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Periodismo y Antropología:
Ficción y Lealtad
Javiera Carmona Jiménez
Periodista, U. Arcis
Magíster en Arqueología, U. Chile
Doctora en Historia, U.Chile
Docente Escuela de Periodismo USACH
jcarmonaidees@gmail.com
A
mediados del año 2004, Tomás Eloy Martínez propuso durante un taller de
Periodismo narrativo que dirigió en Santiago, que el fracaso del Periodismo
escrito se desencadenó cuando optó por “imitar” o replicar el lenguaje de
la televisión e Internet en lugar de oponérsele. Las noticias breves, tan cortas como lo
que permite completar una discreta pirámide invertida, plagadas de infografías o fotos,
suponían a un lector “no lector”, es decir, un usuario con escaso tiempo, voluntad o
motivación para informarse. La fuerza de la televisión, y sobre todo de Internet1, impuso
la “dictadura del diseño” en el Periodismo escrito, sostuvo T.E. Martínez2.
Esta tesis puede ser vista como una de las aristas o capas de un fenómeno algo
más problemático, pues no se remite de manera exclusiva a la prensa escrita. Más bien
abarca por completo a lo que por tradición se ha denominado como “Periodismo
informativo”3.
Los noticieros televisivos también prefiguran un usuario prototípico falto de tiempo,
que consume frente a la pantalla de TV el equivalente a lo que pareciera que demora en
leer una noticia del diario (alrededor de 2 minutos y medio por noticia). Así, editores
de prensa y televisión comparten un mismo imaginario sobre el perfil del “consumidor”
al que se dirigen. A partir de este denominador común sacralizaron un tipo de discurso
periodístico que rara vez se cuestiona. Lo que nos dicen los noticieros y la prensa se
presenta como “verdadero”, no admite dudas; es de naturaleza asertórica y coincide con
lo que admite el “horizonte de comprensión” del ciudadano medio; concuerda con las
expectativas del usuario, las que se supone conocen bien los periodistas y editores. Así,
el “Periodismo informativo” promueve la interpretación hegemónica, o al menos, la
interpretación que genera consensos con mayor facilidad. De esta manera insiste en
tan sólo un enflaquecido ángulo de aproximación a los hechos, preserva estereotipos y
prejuicios instalados de manera previa en el sentido común de usuarios y periodistas,
por los propios medios de comunicación4.
Al “círculo vicioso” de la interpretación dominante que perpetúa el “Periodismo
informativo” se suma la capacidad que han tenido los noticieros televisivos de institu-
cionalizar el “foco periodístico” en el Periodismo de actualidad. Copiado a su vez por los
medios impresos y las radios, el “foco periodístico” consiste en la exaltación del poder.
Unos pocos que forman la elite de ricos y famosos -políticos, empresarios, deportistas,
estrellas del espectáculo o farándula-, y los “caídos” -víctimas y victimarios de los hechos
policiales y catástrofes- proporcionan la información que a todo el resto interesa y que
consume. “Sin desastre, la mayoría de la población no puede (no debe) ser noticia”5,
sostiene Martín Caparrós, también periodista, escritor, argentino y crítico de la supre-
macía del “Periodismo informativo” al que nos han habituado los medios.
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los cronistas. Pero los etnógrafos carecen de las herramientas del oficio de la escritura
que los cronistas manejan con maestría.
Desde que en 1922, Bronislaw Malinowski propuso en “Los Argonautas del Pa-
cífico Occidental” los tres principios metodológicos de la “magia del etnógrafo” para
captar el espíritu de las culturas distantes, la Etnografía se ha transformado mucho.
El abanico de las perspectivas etnográficas es variado e incluye la vida en las ciudades,
medios de comunicación, salas de clases, producción de ciencia y tecnología, fenómenos
religiosos y un largo etcétera. De las descripciones totalizantes y omnicomprensivas de
lugares remotos y exóticos se ha pasado a los estudios focalizados en temas limitados,
más cercanos, e incluso “microscópicos”, como los escolares usuarios del MSN o los
pacientes de los servicios de salud pública de una ciudad o una familia de un barrio.
Desde esta perspectiva, los temas de la Etnografía y del Periodismo narrativo coinciden
en cuanto la atención está en los relatos particulares que se revelan como nodos de una
trama general, “lo que puede sintetizar el mundo. La pequeña historia que puede contar
tantas. La gota que es el prisma de otras tantas”15.
En general, el compromiso característico de la Etnografía –como un método de
investigación social– consiste en “la participación del etnógrafo, sea abierta o encu-
biertamente, en la vida cotidiana de las personas, durante un período prolongado de
tiempo, observando lo que sucede, haciendo preguntas –de hecho, recopilando cualquier
dato que esté disponible para arrojar luz sobre los temas de su investigación”16. Sin
embargo, a esta declaración de tipo más bien práctico, se puede agregar que el objetivo
último del etnógrafo es de tipo interpretativo; es buscar significaciones (estructuras de
significaciones) socialmente establecidas y que no son evidentes en la “superficie” de
las expresiones sociales. Esta perspectiva formulada por Geertz, asume la Etnografía
como “descripción densa”17.
La tradición antropológica distinguía tres operaciones consecutivas en la descripción
etnográfica: observar, registrar y analizar. Según Geertz, en la “descripción densa” las
tres acciones no son autónomas, sino simultáneas e imposibles de distinguir entre sí. El
énfasis está en la observación; en ver y describir lo que la gente hace e interpretarlo, y
no en participar como un espía o tratar de convertirse en nativo o imitarlos. La “obser-
vación participante” es tan sólo observación (y mucha conversación), pero atendiendo
a la posición en la que se construyó la significación, sostiene Geertz en la obra “La
Interpretación de las Culturas”, posición que no está en la exterioridad en la que se
sitúa el etnógrafo. Esta es la cuestión difícil de aprehender y que corona el proceso de
comprensión. Para el caso de la crónica, Caparrós lo entiende como el ‘no saber desde
dónde estamos mirando’. “Eso por un lado es una debilidad y por otro es interesante
porque nos obliga a crear el lugar desde el que estamos mirando”18.
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relatar el drama a los miembros de los Tiv -en África Occidental- en lugar de reconocer
el heroísmo del dubitativo príncipe distinguen con admiración a Laertes, pues “hace
falta un corazón muy fuerte para matar por brujería a la propia hermana”30.
No sólo es buscar lo cotidiano en lo extraordinario. En sentido inverso, Meneses
también insiste en la búsqueda de lo inusual en lo familiar para relatar “la historia de
un personaje ordinario, contada de manera extraordinaria”31. Caparrós es categórico y
afirma que “existe la superstición de que no hay nada que ver en aquello que uno ve todo
el tiempo. Periodistas y lectores la comparten: la ‘información’ busca lo extraordinario; la
crónica, muchas veces, el interés de la cotidianidad. Digo: la maravilla en la banalidad”32.
La misma contradicción de la extrañeza/familiaridad permite examinar la propia sociedad
a la que pertenece el observador, de manera que convierte su cotidianidad (su conciencia
práctica) en algo exótico y asume una posición de extrañeza sobre lo propio.
“Me gustan las crónicas que narran algo que todo el mundo ve todos los días. Me
gusta la idea de enfrentarme con lo evidente y hacerlo visible. Una crónica sobre Birmania
es fácil, lo difícil es contar la manzana de tu casa. Obviamente la muleta del exotismo
facilita mucho las cosas. Uno sabe que tiene que estar mirando y mira con esa virgini-
dad que permite ver en cada cosa lo digno de ser contado”33. En el impactante relato
sobre el turismo sexual infantil en el Sudeste asiático, del libro de crónicas La Guerra
Moderna, Caparrós constata cómo aquello tipificado como exótico por momentos exige
una menor tensión intelectual y se vuelve una tarea más sencilla, ante la disposición
anticipada del periodista a encontrar lo sorprendente, actitud que le impide apreciar el
mismo fenómeno en un contexto más familiar.
“El té estaba delicioso. Stanley me vio la cara de placer y me preguntó si yo sabía
que en la producción de eso que me daba tanto gusto trabajaban chicos de menos de
10 años.
- O sea que también en este caso hay menores que trabajan para nuestro placer. Y
sin embargo nadie se escandaliza mucho por eso, ¿no?
- Bueno, no es lo mismo. Aunque es obvio que habría que acabar con el trabajo
infantil.
- Sí, pero tú no habrías venido desde tan lejos para hacer una nota sobre los chicos
que trabajan en las plantaciones de té, ¿no es cierto? En tu país también debe haber
chicos que trabajan…
- ¿En mi país?”34
Por el contrario, hay argumentos etnográficos que permiten afirmar que el estudio
de contextos o cosas que son familiares exige un esfuerzo intelectual menor y culmina
con una productividad reducida por la ausencia del estímulo cognitivo del “choque
cultural”35. La mirada es intencionada y se termina por “ver sólo lo que se desea” o
encontrar lo prefigurado en la imaginación. “La extrañeza es uno de los motores de la
motivación investigadora, sin embargo ¿cómo te vas a extrañar de lo que siempre has
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sus habitantes que en ninguna otra parte de Chile. Lo sé y lo recuerdo porque escribí
de ellos, me dio miedo, y me encontré con otra realidad que nunca olvidaré.
“Nunca es fácil salir de una historia. Ni en las relaciones de parejas, ni en el reporteo
de una crónica. Cuando uno se involucra, nunca deja completamente un tema
(…) Desde que escribí de los atletas de Kenia, nunca más dejé de involucrarme
con esos deportistas que corren con nada, sigo sus carreras, y cada vez que uno
gana lo celebro. Desde que estoy escribiendo de mi vaca argentina, cada vez que
veo una ternera en televisión me recuerdo de esa historia. Es un recuerdo íntimo,
mezcla de satisfacción y nostalgia. Porque hay algo que el cronista debe saber de
antemano: en el lugar que dará el gran golpe hay un buen botín, pero ahí también
quedará parte de su vida. Para siempre”50.
Para el caso de la Etnografía, en el prólogo de “Tristes Trópicos” de Claude Lévi-
Strauss, Manuel Delgado señala que: “El precio de la lucidez es alto. La práctica radical
de la Etnografía es algo de lo que raras veces se sale indemne: siempre se sufre daño”51.
El mismo Lévi-Strauss lleva al extremo la capacidad de exotizar lo familiar de manera
casi patológica, así reconoce que “nunca más en ninguna parte volveré a sentirme en
mi casa”52.
El requisito que antaño fue indispensable para ser cronista (y periodista) era “tener
olfato” y cierta sensibilidad práctica; esto incluso después de pasar por la universidad. La
mayoría de los cronistas cultivó la capacidad para contar historias leyendo con atención
a los grandes de la Literatura. Un gran cronista, Lee Anderson, recuerda que:
“mis ojos se orientaban sin poder evitarlo hacia los detalles, los ambientes, el
espacio. Pienso que fue la Literatura lo que influyó y me dio esa forma de mirar.
Recuerdo a D.H. Lawrence y su libro “Hijos y amantes”. Es el retrato de una
época, de una familia tratando de mantener la decencia ante la penuria de los
mineros de carbón. Después de leerlo yo quería salir a ser minero de carbón.
Experimentarlo. Sentirlo”53.
Pero el instinto para desarrollar la “mirada extrema” (buscar en lo cotidiano) y
encontrar lo que vale la pena mostrar en un relato sólo lo daba el oficio y un buen guía.
El mismo Anderson sostiene que un buen editor es el mejor maestro y guía, en especial
si tiene buena intuición. El editor ejerce el papel de una conciencia o de “cerebro su-
plente”. Así lo vivió Anderson con el editor peruano de un pequeño diario que lo alentó
a enfrentar diversas situaciones, y con la editora con la que entabló una larga relación
profesional en la revista “The New Yorker”. En la actualidad lo más difícil es encontrar
un buen editor. En los medios casi no hay espacio para el cronista, y el cronista inde-
pendiente -free lance o “portátil”54- trabaja más bien en solitario. Aunque en su labor
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interviene a menudo alguien que verifique datos. Según Meneses, los cronistas “parece
que estuviéramos solos, pero pobre del que realmente se lo crea”55.
La Etnografía en tanto tampoco era un conocimiento fácil de transmitir porque su
valor se supone residía en lo inesperado, y lo espontáneo no puede ser programado, ni
diseñado, como es el caso de otro tipo de investigaciones56. La anécdota de L. Nader que
reproduce Hammersley y Atkinson en su “cuasi manual” Etnografía, es la experiencia
compartida de muchos etnógrafos que al solicitar orientación o consejos a sus tutores
de postgrado para iniciar su investigación etnográfica sólo reciben una voluminosa
publicación y la indicación de “vete y hazlo así”57.
Si bien el curso de una Etnografía, como la de una crónica, no puede estar prede-
terminado, esto no suprime la necesidad de una preparación previa que en términos
generales comparten ambas actividades.
“¿Cómo vamos a saber qué es lo más valioso de nuestro alcalde o de una bailarina
famosa? El primer error sería preguntárselo a ella misma: la persona nunca nos lo va a
decir. Generalmente ni ella misma lo sabe. Y si lo sabe, lo más seguro es que no lo querrá
mostrar. Lo mismo sucede con los bancos. El banco nunca te va a decir: “nuestro tesoro
está en el segundo piso, en la puerta 4 a la derecha”. Por eso es que tenemos que dar un
“gran golpe” (…) Por eso, para dar un gran golpe hay que tener la ambición de querer
darlo. Y luego, como en todo asalto, hay que idear un buen plan58.
Para comenzar una Etnografía, según Hammersley y Atkinson, hay que plantearse
problemas preliminares sobre el tema a abordar, pero para llegar a éstos se requiere
revisar un espectro amplio de documentación que trata la cuestión (monografías, ar-
tículos periodísticos, autobiografías, diarios, novelas, etc.). En los casos en que no hay
conocimiento detallado sobre un fenómeno o proceso el punto de partida puede ser
constatar esta ausencia. Lo mismo se recomienda para iniciar una crónica:
“Hay que revisar todo lo dicho: Cuando voy a comenzar un trabajo me da la
sensación de que ya todo está contado, todo está entendido, y que mejor me que-
do en mi casa. Pero se me pasa pronto. Después de haber elegido lo que quiero
contar sigo con la documentación. No está mal leer todo lo que uno pueda. Para
mí ahí empieza el trabajo de campo. Lo leído me sirve para aislar cierta data (no
creo que lo personal, que el punto de vista, excluya ni la información ni las cifras)
y sobre todo para extraer ideas de dónde ir, qué hacer, que después serán un diez
por ciento de lo que finalmente haré o quizás ni me sirvan. Pero me tranquilizan,
me permiten encarar el trabajo”59.
A veces ubicar el “problema” es un proceso inconsciente, que emerge de mecanismos
no conscientes que operan en silencio pero que requieren ser provocados, “atizados” con
algo. La mexicana Alma Guillermoprieto, quien exuda un espíritu etnográfico, confiesa
que “yo, como cronista, no puedo escribir si no estoy profundamente conmovida. Por
eso estoy muy agradecida con Colombia. Ahí, lo que sucede es siempre profundamente
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El principio rector de toda crónica es lo que Ryszard Kapuściński llamaba “ir con
los cinco sentidos”, que los ojos, olfato, oído estén listos para capturar el entorno67,
lucidez necesaria también en una Etnografía, y que Anderson –un cronista instintivo-
explica así:
“Más allá de metodologías o de estructuras, para escribir una crónica es necesario
sentir. ¿Por qué? Porque para transmitir un contenido emocional tienes que sentir
tú primero, tienes que ser compasivo con lo que estás viendo. No se trata de ir por
el mundo rasgándose las vestiduras por el dolor de los demás, pero sí de caminar
con los cinco sentidos abiertos. Ir con la curiosidad viva, despierta”68.
El ejercicio de la crónica requiere que sean las personas las que encarnen los acon-
tecimientos en lugar de relatar los fenómenos en abstracto (personalización). La aten-
ción en el detalle es fundamental, sobre todo en la crónica que se construye a partir de
personajes y no de generalizaciones y cifras (poner en escena). No es lo mismo aportar
con datos estadísticos sobre la cantidad de muertos relacionados con narcotráfico que
hay en Chile que narrar la historia de un fallecido cualquiera que lentamente se nos
muestra en el relato sujeto a una red de microtráfico69. También conviene detenerse
en la arquitectura (el guión) del relato, identificar el principio (sabido como el punto
más importante para mantener secuestrado al lector) y el final (que quede con ganas
de seguir leyendo al mismo autor). Desarrollar la sensibilidad para establecer el punto
en el que se da el vuelco en la narración, y usar con discreción las pausas (comas y
puntos) confiere un ritmo de lectura y reflexión. Los signos de puntuación imponen
una cadencia, una armonía. La confesión de lo que se siente vivir el último instante
de la vida antes de la muerte, que al final no llegó, lo presenta T.E. Martínez, con el
decidido resplandor de un haiku:
“Miyeko, la hija ciega del señor Nukushina, imagina que la Hiroshima donde
nació sigue como hace veinte años, con sus oscuras casitas de tejado curvo. No
puede concebir que la ciudad donde nació sea otra, lavada por las lágrimas y la
desdicha. “Aquel día de agosto –contar-, el cielo se cayó. Cuando el cielo volvió
a levantarse, todo siguió igual que antes. Somos sólo nosotros los que hemos
cambiado (1965)”70.
Encontrar el propio tono que uno le puede imprimir al relato es lo que permite
contar de una determinada manera. Tonos trágicos o satíricos resultan de la coloración,
de la creación de atmósferas, de la relación que establecen los personajes con su realidad.
Frases y párrafos cortos o largos también dan el tono, transmiten la sensación de lo
que se está contando y a la vez facilitan componer el hilo conductor de la narración71.
Algunos recomiendan usar frases de 12 sílabas, como una media entre 14 (frases largas)
y 8 (frases cortas)72. En la Fábula del perfecto perdedor se aprecia el tono hecho del con-
trapunto entre los hechos amargos de dos personajes desvalidos y sus contradicciones
extravagantes.
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- A nosotros nos dieron cien pesos nomás. Quedaron que me iban a seguir
ayudando, después nos mandaron unas ropas, unas mantas, pero plata nada, cien
pesos nomás nos dieron por el chico. Recién nacido era, el chiquito, yo nunca lo
pude ver cómo era el chico, cuando yo fui al hospital me dijeron que no entrara
porque la mamá estaba con el nene que les estaban curando algo, me dijeron. Yo
le dije que la mamá era mi señora pero no me dejaron, yo no pude entrar esa vez y
después me vine para volver más tarde pero entonces ya hicieron el negocio ellos,
la mujer que era mía y esa gente, la enfermera y la señora ésa que le digo, y del
hospital nomás se la llevaron a Eldorado a la que era mi señora y al chiquito para
hacerla legal, hacerle los papeles, todo del chiquito. Y acá vinieron esos dos que se
lo fueron a llevar, el hombre sy la mujer y estuvieron hablando acá conmigo, acá
debajo de este árbol, pero era de noche y no les pude ver bien cómo eran ellos, le
vi que el hombre era grande como usted pero no pude verle mucho más.
- ¿Y por qué decidieron venderlo?
- No, mi señora fue la que hizo eso, hablaron con ella, y después mi señora
me dijo nos van a ayudar y yo entonces le dije mirá si vos querés no sé, a mí no
me gustaría le dije, y ella otra vez me dijo que nos iban a ayudar, que lo iban a
llevar porque nosotros tenemos muchos chicos y entonces el chico allá iba a tener
alimentos, lo iban a hacer estudiar, iba a estar mejor y menos peso para nosotros.
Y cada año lo iban a traer, me dijo, a vernos. Y nunca lo trajeron.
- ¿Usted no lo conoce?
- No, yo nunca lo conocí a ese hijito, no. Es como si fuera que no lo viera, que
no existiera, nada. Yo quería verlo, está esa señora que estuvo en el negocio que a
veces me dice que está bien, que está creciendo, pero nada más me dice ella, nada
más, y me dice que con esa familia está mejor, en el sur, en una ciudad.
- ¿A usted le parece que el chico está mejor con ellos que con usted?
- Bueno, cómo le digo yo, señor… Yo pienso que sí, para mí que el chico está
mejor, pero yo quería verlo por lo menos antes de irse, pero no pude, ojalá que
algún día pueda verlo. Mis hijos me dicen él algún día te va a ayudar, nos va a
ayudar a nosotros los hermanos, a lo mejor porque como allá está bien él puede ser
que tenga plata y después nos ayude. Yo a veces le quiero pedir a la señora que me
dé aunque sea un número de teléfono de ellos, así cada tanto yo les puedo llamar
pero no me quieren dar.
- Deben tener miedo de que usted pueda reclamar.
- Sí, eso. Pero yo si está bien no voy a reclamar. Yo lo que quiero es saber cómo
está nomás. Si sé que está bien no voy a decir nada. A uno le va a doler si es que
está pasando mal, pobrecito, uno se va a sentir un poco… como responsable o
indignado, por qué le habré dicho que le diera. Si la está pasando bien, si está con
una familia que está bien me voy a quedar más tranquilo. A mí se me hace que está
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bien, pero la verdad me gustaría saber, muchas veces yo pienso que me gustaría
saber qué fue de él”74.
Reconocer el contraste, los matices en personajes y hechos es una necesidad en la
crónica. No se escribe en blanco o negro sino en escala de grises75. La crónica recuerda de
manera constante que “nada es lo que parece”. Por último, la tarea más ardua es acertar
con “la voz propia”, el estilo inconfundible que distingue a cada cronista. Al principio
se empieza copiando (giros, tonos, formas e ideas) y, de a poco, la escritura se libera y
se convierte en un modelo para otro.
“Una puerta se abre como un suspiro, se cierra como una pluma. Mercedes Salado
deja una caja liviana —frutas y hortalizas— sobre un escritorio. Después dice buen día y
enciende el primero de la hora. Es española, bióloga, trabajó en Guatemala desde 1995,
forma parte del equipo desde 1997, y durante mucho tiempo sus padres, dos jubilados
que viven en Madrid, pensaban que el oficio de la hija no era un oficio honesto.
—Un día me llaman y me preguntan: “Oye, Mercedes, lo que tú haces... ¿es legal?”.
Claro, cuando yo empecé con esto no se sabía muy bien qué cosa era Latinoamérica, y
meterse en las montañas a sacar restos de guatemaltecos... Mis padres tendrían miedo
de que los llamaran diciendo: “Su hija está presa porque se ha robado a uno”. Ahora en
Madrid los vecinos me saludan, como “uau, es legal”. Lo que me sorprende del equipo
es la coherencia. Se mantiene con proyectos, pero también hay un fondo común. Cada
uno que sale de misión internacional, pone ese salario en el fondo común. Y es un sistema
comunista que funciona. Se hace porque se cree en lo que se hace. Nadie hubiera estado
veinte años cobrando lo que se cobra si esto no le gusta. Pero este trabajo tiene una cosa
que parece como muy romántica, como muy manida. Y es que esto no es un trabajo,
sino una forma de vida. Está por encima de tu familia, de tu pareja, por encima de tu
perspectiva de tener hijos. Nos hemos olvidado de cumpleaños, de aniversarios de boda,
pero no nos hemos olvidado de una cita con un familiar. Y en el fondo es tan pequeño.
¿Qué haces? Encuentras la identidad de una persona. Es la respuesta que la familia
necesitaba desde hace tanto tiempo... y ya. Y eso es todo. Pero cuando le ves el rostro a
la gente, vale la pena. Es una dignificación del muerto, pero también del vivo.
Después, con una sonrisa suave, dirá que tiene un trauma: que no puede meter
cráneos dentro de bolsas de plástico, y cerrarlas.
—Me da angustia. Es estúpido, pero siento que se ahogan”76.
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6. Notas
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Javiera Carmona Jiménez. Periodismo y Antropología: Ficción y Lealtad
en http://congresosdelalengua.es/cartagena/ponencias/seccion_1/13/capa-
rros_martin.htm.
6. Marc Augé. Antropología de los Mundos Contemporáneos. Barcelona, Gedisa,
1995, pp. 124-125.
7. M. Caparrós. 2007. Op. Cit.
8. Emmanuel Terray en Le genre humain, citado por Marc Augé en Antropologia
de los mundos contemporáneos, Barcelona, Gedisa, 1996, p. 56.
9. El término Antropología que se emplea en este artículo equivale a Etnogra-
fía. En esta reflexión no se consideran otras especialidades de estudio que de
manera habitual abarca la noción de Antropología (arqueología, lingüística
comparada, Antropología física, etc.).
10. Ulf Hannerz. Conexiones transnacionales. Cultura, gente, lugares. Madrid,
Cátedra, 1996.
11. T.E. Martínez. Op. Cit. 2004, p. 7.
12. Loc. Cit.
13. Clifford Geertz. Los usos de la diversidad. Ediciones Paidós, Barcelona, 1996.
p. 62.
14. Clifford Geertz. The Anthropologist as Author. Stanford University Press, 1988,
pp. 9-20.
15. Martín Caparrós. “Taller de Periodismo y Literatura”. Fundación Nuevo
Periodismo Iberoamericano, Cartagena, 16 al 20 de diciembre de 2003, p. 5.
Disponible en Internet: http://www.fnpi.org/nc/biblioteca/relatorias/taller-
de-Periodismo-y-Literatura-con-martin-caparros-2003/?cid=1180&did=811
&sechash=55ed5f4e
16. Martin Hammersley y P. Atkinson. Etnografía. Ediciones Paidós, Barcelona,
1994, p. 15.
17. Clifford Geertz. La Interpretación de las Culturas. México, Gedisa, 1987.
18. M. Caparrós. Op. Cit., 2007.
19. Ibid, p. 1.
20. Ibid, p. 3.
21. T.E. Martínez. Op. Cit. 2004, p. 4.
22. Oscar Lewis. Antropología de la Pobreza. Fondo de Cultura Económica,
México, 1969, p. 16.
23. M. Caparrós. Op. Cit. 2003, p. 6.
24. C. Geertz. Op. Cit. 1987, p. 34.
25. T.E. Martínez. Op. Cit. 2004, p. 5.
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82. Un buen punto de partida podría ser estimular en los estudiantes de Perio-
dismo la “doble ciudadanía” de ser lector y espectador, y no sólo audiencia de
audiovisuales o multimedia, a partir de los aportes de la Etnografía virtual,
por ejemplo. M. Caparrós sostiene que: “¿Por qué la televisión se cree que tiene
derecho a enseñarle al espectador a mirar y los diarios no creen que tienen
el derecho de enseñarle al lector a leer? Si queremos tener la oportunidad de
trabajar de otra manera, tenemos que proponerle al lector otras formas de
acercarse a lo escrito, tenemos que conseguir quién sea capaz de recibir aquello
que vamos a producir. Si no creamos lectores no podemos ser periodistas me-
jores, no podemos ser periodistas distintos. Obviamente desafiar a los lectores
supone desafiar a los editores primero, y antes supone desafiarnos a nosotros
mismos (mucho más que a editores y lectores). Desafiarnos a ser capaces de
hacer algo que no sea la papilla de siempre. M. Caparrós. Op. Cit. 2003, p.
19.
83. Julio Villanueva Chang. . “El que enciende la luz”. Revista Letras Libres,
diciembre 2005. Disponible en Internet: http://www.letraslibres.com/index.
php?art=10881
7. BIBLIOGRAFÍA
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