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Begoña Gil
El arte de las musas

I.- ¿Qué quiere decir la palabra música?

Cuando escribí hace un tiempo sobre el poder de la música y su capacidad para seducirnos,
enseguida aparecieron cuestiones sobre si la música tenía que ver con la poesía, con las
matemáticas y con la filosofía, y de qué modo todas estas actividades estaban relacionadas entre
sí. También surgió un pequeño debate acerca de dónde residía esa capacidad de seducción que
casi todos reconocemos en la música, si era algo vinculado sólo con el recuerdo de una situación
en la que la música había intervenido o si de alguna manera ella ya en sí misma escondía una
suerte de mágico poder para transmitirnos un estado de ánimo. Dije que seguiría ocupándome de
este tipo de asuntos que, yo creo, nos afectan a todos, tal vez mucho más de lo que a primera vista
pudiera parecer. Por eso me parece que podría empezar haciendo un pequeño repaso a lo que
significó la palabra música en sus orígenes.

La música es el arte de las Musas y de ellas recibe su nombre. Quizá algo tan obvio puede
resultarnos hasta sorprendente: la palabra música, en principio, designa a todo lo que tiene que
ver con las Musas (música, μουσική en griego, viene del adjetivo μουσικός, que quiere decir
“relativo a las Musas”).

Lo cierto es que con el paso del tiempo hemos ido olvidando que en su origen el término música
estaba vinculado a las Musas, y también que abarcaba muchos más aspectos que los estrictamente
sonoros (aunque hay que recordar que toda aquella variedad semántica estaba presidida por el
arte de los sonidos). Pienso que si repasamos un poco la diversidad de significados que la palabra
música tenía en la Grecia Antigua e intentamos comprender cómo estaban emparentados unos
con otros, nos toparemos con un paisaje profundamente sugerente en el que podremos encontrar
la senda -que por transitada no es menos desconocida- que nos mostrará un horizonte gigantesco
y enriquecedor, y que nos llevará a apreciar cómo todos aquellos significados continúan de algún
modo subyaciendo, ocultos pero latentes, en lo más interesante de nuestras artes y de nuestras
ciencias. Me parece que si vemos como musicales muchas actividades que hacemos o que
admiramos y que a simple vista parecen tener poca relación con la música, empezaremos a
descubrir su verdadera dimensión poética. Y no me refiero solamente a las artes, sino también y,
especialmente, a las ciencias.

Cualquiera de nosotros, sin pensarlo mucho, diría enseguida que la música es una combinación
más o menos afortunada de sonidos. Y éste fue también en la Antigua Grecia el primero de sus
significados y el que fundamentó todos los demás. Con la palabra músico se designaba a cualquier
persona que realizaba una actividad musical, tanto al aficionado que cantaba en el coro del teatro
o que tocaba la lira por puro placer poético, como al músico profesional que componía música o
que la interpretaba.

Conviene recordar que en Grecia la música por excelencia era la música cantada y que la música
instrumental tenía preferentemente una función de acompañamiento. Por eso hay que tener en
cuenta que, a diferencia de nuestra época, la música propiamente dicha implicaba también la letra
de la canción, el canto en su conjunto. Lo que ellos llamaban la "melodía completa" (el canto
acabado, el melos perfecto) tenía las notas musicales y también la letra que se cantaba, el poema.
Esto explica que no hubiera una diferencia precisa ente poesía y música, entre poeta y músico. Y
como el poema, hablando en general, estaba desde su composición pensado para ser cantado, no
es de extrañar que muchos de los tratadistas griegos consideraran que el metro del poema
(construido por la alternancia de sílabas largas y breves según determinados patrones) era una
parte de la música, o más exactamente, una parte del ritmo de la música.

Y aunque la poesía épica (realizada mediante hexámetros dactílicos) no fuera propiamente


cantada, también era tenida como un arte musical. Y lo mismo ocurría con el teatro, con la
tragedia y la comedia. La declamación, considerada como una locución intermedia entre el habla
en prosa y la canción propiamente dicha, sería, en este sentido, una suerte de musicalización del
verso, lo que daría expresión y vida al poema, gracias al ritmo de las largas y las breves, y al
desarrollo “melódico” de las inflexiones de la voz.

También la danza y la expresión del cuerpo en la representación escénica formaban parte de la


música. En el caso de la danza, no nos resulta muy extraño en nuestros días pensar que sea un arte
musical. En lo que respecta al teatro, quizá tengamos que hacer un pequeño esfuerzo para
entender que la inclinación del cuerpo, el gesto de una mano o el modo de caminar en el escenario
pudiera ser algo relacionado con la música. Tal vez podamos comprenderlo mejor si lo asociamos
con la danza y con los movimientos rituales que darían origen al teatro. Y también si pensamos que
es mediante el movimiento del cuerpo como se expresa la acción que se está contando, la lucha de
dos guerreros, el sufrimiento por la muerte, etc.

Hasta aquí, salvo estas matizaciones, las coincidencias con nuestro concepto de música serían
bastante aproximadas. Pero si consultamos en cualquier diccionario de Griego quizá nos
sorprenderá encontrar que el adjetivo músico servía también para calificar a la persona culta, al
hombre instruido, por oposición al ignorante (el "amúsico"), el que no había recibido una
formación cultural. La principal razón de ello es que en Grecia la enseñanza de la música, con todos
los aspectos que he mencionado, formó parte de la educación del hombre libre desde la infancia.
Pero de eso ya hablaré más adelante en otra entrada.

Nos ayudará a entender algo mejor por qué se denominaba músico al hombre instruido pensar
que en el mundo Griego, junto a la variedad de actividades que acabamos de reconocer como
musicales, también las matemáticas y la astronomía eran ámbitos muy próximos a lo musical. La
geometría, la matemática de las proporciones, la física del sonido (lo que hoy llamamos acústica),
los cálculos de la astronomía en torno al movimiento de los astros, todo ello formaba parte de la
Música. Pero esta asimilación no fue algo derivado ni tardío, sino que estaba ya en los orígenes de
la palabra. Como veremos más adelante, todas ellas son también actividades a las que se
dedicaban las Musas. Los estudiosos griegos desde épocas bien remotas (y pudiera ser que esto lo
hubieran aprendido de otros pueblos más antiguos, de los egipcios o de los mesopotámicos)
descubrieron que las mismas leyes matemáticas que estaban detrás de muchos aspectos de la
realidad, estaban también en el arte de los sonidos, en las leyes de la composición de escalas. Y así
pasó a la Edad Media.

Encontramos, pues, que la Música, el arte de las Musas, debió de ser algo más complejo que lo que
nosotros entendemos habitualmente por música. Pero aún hay más. Si seguimos leyendo la
entrada del diccionario vemos que el adjetivo músico calificaba también a todo lo que está bien
hecho, a todo lo que es como debe de ser, es decir, a lo que los griegos llamaban lo conveniente, lo
bello, lo hermoso. Música y Belleza venían a ser dos palabras muy próximas. Se podría decir que
esta identificación de la música con todo lo que tiene que ver con la belleza y la búsqueda de las
proporciones musicales en todo cuanto de bello habría en el arte, ha marcado de algún modo la
Historia del Arte Occidental.

Pero lo más interesante, a mi juicio, es entender cómo se relacionaban


entre sí todos estos significados que hemos encontrado para la palabra
Música. ¿Son simplemente el resultado de una derivación de usos a lo largo
del tiempo o encierran todos ellos algo común desde sus orígenes? Indagar
esta cuestión, para mi apasionante, se excede en gran medida del propósito
de esta entrada. No obstante, me parece que una mirada de cerca a las
Musas, las diosas que prestaron su nombre a la música, las que con sus
cantos y danzas deleitaban a los dioses sempiternos a la vez que regalaban a
los hombres elegidos la capacidad de crear belleza, tal vez nos abra algún
camino.

[Musa en el Helicón. Probablemente Calíope. Lekitos de fondo


blanco. Atribuido a Aquiles el pintor. 445 a.C.
(Antikensammlungen, Munich, Germany)]

II.- Las diosas de la música

La palabra música, como vimos en la Parte I, nombraba en sus orígenes a


cualquiera de las actividades a las que se dedicaban las Musas, las diosas
hijas del dios olímpico Zeus y de Mnemósine (la Memoria) según la
genealogía de Hesíodo. Por eso me parece que si entendemos un poco
mejor quiénes eran esas diosas, a qué tareas se dedicaban y cuál fue su significado alegórico o
filosófico, tal vez podamos recuperar algo de la idea primigenia de música y acercarnos un poco a
aquel fondo conceptual originario que daría unidad a todas las acepciones de la palabra.

Todos hemos oído hablar de las Musas, casi siempre relacionándolas con la poesía y con la música.
Las Musas han sido pintadas y representadas profusamente a lo largo de la Historia del Arte (si
estáis interesados en saber algo más sobre la iconografía de Apolo y las Musas en el arte antiguo y
su pervivencia posterior, podéis leer el artículo de Isabel Rodríguez López). Tanto se ha hablado de
las Musas que se han convertido en un lugar común, hasta un poco trasnochado ya hoy, para
referirse a la inspiración poética, imaginándolas como bellas mujeres que viven en los montes,
cerca de las fuentes, y que infunden la inspiración a aquellos que se dedican a actividades
creativas.

Pero, ¿quiénes eran aquellas doncellas que, según nos cuenta Hesíodo en la Teogonía, cantaban y
danzaban con pies delicados en torno a una fuente de violáceos reflejos, allá en el monte Helicón?
¿Qué representan esas mujeres que arropadas en la densa niebla -quizá el material de los sueños-
viajan por la noche lanzando himnos de alabanza a los dioses y susurrando a los oídos de los
hombres elegidos tan dulces palabras que los convierten en hijos de los divinos? ¿De qué hablan
cuando dicen de sí mismas que saben contar muchas mentiras con apariencia de verdades y
también saben, cuando quieren, proclamar la verdad? Intentaré ir dando alguna respuesta a estas
cuestiones en esta entrada y en las que le sigan sobre este tema.

Las Musas están relacionadas con Apolo, dios solar y dios de la música, quien las dirige en sus
cantos y en sus coros celestiales (uno de los atributos de Apolo es “Musageta”, “el que guía a las
Musas"). Hay que recordar que Apolo es también el dios del conocimiento y de la adivinación. Algo
tienen que ver las Musas con las Ninfas de los bosques, diosas de la Naturaleza, que también son
jóvenes doncellas que bailan y cantan en montañas altas y viven en grutas cerca de zonas
húmedas, y que se aparecen de vez en cuando a los hombres, pero sin dejarse ver, por lo que los
favorecidos por su presencia sólo oyen sus cantos lejanos. Las diosas de la música habitan siempre
en las montañas (Helicón, Olimpo o Parnaso), cerca de las moradas de los dioses, en torno a
fuentes sagradas de las que mana una suerte de agua purificadora que permite al elegido (el
músico-poeta) conocer, o más bien recordar, las verdades auténticas, esas que serían sólo
accesibles a los dioses y que estarían ocultas normalmente al común de los humanos. La
intervención de las Musas hace que el poeta adquiera algo de la sabiduría divina, pues les concede
el don de recordar (en el sentido de conocer o re-conocer) el pasado y hablar del futuro. Y además
hacerlo bellamente.

Me parece que podríamos empezar acercándonos un poco a cada una de las Musas para conocer
algo mejor la variedad de asuntos que eran tenidos como musicales en la Antigua Grecia. A lo largo
de la Historia se ha ido dotando a cada Musa de unas atribuciones específicas y de unos símbolos
concretos, con los que se las ha representado en mosaicos, esculturas o pinturas; pero lo cierto es
que en los tiempos más antiguos se hablaba de las Musas en general, como de un colectivo de
diosas inspiradoras, o incluso de la Musa. Era frecuente entre los poetas griegos invocar a la Musa,
sin particularizar a cuál de ellas llamaba en su ayuda. Pero, aunque es cierto que no fue hasta el
Helenismo cuando se asignaron tareas diferentes y símbolos específicos a cada una de las Musas,
también es verdad que el significado de cada uno de sus nombres ya nos puede dar una idea de
sus dedicaciones favoritas. Y esto nos invita a pensar que las atribuciones particulares de cada una
de ellas estarían ya de algún modo definidas por lo menos hacia el siglo VII a. C. (época en la que,
como muy tarde, se fecha la Teogonía de Hesíodo), pues la primera vez que aparecen los nombres
de las nueve Musas (llamadas luego Musas canónicas) es en esta obra. Seguiré el orden en el que
allí se nombran.

Clío (Kλεω, la que da fama, la que hace célebre). Clío canta el pasado de los hombres y de las
ciudades. Inspira a los poetas épicos, a fin de recrear en la memoria de todas las generaciones las
hazañas de aquellos que merecieron la gloria. Por eso es la Musa que proporciona la fama, y la
fama es uno de los más altos bienes que un griego de entonces podría desear, algo así como una
forma de eternidad. No en vano Clío es la Musa de la historia y, junto con Calíope, de la poesía
épica, dos géneros muy próximos, pues mediante la poesía épica se transmitían oralmente y se
memorizaban las gestas de los héroes de antaño. También, por ello, se la relaciona con el tiempo.
Además se dice que a quien ella protege es capaz de alcanzar la gloria entre los poetas.

Euterpe (Ευτέρπη, la muy encantadora). Euterpe es la Musa de la música propiamente dicha. Su


mismo nombre habla de deleites y seducciones, efectos ambos que se atribuían a la música. Se la
relaciona especialmente con el aulos, instrumento de viento que, al mantener ocupada la boca,
impide al músico cantar al mismo tiempo. Por eso, tal vez se puede considerar que Euterpe fuera la
diosa encargada de la música instrumental. Se la suele representar con el aulos y una corona de
flores.

Talía (θάλλεω, la festiva). Es la Musa de los bosques y de la naturaleza en estado puro. Se asocia
con la poesía idílica, las fiestas dionisiacas y la comedia. Se la representa con frecuencia con una
máscara cómica, un cayado y una corona de hiedra. La corona de hiedra, planta vinculada con la
sabiduría, también es portada por Dionisos, dios con el que de algún modo tendría una especial
vinculación.

Melpómene (Μελπομένη, la que canta). Aunque por su nombre Melpómene sería la diosa del
canto (melpo significa celebrar con cantos y danzas), más tarde se la consideró la Musa del teatro,
más propiamente de la tragedia. Aparece también relacionada con Dionisos (el epíteto de este
dios en Ateneas es Melpoméno, el que danza y canta). Hay que recordar que el arte dramático
tiene su origen en la celebración del ritual de Dionisio (la palabra tragedia significa canto del
macho cabrío, animal con el que se asociaba al dios) y que este primitivo ritual de canto y danza
que celebraba el ciclo de la naturaleza de muerte y resurrección, en el que el coro era el único
representante, fue progresivamente adquiriendo dramatismo y añadiendo personajes hasta dar
lugar a la tragedia. Por eso el teatro no es sino un caso evolucionado de música. A Melpómene se
la representa con la máscara trágica, a veces con un puñal en la mano y calzada con coturnos,
calzado propio de los actores trágicos.

Terpsícore (Τερψιχόρη, la que ama el baile). Es la Musa de la danza y también del canto coral.
Algunas leyendas dicen que es la madre de las Sirenas. En principio, pues, su patrocinio no se
distinguiría demasiado del de Melpómene, pero pudiera ser que cuando el teatro adquiriera una
entidad propia, diferenciada del canto coral, Terpsícore quedara como la patrocinadora del baile y
el coro, mientras que a Melpómene se la vinculara más específicamente con la tragedia. Se la suele
representar con la lira y el plectro.

Erato (Eρατώ, la amorosa). Es la Musa de la poesía lírica o amorosa. La poesía elegíaca también
estaba patrocinada por Erato. Además Erato se asociaba con el movimiento del cuerpo, por lo que
era la encargada de la pantomima y el movimiento corporal que escenifica la acción que se narra.
Por los tratadistas griegos sobre la música sabemos que el movimiento del cuerpo en la ejecución
escénica formaba parte de la música. Llama la atención que el movimiento del cuerpo, la
gestualidad corporal, estuviera ligada a la poesía erótica. Nos han llegado noticias de que a veces
algunos movimientos corporales en la escenificación eran calificados como obscenos. Erato es
frecuentemente representada con una cítara, instrumento usado normalmente para acompañar a
la poesía lírica.

Polimnia (Πολυμνία, la de variados himnos). Es la diosa inspiradora de los himnos a los dioses. Por
eso se la asocia con la poesía religiosa y se la representa en actitud pensativa y trascendente.
También se relaciona a Polimnia con la retórica y la elocuencia, como a Calíope.

Urania (Ουρανία, la celestial). Por su nombre podríamos decir que es la que está más próxima a los
dioses, al pensamiento superior. Urania aparece vinculada con la astronomía, y a través de ella,
con la geometría, las matemáticas, la física y, en general, con las ciencias. Los griegos dedujeron
que los cuerpos celestes, que habían sido estudiados con bastante precisión mediante cálculos
astronómicos, guardaban entre sí unas relaciones semejantes a las que se establecen entre los
sonidos de una escala musical formada por las consonancias. De algún modo, pues, Urania, sería la
Musa de la música teórica, en la que los griegos incluían la física y las matemáticas. Se la
representa en actitud reflexiva con una esfera celeste hacia la que apunta con un bastón.

Calíope (Καλλιόπη, la de la bella voz o la de la bella palabra). Es la Musa de la elocuencia y tiene


un lugar privilegiado en el coro de las Musas. Quien es tocado por su magia tiene la capacidad de
persuadir con su bella manera de hablar, de argumentar con inteligencia e imponerse con la fuerza
de la palabra. También, junto con Clío, se vincula con la poesía épica (έπος). Calíope, dice Hesíodo,
es la Musa que asiste a los reyes en su nacimiento y a éstos los relaciona con la justicia. Es la Musa
del buen razonamiento y con ello de la filosofía.

Además de estas nueve Musas canónicas encontramos en la Mitología Griega otras diosas que
también son llamadas Musas. Los nombres de las que pertenecen a los dos grupos más
importantes nos hablan también de sus relaciones con la música. Por un lado están las Musas
Antiguas o Titánidas, hijas de Gea y Urano (la Tierra y el Cielo), llamadas Mneme, Mélete, y Aede
(es decir, Memoria, Practica, y Canto). Y por otro las Musas Apolónidas, cuyos nombres coinciden
con tres cuerdas de la lira: Nete, la más aguda; Mése, la media; e Hypate, la más baja. También
había otro grupo de tres Musas en Sición, donde una de ellas llevaba el nombre de Polimatía (la de
múltiples saberes) lo que nos habla de su conexión con el conocimiento y el aprendizaje.

Tres Musas. Bajorelieve de Mantinea atribuido al taller de Praxíteles. (s. IV a. C.).


Vemos, pues, que las diosas de la música tienen que ver también con el conocimiento, con la
facultad que convierte a los humanos en seres cercanos a los dioses. Por eso la tradición las ha
vinculado siempre con las artes y con las ciencias. En tanto que poseedoras de todo saber
intelectual las Musas tiene la capacidad de crear apariencias de verdad (creaciones poéticas), así
como la de investigar la verdad que está en el fondo de la realidad. Puede que ahora entendamos
qué quieren decir las palabras que Hesíodo pone en boca de las Musas cuando dicen: “Sabemos
decir muchas mentiras con apariencia de verdades; y sabemos, cuando queremos, proclamar la
verdad”. Las Musas pueden construir obras donde la imaginación es la fuerza creadora, dónde
nada de lo narrado ha ocurrido nunca, pero que por su maestría parecen estar contando hechos
verdaderos (serían mentiras con apariencia de verdades); pueden también reconstruir los hechos
acontecidos en el pasado, es decir, contar los acontecimientos históricos en los que intervinieron
los héroes y los pueblos (proclamarían la verdad); y pueden incluso adentrarse en el conocimiento
de las verdades más profundas, las que son propias, diríamos hoy, de científicos y filósofos.

Sea como fuere, lo que ahora nos interesa comprender es que en la Antigüedad grecorromana
todas estas actividades a las que se dedicaban las Musas y ninguna otra formaban parte de la
Música. A primera vista podría parecer que hablar del arte de las Musas sería una forma de
generalizar, que todas las artes y todas las ciencias serían ocupaciones de estas diosas inspiradoras
de la creación humana. Pero nos llama enseguida la atención que actividades que hoy
consideramos artísticas, incluso actividades que en nuestros días llamamos Arte, casi por
antonomasia -las artes plásticas- no tienen nada que ver con las Musas griegas, es decir, no fueran
artes musicales, y eso que la pintura, la cerámica, la arquitectura y la escultura griegas alanzaron
un altísimo grado de elaboración técnica y de refinamiento estético.

III.- Conocimiento, tiempo, movimiento y memoria

Intentaré ahora una pequeña reflexión en torno a las relaciones que desde antiguo han existido
entre la música y la filosofía, particularmente sobre aquellos especiales lazos que tejieron las
Musas y que de alguna manera han sido el entramado sobre el que se ha construido una visión del
mundo que de un modo u otro ha estado vigente durante siglos y que si bien en las épocas
anteriores a la nuestra había pasado a ser abandonada por acientífica, en nuestros días
precisamente puede volver a constituir el soporte referencial del pensamiento que desde la nueva
Física está empezando a atisbarse. Miradas de cerca, las Musas nos desvelan algo del origen de una
unión (la de Música y Filosofía) de la que comúnmente se habla, pero de la que pocas veces
sabemos con certidumbre en qué consiste y de dónde procede. Me voy a permitir, pues, una
pequeña especulación libre sobre lo que podría suponer el mito de las Musas, a partir
principalmente de su proveniencia etimológica y de lo que de ellas nos cuenta Hesíodo en su
Teogonía. Me detendré un poco en las ideas que me han parecido más relevantes o que me han
interesado más, sin pretender aquí un estudio exhaustivo, sino sólo una pequeña aproximación.

Me parece que podemos entender algo mejor qué representaban aquellas Musas de la Grecia
Antigua -y tal vez a partir de ello profundizar un poco en alguna noción filosófica relacionada con la
música- si examinamos más de cerca la propia palabra que sirvió para nombrarlas: Moûsa, en
plural Moûsai. La palabra Musa está ligada a la noción de mente y conocimiento, así como a la de
recuerdo (mnēsasthai significa “recordar”) y adivinación. En cuanto hijas de Mnemósine, la diosa
titánida del tiempo, las Musas, y con ellas la música, están íntimamente unidas a la memoria y al
tiempo. Si acudimos a los textos antiguos podemos encontrar que la idea de saber y recuerdo
aparece ya en Homero relacionada con las Musas (Ilíada, 2, 485-6 y 2, 491-2). La vinculación de las
Musas con la Memoria fue constante en toda la Antigüedad. Por ejemplo, mucho más tarde
Plutarco (Charlas de sobremesa, 743 D) dice que en algunos sitios, como en Quíos a las Musas en
su conjunto se las llamaba “Memorias” (Mneíais). Y en otra parte (Del quersonense, h) comenta
que las Musas eran hijas de Mnemósine porque ésta representa el descubrimiento mientras que
las Musas son la investigación.

Aunque no se conoce con total seguridad el significado del término Moûsa parece que estaría
entre los derivados de la raíz indoeuropea *men- (meditar), con vocalismo "o" y sufijo –twa
(procedería de *mon-twa). En ese caso la palabra Musas querría decir "las pensativas", "las
meditabundas", con un sentido intransitivo, o bien, con sentido transitivo, "las recordadoras”, "las
que hacen recordar". En castellano existen muchas palabras que tienen la misma raíz indoeuropea
y que se refieren a estados y actividades de la mente (tales como mente, demente, reminiscencia,
mentecato, vehemente, mentir, comentar, manía o todas las derivadas en –mancia, que tiene que
ver con adivinación. Encontramos, además, palabras indirectamente vinculadas con esta raíz, tanto
procedentes del latín moneo (como amonestar, admonición, mostrar, moneda, monstruo o
monumento) como derivaciones directas de la palabra griega moûsa (como musa, música, músico,
museo, o en general, los términos vinculados a la noción de “recuerdo” (como amnesia, amnistía,
mnémico, mnemotécnica).

Verdaderamente si acudimos a nuestra experiencia cotidiana enseguida nos damos cuenta de la


conexión que existe entre la música y la memoria. Todos sabemos que el ritmo (la rima en poesía)
ayuda a memorizar cualquier texto. Y si además tiene música, el canto queda fijado en nuestra
memoria para siempre. ¿A quién no le ha ocurrido que de repente ha recordado perfectamente,
con letra y música, canciones que hacía muchísimo tiempo que no cantaba o que no oía? ¿Os
habéis fijado en que cualquier música, cualquier canción que por uno u otro motivo la hemos
interiorizado tanto que la hemos hecho nuestra, no se olvida jamás, que en cuanto oímos unas
cuantas notas, aunque haya pasado mucho tiempo, enseguida la reconocemos? Desde luego algo
tiene la música que se fija en la memoria para siempre. Por eso comprenderemos con facilidad la
función que cumple la música, y la memoria que la acompaña, como trasmisora de cultura.

Hay que tener en cuenta que la facultad de recordar es especialmente importante en una cultura
-como la de la Grecia más antigua- en la que el conocimiento se transmite por vía oral. No parece
extraño, pues, que la música se asociara al aprendizaje de lo que debía de ser conocido
perfectamente por la colectividad, o lo que vendría a ser lo mismo, lo que debía de ser recordado
gracias a la memoria, fuera este conocimiento la recreación precisa de las gestas de los más
antiguos, las oraciones y cultos a los dioses, las normas y leyes que regían la relación social entre
los miembros de la colectividad o simplemente una obra creada para el mero entretenimiento y la
diversión o para enseñar pautas de conducta adecuada. En definitiva, todos los valores y creencias
que forman parte de lo que solemos llamar una cultura. Entendemos ahora por qué en Grecia se
enseñaba música a los niños desde la primera infancia.

Vemos, así pues, que en el mismo nombre con el que se designaba a las diosas de la música y en su
filiación con la Memoria subyace una idea que, si bien es bastante simple a primera vista, no deja
de tener gran interés si profundizamos un poco en ella: el conocimiento en el mundo griego
aparece unido no sólo a la memoria, sino también al tiempo. Y la música es, antes de todo, el arte
en el tiempo. Pero tal vez lo más curioso para nosotros es que la memoria no sólo fuera
conocimiento del pasado; también era un conocimiento del futuro. Como podemos descubrir en
las palabras de Hesíodo, el conocimiento de los dioses (o de la diosa, para Parménides) sería una
suerte de visión de todo a la vez, una forma de ver la sucesión de acontecimientos que configuran
la temporalidad propia de los mortales como un conjunto, más allá del tiempo, fuera de éste, como
si el tiempo no fuese sino una particularización apta para el devenir humano, o al menos apta para
su limitada forma de conocer.

Y ¿cuál sería la función de las diosas de la música en este escenario? Las Musas vendrían a ser
precisamente las intermediarias entre el conocimiento de los dioses, ese que consiste en un ver
todo a la vez, y el conocimiento temporal de la condición humana, en el cual la Memoria ejerce de
guía indispensable. Las Musas serían las que lo recuerdan todo y las que hacen recordar a los
mortales que ellas eligen. Ellas cantan al unísono el pasado y el futuro; por eso su canto nos habla
de una cosmovisión, de una totalidad de acontecimientos, donde pasado y futuro viven a la vez. El
tiempo y el movimiento aparecen en Hesíodo vinculados a las Musas y al canto, a la música, con
las implicaciones filosóficas que ello lleva consigo. Y de algún modo vuelve a resonar en nuestras
mentes aquella idea de la música de las esferas y la música como paradigma del ser que fuera
desarrollada por el pitagorismo y que tanto éxito ha tenido a lo largo de la Historia.

Podemos pensar que en el mundo griego probablemente desde el principio se atribuyeron a las
Musas, y con ellas a la música, tanto la capacidad de convencer mediante la palabra como la de
cautivar mediante el arte. Las habilidades que las Musas proporcionaban a sus elegidos quedaron
agrupadas ya desde la Teogonía en dos categorías. Una era la habilidad del canto, propio de los
aedos y relacionada desde siempre con Apolo. Se trata del canto completo, con todas sus variantes
poéticas, incluida la narración, la danza y la representación escénica. La otra habilidad era la de la
elocuencia, vinculada a la capacidad de impartir justicia (entonces atribuida a los reyes, hijos de
Zeus) y, en general, al hablar filosófico o científico. Es decir, mientras la primera capacidad es la que
permite mover al oyente mediante la seducción del alma, sin que intervenga para nada la facultad
de razonar, la otra lo atrae mediante la persuasión; mientras que una tiene que ver con las
pasiones y las emociones, la otra se las arregla con el razonamiento y con el juicio lógico. De algún
modo reconocemos las dos partes del alma, la irracional y la racional, de la que hablaban los
filósofos de entonces. Veámoslo con un poco de atención.

Reconocemos en primer lugar la parte emocional del alma de la que hablaban los filósofos griegos.
Nos dice Hesíodo, por un lado, que son hijos de las Musas los que poseen el poder de seducir el
alma con sus creaciones y la capacidad de mudar las pasiones, el estado de ánimo, diríamos hoy,
mediante la poesía y el canto:

Pues si alguien, víctima de una desgracia, con el alma recién desgarrada se consume
afligido en su corazón, después de que un aedo servidor de las Musas cante las gestas de
los antiguos y ensalce a los felices dioses que habitan el Olimpo, al punto se olvida aquél
de sus penas y ya no se acuerda de ninguna desgracia. ¡Rápidamente cambian el ánimo los
regalos de las diosas!

En otro pasaje de la Teogonía vemos que las Musas son en esencia unas diosas cuyo corazón no
conoce la pena y que han nacido para deleitar, para alegrar el ánimo de los dioses y de los mortales
a los que hace olvidar las pesadumbres:

Las alumbró en Pieria, amancebada con el padre crónida, Mnemósine, señora de las
colinas de Eleuter, como olvido de males y remedio de preocupaciones ”[…] Nueve jóvenes
de iguales pensamientos, interesadas solo por el canto y con un corazón exento de dolores
en su pecho, dio a luz aquélla, cerca de la más alta cumbre del nevado Olimpo.

Pero aquí no se acaban los dones de las Musas. Hesíodo también nos cuenta que el arte de la
elocuencia (es decir, la retórica, aunque él no le dé ese nombre) es una de las más importantes
habilidades que las Musas proporcionan. Nos dice que el don de la palabra, un arte musical, hace
brillar al que la posee. Los elegidos por las Musas gozan de la gracia de la oratoria, merced a la cual
pueden convencer con sus razonamientos y locuciones en los tribunales y así impartir justicia:

...a éste derraman sobre su lengua una dulce gota de miel y de su boca fluyen dulces
palabras. Todos fijan en él cuando interpreta las leyes divinas con rectas sentencias y él con
firmes palabras en un momento resuelve sabiamente un pleito por grande que sea. Pues
aquí radica el que los reyes sean sabios, en que hacen cumplir en el ágora los actos de
reparación a favor de la gente agraviada fácilmente, con persuasivas y complacientes
palabras. Y cuando se dirige al tribunal, como un dios le propician con dulce respeto y él
brilla en medio del vulgo. ¡Tan sagrado es el don de las Musas para los hombres!

Estamos ahora ante la parte de la música que se vinculaba con el conocimiento racional, discursivo,
y también con la filosofía. Quizá conviene recordar que para algunos pensadores de la Antigüedad
la filosofía formaba parte de la música. Sería la actividad más elevada de las prácticas musicales.
Además la capacidad del orador no se puede limitar al buen razonamiento lógico, a ser dueño de
una irreprochable argumentación. Todos podemos reconocer enseguida que quien quiere
comunicar sus ideas (el pensador, el político, el profesor o el científico, diríamos hoy) debe
dominar el arte de la retórica. No bastan las ideas para convencer; es absolutamente necesario
presentarlas de un modo atractivo, es imprescindible el juego de inflexiones de la voz, de pausas,
de silencios y de acentos, de ritmos y cadencias, incluso es necesario el gesto, el movimiento del
cuerpo, para que el oyente se vea verdaderamente atraído por un razonamiento. Esta habilidad de
orador (necesaria, pero hoy con frecuencia ausente entre aquellos dedicados a hablar en público)
formaría parte para los griegos, según nos cuenta Hesíodo de las artes musicales.

Detengámonos ahora un poco en la función de las Musas como intermediarias entre lo humano y
lo divino. En las referencias a las Musas que nos han llegado desde la Antigüedad podemos
encontrar que siempre fueron vistas como mediadoras entre los dioses, que serían los poseedores
de la verdad, y los hombres, a los que de algún modo comunicarían el conocimiento divino.
Hesíodo (Teogonía, 25) nos habla de los humanos como una raza de ignorantes, como de aquellos
que no poseen por sí mismos la capacidad de conocer. No saben sino pastorear, buscarse el
sustento: los humanos “que pasáis la vida al aire libre, raza vil, que no sois más que vientres”, dice.
Las diosas de la inspiración dotan a los humanos que ellas eligen de habilidades superiores, esas
que se obtienen en una colectividad sólo una vez adquiridos y dominados los conocimientos
necesarios para la supervivencia, que serían los propios de “pastores”. Los hombres alcanzan el
conocimiento solamente cuando, como él mismo, son tocados por la gracia de las Musas. Y por la
intermediación de las diosas de la música pueden atisbar algo de la divina sabiduría, pueden tener
la capacidad de crear, de construir, imitando con ello la labor de los divinos.

En los textos griegos leemos que las Musas, que pueden otorgar a los hombres destrezas que son
propias de los dioses, conceden tres dones a sus favorecidos: llevan a la mente del poeta-músico
los acontecimientos que debe relatar; les regala la capacidad del canto; y les da la gracia para
hacerlo bien. Y en cuanto intermediarias entre los dioses y los humanos, las Musas y el
conocimiento que ellas imparten (el de los poetas, el de los que saben crear algo) están también
relacionadas con la adivinación. El poeta es creador en cuanto que es capaz de recordar, de recrear
lo que estaría ahí, lo que sabría originalmente, pero que habría perdido, olvidado en las aguas del
Leteo.

Por todo lo anterior me parece que lo que pertenece al reino de las Musas en el universo estético
griego se podría resumir en una palabra: poíesis, es decir composición poética, en un sentido
amplio, cualquiera de las creaciones de los humanos en las que se imitaría las realizaciones de los
dioses, esas que forman la vida. Imitación, eso es lo que vendría a hacer todo creador, todo poeta,
una imitación no de la forma externa, sino de la verdadera naturaleza, de la idea que toda forma
encerraría. Los teóricos griegos de la música nos dicen que el compositor musical debe imitar la
vida de verdad, con todas sus pasiones y todos sus devenires, con el movimiento que le es propio.
Con el sonido de la voz y sus inflexiones melódicas y rítmicas, los músicos-poetas imitan el canto
del alma, sometida a los vaivenes de las pasiones y de las emociones; con la letra del poema
reproducen los pensamientos y el desarrollo de los acontecimientos que se narran; y con el
movimiento y el gesto del cuerpo en la representación escénica o en la danza, la gestualidad de la
vida y el desarrollo de los hechos. Si lo que ocurre en la vida se caracteriza principalmente por el
movimiento, es decir, si son formas, sonidos y figuras que se suceden el tiempo, las creaciones de
los poetas no deberían de ser de otra manera, para que al menos aparentaran ser verdaderas.

En este punto tal vez podríamos encontrar una explicación de por qué las artes plásticas no
pertenecían al reino de las Musas, por más que estas diosas hayan dado su nombre a los lugares
en los que se exhiben este tipo de obras. Es precisamente por la ausencia de movimiento, porque
son creaciones estáticas, sin desarrollo temporal, y por lo tanto no imitarían bien la vida, sino que
serían más bien representaciones, algo así como iconos mnemotécnicos que permitirían al que los
contempla recordar un acontecimiento, la vida de un hombre ilustre o la magnificencia y esplendor
de cualquiera de los dioses. Por eso a veces, sobre todo en el platonismo, fueron consideradas
artes de segundo orden, imitaciones de imitaciones, pues en lugar de reproducir directamente una
idea, algo que el creador recordara e intentara recrear, el artista plástico, para aquella concepción
estética, se limitaría a imitar la naturaleza, que ya en sí sería una creación imitativa.

Para concluir me gustaría detenerme un poco en una idea: lo más interesante, a mi juicio, que
puede animarnos a recuperar la mirada hacia la música en tanto que arte de las Musas es el
aspecto metafísico vinculado la Memoria y al Tiempo. De algún modo el músico-poeta que conoce
la verdad infundida por las Musas tiene capacidad de contarla a los demás, como si fuera una
suerte de profeta de su mundo, y lo hace simplemente porque tiene el poder de sustraerse al
tiempo. Por eso puede seducirnos y arrastrarnos con él a su nueva temporalidad: puede recordar y
puede profetizar, pues las Musas les infunden la “voz divina para celebrar el futuro y el pasado” y
alabar a los felices Sempiternos. Si leemos el comienzo de la Teogonía (que por cierto es un
ejemplo magnífico de bucles, referencias y autorreferencia en una composición artística),
encontramos claramente la idea de que las Musas cantan a la vez el pasado, el presente y el futuro:

¡Ea, tú! comencemos por las Musas que a Zeus padre con himnos alegran su inmenso
corazón dentro del Olimpo, narrando al unísono el presente, el pasado y el futuro.

La música es el arte del tiempo. Se hace en el tiempo. Nada dura, todo fluye. En el canto de las
Musas el pasado el presente y el futuro se convierten en un todo a la vez, en un gran acorde al
unísono. El tiempo desaparece; se hace uno, y los acontecimientos del mundo se producen al
unísono. Las Musas cantan y danzan dirigidas por Apolo el dios asociado más tarde al Primer
Principio filosófico. No es extraño que en épocas más tardías, cuando el conocimiento originario
griego va perdiéndose y degradándose, y cuando algunos pensadores intentaron acercarse con
mayor o menor acierto a un saber antiguo que se veía perdido, pero que se intuía verdadero, a un
conocimiento hermético, lamentablemente rodeado de oscurantismos y adecuado sólo para
iniciados, cada una de las Musas quedara vinculada con el “sonido” producido por cada uno de los
planetas en su movimiento circular por el éter.

Lo cierto es que la música es el arte inmaterial por excelencia y tal vez por ello ha sido
contemplada como el arte espiritual, cercano al de los dioses. Como decían los griegos de la
Antigüedad, la música se construye con la materia del movimiento y la temporalidad en la que
transcurre y en la que nos sumerge se conjuga con la permanencia de la memoria. Puede que
entendamos un poco ahora por qué música, movimiento, tiempo y memoria sean realidades
relacionadas con las Musas y con el conocimiento.

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