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Marzo de 201 0
Albert Camus 1914-1960
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Antonio D. Casares Serrano
plio estilo y forma en la que la condición humana alcanza los límites de la época que le
tocó vivir. Aceptemos, pues, esta propuesta inicial y pasemos a releer la amplia y pro-
fética obra del autor francés desde “nuevos” –al menos, para nosotros; seguramente,
no para él– matices filosóficos: matices que, sin embargo, tan sólo alcanzan a reflejar
pálidamente la integridad del hombre, la serenidad del discurso, el compromiso de la
obra,…
otros. Pero tal vez sea el ensayo de Paco Fernández Mengual en que mejor sintetiza una po-
lémica tan visceral: “Camus, Sartre y Les Temps Modernes”, en FERNÁNDEZ MENGUAL, F.,
¿Para qué sirve la filosofía?, Murcia, Editora Regional, 2005, pp. 191-217. No obstante, sigue
siendo generalizada la inclinación a equivocarse con Sartre en lugar de tener razón con Ca-
mus.
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Entre estos proyectos cabe situar el giro introducido por la hermenéutica en el siglo XX. La
obra de filósofos como Martin Heidegger, Gilles Deleuze, Hans G. Gadamer, Paul Ricoeur,
Enmanuel Levinas o Gianni Vattimo, entre otros, ha sido fundamental en este sentido. Porque,
como señala R. Ávila: “La pregunta acerca del sentido nos sitúa de inmediato en un plano ideal.
Y esto independientemente de que nos movamos en el nivel teórico del discurso o en el terreno
práctico de la acción”, ÁVILA CRESPO, R., “Sentido y hermenéutica: hacia una ontología ina-
cabada”, Anales del Seminario de Metafísica, Num. Extra. Homenaje a S. Rábade, 1992, p.
407.
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Para una ontología de la rebelión
tado ser un conocimiento inmediato, ni una multiplicidad de sujetos amparados por una
lógica racional definida. A lo sumo, la existencia, fragmentada en diferentes situacio-
nes inmersas en culturas distintas, se articula según lógicas locales divergentes. La
existencia es cada vez más una imagen, y vivir es en cierto sentido lo contrario de ex-
presar4. La contradicción surge de una ontología que sólo se puede abrir a un hori-
zonte relativo cuando aborda el problema humano. Este es el punto de partida de un
pensamiento que se halla inmerso en la profundidad del desierto5.
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el hilo conductor de su obra. Ello principalmente es debido a que en todos sus escritos la onto-
logía está a resueltas inseparablemente unida al sustrato absurdo de la vida y al acto de la
rebelión. En cierto modo, su tratamiento ontológico de la naturaleza humana deriva de una
inversión de términos frente a la ética y al conocimiento: una respuesta ontológica es conse-
cuencia de la acción.
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A lo largo de toda su obra, Camus se pregunta si esta condición es también destino: porque,
como señala Joaquín Xirau “Camus rechaza el suicidio. Filosóficamente ello equivale a decir
que Camus nunca fue ni quiso ser, a pesar de interpretaciones superficiales, un pensador
existencialista. No lo es por dos razones: porque cree que el existencialismo es una forma de la
fuga; porque, contrariamente a los existencialistas, piensa que el hombre no es proyecto, sino
naturaleza”, XIRAU, J., Introducción a la historia de la filosofía, México, UNAM, 2000, p. 472.
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Al igual que Nietzsche, Camus fija su mirada en los orígenes del pensamiento griego, sobre
todo como punto de referencia en la creación del valor moral. En páginas como las de “El des-
tierro de Elena” contenidas en El verano (1954), aparece claramente la distancia que, tanto el
germano como el francés, reconocen entre nuestra época y la de los albores de la filosofía.
Siguiendo a Jaspers, Camus desespera de toda ontología porque nos resulta ya imposible
recuperar la “ingenuidad” perdida: “no podemos llegar a nada que trascienda el juego de las
apariencias”, El mito de Sísifo (1942), OCII, p. 109. El resultado: “Si para superar el nihilismo es
necesario volver al cristianismo, entonces se puede en efecto seguir el movimiento y superar el
cristianismo con el helenismo”, Carnets II, c. 5, OCII, p. 1250, porque “Secreto de mi universo:
imaginar a Dios sin la inmortalidad humana”, Carnets II, c. 4, OCII, p. 1093.
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Si El mito de Sísifo (1942) traza los límites propios del absurdo sin caer en la propia contra-
dicción inoperante del término, El hombre rebelde (1951) se esfuerza en poner de manifiesto
que el mismo carácter absurdo de la existencia no permite la legitimación de ninguna absoluti-
zación filosófica: ni de la razón, ni de la historia, ni de la libertad, ni del crimen. “El absurdo
nace de esta confrontación entre el llamamiento humano y el silencio no razonable del mundo.
Esto es lo que no hay que olvidar”, El mito de Sísifo, op. cit., p. 111. Véase sobre las diferentes
imágenes de la rebeldía el ensayo de ZÁRATE, Marla, “La rebeldía mítica de Albert Camus”,
Anales del Seminario de Historia de la Filosofía, nº 15, 1998, pp. 63-76.
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y formal, el absurdo promueve una cara y una cruz de la realidad que se confrontan en
múltiples afirmaciones. Es este horizonte de la afirmación y la negación, consecuen-
temente, la única línea sólida que resta a la racionalidad humana para establecer una
filosofía práctica con una verdadera lógica interna autosuficiente desde la acción más
genuinamente humana: la rebelión11.
La rebelión es ante todo el reflejo de un camino de búsqueda de sentido. Un ca-
mino de luces y sombras entre el sentido y el absurdo en igual proporción: un camino
que paradójicamente no exige compromiso ontológico porque éste viene dado por
añadidura en la propia lógica de la rebelión12. El horizonte de afirmación es tan solo el
rostro parcial y luminoso del camino trazado a partir de la negación de una condición
que contradice un sentido más amplio, un sentido que apunta al futuro, al porvenir.
Lejos de las síntesis metafísicas y teológicas del pasado la filosofía práctica solamente
se puede trazar desde el convencimiento de una unidad inmanente al mundo promovi-
da por el acto de rebelión.
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Sobre esa “transición” del absurdo a la rebelión en la filosofía de Camus, puede verse el
ensayo de Mijail Malishev, “Albert Camus: de la conciencia de lo absurdo a la rebelión”, en
MALISHEV, M., En busca de la dignidad y del sentido de la vida, México, Plaza & Valdés,
2002, pp. 119-148.
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No ha sido quizá suficientemente resaltado el fundamental desafío dialéctico que el pensa-
miento de Camus presenta ante la lógica. La lógica, para el autor francés, no es tanto un cam-
po independiente que apoya con sus fórmulas el conocer humano, como una condición inexcu-
sable que debe seguir cualquier imagen del mundo. La lógica nace en el propio planteamiento
de la acción, no se adhiere posteriormente a ella: la lógica también es de este mundo. Res-
pecto al absurdo, por ejemplo, nos dice: “Pero la lógica no puede encontrar su cuenta en una
actitud que le hace ver unas veces que el crimen es posible y otras que no lo es. Porque, des-
pués de haber sometido al menos indiferente acto de matar, el análisis absurdo, en la más
importante de sus consecuencias, acaba por condenarlo. La conclusión última del razona-
miento absurdo es, en efecto, rechazar el suicidio y el mantenimiento de esta confrontación
desesperada entre la interrogación humana y el silencio del mundo”, El hombre rebelde (1951),
OCII, p. 558.
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El primigenio acto de rebelión es una protesta contra la precariedad de la propia condición.
En este sentido, el ser humano es un ente insatisfecho que vive en la confrontación misma
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entre su precaria condición y su capacidad para imaginar –formarse una imagen lúcida y cohe-
rente– de un mundo mejor. Esta es tal vez la parte más pesada de la roca de Sísifo.
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El relato es una reflexión sobre la muerte, la soledad, la memoria y el valor de la existencia
de unos seres artificiales que carecen de responsabilidad respecto al mundo y se hallan inmer-
sos en el más desolado absurdo vital cuando descubren que su vida se acaba. Véase DICK,
Philip K., ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, Barcelona, Edhasa, 1982. Como se-
ñala Camus,: “Llegado al absurdo, tratando de vivir en consecuencia, un hombre se da cuenta
siempre de que la conciencia es la cosa más difícil de mantener en el mundo. Las circunstan-
cias casi siempre se oponen a ello. Se trata de vivir la lucidez en un mundo en que la disper-
sión es la regla”, Carnets II, c. 4, OCII, p. 1091.
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Camus muestra un gran interés por la cuestión del autosacrificio como única vía de restable-
cimiento de la inocencia del mundo. No sólo en El hombre rebelde, sino también en sus obras
teatrales, presenta desgarradamente la autoinmolación como única salida fiel al origen del acto
de rebelión. Central resulta el personaje de Kaliayev en Los justos (1949), al que Camus hace
decir: “Morir por la idea es la única manera de estar a su altura. Es la justificación”, “Yo he
elegido morir para que el crimen no triunfe. He elegido ser inocente”, Los justos, Obras Com-
pletas, vol. I: Narrativa. Teatro, Madrid, Aguilar, 1973, p. 1086 y 1107. En adelante, OCI, segui-
do de la paginación correspondiente. Sobre el alcance de esta obra teatral de Camus, puede
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Por otra parte, el arte es la vía más directa para expresar los aspectos creativos
de la rebelión. Camus considera que la creación es a la vez una exigencia de unidad y
una negación del mundo. La literatura, la pintura, la música o el cine rehacen el mundo
por su cuenta, lo distorsionan e introducen en él aquello que en cada instante le falta.
La vida del artista es como la vida de Sísifo: cada fragmento de su roca es a la vez un
mundo pleno. Un peso y una elección que reflejan la libertad más allá de lo que cual-
quier otra actividad humana puede llevar a cabo. El arte como la rebelión tiene exigen-
cias metafísicas que se traducen en fracasos en el mundo, y que promueven al mismo
tiempo la invención de mundos alternativos. Y la mayor exigencia metafísica del arte
es la trascendencia de la belleza16.
A través de la concrección de la belleza, el arte lleva a cabo el ideal hegeliano de
reconciliación entre lo singular y lo universal. El artista fija así en forma de presencias
lo que está en constante devenir entre la naturaleza y la historia. Pero la belleza no
constituye en sí misma una completa afirmación: “El arte puede ser un lujoso engaño”.
El arte puede negar parte del mundo pero no puede alejarse completamente de él sin
constituirse en negación total. Es este núcleo de su naturaleza, su espíritu de unifica-
ción y su dialéctica consciente con el mundo, el que se halla más próximo del origen
de la rebelión.
El punto más contradictorio del acto de rebelión radica sin duda en que su desa-
rrollo confirme ineludiblemente su origen. Rebelarse es poner límites a la propia acción
como modelo de la acción de otros. Un modelo que no goza de la transitoriedad histó-
rica sino que soporta la firmeza ontológica y se enfrenta a ella. La rebelión como toma
de conciencia unifica las conductas de los hombres en una condición límite que regula
la existencia. Renunciar de cualquier modo y mínimamente a ello elimina de un solo
golpe la coherencia y el sentido que se persigue al pretender resurgir de la natural
condición absurda de la existencia. Es por ello necesario examinar primariamente
aquellos horizontes límite a los cuales se precipita el acto de rebelión. Para ello nada
más oportuno que un recorrido por el inagotable campo de la experiencia histórica.
verse el ensayo de LÓPEZ BALTÉS, Blanca, “Las contradicciones del justo (Los justos, expe-
riencia vital y filosófica de A. Camus)”, Historia y Comunicación Social, nº 3, 1998, pp. 309-321.
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“Su rebelión más instintiva, al mismo tiempo que afirma el valor, la dignidad común a todos,
reivindica obstinadamente, para saciar su hambre de unidad, una parte intacta de lo real, cuyo
nombre es la belleza. Se puede negar toda la historia y estar conforme, sin embargo, con el
mundo de las estrellas y el mar. Los rebeldes que quieren ignorar la naturaleza y la belleza se
condenan a desterrar de la historia que ellos quieren hacer, la dignidad del trabajo y del ser”, El
hombre rebelde, OCII, p. 811. En este sentido puede verse el capítulo “4.3. Estética, ética y
ontología” de CUQUERELLA MÁDOZ, Inmaculada, La superación del nihilismo en la obra de
Albert Camus, Tesis Doctoral, Universidad de Valencia, Server de Publicacions, 2007, pp. 358-
386.
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“Y sin duda siempre puede uno reposar, adormecerse en la colina o acomodarse al crimen.
Pero si se renuncia a una parte de lo que existe, es preciso renunciar uno mismo a existir; es
preciso, pues, renunciar a vivir o amar de otra forma que no sea por poderes. Existe así una
voluntad de vivir sin negar nada a la vida, que es la virtud que más honro en este mundo... Qué
puede decir esta boca sin labios sino lo que me dice otra voz misteriosa en mí, que me enseña
todos los días mi ignorancia y mi felicidad”, El verano (1954), “Regreso a Tipasa”: OCII, p. 893.
18
“Desde el momento en que el hombre somete a Dios a juicio moral, le mata dentro de sí
mismo. ¿Pero cuál es entonces el fundamento de la moral? Se niega a Dios en nombre de la
justicia, pero ¿se comprende la idea de justicia sin la idea de Dios?... Entonces Dios ya no
existe y no garantiza ya nuestro ser; el hombre debe determinarse a hacer para ser”, El hombre
rebelde, OCII, p. 609.
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Para una ontología de la rebelión
Camus se esfuerza en este aspecto crucial de su obra en dejar claro que rebe-
lión y crimen son acciones antagónicas. El rebelde histórico, el revolucionario, se ha
visto obligado a matar para promover un mundo porvenir de mayor justicia, pero su
acción le delata, y su conciencia la refleja como contraria a su originaria rebelión. La
rebelión es una vez más un acto unitario, y como tal es exponente máximo de la co-
munidad de los hombres y de la unidad con la tierra. Aquel que mata rompe el vínculo
ontológico de la humanidad y cierra las puertas del género humano como tal a la
existencia: hace triunfar la diferencia por encima de la identidad19.
Cualquier intento de justificación del crimen constituye una puerta abierta a la
contradicción y al nihilismo. Si el crimen es algo justificado, en lugar de una excepción,
la revolución rompe con su compromiso de emancipación, y se vuelve fútil y caduca.
La revolución permanece así de forma ilimitada en el sostenimiento de un gobierno de
guerra. Nunca es adecuado el momento para reiniciar la emancipación pacífica de los
hombres. A través de la lógica ideal de la revolución se alcanza el mayor descubri-
miento del siglo XIX: “la identidad de la razón y de la voluntad de poder”20.
El siglo XIX seguía preso del pensamiento abierto a la conquista de la totalidad.
El absolutismo de la idea se había transformado en la totalidad de la historia del hom-
bre, y su conquista era un acto de emancipación política para los movimientos revolu-
cionarios que poblaron el siglo. La reivindicación daba paso a la imposición, y el uso
de la fuerza pronto llevó al imperio del terror. El crimen racional triunfaba como ele-
mento básico del realismo político.
Gran parte de la obra de Camus refleja su primordial aversión a los movimientos
ideológicos que fundamentan un mundo de amos y esclavos en perpetuum mobile. La
base del pensamiento político contemporáneo surge así como una dialéctica histórica
de dominio y servidumbre, que olvida el principio intrínseco de complicidad. La compli-
cidad nos enfrenta a un sentimiento de corresponsabilidad que nos sumerge en el re-
conocimiento de lo relativo. Solamente a través de este consentimiento activo puede
mantenerse la coherencia de la rebelión sin abandonarse a los excesos de la revolu-
ción o a la legitimación desde el nihilismo. La legitimación absoluta de la historia abre
las puertas de la violencia revolucionaria, y ésta destruye los cimientos de una comu-
nidad viva entre los hombres. Desde lo relativo, la historia absoluta supone un aleja-
miento de la realidad del mundo, y la problemática que cobra verdadera importancia
no es la justificación de los medios, sino la de los fines. La violencia, en una historia
sin aspiraciones legitimadoras y absolutas, mantiene su carácter provisional y aparece
siempre sujeta a una responsabilidad personal, o al menos interpersonal21.
19
“La insurrección humana, en sus formas elevadas y trágicas, no es ni puede ser más que
una larga protesta contra la muerte, una acusación rabiosa de esta condición regida por la pe-
na de muerte generalizada. En todos los casos que hemos encontrado la protesta, en todas y
cada una de las veces, se dirige a todo lo que en la creación es disonancia, opacidad, solución
de continuidad. Se trata, pues, en cuanto a lo esencial, de una interminable reivindicación de
unidad”, El hombre rebelde, OCII, p. 645.
20
La influencia directa de Nietzsche es clara en este sentido. El propio Camus no duda en ma-
nifestarla en numerosas ocasiones. Por ejemplo en El hombre rebelde, OCII, pp. 613-626.
21
Curiosamente, la obra global de Camus hace difícil plantear la acusación de relativismo a su
pensamiento. Es indudable que lo relativo encuentra lugar en sus páginas pero siempre como
resultado de un esfuerzo ponderativo, siempre detrás de un principio de mesura. Este hecho
suele ser común en autores con una predominante inclinación por diferentes modos literarios
de expresión: piénsese en el caso de Baudelaire, Nietzsche, Dostoievski, Unamuno o Kafka.
En su conjunto, la sensación de una atmósfera de contradicción es constante. “¿La medida del
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hombre? El silencio y las piedras muertas. Todo lo demás pertenece a la historia”, Bodas, OCII,
p. 84. No obstante, en Camus se pueden trazar las bases de una epistemología sobre los “con-
ceptos aproximativos” que hace ganar solidez a su profundo pensamiento meditativo y poético.
Véase, El hombre rebelde, OCII, pp. 827 ss.
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El hombre rebelde, OCII, pp. 827-828. A pesar de lo dicho hasta el momento, es fácil com-
prender que la lectura nietzscheana siga siendo un atractivo desafío para la historiografía filo-
sófica: Cfr. CEJUDO BORREGA, Enrique, “Albert Camus y la filosofía del límite (Lectura casi
nietzscheana de El hombre rebelde)”, ENDOXA: Series Filosóficas, nº 17, 2003, pp. 277-296.
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Para una ontología de la rebelión
puede más que exaltar ese “Nosotros somos” ante la historia. Inmersa en fluctuantes
antinomias morales, la libertad sólo puede asumir ser el valor mediador que impida
legitimar aquello que está por encima de la vida. Junto a la complicidad ética y ontoló-
gica sólo cabe asumir el riesgo histórico de una culpabilidad calculada que promueva
la esperanza en una mayor compasión e inocencia23.
Llegamos a una existencia impresa en la ontología de la rebelión que sostiene
con esfuerzo las antinomias del poder de creación humano. La diosa Némesis corona
de este modo el pensamiento occidental desde Heráclito hasta nuestros días, y el ser
humano descubre por fin que no existe ninguna razón por encima de una libertad
compartida, en donde “Cada uno dice al otro que él no es Dios”.
23
“Es probablemente cierto que un hombre nos sea desconocido para siempre y que haya en
él algo irreductible que se nos escape. Pero, practicamente, yo conozco a los hombres y les
reconozco por su conducta, por el conjunto de sus actos, por las consecuencias que su paso
produce en la vida. De igual forma todos estos sentimientos irracionales, en los que no podría
tener efectos el análisis, puedo definirlos practicamente, apreciarlos prácticamente, reuniendo
la suma de sus consecuencias en el orden de la inteligencia, percibiendo y notando todos sus
rostros, trazando su universo... [Esta paradoja] Enseña que un hombre se define tan bien por
sus comedias como por sus impulsos sinceros... El método aquí definido confiesa el senti-
miento de que todo verdadero conocimiento es imposible. Únicamente pueden designarse las
apariencias y hacerse sentir el clima”, El mito de Sísifo, OCII, p. 99.
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