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JORNADAS
naturaleza y existencia
schelling y el naufragio
de la metafísica
ISBN 978-607-02-6658-4
Sófocles
Ovidio
G. Steiner
F. Kafka
F. W. J. Schelling
1
El tono de esta apertura lo tomo del siguiente apunte de Eugenio Trías, La ima-
ginación sonora, p. 507; sobre G. Ligeti, “Ligeti, verdadero Doctor Subtilis de la música,
halló un enlace con la música tradicional por la vía de la connotación. En su música
desfilan en rayos ultravioletas momentos de la tradición que son diseccionados, atra-
vesados, extrañamente sugeridos, y de misterioso modo recreados”. Trasponer este
sugerente enlace musical al discurso en el que ensayamos nuestra composición deri-
vando a partir de Schelling es el mayor intento formal que acomete este texto.
2
“Schelling es el pensador propiamente creativo y que más lejos llega en toda esta
edad de la filosofía alemana. Él es semejante pensador en un grado tal, que él impulsa
desde adentro al idealismo alemán más allá de su propia posición fundamental”. (Mar-
tin Heidegger, Schelling y la libertad humana, p. 4.)
3
Refiriéndose al último periodo de la producción teórica de Schelling, el que se
inicia escabrosamente con el ensayo sobre la libertad, Peter Sloterdijk, comenta lo si-
guiente: “En verdad, el último Schelling puso las cosas difíciles […] Innegablemente,
la segunda mitad de su vida se halla bajo el signo de una complicación creciente. Ésta,
sin embargo, no posee ninguna señal de decadencia sino que testimonia una majestuo-
sa gravedad y un progreso triunfante en el reconocimiento de las dificultades. En las
décadas de aislamiento, Schelling consiguió superar la brillantez de su aparente per
fección temprana y exponer los fundamentos de un pensamiento en estratos de proble-
mas en los que ningún filósofo idealista se había adentrado antes de él. Ahora tenía ante
sus ojos lo terrible en el fundamento del mundo, y reconoció la melancolía como lo más
profundo de la naturaleza”. (P. Sloterdijk, Temperamentos filosóficos, pp. 91-92.)
4
Cf. F. W. J. Schelling, Investigaciones filosóficas sobre el origen de la libertad
humana y los objetos con ella relacionados, p. 289.
5
Ibid., pp. 105-107.
8
La imagen nos la provee nuevamente Trías quien, ahora respecto a Haydn, nos
dice: “Amaba Haydn la irregularidad con el fin de sobrepasarla, o anticipaba una lógi
ca ‘fractal’ en el terreno de la música. La portentosa técnica se pensó siempre al servicio
de una infatigable voluntad de experimento. Desquiciaba por dentro lo que él mismo
había atado, unido y compuesto”. (E. Trías, op. cit., p. 190.)
“Pero Schelling, si es que podemos hablar así, tenía que naufragar en su obra,
9
17
2
Ibid., p. 103.
Sistema y libertad
3
Ibid., p. 111.
4
Idem.
5
“Desde los orígenes del pensamiento moderno –y podríamos decir que la moder-
nidad se muestra en esto clarísima heredera del pensamiento medieval– se ha identifi-
cado razón, sistema, concepto con la necesidad, y en muchos casos en dicha necesidad
se ha hecho coincidir la necesidad física y lógica, mientras que del otro lado se situaban
el azar, la indeterminabilidad, lo ilógico y lo irracional como dominios propios de la
libertad. Schelling ha conducido la especulación filosófica a la cumbre de sí para
mostrarnos que la necesidad no excluye la libertad, no constituye el opuesto de la li-
bertad, y que la razón misma, que es esencialmente sistemática, es por ello libertad sin
dejar de ser necesidad”. (Fernando Pérez-Borbujo, Schelling: el sistema de la libertad,
pp. 89-90.)
6
F. W. J. Schelling, op. cit., p. 111.
7
Ibid., p. 115.
8
Idem.
El realismo de la libertad
9
Ibid., pp. 145-147.
10
Ibid., p. 147.
11
Idem.
12
El carácter revolucionario del idealismo filosófico es sostenido enfáticamente
por Schelling. “La idea de convertir de pronto a la libertad en el Uno y Todo de la fi-
losofía ha liberado al espíritu humano en general y no sólo en relación consigo mismo,
y ha provocado en todas las partes de la ciencia un cambio más profundo y fuerte que
el de cualquier revolución anterior”. (Ibid., pp. 147-149.)
13
Idem.
14
Ibid., p. 159.
15
Ibid., p. 161.
16
Ibid., p. 159.
17
Ibid., p. 151.
El panteísmo y la libertad
18
Schelling nunca renegó del papel predecesor de Spinoza para su propia filosofía;
lo tomó en serio y lo criticó. La cosificación y el determinismo completo del espino-
sismo hacen de éste un sistema inerte en donde todo aparece sometido al mecanicismo.
El panteísmo mecánico de Spinoza termina reduciendo todo a una causalidad ciega. Y
frente a la pretensión de considerar al mecanismo como la única forma de la razón,
Schelling –ya desde sus tempranos textos sobre Filosofía de la naturaleza– dinamizó
la concepción de lo primero en sí convirtiéndolo en el principio que, por el conflicto
de sus propias potencias y fuerzas, se organiza a sí mismo.
19
F. W. J. Schelling, op. cit., p. 153.
20
Ibid., p. 159.
21
Idem.
22
Ibid., p. 123.
23
Ibid., pp. 133-135.
24
Ibid., p. 135.
25
Ibid., p. 127.
26
En su confrontación con el texto de Schelling, Heidegger comenta la dialéctica
presente en la enunciación “lo uno es lo otro” de la siguiente manera. “Un uno es sólo
lo que él es, en su diferencia respecto del otro. Este ser diferente frente a lo otro y ser
en ese respecto lo otro mismo, pertenecen a lo uno, y por ello es lo uno también lo
esencialmente lo otro, y a la inversa. El ‘es’ no significa precisamente un vacío ‘ser
uno y lo mismo’ pues lo uno no es, justamente, uno y lo mismo que el otro, sino diver-
so; pero en la diversidad como referencia se copertenece con él: ambos son ‘idénticos’
en sentido superior, propio”. (M. Heidegger, Schelling y la libertad humana, p. 96.)
27
F. W. J. Schelling, op. cit., p. 137.
Dios intuye las cosas en sí. Sólo lo eterno, lo que reposa sobre sí
mismo, la voluntad, la libertad, es en sí. El concepto de un absoluto
o de una divinidad derivada es tan poco contradictorio que antes
bien resulta ser el concepto central de toda la filosofía. A la natura-
leza le corresponde una divinidad de este tipo. La inmanencia en
Dios y la libertad se contradicen tan poco, que precisamente sólo el
ser libre, y hasta donde es libre, es en Dios, y el no libre, y hasta
donde no es libre, es necesariamente fuera de Dios.28
28
Ibid., p. 139.
El fundamento y la existencia
1
F. W. J. Schelling, Investigaciones filosóficas sobre la esencia de la libertad hu-
mana y los objetos con ella relacionados, pp. 161-163
2
Ibid., p. 163.
33
3
Idem.
4
Ibid., p. 165.
El ansia
5
Ibid., p. 167.
6
Ibid., p. 165.
7
Idem.
8
Ibid., p. 167.
El caos y el cosmos
9
Ibid., pp. 167-169.
Más que un mero giro de timón, lo que aquí se asesta provoca una
verdadera conmoción de los cauces dominantes de la modernidad
filosófica, en la que no dejan de resonar los lejanos ecos de la tradición
inauguradora del pensar occidental con Anaximandro a la cabeza. El
problema de lo que primordialmente se da a pensar no se plantea en
términos de representación de un objeto por un sujeto que, desde sus
formas constitutivas, lo determine y defina; el problema de pensar lo
primordial se hunde en el enigma de lo irrepresentable: sustentando a
lo que se aparece claramente se oculta un fundamento originario que
en sí mismo es sin las cualidades bajo las que se presenta lo que, apa-
reciendo desde él, lo revela alterándolo manifiestamente.
El fundamento del mundo –de lo que se revela presentándose a los
sujetos del entendimiento como orden, como cosmos– es lo carente de
toda regla y forma, es el caos. Esto tiene, al menos, tres consecuencias
que, más allá de perfilar el lugar excéntrico que Schelling ocupa en la
historia de la filosofía, permiten recuperar y recrear su pensamiento como
una forma de filosofía trágica. Primera, el mundo de la existencia en la
claridad, la forma y el orden no se fundamenta en sí mismo sino en
aquello en lo cual la regla y el orden no imperan; el mundo, entendido
aquí como cosmos, es el ordenamiento de lo que originariamente es
mero querer caótico. Segunda, este trasfondo que el cosmos existente
deja detrás no se cancela o anula definitivamente sino que queda en
suspenso pero, en tanto “subyace siempre en el fundamento”, perma-
nece amenazante, conservando su poder de “volver a brotar de nuevo”.
Tercera, con esta consideración en la cual “se convierte la ausencia de
entendimiento en raíz del entendimiento”, Schelling es consciente de
que está derrumbando ciertas ilusiones del ser humano sobre el mundo
y sobre sí mismo.
Éstas no son sino expresión de la vanidad humana que se resiste
–obnubilándose– a ver el origen en el fundamento oscuro que, inver-
samente a lo aconsejado por la vanidad, es precisamente el estímulo
para el pensamiento radical: al tener conciencia de la oscuridad de la
que surgió elevándose hasta la existencia y la conciencia, el hom-
bre mismo se impulsa, en y desde el pensamiento, a iluminar ese
fondo oscuro que lo precede y, en cierto sentido, lo constituye. “El hom-
bre se forma en el seno materno, y sólo desde la oscuridad de lo que
El ansia y la palabra
10
Ibid., p. 169.
11
Ibid., p. 171.
Idem.
12
Schelling mismo reconoce estar influido por una serie de predecesores no-
13
tables por su heterodoxia: desde Platón y Plotino hasta J. Böhme y Meister Eckart,
además de Spinoza al que, considerado su sistema como un panteísmo mecánico
y cósico, se pretende subvertir en el sistema de la libertad.
14
Ibid., p. 71.
15
Ibid., p. 73.
16
Idem.
17
Idem.
18
Idem.
19
Ibid., pp. 173-175.
La perturbación metafísica
20
Ibid., p. 175.
21
Idem.
22
Cf. idem.
La mismidad humana
23
Ibid, pp. 175-177.
24
Ibid. p. 177.
25
Ibid., pp. 175-177.
26
Ibid., p. 177.
27
Idem.
28
Ibid., p. 179.
29
Idem.
30
Idem.
32
Ibid., p. 181.
33
Cf. ibid., p. 183.
34
Idem.
35
Cf. idem.
36
Ibid., p. 189.
37
Ibid., p. 191.
38
Ibid., p. 193.
39
Idem.
40
Idem.
41
Cf. idem.
57
2
Ibid., p. 203.
3
Cf. ibid., p. 205.
propia oponiéndose a la otra, cada una expresa su ser. Este mutuo avi-
varse, afirmándose propiamente las dos voluntades, atraviesa todo el
devenir de la naturaleza alcanzando la mayor intensidad de su confluen-
cia en un solo ser al que, por lo mismo, sume en la encrucijada. El ser en
cuyo interior se reúnen acicateándose mutuamente las voluntades de fun
damento y de amor es el hombre cuya acción trae efectivamente la
presencia del mal en el mundo.
El fundamento –la naturaleza en sentido primordial– es voluntad de
revelación que, en tanto tal, no aparece propiamente sino que repercu-
te, o-poniéndose, en la existencia singular. “El fundamento es sólo una
voluntad de revelación, pero precisamente para que ésta se produzca,
el fundamento tiene que provocar la singularidad y la oposición. La
voluntad del amor y la voluntad del fundamento se convierten pues en
una, debido a que están escindidas y a que actúan cada una para sí.”4
Esta contradicción formativa de la naturaleza preludia su estallido como
colisión desde un ente en el que, paradójicamente, llegan a coincidir
ambas voluntades. Este ente, cuya mismidad es espíritu, se encuentra
incitado o solicitado por la voluntad del fundamento y esta misma
solicitación es el opuesto frente al cual la voluntad del amor puede
realizarse o revelarse en el hombre.
4
Ibid., p. 207.
5
Cf. ibid., p. 205
6
Ibid., p. 203. Más adelante, Schelling insiste. “El fundamento originario de la
existencia sigue actuando en el mal del mismo modo en que la salud sigue actuando
hasta la enfermedad y en que la vida más desordenada y falsa no deja de permanecer
y de moverse en Dios, en la medida en que este es el fundamento de la existencia,
aunque sintiéndolo como a una furia destructora que, a causa de la atracción del propio
fundamento, la lleva a una tensión cada vez mayor contra la unidad, hasta llegar a la
propia autoaniquilación y la crisis final”. (Ibid., p. 273.)
7
Ibid., p. 207.
8
Cf. ibid., pp. 207-209.
que, para Schelling, son los signos precursores del mal, cuyo poder
“sólo es provocado por el hombre”.9 Los deseos y los apetitos no son
el mal en sí; éste encuentra sustento en ellos y la potencia maligna de
los apetitos (así como su potencia benigna) sólo se actualiza por una
decisión de la propia criatura humana; sólo por la libertad posicionada
conscientemente de sí misma se potencian el bien y el mal.
La naturaleza y la historia
9
Ibid., p. 209.
10
Cf. idem.
11
Ibid., p. 211.
12
Ibid., pp. 211-213.
13
Ibid., p. 211.
14
Ibid., p. 213.
visible belleza de los dioses y en todo el brillo del arte y una ciencia
inspirada”, no consigue la unidad porque continúa referida a la volun-
tad del fundamento que termina desmoronándola dando lugar, como
cuarta época, a la revuelta del caos cuando desaparecen los dioses del
conocimiento inspirado y del bello cuerpo, y los hombres, abandonados
por las divinidades perdidas en la lejanía, se ven arrastrados a la diso-
lución en el fundamento. Esta atracción disolutiva es la concentración
de fuerzas del mal, su conmoción ante la proximidad del bien. Sólo
aquí se crean las condiciones para la manifestación plena del conflicto
entre el bien y el mal, cuya colisión se instaurará como constitutivo de
la historia desde la quinta época en la cual aparece el último dios.
Aquella época en la que por haber aparecido el bien con toda decisión,
permite que su opuesto, el mal, se manifieste también decisivamente,
es la época designada por la aparición de Cristo como figura humana
y personal de la luz. El crucificado representa el momento histórico
en el que la luz del espíritu encerrada desde el principio en el funda-
mento aparece iluminando la conciencia sobre la culpa y el pecado y,
también, albergando la posibilidad de la salvación. El cristianismo, la
época que abre la conciencia sobre el bien y el mal, instaura un mundo
cuyo devenir muestra la historia de esta conciencia a través de la lucha
abierta entre ellos. Esta batalla se mantendrá “hasta el final de la época
actual” –es decir, la modernidad– “en la que Dios se revela precisa-
mente como espíritu, esto es, efectivamente como acto”.15 Dentro del
peculiar panteísmo de Schelling, la modernidad es la época en la que
la contienda entre la permanencia del hombre en la voluntad universal
y el impulso de su voluntad propia, necesario para alzarse propiamen-
te como libre, alcanza su punto más álgido porque lo periférico quiere
15
Cf. ibid., pp. 215-219. En términos políticos –sin que esto agote su complejidad
como proyecto cultural y civilizatorio– la modernidad ha sido un campo en barbecho
para el mal. Desde la consolidación del Estado y su imposición sobre los individuos,
la modernidad no ha sido capaz de imposibilitar los totalitarismos que, más allá del
carisma siniestro de sus líderes, ha abierto al mal realmente existente desde la acción
del hombre común: nazismo, estalinismo, maoísmo, fascismo. La historia del capita-
lismo y la democracia también está plagado de episodios en donde la codicia y la
vileza florecen.
16
Ibid., p. 219.
17
Ibid., p. 221.
La libertad y el destino
18
Ibid., p. 225.
19
Idem.
20
Ibid., p. 227.
Por ello, el ser inteligible sólo puede actuar según su propia natura-
leza íntima, al igual que sólo puede actuar de modo totalmente libre
y absoluto, o lo que es lo mismo, la acción sólo puede proceder de
su fuero interno según el principio de identidad y con una absoluta
necesidad, la cual es también la única libertad absoluta pues sólo es
libre aquello que actúa según las leyes de su propia esencia y que
no se encuentra determinado por ninguna otra cosa ni dentro ni
fuera de él.21
23
Idem.
24
Ibid., p. 233.
Ser culpable es reconocer que nuestro ser está en falta por no poder
tener en sí mismo las condiciones de su propia existencia. Y en este
existir nos hemos traído con nosotros nuestra dote de deseos y apetitos
que, alcanzando la conciencia, se afirman en tanto tales expresando el
conflicto entre libertad y necesidad y con esto abren la posibilidad del
bien y del mal.
25
Ibid., p. 235.
26
Agudamente, F. Pérez-Borbujo detecta que tras esta extraña explicación de Schelling
se encuentra Platón: “Schelling, en una visión trascendental, afirma que el ser del hombre
radica en una decisión anterior al tiempo, cooriginaria con la posición del mundo. Dado
que el ser es querer, el ser del hombre concreto consiste en una determinación original y
necesaria de su libertad en el nivel preconsciente. Platón, en el mito de Er elaborado al
final de la República, afirma en clave mítica que en un mundo preexistente hemos elegi-
do un estilo determinado de vida, un cuerpo e incluso un lugar, y posteriormente, al
cruzar las aguas del río Leteo antes de ingresar en el escenario del mundo, hemos olvi-
dado esta decisión que, no obstante, está latente y nos constituye [...] Schelling, en la
línea de Platón, sostiene que nuestro carácter y todas nuestras circunstancias son la en-
carnación de nuestra decisión. A esta idea responde el sentimiento de ser aquí como ya
éramos desde la eternidad”. (Veredas del espíritu: de Hume a Freud, 2007, p. 142.)
27
F. W. J. Schelling, op. cit., p. 221.
humana, p. 237.
77
2
Idem.
3
Ibid., p. 227.
4
Ibid., pp. 239-241.
La fatalidad de la escisión
5
Ibid., p. 241.
6
Cf. Idem. En su descripción de cómo acontece la pretensión humana de alzarse
como centro dominante, Schelling recrea el mito de la seducción humana ante la astucia
de la serpiente: al comer los frutos del árbol que está en medio –en el centro– del jardín
se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal,
7
Ibid., p. 243.
8
Idem.
9
Idem.
La ambigüedad de la revelación
10
Cf. ibid., pp. 243-245.
11
Cf. ibid., pp. 251-253.
12
Ibid., p. 253.
13
Ibid., p. 255.
14
Idem.
15
Ibid., p. 257.
El conflicto de la finitud
18
Ibid., p. 265.
Por eso se puede decir con total corrección de modo dialéctico que
bien y mal son lo mismo vistos simplemente desde distintos lados,
o que el mal es en sí, esto es, en la raíz de su identidad, el bien, del
mismo modo en que el bien, por su parte, contemplado en su escisión
o en su no-identidad, es el mal. Por eso es también completamente
correcto decir que aquel que no tiene dentro de sí ni la materia ni
las fuerzas del mal es también incapaz del bien, de lo que en nuestros
tiempos hemos visto suficientes ejemplos. Las pasiones a las que
declara la guerra nuestra moral negativa son las fuerzas de las cua-
les cada una tiene una raíz común con la virtud que le corresponde.19
19
Ibid., p. 267.
Donde no hay lucha no hay vida (denn wo nicht Kampf, da ist nicht
Leben) y no hay existencia humana donde no hay conflicto entre las
distintas fuerzas solicitantes de los principios que la constituyen, y don-
de no hay conflicto no hay victoria ni derrota relativas del bien y del mal
como actos humanos efectivos. Cada una de estas opciones éticas se
distingue cualitativamente, no por anular la resistencia de la otra, sino
por oponerse a ella transfigurando la expresión de su raíz común. Asu-
miendo esta raíz común, el espíritu –reunión activa del deseo, el sen-
timiento y la pasión con la inteligencia– se torna creador y procrea
obras, saber o acciones como “principio efectivo de todo arte o ciencia”20
o formas de vida que no se arredran ante la finitud de la existencia sino
que la afirman en la constante variación de su libertad sin renunciar a los
requerimientos del fundamento. Y, quién sabe, quizá allí, en la afirma-
ción recreadora de la propia finitud consciente de lo inexorable de su
disolución, se encuentre una clave para contener el dolor y transfigu-
rarlo en alegría.
La naturaleza y el mal
20
Ibid., p. 299.
21
Ibid., p. 269.
22
Ibid., p. 271.
23
Ibid., p. 273.
El fundamento originario
24
Ibid., p. 279.
25
Ibid., pp. 279-281.
26
Ibid., p. 281.
27
Idem.
28
Ibid., p. 283.
29
Ibid., pp. 283-285.
30
Ibid., p. 285.
31
Cf. ibid., pp. 283-285.
32
Cf. ibid., pp. 285-287.
33
Ibid., p. 273.
34
Ibid., p. 291.
35
Ibid., p. 293.
36
Ibid., p. 297.
39
Ibid., p. 301.
40
Ibid., p. 303.
41
Idem.
1
Cf. F. W. J. Schelling, Las edades del mundo, p. 55.
99
2
“Lo pasado es sabido, lo presente es conocido, lo futuro es presentido [geahndet].
Lo sabido es narrado, lo conocido es expuesto, lo presentido es predicho
[geweissagt]”. (Ibid., p. 49)
3
Cf. ibid., p. 55.
4
Idem.
5
“La trampa hermenéutica es de todo punto demasiado obvia. Nuestras reflexiones
sobre todo aquello que antecede a la verbalización y está fuera de ella no son sino
traducciones en forma de metáforas y analogías. El mismo concepto de lo prelingüístico
o de lo no-lingüístico es inevitablemente verbal […] no podemos siquiera ‘pensar’ en
ello sin adulterarlo con un discurso verbal. Casi es posible definir al hombre como una
especie cuyo acceso al universo (porque no es nada más que eso) del silencio es
extraordinariamente limitado y tiene un carácter falsificador”. (George Steiner, Pasión
intacta, p. 214.)
6
F. W. J. Schelling, op. cit, p. 135.
7
Ibid., p. 49.
8
Idem.
que recoge su fuerza en el pensar y decir del dinamismo del propio ser
vivo, no se puede consumar en una estructura ensamblada conceptual-
mente en la que se pretenda identificar absolutamente a ese mismo ser
vivo? ¿La filosofía, que es historia, no puede cerrarse porque el deve-
nir del ser, cuyo desarrollo narra, no consigue consumarse? ¿La filo-
sofía, entonces, está condenada al fracaso o, en el mejor de los casos,
a la mera tentativa en su aspiración por alzarse como conocimiento
efectivo? ¿El no poder alcanzar plenamente su constitución científica
y, sin embargo, no renunciar a su pretensión al saber es la tensión que
la impulsa a derivar en un ensayo narrativo? ¿Cómo construir la narra-
ción sobre el ser vivo? ¿Cómo darle forma al ensayo de la filosofía para
narrar la historia del ser?
Todas estas preguntas pueden alumbrarse más claramente afron-
tando la cuestión de la cual proceden: ¿cómo es pensado el ser vivo
cuyo desarrollo se expone en la filosofía? “Lo vivo de la ciencia supre-
ma sólo puede ser lo vivo primigenio [das Urlebendige], el ser al que
no precede otro, el primero o el más antiguo de los seres”.9 ¿Qué forma
de narración puede resultar aquella que pretende remontarse al más
antiguo de los seres pensado como lo vivo primigenio? ¿La filosofía,
como narración sobre el principio de todo, no es una desviación respec
to a los cauces dominantes del pensamiento moderno que, al funda-
mentar al conocimiento en la síntesis de intuición y concepto, señala
como delirios de la razón todo intento por adentrarse en los océanos
herméticos de lo inconmensurable? ¿Insistir en pensar y reflexionar el
principio es un retorno a la oscuridad que la razón ilustrada moderna
ha puesto fuera de los límites de sí misma?
La tentativa de pensar y narrar el principio de todo como ser vivo,
real, se inscribe dentro de la trayectoria de la modernidad filosófica
escindida entre su proyecto dominante de situar al sujeto conscien-
te como fuente que, desde su propio aislamiento constitutivo, provee
toda determinación y reflexión sobre los distintos territorios en los
que la razón puede imperar constitutiva o regulativamente, y su tenden-
cia marginal que ve al hombre, a sus pasiones y sentimientos, así como
a su razón, transido por el principio y las fuerzas de la naturaleza que,
9
Idem.
10
Idem.
11
Ibid., p. 50.
12
Ibid., p. 120.
13
Ibid., p. 50.
14
Ibid., p. 120.
Cf. ibid., pp. 50 y 121. Para la concepción platónica del pensar como diálogo del
16
La evocación
17
Cf. ibid., p. 51 y pp. 52 y 122.
18
Ibid., p. 56.
19
Ibid., p. 173.
20
Ibid., p. 56.
21
Ibid., pp. 56-57.
22
Ibid., p. 57.
23
Ibid., p. 55.
24
Ibid., p. 57.
25
La sintonía de Schelling con Novalis –al menos en el desbrozo del acceso– es
clara. Escribe Novalis: “No conocemos las profundidades de nuestro espíritu. Hacia
dentro de nosotros mismos nos lleva un misterioso sendero. Dentro de nosotros, o en
ninguna parte, se encuentra la eternidad con todos sus mundos, el pasado y el futuro
[…] ¿Cómo puede un hombre comprender el sentido de algo si no lleva en sí el germen
de eso que comprende?” (Novalis, Fragmentos, p. 7.
26
Cf. F. W. J. Schelling, op., cit., pp. 52.
27
Idem.
28
Idem.
29
Ibid., p. 248.
30
Cf. ibid., p. 53.
31
Cf. ibid., p. 123.
32
Ibid., pp. 53 y 124.
de la historia del ser sino acercarse a narrar esta historia como forma de
hacernos de esos conflictos y, por lo tanto, de nosotros mismos.
Principio y sistema
33
Ibid., p. 78.
34
Idem.
35
Idem.
36
Ibid., p. 79.
37
Ibid., p. 80.
38
Idem.
39
Cf. idem.
40
Ibid., p. 257.
41
Ibid., p. 80.
42
Ibid., p. 256.
43
Ibid., p. 81.
44
Ibid., pp. 258 y 81.
La primera idea
1
F. W. J. Schelling, Las edades del mundo, pp. 57-58.
2
Ibid., p. 132.
3
Ibid., p. 134.
4
Ibid., p. 135.
119
5
Cf. ibid., pp. 27-28.
Así pues, los principios que percibimos en el tiempo son los autén-
ticos principios interiores de toda vida, y la contradicción no es sólo
posible sino necesaria […] la vida misma está en la contradicción.
Sin contradicción no habría vida, movimiento, progreso, sino un
letargo de todas las fuerzas. Sólo la contradicción impulsa o incluso
obliga a actuar. Así pues, la contradicción es propiamente el veneno
de toda vida y todo movimiento de la vida no es otra cosa que el
intento de derrotar a este veneno.6
Libertad y eternidad
6
Ibid., p. 128.
7
Cf. idem.
8
Idem.
9
Idem.
10
Ibid., p. 58.
11
Idem.
Incluso parece necesario que sea tanto un ente como un ser. Pues lo
eterno tiene que ser al mismo tiempo lo incondicionado. Pero, ¿qué
es lo incondicionado? El ser [Wesen] que es por y desde sí mismo;
cuya naturaleza consiste en un eterno ponerse o afirmarse por sí
mismo, y que por ello sólo puede ser pensado como lo que pone y
al mismo tiempo como lo que es puesto, como lo ente y como el ser
de sí mismo. ¿Cómo hay que resolver esta contradicción?12
12
Ibid., p. 129.
13
Idem.
14
Idem.
15
Ibid., pp. 129-130.
16
Ibid., p. 130.
Lo expresante y lo expresado
17
Cf. ibid., p. 59.
18
Ibid., p. 130.
19
Idem.
20
Ibid., p. 132.
21
Idem.
22
Idem.
23
Ibid., p. 133.
Sí, es una nada, pero como la libertad límpida es una nada; como la
voluntad que nada quiere, que nada desea, para la que todas las
cosas son iguales y que por tanto no es movida por ninguna de ellas.
Una voluntad así es nada y es todo. Es nada en la medida en que ni
desea llegar a ser operante ni desea ningún tipo de realidad. Es todo
porque sólo de ella, en tanto que libertad eterna, procede toda la
24
“[…] pues lo absolutamente primero sólo puede ser lo absolutamente último.
Sólo una indiferencia inmóvil, divina o (como diríamos más correctamente)
supradivina es lo absolutamente primero, el comienzo que al mismo tiempo es el
final”. (Idem.)
fuerza, porque tiene todas las cosas por debajo de sí, las domina
todas y no es dominada por ninguna.25
30
Cf. ibid., p. 134.
31
Ibid., p. 135.
32
Idem.
33
Ibid., p. 59.
34
Ibid., p. 136.
35
Ibid., pp. 59-60.
36
Cf. ibid., p. 60.
37
Ibid., p. 59.
38
Ibid., p. 136.
39
“Así pues, recuerda si has disfrutado de esos raros instantes de una satisfacción
dichosa y perfecta en que el corazón no desea nada, en que deseas que esos instantes
sigan siendo eternamente como son y que para ti son realmente como la eternidad;
recuerda esos instantes e intenta recordar también cómo precisamente, sin que tú seas
consciente de esto, sin que puedas hacer algo al respecto o puedas defenderte, se
genera una voluntad que en poco tiempo te atrae a sí y te arrastra a la vida operante;
recuérdalo y tendrás ahí una imagen aproximada de lo que aquí nos proponemos
describir”. (Ibid., p. 136.)
desear la eternidad de ese instante es, tal vez, lo más cercano que poda
mos experimentar de la muerte antes de la muerte.
Esta experiencia extática se aproxima pero no se identifica con el
deseo que se genera en la eternidad de la voluntad que nada quiere
porque aquí el anhelo de llegar a sí misma no se dirige desde el tiempo
a la eternidad, sino que se genera internamente en la eternidad misma.
En lo primero supremo y en reposo se genera lo segundo que es el
deseo de búsqueda de sí mismo. En lo primero el ser de la esencia aún
no es realmente, por lo cual ésta tiene que buscarse, pero esta búsque-
da permanece en la profundidad de sí misma debido a la plenitud que
contiene. Buscarse –sin encontrarse– a sí mismo en la plenitud interior
e inconsciente es el segundo momento –después de la serenidad de la
voluntad que nada quiere– en el que Schelling construye la idea de un
principio, no sólo generador de todas las cosas, sino eternamente ge-
nerador de sí mismo.
En el seno de la voluntad que nada quiere –trastocada por su bús-
queda inconsciente de sí misma– se genera una segunda voluntad. En
la eternidad, al buscarse sin encontrarse, se genera otra voluntad, inde-
pendiente, que busca ciegamente la esencia.40 La voluntad que nada
quiere, al carecer de movimiento que la impulse fuera de ella, no ge-
nera nada por sí misma. No obstante, la voluntad que nada quiere
tampoco quiere la nada y esto la interioriza en su propia plenitud
incoando el deseo de buscarse a sí misma. El despertar el anhelo de la
eternidad de ir a sí misma posibilita que, no por ella ni desde ella
sino en ella, se genere otra voluntad eterna que precisamente es la que
busca y presiente, ciegamente, la esencia de la cual ella misma carece.
La interioridad serena del estado profundo de la esencia no genera
efectivamente nada, sino que su movimiento interno –como ansia de
buscarse y tenerse– acoge la generación de la voluntad de existencia.
La voluntad de existencia, acogida por el anhelo inconsciente de la
voluntad que nada quiere, se genera a sí misma. Creada en la eternidad,
“incondicionada, omnipotente en sí ”, la voluntad de existencia es el
comienzo de lo operante porque, más allá del “querer puro de la eter-
nidad” que no puede preceder activamente a nada, ella es voluntad
40
Cf. ibid., p. 136.
41
Cf. ibid., pp. 136-137.
42
Cf. ibid., p. 137.
43
Idem.
44
Idem.
45
Cf., ibid., p. 47.
1
F. W. J. Schelling, Las edades del mundo, p. 61.
135
que nada quiere, “no puede ser separada de ella en relación al acto”.2
Generándose como voluntad eterna en la voluntad que nada quiere –en
la eternidad que no es más “que el brote y la afirmación infinitas de
sí misma”–, la voluntad de existencia, en relación a la primera volun-
tad, es “de naturaleza limitadora, contractiva, negadora”.3 El acto es el
vínculo mismo de las dos voluntades en el cual ambas se relacionan y
alteran en su coincidencia. En la unidad opuesta –pero aún no propia-
mente contradictoria ni, mucho menos, en colisión– ente y no-ente
son un mismo ser. En tanto ente, la unidad es la afirmación de la as
piración por salir de sí; en tanto no ente es cierre y esfuerzo activo por
retornar a la ocultación.4 Inicia así una serie de ascensos y descensos
continuos en donde ente y no ente, ente y ser, sujeto y objeto adquieren
sentido por el lugar y el momento que ocupan en la serie.
En la unidad del acto coinciden las dos voluntades y en esta coinci-
dencia se da también una relación. La voluntad de existir, por la con-
tracción que ejerce, encierra a la afirmación infinita de la libertad de la
voluntad que nada quiere que, por su aprehensión, se convierte en
aquello de lo cual proviene toda fuerza efectiva y, por este tener dentro
de sí a lo afirmativo, la voluntad de existencia –la que generándose a
sí misma provoca la contracción o limitación en la voluntad que nada
quiere– se vuelve voluntad operante. Por esta distinción y oposición en
la unidad “se contrae la esencia en el ser”.5 El acto inicial de la primera
voluntad operante consiste en la absorción de la esencia en el ser cons-
tituyéndose en lo primero real. “Así pues, –dice Schelling– a partir de
ahora ya no tenemos que considerar dos voluntades, sino una sola
voluntad en la que ambas se han fundido y a la que llamaré la prime-
ra voluntad operante o, de acuerdo con su totalidad, simplemente lo
primero real”.6 La contracción de la esencia en el ser constituye a la vo-
luntad como principio real cuyo desarrollo se expresa en el devenir: la
esencia contraída en el ser es la voluntad primordial en la cual el Ser
2
Ibid., p. 63.
3
Cf. ibid., pp. 60-61.
4
Cf. ibid., p. 62.
5
Ibid., p. 63.
6
Idem.
7
Idem.
8
Ibid., p. 137.
9
Idem.
10
Idem.
11
Ibid., p. 138.
12
Idem.
13
Idem., p. 138.
14
Idem.
15
Idem.
16
Ibid., p. 139.
17
Idem.
La contradicción interna
18
Cf. ibid., p. 140.
19
Idem.
20
Ibid., p. 180.
21
Idem.
22
Ibid., p. 181.
23
Idem.
24
Ibid., p. 181.
25
Idem.
26
Cf. ibid., p. 182.
27
Ibid., p. 183.
28
Ibid., pp. 177-178.
29
Cf. ibid., p. 183.
30
Ibid., p. 185.
31
Ibid., p. 184.
1
F. W. J. Schelling, Las edades del mundo, p. 185.
2
Idem.
147
3
Ibid., p. 186.
4
Idem.
5
Cf. idem.
6
Ibid., p. 187.
luntad se dispone como operante, pero fuera de ella no hay nada; por lo
tanto, ella quiere lo encerrado en sí –lo afirmador– y esto genera la se-
gunda potencia de la naturaleza.
La segunda potencia es la que en la primera estaba asimilada a lo
negativo (A=B). Al retirar a lo negativo (B) poniéndolo propiamente
como tal mediante el incremento de lo esencialmente afirmador (A), esto
se alza como la potencia de sí mismo (A2). En la construcción de las
potencias de la naturaleza A=B es lo precedente y A2 es lo consecuente.
La naturaleza del principio negador es la de contener y encerrar la
esencia. El principio afirmador sólo es ente contraponiéndose y refrenan
do a lo que lo niega. Pero esta acción de lo ente no es posible sin la
negación que lo precede. El fundamento de que lo ente opere y se
manifieste reside en la potencia negadora: la negación fundamenta el
deseo de la voluntad afirmativa de sí misma y su incremento potencial.
La contraposición primigenia de las potencias radica en la relación
contrapuesta e inversa de las “fuerzas vitales primeras”: en la primera
potencia lo afirmador era lo interior, lo encerrado, y lo negador era lo
encerrador, lo exterior. En la segunda potencia se invierte la posición
de las fuerzas de los principios: lo negador y contractivo se interioriza y
lo afirmador, como lo propiamente libre, se exterioriza. Las potencias están
alejadas por la contraposición –lo que en una es externo en la otra es
interno– y, a la vez, cercanas porque una inversión de la contraposición
traslada lo exterior a lo oscuro y, recíprocamente, libera lo interior.7 La
contraposición y su poder de invertirse sientan las bases para compren-
der la alternancia en la sucesión: día/noche; luz/tinieblas, bueno/malo.
La contraposición posible de invertirse y alternarse es el preludio de
la división que parece desgarrar a la naturaleza que, no obstante, debi-
do a que lo propio de cada una de sus dos primeras potencias se exte-
rioriza oponiéndose a la otra, tiende a la unidad. En la naturaleza de las
fuerzas vitales primeras se encuentra no sólo aquello que las contrapo-
ne, sino también aquello que las impulsa a reunirse: la fuerza negadora
sólo puede ser tal conteniendo a lo que, por sí mismo, es tendencia a la
apertura, y el ser afirmador se o-pone liberando lo encerrado. La con-
traposición de las potencias no sólo no suprime a la unidad de la esencia
7
Cf. idem.
8
Cf. ibid., pp. 187-188.
9
Ibid., p. 188.
10
Idem.
11
Cf., ibid., pp. 188-189.
12
Ibid., p. 189.
13
Idem. Schelling –además de en ciertos mitos griegos y judíos, así como en la
mística de Jakob Böhme– encuentra en el fuego siempre vivo de Heráclito una
resonancia antigua de este pensamiento sobre la vida de la naturaleza primordial al que
considera que ha llevado a su verdadera formulación filosófica. “Eternamente se genera
la contraposición para ser consumida una y otra vez por la unidad, y eternamente la
contraposición es consumida por la unidad para revivir de nuevo” (idem.) Junto con el
fragmento xxx –“Este mundo, el mismo para todos, no lo hizo ninguno de los dioses
Un abismo de pasado
ni de los hombres, sino que fue, es y será fuego siempre vivo, que se enciende y se
apaga acompasadamente”–, el fragmento xci es clave para establecer la huella del
efesio: “Se dispersa y reúne, más ni de nuevo ni después, sino que el tiempo se forma
y disuelve, aproxima y aleja”. José Luis Gallero y Carlos Eugenio López, eds., Heráclito:
fragmentos e interpretaciones.
14
Ibid., p. 190.
15
Idem.
16
Idem.
17
Idem.
18
Cf. ibid., p. 191.
19
Idem. (Las cursivas son mías.)
20
Idem.
21
Ibid., p. 134.
22
Ibid., p. 194.
23
Ibid., p. 195.
24
Cf. ibid., pp. 195-196.
25
Ibid., p. 196.
26
Cf. ibid., pp. 196-197.
El surgimiento de la materia
29
Ibid., p. 199.
30
Ibid., p. 199.
31
Ibid., p. 200.
32
Ibid., p. 201.
33
Ibid., p. 202.
34
Ibid., p. 203
35
Ibid., p. 204.
La divinidad completa
1
F. W. J. Schelling, Las edades del mundo, p. 204.
2
Ibid., p. 207.
3
Cf. idem.
163
4
Cf. ibid., pp. 55-56.
5
Ibid., p. 207.
6
Ibid., p. 208.
7
Idem.
8
Ibid., pp. 208-209.
9
Ibid., p. 209.
10
Ibid., p. 210.
11
Idem.
12
Idem.
13
Ibid., p. 211.
14
Ibid., p. 212.
15
Cf. ibid., p. 211.
16
Cf. ibid., p. 212.
17
Idem.
18
Cf., ibid., pp. 212-213.
19
Ibid., p. 212.
23
Cf. idem.
24
Ibid., p. 133.
25
Cf. ibid., p. 184.
26
Ibid., p. 224.
Todo lo que tiene una libertad frente a Dios tiene que proceder de
un fundamento independiente de él, y aunque originariamente y en
sentido estricto sea en Dios, tiene que proceder de algo (ha de tener
como base, como elemento diferenciador, algo) que en Dios mismo
no es Él mismo. Así pues, la existencia de un mundo de espíritus
presupone algo que desde la eternidad es en Dios o cabe Dios [in
oder bey Gott] sin ser Dios mismo.28
27
Ibid., p. 106-107.
28
Ibid., p. 149.
Crisis
1
F. W. J. Schelling, Las edades del mundo, pp. 216-217.
2
Cf. ibid., p. 217.
173
5
Ibid., p. 218.
6
Idem.
7
Cf. ibid., p. 219.
La voluntad de naturaleza
8
Cf. ibid., pp. 141-142.
9
Ibid., p. 142.
10
Idem.
11
Ibid., p. 143.
12
Idem.
13
Ibid., p. 143.
14
Idem.
15
Ibid., p. 144.
16
Ibid., p. 69.
17
Ibid., p. 70.
18
Ibid., p. 76.
19
Ibid., pp. 221-222.
20
Ibid., p. 147.
21
Cf. ibid. pp. 147-148.
22
Cf. ibid. p. 222.
23
Cf. ibid. p. 220.
24
Ibid., p. 219.
1
“Podemos, pues, tener la esperanza de acercarnos a la verdad en la proporción
en que tomemos todo humanamente”. (F. W. J. Schelling, Las edades del mundo,
p. 149.) Acercarse a la verdad, no supone aprehender ésta reduciéndola a fórmulas
meramente conceptuales. La verdad de que aquí se trata sólo puede ser sugerida
simbólicamente desde la construcción conceptual que la altera.
185
2
Cf. idem.
3
Ibid., p. 148.
4
Ibid., p. 150.
5
Ibid., p. 228.
6
Ibid., p. 151.
7
Cf. idem.
8
Cf. ibid., p. 229.
9
Idem.
10
Ibid., pp. 219-220.
11
Ibid., p. 67.
12
Ibid., p. 68.
13
Ibid., p. 152.
14
Ibid., p. 68.
15
Ibid., p. 152.
16
Idem.
17
Idem. Schelling insiste en que en cada vida “comienza un nuevo tiempo existente
por sí mismo, que está enlazado inmediatamente con la eternidad; a cada vida le precede
inmediatamente, pues, una eternidad, e igual que en aquella generación primera también
en la generación temporal todo lo exterior sólo es parte o eslabón de una cadena que
va hasta lo supremo”. (Ibid., p. 226.)
18
Ibid., p. 154.
19
Idem.
20
Ibid., p. 154.
21
Idem.
22
Ibid., p. 155.
23
Ibid., p. 156.
24
Ibid., p. 231.
25
Ibid., p. 232.
26
Idem.
La contradicción suprema
27
Ibid., p. 233.
28
Ibid., p. 156.
29
Idem.
30
Cf. ibid., pp. 156-157.
31
Cf. ibid., p. 177.
32
Ibid., p. 157.
33
Idem.
37
Cf. ibid., p. 158.
38
Ibid., p. 178.
39
Idem.
40
Cf., idem.
Conflicto y decisión
1
F- W. J. Schelling, Las edades del mundo, p. 158.
199
2
Ibid., p. 233.
3
Ibid., p. 234.
4
Idem.
5
Ibid., p. 235.
6
Cf. ibid., p. 159.
7
Idem.
8
Cf., ibid., p. 235.
9
Ibid., p. 236.
10
Cf. ibid., p. 160.
11
Ibid., p. 160.
12
Ibid., p. 161.
13
Idem.
14
Ibid., pp. 161-162.
17
Ibid., p. 162.
18
Ibid., p. 163.
19
Ibid., p. 164.
20
Idem. Aquí mismo, Schelling sugiere que la precedencia de lo contractivo en la
sucesión de las potencias se recoge y forma en la cultura humana: “El mismo carácter de
cierre se nos presenta en la muda seriedad del egipcio, en los gigantescos monumentos
de la India, que no parecen construidos para una época, sino para la eternidad, e incluso
en la silenciosa grandeza, en la sublime paz de las obras más antiguas del arte helénico,
que, aunque mitigada, aún portan la fuerza de esa sólida edad del mundo”.
21
Ibid., pp. 239-240.
22
Ibid., p. 242.
23
Ibid., p. 243.
24
Ibid., p. 244.
25
Idem.
26
Idem.
27
Ibid., p. 245.
28
Ibid., p. 246.
1
F. W. J. Schelling, Las edades del mundo, p. 65.
211
2
Idem.
3
Ibid., p. 66.
4
Ibid., pp. 68-69.
5
Ibid., p. 70
6
Ibid., pp. 69-70.
7
Ibid., p. 71.
10
En su ensayo “El estupro de la nada”, incluido en su libro Alfabetos (p. 27), C.
Magris escribe: “La nada que vibra en el origen y, por tanto, en toda creación que es
siempre a su modo originaria, es estremecedora porque es absolutamente no humana,
inimaginable, radicalmente distinta respecto a todo lo que pensamos, sentimos,
deseamos, tenemos e imaginamos. Así pues, toda creación vence a la nada pero, a la vez,
la desencadena, la introduce en el mundo; es también un agujero abierto en la realidad,
un jirón, una falla”.
La generación
11
Ibid., p. 70.
12
Ibid., p. 82.
13
Ibid., p. 82.
14
Ibid., p. 83.
15
Idem.
16
Ibid., p. 141.
17
Ibid., p. 88.
18
Idem.
19
Idem.
20
Idem.
21
Ibid., p. 89.
Pues en el ser […] también hay lo ente; pero en lo ente en tanto que
tal es a su vez lo ente de esto ente; y si se puede designar a aquél en
la distinguibilidad actual de los principios o como diferencia articu-
lada mediante la fórmula A=B, habría que expresar a lo ente eleva-
do a lo espiritual y consciente mediante A2.22
22
Idem.
23
Idem.
24
Cf. ibid., pp. 89-90.
25
Ibid., p. 90.
1
F. W. J. Schelling, Las edades del mundo, p. 94.
2
Cf., ibid., p. 95.
227
3
Idem.
4
Idem.
5
Idem.
6
Ibid., p. 96.
7
Ibid., p. 91.
8
Ibid., p. 96.
9
“En la limpidez primigenia, en la eternidad pura, no se puede pensar acción
alguna, actividad alguna, o en la medida en que esto suceda se piensa ya otra cosa como
generándose en ella; así pues, de ella no se puede seguir nada a través de un acto o de
un movimiento propio; ella sólo es un brotar o fluir eterno, igual a la belleza, que en
el estado de mayor paz inunda de gracia”. (Ibid., p. 103)
10
Ibid., p. 96.
11
Idem.
12
Cf., ibid., p. 97.
13
Idem.
El mundo y el tiempo
16
“Es fácil decir (y ahora es la opinión generalmente captada) que el tiempo no es
algo real, independiente de nuestra manera de representar. […] Y sin embargo, cada
cual experimenta incontestablemente en su propia actuación la esencialidad del tiempo;
e incluso a quienes afirman su nihilidad el tiempo sabe obligarlos a lamentarse en voz
alta de su terrible realidad”. (Ibid., p. 127.)
17
Ibid, p. 97.
18
Idem.
19
Cf. ibid., pp. 97-98.
20
Cf. ibid., p. 98.
21
Ibid., p. 99.
22
Idem.
23
Idem.
24
Idem.
25
Idem.
26
Ibid., p. 100.
27
Idem.
28
Ibid., pp. 100-101.
29
Ibid., pp. 101-102.
30
Ibid., p. 102.
31
Idem.
32
Idem.
33
Idem.
La vida autónoma
1
F. W. J. Scheling, Las edades del mundo, p. 71.
2
Ibid., p. 72.
241
3
Idem.
4
Ibid., pp. 71-72.
5
Ibid., p. 72.
6
Idem.
El cuerpo consciente
7
Ibid., p. 73.
8
Idem.
9
Ibid., 86.
10
Ibid., p. 87.
El delirio dionisiaco
11
Idem.
12
Idem.
13
Idem.
14
Ibid., p. 74
15
Ibid., p. 254.
16
Ibid., p. 75.
17
Idem.
18
Ibid., p. 254.
19
Idem.
20
Cibeles –cuyo culto pasó de Asia Menor a Grecia siendo asimilada a Rea– es la
diosa de la naturaleza salvaje. Rea es una de las Titánides que, casada con Cronos –el
tiempo– forman la pareja que sustituyó a Urano y Gea –la unidad opuesta que antes
de su separación violenta engendraba todo sin dejar salir nada.
21
F. W. J. Schelling, op., cit., p. 75.
22
“La música atrae a su oyente a la existencia solitaria que precede el nacimiento,
que precede la respiración, que precede el grito, que precede la espiración, que precede
la posibilidad de hablar.
De este modo la música se hunde en la existencia originaria”. (P. Quignard, Butes,
p. 58.)
23
F. W. J. Schelling, op., cit, p. 255.
24
Idem.
25
Ibid., p. 76.
26
Ibid., p. 77.
27
Ibid., p. 78.
La ética y el lenguaje
1
F. W. J. Schelling, Las edades del mundo, pp. 83-84.
253
2
Ibid., p. 84.
3
Idem.
4
Idem.
5
Píndaro, Píticas II, 72.
Derivas éticas
8
Cf. ibid., p. 106.
9
Idem.
10
Idem.
Así pues, aquí cada cual reconoce una libertad que en sí es necesidad
y no libertad en ese sentido posterior que sólo tiene lugar donde hay
contraposición. De ahí que el juicio ético general reconozca en cada
hombre (y por tanto en general) una región donde no hay fundamen-
to [Grund] alguno sino libertad absoluta que es para sí misma des-
tino, necesidad.11
11
Idem.
12
Idem.
15
Idem.
16
Idem.
17
Idem.
18
Cf. ibid., pp. 108-109.
19
Ibid., p. 109.
20
Idem.
21
Ibid., p. 110.
22
Ibid., p. 111.
23
Idem.
1
Miguel de Cervantes Saavedra, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha,
ii, p. 168.
2
Ibid., p. 107.
3
Cf. F. W. J. Schelling, Las edades del mundo, p. 112.
265
4
Idem.
5
Ibid., p. 255.
Básica
Complementaria
Barco, Óscar del. Exceso y Donación. La búsqueda del Dios sin Dios.
Buenos Aires, Biblos, 2003.
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Castalia, 1978.
Citati, Pietro, La luz de la noche. Los grandes mitos en la historia del
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2011.
Föndényi, Laslo F. Melancolía. Trad. de Adan Kovacsics. Barcelona,
Círculo de lectores/Galaxia Gutenberg, 2008.
267
Prólogo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
EL MAL Y LA HISTORIA. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 57
Aspirando retornar al caos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 57
Los apetitos y la libertad. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 59
La naturaleza y la historia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 62
Crítica de la espontaneidad y el determinismo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 69
La libertad y el destino. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 70
271
AVISTAR LO TERRIBLE. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 99
La memoria del mito. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 99
Hacia una filosofía narrativa. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 102
El pensar como rememoración. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 105
La evocación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 108
El arrebato del filósofo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 111
Principio y sistema. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 114
Crítica del idealismo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 116
LO INCONDICIONADO. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 119
La primera idea. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 119
La experiencia elemental del tiempo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 120
Libertad y eternidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 121
Lo expresante y lo expresado. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 124
Voluntad que nada quiere. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 126
Voluntad eterna de existencia. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 128
Epílogo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 265
Bibliografía. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 267
Básica. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 267
Complementaria. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 267