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25 de mayo de 2016
El falsacionismo se basa en el hecho de que una hipótesis debe ser reiteradamente falsable,
cuánto más, mejor, pero sin llegar a ser falsada, es decir, debe ser sometida constantemente a
rigurosas pruebas de veracidad, siendo el objetivo de estas determinar si la susodicha hipótesis
resulta cierta o no. No obstante, esta condición, en sí misma, es insuficiente: se necesita,
asimismo, que toda y cada una de las hipótesis propuestas sea más falsable que aquella en
cuyo lugar se ofrecen. Cuando una de estas teorías entra en conflicto con el conocimiento
básico de la época, se trata de una teoría audaz, siendo el conocimiento básico el conjunto de
teorías generales presentes en esa época, y nueva cuando conlleven algún fenómeno que no
figure en este conjunto de conocimientos. Por todo lo mencionado se concluye que la
corroboración de una teoría audaz supone la falsación de algún conocimiento básico con
respecto al cual era audaz la conjetura.
La ventaja que ofrece el falsacionismo respecto al inductivismo es que, para el primero, las
teorías están en constante proceso de verificación, es más, se busca refutar estas teorías. A
diferencia del inductivismo, en el cual cuantos más hechos confirmadores se hayan
establecido, más sólida será la teoría, para el falsacionismo una confirmación será relevante si
es ajena al marco de conocimientos de la época, es decir, las confirmaciones que sean
conclusiones conocidas de antemano serán denotadas como despreciables. Finalmente, el
inductivismo padece del problema que causa la experiencia: es imposible estudiar todos los
casos presentes en la vida y, como dijo Aristóteles, el conocimiento inductivo es incompleto
pues no nos lleva a una certeza absoluta. Uno puede suponer que todos los cisnes son blancos
porque observó a 1000 de ellos, pero no sabe si el cisne 1001 es negro.
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