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¿Sínodo Panamazónico o “Conciliábulo de Pistoia”?

Talvez por miedo de los cardenales Brandmüller, Müller y Burke, y para no dar razón al
obispo Athanasius Schneider, el Vaticano juzgo prudente ausentar la estatua de la
Pachamama de la misa de clausura de la Asamblea Especial del Sínodo para la Región
Panamazónica. Talvez por el mismo motivo, las escandalosas referencias panteístas del
Instrumentum laboris y sus encomios a las religiones paganas como instrumentos
alternativos de salvación fueron diplomáticamente redondeadas en el Documento Final.

Sin embargo, uno de los proyectiles de la verdadera bomba de racimo de fabricación


alemana que fue el reciente Sínodo trajo, en el documento final, una carga explosiva
superior a la de sus documentos preparatorios. Me refiero a la revolución eclesiológica
ambicionada, que corresponde a los sueños más dorados de Leonardo Boff al escribir su
libro “Eclesiogénesis: Las comunidades de base reinventan la Iglesia”1.

En el capítulo V del Documento Final del Sínodo, “Nuevos Caminos de Conversión Sinodal”,
se declara que “este Sínodo nos brinda la ocasión de reflexionar sobre la forma de
estructurar las iglesias locales en cada región y país” (n° 9), ya que “la sinodalidad es una
dimensión constitutiva de la Iglesia” (n° 88), que caracteriza la Iglesia del Vaticano II,
“entendida como Pueblo de Dios, en igualdad y común dignidad frente a la diversidad de
ministerios, carismas y servicios” (n° 87). Para “superar el clericalismo” (n° 88), la sinodalidad
impone un estilo de comunión eclesial “que se caracteriza por el respeto a la dignidad y la
igualdad de todos los bautizados y bautizadas, el complemento de los carismas y los
ministerios” (n° 91).

Reconociendo que “las formas organizativas para el ejercicio de la sinodalidad pueden ser
variadas”, el documento insiste en que ellas deben establecer “una sincronía entre la
comunión y la participación, entre la corresponsabilidad y la ministerialidad de todos,
prestando especial atención a la participación efectiva de los laicos” (n° 92). Más allá de “las
asambleas y consejos de pastoral en todos los ámbitos eclesiales”, de los “equipos de
coordinación” y de los “ministerios confiados a los laicos” ya existentes, se necesita
“fortalecer y ampliar los espacios para la participación del laicado, ya sea en la consulta
como en la toma de decisiones, en la vida y en la misión de la Iglesia” (n° 94). Con la única
reserva de que “se confieran ministerios para hombres y mujeres de forma equitativa” (n°
95).

Las medidas prácticas para implementar dicha ampliación son de gran alcance.

Una de ellas consiste en confiar “el ejercicio de la cura pastoral” de las comunidades donde
no hay un sacerdote residente a “una persona no investida del carácter sacerdotal, que sea
miembro de la comunidad”. Para evitar los “personalismos” debe tratarse de “un cargo

1
Versión en castellano de la Ed. Sal Terrae, Santander, 1984.
rotativo”, lo que no impide que se recomiende que el Obispo lo instituya “con un mandato
oficial mediante un acto ritual”. Para salvar las apariencias, “queda siempre el sacerdote, con
la potestad y facultad del párroco, como responsable de la comunidad” (n° 96).

Otra, todavía más revolucionaria, es que, como “la madre tierra tiene rostro femenino” y las
mujeres deben contribuir “con su sensibilidad para la sinodalidad eclesial” (n° 101), se pide
que “sea creado el ministerio instituido de ‘la mujer dirigente de la comunidad’” y, más aún,
que ellas puedan “recibir los ministerios del Lectorado y el Acolitado, entre otros a ser
desarrollados” (n° 102). Esto último, de manera provisoria, porque se pide continuar a
estudiar la posibilidad de un diaconado femenino (n° 103).

Finalmente, en nombre de la diversidad de disciplinas en la Iglesia, se propone “ordenar


sacerdotes a hombres idóneos y reconocidos de la comunidad ... pudiendo tener familia
legítimamente constituida y estable”, para “la predicación de la Palabra y la celebración de
los Sacramentos” (n° 111).

Esta última sugestión coincide con el sacerdocio low cost y limitado a una comunidad
propuesto por el obispo emérito de Aliwal (Sudáfrica), Mons. Fritz Löbinger. Pero todas las
anteriores propuestas calzan como un guante a la mano con la eclesiología del ex-fraile
liberacionista Leonardo Boff. Es lo que veremos a seguir.

Nótese que, en el Documento Final se hace un silencio absoluto sobre la diferencia


ontológica que existe entre el sacerdocio ministerial de los clérigos ordenados y el
sacerdocio universal de los fieles y, más aún, sobre el hecho de que el primero deriva, a
través de la imposición de manos, del sacerdocio de Cristo, en Quien queda ontológicamente
configurado aquel que lo recibe. Por el contrario, se insiste en “una Iglesia toda ella
ministerial” (n° 93), en la “diversidad de ministerios, carismas y servicios” (n° 87), en la
“ministerialidad de todos” (n° 92), en el necesario “complemento de los carismas y los
ministerios” (n° 91) y en la necesidad de “superar el clericalismo” (n° 90).

Esta concepción “sinodal” de la Iglesia del Documento Final coincide, en lo esencial, con la
“reinvención de la Iglesia” desde las bases soñada por Leonardo Boff. Para el ex-fraile
sancionado por la Congregación para la Doctrina de la Fe, la praxis de las Comunidades
Eclesiales de Base (CEB) superó una Iglesia pensada “según el eje Cristo-Iglesia, dentro de
una visión jurídica”, según la cual “Cristo transmite todo el poder a los Doce y éstos a sus
sucesores”, dividiendo la comunidad “entre gobernantes y gobernados, celebrantes y
asistentes, productores y consumidores de sacramentos”2. Por el contrario, las CEB ponen
en relieve la realidad fundamental: “la presencia activa del Resucitado y de su Espíritu en el
seno de toda la comunidad humana”. Lo que lleva a “concebir a la Iglesia más a partir de la
base que a partir de la cumbre; es aceptar la corresponsabilidad de todos en la edificación
de la Iglesia, y no únicamente de algunos pertenecientes a la institución clerical” 3. De esa

2
Pág. 38.
3
Pág. 39.
manera, en el seno de las CEB, “predomina la circulación de los roles de coordinación y
animación, siendo el poder función de la comunidad y no de una persona; lo que se rechaza
no es el poder en sí, sino su monopolio que implica expropiación en beneficio de una élite” 4.
El resultado es que “toda la comunidad es ministerial, no sólo algunos miembros”5.
Representadas gráficamente, se obtienen las siguientes imágenes de la eclesiología
tradicional (a la izquierda) y de la eclesiología de las CEB (a la derecha) 6:

Para dejar las cosas bien claro, Boff subraya que en la segunda representación, “la realidad
Pueblo de Dios emerge como instancia primera y la organización como segunda, derivada y
al servicio de la primera. El poder de Cristo (exousia) no está sólo en algunos miembros, sino
que está en la totalidad del Pueblo de Dios”. Este poder de Cristo “se diversifica de acuerdo
con las funciones específicas pero no excluye a nadie”, porque “el dato dominante es una
igualdad fundamental de todos” y sólo en un segundo momento “surgen las diferencias y
jerarquías” 7. Surge, por ejemplo, “un carisma específico con la función de ser el principio de
unidad entre todos los carismas”, pero “es un carisma que no está fuera, sino dentro de la
comunidad, no sobre la comunidad, sino para bien de la comunidad”8. Representado
gráficamente, resulta el siguiente esquema, que resalta el hecho de que “todos los servicios
surgen dentro de la comunidad y para la comunidad”9:

4
Pág. 65.
5
Pág. 66.
6
Pág. 40.
7
Pág. 40-41.
8
Pág. 43.
9
Pág. 44.
Como es conocido, en el intercambio de correspondencia entre el teólogo brasileño de la
liberación y la Congregación para la Doctrina de la Fe, el entonces cardenal Ratzinger lo
acusó de proponer “nuevo modelo de Iglesia donde el poder sea concebido sin privilegios
teológicos, como puro servicio articulado según las necesidades del pueblo, de la
comunidad”, en circunstancias que “la doctrina tradicional de la Iglesia a este respecto,
claramente confirmada también en el Concilio Vaticano II, supone, entre otras cosas, dos
verdades fundamentales: 1) la constitución de la Iglesia es jerárquica por institución divina;
2) existe en la Iglesia un ministerio jerárquico ligado esencialmente y exclusivamente al
sacramento del Orden”10.

Ya anteriormente, y a propósito de un plano pastoral de la arquidiócesis de Kinshasa que


instituyó los llamados bakambi, o sea, laicos responsables del ejercicio de la cura pastoral de
una comunidad, bajo la responsabilidad teórica de un sacerdote con la función de párroco
(algo más moderado que lo propuesto por el Documento Final del Sínodo, porque en
Kinshasa se trataba de un cargo permanente y reservado a los hombres, mientras que en la
propuesta sinodal sería un ministerio rotativo y abierto equitativamente a las mujeres), el
papa Juan Pablo II declaró, en una audiencia a un grupo de obispos zairenses en visita ad
limina:

“Debemos rechazar vigorosamente la idea de que, ante los ministerios y los sacramentos,
todos los miembros de las comunidades cristianas tienen las mismas responsabilidades y los
mismos problemas. Desde la era apostólica, la Iglesia parece estar estructurada; al lado de
los fieles, están los ‘apóstoles’, los ‘viri apostolici’, con sus sucesores los obispos, los
sacerdotes, los diáconos. (...) Si ciertas formas de entender el ‘sensus fidelium’ recordado
por el Concilio Vaticano II han sido abusivas, ha sucedido lo mismo con el sacerdocio común
de los fieles. (...) Apresuradamente, algunos teólogos han pretendido ‘remodelar’ los
ministerios. ¿Pero quién no lo ve? Un ministro designado por la comunidad, o como se dice a
veces por la ‘base’, no puede ser el colaborador legítimo de los obispos y sacerdotes. No está
conectado con la venerable tradición apostólica que desde nosotros a los Doce y luego al
Señor caracteriza la persistencia histórica de la imposición de manos para la comunicación
del Espíritu de Cristo”11.

Algunos años más tarde, la Instrucción sobre algunas cuestiones acerca de la colaboración de
los fieles laicos en el sagrado ministerio de los sacerdotes, firmada por los cardenales
responsables de nada menos que ocho dicasterios romanos, reiteró la enseñanza tradicional
de que “el ejercicio de parte del ministro ordenado del munus docendi, sanctificandi et
regendi constituye la sustancia del ministerio pastoral” y que “no es la tarea la que

10
Cfr. L. Boff, Igreja: carisma e poder, Editora Ática, São Paulo, edición de 1994 que incluye los documentos de
la polémica con el Vaticano, p. 274-275.
11
http://w2.vatican.va/content/john-paul-ii/it/speeches/1983/april/documents/hf_jp-ii_spe_19830430_zaire-
ad-limina.html
constituye un ministro, sino la ordenación sacramental” 12. Y, en sus disposiciones prácticas,
dispuso que “no es lícito por tanto, que los fieles no ordenados asuman, por ejemplo, la
denominación de ‘pastor’, de ‘capellán’, de ‘coordinador’, ‘moderador’ o de títulos
semejantes que podrían confundir su función con aquella del Pastor, que es únicamente el
Obispo y el presbítero”13.

La sumersión del sacerdocio en el mar de los “ministerios” laicales y la paralela


desclericalización de los ministros ordenados, por la elevación al orden sacerdotal de
hombres casados que ejercen una profesión, propuestas por el Sínodo, representan un paso
adelante colosal para demoler la estructura jerárquica de la Iglesia.

En definitiva, la “sinodalidad” que el Documento Final propone sólo puede tener como
fundamento teológico la doctrina formulada por el llamado “Conciliábulo de Pistoia” y
condenada como herética por Pio VI. A saber, la tesis según la cual Jesucristo no transmitió
su triple poder sacerdotal, magisterial y pastoral directamente a los Apóstoles sino al
conjunto de la Iglesia y que, por lo tanto, es en el seno de las comunidades que emergen los
carismas y ministerios de los cuáles ellas precisan y es de ellas que los ministros reciben el
poder para ejercerlos14. O si no, la versión aggiornata del ex-franciscano condenado por la
Santa Sede.

Como estamos en el pontificado de las rehabilitaciones, el Papa Francisco podría talvez, en


un próximo consistorio, agraciar Leonardo Boff con la púrpura cardenalicia.

12
N° 2,
http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cclergy/documents/rc_con_interdic_doc_15081997_sp.ht
ml
13
Art. 1 § 3.
14
La tesis de Pistoia fue condenada por el papa Pio VI en la bula Auctorem Fidei, con las siguientes palabras: “La
proposición que establece que ha sido dada por Dios a la Iglesia la potestad, para ser comunicada a los pastores
que son sus ministros, para la salvación de las almas; entendida en el sentido que de la comunidad de los fieles
se deriva a los pastores la potestad del ministerio y régimen eclesiástico, es herética” (cf. Denz./Hün. 2602).

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