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INTEGRANTES:
* DIAZ SIFUENTES WINY
*BUENO MANTILLA PEDRO
INTRODUCCIÓN…………………………………………………………….2
1. REALIDAD PROBLEMÁTICA………………….……………….....3
1.1.Antecedentes problemáticos………….……………………...……...…4
1.2.Enunciados del problema…...…………………………………………5
2. ARGUMENTACIÓN……….……….………………………………..5
2.1.La convención…………………………………………………….……7
2.1.1. Moralidad convencional y natural………………………….………7
2.1.2. Teorías del contrato social………………………………………….8
CAPÍTULO I
2.1.3. Teorías de la presión social………………………………………...11
2.1.4. ¿Qué es la costumbre? …………………………………………….14
2.1.5. Algunas costumbres que jamás se han abolido…………………….15
2.1.6. Algunos actos que nunca se han hecho costumbre…………………16
2.1.7. El lugar de la convención en la moral………………………………17
Conclusiones…………………………………………………….....19
2.2.El amor………...………………………………………………...……21
2.2.1. Persona y personalidad……………………………………...……..21
2.2.2. Significado de la persona……………………………….…………22
2.2.3. Intersubjetividad……………………………………………….….26
2.2.4. Amor y naturaleza…………………………………………….……27 CAPÍTULO II
2.2.5. Amor subjetivo y objetivo……………………………………..…..28
2.2.6. Amor personal……………………………………………….…….29
2.2.7. Seis actos de amor………………………………………………...30
2.2.8. Amor para toda la humanidad………………………………….....32
2.2.9. Lugar del amor en la ética……………………………………..…..34
2.2.10. El amor en la filosofía……………………………………………..35
2.2.11. Fundamentos científicos sobre el amor………………………........37
Conclusiones…………………………………………………….....40
3. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS……………………………..41
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INTRODUCCIÓN
El “No saber”, el “No sé qué significa eso” es el impulso primario que echa mano
por primera vez al estilete, la pluma o la lira. Si no fuera así, no habría poemas,
novelas, dramas, etc., sino sólo publicaciones. El misterio de las cosas hace sin
duda que cada vez, nuevos temas requieran de mayor estudio y atención; así pues,
el amor y la convención toman lugar en este capítulo.
Desde el inicio de los tiempos pocas cosas han interesado más al hombre que el
amor y sin embargo continuamos siendo incapaces de definirlo. Ciertamente
cuánto menos pensamos en él, tanto más natural nos parece, sin embargo, cuando
empezamos a cavilar, nos metemos en un lío inevitable. (Süskind Patrick, 2006)
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1. Realidad problemática
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sociedad, tanto si estas convenciones están proclamadas en forma de ley, como si
se reconocen de modo inoficial, como conducta usual aprobada.
Por otro lado la moral estudia también la idea del amor que es sencillamente
demasiado importante en la convivencia humana.
El individuo que no tiene amor alguno en su vida apenas puede concebirse como
ser humano. Aunque el amor podrá ser demasiado ciego como guía y demasiado
poco critico como norma, de modo que no podamos utilizarlo para mostrarnos lo
que es bueno, no cabe duda, con todo, que es la inspiración más noble y la fuerza
más dinámica que podernos tener para impulsarnos hacia cualquier clase de bien
que conocemos.
1.1.Antecedentes problemáticos
El tema del amor y la convención es sin duda un tema que se conoce a grandes
rasgos, entendemos el término “convención” en el sentido de “acuerdo” y estos
acuerdos son establecidos por la sociedad en conjunto, pero si cuestionamos y
reflexionamos acerca de lo que se establece con respecto a las normas,
identificamos que aquellas normas surgen o se dan a partir del “poder de
dominación” de aquellas clases que tiene la potestad y la capacidad de ejercerlo.
Lo que nos convierte en seres obedientes, dominados y nuestro actuar permanece
dirigido por las voluntades de otros, privando el derecho a la libertad.
Por otro lado, el amor.- que coloquialmente es entendido como un sentimiento
que enloquece y embriaga a las personas que lo “padecen”-, está mal practicado,
y esto entorpece en cierta forma el verdadero sentido del amor y su inexplicable
conjunto de motivos.
Es difícil fomentar el abandono de las creencias y las normas que maneja la
sociedad, todo esto conforma su bagaje cultural el cual ha sido transmitido de
generación en generación, y lo cual permanece como “absoluto” en el peor de los
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casos, frente a este problema, es necesario revisar aquellos términos por más
simples que parezcan, y forma parte del deber de los que tenemos acceso a
información valiosa, el esclarecer dichos términos, para poder brindar una visión
más clara que permita que las personas encuentren un sentido ético de la vida. Ya
que es la ética la que nos permite transformar el amor: hacer que pase de
“sentimiento pasional” a “valor ético”.
2. Argumentación
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CAPÍTULO I
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2.1.La convención
2.1.1. Moralidad convencional y moralidad natural
Según Gómez. A (1994), Sócrates afirma perseguir la verdad pero conduce esta
discusión hacia las vulgaridades de los demagogos que no son admirables por
naturaleza. Naturaleza y convención se oponen más veces, por ello alguien que
está avergonzado y no se atreve a decir lo que piensa, se ve obligado a
contradecirse. Si alguien te habla de acuerdo con la convención, tú solapadamente
lo interrogas de acuerdo con la naturaleza sobre la convención.
Que la moralidad convencional existe, esto es evidente, porque nadie puede negar
la existencia de leyes, tales como las leyes del estado o las leyes no escritas de la
costumbre, que emiten mandamientos y prohibiciones abundantes, convirtiendo
en malas o buenas muchas acciones que en otro caso serían moralmente
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indiferentes. Así, pues, la cuestión no está en elegir entre moralidad convencional
y moralidad natural, sino en saber si al lado de la moralidad convencional existen
también o no una moralidad natural, podemos resumir la cuestión como sigue:
1. ¿Son acaso todos los actos buenos solamente porque están ordenados, o
malos solamente porque están prohibidos?
2. ¿O hay acaso algunos actos que están ordenados porque son buenos, y otros
prohibidos porque son malos en sí mismo?
Aceptar la primera alternativa equivale a decir que toda moralidad está decidida
por la convención, que es el resultado de alguna voluntad humana ordenando o
prohibiendo determinadas clases de actos; que no está basado en algo intrínseco
al acto humano mismo o a la naturaleza del hombre. Es esta forma, se convierte
toda moralidad en una creación de la sociedad humana. Esta teoría adopta dos
formas principales, según que la convención o decisión de considerar buenos
algunos actos y malos otros sea o no resultado de:
1. Las leyes del estado, esto es, las teorías del contrato social.
2. Las costumbres de los individuos, esto es, las teorías de la presión social.
Algunos creen que ningún acto es malo, a menos que haya una ley en contra del
mismo, y la única ley que reconocen es la del derecho civil. Allí donde el brazo
de la ley no puede llegar, todo está permitido. Así, la moralidad es el producto de
la vida civilizada, que implica necesariamente organización política. La
moralidad es equiparada así a la legalidad. Estas concepciones populares han
tenido pocos defensores filosóficos, pero los hay dos, con todo, de gran influencia.
(FAGHOTHEY. A, 1972, pg. 67)
Thomas Hobbes y probablemente Jean Jacques Rousseau sostienen que antes que
el hombre se hubiera organizado en comunidades políticas no había ni mal. El
estado mismo no es una sociedad natural, sino el resultado del contrato) social,
esto es, un acuerdo puramente convencional en cuya virtud los individuos
renuncian a una parte de sus derechos naturales (libertad de hacer todo lo que les
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plazca), con objeto de conservar el resto. Una vez la sociedad civil constituida,
está ordenada y prohíbe determinados actos con miras al bien común, y esto
constituye el comienzo de lo que está bien y lo que está mal. Por consiguiente,
ningún acto es bueno o malo por su naturaleza misma, sino solamente en cuanto
es ordenado o prohibido por el estado político.
“Durante el tiempo en que los individuos viven sin un poder común que les inspire
respeto a todos, viven en el estado que llamamos guerra, y aun en una guerra
cada uno contra todos…
Es también consecuencia de esta guerra de cada uno contra todos, el que nada
puede ser impuesto. Las nociones de bueno o malo, justo o injusto, no tiene aquí
lugar alguno. Allí donde no existe un poder común, no existe ley alguna, y donde
no hay ley, no hay justicia. La fuerza y el fraude constituyen en la guerra las dos
virtudes cardinales… es consecuencia también del mismo estado el que no haya
propiedad, ningún dominio, ningún mío ni tuyo distintos, sino que, antes bien, el
de cada individuo aquello que puede adquirir y por todo el tiempo que puede
conservarlo…
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los individuos a cumplir sus compromisos, por virtud del terror de algún castigo
mayor que el beneficio que esperan poder de la violencia de su convenio… y
semejante poder no existe antes de la constitución de una comunidad”.
Será acaso injusto poner a Rousseau junto a Hobbes. En efecto, Rousseau parece
más bien creer que el individuo en su estado primitivo de inocencia hace
naturalmente lo que está bien, sin formulación de norma moral alguna. Pero,
cualquiera que sea su teoría general, se hace acreedor a la crítica de
convencionalismo con las palabras iniciales de su Contrato Social:
“El hombre nace libre y, sin embargo, está doquier en cadenas. Más de uno se
cree amo de los demás y, sin embargo, es un esclavo mayor que ellos. ¿Cómo se
ha producido este cambio? No lo sé. ¿Qué puede legitimarlo? Creo que puedo
responder a esta pregunta… orden social es un derecho sagrado que sirve como
fundamento de todos los demás. Sin embargo, este derecho no proviene de la
naturaleza, sino que se basa en la convención. La cuestión está en saber qué son
estas condiciones...
Puesto que ningún individuo tiene una autoridad natural sobre sus semejantes,
y puesto que la fuerza no es el origen del derecho, las convenciones figuran a la
base de toda autoridad legítima entre los hombres
Todo el mundo acepta sin reparo que el estado puede promulgar leyes sobre
materias indiferentes y hacerlas imperativas bajo obligación moral. En cuanto
guardián del orden y de la seguridad públicos, el estado decreta que debernos
conducir nuestros vehículos del lado derecho del camino, pese a que pudieran
haberse escogido ambos lados. Esta ley no cambia la naturaleza intrínseca de la
carretera, pero hace que el acto deliberado de conducir del lado Prohibido sea
peligroso, antisocial y, en esta medida, inmoral. Así, pues, el estado confiere
moralidad extrínseca a un acto intrínsecamente indiferente.
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Pero, ¿pueden ser todos los actos de esta clase? Hay algunos actos que el estado
no puede ordenar, y otros que el estado no puede prohibir; en efecto, ningún
estado podría sobre-vivir si ordenara el asesinato, el robo, el perjurio y la traición,
y prohibiera la bondad, la honradez, la sinceridad y la lealtad. Estos actos eran
buenos o malos antes de que hubiera estado alguno. No son buenos o malos
porque las leyes del estado las ordenen o los prohíban, sino que, el estado está
obligado a ordenarlos o prohibirlos porque son buenos o malos en sí mismos.
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Este resultado fue un desastre. Él rebaño común no cuenta, y es el deber de la
sociedad producir una aristocracia de "superhombres", que sean la encarnación de
las virtudes varoniles y restablezcan la moralidad de los amos. E "superhombre"
estará más allá del bien y el mal constituyendo una ley para sí mismo.
El positivismo, fundado por Auguste Comte es una actitud filosófica general que
sostiene que la metafísica es inútil y que la filosofía está limitada a los hechos y
las leyes descubiertas por las ciencias positivas o experimentales. La última
ciencia que se hace positiva es la ciencia de la sociedad, para la cual Comte
inventó el nombre de sociología. La ética forma parte de la sociología, porque las
costumbres morales surgieron de las costumbres sociales y fluctúan con los
cambios en la saciedad.
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Todos estos puntos de vista se vieron reforzados a partir de una fuente no
filosófica, esto es, por el advenimiento de la antropología cultural y de la
psicología freudiana. Estos estudios no están dedicados a un punto de vista ético
concreto, pero han sido utilizados, por algunos, para reforzar la teoría de la
obligación moral de la presión social. Los tabús de las tribus, por artificiales y
ficticios que parezcan, desempeñan a menudo un papel en la cultura en la que
florecen, pese a que los pueblos avanzados los hayan descartado. Y la moral
civilizada no es más que un remanente tardío de la misma cosa, en un estilo más
avanzado. Los dos poseen la misma fuerza obligatoria esto es, la presión social.
Es más fácil conformarse a las demandas de la multitud que oponérseles, y aquello
que, en realidad, no es más que conveniencia, acaba asumiendo un aura de deber.
(FAGHOTHEY. A, 1972, pg. 69)
Mientras tinos reducen la ética a antropología, otros hacen de ella una forma de
psicología, de modo que el sentido de la obligación moral se identifica con 1
sentimientos psíquicos penetrados de culpa. La persona se siente vagamente
ligada, pero es incapaz de explicar este sentido interior de obligación hasta tanto
que su vida Primitiva es extraída de las profundidades del inconsciente y se ve
que los sentimientos de culpabilidad provienen de encuentros infantiles
reprimidos con desaprobación social, especialmente parental. No cabe duda de
que los hechos antropológicos y psicológicos han influido fuertemente sobre el
desarrollo de la ética. Pero el que sean la explicación total de la misma, esto es
otra cuestión.
Todas las opiniones que preceden no son más que muestras de este tipo de teoría.
Están de acuerdo en reducir la moralidad a presión social y difieren en la forma
en que tratan de explicar la existencia y la influencia de esta. Niegan todas ellas
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que exista una moralidad intrínseca, que haya base alguna en la naturaleza de las
cosas para la distinción que se hacen los individuos entre bien y mal. Para apreciar
este punto de vista, necesitamos ver lo que se entiende por costumbre.
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porque se han hecho, y la mora, que consta de patrones habituales de conducta,
aunque basados en algo más profundo que el uso arbitrario. Las maneras pueden
cambiar con el transcurso del tiempo, por disposición de una autoridad poderosa,
por propagan da proseguida o por reeducación popular. Este cambio podrá resultar
tal vez difícil de realizar, pero la historia muestra que inclusive las tradiciones
más profundamente arraigadas pueden romperse, si se trata de meras tradiciones.
Pero esto no es así con respecto a todas las costumbres, y no lo es de la clase de
costumbres llamada moral, porque hay:
Estos ejemplos están tomados de fuera del campo de la moral, pero la misma
conclusión se aplica a la vida moral del hombre. Es habitual, en efecto, que los
hombres respeten las vidas y la propiedad de los demás en tiempo de paz, que
quieran a sus hijos, que paguen sus deudas, que digan la verdad, que sean leales
Con sus amigos, que cumplan sus promesas y que ayuden a los que se encuentran
en apuros. Pero es el caso que no se trata en esto de meras costumbres, puesto que
si lo fueran podrían abolirse e introducir las costumbres contrarias lo que sin
embargo, pondría fin a la vida y a la sociedad humana. Ya no habría propiedad no
habría hijos, no habría comercio, no habría conversación, no habría amigos, no
habría promesas y nadie viviría hasta la madurez ni llegaría a producir una
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segunda generación, Aquí nos servimos únicamente de algunos ejemplos obvios
y no tratamos de establecer un código completo de moralidad. Decimos solamente
que algunas costumbres no pueden ser abolidas, y el lector puede tomar los
ejemplos que quiera.
Por supuesto, hay individuos que hacen estas cosas, pero no es de esto que se
trata. La cuestión está en que este tipo de conducta está estigmatizado corno malo,
y aquí estarnos tratando de averiguar por qué. Semejante conducta ha de ser
siempre la excepción, nunca la regla; el caso aislado, no la práctica del grupo; una
mancha para la humanidad, no el ideal aceptado. Si se extiende demasiado,
amenaza la existencia misma de la sociedad en la que prospera. Y es que en
nuestra tolerancia de la conducta humana, habitual u otra, hay un límite más allá
del cual no podemos ir, si hemos de sobrevivir. Hay una enorme diferencia entre
la conducta antisocial, que la gente contempla con una tolerancia divertida o
molesta, y la vida del forajido a quien la sociedad se ve obligada a dar caza, para
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su propia protección, como si se tratara de una bestia. Este último tipo de conducta
nunca puede imponerse a tal punto que sea considerado como la costumbre de la
raza, e inclusive si lo fuera, nada podría hacerlo moral. Por consiguiente, la moral
se basa en algo más profundo que la costumbre.
No negamos que algunas malas costumbres puedan ser adoptadas inclusive por
un pueblo entero i una nación, pero la historia muestra que ningún grupo de a
humanidad puede empeorar a tal punto sin pagar el precio correspondiente. Las
naciones, lo mismo que los individuos, pueden hacerse culpables de conducta
inmoral y pueden convertirse en forajidos de la familia de los pueblos. Estamos
experimentando actualmente en el mundo los resultados de la inmoralidad
internacional, y la lección que podemos extraer de ello es ¡no se puede vivir de
este modo! (FAGHOTHEY. A, 1972, pg. 71)
En la primera etapa del desarrollo humano, tanto del individuo como de la raza,
es probable que existiera poca distinción entre las necesidades física y moral,
entre la legalidad y la moralidad. Pero, a medida que el niño crece y que los
pueblos primitivos llegan mediante autoexamen a una actitud más avanzada, la
confusión desaparece y se percibe la distinción. Se ve que la coacción desde fuera
no es lo mismo que la obligación que viene de dentro. Hay una diferencia entre
aquello que debo hacer, o sufrir el castigo, y aquello que debería hacer, tanto así
hay castigo como no.
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conformismo. Así, pues, los que atacan los valores y las obligaciones morales
existentes lo hacen por amor de otros valores y obligaciones morales, y rechazan
el código socialmente aceptado por uno de su propia hechura. Puesto que no
estamos, diciendo aquí cuáles son los valores morales correctos, sino simplemente
que hay algunos, difícilmente podríamos encontrar un ejemplo mejor de la
imposibilidad de reducir la obligación moral a la aprobación social que el de
aquellos que critican la sociedad misma en nombre de la moral. Ni se necesita
siquiera una rebelión social total para percibirlo. En efecto, ninguna persona está
totalmente satisfecha con su sociedad. Y ahí donde su aprobación no corresponde
con la aprobación de la sociedad, se está sirviendo de alguna norma distinta de la
convención política o social. (FAGHOTHEY. A, 1972, pg. 72)
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CONCLUSIONES
Hay algunos actos que están bien o mal simplemente porque alguien investido de
autoridad los ha ordenado o prohibido. Estos actos los determina la ley positiva.
El estado tiene el derecho de prohibir algunos actos que en sí mismos no son
malos, Por amor del buen orden, y las costumbres humanas tendrán en ocasiones
la fuerza de la ley. Pero hay otros actos que son tan buenos por su naturaleza
propia, que ninguna ley o costumbre humanas podrían hacerlos malos, y hay otros
actos tan malos, por su propia naturaleza, que ninguna ley o costumbres humanas
podrían hacerlos buenos. Además, ninguna ley o costumbre humanas pueden
hacer que actos que son buenos o malos, en sí mismos, sean indiferentes. Pero
pueden hacer, en cambio, por mandato o prohibición, que actos que en sí mismos
son indiferentes se conviertan extrínsecamente en buenos o malos.
Hay que insistir en que la diversidad de opinión sobre la moral no afecta la
presente cuestión. En efecto, por mucho que las opiniones difieran, hay un
denominador común de acción moral entre los hombres, y los argumentos se
extraen exclusivamente de éste. Los hombres podrán discutir si un acto particular
es asesinato, robo, mentira o adulterio, pero no hay duda alguna de que todos los
hombres de juicio sano condenan el asesinato, el robo, la mentira y el adulterio en
general, y reconocen que semejantes actos no pueden convertirse en norma de
conducta por cualquiera ley o costumbre que sean. Y si no se puede, debe haber
alguna razón de ello, y ésta solamente puede encontrarse en la naturaleza misma
de dichos actos.
Podemos atar todos estos cabos juntos en un solo argumento. Si toda la moral
fuera convencional, todos los actos serían buenos o malos, porque estarían
ordenados y prohibidos, aprobados o desaprobados ya sea por el estado, por la
sociedad, por ley o por costumbre. Pero es el caso que algunos actos son tales que
el mandato o la prohibición, la aprobación o la desaprobación del estado y sus
leyes, de la sociedad y sus costumbres, no podrían ser de otro modo, porque
cualquier otro modo de conducta sería destructor del estado, la sociedad y la
humanidad ella misma. Por consiguiente no toda moral es convencional, sino que
hay también una moral natural.
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CAPÍTULO II
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2.2. El amor
2.2.1. Persona y personalidad
Historia de la persona:
Los griegos empezaron la filosofía como un estudio del mundo externo, pero con
escasas reflexiones sobre el yo. Ni siquiera tenían una palabra para persona. Sino
que habían de expresar la idea indirectamente. No fue hasta que los cristianos
empezaron a especular sobre la Trinidad y la Encarnación, que se efectuó una
distinción entre naturaleza y persona, y la palabra persona, se hizo de uso
corriente. (Fagothey. A, 1972)
Todo ser humano es una persona del mismo modo que todo ser humano es
humano. Pero estas dos cosas no se dicen exactamente en la misma forma. En
efecto, la humanidad expresa lo que en nosotros hay de común, en tanto que la
personalidad expresa lo que en cada uno de nosotros es único. Somos todos,
personas, pero nadie más puede ser la persona que soy yo. Este yo no puede
compartirse con otro miembro alguno de la misma especie. Aunque es importante
saber lo que hace persona a la persona, y saber cómo esta persona verifica en sí
misma el concepto general de personalidad.
Las meditaciones de Descartes sobre el "yo", del "pienso, luego soy", inician la
tendencia moderna hacia lo subjetivo. Desafortunadamente, aquel identifica el
"yo" con la mente, que no es más que una parte de la persona, aunque vea que la
persona es el centro de la conciencia. (Fagothey. A, 1972)
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“Los seres cuya existencia no depende de nuestra voluntad sino de la naturaleza,
si no son seres racionales, sólo poseen un valor relativo como medios y se
designan, en consecuencia, Como "cosas"; por otra parte, los seres racionales se
designan como "personas", porque su naturaleza indica que son fines en sí
mismos, esto es, cosas que no pueden utilizarse simplemente como medios.”
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sino que son dos conceptos distintos que representan dos conceptos suyos.
(Fagothey. A, 1972)
Es posible tener una ética tan centrada en la naturaleza del hombre, que
únicamente se consideren los requisitos generales de la humanidad, sin
pensamiento alguno acerca de cómo dicho hombre individual deba aplicar estos
requisitos generales a su propia vida. Es posible tener una ética tan centrada en
esta persona particular, que se prescinda de todos los demás seres dotados de
existencia, de modo que lo que queda sea un sujeto centrado en sí mismo y
emparedado en su propia soledad. Así, pues, ni la naturaleza ni la persona son
suficientes por sí solas. Podemos admitir, con todo, que en el hombre hay tanto
naturaleza como persona, y decir, sin embargo, que el aspecto del individuo que
es más importante para la ética no es la naturaleza, sino la persona. (Fagothey. A,
1972)
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Mediante el intelecto y la voluntad, la persona es responsable ante el universo
entero y especialmente para con las demás personas. Lo que distingue la persona
no es su espiritualidad ni su mentalidad. Tal fue el error de Descartes. En efecto,
la persona es un centro de conciencia, pero es el caso que, en el hombre, esta
conciencia está ligada al cuerpo y actúa a través de éste. La persona es el hombre
entero, no una parte de él, ni siquiera la mejor parte. El lenguaje popular está en
los cierto cuando dice, "puso manos sobre mi persona", porque la persona incluye
el cuerpo. Por consiguiente, la persona no es solamente una memoria unificada o
una corriente de conciencia, de modo que fuera posible tener una división de la
personalidad o personalidades sucesivas en el mismo cuerpo.
Ejemplo:
Tal parece que solo podamos conocer nuestra propia persona, puesto que somos
sujetos para nosotros mismos. Pero, ¿hasta qué punto podemos conocer inclusive
esto? Cada uno de nosotros está situado en el centro de su mundo, en la torre de
observación de su propia personalidad, desde donde contempla el paisaje del
universo. Sólo podemos mirar a través de nuestros ojos, y percibir únicamente a
través de nuestra conciencia. Para mí, todo paisaje consta de objetos y, en medio
de todos ellos, yo solo soy el sujeto. Mi intuición de la subjetividad es existencial
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y no presenta esencia alguna que pueda comprenderse en un concepto. Así, pues,
la subjetividad es un abismo insondable, una noche impenetrable.
En este sentido podemos estar de acuerdo con los existencialistas, quienes dicen
que tenemos un agujero en medio de nuestro ser, una nada radical en el centro de
nuestra conciencia, y con esto se quiere dar a entender que todo nuestro
conocimiento es de objetos y que no podemos ser objeto para nosotros mismos.
Pero es el caso que tenemos un conocimiento vago de nosotros mismos,
simplemente por el hecho de ser nosotros mismos, por el hecho de existir como
sujetos. Esto es más bien un sentimiento que un conocimiento, de modo análogo
al conocimiento connatural, que presenta nuestras inclinaciones morales
tempranas, o como la intuición creadora del artista, que siente que sea o el color
o la palabra apropiados, sin ser capaz de explicar por qué. No es esto conocimiento
científico, que sólo procede por conceptos, ni conocimiento filosófico, si la
filosofía se toma como ciencia, inclusive en el sentido más amplio de la Palabra.
Soy el centro del mundo, subjetivamente. Pero objetivamente no cuento, porque
es el caso que, objetivamente, no soy más que una cosa entre cosas y me he
perdido a mí mismo. Lo que les ocurre a los demás es para mí un mero incidente,
y lo que me ocurre a mi reviste importancia absoluta para mí. Oscilo
lamentablemente entre las perspectivas subjetivas y objetivas. Si me deslizo en
un objeto, soy falso a mi singularidad. Y si absorbo todas las cosas en mí, soy
egoísta y orgulloso. Quiero conocerme a mí mismo tal como soy realmente, y no
puedo hacerlo sin convertirme a mí mismo en objeto, que es precisamente la cosa
misma que no puedo hacer nunca. Me conozco a mí mismo como soy para mí
mismo, lo que sólo me proporciona una percepción subjetiva de mí mismo, cuya
realidad objetiva no puedo descifrar. Los demás me conocen como objeto, no
como sujeto, en la misma forma en que yo los conozco a ellos. Lo que ellos
conocen es el yo. Así, pues, estoy separado de mí mismo y herido en mi identidad.
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2.2.3. Intersubjetividad
Ejemplo:
Nada podría estar más lejos de la dignidad de la persona humana que semejante
subjetivismo egoísta. Cualquier moralidad que yo acontezco adoptar no se hace
verdadera o buena por el mero hecho de que yo la adopte. En efecto, podrá estar
acaso totalmente desinteresada con respecto al bien de las demás personas y
contentarse perfectamente con tratar a las demás personas como Casas. Esto sería
totalmente Contrario al personalismo como ética de la persona. Dijimos que
solamente podemos conocer a los demás, inclusive a las demás personas, como
objetos. Semejante objetivación, conceptualización o universalización no es falsa
en cuanto a las esencias, porque esta es la forma en que aquellas se hacen
presentes a mi mente y la única forma en que puedo conocerlas. Pero es falso con
respecto a la subjetividad corno subjetividad, y esta es la razón de que no podamos
conocerlas. En otros términos, la única forma de conocer al otro precisamente
como otro está en ser este otro, y esto hace que nunca podemos ser. Sin embargo,
el conocimiento no es la única forma de comunicación, sino que hay también la
comunicaci6n del amor. Antes de tratar del amor, debemos ver que es lo que hace
el amor posible. (Fagothey. A, 1972)
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algunos de estos objetos, observo que puedo comunicarme por medio de signos,
esto es, por medio de símbolos objetivos pero significativos, o sea, un sustitutivo
deficiente de la experiencia subjetiva, pero suficiente, con todo, para permitirme
saber que el otro es una persona, esto es, centro de conciencia como yo mismo.
Pese a que solo lo conozca como objeto, se objetivamente que es un sujeto. De
igual modo a como yo lo estoy tomando en mí mismo y absorbiendo sus
sentimientos y pensamientos en la medida en que puede comunicarlos, así
también me está tomando el a mí en sí, en el mismo momento, en la misma forma.
Contribuye a mi crecimiento por lo que comparte conmigo, y yo contribuyo al
suyo. Esto es intercomunicación, pero no es intersubjetividad, porque cada uno
solo sigue siendo un objeto para el otro, y los medios de comunicación son
objetivos. Pero más satisfactorio, con todo, que estar solo. Tenemos aquí una
transición de la relación yo- ello y la relación yo-el. El otro es reconocido como
una persona como yo mismo, aunque este reconocimiento sea en el plano objetivo
y conceptualizado. No, se debe tratar como un ello, como una cosa, ni se le debe
utilizar o consumir como un medio para un fin, sino que debe respetarlo como un
fin en sí mismo. Es el sujeto de derecho, y hacia el yo tengo obligaciones. Nuestra
relación es una relación de justicia y perfectamente suficiente para establecer un
orden social viable. Desde el punto de vista conceptual, yo puedo ponerme en su
lugar, y puedo discurrir racionalmente que debo tratarle como quisiera que él me
tratara a mí. Entre nosotros puede establecerse un orden ético de un alto tipo, pero
no del tipo más alto. (Fagothey. A, 1972)
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del hombre, como una realidad que gobierna y dirige nuestros actos e impulsos,
es la cosa, dice Sartre, (tomado de Gurméndez. C, 1985), el objeto mismo.
Subjetivo:
Objetivo:
El amor objetivo es simple, directo, sin dobleces, un impulso encendido, una
dirección hacia el otro, una verdadera apertura de todo el ser.
Este amor objetivo (en el fondo es subjetivo) que se sufre o padece
voluntariamente como una entrega es, para Sartre, masoquismo.
“Cuando el amor es real, inconsciente, natural, nos objetiva y trasciende”.
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2.2.6. Amor personal
El amor es silencioso. ¿Por qué te quiero? Porque eres tú. No hay razón
alguna y es vano buscar una. Si se le pudiera encontrar, mostraría que el amor
era de una calidad inferior, esto es, un amor por varias cualidades deseables
que tú puedes tener, y esto podría ser más bien un amor de las ventajas que
dichas cualidades podrían reportarme a mí que un amor de ti. Este amor
inferior del deseo es un amor autentico, y no debe despreciarse en ningún
caso, pero contiene más de un elemento de egoísmo y no se eleva tan alto
como el amor de su plena perfección, que va, más allá de todas las cualidades
deseables de lo amado, directamente a lo amado como persona. Va más allá
de su manera de ser, hasta alcanzar su yo, esto es, un yo que subsiste en su
propia bondad, no como perfección de amante, sino como amado por sí
mismo, en su propia persona. (Fagothey. A, 1972, pg. 150)
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2.2.7. Seis actos de amor:
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pero no está dirigida, con todo, al complemento de mí mismo, sino al del tú. Mi
objetivo está en hacer al otro infinitamente amable. Pero no modelándolo o
retorciéndolo en algo distinto de él mismo. Aprecio su libertad como aprecio la
mía. Lejos de sujetarlo a mí, le ayudo hacer el mismo, en el pleno ejerció de su
libertad auto directora. Debido a que el don de mí mismo nunca es total, el amor
puede crecer siempre.
El amor es recíproco: Amar implica tanto el deseo corno el hecho de ser amado.
Es posible tener un amor que no sea correspondido, pero el Carácter en
satisfactorio de semejante amor salta a la vista. Este deseo de ser amado
manifiesta la componente inevitable del amor de sí mismo en todo amor, un amor
de sí mismo que no necesita en modo alguno ser egoísta, sino que es simplemente
la consideración del valor de uno mismo como persona, exactamente del mismo
modo que uno considera el valor como persona del otro. De este modo, el amor
une a las personas en una comunidad. El viaje recíproco del yo al tú y del tú al yo
se traduce en el nosotros. El nosotros del amor es el encuentro de dos sujetos
cuyo ser está en cada yo, pero cuyo tener está en el yo del otro y en la conciencia
de esta comunión. Es una entidad heterogénea del yo y el tú, que no absorbe ni al
tú ni al yo, sino que expresa su mutualidad. Puede haber un nosotros inferior, que
consista en una mera multitud, o en un grupo laxo de conciencia de clase, o en
una sociedad organizada de miembros cooperantes, pero el nosotros del amor, en
cambio, la relación personal yo-tú.
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El amor es el valor supremo: Podremos discutir esto, pero, si reflexionamos,
vemos que el amor lo ha de ser todo o nada. No en su ejercicio real, porque
podemos amar más o menos, y nunca amar perfectamente, como tampoco
hacemos cualquier cosa alguna perfectamente. El amor no se opone a realidad
existente alguna, sino que las anima todas, respetándolas. El amor es su propio
valor, es el valor de la persona. Pero ¿no es acaso Dios el valor supremo?
Ciertamente, pero Dios es Amor. Todo lo que hemos dicho aquí acerca del amor
entre dos personas humanas se verifica, en un Plano infinitamente más alto, en
Dios, en el amor del hombre por Dios y en el amor de Dios por el hombre, así
como en el propio amor de Dios por sí mismo. Inclusive el amor entre personas
humanas es incompleto, a menos que su unión sea vista como una participación
en el amor de Dios, que es la verdadera culminación de la personalidad y del amor.
Cuando hablamos de amor del prójimo y entendemos por prójimo todo el mundo,
este amor ha de estar en un plano secundario. Se extiende a aquellos que nunca
hemos visto o de quienes nunca hemos oído, esto es, a aquellos a quienes no
podemos querer, e inclusive a aquellos que nos han perjudicado. Con ellos no
podemos tener una intimidad experimentada ni participación alguna en su
subjetividad misma. Nuestro amor por ellos ha de ser un amor razonado, resultado
de la reflexión sobre su condición y la nuestra. El amor resultante carece de
emoción, porque es conceptualizado y no espontáneo; porque no es evocado por
la presencia del otro, y personal solamente en el sentido de que sabemos
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objetivamente que el otro es una persona, y no porque respondamos a la atracción
de su personalidad.
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ღ La justicia se reduce al mínimo y es negativa en su acento: no quites a otro
aquello que es suyo en derecho ni lo prives de ello.
ღ El amor, en cambio, aumenta al máximo y es positivo.
Ve lo más lejos que puedas en dar a otro aquello que pueda serle útil. La
justicia y el amor provienen de motivos distintos.
ღ La justicia está conectada con la ley, con la obligación, los derechos y los
deberes, y mide sus concesiones según igualdad y mérito.
ღ El amor, en cambio, es magnánimo y generoso, da sus dones sin medida ni
restricción, y se alegra de tener algo que dar.
ღ La justicia y el amor son las dos grandes virtudes sociales que gobiernan a
los hombres que viven juntos. Puesto que no puede haber amor sin justicia,
los requisitos de la justicia han de cumplirse primero. Luego, una vez la
justicia establecida, el amor impele hacia adelante, tan lejos como el hombre
es capaz de ir.
Aunque nosotros no podamos establecer una relación yo-tú con todos y cada uno
de los humanos existentes, Dios sí lo hace. Está íntimamente presente en la
subjetividad de cada una de sus criaturas, y su infinitud le permite abrazarlas a
todas. Así, pues, podernos amar a toda la humanidad, inclusive a aquellos que
nunca podrán entrar en nuestra experiencia, porque Dios, a quien amamos, los
ama. Son personas porque son imágenes del más personal de todos los seres.
Nuestra abertura hacia Dios, hacia quien también ellos están abiertos, Permite que
nuestro amor pase a través de Él hacia ellos. Es por esto que puede decirse que
queremos a nuestro prójimo en Dios. Nuestro amor mutuo es así un espejo del
amor de Dios para sí mismo y para nosotros. (Fagothey. A, 1972, pg. 152)
La teoría ética aquí presentada podrá considerarse como más bien ecléctica en su
forma de personalismo y, en 1a medida en que se refiere al amor, podría
designarse como agapismo, de agapé, la palabra griega que significa caridad o la
clase más alta de amor. No oponemos aquí agapé a eros, como lo hacen algunos.
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Todo amor desordenado sería eros sin agapé, y el amor fraterno por el prójimo
podría ser agapé, sin eros. Pero los dos pueden darse también combinados, y
deberían darse en el tipo más alto de amor. Nuestro amor de Dios puede ser
apasionado y consumidor, como lo muestra la historia del misticismo. Pero, este
eros presente o no, lo que confiere al amor su valor moral es el elemento de 1a
agapé.
El tema del amor ha sido sin duda uno de los tantos cuestionamientos por su grado
de alcance en el actuar de los seres humanos, incluso muchas ideas planteadas
acerca del amor, sugieren una relación con aquello que frustra o destina a sufrir a
aquellos que lo padecen.
Spinoza por ejemplo, en sus apuntes Breve Tratado, se refleja la relación entre el
sufrimiento y el amor y se refiere a éste último señalando la decisión que podemos
tenemos nosotros para no padecerlo: “Tenemos el poder de liberarnos del amor
de dos maneras, una es mediante el conocimiento de algo mejor, otra,
experimentando cómo la cosa amada, antes considerada grande y magnifica, lleva
consigo cierta cantidad de consecuencias funestas”. (Ceronetti. G, 2005)
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En cuanto tratemos sobre el amor, encontraremos pues, otro significativo aporte
sobre lo dicho, Edmund Husserl, es sin duda unos de los tantos filósofos que se
encargaron de estudiar sobre “el amor”, ese estudio lo hace en base a la relación
fenomenológica entre la ética y el amor, enfatizando la dimensión moral y la ética
de la persona. Incluso cabe mencionar que analizando sus puntos de vista,
podemos empezar señalando que este autor se refiere a una comunidad del amor,
para llevarlo al plano ético. (Sánchez. R, 2015)
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Así pues, el amor primigenio es el amor dual que se da de persona a persona. Esta
solicitud amorosa por el otro o amor al prójimo da lugar al amor ético en el que el
otro se encuentra siempre en el horizonte de mi vida y al revés, yo en el horizonte
de la suya. Llevo a los otros en mí, a este encuentro recíproco que se da entre cada
sujeto en el horizonte de la vida del otro es a lo que Husserl llama amor ético.
(Sánchez. R, 2015)
Aunque el amor es visto como una experiencia real, hermosa y suprema, de origen
espiritual o parte de una innata magia biológica, la ciencia de hoy en su afán de
cuantificar, medir y predecirlo todo, ha llegado a la dramática conclusión de que
el enamoramiento y su correspondiente arrojo de pasiones, lejos de ser una
sagrada comunión de almas m es el efecto de un flujo de sustancias químicas que
vertidas en el torrente sanguíneo, nos trastornan temporalmente y nos llevan de la
fantasía suprema del perfecto amor, al aburrimiento, la decepción y la urgencia de
separación más dolorosas. (Soberanis. L, 2008)
Pues bien, es necesario saber que el cerebro es el órgano donde se llevan a cabo
todas las reacciones químicas que acontecen en el amor. El cerebro con sus cien
mil millones de neuronas, es la sede del deseo y el amor, en el cerebro se gestan
los procesos que nos hacen desear y amar. (Hernández. P, 2012)
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potencial mira a la mujer que puede convertirse en la presencia amada; la imagen
de esta se registra inmediatamente en la retina, estructura que envía una señal
nerviosa que viaja a través de los nervios ópticos; los axones de las neuronas
transmiten, en milésimas de segundos, el estímulo eléctrico hacia el lóbulo
occipital donde hacen sinapsis con las neuronas de su córtex, constituido por los
núcleos de las neuronas; la corteza del cerebro tiene otro nombre: materia gris. En
el córtex queda registrada la imagen d la persona que ha visto el futuro enamorado;
y las neuronas que elaboran la imagen envían estímulos nerviosos que hacen
sinapsis en los centros neurales que constituyen el sistema límbico: el tálamo, el
hipotálamo, la amígdala cerebral, cuerpo calloso, el septum y el hipocampo. En
estas estructuras se procesan la memoria, la atención, los instintos sexuales, las
emociones intensas, la personalidad y la conducta. La respuesta de estos centros
nerviosos consiste en sinapsis que sintetizan tres neurotransmisores
fundamentales: primero la dopamina, luego la luliberina y un poco después la
oxitocina. En la sustancia negra y en el hipotálamo se sintetiza la dopamina; esta
molécula, nos pone eufóricos, alegres entusiasmados, las pupilas se dilatan, el
corazón se acelera, se erizan los vellos de nuestra piel, etc. En el sistema límbico
se inicia esta reacción en cadena y sobre todo, en el tálamo y en el hipotálamo,
donde reside, al parecer, nuestra memoria afectiva. La imagen de la persona que
han visto nuestros ojos se queda en estos centros nerviosos que aseguran, por la
acción de la dopamina, la sensación de bienestar y gratificación. El carácter
adictivo del amor depende de la dopamina, pero la reacción en cadena que inicia
esta molécula se mantiene mediante retroalimentación desencadenada por
millones de sinapsis cuya función consiste en sostener ese estado de ánimo que
caracteriza al amor en su primera etapa llamada “flechazo”. (Hernández. P, 2012)
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sentimiento tan elaborado como el amor, y efectivamente, no son capaces, al igual
que tampoco hidras, medusas y otros animales con primitivas neuronas. Su
fisiología nerviosa no lo permite. Sin embargo el amor en los seres humanos si
implican el sistema nervioso más completo y desarrollado, esto implica intimidad,
compromiso y pasión. Estos son los pilares que sustentan el amor humano.
(Picard. R, 2002)
Ahora bien, cabe señalar algunas de las respuestas que la humanidad le ha dado a
la pregunta: ¿Dónde nace el amor?, para ello Pinzón. V (2013) recoge las
siguientes:
- Desde el año 450 d. C. hasta 1990: según escritores y poetas, quienes fueron
los interesados en el tema: “El amor es un sentimiento y nace en el corazón”
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CONCLUSIONES.
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Referencias bibliográficas:
HERNÁNDEZ. P (2012) Bioquímica del amor. Revista: Ciencia UANL No. 57.
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