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1.

PABLO, SU VIDA, SU OBRA Y SU INFLUENCIA,

1.1 INTRODUCCIÓN

Ya que no es posible comprender el mensaje y la teología del apóstol Pablo si no se


tiene presente el desarrollo de su vida, se intentará una reconstrucción, segura
críticamente, de la historia personal del apóstol.

Comencemos diciendo que la vida de san Pablo es la mejor conocida respecto a las
de otros personajes del NT, incluido Jesús1. La crítica y la tradición creen saber quién
era, dónde nació, qué carácter tenía, cuáles fueron las etapas fundamentales de su vida y a
qué fechas corresponden, qué cartas escribió y a quiénes las dirigió e incluso cuál es el
contenido y la intención de aquellas cartas. No obstante este optimismo, siguen habiendo
discusiones sobre la autenticidad de algunas de sus cartas y sobre algunos puntos de su
doctrina. De todos modos, estas discusiones se mueven dentro de un marco de consenso
que no tenemos con otros personajes bíblicos o de la historia mundial.

En realidad, la vida apostólica de Pablo es mucho más larga de los tres años en los
cuales se desarrolló la de Jesús. Su continuo movimiento comporta también mayores
puntos de referencia, de manera que su actividad tiene más “ganchos” histórico–
geográficos.

Hay tres datos que debemos tener en cuenta para una mejor comprensión de San Pablo.

A) La persona histórica Pablo de Tarso, considerado, junto a Jesús de Nazaret, clave


para la comprensión del cristianismo como fenómeno religioso. Nadie como él ha
ayudado de forma tan determinante a la comunidad cristiana a identificar su núcleo
irrenunciable y a identificarse frente al judaísmo en el que nació. Ahora bien, sin

1
En el caso de Jesús, que no dejó ningún documento escrito, lo que sabemos de él remonta a través de los
evangelios hasta la tradición oral de la comunidad pospascual y está tan profundamente identificado con el
testimonio de fe, que relato histórico y expresión de fe de la primitiva cristiandad a menudo no pueden
distinguirse con seguridad. Por esto nuestro conocimiento del Jesús histórico es mucho más inseguro y
fragmentario. Con todo, llama la atención que, a excepción de la literatura cristiana, no tenemos más fuentes, ni
judías ni paganas sobre Pablo.
poner en duda que todo intento de aproximación al cristianismo ha de pasar por
Pablo, no se debe admitir que desde él, en exclusiva, logremos llegar a la esencia del
hecho cristiano; utilizaríamos un canon dentro del canon; convertiríamos a Pablo, o
mejor, su obra escrita, en medida y norma del NT. Eso sí, el mismo hecho de que se
haya pretendido identificar cristianismo con paulinismo confirma la trascendencia de
la figura histórica de Pablo.

B) Su obra histórica abrió el mensaje de Jesús de Nazaret al universo de su tiempo. Es


cierto que cuando Pablo se agregó a la comunidad cristiana, ésta ya estaba
organizada en torno a unos hombres y dotada de una tradición. Pero a nadie como a
él debe la iglesia de su tiempo una tan rápida expansión; a nadie como él debe la
iglesia de todos los tiempos su conciencia de universalidad. Se convirtió en su
pensador teórico más profundo y fue su obra y pensamiento lo que ayudó en las
primeras comunidades a crear la conciencia de una necesaria apertura al mundo
entonces conocido para hacerlo oyente del evangelio.

C) Sus cartas, que son los documentos escritos más antiguos del cristianismo. Son
documentos ocasionales (mal hacemos al interpretarlas olvidando este “detalle”),
ligados a una época concreta y muy primitiva. Estos escritos nos permiten conocer
las ocupaciones y preocupaciones de los cristianos de los años cincuenta. El
esfuerzo de profundización en el mensaje transmitido por estas cartas para responder
a nuevos retos, son todo un ejemplo de vitalidad cristiana.

La vida de Pablo no está libre de complejidad. Sus nexos con el sector judaizante
del cristianismo fueron todo menos amistosos. Encontró hostilidad entre su propia gente,
pero también mucho recelo en la propia comunidad eclesial. Y ello no se limita al
momento histórico en el que le tocó vivir. En realidad, la tradición cristiana no ha cesado
de hurgar en su personalidad, llegando incluso a deformarla. Una muestra de ello es
cómo unos descubren en él signos claros de intransigencia, mientras otros lo erigen como
símbolo de la tolerancia. Pablo fue lo que fue, y no es bueno encasillarlo sino tratar de
conocerlo así como fue, con sus luces y sus sombras. Entonces, ¿cómo conocerlo mejor?
EL PROBLEMA DE LAS FUENTES

A primera vista, podría impresionar la cantidad y calidad de los datos que sobre el
apóstol se acumulan en el NT. Hch incluye un largo y minucioso relato de la actividad
misionera de Pablo, de sus viajes y de su predicación, que ocupa más de la mitad de la
obra. De los restantes 26 libros que componen el NT, 13 han sido atribuidos
tradicionalmente a Pablo, hecho que parecería convertirlos en documentos históricos de
primera mano. Todos estos datos los podemos enlazar con la documentación de una
época de la historia antigua bastante bien conocida: la del Mediterráneo durante el s. I
d.C. y parecería estar todo solucionado.

Pero si atendemos a los tipos de fuentes de las que hemos hablado, veremos que nos
ofrecen imágenes de Pablo un tanto distintas, así como de su situación dentro de las
comunidades del cristianismo naciente. Aisladas se nos presentan como verosímiles y
homogéneas (así, p.ej. en Hch es fácil “seguir” al apóstol en sus “tres viajes misioneros”),
pero que resultan irreconciliables si se comparan estas fuentes entre sí. Por tanto, antes de
utilizarlas indiscriminadamente, es necesario enjuiciar el valor de cada fuente, ubicarla
dentro de su contexto y su finalidad para no ser injustos o ingenuos con el apóstol.

Los Hechos de los Apóstoles

Los Hechos de los apóstoles proporcionan un relato del ministerio paulino en


secuencia narrativa que, a veces (Hch 18,12), puede ligarse a acontecimientos
testimoniados en fuentes extracristianas. Pero sabemos que su autor vivió en una época
en que las cuestiones debatidas durante la vida de Pablo ya habían desaparecido y
resultaban incomprensibles. Su entusiasmo por Pablo es el de un descendiente
distanciado, no el de un estrecho compañero de misión: su obra está escrita según los
criterios de la historiografía de su tiempo que hacía primar la capacidad de composición
del redactor sobre la verdad desnuda de los hechos narrados.2

En los Hechos de los apóstoles la figura de Pablo sirve para legitimar el lugar
histórico de las comunidades helenísticas de finales del siglo entroncándolas, mediante la
misión paulina, con los orígenes judeocristianos del cristianismo. La vida de Pablo y su
obra son narradas por Lucas de forma consistente con su propio proyecto editorial; Pablo
es más que una persona real, un personaje fundamental en la crónica del proyecto de
Dios. El autor ha inserido a Pablo en el cuadro de su visión histórico–salvífica,
presentándolo como el portador del evangelio hasta los extremos del mundo en perfecta
armonía con los apóstoles de Jerusalén. Ahora bien, puesto que su autor trabajaba con
materiales tradicionales (Lc 1,1-4; Hch 1,1–2), los Hechos pueden ser utilizados con
cautela, aunque sin un escepticismo exagerado; se trata, sin duda, de una fuente realmente
insustituible, pero estructurada de tal modo que en casos de conflicto, por ejemplo, debe
retroceder ante el testimonio de las cartas que proceden indiscutiblemente del propio
Pablo3. Por un lado, los datos de Lucas presentan una serie de detalles (nombres de
personas, de lugar, acontecimientos, circunstancias) imposibles de inventar y que encajan
perfectamente con los datos que se pueden extraer de las cartas paulinas. Por el otro lado,
los Hechos de los Apóstoles se coloca como una fuente secundaria; obra de un paulinista
del último cuarto del siglo I. Existe siempre la tentación de querer rellenar los datos
faltantes en la vida de Pablo con el libro de Hechos. Pero para una exégesis crítica no
resulta suficiente el principio de hacer “concordar” los datos aportados por las cartas con
los aportados por el libro de Hechos o de “completar” los unos con los otros.

La contribución del autor consiste en la manera como no sólo transmite, sino


también reproduce la tradición; en la forma como, para sensibilizar los hechos, traza

2
Naturalmente Lucas no aplica los métodos y los principios de examen y selección propios de la crítica,
que sólo en la moderna historiografía se han desarrollado. Para Lucas (llamémosle así al autor de
Hechos), la mera exactitud de los hechos históricos no constituye la norma a la que se ajusta.
3
Ahora bien, tampoco conviene a priori preferir el relato de uno mismo al relato que dan otros sobre uno.
También uno mismo podría tener sus razones para presentarse de cierta manera o para omitir otros datos.
Encerrarse en la cuestión del ‘Pablo real’, es perder de vista que un personaje literario sólo puede ser alcanzado
en una narración.
escenas y cuadros modélicos, reagrupando así en un todo la multiplicidad de elementos y
mostrando el “sentido unitario” de los acontecimientos. Es incuestionable que, al hacer
esto, él reelabora tradiciones que le son de algún modo accesibles, y, por lo tanto –con la
debida cautela– estos datos pueden ser utilizados, sin un escepticismo exagerado.

Pablo visto por Hechos de los Apóstoles y por Pablo mismo

Sobresalen de una manera especial en todo el libro de Hechos los discursos numerosos –y algunos
de ellos extensos– que desarrollan las verdades fundamentales del mensaje cristiano ante judíos o
paganos, ante las masas o ante las autoridades. Hoy, gracias a los ricos materiales procedentes de la
historiografía antigua, queda fuera de toda duda que esos discursos no son meras reproducciones y ni
siquiera resúmenes de discursos realmente pronunciados, sino piezas compuestas por el autor de
Hechos insertadas en los momentos culminantes o en las transiciones de su obra, sin que haya tenido el
más mínimo interés por diferenciar la personalidad de los respectivos oradores, llámense Pedro o Pablo
o de cualquier otra forma. Lucas se muestra así “historiador” en el sentido que esa palabra tenía en su
tiempo. Justamente por eso no puede pasar como testigo auténtico, sino que más bien hay que
considerarlo como un informador secundario.
La imagen de Pablo y de su historia ha sido modificada considerablemente con respecto a la que
ofrecen las cartas. Lucas pinta con insistencia al cristiano y al misionero, que es Pablo, todavía como
un fariseo convencido, que permanece fiel a la fe de sus padres y a la fe en la resurrección de los
muertos. Muy distinto se nos presenta el auténtico Pablo, el cual, como queda claro, sobre todo en Flp,
abandonó el celo fariseo por la justicia que procede de las obras de la ley para conseguir la salvación
sólo en Cristo (3,5–11).
Por otro lado, Lucas no llama “apóstol” a Pablo, pues el apostolado es comprendido como una
institución que, ligada a Jerusalén en su calidad de iglesia madre, remonta al Jesús terreno y queda
restringida a los 12. Pablo, sin ser apóstol, es el gran misionero de las naciones, legitimado por
Jerusalén. No es así para Pablo en sus cartas.
Lucas pinta las relaciones históricas entre Pablo y Jerusalén de una forma distinta como lo hacen
ante todo las cartas a los gálatas y a los romanos.
Basten estos pocos ejemplos para ver cómo tentemos que acercarnos con cautela a los datos de Hch
si queremos de allí sacar conclusiones históricas. Tampoco podemos, de aquí, cuestionar de un modo
absoluto y general el valor histórico de Hch. Sin duda que Lucas utilizó también cantidad de noticias
dignas de crédito y ninguna presentación de Pablo puede renunciar a ellas. Es posible que, siguiendo
las costumbres de otros muchos historiadores de la antigüedad, Lucas visitase también las principales
comunidades fundadas por Pablo, o bien llegase a conocer por medio de otros las historias que sobre él
circulaban. Incluso es muy posible que haya echado mano de notas redactadas por un autor
desconocido.

Las cartas, fuente primaria

Es lógico, pues, que las cartas paulinas han de considerarse como fuente principal,
por más que sigan mereciendo serias reservas. En primer lugar, no todas las cartas
canónicas atribuidas al apóstol pueden considerarse auténticas; aunque existe cierto
consenso general entre los investigadores en aceptar como tales 1 Tes, Gal, 1 Cor, 2 Cor,
Rom, Flp, Flm. Al tener que considerar seudónimas casi la mitad de las cartas recibidas
tradicionalmente como paulinas, estamos renunciando a entender al apóstol desde las
situaciones históricas y la problemática teológica que esas cartas atestiguan.4

En consecuencia, y es sólo un ejemplo, la imagen un tanto novedosa de Pablo que


las llamadas cartas pastorales nos ofrecen, al presentarlo como un hombre de la tradición,
preocupado por la organización y gobierno de las comunidades, no debe tomarse en
consideración a la hora de querer reconstruir la vida del Pablo “histórico”. La situación
resulta más difícil de dilucidar en lo que se refiere a cartas como la 2 Tes, Ef y Col, para
las que no se ha logrado un acuerdo sobre su paternidad paulina; por su contenido
teológico, el juicio sobre su autenticidad influye notablemente en la identificación del
pensamiento paulino.

Como sea que se dilucide la cuestión, estos otros seis escritos –Efesios, Colosenses,
2 Tesalonicenses, 1 y 2 Timoteo y Tito– son atribuidos, en todo caso, a profundos
conocedores del apóstol. Sólo en la Carta a los Hebreos queda como cuestión abierta la
de su cercanía al área paulina.

Para nosotros la conclusión es clara: intentaremos presentar la figura de Pablo,


tomando como fuente primaria lo que Pablo mismo dice en sus cartas y subordinando el
resto, incluso el libro de los Hechos, a esa aportación directa del apóstol.

Pero en esto hay que tener en cuenta que las cartas de Pablo no fueron pensadas
como confesiones autobiográficas, sino fueron escritas en medio de la actividad misionera
del apóstol. Esto nos deja con el inconveniente de que las noticias que nos vienen de esta
fuente son demasiado escasas y demasiado fragmentarias para lo que uno quisiera saber.
Es decir, las cartas, en cuanto escritos ocasionales, dejan muchos vacíos, sobre todo en lo
que respecta a la última parte de la existencia del apóstol (datos reportados sólo en
Hechos de los Apóstoles y en algunas fuentes cristianas todavía más tardías). Si tomamos
en cuenta que estas cartas fueron escritas en medio de la actividad misionera, sólo

4
Podríamos comparar p.ej. Col 3,1, que habla del creyente como alguien ya resucitado con Cristo, con Rom 6,5,
dónde Pablo habla de la participación en la resurrección de Cristo como un acontecimiento futuro.
transmiten datos aislados de la vida de su autor, en contextos generalmente polémicos.
Fueron escritas para llenar el vacío de la comunicación directa, acomodadas más a las
necesidades de las comunidades que a los deseos y planteamientos de Pablo.
Ciertamente, sus cartas no son una autobiografía y, por su propia naturaleza, el epistolario
paulino no ofrece un relato continuado de su vida, ni de parte siquiera de ella; ni permite
establecer con seguridad los sucesos que narra dentro de la historia contemporánea. En
consecuencia, y aun siendo fuentes primarias, sólo permiten una reconstrucción
fragmentaria de la vida de Pablo.

Con todo, toda otra información sobre Pablo, proveniente de otro origen, deberá ser
calibrada teniendo lo que él escribe en sus cartas.

MARCO CRONOLÓGICO

No hay en el NT indicación alguna sobre el año de nacimiento y muerte del apóstol.


Pablo tuvo que nacer a principios de la era cristiana, se hizo cristiano poco después de la
muerte de Jesús; y debió morir ya entrados los sesenta, concretamente, y según una
tradición muy antigua (1 Clem), el 64, el año del incendio de Roma. Su etapa
propiamente misionera abarcó sus veinte o veinticinco últimos años; de éstos, los diez
finales fueron la etapa más creativa de su actividad que aconteció durante el gobierno
imperial de Nerón (54–68 d.C.).5

Podemos decir que, a pesar de los valiosos intentos de reconstrucción de los hechos más
sobresalientes de la vida de Pablo, la cronología paulina es todavía una cuestión abierta a
la discusión. La opinión más común pone la conversión de Pablo hacia el año 35; el
apóstol debería rondar los treinta años. La visita primera a Jerusalén, tres años más tarde;
un período de catorce años de inserción en el cristianismo judeohelenista de las
comunidades de la provincia romana de Siria (Tarso, Antioquía) hasta llegar a la
asamblea de Jerusalén en el 48/49.

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Quien busque una datación más exacta tendrá que aceptar el hecho de que no es suficiente la información de que
se dispone. El NT tiene algunas alusiones –sea en las cartas, sea en Hch– que permiten aproximar algunas
fechas, pero nada más.
No existe modo de asegurar si el llamado primer viaje misionero tiene que ser
puesto antes o después de la reunión en Jerusalén6. La primera evangelización europea, el
segundo viaje7, transcurrió durante los años 49/52, teniéndose que datar la estancia en
Corinto en el 518. El período efesino, básicamente el tercer viaje9, le ocuparía del 52–56;
en una primera etapa, de casi tres años, Pablo permaneció en Éfeso (Hch 19,8.10; 20,31).
Después, estuvo ocupado en viajar por Macedonia y Acaya promoviendo la colecta 10; en
Corinto permaneció tres meses en el año 5611. Ese es el año en el que ocurre el viaje a
Jerusalén12, el arresto y la prisión, primero en Jerusalén y después en Cesarea, donde
permanecería durante los años 57–5813. Tras apelar al César14 es conducido a Roma por
mar, adonde tras un viaje largo y accidentado, llega en el año 59 o 60; después de pasara
un bienio de detención en Roma15, muere ejecutado el año 62 o 64.

6
Hay que decir, desde el principio que este “primer viaje” que lleva a Bernabé y a Pablo (éste a las órdenes de
aquél) a Chipre y, después, a las regiones de Panfilia, Pisidia y Licaonia de Asia Menor, es considerado a veces
como una ficción, como un “viaje modelo” compuesto con la ayuda de fragmentos tradicionales de otros viajes
de Pablo. Con todo, este viaje sigue siendo plausible en sus grandes líneas (sólo por citar algunas razones: “Nos
preguntamos cómo es posible que Pablo y Bernabé se arriesgaran a volver tan pronto a unas ciudades de las que
habían sido expulsados… (pues vuelven por donde habían comenzado en la Anatolia del Sur) … Es bastante
probable que el autor de Hechos de los Apóstoles haya querido ilustrar con un ejemplo eminente el deber que
incumbe a los predicadores del Evangelio de volver a las comunidades que habían fundado. Es asimismo
ejemplar y artificial la institución de “ancianos” en estas comunidades, algo susceptible de reflejar una
organización posterior a Pablo: Pablo no habla nunca de “ancianos” o de “presbíteros” en sus cartas auténticas.
7
Hch 15,36–18,22.
8
Hch 19,12–22.
9
Hch 19,8–20,15.
10
Hch 19,21; 1 Cor 16,5.
11
Hch 20,3; cf. Rom 15,25.
12
Hch 20,16; 21,1–18.
13
Hch 23,11–24,27.
14
Hch 25,10–12; 26,32.
15
Hch 28,30.

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