posible con tu ayuda y con tu presencia. Eso ya es un signo enorme de que quieres restaurar la paz y
la concordia en esta tierra colombiana.

Pastora Mira, tú lo has dicho muy bien: Quieres poner todo tu dolor, y el de miles de víctimas, a los pies de
Jesús Crucificado, para que se una al de Él y así sea transformado en bendición y capacidad de perdón para
romper el ciclo de violencia que ha imperado en Colombia. Y tienes razón: la violencia engendra violencia, el
odio engendra más odio, y la muerte más muerte. Tenemos que romper esa cadena que se presenta como
ineludible, y eso sólo es posible con el perdón y la reconciliación concreta. Y tú, querida Pastora, y tantos otros
como tú, nos han demostrado que esto es posible. Con la ayuda de Cristo, de Cristo vivo en medio de la
comunidad es posible vencer el odio, es posible vencer la muerte, es posible comenzar de nuevo y alumbrar
una Colombia nueva. Gracias, Pastora, qué gran bien nos haces hoy a todos con el testimonio de tu vida. Es el
crucificado de Bojayá quien te ha dado esa fuerza para perdonar y para amar, y para ayudarte a ver en la
camisa que tu hija Sandra Paola regaló a tu hijo Jorge Aníbal, no sólo el recuerdo de sus muertes, sino la
esperanza de que la paz triunfe definitivamente en Colombia. ¡Gracias, gracias!
Nos conmueve también lo que ha dicho Luz Dary en su testimonio: que las heridas del corazón son más
profundas y difíciles de curar que las del cuerpo. Así es. Y lo que es más importante, te has dado cuenta de
que no se puede vivir del rencor, de que sólo el amor libera y construye. Y de esta manera comenzaste a
sanar también las heridas de otras víctimas, a reconstruir su dignidad. Este salir de ti misma te ha enriquecido,
te ha ayudado a mirar hacia delante, a encontrar paz y serenidad y además un motivo para seguir caminando.
Te agradezco la muleta que ofreces. Aunque aún te quedan heridas, te quedan secuelas físicas de tus heridas,
tu andar espiritual es rápido y firme. Ese andar espiritual no necesita violen… [ndr. muletas]. Y es rápido y
firme porque piensas en los demás -¡gracias!- y quieres ayudarles. Esta muleta tuya es un símbolo de esa otra
muleta más importante, y que todos necesitamos, que es el amor y el perdón. Con tu amor y tu perdón estás
ayudando a tantas personas a caminar en la vida, y a caminar rápidamente como tú. Gracias.

Quiero agradecer también el testimonio elocuente de Deisy y Juan Carlos. Nos hicieron comprender que todos,
al final, de un modo u otro, también somos víctimas, inocentes o culpables, pero todos víctimas. Los de un
lado y los de otro, todos víctimas. Todos unidos en esa pérdida de humanidad que supone la violencia y la
muerte. Deisy lo ha dicho claro: comprendiste que tú misma habías sido una víctima y tenías necesidad de que
se te concediera una oportunidad. Cuando lo dijiste, esa palabra me resonó en el corazón. Y comenzaste a
estudiar, y ahora trabajas para ayudar a las víctimas y para que los jóvenes no caigan en las redes de la
violencia y de la droga, que es otra forma de violencia. También hay esperanza para quien hizo el mal; no
todo está perdido. Jesús vino para eso: hay esperanza para quien hizo el mal. Es cierto que en esa
regeneración moral y espiritual del victimario la justicia tiene que cumplirse. Como ha dicho Deisy, se debe
contribuir positivamente a sanar esa sociedad que ha sido lacerada por la violencia.

Resulta difícil aceptar el cambio de quienes apelaron a la violencia cruel para promover sus fines, para
proteger negocios ilícitos y enriquecerse o para, engañosamente, creer estar defendiendo la vida de sus
hermanos. Ciertamente es un reto para cada uno de nosotros confiar en que se pueda dar un paso
adelante por parte de aquellos que infligieron sufrimiento a comunidades y a un país entero. Es cierto que en
este enorme campo que es Colombia todavía hay espacio para la cizaña. No nos engañemos. Ustedes estén
atentos a los frutos, cuiden el trigo, no pierdan la paz por la cizaña. El sembrador, cuando ve despuntar la
cizaña en medio del trigo, no tiene reacciones alarmistas. Encuentra la manera de que la Palabra se encarne
en una situación concreta y dé frutos de vida nueva, aunque en apariencia sean imperfectos o inacabados (cf.
Exhort. ap. Evangelii gaudium, 24). Aun cuando perduren conflictos, violencia o sentimientos de venganza, no
impidamos que la justicia y la misericordia se encuentren en un abrazo que asuma la historia de dolor de
Colombia. Sanemos aquel dolor y acojamos a todo ser humano que cometió delitos, los reconoce, se
arrepiente y se compromete a reparar, contribuyendo a la construcción del orden nuevo donde brille la justicia
y la paz.

Como ha dejado entrever en su testimonio Juan Carlos, en todo este proceso, largo, difícil, pero esperanzador
de la reconciliación, resulta indispensable también asumir la verdad. Es un desafío grande pero necesario. La
verdad es una compañera inseparable de la justicia y de la misericordia. Las tres juntas son esenciales para
construir la paz y, por otra parte, cada una de ellas impide que las otras sean alteradas y se transformen en
instrumentos de venganza sobre quien es más débil. La verdad no debe, de hecho, conducir a la venganza,
sino más bien a la reconciliación y al perdón. Verdad es contar a las familias desgarradas por el dolor lo que ha
ocurrido con sus parientes desaparecidos. Verdad es confesar qué pasó con los menores de edad reclutados
por los actores violentos. Verdad es reconocer el dolor de las mujeres víctimas de violencia y de abusos.

Quisiera, finalmente, como hermano y como padre, decir: Colombia, abre tu corazón de pueblo de Dios, déjate
reconciliar. No le temas a la verdad ni a la justicia. Queridos colombianos: No tengan miedo a pedir y a ofrecer
el perdón. No se resistan a la reconciliación para acercarse, reencontrarse como hermanos y superar las
enemistades. Es hora de sanar heridas, de tender puentes, de limar diferencias. Es la hora para desactivar los
odios, y renunciar a las venganzas, y abrirse a la convivencia basada en la justicia, en la verdad y en la
creación de una verdadera cultura del encuentro fraterno. Que podamos habitar en armonía y fraternidad,
como desea el Señor. Pidámosle ser constructores de paz, que allá donde haya odio y resentimiento,
pongamos amor y misericordia (cf. Oración atribuida a san Francisco de Asís).
Aparte de las palabras del Presidente de la República de Colombia,
Juan Manuel Santos, al aceptar el Premio Nobel de Paz
“LA PAZ EN COLOMBIA: DE LO IMPOSIBLE A LO POSIBLE”
Oslo, Noruega , sábado, 10 de diciembre de 2016

Sus Majestades; Sus Altezas Reales; distinguidos miembros del Comité Noruego del Nobel; queridos ciudadanos de
Colombia; ciudadanos del mundo; señoras y señores: Hace tan solo seis años los colombianos no nos atrevíamos a
imaginar el final de una guerra que habíamos padecido por medio siglo. Para la gran mayoría de nosotros, la paz parecía
un sueño imposible, y era así por razones obvias, pues muy pocos –casi nadie– recordaban cómo era vivir en un país en
paz.

Hoy, luego de seis años de serias y a menudo intensas, difíciles negociaciones, puedo anunciar a ustedes y al mundo, con
profunda humildad y gratitud, que el pueblo de Colombia –con el apoyo de nuestros amigos de todo el planeta– está
haciendo posible lo imposible. La guerra que causó tanto sufrimiento y angustia a nuestra población, a lo largo y ancho
de nuestro bello país, ha terminado. Al igual que la vida, la paz es un proceso que nos depara muchas sorpresas.
Tan solo hace dos meses, los colombianos –y de hecho el mundo entero– quedamos impactados cuando, en un
plebiscito convocado para refrendar el acuerdo de paz con las FARC, los votos del “No” superaron por estrecho margen
a los votos del “Sí”. Fue un resultado que nadie imaginaba. Una semana antes, en Cartagena, habíamos encendido una
llama de esperanza al firmar el acuerdo en presencia de los líderes del mundo. Y ahora, de repente, esta llama parecía
extinguirse.
Me propuse convertir este revés en una oportunidad para alcanzar el más amplio consenso que hiciera posible un nuevo
acuerdo. Me dediqué a escuchar las inquietudes y sugerencias de quienes votaron “No”, de quienes votaron “Sí”, y
también de los que no votaron –que eran la mayoría–, para lograr un nuevo y mejor acuerdo, un acuerdo que toda
Colombia pudiera apoyar.

No habían pasado cuatro días desde el sorprendente plebiscito, cuando el Comité Noruego anunció una decisión
igualmente sorprendente sobre la concesión del Premio Nobel de Paz. Y debo confesar que esta noticia llegó como un
regalo del cielo. En un momento en que nuestro barco parecía ir a la deriva, el Premio Nobel fue el viento de popa que
nos impulsó para llegar a nuestro destino: ¡el puerto de la paz!

Gracias, muchas gracias, por este voto de confianza y de fe en el futuro de mi país. Hoy, distinguidos miembros del
Comité Noruego del Nobel, vengo a decirles a ustedes –y, a través suyo, a la comunidad internacional– que lo logramos.
¡Llegamos a puerto! Hoy tenemos en Colombia un nuevo acuerdo para la terminación del conflicto armado con las FARC,
que acoge la mayoría de las propuestas que nos hicieron. Este nuevo acuerdo se firmó hace dos semanas y fue
refrendado la semana pasada por el Congreso de la República, por una abrumadora mayoría, para que comience a
incorporarse a nuestra normatividad. El largamente esperado proceso de implementación ya comenzó, con el aporte
invaluable de las Naciones Unidas.

Con este nuevo acuerdo termina el conflicto armado más antiguo, y el último, del Hemisferio Occidental. Con este
acuerdo –como dispuso Alfred Nobel en su testamento– comienza el desmantelamiento de un ejército –en este caso un
ejército irregular– y su conversión en un movimiento político legal.

Con este acuerdo podemos decir que América –desde Alaska hasta la Patagonia– es una zona de paz. Y podemos
hacernos ahora una pregunta audaz: si la guerra puede terminar en un hemisferio, ¿por qué no pueden algún día los dos
hemisferios estar libres de ell.a Tal vez, hoy más que nunca, podemos atrevernos a imaginar un mundo sin guerra. Lo
imposible puede ser posible. La guerra no puede ser de ninguna manera un fin en sí misma. Es tan solo un medio, y un
medio que siempre debemos tratar de evitar. He sido líder en tiempos de guerra –para defender la libertad y los
derechos de los colombianos– y he sido líder para hacer la paz. Por eso puedo decirles, por experiencia propia, que es
mucho más difícil hacer la paz que hacer la guerra.

Cuando es necesario, debemos estar preparados para luchar, y a mí me correspondió –como ministro de Defensa y
como presidente– combatir a los grupos armados ilegales en mi país. Lo hice con efectividad y contundencia, cuando los
caminos de la paz estaban cerrados. Sin embargo, es insensato pensar que el fin de los conflictos sea el exterminio de la
contraparte. La victoria final por las armas –cuando existen alternativas no violentas– no es otra cosa que la derrota del
espíritu humano. Vencer por las armas, aniquilar al enemigo, llevar la guerra hasta sus últimas consecuencias, es
renunciar a ver en el contrario a otro ser humano, a alguien con quien se puede hablar.

Dialogar… respetando la dignidad de todos. Eso es lo que hicimos en Colombia. Y por eso tengo el honor de estar hoy
aquí, compartiendo lo que aprendimos en nuestra ardua experiencia.

El primer paso, uno crucial, fue dejar de ver a los guerrilleros como enemigos, para considerarlos simplemente como
adversarios. El general Álvaro Valencia Tovar –quien fuera comandante del Ejército de Colombia, historiador y
humanista– me enseñó esta diferencia. Él decía que la palabra “enemigo” tiene una connotación de lucha pasional y de
odio que no corresponde al honor militar. Humanizar la guerra no es solo limitar su crueldad, sino también reconocer
en el contrincante a un semejante, a un ser humano.

Los historiadores calculan que durante el siglo XX murieron hasta 187 millones de personas por causa de las guerras.
¡187 millones! Cada una de ellas era una vida humana invaluable, alguien amado por su familia y sus seres queridos.
Trágicamente, la cuenta sigue creciendo en este nuevo siglo. Es bueno recordar ahora la incisiva pregunta de Bob Dylan,
mi colega en la recepción del Premio Nobel este año, que tanto nos conmovió en los años sesenta a quienes fuimos
jóvenes entonces: “¡Cuántas muertes más serán necesarias hasta que comprendamos que han muerto demasiados! La
respuesta, mi amigo, va volando con el viento”.

Cuando me preguntaban si yo aspiraba al premio Nobel, siempre respondía que para mí el verdadero premio era la paz
de Colombia. Porque ese es el verdadero premio: ¡la paz de mi país! Y esa paz no es de un presidente ni de un gobierno,
sino de todo el pueblo colombiano, pues la tenemos que construir entre todos. Por eso este premio lo recibo en nombre
de cerca de 50 millones de colombianos –mis compatriotas– que ven, por fin, terminar una pesadilla de más de medio
siglo que solo trajo dolor, miseria y atraso a nuestra nación.
Y lo recibo –sobre todo– en nombre de las víctimas; de más de 8 millones de víctimas y desplazados cuyas vidas han sido
devastadas por el conflicto armado, y más de 220 mil mujeres, hombres y niños que, para nuestra vergüenza, han sido
asesinados en esta guerra.
Los expertos me dicen que el proceso de paz en Colombia es el primero en el mundo que ha puesto en el centro de su
solución a las víctimas y sus derechos. Adelantamos esta negociación haciendo un gran énfasis en los derechos
humanos. Y de esto nos sentimos muy orgullosos.

Las víctimas quieren la justicia, pero más que nada quieren la verdad, y quieren –con espíritu generoso– que no haya
nuevas víctimas que sufran lo que ellas sufrieron. El profesor Ronald Heifetz, fundador del Centro de Liderazgo de la
Escuela Kennedy de Gobierno de la Universidad de Harvard, de donde me gradué, me dio un sabio consejo: “Cuando se
sienta desanimado, cansado, pesimista, hable siempre con las víctimas. Son ellas las que le darán ánimo y fuerzas para
continuar”. Y así ha sido. Siempre que pude, hablé con las víctimas de esta guerra y escuché sus desgarradoras historias.
Algunas de ellas están aquí hoy, recordándonos por qué es tan importante que construyamos una paz estable y
duradera. Yo quisiera pedirles a las víctimas aquí presentes –en representación de las víctimas del conflicto armado en
Colombia– que se pongan de pie para que reciban el homenaje que merecen.
Leyner Palacios es una de estas víctimas. El 2 de mayo de 2002, un mortero rudimentario lanzado por las FARC, en
medio de un combate con los paramilitares, cayó en la iglesia de su pueblo –Bojayá–, donde sus habitantes habían
buscado refugio. Murieron cerca de 80 hombres, mujeres y niños, ¡la mayoría niños! En cuestión de segundos, Leyner
perdió a 32 familiares, incluidos sus padres y tres hermanos menores. Las FARC han pedido perdón por este hecho
atroz, y Leyner, que ahora es un líder comunitario, los ha perdonado. Y ésta es la gran paradoja con la que me he
encontrado: mientras muchos que no han sufrido en carne propia el conflicto se resisten a la paz, son las víctimas las
más dispuestas a perdonar, a reconciliarse, y a enfrentar el futuro con un corazón libre de odio.

El acuerdo de paz en Colombia es un rayo de esperanza en un mundo afectado por muchos conflictos y demasiada
intolerancia. Es una demostración de que lo que en un principio parece imposible –si se persevera– se puede volver
posible, incluso en Siria o en Yemen o en Sudán del Sur. Hoy Colombia –mi amado país– está disfrutando de esa segunda
oportunidad, y les doy las gracias, miembros del Comité Noruego del Nobel, porque en esta ocasión no solo premiaron
un esfuerzo por la paz: ¡ustedes ayudaron a hacerla posible! El sol de la paz brilla, por fin, en el cielo de Colombia.
¡Que su luz ilumine al mundo entero!.
«Tengo un sueño»
por MARTIN LUTHER KING
Washington en 1963.

«Estoy orgulloso de reunirme con ustedes hoy en la que quedará como la mayor manifestación por la libertad en la
historia de nuestra nación. Hace cien años, un gran americano, cuya sombra simbólica nos cobija, firmó la Proclama de
Emancipación. Este importante decreto se convirtió en un gran faro de esperanza para millones de esclavos negros que
fueron cocinados en las llamas de la injusticia. Llegó como un amanecer de alegría para terminar la larga noche del
cautiverio. Pero 100 años después debemos enfrentar el hecho trágico de que el negro aún no es libre. Cien años
después, la vida del negro es todavía minada por los grilletes de la discriminación. Cien años después, el negro vive en
una solitaria isla de pobreza en medio de un vasto océano de prosperidad material. Cien años después, el negro todavía
languidece en los rincones de la sociedad estadounidense y se encuentra a sí mismo exiliado en su propia tierra.

Y así hemos venido aquí hoy para dramatizar una condición extrema. En cierto sentido, llegamos a la capital de nuestra
nación para cobrar un cheque. Cuando los arquitectos de nuestra república escribieron las magníficas palabras de la
Constitución y la Declaración de Independencia, firmaban una promisoria nota de la que todo estadounidense sería
heredero. Esa nota era una promesa de que todos los hombres tendrían garantizados los derechos inalienables de 'vida,
libertad y búsqueda de la felicidad'. Es obvio hoy que Estados Unidos ha fallado en su promesa en lo que respecta a sus
ciudadanos de color. En vez de honrar su obligación sagrada, Estados Unidos dio al negro un cheque sin valor que fue
devuelto con el sello de 'fondos insuficientes'. Pero nos rehusamos a creer que el banco de la justicia está quebrado. Nos
rehusamos a creer que no hay fondos en los grandes depósitos de oportunidad en esta nación. Por eso hemos venido a
cobrar ese cheque, un cheque que nos dará las riquezas de la libertad y la seguridad de la justicia.

También hemos venido a este lugar sagrado para recordarle a Estados Unidos la urgencia feroz del ahora. Este no es
tiempo para entrar en el lujo del enfriamiento o para tomar la droga tranquilizadora del gradualismo. Ahora es el tiempo
de elevarnos del oscuro y desolado valle de la segregación hacia el iluminado camino de la justicia racial. Ahora es el
tiempo de elevar nuestra nación de las arenas movedizas de la injusticia racial hacia la sólida roca de la hermandad.
Ahora es el tiempo de hacer de la justicia una realidad para todos los hijos de Dios. Sería fatal para la nación pasar por
alto la urgencia del momento. Este sofocante verano del legítimo descontento del negro no terminará hasta que venga
un otoño revitalizador de libertad e igualdad. 1963 no es un fin, sino un principio. Aquellos que piensan que el negro
sólo necesita evacuar su frustración y que ahora permanecerá contento, tendrán un rudo despertar si la nación regresa
a su rutina.

No habrá ni descanso ni tranquilidad en Estados Unidos hasta que el negro tenga garantizados sus derechos de
ciudadano. Los remolinos de la revuelta continuarán sacudiendo los cimientos de nuestra nación hasta que emerja el
esplendoroso día de la justicia. Pero hay algo que debo decir a mi gente, que aguarda en el cálido umbral que lleva al
palacio de la justicia: en el proceso de ganar nuestro justo lugar no deberemos ser culpables de hechos erróneos. No
saciemos nuestra sed de libertad tomando de la copa de la amargura y el odio. Siempre debemos conducir nuestra lucha
en el elevado plano de la dignidad y la disciplina. No debemos permitir que nuestra protesta creativa degenere en
violencia física. Una y otra vez debemos elevarnos a las majestuosas alturas de la resistencia a la fuerza física con la
fuerza del alma. Esta nueva militancia maravillosa que ha abrazado a la comunidad negra no debe conducir a la
desconfianza de los blancos, ya que muchos de nuestros hermanos blancos, como lo demuestra su presencia aquí hoy,
se han dado cuenta de que su destino está atado al nuestro. Se han dado cuenta de que su libertad está ligada
inextricablemente a nuestra libertad. No podemos caminar solos. Y a medida que caminemos, debemos hacernos la
promesa de marchar siempre hacia el frente. No podemos volver atrás.

Hay quienes preguntan a los que luchan por los derechos civiles: '¿Cuándo quedarán satisfechos?' Nunca estaremos
satisfechos mientras el negro sea víctima de los inimaginables horrores de la brutalidad policial. Nunca estaremos
satisfechos en tanto nuestros cuerpos, pesados por la fatiga del viaje, no puedan acceder a un alojamiento en los
moteles de las carreteras y los hoteles de las ciudades. No estaremos satisfechos mientras la movilidad básica del negro
sea de un gueto pequeño a uno más grande. Nunca estaremos satisfechos mientras a nuestros hijos les sea arrancado su
ser y robada su dignidad con carteles que rezan: 'Solamente para blancos'. No podemos estar satisfechos y no estaremos
satisfechos en tanto un negro de Mississippi no pueda votar y un negro en Nueva York crea que no tiene nada por qué
votar. No, no estamos satisfechos, y no estaremos satisfechos hasta que la justicia nos caiga como una catarata y el bien
como un torrente.

No olvido que muchos de ustedes están aquí tras pasar por grandes pruebas y tribulaciones. Algunos de ustedes acaban
de salir de celdas angostas. Algunos de ustedes llegaron desde zonas donde su búsqueda de libertad los ha dejado
golpeados por las tormentas de la persecución y sacudidos por los vientos de la brutalidad policial. Ustedes son los
veteranos del sufrimiento creativo. Continúen su trabajo con la fe de que el sufrimiento sin recompensa asegura la
redención. Vuelvan a Mississippi, vuelvan a Alabama, regresen a Georgia, a Louisiana, a las zonas pobres y guetos de las
ciudades norteñas, con la sabiduría de que, de alguna forma, esta situación puede ser y será cambiada. No nos
deleitemos en el valle de la desesperación. Les digo a ustedes hoy, mis amigos, que pese a todas las dificultades y
frustraciones del momento, yo todavía tengo un sueño. Es un sueño arraigado profundamente en el sueño americano.

Yo tengo un sueño de que un día esta nación se elevará y vivirá el verdadero significado de su credo: 'Creemos que estas
verdades son evidentes: que todos los hombres son creados iguales'.

Yo tengo el sueño de que un día en las coloradas colinas de Georgia los hijos de los ex esclavos y los hijos de los ex
propietarios de esclavos serán capaces de sentarse juntos en la mesa de la hermandad.

Yo tengo el sueño de que un día incluso el estado de Mississippi, un estado desierto, sofocado por el calor de la injusticia
y la opresión, será transformado en un oasis de libertad y justicia.

Yo tengo el sueño de que mis cuatro hijos pequeños vivirán un día en una nación donde no serán juzgados por el color
de su piel sino por el contenido de su carácter. ¡Yo tengo un sueño hoy!

Yo tengo el sueño de que un día, allá en Alabama, con sus racistas despiadados, con un gobernador cuyos labios gotean
con las palabras de la interposición y la anulación; un día allí mismo en Alabama, pequeños niños negros y pequeñas
niñas negras serán capaces de unir sus manos con pequeños niños blancos y niñas blancas como hermanos y hermanas.
¡Yo tengo un sueño hoy!

Yo tengo el sueño de que un día cada valle será exaltado, cada colina y montaña será bajada, los sitios escarpados serán
aplanados y los sitios sinuosos serán enderezados, y que la gloria del Señor será revelada y toda la carne la verá al
unísono. Esta es nuestra esperanza. Esta es la fe con la que regresaré al sur. Con esta fe seremos capaces de esculpir en
la montaña de la desesperación una piedra de esperanza. Con esta fe seremos capaces de transformar las discordancias
de nuestra nación en una hermosa sinfonía de hermandad. Con esta fe seremos capaces de trabajar juntos, de rezar
juntos, de luchar juntos, de ir a prisión juntos, de luchar por nuestra libertad juntos, con la certeza de que un día
seremos libres.

Este será el día, este será el día en que todos los niños de Dios serán capaces de cantar con un nuevo significado: 'Mi
país, dulce tierra de libertad, sobre ti canto. Tierra donde mis padres murieron, tierra del orgullo del peregrino, desde
cada ladera, dejen resonar la libertad'. Y si Estados Unidos va a convertirse en una gran nación, esto debe convertirse en
realidad. Entonces dejen resonar la libertad desde las prodigiosas cumbres de Nueva Hampshire. Dejen resonar la
libertad desde las grandes montañas de Nueva York. Dejen resonar la libertad desde los Alleghenies de Pennsylvania.
Dejen resonar la libertad desde los picos nevados de Colorado. Dejen resonar la libertad desde los curvados picos de
California. Dejen resonar la libertad desde las montañas de piedra de Georgia. ¡Dejen resonar la libertad de la montaña
Lookout de Tennessee. Dejen resonar la libertad desde cada colina y cada montaña de Mississippi, desde cada ladera,
dejen resonar la libertad! Y cuando esto ocurra, cuando dejemos resonar la libertad, cuando la dejemos resonar desde
cada pueblo y cada caserío, desde cada estado y cada ciudad, seremos capaces de apresurar la llegada de ese día en que
todos los hijos de Dios, hombres negros y hombres blancos, judíos y cristianos, protestantes y católicos, serán capaces
de unir sus manos y cantar las palabras de un viejo espiritual negro: '¡Por fin somos libres! ¡Por fin somos libres! Gracias
a Dios todopoderoso, ¡por fin somos libres!'».
Apartes del Discurso de la Madre Teresa
al recibir el Premio Nobel de la Paz 1979

Permitámonos agradecer a Dios por la oportunidad que tenemos hoy todos juntos, por este regalo de paz que nos
recuerda que hemos sido creados para vivir en esa paz, y que Jesús se volvió hombre para traernos esa buena noticia a
los pobres. Él, siendo Dios, se volvió hombre en todos los aspectos como nosotros excepto en el pecado, y proclamó
muy claramente que había venido a dar buenas noticias. La noticia era la paz a toda la buena voluntad y esto es algo que
todos queremos –la paz del corazón-
Yo nunca olvido una oportunidad que tuve visitando un hogar donde tenían a todos estos viejos padres y madres de
hijos e hijas que sólo los habían puesto en una institución y tal vez olvidado. Y fui ahí, y vi que en ese hogar tenían todo,
cosas hermosas, pero todos miraban hacia la puerta. Y yo no vi una sola sonrisa en sus rostros. Y volteé hacia la hermana
y le pregunté ¿cómo puede ser?, ¿cómo puede ser que las personas que tienen todo aquí, miran hacia la puerta?,
¿porqué no sonríen? Estoy tan acostumbrada a ver una sonrisa en nuestra gente, incluso la sonrisa moribunda, y ella
dijo: Esto es casi todos los días, ellos están esperando, están esperando que un hijo o hija venga a visitarlos. Ellos están
heridos porque están olvidados, y mire- aquí es donde viene el amor. Esa pobreza viene directo aquí a nuestro propio
hogar, incluso la negligencia de amor. Quizá en nuestra familia tenemos a alguien que se está sintiendo solitario,
enfermo o preocupado, y esas son dificultades diarias para todos. ¿Estamos ahí para recibirlos, tal como la madre está
ahí para recibir al hijo?

Me sorprendió en el Occidente ver a tantos chicos y chicas jóvenes ceder ante las drogas, e intenté descubrir por qué-
por qué es así, y la respuesta fue: porque no hay nadie en la familia para recibirlos. El padre y la madre están tan
preocupados que no tienen tiempo. Los padres jóvenes están en alguna institución y el hijo vuelve a la calle y se
involucra en algo. Estamos hablando de la paz. Estas son cosas que rompen la paz, pero siento que el mayor destructor
de la paz hoy es el aborto, porque es una guerra directa, un asesinato directo por la madre misma.

Las personas pobres son grandes personas. Ellos nos pueden enseñar tantas cosas hermosas. El otro día uno de ellos
vino a agradecer y dijo: Ustedes que han hecho voto de castidad son las mejores para enseñar planeación familiar.
Porque no es más que auto-control y amor del uno al otro. Y creo que dijeron una frase muy hermosa. Y estas son las
personas que no tienen nada que comer, tal vez no tienen un hogar donde vivir, pero son grandes personas. Los pobres
son gente maravillosa. Una noche salimos y recogimos a cuatro personas de la calle. Y uno de ellos estaba en terribles
condiciones, y le dije a las Hermanas: Ustedes cuiden a los otros tres, yo cuidaré a este que se ve peor. Así que hice por
ella todo lo que mi amor puede hacer. La puse en la cama, y había una sonrisa tan hermosa en su rostro. Ella tomó mi
mano mientras me decía una sola palabra: Gracias –y murió.

No pude evitar examinar mi consciencia ante ella, y me pregunté qué diría si estuviera en su lugar. Y mi respuesta fue
muy simple. Hubiera intentado atraer un poco de atención hacia mí, hubiera dicho tengo hambre, que estoy muriendo,
tengo frío, tengo dolor o algo, pero ella me dio mucho más – ella me dio su amor agradecido. Y ella murió con una
sonrisa en su rostro. Así como ese hombre que recogimos del drenaje, mitad comido por gusanos, y lo trajimos al hogar.
Yo que he vivido como un animal en las calles, pero moriré como un ángel, amado y cuidado. Y fue tan maravilloso ver la
grandeza de ese hombre que podía hablar así, que podía morir sin culpar a nadie, sin maldecir a nadie, sin comparar
nada. Como un ángel –esta es la grandeza de nuestra gente. Y esto es lo que creemos que Jesús ha dicho: Yo tenía
hambre – estaba desnudo – no tenía hogar – no era querido – no amado – sin cuidado – y ustedes me lo hicieron.
Creo que no somos verdaderos trabajadores sociales. Tal vez estamos haciendo trabajo social a los ojos de las personas,
pero lo que somos realmente es contemplativo en el corazón del mundo. Ya que estamos tocando el Cuerpo de Cristo
las 24 horas. Estamos las 24 horas en su presencia, así como tú y yo. Tú también intenta traer esa presencia de Dios en
tu familia, porque la familia que reza junta, se mantiene junta. Y creo que en nuestra familia no se necesitan bombas y
armas, para destruir, para traer paz –sólo reunirse, amarse el uno al otro, traer esa paz, esa alegría, esa fuerza de la
presencia de cada uno en el hogar. Y seremos capaces de sobrepasar todo el mal que hay en el mundo.

Hay tanto sufrimiento, tanto odio, tanta miseria, y con nuestras oraciones, con nuestro sacrificio comienza en casa. El
amor comienza en casa, y no es que tanto hacemos, pero que tanto amor ponemos en las acciones que hacemos. Es a
Dios todopoderoso –cuánto hacemos no importa, porque Él es infinito, pero cuanto amor ponemos en esa acción.
¿Cuánto hacemos por Él en la persona a la que estamos sirviendo?
Hace algún tiempo en Calcuta, tuvimos gran dificultad para conseguir azúcar, y no sé cómo lo supieron los niños, y un
pequeño niño de 4 años, un niño hindú, fue a casa y le dijo a sus padres: No comeré azúcar por tres días, le daré mi
azúcar a la Madre Teresa para sus niños. Después de tres días su padre y madre lo trajeron a nuestro hogar. Nunca los
había visto antes, y este pequeño pudo apenas pronunciar mi nombre, pero él supo exactamente lo que había ido a
hacer. Él sabía que quería compartir su amor.

Y es por esto que he recibido tanto amor de todos ustedes. En el tiempo que he estado aquí, he estado simplemente
rodeada de amor, y de amor real y entendimiento. Se podría sentir que todos en India, todos en África son importantes
para ustedes. I me siento bastante en casa, le comentaba a la Hermana hoy. Me siento en el convento con las Hermanas,
como si estuviera en Calcuta con mis propias hermanas. Tan completamente en casa, aquí mismo.
Y aquí estoy hablando con ustedes –quiero que encuentren a los pobres de aquí, en su mismo hogar primero. Y
comenzar el amor ahí. Sean esas buenas noticias para su propia gente. Y averigüen sobre su vecino de junto- ¿saben
quiénes son? Tuve la experiencia más extraordinaria con una familia hindú que tenía ocho hijos. Un caballero llegó a
nuestra casa y dijo: Madre Teresa, hay una familia con ocho hijos, no han comido en mucho tiempo- haga algo. Así que
tomé algo de arroz y fui allá inmediatamente. Y vi a los niños – sus ojos brillantes de hambre – no sé si alguna vez han
visto el hambre. Pero yo la he visto muy seguido. Y ella tomó el arroz, dividió el arroz y salió. Cuando volvió, le pregunté -
¿a dónde fuiste? ¿Qué hiciste? Y ella me dio una respuesta muy simple; Ellos también tienen hambre. Lo que me
impactó más fue que ella sabía – y quiénes son ellos, una familia Musulmana – y ella lo sabía. No traje más arroz esa
noche porque quería que disfrutaran la alegría de compartir. Pero estaban esos niños, radiando alegría, compartiendo la
alegría con su madre porque tenía el amor para dar. Y vean, aquí es donde comienza el amor – en casa. Y quiero que
ustedes – y estoy muy agradecida por lo que he recibido. Ha sido una experiencia tremenda y vuelvo a India – volveré la
próxima semana, el 15 espero – y seré capaz de llevar su amor. Y sé bien que ustedes no han dado de su abundancia,
pero han dado hasta que les lastime. Hoy, los niños pequeños que tienen – me sorprendió tanto – hay tanta alegría para
los niños que están hambrientos. Que los niños como ellos mismo necesitarán amor y cuidado y ternura, como reciben
tanto de los padres. Así que agradezcamos a Dios que hemos tenido esta oportunidad de llegar conocer los unos a los
otros, y este conocimiento el uno del otro nos ha hecho muy unidos. Y seremos capaces de ayudar no sólo a los niños de
India y África, sino a los niños de todo el mundo, porque como saben, nuestras hermanas están en todo el mundo. Y con
este premio que he recibido como premio de la paz, intentaré hacer un hogar para mucha gente que no tiene uno.
Porque creo que el amor comienza en casa, y si podemos crear una casa para los pobres, creo que más y más amor se
esparcirá. Y seremos capaces a través de este amor y entendimiento de traer la paz, ser buenas noticias para los pobres.
Los pobres en su familia primero, en su país y en el mundo.

Así que permitámonos conocernos el uno al otro con una sonrisa, ya que la sonrisa es el comienzo del amor, y una vez
que comenzamos a amarnos el uno al otro naturalmente queremos hacer algo. Así que oren por nuestras hermanas y
por mí por nuestros hermanos, y por nuestros colegas alrededor del mundo. Que permanecemos fieles al regalo de Dios,
a amarlo y servirle en la gente pobre contigo. Lo que hemos hecho no hubiera sido posible si ustedes no compartieran
con sus oraciones, con sus obsequios, este dar continuo. Pero si quiero que me den su abundancia, quiero que me den
hasta que les duela.

Si tan sólo pudiéramos recordar que Dios me ama, y que tengo la oportunidad de amar a otros tanto como Él me ama,
no en las cosas grandes sino en las pequeñas con gran amor, entonces Noruega se convierte en un nido de amor. Y qué
hermoso sería que desde aquí se creara un centro para la paz. Que desde aquí la alegría de la vida del niño no nato
salga. Si te conviertes en una luz incandescente en un mundo de paz, entonces realmente el Premio Nobel de la Paz es
un regalo de la gente noruega. ¡Dios les bendiga!
Apartes del Discurso de de Malala Yousafzai en la recepción del
Premio Nobel de la Paz 2014
Gracias a todos por vuestro continuo apoyo y amor. Gracias por las cartas y postales que sigorecibiendo de todos los
rincones el mundo. Vuestro cariño y vuestros ánimos me fortalecen y me inspiran.
Quiero agradecer a mis padres su amor incondicional. Gracias, padre, por no sujetar mis alas, por dejarme volar. Gracias,
madre, por enseñarme a ser paciente y a decir siempre la verdad, lo que creemos firmemente que es el mensaje del
Islam. Estoy muy orgullosa de ser la primera Pastún, la primera pakistaní y la primera joven que recibe este premio.
Estoy segura de que soy también la primera receptora del Premio Nobel de la Paz que sigue luchando junto con sus
hermanos jóvenes. Quiero la paz para todo el mundo, y mis hermanos y yo seguimos trabajando en ello.

Este premio no es sólo para mí. Es para esos niños olvidados que quieren educación. Es para esos niños asustados que
quieren paz. Es para esos niños sin voz que quieren cambio.
Estoy aquí para defender sus derechos, para hacer oír su voz…no es tiempo de compadecerles.
Es tiempo de actuar para que esta sea la última vez que veamos a un niño privado de educación.
La gente habla de mí de diferentes maneras.
Algunos me conocen cono la niña a la que dispararon los Talibán Otros, la joven que lucha por sus derechos
Hay quien me llama ahora la “Laureada con el Nobel” Pero lo único que sé es que soy sólo una persona comprometida y
testaruda que quiere ver cómo todos los niños reciben educación de calidad, que quiere igualdad de derechos para las
mujeres y que quiere paz en todos los rincones del mundo.

La educación es una de las bendiciones de la vida y una de sus necesidades. Esta ha sido mi experiencia durante mis 17
años de vida. En mi hogar, en Swat Valley al norte de Pakistán, siempre me ha gustado la escuela y aprender cosas
nuevas. Recuerdo cómo mis amigas y yo decorábamos nuestras manos con henna en ocasiones especiales. En lugar de
dibujar flores o diseños, pintábamos nuestras manos con fórmulas matemáticas y ecuaciones. Teníamos sed de
educación porque nuestro futuro estaba allí, en aquella aula. Allí nos sentábamos y leíamos y aprendíamos juntas. Nos
gustaban nuestros uniformes limpios y arreglados y nos sentábamos allí con los ojos llenos de grandes sueños.

Queríamos que nuestros padres se sintieran orgullosos y demostrar que podíamos destacar en el estudio y alcanzar
cosas que algunos piensan que sólo pueden alcanzar los chicos. Pero las cosas cambiaron. Cuando tenía 10 años, Swat,
que era un precioso lugar turístico, se convirtió de repente en un nido de terrorismo. Más de 400 escuelas fueron
destruidas. Se prohibió que las niñas fueran a la escuela. Las mujeres recibían palizas. Se mataba a personas inocentes.
Todos sufríamos. Y nuestros sueños maravillosos se convirtieron en pesadillas.
La educación pasó de ser un derecho a ser un delito. Al cambiar de repente mi mundo, cambiaron también mis
prioridades. Tenía dos opciones. Una era callarme y esperar a que me matasen. La otra hablar alto y que me
matasen entonces. Elegí la segunda opción. Decidí hablar alto.
Los terroristas trataron de detenernos y nos atacaron a mí y a mis amigas el 9 de octubre de 2012 pero sus balas no
pudieron vencernos. Sobrevivimos. Y desde aquel día nuestras voces no han hecho más que crecer.
Cuento mi historia no porque sea única, sino porque no lo es.

Es la historia de muchas niñas. Hoy, cuento también sus historias. He traído conmigo a Oslo a algunas de mis hermanas
que comparten esta historia, amigas de Pakistán, Nigeria y Siria. Mis valientes hermanas Shazia y Kainat Riaz a las que
también dispararon aquel día en Swat. Ellas también han superado un trauma trágico. También mi hermana Kainat
Somro de Pakistán, que ha sufrido extrema violencia e insultos. Incluso mataron a su hermano, pero ella no ha
sucumbido. Y me acompañan jóvenes que conocí durante mi campaña Malala Fund, que son ahora como mis hermanas.
Mezon, mi valiente hermana siria, de 16 años. Ella vive ahora en Jordania, en un campo de refugiados y va de tienda en
tienda ayudando a aprender a niñas y niños. Y mi hermana Amina, del Norte de Nigeria, donde Boko Haram amenaza y
secuestra niñas simplemente por querer ir a la escuela.

Aunque me presento aquí como una jovencita, una persona que mide 5 pies y 2 pulgadas- si se incluyen mis tacones
altos-, no soy solamente una voz. Soy muchas voces. Soy Shazia. Soy Kainat Riaz. Soy Kainat Somro. Soy Mezon
Soy Amina. Soy esos 66 millones de niñas que no van a la escuela.
A la gente le gusta preguntarme por qué la educación es importante, especialmente para las niñas. Mi respuesta es
siempre la misma. Lo que he aprendido de los primeros dos capítulos del Corán es la palabra Iqra, que significa
“lee”, y la palabra wal-qalam, que significa “con la pluma”. Por eso, como dije el año pasado en Naciones Unidas, “Un
niño, un maestro, una pluma y un libro, pueden cambiar el mundo” Hoy, en medio mundo, se ve un progreso rápido,
modernización y desarrollo. Pero hay países donde millones de personas siguen sufriendo los problemas de siempre:
hambre, pobreza, injusticia y conflictos. Se nos recuerda que el 2014 es el centenario de la Primera Guerra Mundial,
pero aún no hemos aprendido las lecciones que se derivan de la pérdida de esos millones de vidas hace 100 años.
Todavía hay conflictos en los que cientos de miles de inocentes pierden la vida. En Siria, Gaza e Irak muchas familias se
han convertido en refugiados. Todavía hay niñas que no son libres para ir a la escuela en el norte de Nigeria. En Pakistán
y Afganistán vemos cómo se mata a gente inocente en ataques suicidas o con bombas.

Muchos niños en África no tienen acceso a la escuela a causa de su pobreza. Muchos niños en India y Pakistán no tienen
derecho a la educación a causa de tabúes sociales, o se les obliga a realizar trabajo infantil y se les obliga a las niñas a
casarse. Una de mis mejores amigas de la escuela, de mi misma edad, ha sido siempre una chica audaz y segura de sí
misma y soñaba con ser médico. Pero su sueño se quedó en sueño. Cuando tenía 12 años se le obligó a casarse y tuvo
enseguida un niño, a una edad en que ella misma era aún una niña –tenía sólo 14 años. Estoy segura de que mi amiga
habría sido una médico excelente. Pero no pudo ser…porque era niña. Su historia es el motivo por el que dedico el
dinero del Premio Nobel a Malala Fund, para ayudar a ofrecer a todas las niñas una educación de calidad y para pedir a
los líderes que ayuden a niñas como yo, como Mezun y como Amina. El primer sitio a dónde irán a parar estos fondos
es allí donde está mi corazón, a la construcción de escuelas en Pakistan, especialmente en mi hogar de Swat y Shangla.

Queridos hermanos y hermanas, grandes personas que han traído cambios, como Martín Lutero King y Nelson Mandela,
Madre Teresa y Aung San Suu Kyi, estuvieron también aquí, en este escenario. Espero que los pasos que Kailash Satyarti
y yo hemos dado hasta ahora y los que daremos en este viaje traigan consigo un cambio. Un cambio duradero. Mi gran
esperanza es que sea esta la última vez que tengamos que luchar por la educación de nuestros niños. Queremos que
todos se unan para apoyarnos en nuestra campaña, para que podamos resolver esto de una vez por todas.

Como dije, hemos dado ya muchos pasos en la dirección correcta. Ahora es el momento de dar un salto.
No es momento de decir a los líderes que comprueben lo importante que es la educación. Ellos ya lo saben: sus hijos
estudian en buenos colegios. Es momento de llamarles a la acción. Pedimos a los líderes mundiales que se unan y hagan
de la educación su prioridad más importante.

Hace 15 años, los líderes mundiales decidieron acerca de una serie de objetivos globales, los Objetivos de Desarrollo del
Milenio. Durante los años siguientes hemos visto algún progreso. El número de niños excluidos de la escuela se ha
reducido a la mitad. Sin embargo, el mundo se ha centrado sólo en expandir la educación primaria y el progreso no ha
alcanzado a todos. El año próximo, el 2015, representantes de todo el mundo se reunirán en Naciones Unidas para
decidir sobre el próximo paquete de medidas: los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Con esto se establecerán una serie
de objetivos ambiciosos para las generaciones venideras. Los líderes deben aprovechar esta oportunidad para garantizar
una educación gratuita y de calidad, primaria y secundaria, para todos los niños.

Algunos dirán que esto no es práctico, o que es muy caro, o muy duro. O, incluso, imposible. Pero ha llegado el
momento de que el mundo piense en grande. Queridos hermanos y hermanas, el llamado mundo de los adultos puede
entender esto, pero nosotros, los niños, no lo entendemos. ¿Por qué razón países que llamamos “poderosos” tienen
tanto poder para crear guerras y son tan débiles para traer la paz? ¿Por qué razón dar fusiles es tan fácil y dar libros es
tan duro? ¿Y por qué razón es tan fácil fabricar tanques y tan difícil construir escuelas?

Vivimos una edad moderna, el siglo XXI, y todos creemos que nada es imposible. Podemos llegar a la luna y pronto
aterrizaremos en Marte. Por lo tanto, en este siglo XXI debemos tomar la determinación de que nuestro sueño de una
educación de calidad para todos se convierta en realidad. Llevemos igualdad, justicia y paz a todos. No son sólo los
políticos y los líderes mundiales, todos necesitamos contribuir. Yo. Tú. Es nuestro deber. Así que tenemos que
trabajar…y no esperar. Que empecemos este final. Que esto se termine con nosotros. Y que construyamos un futuro
mejor aquí y ahora. Gracias.

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