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Gustave Flaubert
Gustave Flaubert
(1821-1880)
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El gran maestro del realismo, Gustave Flaubert, y su novela más característica,
“Madame Bovary”, una historia contada con enorme hondura en la temática
abordada y un intachable retrato de ambientes y personajes, en especial su
protagonista femenina, Emma Bovary, quien busca en el adulterio su
desahogo existencial.
Leamos un fragmento:
Antes de casarse, ella había creído estar enamorada, pero como la felicidad
resultante de este amor no había llegado, debía de haberse equivocado,
pensaba, y Emma trataba de saber lo que significaban en la vida las
palabras felicidad, pasión, embriaguez, que tan hermosas le habían parecido
en los libros………………….
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STENDHAL
(1783-1842)
Gran novelista de corte romántico y realista, uno de los más importantes del
siglo XIX, destacado por la hondura psicológica en el retrato de personajes,
consiguió el punto más álgido de su creación literaria con la publicación de
“Rojo y Negro” (1831). Un año antes publicó la novela corta ambientada en
España “El Arca y El Fantasma” (1830).
Otros de sus títulos más sobresalientes son la novela “La Cartuja De Parma”
(1839) o los ensayos “Historia De La Pintura En Italia” (1817), “Sobre El
Amor” (1822) o “Racine y Shakespeare” (1825).
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"Rojo y Negro"(fragmentos)
" Una o dos veces, durante aquella escena, la señora de Renal estuvo a punto de sentir algo
de simpatía por la desgracia real de aquel hombre que, durante doce años, había sido su
amigo. Pero las verdaderas pasiones son egoístas. Además, estaba esperando a cada instante
que él le confesara haber recibido también una carta anónima el día anterior y aquella
confesión no llegó.
Faltaba para que la señora de Renal se sintiera completamente segura, conocer qué ideas
habían podido sugerir al hombre de quien dependía su suerte. Porque, en provincias, los
maridos son los dueños de la opinión. Un marido que se queja de haber sido engañado se
cubre de ridículo, pero su mujer, si él no le da dinero, tendrá que trabajar de obrera a quince
sueldos al día y eso, si tiene suerte, ya que las personas "decentes" sentirán escrúpulos y no
querrían darle trabajo.
Una odalisca, en el harén, tiene que amar al sultán a la fuerza; es todopoderoso y ella no
puede quitarle su autoridad mediante toda una serie de pequeñas finezas. La venganza del
amo es terrible, sangrienta, pero también militar y generosa: una puñalada acaba con todo.
Sintió que en su alma penetraban oleadas de placer, no porque amase a la señora de Renal,
que no cabía en su corazón sentimiento tan dulce, sino porque la realización de su empeño
había hecho cesar el suplicio atroz que lo torturaba. Creyóse obligado a hablar, a fin de que
la señora Derville no se enterase de lo que pasaba, y su voz, entonces, fue sonora y
vibrante. En cambio, la de la señora de Renal reveló tanta emoción, que su prima,
creyéndola indispuesta, le indicó la conveniencia de recogerse en sus habitaciones. Julián se
dio cuenta del peligro que lo amenazaba.
"Si la señora de Renal se retira ahora al salón -se dijo-, vuelvo a la horrible situación que
me ha martirizado todo el día. Su mano ha permanecido demasiado poco tiempo unida a la
mía para que constituya una ventaja positiva y durable".
En el momento que la señora Derville proponía por segunda vez la entrada en el salón,
Julián oprimió con fuerza la mano que asía.
La señora de Renal, que se había levantado ya, volvió a sentarse, diciendo con voz
desfallecida:
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-Me encuentro un poquito indispuesta, es verdad, pero creo que el aire me sentará bien.
Estas palabras confirmaron la dicha de Julián, que, en aquellos instantes, era infinita.
Habló, olvidó el fingimiento y consiguió que las dos damas lo escucharan extasiadas y lo
tomasen por el hombre más amable del mundo".
"Como puede verse, Julien no tenía la menor experiencia de la vida, ni siquiera había leído
novelas; si hubiera sido un poco menos torpe y hubiese tenido la suficiente sangre fría para
decirle a aquella joven a quien tanto adoraba y que tan extrañas confidencias le hacía:
«Confiese usted que, aunque yo no valga tanto como esos señores, sin embargo es a mí a
quien usted ama». Es posible que ella se hubiese sentido feliz al verse comprendida; por lo
menos, el éxito hubiera dependido exclusivamente de la gracia con que Julien expresara
esta idea y del momento que eligiera para ello. En todo caso, habría salido ventajosamente
de una situación que corría el riesgo de resultar monótona a los ojos de Mathilde.
- ¡Usted ya no me ama, y yo la adoro! -le dijo Julien un día, tras un largo paseo, loco de
amor y de sufrimiento.
Honoré de Balzac
(Honoré u Honorato de Balzac; Tours, Francia, 1799 - París, 1850) Escritor francés. Junto
con Stendhal y Gustave Flaubert, es el principal representante de la novela realista en su
país y una de las grandes figuras del realismo europeo. En 1814 se trasladó con su familia a
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París, donde estudió derecho y empezó a trabajar en un bufete, pero su afición a la literatura
le movió a abandonar su carrera y a escribir el drama Cromwell (1820), que fue un rotundo
fracaso.
Charles Dickens
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Resumen y sinópsis de Una casa en alquiler de Charles Dickens
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René Albert Guy de Maupassant
(1850/08/05 - 1893/07/06)
Su primera obra importante fue el cuento 'Bola de sebo' (1880), incluido en el volumen Las
veladas de Médan y considerado su obra maestra en el género. Durante los siguientes años
escribió más de doscientos relatos, entre los que destacanLa Casa Tellier (1881),
Mademoiselle Fifi (1882) , Los cuentos de la becada (1883), el famoso La Parure (1884) y
El Horla (1887).
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Su obra se caracteriza por su realismo y estilo sencillo. Fue autor de tres colecciones de
recuerdos de viajes y seis novelas: Una vida (1883), Bel Ami (1885), Los dos hermanos
(1888), La mano izquierda (1889) y Nuestro corazón (1890).
Poesía
EL CAZADOR DE PÁJAROS
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Alegre, inexperto, travieso,
se acerca el pájaro al engaño,
mira con ojos de embeleso,
se anima y, luego por su daño
pica goloso y queda preso.
El incansable cazador
llena siempre su pajarera,
y aleja del prado y la flor
del monte y la verde ribera
al que mordió el cebo de Amor.
Guy de Maupassant
Juan Valera
Juan Valera y Alcalá Galiano nació en Cabra, Córdoba (España), el 18 de octubre de 1824
en el seno de una familia aristocrática. Sus padres, ambos de origen aristocrático, eran el
marino José Valera Viaña y la Marquesa de la Paniega Dolores Alcalá Galiano. Los años de
su niñez transcurrieron en el mundo rural andaluz, que después se reflejará en muchas de sus
novelas.
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La novela más importante de Juan Valera y la primera fue Pepita Jiménez publicada en
1874. Tiene forma epistolar en su mayor parte y narra el lento proceso de seducción de
un seminarista, Luís Vargas, por una joven y hermosa viuda, Pepita Jiménez. Es una
novela fundamentalmente psicológica, en la que el autor analiza la interioridad de los dos
protagonistas. A través de la correspondencia entre Luis Vargas y un tío suyo sacerdote,
personaje de gran importancia en la obra, se va presentando la lucha interior entre la
vocación religiosa y la fascinación que al protagonista le produce Pepita. La evolución de
Luis Vargas está perfectamente analizada: se trata de un proceso en el que se mezcla la
seguridad jactanciosa, el falso misticismo, el desconocimiento del mundo, la soberbia
espiritual, los remordimientos, angustias y dudas, hasta llegar, por fin, a la certeza de su
ilusoria vocación y a la entrega a Pepita. Sobre el carácter de ésta también obtenemos un
perfilado preciso a través de lo que de ella dicen otros personajes, sobre todo Luis.
Don Gumersindo, muy aseado y cuidadoso de su persona, era un viejo que no inspiraba repugnancia.
Las prendas de su sencillo vestuario estaban algo raídas, pero sin una mancha y saltando de limpias,
aunque de tiempo inmemorial se le conocía la misma capa, el mismo chaquetón y los mismos
pantalones y chaleco. A veces se interrogaban en balde las gentes unas a otras a ver si alguien le había
visto estrenar una prenda.
Con todos estos defectos, que aquí y en Aras partes muchos consideran virtudes,
aunque virtudes exageradas, don Gumersindo tenía excelentes cualidades: era afable,
servicial, compasivo, y se desvivía por complacer y ser útil a todo el mundo, aunque le
costase trabajo, desvelos y fatiga, con tal de que no le costase un real. Alegre y amigo
de chanzas y de burlas, se hallaba en todas las reuniones y fiestas, cuando no eran a
escote, y las regocijaba con la amenidad de su trato y con su discreta aunque poco
ática conversación. Nunca había tenido inclinación alguna amorosa a una mujer
determinada; pero inocentemente, sin malicia, gustaba de todas, y era el viejo más
amigo de requebrar a las muchachas y que más las hiciese reír que había en diez
leguas a la redonda.
Ya he dicho que era tío de la Pepita. Cuando frisaba en los ochenta años, iba ella a cumplir los diez y
seis. ÿl era poderoso; ella pobre y desvalida.
La madre de ella era una mujer vulgar, de cortas luces y de instintos groseros. Adoraba a su hija, pero
continuamente y con honda amargura se lamentaba de los sacrificios que por ella hacía, de las
privaciones que sufría y de la desconsolada vejez y triste muerte que iba a tener en medio de tanta
pobreza. Tenía, además, un hijo mayor que Pepita, que había sido gran calavera en el lugar, jugador y
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pendenciero, a quien después de muchos disgustos había logrado colocar en la Habana en un empleíllo
de mala muerte, viéndose así libre de él y con el charco de por medio. Sin embargo, a los pocos años de
estar en la Habana el muchacho, su mala conducta hizo que le dejaran cesante, y asaetaba a cartas a su
madre pidiéndole dinero. La madre, que apenas tenía para sí y para Pepita, se desesperaba, rabiaba,
maldecía de sí y de su destino con paciencia poco evangélica, y cifraba toda su esperanza en una buena
colocación para su hija que la sacase de apuros.
En tan angustiosa situación empezó don Gumersindo a frecuentar la casa de Pepita y de su madre y a
requebrar a Pepita con más ahínco y persistencia que solía requebrar a otras.
Era, con todo, tan inverosímil y tan desatinado el suponer que un hombre que había pasado ochenta
años sin querer casarse pensase en tal locura cuando ya tenía un pie en el sepulcro, que ni la madre de
Pepita, ni Pepita mucho menos, sospecharon jamás los en verdad atrevidos pensamientos de don
Gumersindo. Así es que un día ambas se quedaron atónitas y pasmadas cuando, después de varios
requiebros, entre burlas y veras, don Gumersindo soltó con la mayor formalidad y a boca de jarro la
siguiente categórica pregunta:
ANTON CHÉJOV
(1860-1904)
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Anton Paulovich Chéjov nació en la localidad de Taganrog (Rusia) el 29 de enero de 1860.
Era hijo de Pavel y Yevgeniya Chejov, cabezas de una familia de comerciantes de
extracción humilde, pues sus abuelos paternos habían sido esclavos. Tenía cinco hermanos.
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Benito Pérez Galdós
(Las Palmas de Gran Canaria, 1843 - Madrid, 1920) Novelista, dramaturgo y articulista
español, máximo representante (junto con Leopoldo Alas «Clarín») de las corrientes
realista y naturalista en la narrativa española. Benito Pérez Galdós nació en el seno de una
familia de la clase media de Las Palmas, hijo de un militar. Recibió una educación rígida y
religiosa, que no le impidió entrar en contacto, ya desde muy joven, con el liberalismo,
doctrina que guió los primeros pasos de su carrera política.
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La emilianada
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En Honduras tenemos a :
Escritores Modernistas
El nicaragüense
Rubén Darío
Nació el 18 de enero de 1867 en San Pedro de Metapa, hoy Ciudad Darío, Matagalpa,
Nicaragua.
Primer hijo de Manuel García y Rosa Sarmiento, que debieron obtener los permisos
eclesiásticos necesarios para casarse dado que eran primos de segundo grado. Tuvo una
hermana llamada Cándida Rosa, que murió pocos días después de haber nacido. Fue
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criado por sus tíos abuelos Félix Rámirez y Bernarda Sarmiento tras la separación de sus
padres.
Con 13 años publica sus primeros poemas en el Diario El Termometro. A los 14 años se
trasladó a Managua donde trabajó como secretario en la Biblioteca Nacional. Por
entonces ya es reconocido llamándole el “poeta-niño”. Se hospeda en casa del doctor
Modesto Barrios, quien le acompañó a fiestas y tertulias literarias.
En 1882, cuando cuenta 15 años, se enamora de Rosario Emelina Murillo, con la que
pretende casarse. Amigos y familiares para evitar el matrimonio le embarcan para El
Salvador. Pocos meses después regresó y reanuda su noviazgo con Rosario, a quien en su
obra Azul llamó “garza morena”. Sin embargo, al enterarse de algo de Rosario durante su
ausencia, decide irse del país.
Con apenas 19 años de edad, en el año 1886, viaja a Santiago de Chile, donde publicó su
primer gran título: Azul (1888), libro que llamó la atención de la crítica.
En el año 1892 viajó a España como representante del Gobierno nicaragüense para asistir a los
actos de celebración del IV Centenario del descubrimiento de América. Tras viajar por distintos
países, residió en Buenos Aires, donde trabajó para el diario La Nación. En 1898 regresa a España
como corresponsal y alterna su residencia entre París y Madrid, donde en 1900, conoce a
Francisca Sánchez, mujer de origen campesino con la que se casó por lo civil y tuvo cuatro hijos, de
los cuales solo uno sobrevivirá, Rubén Darío Sánchez, "Guincho". Con ella convivió hasta casi el
final de sus días. Rubén la llevó a París donde le presentó a sus amigos. Francisca era analfabeta
cuando conoció a Darío (Amado Nervo, Manuel Machado y su cónyuge la enseñaron a leer). Viajó
de un lugar a otro sin poder presentarla en actos oficiales como su esposa, pues está por
resolverse el divorcio con Rosario. En 1907, ésta se presentó en París reclamándole sus derechos
de esposa; Darío trató de eludirla sin éxito. El poeta viajó a su país para obtener el divorcio, cosa
que no logró.
Sus primeros poemas son una mezcla de tradicionalismo y romanticismo; Abrojos (1887) y Canto
épico a las glorias de Chile (1888). Este mismo año publica Azul (1888, revisado en 1890),
dividido en cuatro partes: 'Primaveral', 'Estival', 'Autumnal' e 'Invernal'. A este libro
debe que sea considerado como el creador del modernismo; escritores como Ramón María
del Valle-Inclán, Antonio Machado, Leopoldo Lugones o Julio Herrera y Reissig le reconocieron
como el creador e instaurador de una nueva época en la poesía en lengua española.
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POEMAS
LO FATAL
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El rey burgués
de Rubén Darío
Cuento alegre
¡Amigo! El cielo está opaco, el aire frío, el día triste. Un cuento alegre... así como para distraer las
brumosas y grises melancolías, helo aquí:
Había en una ciudad inmensa y brillante un rey muy poderoso, que tenía trajes caprichosos y ricos,
esclavas desnudas, blancas y negras, caballos de largas crines, armas flamantísimas, galgos
rápidos, y monteros con cuernos de bronce que llenaban el viento con sus fanfarrias. ¿Era un rey
poeta? No, amigo mío: era el Rey Burgués.
Era muy aficionado a las artes el soberano, y favorecía con gran largueza a sus músicos, a sus
hacedores de ditirambos, pintores, escultores, boticarios, barberos y maestros de esgrima. Cuando
iba a la floresta, junto al corzo o jabalí herido y sangriento, hacía improvisar a sus profesores de
retórica canciones alusivas; los criados llenaban las copas del vino de oro que hierve, y las mujeres
batían palmas con movimientos rítmicos y gallardos. Era un rey sol, en su Babilonia llena de
músicas, de carcajadas y de ruido de festín. Cuando se hastiaba de la ciudad bullente, iba de caza
atronando el bosque con sus tropeles; y hacía salir de sus nidos a las aves asustadas, y el vocerío
repercutía en lo más escondido de las cavernas. Los perros de patas elásticas iban rompiendo la
maleza en la carrera, y los cazadores, inclinados sobre el pescuezo de los caballos, hacían ondear
los mantos purpúreos y llevaban las caras encendidas y las cabelleras al viento.
El rey tenía un palacio soberbio donde había acumulado riquezas y objetos de arte maravillosos.
Llegaba a él por entre grupos de lilas y extensos estanques, siendo saludado por los cisnes de
cuellos blancos, antes que por los lacayos estirados. Buen gusto. Subía por una escalera llena de
columnas de alabastro y de esmaragdina, que tenía a los lados leones de mármol como los de los
tronos salomónicos. Refinamiento. A más de los cisnes, tenía una vasta pajarera, como amante de
la armonía del arrullo, del trino; y cerca de ella iba a ensanchar su espíritu, leyendo novelas de M.
Ohnet, o bellos libros sobre cuestiones gramaticales, o críticas hermosillescas. Eso sí: defensor
acérrimo de la corrección académica en letras, y del modo lamido en arte; alma sublime amante
de la lija y de la ortografía.
¡Japonerías! ¡Chinerías! Por moda y nada más. Bien podía darse el placer de un salón digno del
gusto de un Goncourt y de los millones de un Creso: quimeras de bronce con las fauces abiertas y
las colas enroscadas, en grupos fantásticos y maravillosos; lacas de Kioto con incrustaciones de
hojas y ramas de una flora monstruosa, y animales de una fauna desconocida; mariposas de raros
abanicos junto a las paredes; peces y gallos de colores; máscaras de gestos infernales y con ojos
como si fuesen vivos; partesanas de hojas antiquísimas y empuñaduras con dragones devorando
flores de loto; y en conchas de huevo, túnicas de seda amarilla, como tejidas con hilos de araña,
sembradas de garzas rojas y de verdes matas de arroz; y tibores, porcelanas de muchos siglos, de
aquellas en que hay guerreros tártaros con una piel que les cubre hasta los riñones, y que llevan
arcos estirados y manojos de flechas.
Por lo demás, había el salón griego, lleno de mármoles: diosas, musas, ninfas y sátiros; el salón de
los tiempos galantes, con cuadros del gran Watteau y de Chardin; dos, tres, cuatro, ¿cuántos
salones?
Y Mecenas se paseaba por todos, con la cara inundada de cierta majestad, el vientre feliz y la
corona en la cabeza, como un rey de naipe.
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Un día le llevaron una rara especie de hombre ante su trono, donde se hallaba rodeado de
cortesanos, de retóricos y de maestros de equitación y de baile.
-¿Qué es eso?- preguntó.
-Señor, es un poeta.
El rey tenía cisnes en el estanque, canarios, gorriones, senzontes en la pajarera: un poeta era algo
nuevo y extraño.
-Dejadle aquí.
Y el poeta: -Señor, no he comido.
Y el rey:
-Habla y comerás.
Comenzó:
-Señor, ha tiempo que yo canto el verbo del porvenir. He tendido mis alas al huracán; he nacido en
el tiempo de la aurora; busco la raza escogida que debe esperar con el himno en la boca y la lira en
la mano la salida del gran sol. He abandonado la inspiración de la ciudad malsana, la alcoba llena
de perfumes, la musa de carne que llena el alma de pequeñez y el rostro de polvos de arroz. He
roto el arpa adulona de las cuerdas débiles; contra las copas de Bohemia y las jarras donde
espumea el vino que embriaga sin dar fortaleza; he arrojado el manto que me hacía parecer
histrión, o mujer, y he vestido de modo salvaje y espléndido: mi harapo es de púrpura. He ido a la
selva, donde he quedado vigoroso y ahíto de leche fecunda y licor de nueva vida; y en la ribera del
mar áspero, sacudiendo la cabeza bajo la fuerte y negra tempestad, como un ángel soberbio, o
como un semidiós olímpico, he ensayado el yamdo dando al olvido el madrigal.
"He acariciado a la gran naturaleza, y he buscado al calor del ideal, el verso que está en el astro en
el fondo del cielo, y el que está en la perla en lo profundo del océano. ¡He querido ser pujante!
Porque viene el tiempo de las grandes revoluciones, con un Mesías todo luz, todo agitación y
potencia, y es preciso recibir su espíritu con el poema que sea arco triunfal, de estrofas de acero,
de estrofas de oro, de estrofas de amor."
"Señor, el arte no está en los fríos envoltorios de mármol, ni en los cuadros lamidos, ni en el
excelente señor Ohnet. ¡Señor! El arte no viste pantalones, ni habla en burgués, ni pone los puntos
en todas las íes. Él es augusto, tiene mantos de oro o de llamas, o anda desnudo, y amasa la greda
con fiebre, y pinta con luz, y es opulento, y da golpes de ala como las águilas, o zarpazos como los
leones. Señor, entre un Apolo y un ganso, preferid el Apolo, aunque el uno sea de tierra cocida y el
otro de marfil."
"¡Oh, la Poesía!"
"¡Y bien! Los ritmos se prostituyen, se cantan los lunares de las mujeres, y se fabrican jarabes
poéticos. Además, señor, el zapatero critica mis endecasílabos, y el señor profesor de farmacia
pone puntos y comas a mi inspiración. Señor, ¡y vos lo autorizáis todo esto!... El ideal, el ideal..."
El rey interrumpió:
-Ya habéis oído. ¿Qué hacer?
Y un filósofo al uso:
-Si lo permitís, señor, puede ganarse la comida con una caja de música; podemos colocarle en el
jardín, cerca de los cisnes, para cuando os paseéis.
-Sí- dijo el rey, y dirigiéndose al poeta: -Daréis vueltas a un manubrio. Cerraréis la boca. Haréis
sonar una caja de música que toca valses, cuadrillas y galopas, como no prefiráis moriros de
hambre. Pieza de música por pedazo de pan. Nada de jerigonzas, ni de ideales. Id.
Y desde aquel día pudo verse a la orilla del estanque de los cisnes, al poeta hambriento que daba
vueltas al manubrio: tiririrín, tiririrín... ¡avergonzado a las miradas del gran sol! ¿Pasaba el rey por
las cercanías? ¡Tiririrín, tiririrín!... ¿Había que llenar el estómago? ¡Tiririrín! Todo entre la burla de
los pájaros libres, que llegaban a beber rocío en las lilas floridas; entre el zumbido de las abejas,
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que le picaban el rostro y le llenaban los ojos de lágrimas; ¡tiririrín!... ¡lágrimas amargas que
rodaban por sus mejillas y que caían a la tierra negra!
Y llegó el invierno, y el pobre sintió frío en el cuerpo y en el alma. Y su cerebro estaba como
petrificado, y los grandes himnos estaban en el olvido, y el poeta de la montaña coronada de
águilas, no era sino un pobre diablo que daba vueltas al manubrio, tiririrín.
Y cuando cayó la nieve se olvidaron de él, el rey y sus vasallos; a los pájaros se les abrigó, y a él se
le dejó al aire glacial que le mordía las carnes y le azotaba el rostro, tiriririn!
Y una noche en que caía de lo alto la lluvia blanca de plumillas cristalizadas, en el palacio había
festín, y la luz de las arañas reía alegre sobre los mármoles, sobre el oro y sobre las túnicas de los
mandarines de las viejas porcelanas. Y se aplaudían hasta la locura los brindis del señor profesor
de retórica, cuajados de dáctilos, de anapestos y de piriquios, mientras en las copas cristalinas
hervía el champaña con su burbujeo luminoso y fugaz. ¡Noche de invierno, noche de fiesta! Y el
infeliz cubierto de nieve, cerca del estanque, daba vueltas al manubrio para calentarse ¡tirirín,
tirirín! Tembloroso y aterido, insultado por el cierzo, bajo la blancura implacable y helada, en la
noche sombría, haciendo resonar entre los árboles sin hojas la música loca de las galopas y
cuadrillas; y se quedó muerto, tiririrín... pensando en que nacería el sol del día venidero, y con él el
ideal, tiririrín..., y en el que el arte no vestiría pantalones sino manto de llamas, o de oro... Hasta
que al día siguiente, lo hallaron el rey y sus cortesanos al pobre diablo de poeta, como gorrión que
mata el hielo, con una sonrisa amarga en los labios, y todavía con la mano en el manubrio.
¡Oh, mi amigo! el cielo está opaco, el aire frío, el día triste. Flotan brumosas y grises melancolías...
¡Pero cuánto calienta el alma una frase, un apretón de manos a tiempo! ¡Hasta la vista!
La canción de oro
de Rubén Darío
Aquel día un harapiento, por las trazas un mendigo, tal vez un peregrino, quizás un poeta, llegó,
bajo la sombra de los altos álamos, a la gran calle de los palacios, donde hay desafíos de soberbia
entre el ónix y el pórfido, el ágata y el mármol; en donde las altas columnas, los hermosos frisos,
las cúpulas doradas, reciben la caricia pálida del sol moribundo.
Había tras los vidrios de las ventanas, en los vastos edificios de la riqueza, rostros de mujeres
gallardas y de niños encantadores. Tras las rejas se adivinaban extensos jardines, grandes verdores
salpicados de rosas y ramas que se balanceaban acompasada y blandamente como bajo la ley de
un ritmo. Y allá en los grandes salones, debía de estar el tapiz purpurado y lleno de oro, la blanca
estatua, el bronce chino, el tibor cubierto de campos azules y de arrozales tupidos, la gran cortina
recogida como una falda, ornada de flores opulentas, donde el ocre orintal hace vibrar la luz en la
seda que resplandece. Luego las lunas venecianas, los palisandros y los cedros, los nácares y los
ébanos, y el piano negro y abierto, que ríe mostrando sus teclas como una linda dentadura; y las
arañas cristalinas, donde alzan las velas profusas la aristocracia de su blanca cera. ¡Oh, y más allá!
Más allá el cuadro valioso dorado por el tiempo, el retrato que firma Durand o Bonnat, y las
preciosas acuarelas en que el tono rosado parece que emerge de un cielo puro y envuelve en una
onda dulce desde el lejano horizonte hasta la yerba trémula y humilde. Y más allá...
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( Muere la tarde.
Llega a las puertas del palacio un break flamante y charolado, negro y rojo. Baja una pareja y entra
con tal soberbia en la mansión, que el mendigo piensa: decididamente, el aguilucho y su hembra
van al nido. El tronco, ruidoso y azogado, a un golpe de fusta arrastra el carruaje haciendo
relampaguear las piedras. Noche ).
Entonces, en aquel cerebro de loco, que ocultaba un sombrero raído, brotó como el germen de
una idea que pasó al pecho y fue opresión y llegó a la boca hecho himno que le encendía la lengua
y hacía entrechocar los dientes. Fue la visión de todos los mendigos, de todos los desamparados,
de todos los miserables, de todos los suicidas, de todos los borrachos, del harapo y de la llega, de
todos los que viven, ¡Dios mío! En perpetua noche, tanteando la sombra, cayendo al abismo, por
no tener un mendrugo para llenar el estómago. Y después la turba feliz, el lecho blando, la trufa y
el áureo vino que hierve, el raso y el moiré que con su roce ríen; el novio rubio y la novia morena
cubierta de predería y blonda; y el gran reloj que la suerte tiene para medir la vida de los felices
opulentos, que en vez de granos de arena, deja caer escudos de oro.
Aquella especie de poeta sonrió; pero su faz tenía aire dantesco. Sacó de su bolsillo un pan
moreno, comió, y dio viento su himno. Nada más cruel que aquel canto tras el mordisco.
¡Cantemos el oro!
Cantemos el oro, rey del mundo, que lleva dicha y luz por donde va, como los fragmentos de un
sol despedazado.
Cantemos el oro, que nace del vientre fecundo de la madre tierra; inmenso tesoro, leche rubia de
esa ubre gigantesca.
Cantemos el oro, río caudaloso, fuente de la vida, que hace jóvenes y bellos a los que se bañan en
sus corrientes maravillosas, y envejece a aquellos que no gozan de sus raudales.
Cantemos el oro, porque de él se hacen las tiaras de los pontífices, las coronas de los reyes y los
cetros imperiales: y porque se derrama por los mantos como un fuego sólido, e inunda las capas
de los arzobispos, y refulge en los altares y sostiene al Dios eterno en las custodias radiantes.
Cantemos el oro, porque podemos ser unos perdidos, y él nos pone mamparas para cubrir las
locuras abyectas de la taberna, y las vergüenzas de las alcobas adúlteras.
Cantemos el oro, porque al saltar de cuño lleva en su disco el perfil soberbio de los césares; y va a
repletar las cajas de sus vastos templos, los bancos y mueve las máquinas y da la vida y hace
engordar los tocinos privilegiados.
Cantemos el oro, porque él da los palacios y los carruajes, los vestidos a la moda, y los frescos
senos de las mujeres garridas; y las genuflexiones de espinazos aduladores y las muecas de los
labios eternamente sonrientes.
Cantemos el oro, padre del pan.
Cantemos el oro, porque es en las orejas de las lindas damas sostenedor del rocío del diamante, al
extremo de tan sonrosado y bello caracol; porque en los pechos siente el latido de los corazones, y
en las manos a veces es símbolo de amor y de santa promesa.
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Cantemos el oro, porque tapa las bocas que nos insultan; detiene las manos que nos amenazan, y
pone vendas a los pillos que nos sirven.
Cantemos el oro, porque su voz es música encantada; porque es heroico y luce en las corazas de
los héroes homéricos, y en las sandalias de las diosas y en los coturnos trágicos y en las manzanas
del jardín de las Hespérides.
Cantemos el oro, porque de él son las cuerdas de las grandes liras, la cabellera de la más tiernas
amadas, los granos de la espiga y el peplo que al levantarse viste la olímpica aurora.
Cantemos el oro, premio y gloria del trabajador y pasto del bandido.
Cantemos el oro, que cruza por el carnaval del mundo, disfrazado de papel, de plata, de cobre y
hasta de plomo.
Cantemos el oro, amarillo como la muerta.
Cantemos el oro, calificado de vil por los hambrientos; hermano del carbón, oro negro que incuba
el diamante; rey de la mina, donde el hombre lucha y la roca se desgarra; poderoso en el poniente,
donde se tiñe en sangre; carne de ídolo; tela de que Fidias hace el traje de Minerva.
Cantemos el oro, en el arnés del cabello, en el carro de guerra, en el puño de la espada, en el lauro
que ciñe cabezas luminosas, en la copa del festín dionisíaco, en el alfiler que hiere el seno de la
esclava, en el rayo del astro y en el champaña que burbujea, como una disolución de topacios
hirvientes.
Cantemos el oro, porque nos have gentiles, educados y pulcros.
Cantemos el oro, porque es la piedra de toque de toda amistad.
Cantemos el oro, purificado por el fuego, como el hombre por el sufragio; mordido por la lima,
como el hombre por la envidia; golpeado por el martillo, como el hombre por la necesidad;
realzado por el estuche de seda, como el hombre por el palacio de mármol.
Cantemos el oro, esclavo, despreciado por Jerónimo, arrojado por Antonio, vilipendiado por
Macario, humillado por Hilarión, maldecido por Pablo el Ermitaño, quien tenía por alcazár una
cueva bronca y por amigos las estrellas de la noche, los pájaros del alba y las fieras hirsutas y
salvajes del yermo.
Cantemos el oro, dios becerro, tuétano de roca, misterioso y callado en su entraña, y bullicioso
cuando brota a pleno sol y a toda vida, sonante como un coro de tímpanos; feto de astros, residuo
de luz, encarnación de éter.
Cantemos el oro, hecho sol, enamorado de la noche, cuya camisa de crespón riega de estrellas
brillantes, después del último beso, como una gran muchedumbre de libras esterlinas.
¡Eh, miserables, beodos, pobres de solemnidad, prostitutas, mendigos, vagos, rateros, bandidos,
pordioseros, peregrinos, y vosotros los desterrados, y vosotros los holgazanes, y sobre todo,
vosotros, oh poetas!
¡Unámonos a los felices, a los poderosos, a los banqueros, a los semidioses de la tierra!
¡Cantemos el oro!
Y el eco se llevó aquel himno, mezcla de gemido, ditirambo y carcajada; y como ya la noche oscura
y fría había entrado, el eco resonaba en las tinieblas.
Pasó una vieja y pidió limosna.
Y aquella especie de harapiento, por las trazas un mendigo, tal vez un peregrino, quizás un poeta,
le dio su último mendrugo de pan petrificado, y se marchó por la terrible sombra, rezongando
entre dientes.
24
Los españoles:
25
Moriría en este último país, donde recibió ya casi moribundo la
noticia de la concesión del Premio Nobel.
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Ramón María del Valle Inclán
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La obra poética de Valle-Inclán está reunida en la trilogía Claves líricas (1930), formada por
Aromas de leyenda. Versos en loor a un santo ermitaño, El pasajero y La pipa de kif.
La trae un cuervo
¡Tengo rota la vida! En el combate
de tantos años ya mi aliento cede,
y al orgulloso pensamiento abate
la idea de la muerte, que lo obsede.
Milagro de la mañana
Oración campesina
Que temblaba en la azul
Santidad matutina.
Y en el viejo camino
Cantaba un ruiseñor,
Y era de luz su trino.
La campana de aldea
Le dice con su voz,
Al pájaro, que crea.
La campana aldeana
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En la gloria del sol
Era alma cristiana.
Al tocar, esparcía
Aromas del rosal
De la Virgen María.
Campana, campaniña
Do Pico Sagro,
Toca por que floreza
A rosa de milagro.
Aromas de leyenda. Versos en loor a un santo ermitaño (1907), recibe la influencia del
modernismo. Consta de catorce poemas de métrica variada. En ellos recrea diversos
aspectos de su Galicia natal: descripciones del paisaje, trabajos cotidianos, milagrería,
superstición, etc. Inscrito también en la estética modernista.
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El mexicano
Amado Nervo
(José Amado Ruiz de Nervo; Tepic, Nayarit, 1870 - Montevideo, 1919) Poeta mexicano.
Hizo sus primeros estudios en el Colegio de Jacona, pasando después al Seminario de
Zamora, en el Estado de Michoacán, donde permaneció desde 1886 hasta 1891.
Los problemas económicos que atenazaron a su familia, un hogar de clase media venido a
menos, le forzaron a dejar inconclusos sus estudios eclesiásticos, sin que pueda
descartarse por completo la idea de que su decisión fuera también influida por sus propias
inclinaciones. En cualquier caso, siguió alentando en su interior una espiritualidad mística,
nacida sin duda en estos primeros años y que empapó su producción lírica en una primera
etapa; en ella meditó fundamentalmente sobre la existencia humana, sus problemas, sus
conflictos y sus misterios, y sobre el eterno dilema de la vida y la muerte.
Abandonados los estudios, Amado Nervo empezó a ejercer el periodismo, profesión que
desarrolló primero en Mazatlán, en el Estado de Sinaloa, y más tarde en la propia Ciudad
de México, adonde se trasladó temporalmente en 1894. Sus colaboraciones aparecieron
en la Revista Azul. Junto a su amigo Jesús E. Valenzuela, fundó la Revista Moderna. Estas
dos publicaciones fueron el resultado de las ansias e impulsos modernistas que
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aparecieron, en aquella época, en todos los rincones de la Latinoamérica literaria y
artística.
Poeta y prosista, el valor de su prosa desmerece, sin embargo, si se la compara con sus
producciones en verso. Nervo es, efectivamente, un auténtico poeta modernista,
verdadero hijo literario de Rubén Darío, plenamente mexicano; las intuiciones religiosas
de su juventud le inspiraron las páginas de sus Perlas Negras y sus Místicas (1898), en las
que puede encontrarse su célebre A Kempis, cuyo encendido lirismo no podría ya superar
el poeta.
POEMAS
A Leonor
El primer beso
Yo ya me despedía…. y palpitante
cerca mi labio de tus labios rojos,
«Hasta mañana», susurraste;
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yo te miré a los ojos un instante
y tú cerraste sin pensar los ojos
y te di el primer beso: alcé la frente
iluminado por mi dicha cierta.
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El cubano
José Martí
Nació en La Habana, cuando aún Cuba estaba bajo el dominio español, el 28 de enero de 1853. Era
hijo de don Marino Martí y Navarro y de doña Leonor Pérez y Cabrera. Fue llamado José Julián.
Fue un gran orador y periodista, expositor del modernismo. Innovó en materia de ritmos,
acentos y matices, enunciando contenidos críticos sobre la literatura y el arte del momento.
Junto a Rubén Darío, (Nicaragua), Julián del Casal (Cuba), Manuel Gutiérrez Nájera
(México) y José Asunción Silva (Colombia), es considerado como iniciador del
movimiento modernista hispanoamericano.
Escribió sobre crónicas de viajes, crítica de arte, obras de teatro, como “Patria y Libertad”
(drama indio en dos actos), “Abdala” (pieza en ocho escenas escrita a los dieciseis años),
“Amor con amor se paga” (un acto). También escribió una novela: “Amor funesto”, y
numerosas poesías que reunió en varios volúmenes breves: “Ismaelito” (1882), “Versos
sencillos” publicada en 1891. Esta podría considerarse su obra más acabada. Poemas como
“La rosa blanca” y “La niña de Guatemala”, se incluyen en esta Antología. “Versos libres”,
fue publicado en 1913 por Gonzalo de Quesada de Oróstegui, en el Tomo IX de las Obras
Completas.
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Fue Cónsul de Argentina, Uruguay y Paraguay, pero su corazón lo obligó a luchar por la liberación
de su patria, y fundó el Comité Revolucionario. Junto a los Generales Máximo Gómez y Antonio
Macero se embarcó rumbo a Cuba para luchar. Desembarcó en la isla en 1895, y murió en manos
de las fuerzas españolas, el 19 de mayo de ese mismo año
La copa envenenada
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que en ira altiva o míseros sonrojos
encendiólos la humana criatura.
El Modernismo Hondureño
La integración cultural, es fruto del largo proceso iniciado en 1521 con la llegada de los
españoles. Al cortar sus lazos con España. estaba hasta cierto punto incorporada al
movimiento cultural de los dispersos reinos españoles.
La primera figura literaria clave de es:
Sacerdote católico, que sobresalió como dramaturgo y poeta. Se lo considera el padre de la poesía
hondureña, por ser, cronológicamente, ya en el período independiente, el primer escritor
hondureño que logra una producción dramática y poética que resulta trascendente en su época.
Su entusiasmo por la promoción educativa y cultural (en la Honduras de la primera mitad del siglo
XIX, solamente Comayagua contaba con institución educativa formal ) lo llevó a fundar en 1848 la
Academia del Genio Emprendedor y del Buen Gusto, que unos años después, Juan Lindo, en su
primer período de gobierno, le otorgaría la categoría de universidad. De modo, pues, que Reyes es
considerado también, el fundador de la universidad hondureña. Como escritor José Trinidad Reyes
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destaca especialmente por sus obras dramáticas. Estas tienen todas motivos y temáticas comunes:
sus personajes son pastores y el asunto temáticos reiterado es el natalicio de Jesús o el Niño Dios.
Escribió unas 16 pastorelas, pero hasta la fecha sólo se conocen 9 de ellas: Noemí, Nicol, Nectalia,
Zelfa, Rubenia, Eliza, Albania y Olimpia. Están escritas en verso y gozaron de gran difusión en su
época. Se representaron en las plazas y los atrios de las principales iglesias de Honduras y Centro
América. En algunos pueblos aún hoy se representan durante la celebración de la Navidad.
LITERATA, ¿Y MUJER?
CUANDO. . .
Todavía no llegaban
Los días de este recreo,
Y ya sólo del paseo
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Era lo que conversaban.
Unas a otras preguntaban:
-Niña, ¿te estás preparando?
Ve que ya se va acercando
El paseo a La Laguna,
Ya está en creciente la luna;
Y yo no me quedo. . .Cuando.
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Así lo tendrán, es visto,
Pero la paloma, cuando.
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Biografía
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La sandalia de fuego (1952)
Poemas (1954)
Flor de Mesoamérica (1955)
La rosa intemporal (1964)
Honduras, 1891
Ultramarina
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Juan Ramón Molina
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Pesca de Sirenas
de Juan Ramón Molina
Nada es todo
de Juan Ramón Molina
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Foylan Turcios
Fue ministro de Estado, diplomático y actuó en el apoyo propagandístico a la campaña del general
nicaragüense Augusto César Sandino, en su lucha contra la intervención estadounidense.
Autor de libros donde entremezclaba verso y prosa entre los que destacan: Mariposas (1894),
Renglones (1899) y Tierra materna (1911).
Se le deben asimismo las novelas Annabel Lee (1906), El vampiro (1910) y El fantasma blanco
(1911), los volúmenes de narraciones Hojas de otoño (1905) y Cuentos del amor y de la muerte
(1930), y las misceláneas Prosas nuevas (1914) y Páginas de ayer (1932).
Mariposas (1895)
Renglones (1899)
Hojas de otoño (1905)
El vampiro (1910)
Prosas nuevas (1914)
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Floresta sonora (1915)
Cuentos del amor y de la muerte (1930)
Las Nubes"
de Froylán Turcios
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Lluvia Matinal
Por: Froylán Turcios
Está lloviendo. La bruma
cubre la calle desierta,
y yo sufro el melancólico
dolor de las cosas viejas.
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Ramon Amaya Amador (1916-1966)
Ramón Amaya Amador nació en el municipio de Olanchito, Yoro, el 29 de abril de 1916, siendo sus
padres Isabel Amaya y Guillermo R. Amador. Falleciendo trágicamente en Checoslovaquia en 1966,
dejando a su paso una estela de obras publicadas e inéditas.
Después de trabajar como peón en los campos bananeros de la costa norte inició su carrera de
cuentista y su narración "La nochebuena del campeño Juan Blas" salió a luz pública en el número
15 de la revista ANC, órgano de la Asociación Nacional de Cronistas, editada en Tegucigalpa y
correspondiente al 31 de diciembre de 1939.
Ramón Amaya Amador, narrador y periodista, es uno de los más prolíficos escritores del país y
quien tiene más obras publicadas: Prisión Verde, Amanecer, El Señor de la Sierra, Los Brujos de
Ilamatepeque, Constructores, Destacamento Rojo, Operación Gorila, Cipotes, Con la misma
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herradura, Bajo el signo de la paz, El camino de mayo, Jacinta Peralta, Cuentos Completos y
Biografía de un machete permaneciendo inéditos casi veinte libros más.
Ramón Amaya Amador inició su vida periodística en 1941 como redactor, primero, y como jefe de
redacción, después, del periódico El Atlántico, de La Ceiba, fundado y dirigido por Ángel Moya
Posas. Posteriormente, el 8 de octubre de 1943, Ramón Amaya Amador fundó en Olanchito, con
Dionisio Romero Narváez, el semanario Alerta, contando con la valiosa colaboración de su
compañero Pablo Magín Romero.
Un desconocido y trágico incidente le impidieron culminar sus estudios, sin embargo esto
no impidió que se convirtiera en un aguerrido periodista que combatió en contra de los
intereses de las empresas transnacionales. Esta batalla en contra de la influencia política y
económica de Honduras por parte de la compañía lo obligó a exiliarse a México, país donde
fallecería posteriormente.
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Obra de Alfonso Guillén Zelaya
1. El Oro
2. Echame a la Senda
3. Tierra y Soñador
4. La Casita de Pablo
5. Vendrán los Nuevos Días
6. Lo Esencial
Lo esencial no está en ser poeta, ni artista ni filosofo. Lo esencial es que cada uno tenga la
dignidad de su trabajo, la conciencia de su trabajo.
Dentro de los sagrados números de la naturaleza, ninguna labor bien hecha vale menos,
ninguna vale más. Todos representamos fuerzas capaces de crear. Todos somos algo
necesario y valioso en la marcha del mundo, desde el momento en que entramos a librar la
batalla del porvenir.
El que construye la torre y el que construye la cabaña; el que siembra ideas y el que
siembra trigo; el que teje los mantos imperiales y el que cose el traje humilde del obrero, el
que fabrica la sandalia de sedas imponderables y el que fabrica la ruda suela que protege en
la heredad el pie del jornalero, son elementos de progreso, factores de superación,
expresiones fecundas y honrosas del trabajo.
El que siembra el grano que sustenta nuestro cuerpo, vale tanto como el que siembra la
semilla que nutre nuestro espíritu. Ambos son sembradores, y en la labor de ambos va in
vivito algo trascendental, noble y humano: dilatar y engrandecer la vida.
Tallar una estatua, pulir una joya, aprisionar un ritmo, animar un lienzo, son cosas
admirables. Tener un hijo y luego cultivarlo y amarle, enseñándole a desnudarse el corazón
y a vivir a tono con la armonía del mundo, es también algo magnífico y eterno. Tiene toda
la eternidad que es dable conquistar al hombre, cualquiera que sea su capacidad.
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Nadie envidie a nadie, que ninguno podrá regalarle el don ajeno. Lo único necesario es
batallar porque las condiciones del mundo sean propicias a todos nuestros semejantes y a
nosotros mismos para hacer que florezca y fructifique cuanto hay en ellos y en nosotros.
La envidia es una carcoma de las maderas podridas, nunca de los árboles lozanos. Ensanche
y eleve cada uno lo suyo, defendiéndose y luche contra la injusticia predominante, en la
batalla están la satisfacción y la victoria.
No tenemos derecho a sentirnos abatidos por lo que somos. Abatirse es perecer, dejar que la
maldad nos arrastre impune al desprecio, a la miseria y a la muerte. Necesitamos vivir en
pie de lucha, sin desfallecimientos ni cobardías. Ese es nuestro deber y esa es la mayor
gloria del hombre.
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Augusto C. Coello
Augusto Constantino Coello Estévez, fue un escritor, poeta y político hondureño. Nació
en Tegucigalpa, capital de Honduras, el 1 de septiembre de 1884 (aunque algunos escritos
apuntan que fue en 1884), siendo hijo del matrimonio que componía el señor Adan Coello y
la señora Adela Estévez. Recibió sus estudios en el "Colegio Eclesiástico del Padre
Fiallos", seguidamente continuo en la Escuela de derecho de la Universidad Central de
Honduras.
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En 1930 fue presidente del Primer Congreso de Periodistas de Honduras. Muere en El Salvador el 8
de septiembre de 1941 y sepultado en el cementerio general de su natal Tegucigalpa.
El caracol
Medianoche
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y al peso de la noche dilatada
me sumo en un letargico reposo,
cercano ya al reposo de la nada.
Clementina Suárez
Clementina Suárez, fue una Bohemia apasionada de los cafés. Desde muy pequeña se
habituó a ir donde deseaba y hacer lo que le pareciese. No le incordiaba ser la única mujer
que frecuentaba el estanco de "Mamá llaca" en el Distrito La Ronda de Tegucigalpa.
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Fue una mujer que adoraba la compañía de los hombres en todas y cada una de las formas,
le encantaba estar rodeada de talentos, energía y también ideas. En verdad la educación de
Clementina era la gente.
En diciembre de mil novecientos noventa y uno la criminalidad se cebó con esta noble
Versista. El Versista Roberto Insípida le hizo su última entrevista. mujer y Versista. O bien
para ser más cabales con su indivisible condición humana: mujer Versista. Clementina
Suárez es así: mujer por la gracia de su sexo, el que ha sabido ensalzar a niveles muy sobre
el conocido muérgano; y Versista por destinación inclaudicable, la única en su género que
ha conseguido acá, hasta el día de hoy, ejercer tal oficio con suficiente propiedad y
transcendencia.
Si hubiese una sola palabra para extraer su dilatada trayectoria vital, propondría: intensidad
hasta la última gota de luz que fuera posible. De ahí que, Clementina Suárez le ha
profesado al mismo tiempo la más legitima de las lealtades: la autenticidad, lo que supone a
despecho de lo establecido no dejarse avasallar por aquel, no prestar obediencia a sus
múltiples y variados fueros. Ella ha vivido para medrar. Su corazón, arma, ha traspasado
pulcramente los caparazones de la fijeza, la rendición o bien el cumplimiento. Vivir
intensamente es durar, pero solo pervive lo cambiante, lo irreducible, lo desmedido. Suyas
podrían ser estas palabras de la inmortal escritora brasileira Clarice Lispector: "No deseo la
horrible restricción del que vive tan solo de aquello capaz de tener sentido".
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Lamentos en el espacio
Afuera ruge el viento. Tu cabeza está
en mis piernas.
la noche se entretiene en ronda de fantasmas.
Aguas desbarrancadas cortan narcisos y nieblas,
para adornar la tumba de tanto pájaro muerto.
Clementina Suarez
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Jorge Federico Travieso
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Para Andrés Monis, Jorge Federico Travieso fue "un poeta iberoamericano por excelencia
que va de Darío a Neruda, con lejanísimos ecos lorquianos y alguna evocación de Miguel
Hernández".
Muerte:
Poesía
Antología (1991).
La espera infinita
Pesa a veces la vida y el hombre desespera.
Pesa el pesar y pesa la dicha que no fue;
la esperanza musita: espera, espera, espera,
y el corazón cansado responde: ¿para qué?
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