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Dicen los expertos que la libertad es el tema sobre el que más tinta ha
corrido a lo largo de la historia de la cultura. “Libertad” es una palabra
omnipresente en los labios del hombre contemporáneo: aparece en las pancartas
de todas las manifestaciones; está detrás de las causas por las que se luchan
tantos y tantas; incluso entre bandas contrarias. Se trata de un ansia que en
nuestros días se hace especialmente aguda. Todo mundo parece querer
“liberarse”. Detrás de toda reivindicación libertaria hay algo profundamente
humano. Y es que la libertad es lo que marca la diferencia entre el ser humano y el
resto de los vivientes. Ya lo decía Don Quijote a su fiel escudero: «La libertad,
amigo Sancho, es uno de los primeros dones que a los hombres dieron los cielos:
con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre;
por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida, y, por el
contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres»1
Es preciso señalar, sin embargo, que ese gran don –la libertad- es
ciertamente para el hombre su prerrogativa máxima, pero también puede llegar a
ser su mayor lastre: ha de elegir un sentido capaz de desarrollar en plenitud sus
posibilidades o, caso contrario, dar la espalda a todo aquello que contribuye a su
mejor futuro. Ahí reside la gran originalidad del ser humano. Como todo ser vivo, la
persona humana está condicionada por innumerables factores, pero no queda
determinada por ellos. Se caracteriza por su autodominio. Durante siglos, el
hombre ha creído que su vida estaba regida por las estrellas; en la madurez
científica en la que nos encontramos, el hombre sabe que es él el que está
llamado a dominar los astros y no al revés. El animal se encuentra por completo a
1 M. DE CERVANTES, El Ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, Porrúa, México 2000, II.
2 J. RATINSGER, La fe como camino, EIUNSA, Barcelona 1997, 13
expensas de su entorno y muchas veces su supervivencia depende de su
capacidad de adaptarse a su habitat.
3Una crónica detallada de este hecho puede verde en J.P. MANGLANO, 257 días, Planeta,
Barcelona, 2012.
animal: conserva lealtades y principios, aunque la oportunidad de ejercitarlos sea
escasísima.
4 Libertatis conscientia, n. 3.
distintos bienes entre sí, y la voluntad puede entonces escoger. A esa capacidad
de elegir es a lo que llamamos libre albedrío. Conociendo el sentido de sus
actos, dirigiéndolos él mismo hacia su fin, el hombre es capaz de orientar su vida y
su conducta, ser dueño de sus actos y, consiguientemente, responsable de ellos.
La criatura humana no ejercita plenamente la libertad cuando obra sin reflexionar,
siguiendo de manera ciega los requerimientos de su sensibilidad. Ejerce
propiamente su libertad si reflexiona antes de obrar para juzgar con su inteligencia
acerca de lo que responde a la verdad de las cosas, y no a la simple apariencia de
bien. Es así como “la verdad constituye la raíz y la norma de la libertad”5.
Con una frecuencia mayor de la que nos imaginamos, los actos humanos
son imperfectamente libres, más o menos libres. En efecto, “el hombre ¿sabe
siempre lo que quiere?”7. Una sensibilidad desbordada puede llevar al hombre
detrás de objetivos completamente al margen de lo que dicta la razón como
verdadero. Además, el carácter discursivo de la inteligencia humana lleva consigo
la lentitud de la voluntad para decidirse después del largo y progresivo trabajo de
deliberación en que se examina sucesivamente el pro y el contra. De aquí resulta
que la libertad humana sea inestable, es decir, que pueda volver sobre sus
decisiones, volver a comenzar nuevamente la deliberación y terminar en la
decisión contraria. Es más, “en el mismo hombre pueden existir decisiones
contradictorias”8.
5 Libertatis conscientia, n. 3.
6 Op. cit., n. 25.
7 Libertatis conscientia, n. 25.
8 Ibidem
Ningún animal conoce el fin de sus actos y, por tanto, no puede escoger ni
decidir lo que hará. Por eso mismo, no se dirige por sí mismo, sino que obedece
de manera instintiva al automatismo de su naturaleza. Toda su actividad está
regida por leyes que el animalito sigue sin saberlo ni quererlo: no posee la facultad
de seguir o no esos dictados de su naturaleza. Genéricamente llamamos leyes
físicas al conjunto de normas que rigen todos los fenómenos mecánicos, físicos,
químicos, fisiológicos y la vida de la sensibilidad en el animal y en el hombre.
Nuestros actos voluntarios, en cambio, no son regidos por las leyes físicas, pues
proceden del acto interior de decisión. El campo de las acciones humanas libres -
y, por tanto, responsables- constituye el mundo de las leyes morales, normas
todas ellas a la medida del hombre, ser –por naturaleza- libre y responsable.
El binomio libertad-verdad.
Vemos por tanto que “la libertad es un bien, pero únicamente dentro de una
red de otros bienes, junto con los cuales constituye una totalidad indisoluble. En
nuestros días la noción misma se ha restringido estrechamente, abarcando
únicamente los derechos de la libertad individual, con lo cual ha quedado
desprovista de su verdad humana. Quisiera ilustrar el problema que presenta esta
forma de comprender la libertad recurriendo a un ejemplo concreto. Al mismo
tiempo, este ejemplo puede abrir el camino hacia una visión más adecuada de la
libertad. Me refiero al problema del aborto. En la radicalización de la tendencia
individualista de la Ilustración, el aborto aparece como un derecho propio de la
libertad: la mujer debe estar en condiciones de hacerse cargo de sí misma; debe
tener la libertad de decidir si trae un hijo al mundo o se deshace del mismo; debe
tener la facultad de tomar decisiones sobre su propia vida, y nadie puede
imponerle (así nos dicen) desde afuera norma alguna de carácter definitivamente
obligatorio. Lo que está en juego es el derecho a la autodeterminación. ¿Pero
realmente está tomando una decisión sobre su propia vida la mujer que aborta?
Luego está el ideal por el que libremente hemos apostado. Y seremos libres
estando «al servicio» de ese ideal, que a veces parecerá que nos encadena, pero
Pero tal vez el mayor enemigo de la libertad sea la política, incluso esas
políticas que se autoproclaman como caminos de libertad. Parecería que al día de
hoy hay que pensar en bloque de acuerdo a lo que se ha decidido que sea lo
“polítcamente correcto”: “Tienes que ser abortista o divorcista”, de otra forma te
colocarán la etiqueta de conservador o retrógrado.
La libertad de corazón
A todo lo anteriormente señalado es preciso añadir que los verdaderos
enemigos de la libertad vienen de dentro y no de fuera. «No hay en el mundo
señorío como la libertad del corazón», decía Gracián. ¿Y quién es libre en su
corazón? Quien es capaz de decidir la actitud a tomar frente a los vaivenes de la
vida. Está claro que no podemos controlar todas las cosas que nos pasan en la
vida, pero sí podemos controlar la forma en la que respondemos a ellas. Esta es la
diferencia entre el éxito y el fracaso, entre el bienestar y malestar psicológico: la
forma de reaccionar ante los hechos y circunstancias.
Las personas que tienen una actitud positiva ante la vida, y que son
capaces de conservarla a pesar de los avatares de la existencia, son personas
que se ganan nuestra admiración, y las admiramos porque nos gustaría tener esas
mismas cualidades. La decisión de tener una actitud positiva es, simplemente, el
mejor regalo que podemos hacernos a nosotros y a los que nos rodean, porque,
como señala con acierto un adagio: “cuando sonríes, contigo sonríe el mundo”. Sí,
porque aunque el día pueda estar triste, oscuro, amenazante, lluvioso e incluso
tempestuoso, pero podemos cantar bajo la lluvia, porque lo de sonreír o no, no
depende de las circunstancias, sino de nuestra libre determinación.
¿Quién ha sido el hombre más libre que ha existido sobre nuestro planeta?
Jesús fue radicalmente libre porque libremente se entregó a realizar la obra de su
Padre; lo fue porque libremente aceptó dar la vida por los demás; lo fue apostando
por la verdad y sabiendo que le llevarla a la muerte, respetó la libertad de Judas
aunque sabía que le traicionarla; fue libre porque no estuvo atado ni a las
pasiones ni al pecado; fue libre porque se realizó plenamente a sí mismo sin
pensar en sí mismo; fue libre porque fue liberador y fue liberador porque antes
había sido verdaderamente libre.
CCB
2 de octubre de 2019.