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1.3.

AUTONOMÍA FUNCIONAL

La posición de Allport acerca del pasado y cuánto determina este al presente de la


persona ha sido clara. Allport rechazó los postulados del psicoanálisis y parecidos
por el hecho mismo de que estos señalan que el pasado, lo que haya ocurrido en
la niñez y en las distintas etapas del desarrollo en esas épocas, por lo tanto va en
contra de lo que Allport decía: que el presente es lo más importante para la
persona, y que éste debe centrarse y proyectarse en función al futuro del mismo,
no hacia el pasado. (citado en Schultz, 2010)

Allport, además señala que las decisiones deliberadas que la persona toma son la
parte esencial de la vida humana, agregando que lo que la persona busca y quiere
es una pieza clave para su comportamiento. Esto quiere decir que lo que sucedió
en el pasado se queda ahí, por lo tanto las decisiones presentes serán las que
expliquen su conducta e intenciones.

El concepto acerca de ‘autonomía funcional’ viene a ser, propiamente dicho, la


“hipótesis que plantea que los motivos de un adulto maduro normal no dependen
de las experiencias de la niñez en que se presentaron originalmente” (citado en
Schultz, 2010, p. 249). Por consiguiente, Allport expresa en este punto que los
adultos maduros y sanos no van a tener la necesidad de apoyar sus acciones en
experiencias pasadas o primerizas; no es el hecho de que causas anteriores dejen
de tener relevancia, más bien es que estas causas empiezan a ser autónomas y a
volverse independientes de las circunstancias originales.

Ya que la conducta que estaba siendo manejada por un motivo se ha vuelto un fin
en sí, una especie de motivación mayor que el primer motivo, se complementa con
el postulado de Allport acerca de que los adultos maduros y sanos no van a poder
ser entendidos desde un análisis de su niñez por lo mismo que sus motivos y
conductas han cambiado, o en este caso, evolucionado a incluso prioridades muy
diferentes de los motivos originales. Como se mencionó, puede decirse que los
motivos originales son netamente autónomos porque han sido separados de su
contexto de niñez y ahora se vuelven fines para el presente y futuro de la persona,
por lo tanto, la manera correcta de poder entender y estudiar a estos adultos es
empezar a cuestionar y analizar sus presentes. Allport creó dos niveles de
anatomía funcional: la perseverante y la del propium.

1.3.1. Autonomía funcional perseverante:

Es aquella rutina en la cual nos desempeñamos diariamente, o más bien la forma


en cómo desempeñamos aquella rutina. Esta forma de autonomía es la más
elemental, ya que son conductas repetitivas pero que son por cuenta propia, es
decir, sin recompensa alguna. Estas acciones que continúan en algún momento
llegaron a tener un propósito pero ahora simplemente ya no lo hacen, se han
asimilado de tal manera que su nivel de relevancia ya no las hace parte de la
personalidad, son meramente una rutina en la que la persona continúa su día a
día sin tener un propósito especial en aquellas acciones, es decir, no tienen un
reforzamiento externo.

1.3.2. Autonomía funcional del propium:

Esta sí tiene una mayor importancia que la anterior, ya que es indispensable para
que se logre comprender cómo es que los adultos llegan a ser motivados. Este
‘propium’ es un término latín que Allport ha designado al ‘yo’ o el ‘sí mismo’
(Allport, 1955, p. 40). Estos motivos que contiene el propium son netamente
exclusivos del individuo, es aquel que decide cuáles son los motivos que tienen
relevancia para quedarse y perseverar y cuáles van a ser descartados. Se suelen
conservar los que mejoran la autoestima y la autoimagen. Por lo tanto, existe una
asociación directa entre las capacidades y los intereses, justamente porque, como
seres humanos tendemos a hacer lo que nos sale bien, y hacemos esto por el
mismo motivo de mejorar nuestra propia calidad de vida, pero estos motivos e
intereses, asociados con nuestras habilidades y capacidades, son exclusivas. Tal
vez otras personas compartan lo mismo que nosotros sentimos acerca de lo que
nos motiva, pero de igual manera es completamente individual. (Allport, 1937, p. 3)

El propium es necesario para la organización que mantiene el sentido del sí mismo


o de la persona, es un proceso. Ya que este decide acerca de los motivos que se
conservan o se eliminan, va a ayudarnos a redirigir nuestros pensamientos, así
mismo cómo percibimos el mundo y recordar nuestras experiencias. Son procesos
perceptuales y cognoscitivos, y por lo mismo, son selectivos ya que nos ayudan a
elegir los estímulos que son necesarios, por lo tanto relevantes, para nuestros
propios intereses y valores.

Contiene tres principios para este proceso de organización:

1.3.2.1. Organización del nivel de energía:

De este surge la explicación acerca de cómo es que se adquieren nuevas


motivaciones; surgen de una necesidad de consumir el exceso de energía que
tenemos, de otra manera, podríamos llegar a expresarlo de maneras destructivas.
Este principio encausa la energía en nuevos intereses y actividades. (Allport,
1961, p. 96)

1.3.2.2. Dominio y competencia:

Los adultos sanos y maduros tienen una motivación y suelen encaminarse a


dominar nuevas habilidades y aumentar su grado de competencia, no les basta
con alcanzar una medida adecuada de satisfacer los motivos que ya se tenían
desde antes. (Allport, 1937, p. 213)

1.3.2.3. Estructuración del propium:

Es la lucha por conseguir la integración adecuada y la congruencia para


estructurar la personalidad, el sí mismo gira en torno a la organización de los
procesos perceptivos y cognoscitivos mencionados anteriormente, además que
ayuda a filtrar conservando lo que es mejor para la autoimagen y descartando todo
lo demás. Por lo tanto, los motivos que llegue a tener el propium van a depender
de la estructura que tiene el sí mismo. (Allport, 1960, pp. 220; 227)

Según Allport, estos principios no van a explicar todas las conductas o motivos.
Estos motivos funcionales autónomos no controlan ciertas conductas como:

- Reflejos
- Fijaciones
- Neurosis
- Conductas derivadas de impulsos biológicos.

1.4. El Propium

Allport propuso 7 etapas en las que el propium iba a desarrollarse de acuerdo al


desarrollo de la persona desde su infancia hasta la adolescencia.

El niño pequeño no tiene conciencia de sí mismo, por lo que el propium aún no


surge, aún el niño no logra distinguirse a sí mismo de los demás objetos a su
alrededor, sólo reacciona a los estímulos. No existe una personalidad como tal,
sino solo la necesidad de reducir la tensión y aumentar el placer es la que impulsa
al niño en sus primeras etapas.

Es más bien luego de las 3 primeras tapas que el propium ya va desarrollándose


primitivamente, cuando el niño empieza a darse cuenta de lo que llama “mi
cuerpo” según Allport, empieza a desarrollar un sentido de continuidad de la
propia identidad lo que le ayuda a marcar la etapa de la identidad del sí mismo.

El infante ya va dándose cuenta que por más cambios que ocurran en su cuerpo,
sigue siendo él mismo, esto mejora obviamente cuando aprende su nombre y se
distingue de los otros niños. Lo mismo ocurre cuando se da cuenta que puede
hacer cosas por su cuenta, esto ayuda al desarrollo de la autoestima. Se motiva a
descubrir, construir, explorar y por lo tanto, adquiere conductas que incluso a
veces pueden resultar destructivas para él, pero de igual manera los padres deben
alentar a llenar esta necesidad, de otra manera, el niño adquirirá sentimientos de
humillación e ira.

En la etapa de la extensión de sí mismo existe una conciencia que crece poco a


poco acerca del entorno que le rodea, sean objetos o personas así como la
identificación de cosas que le pertenecen. Por este motivo, se desarrolla la
autoimagen, la cual incluye y va integrando la imagen del niño y cómo le gustaría
verse. Son imágenes reales e ideales de sí mismo que surgen de su interacción
con sus padres, quienes son los que le comunican sus expectativas. Esto sucede
entre los cuatro y seis años.

Entre los seis y doce años, el sí mismo se vuelve un agente regulador racional
para manejar las cosas, el niño va entendiendo e interiorizando que puede utilizar
y aplicar la razón y lógica para poder resolver problemas cotidianos. En la
adolescencia posterior este propium va reforzándose, ya que el adolescente
empieza a realizar planes y metas para su futuro, si no lo hace, el sentido del
propium será incompleto.

Cuando la persona crece, se convierte en un adulto normal y maduro, va a


desarrollar la autonomía funcional que se mencionó, esto quiere decir que no va a
depender de los motivos que haya tenido en la niñez, sino que este, ya completo,
va a funcionar racionalmente en el presente, creando nuevas metas y
motivaciones conformando un estilo propio, así mismo una forma de vida
consciente. (Schultz, 2016)

1.6. Los rasgos de la personalidad:

Son las predisposiciones que sirven para responder a los diferentes estímulos con
un abanico de opciones. Son formas cimentadas, consistentes y que van a ser
duraderas para reaccionar al entorno.

Allport, en 1937 (p. 292), va a presentarlas así:

1. Son reales y existen en nuestro interior, no son constructos simples que se


quedan en la teoría o son meras etiquetas que se inventan para explicar
determinado comportamiento.
2. Estos rasgos determinan la conducta o la van a causar. Además que no
solo van a ocurrir frente a ciertos estímulos, nos van a encaminar a buscar
los estímulos correctos y que nos ayudarán a interactuar con el entorno
para producir una conducta necesaria para los diferentes escenarios.
3. Los rasgos son demostrables de manera empírica. Si se realiza una
observación a la conducta por un determinado tiempo, podrá inferirse la
existencia de rasgos en reflejo de las reacciones de las personas frente a
estímulos similares.
4. Los rasgos están relacionados entre sí, no obstante pueden tener
características diferentes y se van a presentar muchas veces en el
comportamiento de una persona.
5. Varían su respuesta en diferentes situaciones.

Según Allport, hizo una proposición de dos clases de rasgos, siendo estos
individuales o comunes. (Allport, 1937, pp. 297)

Los individuales son exclusivos y peculiares en una persona, lo que define su


carácter. Los comunes son los que comparten miembros de una cultura, es
decir, de varias personas en conjunto.

Los rasgos están sujetos a normas e influencias sociales, ambientales y


culturales porque los miembros en una cultura o sociedad van a tener rasgos
comunes entre sí, pero también es probable que cambien con el tiempo,
conforme se modifiquen las normas y valores sociales.

Estos fenómenos van a ser descritos posteriormente por Allport como


disposiciones. Llamó disposiciones personales a los rasgos individuales
(Allport, 1991, p. 358), además que no todas estas van a tener la misma
intensidad por lo que los separó así:

a. Rasgo Cardinal: Son aquellos que influyen en casi todos los aspectos de la
vida, es una fuerza poderosa que domina el comportamiento. Como una
especie de pasión que no todos van a tener, y otros, que sí la tienen, van a
mostrarla solo en determinadas situaciones.
b. Rasgo Central: Son varios que todos tenemos. Son la clase de
características que se dan al hablar de la personalidad someramente.
c. Rasgos Secundarios: Son mucho menos influyentes y no son tan
consistentes como los anteriores. Suelen pasar inadvertidos que solo se
notarán cuando se presta mucha atención o se conoce bien a la persona.
(Allport, 1937, pp. 337-337)
Bibliografía

Allport, G. (1937). Personalidad: Una Interpretación Psicológica. Nueva York: Holt.


Pp. 3; 213; 292; 297; 337-338.

Allport, G. (1955). Convirtiéndose en: Consideraciones básicas para una psicología de la


personalidad. New Heaven: Yale University Press. P. 40.

Allport, G. (1960). Personalidad y el encuentro social: Ensayos Selectos. Boston:


Beacon Press. Pp. 220, 297.

Allport, G. (1961). Patrón y crecimiento en la personalidad. Nueva York: Holt,


Rinehart y Winston. P. 96

Allport, G. (1991) La Naturaleza del Prejuicio. Political Psychology. 12 (1). P. 258.

Schultz, D. y Schultz, S. (2010). Teorías de la Personalidad. 9 ed. P. 249.

Sollod, R.; Wilson, J. y Monte, C. (2009). Teorías de la Personalidad. Debajo de la


máscara. México D.F.: McGraw Hill. 8 ed. Pp. 247-248; 250-252; 257; 258; 260; 262.

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