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MANUAL DE ANTROPOLOGÍA.

AUTORA: SARA GALLARDO

EL SER PERSONAL: UNA MIRADA AL HOMBRE

INTRODUCCIÓN

Desde que el ser humano tomó conciencia de sí mismo y de la realidad, siempre se ha


preguntado el porqué de su existencia, la racionalidad del mundo, y por el destino del cosmos y
en especial de sí mismo. Tal como sostiene el filósofo personalista Juan Manuel Burgos:

La pregunta sobre el hombre es una constante universal. Todo hombre, toda mujer, se
pregunta sobre sí mismo, busca saber lo que es o, mejor dicho, quién es, y responder a las
preguntas fundamentales sobre la existencia: ¿qué significa ser libre?, ¿qué son mis
sentimientos?, ¿tengo un alma espiritual […] o ¿qué ocurre al morir? Esas preguntas forman
parte de la vida misma porque las personas no podemos vivir sin dar una respuesta más o menos
explícita a estas cuestiones. No hacerlo supondría vivir en el absurdo, en la ignorancia o en la
irracionalidad, algo evidentemente inhumano. (Burgos, 2003, p. 13).

En efecto, la existencia del ser humano, que se diferencia de los animales precisamente por su
espiritualidad, que le dota de racionalidad y libertad, es la existencia de un ser inquieto que se
plantea numerosas preguntas. Entre ellas, hay algunas que podemos denominar “últimas”, para
las que no es fácil encontrar una respuesta. De estas cuestiones últimas, que también podemos
denominar preguntas fundamentales de la existencia humana, se ocupa habitualmente la
Filosofía. Más concretamente, una de sus ramas a la que podemos denominar Antropología o
Antropología filosófica.

Etimológicamente “Antropología” es el conocimiento (logos) sobre el hombre (anthropos). Así


pues, a lo largo de este manual el objeto de nuestro estudio es la persona humana. Ciertamente,
muchas disciplinas estudian al ser humano desde una determinada perspectiva: la Medicina, la
Historia, la Filología o la Economía, tienen al hombre como objeto de investigación. ¿Qué es lo
peculiar de la Antropología al estudiar al hombre? Que ella no se interesa de alguna
característica o dimensión especifica como lo hacen las demás ciencias (que, en este sentido,
podemos considerar ciencias humanas especializadas).

La Antropología se interesa por el hombre desde todos los puntos de vista porque le interesa
como una unidad, un todo, no sólo un aspecto, cualidad o dimensión de este, por ejemplo, el
lenguaje, las acciones pasadas, las relaciones mercantiles, su cuerpo sano o enfermo, etc. Todo
esto son cualidades del hombre, pero no son el hombre. La Antropología se pregunta por aquel
que posee esas cualidades. ¿Qué nos hace ser hombres, ser personas? ¿Por qué sólo el hombre
es capaz de todas esas cualidades mencionadas? ¿Por qué sólo él en el universo material es libre
o sufre o busca la felicidad? Así pues, la Antropología filosófica es la ciencia acerca del

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“hombre entero”. Por eso, lo que propiamente estudia del hombre la Antropología filosófica
tiene estas características específicas:

- La dimensión de totalidad de la realidad estudiada, no en sentido de que incluya o


sume todas las cualidades humanas, sino de que no tiene una visión parcial del
hombre sino global;

- Los aspectos esenciales del ser humano, no sus características accidentales y


cambiantes, que por ser esenciales son comunes a todos los hombres y su
conocimiento es universalmente válido;

- Las raíces de sus manifestaciones: la causa de que sea lo que es, de sus
comportamientos y actividades, más que las cualidades de esos comportamientos y
fenómenos de su conducta;

- El método racional que utiliza, que comienza con la experiencia, pero va más allá
de lo experimentable hacia sus raíces y causas.

Una vez visto el modo específico de estudiar al hombre que tiene la Antropología, vamos a
echar una mirada a la historia de la pregunta por el hombre, para aproximarnos así a nuestro
objeto de estudio: la persona humana.

UN CAMINO DEL PENSAMIENTO

Los pensadores que quieren comprender más profundamente al ser humano suelen tener en
cuenta la sabiduría de los mayores: lo que la tradición de los grandes sabios nos ha transmitido
sobre el hombre a lo largo de la historia. También nosotros podemos aprender a mirar y
reflexionar de forma más profunda sobre el ser humano gracias a las imágenes del hombre que
han sido propuestas y las que se plantean en la actualidad por parte de los filósofos. En realidad,
no podía ser de otra manera: todo ser humano vive con una u otra interpretación de sí mismo y
de sus congéneres, esto es, todos tenemos una Antropología, una determinada visión de qué es
el hombre, qué nos hace ser humanos, seamos conscientes de ello o no.

Si hacemos un breve recorrido histórico por aquellos pensadores que desde la Antigüedad
clásica se han dedicado a la reflexión sistemática sobre el hombre, tenemos en Sócrates y Platón
(s. V a.C.), especialmente en el diálogo Fedro, pero en realidad en la mayoría de ellos,
reflexiones acerca del hombre, su destino, su origen y su naturaleza. El discípulo de Platón,
Aristóteles (s. IV a.C.), sistematizó en el libro Sobre el alma (De anima) su propia doctrina
sobre la naturaleza y actividades del hombre, que a partir de él queda esencialmente definido
por su principio espiritual. (ARISTÓTELES, 1978). Asimismo, existen obras de san Agustín (s.

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IV d.C.) y de santo Tomás (s. XIII) sobre esta temática. Tras la Edad Media, con la llegada de la
Modernidad, Descartes abordó la pregunta del hombre con un método analítico que pensaba
separadamente cuerpo y alma, y de este modo creaba el problema de cómo explicar la unión
entre ambos. Kant, a finales de este período histórico, lanzó de nuevo la pregunta por el hombre.

Ahora bien, el enfoque de esta disciplina tal como hoy la conocemos se lo debemos a Max
Scheler, especialmente en su obra El puesto del hombre en el cosmos. (Scheler, 2000). Según él,
el hombre se caracteriza por ser algo importante por sí mismo, así como por el tipo de relaciones
que establece con la realidad que le circunda: frente a otros seres vivos e inertes, el ser humano
se distingue por su superioridad cualitativa: la razón. Esta le hace estar en la cúspide de la
pirámide del mundo natural.

Por otro lado, bien puede decirse que este manual se encuadra dentro de una Antropología
de enfoque personalista. El personalismo, como iremos viendo, es una filosofía sobre el hombre
que pone como eje y base de su reflexión el hecho de que el hombre es persona. Según los
personalistas, el modo personalista de entender al hombre implica lo siguiente:

[...] la necesidad de elaborar categorías filosóficas específicas para tratar a la


persona; la importancia radical tanto de la afectividad como de la relación
que se traduce en la importancia que se le concede a las relaciones
interpersonales; la primacía de los valores morales y religiosos frente a un
posible intelectualismo; la insistencia en el aspecto corporal y sexual de la
persona que, a su vez, depende de una tematización explícita del hecho de
que existen dos tipos o modos de ser persona: el hombre y la mujer; la
importancia que se atribuye a la dimensión social de la persona y a la acción
como manifestación y realización del sujeto, etc. (Burgos, 2003, p. 20).

Para poder dar su lugar y sentido a las cuestiones particulares de Antropología, algunas de
las cuales se acaban de mencionar (inteligencia, afectividad, corporalidad, etc.), que más
fácilmente atraen nuestra atención, es necesario no perder de vista o alcanzar una visión que
consiga darnos la perspectiva global sobre el hombre con la que nace esta disciplina.1 La
importancia de mantener esta visión global podemos comprenderla si consideramos que los
errores consisten siempre en una visión parcial de las cosas.

Teniendo pues en cuenta la necesidad de una visión o perspectiva global acerca de la


persona humana, vamos en primer lugar a detenernos ante el umbral de la pregunta central:

1
A esta tarea se dedican numerosos y buenos trabajos de Antropología sistemática. Por citar algunos:
VALVERDE, C.: Antropología filosófica. Edicep, Valencia 1995; HAEFFNER, G.: Antropología
filosófica. Herder, Barcelona 1986; CHOZA, J.: Manual de antropología filosófica. Rialp, Madrid 1988;
AMENGUAL, G.: Antropología filosófica. BAC Madrid 2007; YEPES, R.: Fundamentos de
antropología: un ideal de la excelencia humana. EUNSA, Pamplona, 2003. GARCÍA CUADRADO, J.
A.: Antropología filosófica: Una introducción a la filosofía del hombre, EUNSA, Pamplona, 2003, o el
ya citado de BURGOS VELASCO, J. M.: Antropología.

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¿Quién es la persona? ¿Cómo conocemos a la persona? Sólo tras responder a ello, en un


segundo momento, pasaremos a considerar la cuestión acerca de la naturaleza humana.

LO EXCLUSIVO DE CADA SER HUMANO: SER PERSONA

La pregunta por la persona impacta al hombre contemporáneo, instalado en su individualidad y


con muchas respuestas científico-técnicas, pero que ignora la profundidad de su propia
humanidad. Lo sabe todo acerca de las galaxias, cómo llegar a Marte o calcular cuándo se
producirá un Tsunami; sabe también muchísimas cosas acerca de cómo funciona su cerebro y
cómo puede estimular ciertas respuestas de su psiquismo natural o artificialmente, pero no sabe
para qué está él en este mundo. La técnica y la ciencia creen poder suplir el conocimiento del
hombre que antaño se buscaba en las humanidades, pero, realmente, lo único que pueden
responder es a la pregunta cómo somos, pero no quiénes somos ni para qué existimos. Pueden
describirnos como se describe a una máquina, con el peligro de deshacernos en piezas sin
encontrar nuestra alma, peor aún, de hacernos creer que sólo somos un conjunto de piezas (o de
elementos químicos, o de conexiones neurofisiológicas…). Hoy existe el grave peligro de ver y
tratar a las personas como a cosas, con la deshumanización de la vida humana que implica. De
ahí la urgencia de las humanidades, de volver a la pregunta ¿quién soy yo? para poder
defenderse de toda forma de “cosificación” o “alienación”, es decir, del intento de reducirnos a
un mero objeto o una realidad abstracta.

¿Qué significa ser persona? ¿Y cómo accedemos al conocimiento de la persona? Los filósofos
de la corriente llamada personalismo (E. Mounier, J. Lacroix, M. Nedoncelle, etc.) han
propuesto varios caminos abiertos y complementarios para responder a estas preguntas, que
tratan de entrar en el misterio de la persona. El personalismo surge como un movimiento
filosófico “en defensa de” la persona –pensemos que trata de responder a la situación histórica
del s. XX–. Vamos a presentar sus intuiciones de manera sencilla y breve.

1. 2. 1. Vías de acceso a la persona

“Conócete a ti mismo.” El oráculo de Delfos, dirigido a Sócrates en el s.VI a.C. manifiesta que
lo más cercano a nosotros no es lo más conocido por nosotros. Apunta también a otra verdad
importante: el conocimiento de la persona no es algo inmediato, que podemos alcanzar con el
simple autoanálisis o introspección. La persona es un misterio. La palabra misterio no significa
algo que no se puede comprender, sino algo cuyo conocimiento se nos tiene que conceder, se
nos tiene que abrir o permitir penetrar en ella. La persona permanece incognoscible mientras no
descubrimos cuál es la puerta y conseguimos que se nos abra. El personalismo ha mostrado que
querer conocer a la persona como una cosa nos aleja de ella, porque la alienamos y no la
descubrimos como lo que es, una persona. Pensemos, por ejemplo, en el modo actual de

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explicar el origen de la vida en las clases de biología: la persona en su originalidad y excelsitud


queda totalmente oculta e ignorada. ¿Podemos realmente decir que conocemos a nuestro hijo
porque sabemos cómo ha sido concebido? Tampoco es posible el autoconocimiento (el
conocimiento de sí mismo) por mero análisis e introspección, a pesar de lo que proponen
algunas corrientes de la Psicología.

¿Cuál es entonces el modo de conocernos a nosotros mismos, de conocernos como personas?


Remarquemos el primer rasgo tan sobresaliente de la persona: cada persona es una realidad
totalmente original. A este rasgo se añade otro: cada persona es una realidad totalmente
concreta.

El personalismo responde a la cuestión por el camino de acceso al misterio de forma muy clara:
la interpersonalidad. ¿Qué significa interpersonalidad? Significa relación yo-tú, una relación
no de cualquier tipo sino aquella en la que tiene lugar un auténtico encuentro entre personas,
iguales –sólo en mi encuentro con otra persona reconozco mi propio ser personal– y al mismo
tiempo distintas – cada una es irrepetible–. “La persona sólo se descubre a sí misma en su
encuentro con el otro.” (Pérez-Soba)

Vamos a ver qué condiciones tiene la interpersonalidad o, dicho de otro modo, la experiencia
que llamamos encuentro entre personas (inter-personal):

1ª Si la persona es un ser único y concreto, para conocernos es imprescindible la experiencia, el


trato, la relación concreta con otras personas. No nos conocemos pensando, generalizando,
leyendo o analizando. Podemos descubrir que somos generosos, idealistas, iracundos o resueltos
a través de mi experiencia en relación con otras personas. La convivencia es fuente de
conocimiento propio y ajeno.

2ª No basta cualquier trato, convivencia o experiencia para que sea reveladora de la persona: es
preciso que en esa relación la libertad de la persona se ponga en juego: sólo descubrimos
quiénes somos a través de nuestra libre conducta. Como dice el refrán castellano, “quien
demande pan y abrigo, va a saber quién es su amigo.”

3ª El encuentro se da cuando las personas se hacen presentes la una a la otra. Las cosas
simplemente existen, las personas están presentes. ¿Qué significa esto? Dos cosas: primero la
existencia de la persona es un modo absoluto de ser y valer; y segundo, la presencia personal es
al mismo tiempo un modo de existir en relación, es estar-para-alguien, por eso la presencia
personal requiere reconocimiento por parte de otras personas. Debemos entender esto bien:
reconocer el valor significa descubrir que la ya es valiosa, y no hacerla yo valiosa. La persona es
(y debe ser) reconocida porque vale, porque es persona, no al revés. En este sentido, la soledad

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humana podemos decir que es la mera existencia de la persona, que no es reconocida, no existe
para nadie, o que su existencia es percibida como la de una cosa. Por eso, en todas las culturas,
el saludo tiene una importancia central, y este tiene un profundo significado antropológico: es
expresión del reconocimiento de estar en presencia de una persona. Negar el saludo significa
ignorar a alguien como persona, privarle de ese reconocimiento, reducirlo a cosa.

4ª El encuentro sólo es posible si se da un “acto de confianza” en la persona. Creer en la


persona significa afirmar de entrada su valor absoluto. El conocimiento de la persona se afronta
como fe en la persona. El clima de confianza es requerido para su estudio. La confianza es la
condición necesaria para la apertura personal en el diálogo por ambas partes, para la
comunicación. Sin creer en el valor del otro nunca me interesaré por conocerlo y el encuentro
resulta imposible.

5ª El encuentro requiere apertura. Es una actitud interior con la que acogemos a la persona en
nuestra vida. La primera forma de apertura es la aceptación, no es posible conocerse sin
aceptarse, ni re-conocer a la persona como persona, sin abrirse a ella. Aceptar es mucho más
que registrar teórica o mentalmente la existencia de alguien, significa según Pérez-Soba dejar
entrar a esa persona en la propia vida, dejar que su existencia me afecte. Mientras no permita
que mi vida se vea “alterada” por la existencia de los demás (mi mujer, mis hijos, mis padres
ancianos, mi amigo en apuros…), todavía no he reconocido y aceptado a los demás como
personas, porque “para mí” no existen, y la presencia personal es exactamente eso: existir para
alguien. La madre toma conciencia de sí misma de una forma nueva en el momento en que re-
conoce la presencia de su hijo dentro de sí y lo acoge, porque ella lee su vida y su persona de
forma nueva, contando con él, dejándose afectar por él. Más, ella descubre un nuevo sentido
para su vida que la plenifica: ayudarle a él a vivir y a crecer.

6ª El encuentro (y el conocimiento) se da por medio del pensamiento dialógico. Esto significa


pensar en presencia de otra persona y con ella, en este encuentro de que venimos hablando. El
encuentro personal por antonomasia es el que tiene lugar en el amor personal, en la “experiencia
de la comunión entre personas”. (Pérez-Soba, 2005)

Cuando se dan estas condiciones, se descubre por experiencia lo que vamos a explicitar: el valor
único y relacional de cada persona.

Resumamos lo visto hasta aquí. La puerta de acceso al conocimiento de la persona es el


encuentro con otra persona, desde la libertad, que supone la confianza en el valor del otro, el
mutuo reconocimiento (y aceptación) de la presencia del otro por la apertura a él. Este encuentro
se da de forma perfecta en la relación de amor entre las personas.

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1. 2. 2. Un ser único

Se ha comprendido profundamente que la persona es el ser de valor más excelso de todo el


cosmos. Es el único ser que tiene subsistencia.

DEFINICIÓN

Subsistencia significa en filosofía el modo de ser de algo que no necesita de nada para
ser lo que es, a diferencia de las cualidades, que no pueden existir si no están en alguna
cosa “colgadas” o adheridas. Por ejemplo, el color o el tamaño no son “realidades”
subsistentes, sino que sólo se pueden dar en cosas que posean esas cualidades. En
cambio, una realidad subsistente es la que se “sostiene” a sí misma. Podríamos poner el
ejemplo de un colgador y lo que cuelga de este colgador: el colgador sería una realidad
subsistente, mientras que lo que cuelga de ella no se mantiene sin el colgador.

Decimos de la persona que es, que existe del modo más fuerte y excelso que puede darse en el
universo (es decir, subsiste), de tal forma que permanece, que es inmortal. No puede ser
destruida, mientras que lo material sí. Podríamos decir también que la persona existe de forma
racional (espiritual). Los animales existen, pero no de forma racional, es decir, no son
conscientes de sí mismos. Podemos expresarlo de otra forma más directa: el hombre es
persona (subsistente, permanente, inmortal) porque es espíritu. Tanto qué es el espíritu o el
alma humana como que significa que es inmortal lo explicaremos en el capítulo final.

De la subsistencia se deducen dos rasgos esenciales de la persona: su valor incondicionado y su


señorío.

EL VALOR INCONDICIONADO DE LA PERSONA

Ella es el único ser que vale por lo que es, y su ser no lo puede perder, es incondicionado. Los
objetos los valoramos por las cualidades que poseen (belleza, utilidad, etc.), cuando las pierden
ya no tienen valor. El valor de las cosas está condicionado. “La persona vale por lo que es y no
por lo que tiene.” (Gabriel Marcel)

Ya hemos dicho que la persona es un ser absolutamente original. Vamos a detenernos a


examinar mejor lo que esto significa e implica:

- La persona es una unidad, un todo: esto significa que el concepto de persona es lo


más opuesto al concepto de parte. Una persona nunca se puede partir –o se da
entera o no se da ella misma–, ni tampoco ser parte de una suma, y valer en
dependencia de la función que tenga en el conjunto del que forme parte.

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- La persona es singular: es un ser único. Debemos distinguir conceptos: único es


distinto de uno y distinto de individual. En un hormiguero no hay una sino muchas
hormigas, y no hay seres singulares, sino individuales. La diferencia entre singular e
individual es esta: lo singular o único excluye la igualdad, lo individual no. El valor
de lo único es por eso incuantificable. El valor de lo individual lo determina el
número, el conjunto al que pertenece. La persona por eso no admite ser tratada
como un número, que su valor dependa, como el de un individuo, de su utilidad
para el grupo o la sociedad del que forma parte.
- La persona es irrepetible: si la persona por ser singular no admite otra igual,
entonces cada persona es irrepetible. “Contigo rompieron el molde” es una
profunda verdad antropológica que se debe decir de todo ser humano. Toda pérdida
humana es por ello absolutamente irreparable. ¡Qué bien se comprende esto al
perder a un ser amado!
- La persona es insustituible: esta cualidad sólo es comprendida si vemos a la persona
como persona, es decir, en las relaciones en que el motivo de la relación es la
persona por ella misma: la amistad, el parentesco, el amor. En esa situación nadie
puede ocupar el lugar de nadie. Ni siquiera un hijo suple o sustituye al hermano que
pueda haber fallecido. Como veremos en el siguiente capítulo, a veces se dan
relaciones entre personas donde estas son vistas como sustituibles, como en el
trabajo. Veremos cuando son legítimas y cuándo no.

Toda visión o trato a la persona que ignora estos rasgos es una alienación de la persona.
Alienar significa reducir una persona a una cosa, tratarla como si fuera un objeto.

EJEMPLOS

Los totalitarismos, que ven a las personas como individuos, han creído legítimo
sacrificar a una persona por el bien de la sociedad o de la mayoría. Este
pensamiento destructivo ve a las personas como cosas que pueden ser usadas o
instrumentalizadas para los fines que determine quien detenta el poder.
Cualquier manipulación de la persona, cualquier modo de usar a las personas
como un medio para otra cosa es una forma de alienación. También es alienante
una visión económica liberal radical que en lugar de ver a las personas como fin
de la economía, las vea como medios para que subsista el sistema; que haga del
beneficio el fin de todas las actividades, no un medio al servicio de las personas,
y las convierta a estas en medios para alcanzarlo; o en una visión de la
paternidad que viera al hijo como un medio para satisfacer el deseo narcisista de
ser padre o transmitir los genes, no alguien valioso por sí mismo, como en la
maternidad subrogada.

SEÑORÍO DE SÍ

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Hemos dicho que por ser subsistentes, permanecer, la persona es el único ser del universo que
posee una cualidad altísima: es señora de sí misma. ¿Qué significa esto? En primer lugar, esto
quiere decir que la persona existe para sí misma, en el sentido de que ella es consciente de su
propio ser, de su existencia. El resto del universo podrá ser superior en muchos sentidos a la
persona, pero ignora su propia existencia. Y esta cualidad está por encima de todas las que
posee el mundo material.

En segundo lugar, que dirige sus propias acciones, la persona se mueve y dirige por sí misma,
gracias a su racionalidad y su libertad. En los capítulos 4 y 5 ahondaremos en estas dos
capacidades de la persona. El hombre se distingue de las demás cosas por su naturaleza racional
y libre, que le hace capaz de actividades que no puede realizar ningún otro ser vivo, como por
ejemplo las siguientes que enumera Ayllón (2011):

6. 3. 1. La capacidad simbólica del lenguaje: es decir, a través de algo material –sonidos o


signos escritos–, el hombre se refiere a la realidad que conoce y puede comunicarse
así con otras personas. El lenguaje es cauce de expresión personal: pensamientos,
sentimientos, etc.;
6. 3. 2. La capacidad de producir obras de arte: los seres humanos podemos percibir la
belleza y expresarla a través de las artes: pintura, música, teatro, arquitectura, etc.
Para percibir la belleza, además de los cinco sentidos, hace falta una sensibilidad
exclusivamente humana para captar un valor no sensible pero que se percibe a
través de realidades sensibles: la belleza de un gesto de generosidad, o de una
composición musical, o de un atardecer…
6. 3. 3. La capacidad para el conocimiento científico: el hombre no sólo quiere conocer lo
que necesita para su subsistencia, como el animal, sino que quiere saber, también
aquellas cosas que no son “útiles”, aunque puedan llegar a serlo. “Todos los
hombres desean por naturaleza saber” (Aristóteles), y sólo el hombre puede amar
el saber por el saber;
6. 3. 4. La conciencia ética: el hombre no sólo se pregunta si lo que va a hacer es útil para
conseguir lo que se propone, sino si hacerlo es bueno o no, y si realizándolo se hará
buena o mala persona; este conocimiento no se alcanza simplemente razonando,
también hace falta una conciencia moral formada o “sensibilidad moral”;
6. 3. 5. El fenómeno religioso: un criterio infalible de los paleoantropólogos para reconocer
en los yacimientos que son ya humanos los restos de vida encontrados, es encontrar
rastros de enterramientos (creencia en el más allá y en la divinidad). El hombre es
un ser adorador, aunque su conocimiento de lo que debe ser adorado, a lo largo de
la historia, haya sufrido cambios. Los actuales estudios de las religiones primitivas

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han demostrado que el monoteísmo ha existido antes que el politeísmo (Ratzinger,


2013).2

Resumamos lo dicho hasta aquí. El hombre es un ser único, que significa que subsiste o es
inmortal, que como ser irrepetible, tiene un valor incondicionado, es insustituible. Además es
señor de sí mismo, capaz de darse cuenta de sí y de dirigir sus propias acciones por su razón y
voluntad libre.

Ahora vamos a ver lo que significa que, como consecuencia de todo esto, la persona tiene
dignidad, lo que nos permitirá recapitular nuevamente lo dicho hasta aquí.

1. 2. 3. La dignidad humana y sus tipos

Por ser persona, el hombre vale más que todo el universo, es excelso en su ser, de modo que es
exacto decir que no existe nada más grande ni más valioso que la persona, sin que esto excluya
que sea frágil y vulnerable. Esto se ha expresado con la afirmación de que la persona tiene
dignidad (C. Caffarra). ¿Qué significa y por qué el hombre la tiene?

Significa que el hombre, la persona humana, porque es subsistente permanece en el ser, es


inmortal. Cuando hoy se compara al hombre con el animal, y se discute la afirmación de su
valor incomparable a todos los demás seres de la creación, se está ignorando absolutamente la
realidad de que el hombre es persona. El materialismo niega la raíz de nuestro ser personal, pues
el hombre es persona porque es espíritu (corporal, encarnado en un cuerpo personal).

EJEMPLO

Por eso una sociedad materialista –en cualquiera de sus formas, la consumista, hedonista,
panteísta, economicista…– es incapaz de reconocer el valor de la persona, y por eso se convierte
en una sociedad capaz de justificar el uso de las personas para los fines que la sociedad elija, de
instrumentalizar y abusar de las personas, porque ellas no son vistas como lo más valioso de una
sociedad.

Puesto que nuestra cultura occidental –a diferencia de la africana o la asiática, p.ej.– se ha


secularizado e ignora, a veces de forma agresiva, la dimensión espiritual del ser humano, es
necesario hacer hincapié en ciertos hechos y verdades, antes evidentes y hoy cada vez menos
comprendidos, como el hecho de que, siendo toda la creación buena, el hombre es la cúspide de
la creación. Pensemos que hoy está en crisis incluso la legitimidad de la existencia del ser
humano. Por ejemplo, el ecologismo científico ha sido transportado a la esfera de lo religioso por
medio de la New Age. Algunos de sus representantes hacen de la tierra algo divino (ej.
pachamama) y al hombre lo ven como un peligro mortal para la biosfera. Algunos son hoy
vegetarianos por razones religiosas, porque ponen en duda que el hombre realmente tenga
derecho de dominio sobre los animales. En otro sentido aparentemente opuesto, la técnica
humilla al hombre porque los artefactos son más perfectos que él (cf. R. Brague, 2014).

2
Cf. También a este respecto SPAEMANN, R.: Personas: acerca de la distinción entre “algo” y
“alguien”, Eunsa, Pamplona, 2000. (Trad. y estudio introductorio José Luis del Barco), pp. 103 y ss.

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Conviene aclarar pues, que afirmar el valor excelso del hombre no implica en modo alguno
negar la bondad y el valor propio de las demás realidades del mundo. Cualquier ser encierra en
sí un valor, exige un reconocimiento por parte de otros y conlleva unos deberes. Todos los seres
son buenos y deben ser cuidados, pero hay seres cuyo valor es mayor por su naturaleza
específica.

Obediente siempre a unas leyes que no sobrepasa, realmente la Naturaleza manifiesta un


espectacular orden jerárquico de los seres, de una enorme complejidad y deslumbrante belleza.
Muchos científicos de ayer y hoy admiran a través de sus descubrimientos la impresionante obra
del universo. Francis S. Collins, director del proyecto Genoma humano que en el año 2005
concluyó la secuenciación de los tres mil millones de pares de bases de que está formado el
genoma humano, en un proyecto en que colaboraron laboratorios de todo el mundo, afirmó el
día del anuncio: “Me llena de humildad, de sobrecogimiento, el darme cuenta de que hemos
echado el primer vistazo a nuestro propio libro de instrucciones, que previamente sólo Dios
conocía” (¿Cómo habla Dios? 2007, en inglés The language of God). Esta criatura tan pequeña,
el único ser de la tierra “que Dios ha amado por sí mismo” (GS 24), tiene la altísima dignidad
de entender (un poco) el lenguaje con que Dios nos habla en la creación.

DIGNIDAD ONTOLÓGICA Y DIGNIDAD MORAL

Antes de concluir este apartado, no estará de más para expresar con mayor exactitud a lo que
nos referimos con dignidad humana, distinguir dos conceptos complementarios pero diferentes,
referidos al hombre: por un lado está la dignidad ontológica (o del ser), que es el valor que el
hombre tiene por ser hombre, por ser persona, que se basa en algo indestructible y por tanto no
puede perderse. Hasta ahora hemos hablado de dignidad en este sentido.

Por otro lado, existe también la dignidad moral, que se refiere al valor que la persona adquiere
en virtud de su propio comportamiento. En este sentido, una persona puede tener o alcanzar una
gran dignidad e inspirarnos un profundo respeto, mientras que otra puede perder su dignidad por
conductas impropias de una persona, es decir por un mal uso de su libertad, con el que la
persona se hace mala. En muchos lugares de Europa el arte ha representado el gesto noble y
digno con el que un alto dignatario del ejército romano, Martín de Tours, socorrió a un pobre
desnudo rasgando y entregándole la mitad de su capa. Indigno y repulsivo es traicionar a un
amigo por dinero, e incluso hacer de un beso la señal para que sus enemigos lo reconozcan.

Nuestros actos nos cambian, en el sentido de que nos perfeccionan o nos envilecen, y por eso
cabe hablar de que el hombre, mediante las decisiones y conductas de su voluntad libre adquiere
una segunda naturaleza (Aristóteles). Quien usa bien de su libertad y llega a la plenitud de su
ser, tiene una mayor dignidad moral. La dignidad moral es el valor al que podemos llegar

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gracias al buen uso de nuestra libertad que nos perfecciona. Por eso esta dignidad es algo
interior que no depende de las condiciones externas de vida, y muy bien puede una persona de
vida humilde tener una gran dignidad y otra de vida opulenta y socialmente exitosa conducirse
de forma miserable.

1. 2. 4. Un ser relacional

Llegados a este punto, debemos recordar lo que arriba dijimos sobre el modo de conocer a la
persona, pues muchas de esas ideas explican este aspecto que vamos a tratar: que la persona es
persona porque es un ser en relación con otras personas. Cada ser humano es hijo: tiene su
origen en una relación entre dos personas y tiene una relación con ellas, incluso aunque se
ignore la identidad del padre, la madre o el hijo. Somos fruto de una relación y estamos abiertos,
por nuestra índole, a la relación (Pérez-Soba). Más aún, no podemos llegar a ser plenamente
nosotros mismos sino a través de la entrega sincera de nosotros mismos a otras personas por
amor (Caffarra).

La persona no puede ser un ser cerrado en sí mismo, cuando lo es se deshumaniza. Es falsa la


suposición del liberalismo de que el hombre es un individuo aislado y autónomo. Cuando el
hombre es privado de toda auténtica relación, queda sin raíces y sin lo que le permite dar un
sentido a su vida proyectándola como un modo de comunicar bienes a otros. Nuestra sociedad
occidental tan individualista malinterpreta las relaciones personales estables, no los encuentros
fugaces, como limitaciones de la libertad. Por eso combate de modos diversos los intentos de
proteger (especialmente de institucionalizar) las formas más básicas de relaciones personales,
como son el matrimonio y la familia. Esta situación crea personas heridas y profundamente
desorientadas en la construcción de sus vidas. Es comprensible advertir que así la misma
cohesión social peligra, pues la vida social se fundamenta en relaciones personales.

¿Por qué hoy se ven las relaciones como un mal, especialmente como una privación de libertad?
Porque no se las comprende, se las confunde con tristes parodias de las mismas (contratos,
vínculos de dominio, dependencias afectivas…). Por eso es fundamental comprender cuáles son
los rasgos o las etapas esenciales de una relación personal, que nos permita distinguirla de esas
otras situaciones.

Recordemos y completemos aquí los rasgos que ya han aparecido en el apartado “Vías de
acceso a la persona”: a) toda relación auténtica necesita un reconocimiento de la presencia del
otro (de valor incondicionado), b) para lo cual es imprescindible primero creer, confiar en el
valor del otro, segundo aceptarlo. c) La libertad es central para toda relación personal y d)
apertura al otro.

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MANUAL DE ANTROPOLOGÍA. AUTORA: SARA GALLARDO

A modo de conclusión, consideremos algunas consecuencias que se extraen de lo que hemos


dicho siguiendo al prof. Pérez-Soba:

1. Toda relación auténtica, al dar espacio a la libertad de las dos personas nunca es
posesiva, es todo lo contrario a un vínculo de dominio. La actitud de dominio o
control sobre el otro, que le priva de libertad, proviene de la desconfianza, del
miedo a la libertad ajena, se teme que la relación se quiera romper. En el fondo,
proviene de la inseguridad o desconfianza respecto del propio valor o capacidad.
Por eso, para establecer relaciones sanas es imprescindible un sano amor a uno
mismo y madurez personal, que se forja en la experiencia de saberse amado
incondicionalmente. Son los otros, primeramente los padres, quienes aman así y al
hacerlo, hacen comprender: es bueno que yo exista, mi ser tiene valor. Por eso el
amor es el tipo de relación personal que más plenamente nos ayuda a conocernos
como personas. ¿Quién podría dudar de que ese amor es la mayor necesidad que
tiene cualquier persona?
2. Quien ama, confía y deja espacio a la libertad. Por tanto, toda relación necesita la
correspondencia, para que tenga lugar un encuentro entre dos libertades que
quieren lo mismo: esa relación. Ahora bien, la otra cara de este aspecto es que toda
relación va, necesariamente, ligada a la vulnerabilidad. Esto significa que la
persona puede sufrir y ser herida. Si toda relación es libre, siempre cabe la
posibilidad de que las personas no quieran lo mismo, no se encuentre
correspondencia. El dilema pues es este: o querer amar y asumir el dolor, o no
querer sufrir y asumir la soledad (y la infelicidad).
3. Toda relación pide dar bienes. En toda relación, la persona da algo de sí o se da a sí
misma. Según aquello que damos establecemos un tipo de relación u otro. La
comunicación de los bienes supone dos etapas: 1º) la disponibilidad para dar. En
esta etapa la persona manifiesta su deseo a la otra persona. Esto es imprescindible
para respetar la libertad del otro y no imponer mi deseo; 2º) la donación, cuando la
otra persona ha expresado disponibilidad para recibir.

Concluimos. En el amor, la más perfecta forma de relación personal, se pone de manifiesto que
la más radical afirmación del valor del otro es, al mismo tiempo, la más radical afirmación del
propio ser, porque es amar es el acto más libre que existe y la verdadera libertad afirma el valor
de la persona. Más adelante volveremos sobre estas cuestiones, ya que es muy importante
comprender hoy bien qué significa ser libres (cap. 5).

Resumamos lo dicho hasta aquí. Hemos profundizado en lo que significa ser persona,
comenzando con las maneras de conocerla, el rasgo de su carácter único y su dignidad, que nos

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MANUAL DE ANTROPOLOGÍA. AUTORA: SARA GALLARDO

permiten afirmar que la persona es un de un valor incuantificable. Ser persona es lo que nos
hace a cada ser humano un ser original e irrepetible. Además hemos ahondado en la dimensión
relacional de la persona, íntimamente ligada con su libertad, que en el encuentro con otras
personas manifiesta su valor afirmando el valor de las otras personas.

Habiendo visto hasta aquí lo que es único e intransferible de cada ser humano, su existencia
personal, pasamos ahora a estudiar lo que cada uno de nosotros comparte con todos los demás
hombres: la naturaleza humana.

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