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6/12/2006 12:00:00 AM
Muchos creen que no hay nada más aburrido que lo políticamente correcto.
Diversos personajes definieron para Semana.com lo que encaja en esa categoría a
principios de este siglo. Martha Ruiz y Omar Rincón se suman a la lista de autores
con sus apreciaciones sobre medios y periodismo.
Todo lo que no encaje en ese concepto, podría catalogarse como pieza del imperio
del mal. Y si bien, nadie sabe quién se inventó la teoría de que hay un lenguaje,
unas acciones y unos comportamientos “políticamente correctos”, lo cierto es que
gran parte del mundo contemporáneo ha adoptado la famosa definición como
paradigma del bien y la igualdad.
El asunto es que los periodistas estamos “aburridos” que todos los Buenos de la
sociedad quieran educarnos para que informemos en su horizonte de bondad. Así,
los niñólogos nos proponen su agenda y sus ternuras; las feministas nos indican
que debemos usar las @; los manes de los derechos humanos nos ilustran sobre
como respetar y promover la civilidad; los medio ambientalistas, los gays, los
indígenas, los viejitos, los y las… nos ruegan, piden, enseñan que debemos estar de
su parte en el uso del lenguaje, en las agendas, en los tonos, en sus causas. Y los
periodistas queremos, pero no podemos. ¡Nos declaramos incompetentes! ¡Somos
incorrectos!
Listo, ser incorrecto da libertad expresiva y asegura rating. ¡Bien! Ahora, lo patético
de nosotros (periodistas y medios) es no tener política. Lo estúpido es que jugamos
a ser incorrectos sin siquiera conocer o reparar en asuntos tales como “el racismo”,
“el machismo”, “el clasismo”. Creemos que somos incorrectos como un acto de
inteligencia o de irreverencia y lo que somos, en la mayoría de casos, es ignorantes
y estúpidos.
Haz lo incorrecto
Por: Martha Ruiz
Pero esta es apenas una manera de ser correcto, es decir, frío. La otra es siendo
plano. ¡Mejor no complicarse en explicaciones complejas que la gente no entiende!.
No hay zonas grises. Al contrario, vuelve sencillo, lo que en la realidad es
complicado: los buenos son gente que vino al mundo a sufrir, y los malos son gente
retorcida cuya misión en la vida es torturar a las víctimas. Este periodismo
políticamente correcto no puede ver cómo se transforman unos y otros en el
camino. No se percata de las zonas grises donde a veces unos juegan a ser buenos, y
poco después, a ser malos. El periodismo políticamente correcto ve la guerra como
una cosa absurda e irracional, o como una épica de héroes. Sólo lo rechaza o la
adula. Resulta mucho más incorrecto entenderla y darle sentido. Siento
desilusionar a muchos, pero creo que en lo que tiene que ver con el periodismo de
guerra, hay mucha más “incorrección” que gente políticamente correcta. Porque el
periodismo del conflicto ha sido muchas veces estudiado, revisado, debatido.
Pero ¿qué con el otro periodismo? Miremos por ejemplo las páginas culturales de
los periódicos y pensemos si alguien se atreve a polemizar sobre el artista de moda,
o sobre los eventos más importantes. El festival de teatro, la feria del libro, por
ejemplo, son políticamente correctas. Todo son loas. Ni que decir del periodismo
económico. Cuando los empresarios ganan, se debe a su audacia en los negocios,
cuando pierden, suelen ser la macroeconomía o las medidas del gobierno.
Por eso creo que el periodismo, no sólo el que se encarga del conflicto, debe hacerle
menos venia al poder, ser un poco más irreverente, sacudirse de los intereses
ajenos al oficio. Parecerá incorrecto, pero seguro será más periodismo
Lo políticamente correcto tiene una cara amable y otra innoble. La cara amable es
pariente del eufemismo, un mecanismo retórico que busca minimizar las ofensas.
La palabra marica, por ejemplo, que hoy en día es un insulto fuerte, fue un
eufemismo creado hace algunos siglos para no usar palabras sonoramente más
fuertes y ofensivas como bardaje o bujarrón, que querían decir lo mismo, pero en
un tono claramente injurioso. Marica, que es un simple diminutivo de María, era
casi un apelativo de cariño, pero con el tiempo se volvió insultante. Para no usarlo,
hace unos decenios nos apropiamos del eufemismo inglés gay, que quiere decir
alegre, y que no sonaba tan mal.
Pero la desgracia del eufemismo es que con el tiempo va despojándose de su falta
de peso y se va cargando de nuevo de significado insultante. Hoy, en los colegios de
adolescentes, insultan usando la palabra gay. Y entonces, para volver a usar un
eufemismo, habrá que inventar otra palabra, salvo que se quiera usar el término
más técnico y aparentemente más objetivo y neutral de homosexual.
Por lo tanto, el lado positivo que tienen los eufemismos es despojar a la expresión
de su tono denigrante, y no insultar sin necesidad es algo bueno. Si la palabra
negro, en Estados Unidos, era despectiva, no está mal, tal vez, que allá la hayan
reemplazado por afroamericano. Pero importar este término a Colombia es inútil e
incluso ridículo pues el término negro, en nuestro país, no es un apelativo cargado
de valencias negativas, y puede ser incluso cariñoso. Cuando se opta aquí por
definir a las comunidades negras como negritudes, creo que se está usando un
término más preciso y apropiado, sin cargas políticamente correctas o incorrectas.
En cine
Por Manuel Kalmanovitz
Pero todo esto ha sido raro, porque esta especie de censura globalista comenzó a
tomar fuerza cuando las mordazas de lo políticamente correcto comenzaban a
aflojarse, a finales de los 90s. En 1997, por ejemplo, se estrenó Titanic que, al ganar
1.200 millones de dólares en los mercados internacionales, obligó a los estudios a
tomarse más en serio la idea de hacer películas que ‘viajen bien’. Pero sólo un año
después, en 1998, se estrenó There’s something about Mary, la película incorrecta
por excelencia.
¿Qué pueden hacer entonces los estudios para conseguir malos? ¿Cómo es posible
hacer comedias si no pueden echarle pasteles en la cara a la gente por miedo a
ofender a la harina, los huevos, el azúcar y las manzanas, para no hablar de los
millones que no tienen pasteles que comer?
Y sí, es posible. El problema es que el producto final, como un pastel sin harina,
azúcar, huevos o manzanas, no sabe a nada. Es un pastel de aire. Pero para eso está
la publicidad. Se satura el mercado de avisos del pastel este de aire y en la primera
semana los incautos y desocupados van a verla y salen diciendo “Qué raro, no
quedé lleno”. Y claro, ¿cómo podrían, si no hay nada ahí?
Ser políticamente correcto para muchos, la mayoría, significa tratar de quedar bien
con todo el mundo, ser “del establecimiento” y “estar en contra”. La dosis personal
varía en cada caso. Si uno es de derecha puede decir que la izquierda no es tan
mala, y viceversa. Pero hay extremismos. Es obvio que para los uribistas, lo mismo
que para los radicales de izquierda, solo hay una manera de ser políticamente
correcto, la de ellos.
Hay hoy en día una clara tendencia a aceptar como políticamente correcto todo lo
que proviene de la estructura del poder político y económico y traducirlo en formas
urbanas y arquitectónicas. Los condominios privados, los centros comerciales, los
edificios corporativos y las viviendas costosas son políticamente correctas, para el
establecimiento, lo mismo que lo son las ínfimas viviendas “de interés social” que
promueve irresponsablemente el gobierno nacional. Su “corrección” deriva, según
los arquitectos que las realizan, de estar legitimadas por las estructuras de poder,
las que no son sujetas a ningún tipo de crítica. Es obvio que ese tipo de “corrección
política” se acepta por ser rentable para el inversionista y para el profesional de la
arquitectura. Eso quiere decir que ser políticamente correcto, es este sentido, se
negocia en el mercado, se compra y se vende.
Pero hay algo más. Hay también una estética “políticamente correcta”, que viene en
forma de modas internacionales, algo así como un TLC de la arquitectura. Para
estar “in” hay que adoptar esas modas, de lo contrario se pasa al sector “out”. Esas
modas las compran hoy en día los ricos, los nuevos ricos y los aspirantes a ricos, lo
mismo que las entidades privadas y públicas que hacen encargos de arquitectura.
Se compra una imagen “legítima”, política, social y culturalmente. De ahí la
inconformidad que despierta el despliegue de “arquitectura” que se vende en
periódicos y revistas y que se propone, en un país de pobres, como el mundo ideal
que nunca se alcanzará. Mejor sería ser políticamente incorrectos para tener algo
de espíritu crítico y de activismo social.
Sobre lo que no se dice en política y que los periodistas tampoco dicen, yo tengo
algunos puntos de vista.
En primer lugar, la política, como cualquier otro aspecto de la vida social , está
conformado por construcciones culturales que hacen la gente y los líderes y con las
cuales se van familiarizando y apropiándose de ellas hasta crear verdaderos
imaginarios, en los cuales hay elementos ciertos y otros no tanto.
En el caso colombiano, por ejemplo, hay varios hechos que son inapelables y sin
embargo, los medios de comunicación, los políticos y la población continúan
negándolos o afirmando su contrariedad. Entre ellos, quiero nombrar en primer
lugar, la inoperancia de la democracia y el estado de derecho en muchas de las
escenas de la vida cotidiana. Pero se sigue diciendo que ese estado tal, existe y debe
mantenerse, cuando sabemos que la impunidad, el clientelismo y la corrupción no
pueden permitir que tal estado ideal se manifieste en la realidad. Entonces, el
periodismo debe reconocer que la frase "Colombia es un estado social de derecho"
es en buena parte una construcción cultural sin mayor respaldo en la vida nacional
y no seguir repitiéndola como loros, porque los políticos la afirman.
De ahí se desprende otra idea que se ha vuelto un slogan , y que en los medios
nadie e atreve a contrariar: La lucha por los derechos humanos. Si Colombia no
funciona como democracia pujante, sino muy coja y por tanto el estado social de
derecho también flaquea mucho, es imposible lograr que se respeten los derechos
humanos. Mientras no haya una verdadera justicia sólida y creíble, ninguna clase
de derecho va a ser operante, pero aquí no se atreven a manifestar que si no hay
derecho en general, o por lo menos funciona muy mal, pues los derechos humanos
no van a cumplirse, como si fueran una rueda suelta dentro de la vida jurídica
colombiana. Y por lo tanto, todos los esfuerzos gubernamentales y privados son
estériles mientras no exista un cuerpo general jurídico que funcione y sea
respetable.
Aprendizaje multicultural
Aunque los estudiantes de intercambio son pocos, los hay. Dependiendo claro de
cómo se defina el intercambio geográficamente .
Lección número 2: No se le ocurra jamás corregirles el español trabado, ni tratar de
hablarles en su lengua materna. Puede ser un insulto a su esfuerzo de
pronunciación, además el lenguaje está permanentemente en construcción.
Mucho menos haga bromas sobre gringos, franceses, argentinos, inclusive si el
alumno tiene cara de tener buen humor. Esto aplica también para costeños, paisas
y pastusos. Hoy nadie es de raza pura y el concepto de raza, valga recordar, fue
construido con fines excluyentes, por lo tanto, es inexistente como idea válida en sí
misma.
Estudiantes discapacitados
Algunos de los estudiantes toman el curso por extensión universitaria, porque no
pasaron el examen de estado o no alcanzaron el puntaje mínimo para la carrera que
necesitaban.
Lección número 3: Ni se le ocurra pensar que son malos. Pueden tener problemas
de aprendizaje, problemas en la casa, problemas de abuso de sustancias,
terminaron con la novia, se murió el perro, salieron del closet o atropellaron a
alguien el día anterior al Icfes. Todo el mundo merece una oportunidad en un
ambiente incluyente de distintos saberes y habilidades.
Dentro del amplio repertorio de frases fabricadas para demostrar buena educación,
lo llamativo son los términos que se utilizan en su construcción: el verbo “regalar”
se ha vuelto imprescindible en el trato diario (me regala la cuenta, me regala su
nombre, me regala los datos... cualquier cosa hay que solicitarla cual si se tratara de
un obsequio del interlocutor). Desear ha reemplazado en su totalidad a necesitar o
querer (¿A quién desea? ¿Desea un caramelo? ¿Desea un tíntico?). El término
colaborar se ha constituido en una señal de solidaridad lingüística que evita la
nefasta labor de exigir algo (“Me colabora con la salida”, “Me colabora con el
trabajito que le encargué”, “Me colabora con lo del pasaje”). Y para colmo de males
la palabra poner cedió su espacio a la supuestamente sofisticada colocar (“Coloque
esta canción”, “Coloque la pieza en orden”).
Encima, y como si no bastara con esos dos frentes de ataque idiomático, gracias a la
influencia del presidente Uribe, la costumbre del diminutivo empeoró. Ahora no
hay carreteras sino carreteritas, no hay ministerios sino encarguitos y no hay plata
sino pesitos. Esperemos que no le de por instituir que no hay pobres colombianos
sino pobrecitos.
En general, para ser un políticamente correcto hoy, basta con no decir nada de lo
que se piensa, con fingir tolerancia, con eludir dar respuestas concretas, con hacer
caridad sólo para recibir elogios y con recordar que siempre hay una palabra más
fea que la correcta para definir algo. Falta mucho en la lista, pero seguramente los
usuarios podrán completarla.
https://www.semana.com/on-line/articulo/manual-correccion/79390-3