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NUEVO IMPERIALISMO, 1890-1917.

LA GUERRA HISPANO-ESTADOUNIDENSE Y EL
COMIENZO DE LA EXPANSIÓN EXTRACONTINENTAL.
BOSCH AURORA
La guerra de 1898 contra España no sólo acabó con las “guerras interiores” sino que la victoria de esta
guerra colocó a Estados Unidos en una nueva etapa de su historia, supuso su nacimiento como imperio
y el surgimiento de un nuevo imperialismo.
En 1898, tras la victoria sobre España, Estados Unidos confirmaba su control en el Caribe, mediante el
establecimiento de un protectorado de facto en Cuba y la anexión de Puerto Rico, al tiempo que
avanzaba su posición en el Pacífico con la anexión de Hawai y el control de Filipinas. Esto no era más
que el comienzo de lo que serían las líneas maestras de la política exterior norteamericana hasta la
primera guerra mundial: actualización de la doctrina Monroe, confirmando a Estados Unidos como
potencia dominante en el hemisferio occidental y en el Caribe para controlar el futuro istmo oceánico,
que permitiría un acceso más fácil a los mercados asiáticos.
También este primer imperio insular fue el comienzo de un nuevo tipo de dominación imperial. Tanto
en Cuba como en Filipinas se estableció un control indirecto basado en la asimilación cultural. El
objetivo era que estas sociedades fueran una réplica económica, política y cultural de la nación
«superior» y «civilizadora» a la que trataban de imitar, como la mejor forma de asegurar los intereses
económicos norteamericanos. El trabajo previo de la llamada «diplomacia misionera», fue completado
después con la llamada «diplomacia del dólar» y del «gran garrote» durante la presidencia de Theodore
Roosevelt (1901-1908).

EXPANSIÓN TERRITORIAL E IDENTIDAD NACIONAL:


Albert K. Weinberg interpretó la ideología del «destino manifiesto» en un sentido amplio, ligada al
expansionismo, que caracterizaba la historia norteamericana desde el período colonial y, por tanto,
formando parte de la identidad nacional. En 1963 Walter Lafeber demostraba que si durante la primera
mitad del siglo xix los norteamericanos buscaban tierras, tras la guerra civil y bajo el impacto de la
rápida industrialización comenzaron a buscar mercados.
En el siglo XVII todos los europeos consideraban que la tierra no ocupada por miembros de la
cristiandad era tierra libre. A esta convicción general, los peregrinos puritanos establecidos en Nueva
Inglaterra añadieron la idea del «pueblo elegido», llamado por Dios a colonizar una nueva Israel «en el
nuevo mundo», distinta y separada de la corrupción europea, y donde la regeneración era posible.
En las décadas anteriores a la revolución, estas ideas religiosas se expandieron y secularizaron por las
trece colonias, popularizando más allá de los feligreses puritanos la costumbre concedida por Dios de
elegir a sus gobernantes, así como los valores del ahorro, el productivismo, la frugalidad y la preferencia
de la agricultura, artesanía y manufactura sobre el comercio y la especulación financiera. Esta influencia
de la ética puritana en la fundación de la república6 permitió que a la visión de Estados Unidos como
un espacio providencial, seleccionado para propósitos divinos, se le añadiera el aspecto secular de ser
el «gran experimento», la nueva nación de la libertad, que serviría de modelo a toda la humanidad.
La expansión territorial era una condición para el triunfo de un modelo económico, social y político más
igualitario para los varones blancos y sus familias. El elemento racial era esencial para definir la
jerarquía social de la república americana y justificar su expansión.
La culminación del designio divino de expansión continental y de la necesidad histórica y social de ésta
fue la ideología del “destino manifiesto”. Se refería al «derecho a extenderse por el continente, otorgado
por la Providencia para el libre desarrollo de sus habitantes, que se multiplican anualmente por
millones», y fue el sustrato ideológico que justificó la guerra contra México en aras de adquirir California
y Nuevo México, completando así la expansión continental hasta el Pacífico.
Esta expansión continental, que formaba parte de la ideología e identidad nacionales, se tenía que hacer
sobre territorios que eran propiedad de los imperios francés, británico, español y de los indios
americanos. Jefferson resolvió el problema francés comprando en 1803 Luisiana a Napoleón, doblando
así el territorio del país. Los problemas con los británicos se resolvieron tras la guerra de 1812. El
general Andrew Jackson luchó y derrotó a las tribus del sureste, y en sus dos mandatos presidenciales,
fue el responsable de realizar el «traslado forzoso» de las que habitaban entre el Atlántico y el
Mississippi, hacia tierra virgen más allá del Mississippi, en el llamado Territorio Indio. En cuanto al
imperio español, las incursiones militares de Jackson sobre Florida forzaron a España a venderla en
1819. Fue en este contexto cuando por primera vez se habló de Cuba, como un apéndice de Florida y
por tanto de Estados Unidos.

Por lo que refiere al amplio territorio del suroeste, necesario para completar la expansión continental
hasta el Pacífico, era propiedad de México desde que en 1821 este país se independizara de España y
fue necesaria una guerra para arrebatárselo. Estados Unidos se anexionó Texas en 1845 y para
conseguir los codiciados territorios de California y Nuevo México provocó una guerra contra México
(1846-1848).
La doctrina Monroe fue la declaración de que Estados Unidos no toleraría la intervención de los países
europeos en el continente americano y que, a cambio, prometía no inmiscuirse en ninguna colonia ya
establecida, ni en asuntos europeos.
En cuanto al Pacífico, los misioneros de Nueva Inglaterra comenzaron a establecer misiones en Hawai
en la década de 1820. En la década de 1840 el gobierno norteamericano empezó a enviar mensajes a
Inglaterra y Francia, avisándoles de que no toleraría el control europeo de las islas, y en la década
siguiente ya se trató de negociar un tratado de Anexión con Hawai; mientras, el primer tratado
Comercial con China se había firmado en 1844, y en 1854 el comodoro Mathew C. Perry abrió Japón al
comercio norteamericano.
La guerra civil y la reconstrucción aplazaron la expansión sobre el Pacífico y cualquier discusión sobre
la anexión de Cuba u otro territorio. El triunfo del norte y de la causa antiesclavista en la guerra civil
invalidaron el argumento sudista de anexionarse Cuba, de forma que Estados Unidos dio su apoyo
nominal a la insurrección cubana de 1868-1878, por ser también una insurrección antiesclavista.
La construcción del imperio comenzaba por desarrollar y establecer unas bases económicas sólidas en
todo el continente americano; tras ello, Estados Unidos controlaría el istmo interoceánico en el Caribe,
así como emplazamientos en el Pacífico, que le permitirían conseguir su objetivo final de abrir el
mercado asiático a los productos norteamericanos. Diseñadas estas líneas maestras, Seward
recomendaba una serie de medidas concretas para el desarrollo del imperio, como establecer un
arancel alto a fin de proteger las pequeñas industrias y atraer a trabajadores extranjeros; ofrecer las
tierras públicas rápidamente y a bajos precios; obtener mano de obra barata, especialmente atrayendo
a trabajadores asiáticos; unir el continente americano con canales y ferrocarriles transcontinentales;
poseer islas en el Caribe para defender a Norteamérica de los poderes europeos y para que protegieran
el istmo centroamericano y la ruta hacia el Pacífico.
Se fue creando una conciencia sobre la posible necesidad de mercados que absorbieran la
hiperproductividad de la economía norteamericana.

TESIS DE LA FRONTERA, UNA EXPLICACIÓN A LA CRISIS DE FINAL DE SIGLO:


Frederick Jackson Turner, en julio de 1893 señalaba que como lo que había moldeado la identidad
política, social y económica de Estados Unidos había sido la abundancia de tierra libre en el oeste; con
el cierre de la frontera, no sólo se agravó la crisis económica, sino que Estados Unidos dejó de ser un
país excepcional y aparte». Asumiendo que la expansión al oeste explicaba el éxito de la república
americana, el país debía ajustarse a ser una sociedad sin posibilidad de expandirse o buscar nuevas
áreas de expansión, lo que tendría enormes repercusiones en la política exterior.
La única alternativa era la expansión comercial.
Necesidad de abrir una nueva frontera mundial para solucionar los problemas económicos, políticos y,
espirituales del país. El país sólo podía solucionar su crisis involucrándose en los asuntos mundiales,
comenzando desde el oeste hasta alcanzar la cristianización del mundo, pues los anglosajones, por sus
virtudes de “libertad civil” y “pureza espiritual”, estaban especialmente dotados para extender su “genio
colonizador”. El comercio seguiría a la evangelización.
Esta vertiente del darwinismo social estaba estrechamente ligada al anglosajonismo, que enfatizaba la
superioridad racial y civilizadora anglosajona, constituyendo el principal ingrediente racista del
imperialismo norteamericano.
Para Thayler Maham la solución era buscar una nueva frontera en el mar que, a diferencia de la idea
tradicional norteamericana, dejaría de ser considerado una simple defensa contra la intriga europea,
para convertirse en una gran carretera por la que se circularía en todas las direcciones. Y precisamente
para transitar por esta amplia vía de comunicación, Estados Unidos necesitaría una potente Marina de
Guerra con la que proteger a la Flota Mercante.

PRIMERAS INTERVENCIONES: VENEZUELA Y CUBA


Construcción de un imperio extracontinental. El primer episodio fue la crisis de la frontera de Venezuela
entre 1894 y 1895.
El control del Orinoco era trascendental para la navegación por el interior de Sudamérica y Estados
Unidos se implicó en esta controversia no por el interés de Venezuela, sino porque quería evitar que el
control militar británico del Orinoco hiciera del Caribe un «lago británico».
En los tres años siguientes, nuevos acontecimientos prepararon el camino para la actitud final de
intervenir en Cuba: la revolución cubana de 1895 a 1897; junto con el cambio de poder en el Lejano
Oriente con la ascensión de Japón y el intento de Rusia y Alemania de aprovechar este desequilibrio en
el Pacífico en beneficio de su expansión territorial, y el acercamiento a Inglaterra como el mejor aliado
para defender los intereses norteamericanos en el Pacífico. Para consolidar esta tendencia
intervencionista, fue decisivo el cambio político que significó la victoria del republicano William
McKinley en las elecciones de 1896 — aunque la política exterior no fuera un aspecto fundamental de
la campaña electoral—, así como el comienzo de la recuperación económica.
La Administración de Cleveland creía que la garantía española de autonomía para Cuba era la mejor
solución para los intereses norteamericanos, sosteniendo así la soberanía española sobre la isla para
evitar la revolución. Por el contrario, el programa del Partido Republicano en las elecciones de 1896
estaba a favor de la independencia cubana, pero McKinley no se comprometió en principio con ella y
apostó en su discurso inaugural por una política de «no intervención en los asuntos internos de Otras
potencias».
Mientras el embajador norteamericano en España, Steward L. Woodford, iniciaba en Madrid las
negociaciones para la compra de Cuba, el moderno acorazado Maine había sido enviado a Cayo Oeste,
Florida, por si tenía que salir hacia Cuba.
Mientras, el Tribunal dé Instrucción norteamericano consideró culpable a España de la explosión del
Maine dado que el control del puerto llevaba aparejada la protección de la propiedad y la gente—» y
cuando las gestiones para comprar Cuba fracasaron, la guerra fue inevitable. La intervención se
justificaba por motivos humanitarios, por el desgobierno español y por la responsabilidad del gobierno
estadounidense en la protección de los ciudadanos e intereses norteamericanos, pero no se reconocía
la independencia, ni la república de Cuba, que sí deseaban gran parte del Congreso y muchos
norteamericanos.
España declaró formalmente la guerra el 24 de abril y el 25 de abril el presidente McKinley pidió al
Congreso una resolución conjunta reconociendo el estado de guerra. El 30 de abril, la escuadra de cuatro
guardacostas y dos cañoneras del almirante Dewey entró en la bahía de Manila y con un día de
bombardeo destruyó diez barcos de la escuadra española, así como todas las baterías de la costa.
Estados Unidos entraba en guerra sin haber reconocido explícitamente a la república de Cuba, pero la
Junta Cubana en Nueva York consideraba que la resolución conjunta del Congreso era equivalente al
reconocimiento de la república de Cuba, por lo que ofreció la total colaboración de las fuerzas
revolucionarias a las tropas de Estados Unidos.
UNA “ESPLENDIDA GUERRITA” EN CUBA:
Como parecía mostrar la primera acción de guerra, los dos bandos reconocían que quien dominara las
aguas en tomo a Cuba dictaría el curso dé la guerra y saldría victorioso, pero la preparación de uno y
otro bando era muy distinta ante el conflicto.
La Armada española parecía una fuerza naval impresionante y similar a la Armada norteamericana,
pero en realidad la mayoría de los barcos españoles estaba en una situación penosa.
Tampoco tenía España ningún plan de guerra preparado, excepto el esquema de dejar en el puerto de
Cádiz algún barco para la defensa del país y de enviar el resto de la flota a Cuba que, tras un primer
ataque victorioso a la base naval de Cayo Oeste en Florida, establecería un bloqueo en la costa atlántica
de Estados Unidos para dificultar sus comunicaciones con Europa.
Las Fuerzas Navales norteamericanas aprovecharon rápidamente sus ventajas de proximidad
geográfica y superioridad numérica en los buques para establecer un bloqueo sobre Cuba y Puerto Rico.
Al mismo tiempo —con el fin de destruir los recursos militares españoles—, se harían ataques contra
barcos mercantes y objetivos militares en las costas de España, Canarias y Filipinas, y en todo momento
la flota debía estar preparada para enfrentarse a la llegada de la Armada española, pues se pensaba que
la lucha entre ambas flotas decidiría la guerra; mientras que el Ejército simplemente apoyaría a los
insurgentes cubanos en el asalto a La Habana.
El reclutamiento de voluntarios se convirtió en un conflicto entre el Ejército federal y los Estados.
Mientras el Ejército federal quería controlar todo el proceso de reclutamiento y formación, los Estados
apelaban al derecho constitucional de mantener sus milicias que, agrupadas en la Guardia Nacional,
debían ser el contingente básico del Ejército de voluntarios. Los Estados y los gobernadores tenían
también un interés político en la defensa de las milicias, ya que eran una fuente de patronazgo que los
partidos no querían abandonar en tiempos de guerra.
Los Estados consiguieron su propósito y bajo la dirección de los comandantes federales organizaron un
Ejército de voluntarios, separado del Ejército federal.
Los voluntarios provenían de todos los Estados y lugares de la Unión, pues el estallido de la guerra se
vivió como una «apoteosis del patriotismo», como una guerra que podía reestablecer la unidad nacional
tras las enormes divisiones que habían surgido después de la guerra civil y la «guerra social» de la
década de 1890.
Los afroamericanos vieron la guerra como una oportunidad para demostrar su patriotismo e integrarse
plenamente en la nación.
Desde la guerra civil el Ejército de la Unión había significado para los ciudadanos negros una
oportunidad de equiparación social e integración en la nación. Muchos de ellos permanecieron en él
tras la guerra civil y lucharon en las guerras indias en el oeste. Estos «soldados búfalo», que tenían ya
una reputación como buenos soldados, fueron de los primeros en ser trasladados al sur para embarcar
hacia Cuba, pues se creyó que su fisiología era más adecuada para luchar en los trópicos. A ellos se
unieron otros 10.000 voluntarios negros, que en general tuvieron un papel destacado en Cuba, donde
ganaron 26 certificados de mérito y cinco medallas de honor del Congreso.
Pero ni siquiera en la guerra estos soldados negros, tan apreciados en el campo de batalla, pudieron
escapar a la segregación. La guerra no mejoró, sino que empeoró la situación racial en el sur, ya que
sirvió para la reconciliación de los blancos del norte y sur, a cambio del sacrificio de la ciudadanía negra
del sur.
Las operaciones militares comenzaron con el bloqueo de la costa norte de Cuba el 21 de abril. El objetivo
era interrumpir el comercio entre Cuba y el resto del mundo para obligar a rendirse a la dotación
española.
En la batalla naval de Santiago de Cuba, la flota estadounidense destruyó al escuadrón español.
Dos acciones militares más, ambas en agosto de 1898, fueron necesarias para acabar la guerra: la
conquista de Puerto Rico y la toma de Manila.
Ante la firma del protocolo de paz, Estados Unidos exigía a España no sólo la retirada de Cuba y la cesión
del control de la isla, sino también la entrega de Puerto Rico y Guara, en concepto de indemnización por
los gastos de guerra. En cuanto a Filipinas, había división de opiniones en el gobierno norteamericano,
pues aunque la mayoría era partidaria de la anexión, se tenían dudas sobre si ésta se debía restringir a
la ciudad de Manila, la isla de Luzón o a todo el archipiélago. España, sabiendo que sólo podía admitir
la derrota, quería limitar las pérdidas a Cuba, pero cuando se firmó el protocolo de paz en Washington,
el 12 de agosto de 1898, aceptó la cesión de Puerto Rico y Guam, quedando aplazada la cuestión de
Filipinas para la Conferencia de Paz de París. Lo que sí estaba claro es que la deliberada exclusión de
cubanos, filipinos y puertorriqueños del proceso de paz expresaba la determinación de la
Administración McKinley de controlar el proceso unilateralmente.
Para España, la guerra de Cuba fue un desastre nacional con 50.000 muertos, que puso al país en la
bancarrota y significó la efectiva disolución del imperio español y la demostración internacional de que
su poder de lucha había desaparecido.
La victoria de 1898 fue el comienzo del imperio estadounidense en ultramar, y como potencia victoriosa
tenía que organizar políticamente las antiguas colonias españolas en el Caribe y el Pacífico, En Cuba,
Estados Unidos no reconoció ni la independencia, ni el gobierno provisional, optando por ocupar
militarmente la isla el 1 de enero de 1899. Desde el 1 de enero de 1899 al 20 de mayo de 1902, el pueblo
cubano fue gobernado por el Ejército de Estados Unidos, dirigido primero por el general John R, Brooke
y después por el general Leonard Wood. Este gobierno militar provisional llevó a cabo una reforma de
la Administración, realizó un programa de obras públicas de emergencia y convocó elecciones en
septiembre de 1900, para elegir una Asamblea constitucional que redactara la Constitución de una Cuba
independiente.
El 17 de marzo de 1901, el Congreso de Estados Unidos aprobó la Enmienda Platt, que constaba de ocho
artículos y definía las futuras relaciones de Estados Unidos con Cuba. El más famoso y controvertido fue
el artículo tercero, por el que Estados Unidos se reservaba el derecho a intervenir en Cuba para
garantizar la independencia del país y el mantenimiento del gobierno adecuado, así como proteger
convenientemente la vida, propiedad y libertad individual. Otras cláusulas restringían los poderes de
Cuba para contraer deudas y establecer tratados con otras naciones, y permitían a Estados Unidos
comprar la base de Guantánamo.
La Enmienda Platt fue esencialmente un sustitutivo de la anexión, pues garantizaba la independencia
de Cuba, pero retenía parte de la soberanía de la nueva república, convirtiendo de facto a la isla en un
protectorado de Estados Unidos.

LA POLÍTICA EXTERIOR DE THEODORE ROOSEVELT: EL “GRAN GARROTE” Y LA CONSTRUCCIÓN DEL


CANAL DE PANAMA
Con estas conquistas coloniales, Estados Unidos era la potencia hegemónica en el continente americano
y se convertía en una fuerza activa a nivel internacional, pero fue en la primera década del siglo xx, bajo
la presidencia de Theodore Roosevelt, cuando comenzó a desempeñar un papel de liderazgo en la
política internacional. Theodore Roosevelt había señalado que la mejor receta para la política exterior
era «hablar suavemente y llevar un gran garrote», de forma que el «gran garrote» pronto se convirtió
en el emblema de su política exterior para mantener la primacía de Estados Unidos en el hemisferio
occidental y particularmente en el Caribe, frente a cualquier posible intervención de las potencias
europeas.
No hay duda de que la construcción del canal interoceánico que permitió el acceso al Pacífico fue el
centro de la política de Roosevelt y lo más relevante de su mandato en asuntos internacionales.
En enero de 1903, el secretario de Estado John Hay convenció al embajador colombiano Tomás Herrán
de que firmara el tratado Hay -Herrán por el cual Colombia cedía a Estados Unidos diez kilómetros de
territorio en la zona del canal en un usufructo de 99 años a cambio de 10 millones de dólares y un pago
anual de 250.000 dólares.
En noviembre de 1903, Roosevelt aprovechó a su favor los deseos independentistas de los panameños,
activados por el rechazo de Colombia a firmar el tratado de Hay-Herrán, asegurándoles qué el acorazado
Nashville estaría en la ciudad panameña de Colón el 2 de noviembre de 1903. Al día siguiente, 500
panameños se levantaron contra el gobierno colombiano, encontrándose con los barcos
norteamericanos en todo el litoral. Unos pocos días después; la Administración Roosevelt reconoció la
independencia dé Panamá y el 18 de noviembre el presidente norteamericano y el nuevo embajador de
Panamá en Washington, que resultó ser Bunau-Varilla, firmaron un tratado para la construcción del
canal.
El nuevo tratado ampliaba la zona del cañal de 10 a 16 kilómetros de ancho, mientras que mantenía el
pago en 10 millones de dólares en efectivo y 250,000 dólares anuales; asimismo, Estados Unidos se
comprometía a garantizar la independencia de Panamá. La principal novedad del nuevo tratado era que
Estados Unidos recibía a perpetuidad el uso, control y ocupación de la zona.
A principios de 1904, el Departamento de Estado insistió en que Panamá debía reconocer en su nueva
Constitución — no meramente en el tratado— el derecho de Estados Unidos a la intervención.
Finalmente, el artículo 136 de la Constitución dio a Estados Unidos el derecho a intervenir en cualquier
parte de Panamá para reestablecer la paz y el orden constitucional, y por supuesto eran los
norteamericanos quienes determinaban cuándo la paz y el orden eran amenazados. Aún creó mayores
problemas el artículo tercero del tratado otorgaba a Estados Unidos los derechos, poderes y autoridad
de la zona. El artículo segundo daba a Washington el derecho a perpetuidad de “ocupar y controlar
cualquier territorio fuera de la zona del canal, que en su opinión necesitaran”. De esta forma, entre 1908
y 1930, Estados Unidos estableció 14 bases militares “para proteger el canal”, demostrando que Panamá
se había convertido en una colonia norteamericana de facto.
William Taft, en su mandato presidencial de 1908 a 1912 aplicó la denominada diplomacia del dólar; en
América Latina esta diplomacia consistía en animar a los banqueros norteamericanos a ayudar a
apuntalar las finanzas de los gobiernos caribeños inestables e intervenir políticamente y militarmente
cuando los intereses económicos estaban amenazados.
Tras una «espléndida guerrita», Estados Unidos afirmó su dominio del Caribe en el hemisferio
occidental y con la anexión de Filipinas como «territorio no incorporado», se convirtió en un nuevo
poder colonial asiático.
El Comienzo del «nuevo imperialismo» no consiguió unificar y reconciliar totalmente a un país
fraccionado por la guerra civil y la crisis de la década de 1890. Momentáneamente, ahogó la protesta
política y el conflicto social; a la larga reconcilió a los blancos del norte y del sur, pero a costa de los
ciudadanos negros, y planteó un nuevo objetivo nacional, la expansión económica extracontinental.

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