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CAPITULO 6
CONSUMIRSE LA VIDA
¿Por qué tendrá que ser así? Por la condición del ser humano, "mísero mortal",
y por la absoluta imposibilidad de encontrar consuelo en nada que ya sea
conocido. El único consuelo disponible es una empresa que nos subyugue, que
distraiga nuestra atención y evite que pensemos en la muerte y en la brevedad
de la vida, la verdadera razón de nuesrra desdicha. Oisfruramos el "bullicioso
ajetreo", no sus propósitos y recompensas manifiestos. "La liebre no nos protege
de ver nuestra propia miseria y muerte, pero la diversión de cazar una liebre sí".
No buscamos y encontramos el desenlace del drama de la mortalidad en los
logros que obtenemos, sino en el hecho de desearlos e ir en pos de ellos.
Buscar divertirse en vez de enfrentarse cara a cara con el destino humano es,
para Kierkegaard, el signo de una vida corrupta o perversa, una patología del
carácter. Y no hay nada inevitable en esa perversión: la corrupción es, clara y
simplemente, resistible.
Los límites se trazaban en base a las actividades que había que llevar a cabo:
antes de que los seres humanos pudieran ponerse en acción, había que
alimentarlos, calzarlos y darles un techo, y todo eso "de la manera adecuada".
Tenían un número fijo de "necesidades" que debían "satisfacer" para sobrevivir.
Pero el consumo, en tanto servidor de la necesidad, tenía que justificarse en
otros términos más allá de sí mismo. La supervivencia (biológica y social) era
el propósito del consumo, y una vez que se alcanzaba ese propósito (una vez
que las "necesidades" eran "satisfechas"), no tenía sentido seguir consumiendo.
confusiones,
P ara evitar confusiones, sería mejor continuar hablando del fatídico cambien la
naturaleza del consumo y deshacerse por completo del concepto de "necesidad",
aceptando que la sociedad de consumo y el consumismo no tienen nada que ver
con satisfacer necesidades, ni siquiera con las más trascendentes ligadas a la
subjetivación, o a una "adecuada" seguridad en uno mismo.
El deseo ya agotó su vida útil: tras haber llevado la adicción de los consumidores
hasta el punto en que se encuentra, ya no puede mantener el ritmo. Es necesario
un estimulante más poderoso, y sobre todo más versátil, para mantener la
aceleración de la demanda de consumo a la par de la creciente oferta. El
"anhelo" es el sustituto tan necesario: completa la liberación del principio de
placer, purgando los últimos residuos de cualquier impedimento que aún pueda
oponerle el "principio de realidad
No se consentían antojos ni caprichos; el comportamiento espontáneo, o falto
de una motivación trascendente, se consideraba peligroso para la "conservación
del orden". Cualquier libertad más allá del "reconocimiento de las necesidades"
era como una espina clavada en el costado de la racionalidad. En un esquema
como ése, el consumo, como los demás placeres de la vida, no podía ser más
que un servidor del orden racional (e! chantaje que había que pagarle a
regañadientes a la irreductible irracionalidad de la condición humana), o un
pasatiempo lanzado a los márgenes del camino principal de la vida, donde no
podría interferir con sus verdaderos asuntos.
consideraba que el holismo era el único punto de visea posible, tanto acerca de
la sociedad como del individuo [...] Este tipo de relato presuponía, como
escenario en el que podía desplegarse el accionar público de agentes morales,
un orden social estable, una política económica netamente definida y una
psicología colectiva que diera por sentado que el carácter personal y la conducta
pública eran inseparables. Cuando esas suposiciones se hicieron insostenibles,
algunos proclamaron "el fin de la novela".11
Hay una sola cosa que los consumidores pueden hacer para nivelar el déficit
crónicode certidumbre: recorrer las avenidas trazadas y asfaltadas por la
mercadotecnia y el comercio. Vivimos en una sociedad hecha con panes de
rejunte (y además, descanables), y en una sociedad así, el arte de la reparación
de los objetos, personalidades o vínculos humanos que no funcionan bien es
innecesario y obsoleto.
CAPTULO 7
DE ESPECTADOR A ACTOR
Sea lo que fuete, el mal que subyace en la actitud del testigo pasivo o del
espectador es diferente del mal que resulta del accionar del autor, y lo que marca
la diferencia es la presencia o la ausencia de una prohibición legal.
Trazar una línea para separar las dos actitudes reprensibles en el marco del
hecho delictivo, sin pensar ya en trazarla sin ambigüedades ni controversias,
sería un esfuerzo estéril si la condena moral del mal, en vez de la retribución
penal que éste atrae o deja de atraer, fuera lo que guía la mano.
Sin embargo, existe una afinidad entre "hacer el mal" y "no resistirse al mal",
y es mucho más íntima de lo que admitirían quienes se dedican a estudiar una
de estas dos categorías olvidando a la otra. Esta afinidad podría aparecer a
simple vista
Podría decirse que quienes hacen el mal, así como quienes ven el mal, lo
escuchan, pero no hacen nada por detenerlo, configuran un caso clásico de la
"disonancia cognitiva"
Por ende, los autores y los espectadores sienten en igual medida la firme y
acucianre necesidad de una negación enfática. Esa necesidad nunca se
desvanece, y no permite nunca un momento de descanso o que uno baje la
guardia. Rechazar, e incluso desestimar la devastadora amenaza de cargos
potenciales difícilmente sea una opción razonable, a menos que el acusado
pueda contar con una supcrioridad sobre sus acusadores lo suficientemente
importante como para hacer que las acusaciones se vuelvan, si no irrelevantes,
al menos (yeso es lo que verdaderamente importa) carentes de consecuencias
prácticas.
negación.
La excusa que queda como último recurso es "No podía hacer nada", o "No
podía hacer más que lo que hice". Por estos días, se está volviendo,
ciertamente, la excusa más popular de los espectadores, y quizás la única
estrategia víable de negación que tienen a su disposición.
Ser espectador en un mundo de dependencia global
Los animales son útiles para los seres humanos, y para serlo necesitan que se
los cuide y se los atienda, y sobre todas las cosas, que se los proteja. Por lo
tanto, tener en cuenta las necesidades de los animales es un deber de los seres
humanos para consigo mismos.
En el camino, se han mezclado y solidificado para dar forma a la idea de
reciprocidad entre los derechos de los animales y los intereses humanos.
Tester se pregunta por qué hay tantos espectadores en este mundo en que
vivimos; cómo puede ser que el mundo se haya convertido en una enorme y
muy eficiente fábrica de espectadores. La primera respuesta que viene a la
mente cuando uno se plantea
Una vez que se le asignara a cada uno el lugar que mejor le correspondía, una
vez que aquellos para los que no había lugar murieran, se fueran por propia
voluntad o fueran expulsados de la ciudad, ya no sería necesario volver a
recurrir al poder de la excepción. La espada del poder quedaría para siempre
envainada, y se la guardaría para instrucción de las nuevas y felices
generaciones, como una pieza de museo, una reliquia de tiempos ya pasados,
anteriores a la "buena sociedad".
Uno podría pensar que esta esperanza fue la principal razón por la que el término
"utópico" adquirió con el transcurso de la historia moderna la connotación de
una quimera, algo descabellado, si no directamente insustancial, y se vio
acompañado en los tesauros modernos por otros términos como "fantasioso",
"quimérico", "poco práctico", "soñador".
IMAGINACIÓN PARALIZADORA
El camino hacia la perfección es, como se sabe, largo y escarpado; pero en algún
lado, allá a lo lejos, hay un puma bien delimitado, aunque a duras penas visible:
la línea de llegada. La utopía era el topos que recompensaba las penurias de los
viajeros: el fin del peregrinaje que haría (aunque de manera retrospectiva) que
los padecimientos y tribulaciones pasados valieran por las dificultades que
habían provocado y los esfuerzos empleados para combatirlas y
sobreponérseles.
De modo que la utopía debía ser un mundo de estrecho compromiso entre los
gobernantes y los gobernados: entre gobernantes firmes pero benévolos y sus
sujetos obedientes pero felices. Y un mundo de sabios, cuya tarea era
garantizar la benevolencia de los gobernantes y la felicidad de los gobernados.
La utopía era el producto de la Era del Compromiso y la Responsabilidad. Un
compromiso tripartito: entre los príncipes, el pueblo y los sabios. Un
compromiso en y con el territorio: conjunta y continuamente habitado por los
tres para un "siempre" predecible. Un compromiso con un objetivo: el
establecimiento y la conservación de un orden libre de accidentes, riesgos e
incertidumbres, un orden definitivo para la sociedad
IDEA FUERZA 2