Sie sind auf Seite 1von 101

Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

Dan ganas de matar y otros cuentos


Sandro Centurión

2
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

1era ed. 2009 dan ganas de matar ©Sandro Centurión


2da ed. 2012 dan ganas de matar y otros cuentos
©Sandro Centurión
Todos los derechos reservados.
Diseño de tapa e interior
Ed. Tinta interior. Formosa- Argentina
Impresión bajo demanda
3
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

No se hace buena literatura con

buenas intenciones ni con buenos sentimientos.

André Gidé

“Cuando mozo fue casao,

Aunque yo lo desconfío;

y decía un amigo mío

que, de arrebatao y malo,

mató a su mujer de un palo

porque le dio un mate frío.”

Canto XIV “La vuelta de Martín Fierro”

José Hernández

4
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

5
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

Dedicado a los criminales imperfectos

6
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

7
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

Cuentos

Dan ganas de matar, 9/ Tercer tiempo, 19/ Punto muerto,


33/ El mate asesino, 43/ Made in Taiwán, 57/ Alguien
quiere matar a María, 77/ Reciclaje, 93

8
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

9
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

Dan ganas de matar

Estoy seguro de que usted es un tipo tran-


quilo, igual que yo. Es un ser racional y emo-
cionalmente abierto. Le gusta la mayoría de las
cosas que le gustan a todo el mundo, bailar, es-
tar con amigos, beber una cerveza, comer un
asado, jugar al fútbol. Son pocas las cosas que
no le agradan. Sin embargo, al igual que a mí,
de vez en cuando le dan ganas de matar, de
destruir al prójimo. Ganas de mandar todo al
mismísimo demonio, ganas de convertirse por
un rato en el Sr. Hyde, ganas de dejarse llevar
hasta las últimas consecuencias por la fiera
que duerme dentro de su cabeza. Ganas de
hacer desaparecer en ácido sulfúrico la hu-
manidad del primero que se cruce en el
camino o arrojarlo a un horno de hierro fundi-
do y luego escupir sus cenizas. Ganas que, por
10
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

el bien de la civilización, han sido reprimidas


en lo más hondo de la moral durante genera-
ciones. Sentimientos primigenios, instinto pu-
ro, necesidad terrible e incontrolable. Ganas de
matar. No se trata de sed de venganza o justi-
cia anónima contra la cruel sociedad; tampoco
es un trastorno psicológico o un estado de
emoción violenta, porque usted, al igual que
yo, es un tipo sano y honesto. Sin embargo,
usted sabe que cualquier minucia podría en-
cender la mecha de la ira y entonces sentiría
esa necesidad asesina que cada tanto se
apodera de su alma.

Su control emocional, al igual que el mío,


pende de un hilo muy pero muy delgado, por
nada en especial, sólo porque así son las cosas,
y para qué complicarse con explicaciones que
a esta altura del partido no ayudan en nada.
Digamos que un día usted quiere encender el
auto y éste se niega a arrancar. Es un auto usa-
11
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

do, en el que ha gastado no poca plata para


ponerlo a punto. Todo parece estar en su lugar
pero sin embargo no arranca. Usted y yo sa-
bemos que hay veces en que parece que las co-
sas están poseídas por el mismísimo demonio.
Y es como si se rieran en la cara de uno. Como
si le dijeran "Jodéte, me cansé de ser tu escla-
vo, mamífero inútil". Entonces usted lo deja,
paciente y acostumbrado a no hacer nada cu-
ando no hay nada que hacer, se sienta en su
sillón favorito en el living o en el patio a pen-
sar mientras espera que todo se arregle, pero
nada se arregla. Hurga en sus bolsillos como si
no terminara de convencerse de que al igual
que yo está en bancarrota, porque usted está
sin un peso, y con la tarjeta vencida. Porque es
tan buen tipo que le ha prestado plata a medio
mundo y nadie se ha acordado de devolverle el
favor. Y ahora no tiene un peso. Y piensa, no
para de pensar ni un instante. Y le duele la

12
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

cabeza de tanto pensar y buscarle una solución


al problema, que a esa altura del día ya es un
problema porque el mediodía se acerca y algo
hay que poner en la olla para el almuerzo,
porque usted tiene que comer, quisiera no
hacerlo pero su estómago, su mujer y alguno
que otro hijo le recuerdan a cada instante que
tiene que hacerlo. La televisión no lo relaja, la
gente corta rutas, hace piquetes, se agarra a las
trompadas con la policía. Y nadie se hace car-
go. Usted y yo sabemos que desde hace tiempo
todo está patas para arriba. No, no tengo repite
usted de pie en la puerta ante la mirada in-
crédula de doña Rosa, la encargada de la pen-
sión, que se empecina en llamar a la puerta ex-
actamente cada una hora; la vieja es un reloj
en cuenta regresiva. No se preocupe, le voy a
pagar, dice usted con su mejor cara de lástima.
La vieja solo lo mira con sus enormes ojos ne-
gros y se rasca la cabeza. Se queda ahí, parada,

13
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

estática sin decir nada, sólo mira como sólo el-


la sabe mirar. Doña Rosa es una especialista en
miradas. Luego, da media vuelta y se va. Usted
y yo sabemos que es una vieja chusma y que
muerta le sería más útil a la humanidad. En-
tonces escapa hacia la calle, para no des-
quitarse con la pobre vieja. En su huida
encuentra a Miguel, o a Juan o a José, para el
caso da lo mismo, un amigo con quien suele
jugar al fútbol los sábados a la tarde. Está
comprando cigarrillos en un kiosco, lo saluda
con su mejor cara y de buena manera usted le
pregunta si tiene algo del dinero que le ha
prestado. El otro se enoja, no puede creer que
le esté reclamando dinero, a un amigo no se le
hace eso, la plata va y viene, los amigos son pa-
ra siempre, ¡Carajo! Y usted quiere decirle que
en su caso la plata sólo va, nunca regresa, pero
no lo dice, le pide disculpas por su atrevi-
miento. Se va casi avergonzado. Sabe, al igual

14
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

que yo, que hay gente que tiene una extraña


capacidad para hacer sentir mal a sus semejan-
tes. De todas maneras anda un rato divagando.
Se detiene frente a un teléfono público, y
piensa en llamar a alguien que le dé una mano
pero se encuentra con que primero, no tiene la
moneda de 25 centavos para hacer la llamada
y, segundo, no tiene a quién llamar. A quién
pedir lo que tanto necesita: dinero. Regresa ca-
bizbajo a su casa luego de un rato. Le duelen
los hombros, el cuello, las piernas y el trasero;
está exhausto y transpirado. No tolera más.
Hace calor, como siempre, porque acá siempre
hace calor y usted, como yo, odia el calor.
Piensa, no deja de pensar ni un instante, se pa-
sea de un lado a otro por la casa y le duele la
cabeza de tanto pensar al pedo. El timbre de la
puerta suena y usted lo siente como una
alarma de incendio, y ojalá lo fuera y las llamas
se devoraran todo de una buena vez. No

15
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

atiende y deja que el timbre suene bajo el dedo


impertérrito de doña Rosa. Más tarde sale a la
vereda, mira el horizonte e intuye que otra vez
no va a llover. Escupe el suelo caliente tra-
tando de quitarse el mal sabor que persigue su
boca. Un auto pasa a toda velocidad y la pol-
vareda ingresa en la casa y se pega a su cuerpo
transpirado. No dice nada, ni una mala palabra
escapa de su boca, se guarda la bronca e inten-
ta que se diluya en su sangre. Quiere bañarse
pero la vieja, esa sádica y fea mujer, le ha cor-
tado el agua y la luz, le ha hecho un piquete a
su dignidad en espera de que se le pague lo
que le adeudan. Y usted quisiera cortarla en
pedacitos y luego ofrecer sus restos a los per-
ros que buscan sobras y desparraman las bol-
sas de basura. Son las dos de la tarde, y el día
que hoy le toca vivir no se termina, pareciera
estancado en cada segundo. Su estómago le
recuerda que aún no ha almorzado y que es

16
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

probable que no lo haga. Entonces llega su mu-


jer de la casa de la madre y en el rostro pueden
leerse los reproches dibujados por la lengua
venenosa de su suegra. Usted y su mujer se si-
entan, como es costumbre en el verano, a
descansar bajo la sombra perenne de una en-
redadera y usted acepta el tereré tibio que ella
le ofrece. La mira, y los ojos de gringa, celestes
como el frío cielo patagónico de donde usted la
trajo con mil promesas, recorren la fisonomía
escuálida, sucia y maloliente del hombre que
tiene enfrente. Lo mira pero no dice nada,
porque las mujeres nunca dicen nada, odian en
silencio. Sin embargo, usted sabe lo que ella
está pensando, que es un inútil, un pobre infe-
liz que no es capaz de conseguir un empleo y
pagar sus cuentas. Que no hay remedio, que no
va a cambiar más y será un fracasado como su
padre. Que lo mejor sería que se fuera con el
primero que se le cruce y lo abandone, como

17
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

se lo ha dicho su madre. Por ejemplo, con ese


muchacho joven con quien usted la ha visto
charlar animadamente y reírse y sonrojarse. Y
que además tiene un auto nuevo y anda en la
política. A usted le duele la cabeza en cada
pensamiento. Sorbe el agua tibia que le quema
la garganta y la mira con los ojos bien abiertos.
Ella esquiva la mirada con desdén, como si se
negara a ver en sus ojos su propia bronca re-
flejada. Los ojos de ella recorren el suelo y se
fijan ansiosos en un enorme trozo de ladrillo
que se ha desprendido de la pared; los de ust-
ed se clavan, extasiados, en un viejo caño de
hierro oxidado. En ese momento, usted, que al
igual que yo es un tipo tranquilo e incapaz de
hacer daño a nadie, siente ganas de matar.
Siente que hasta sería placentero hacerlo.
Siente que las ganas lo ganan desde adentro y
ya no hay cómo detenerlas. Tal vez usted logre
controlar esas ansias asesinas, tal vez pueda

18
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

reprimirlas mejor de lo que yo lo hice, pero es


sólo cuestión de tiempo para que su instinto
rompa las cadenas. Y créame no es culpa suya,
con el instinto no se puede, no se puede, señor
juez.

19
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

Tercer tiempo

A pesar de todo, tenía el rostro de siempre.


El cabello ondulado sobre la frente, los ojos
grandes y la expresión serena. Se lo veía bien,
sin embargo estaba muerto. Sus pies se
balanceaban a medio metro del suelo y su
cuello pendía de un cable que se estiraba,
tirante, de una de las vigas del techo del club
San Martín. El cuerpo de Ariel Martínez "el
toro", colgaba como el péndulo de un reloj
antiguo y cada oscilación marcaba los
segundos de su muerte. Tenía puesta la
camiseta con los colores del club, short y
botines. Cerca de sus pies una silla de plástico,
testigo inmaterial de aquella muerte, yacía
volcada. Más allá, una pelota de cuero con
restos de barro. Decenas de huellas de manos
y pies anónimos quedaron hacinados en la piel
20
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

del balón. La lluvia aún repicaba en el techo de


chapa.

_ El toro no pudo haberse matado_ sentenció el


más gordo de los hombres y quebró el silencio
fúnebre que se había instalado en la mesa del
bar donde se había reunido el plantel titular de
los veteranos de San Martín. _ Justo ahora. Es
raro_ agregó un hombre calvo y de barriga
prominente. Y recordó que estaban en su
mejor momento como equipo, con grandes
posibilidades de ascender a la primera.

_ No somos nada_ se lamentó alguien. Y


aquella frase gastada por el uso cobraba un
nuevo sentido. _ Esto es cosa de los Fernández_
aseguró otro, la última palabra la pronunció
lento como si le costara decirlo._ Esos se la
tenían jurada al toro desde que les hizo cinco
goles el año pasado. _ Hijos de puta. Hay que
hacer algo_ dijo uno de ellos y luego vació en
21
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

su garganta el contenido de la botella de


cerveza.

Señoras y señores el toro Martínez está en la


cancha, el goleador, la promesa del barrio San
Francisco, al que se lo quieren llevar los
grandes clubes de Buenos Aires. Apenas tiene
dieciséis años pero ya es todo un señor. Está
en la cancha y es el dueño de la pelota. Juega
de nueve y puede patear tanto con la zurda
como con la derecha, es un león, un tigre, es el
toro Martínez, el temor de los defensores que
saben que hay que voltearlo porque si no es
gol seguro. Todos en el barrio lo saben, todos
lo conocen, todos quieren jugar con él o contra
él, poder patear la misma pelota que el toro
Martínez es un honor. Todos saben que cuando
el toro juega, el partido es otra cosa, es un
acontecimiento. Ya no importa que la cancha
sea de tierra y esté llena de pozos, ya no
22
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

importa que no tenga las medidas


reglamentarias y que uno de los travesaños
esté notoriamente inclinado, cuando juega el
toro Martínez, señores, es una final de la
Libertadores o de la Copa del Mundo. No hay
referí en este partido, en las canchas del barrio
nunca hizo falta un tipo que diga que esa
jugada es una falta, que corte la jugada o que
cobre un penal. En la cancha hay códigos que
se respetan con la vida. Aquí se hacen y se
deshacen los hombres. Todo se resuelve en
este rectángulo de tierra, las diferencias, los
malos entendidos, las deudas; aquí, Señores,
las cosas se definen a favor de quien sea mejor
con la pelota. En el barrio se gana o se pierde
el respeto al trote y con la pelota en los pies.
Por eso todos respetan al toro Martínez,
porque simplemente es el mejor. No hay
silbato que suene para dar inicio al encuentro,
el partido comienza cuando alguien se la pasa

23
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

a Martínez. Como siempre, hay dos cajones de


cerveza en juego pero, hoy, hay un extra, algo
que sólo el toro Martínez y el diez del otro
equipo saben, y que los demás sólo se atreven
a adivinar con las miradas. Una diferencia que
huele a perfume de mujer. Algo que puede
hacer que el partido se salga de su cauce. Los
rumores dicen que los dos se vieron antes del
partido, y hablaron e hicieron un trato y que
este partido va a definir la disputa. Señoras y
señores, el toro Martínez recibe la pelota.

El occiso tiene entre treinta y cuarenta años,


de profesión albañil, changarín, ex jugador de
fútbol, con residencia en Miraflores y tercera,
sexta casilla por el callejón en dirección Norte
a Sur. Sin antecedentes en esta dependencia.
Testigos afirmaron que vivía con su mujer de
nombre Lucía, alias la luci, madre de un niño,
actualmente con paradero desconocido.
24
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

No se le conocen otros familiares al difunto.


Acostumbraba jugar al fútbol en el club de
veteranos San Martín de esta ciudad. No se le
conocen enemigos. El resultado de las
primeras observaciones forenses no dio
cuenta de lesiones ni marcas que pudieran ser
el resultado de lucha o ataque por lo cual se
sostiene la hipótesis inicial de suicidio. Los
análisis de alcoholemia arrojaron resultado
positivo. Un alto grado de alcohol se halló en la
sangre, algunos testigos afirmaron que estuvo
bebiendo hasta altas horas de la noche con sus
compañeros de equipo en inmediaciones del
club San Martín. Sin embargo una mujer
declaró haberlo visto discutir con el encargado
de un alojamiento del barrio. La testigo dijo
que la víctima, en estado de ebriedad, cruzó
unas palabras con un hombre que intentó
impedirle el ingreso, sin embargo Martínez
entró y unos minutos después volvió a salir a

25
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

paso veloz. Este último dato es materia de


investigación. Se desconoce la relación entre
ese lugar y la víctima. El encargado del
alojamiento niega que la víctima haya estado
en ese lugar la noche del sábado.

_ Necesito verte. Soy Lucía_ dijo la voz grabada


en el contestador y Martín no necesitó volver a
escucharla para saber de quién se trataba. A
pesar de los años la voz de esa mujer le era
inconfundible. Tampoco necesitó volver a
escuchar el mensaje para decidir que iría. Luci,
Lucía, la linda, la estrella, la princesa, la reina
de la comparsa y del carnaval. La jovencita de
ojos claros y curvas delineadas que solía
pasearse por la vereda con un short bien corto
y recibía las miradas libidinosas de los
hombres, y la envidiosa crítica de las señoras
del barrio. Después de todo volvería a ver a
Lucía. Estaría hermosa como siempre. Los
26
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

años completaron la obra de arte iniciada en la


adolescencia. La vería en el lugar de siempre
donde en el transcurso de veinte años se
habían encontrado en contadas ocasiones. Un
café, una sonrisa, ¿cómo andás?, ¿qué es de tu
vida? Y luego al hotel por un par de horas, para
después desaparecer y olvidarse de que alguna
vez se habían encontrado.

El toro Martínez reposaba como una bestia


cansada, junto a otros, sentado en el piso de la
vereda del club, rodeado de mugre bebía litros
y litros de cerveza. Ésa era la rutina de los
sábados y domingos entrada la tarde y hasta
que ya no hubiera nada que tomar, ni a quien
pedir fiado, ni nada que empeñar. Entonces
volvía a la casa y vomitaba toda la
podredumbre que llevaba dentro y desquitaba
su fracaso y su impotencia con la luci a fuerza
de golpes y de insultos hasta que caía rendido,
27
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

harto de ser él mismo. Junto a Martínez


estaban los diez hombres del plantel titular.
Sentados con las piernas hacia adelante
exhibiendo los muslos y los botines, que
parecían encarnados en los pies. Los cordones
desatados, las medias bajadas hasta los
tobillos, canilleras y vendas esparcidas por
doquier como si fueran las tripas de un
matadero. Se habían quitado las remeras y
todos lucían la marca evidente de los años
traducida en kilos de grasa que se acumulaban
en las panzas cargadas de alcohol. _Fondo
blanco, campeón_ le dijo el volante central y le
acercó una botella de cerveza fría recién
abierta. Mientras bebía, el teléfono del toro
sonó, leyó el mensaje con esfuerzo y sin bajar
la botella de la inclinación que le había dado.
Bebió hasta la última gota y luego se levantó. _
¡Mierda!_ exclamó y estrelló la botella contra la
pared.

28
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

A todos les dolió la muerte del toro Martínez.


La policía dijo que había sido suicidio pero en
el barrio nadie creía jamás lo que decían las
fuerzas de la ley. Nadie se tragó ni por un
instante que ese hombre, el goleador, el
capitán del equipo, el que había jugado en las
inferiores de Boca, el que había vuelto al
barrio porque los grandes clubes no lo sabían
cuidar, el que pudo haberse ido a Europa pero
eligió quedarse, se hubiera matado así nada
más. Dos noches después de su muerte el
plantel de veteranos de la primera de San
Martín, apedreó la casa de los mellizos
Fernández, que según decían se la tenían
jurada al veterano campeón. Corrió la voz y a
la violenta manifestación se sumaron vecinos y
conocidos del difunto, que reclamaban justicia
por mano propia. Llovieron insultos y piedras
sobre la casa. El viejo 504 estacionado en la

29
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

vereda recibió los castigos más violentos. Los


manifestantes se subieron al techo y saltaron
sobre él. Rompieron los vidrios, entre varios lo
volcaron y lo dieron vuelta. Luego alguien tuvo
una idea, del tipo de ideas que surgen en estos
casos. Devolvieron al vehículo a su posición
anterior. Una botella con nafta, una mecha
hecha de un trapo viejo, un encendedor y en
unos instantes el viejo Peugeot ardía. Luego lo
empujaron entre todos hacia el interior de la
casa. La turba enardecida gritaba victoriosa.
Luego vino la policía y la disputa se enfocó en
los uniformados, conocidos rivales de los
domingos cuando iban al estadio. La familia
Fernández a duras penas pudo escapar. Las
llamas consumieron la casa y la sed de
venganza, por aquella muerte cargada de
misterio, se apagó al amanecer.

Martínez entró por el pasillo que se metía


30
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

hasta el fondo de la pensión. Por sobre el


repiqueteo de la lluvia contra las chapas
escuché sus pasos y la corta discusión con el
turco que atendía la entrada de los huéspedes.
Le había enviado un mensaje anónimo lo
suficientemente convincente para que fuera a
ese lugar. Siempre quise que nos volviéramos
a ver para restregarle su fracaso en la cara. Un
golpe seco abrió la puerta y el toro Martínez
me vio, desnudo con Lucía. Adiviné su cara
seria. La habitación estaba apenas iluminada
apenas por el reflejo de las luces de la calle. Se
quedó un momento observándonos con la
mirada perdida en la nada, como si hubiera
errado un penal. Enseguida me reconoció. No
hizo falta que prendiéramos la luz ni que
alguien quebrara el silencio con una inútil
explicación. Lucía se largó a llorar, no seas
tonta le dije. Él balbuceó algo parecido a una
puteada y luego se fue. La cosa no podía

31
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

terminar ahí, así que lo seguí por varias


cuadras hasta el club que había quedado vacío.
Allí lo tomé por sorpresa y arreglé todo de la
única manera que estas cosas se arreglan.
A la mañana lo encontraron colgado. Y de
alguna manera el cable grueso que sostenía su
cuello ocultó cualquier rastro que pudiera
quedar.
De vez en cuando descubro a Lucía llorando
y le preguntó por qué llora y me dice que por
nada y entonces miro hacia el patio de mi casa
donde su hijo corre con fuerza detrás de una
pelota, y entonces entiendo, y a veces yo
también quiero llorar pero no puedo.

Señoras y señores el partido termina y una vez


más el toro Martínez y sus súbditos se quedan
con la victoria. El final de la contienda lo
determina el ocaso, la imposibilidad de ver en
la oscuridad. El diez del otro equipo se niega a
32
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

abandonar pero es evidente que el partido se


termina y que el resultado ya está dicho. Los
ánimos de todos caen con el sol como si éste
fuera el origen de sus fuerzas y en un acuerdo
tácito dejan de correr. Todo está dicho. El
capitán del equipo vencido se queda solo,
sentado en la oscuridad. Sabe que no habrá
revancha y que deberá cumplir con lo pactado.
El peso de la derrota le impide levantar la
cabeza. Siente la tierra seca de la cancha en su
mano y metida en sus uñas. Maldice su suerte
y su falta de precisión. No quiere echar culpas.
Se la banca en silencio. No volverá nunca a
pisar esa cancha y es probable que ninguna
otra. Deberá olvidarse del derecho a cortejar a
Lucía. El toro se lo ha ganado en buena ley.
Cabizbajo espera que la noche se cierre aun
más para que le oculten sus lágrimas y recién
entonces se levanta y se va, exiliado para
siempre.

33
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

Punto muerto

Víboras, cientos de víboras lo rodeaban y se


metían bajo sus pies y en la botamanga de sus
pantalones. Era lo único que podía ver en la
oscuridad en la que estaba inmerso. Se hundía
de a poco en un mar frió y pegajoso de
serpientes. Despertó con la garganta repleta de
goma salivosa. Aún estaba oscuro y sintió la
nalga fría de Rosa que dormía a su lado. Se
levantó a orinar. Caminó en la oscuridad para
no despertar a la mujer. A tientas buscó el
inodoro. Junto a unos trapos sucios le pareció
ver a una de las víboras de la pesadilla.
Observó el rincón mientras somnoliento
orinaba. Luego volvió a la cama. Recordó que
debía comprar cemento para terminar de
sellar la cámara séptica; un par de kilos serían
suficientes para acabar la tarea. Dio un par de
vueltas y finalmente se acurrucó sobre Rosa y
34
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

la penetró suavemente hasta quedarse


dormido. Sobre el tablero del viejo Renault 12
el celular permanecía en silencio. Debían
avisarle por dónde ir, cuáles eran las calles
liberadas sin embargo era evidente que nada
saldría según lo previsto. Una montaña de
dinero se derrumbaba en el asiento trasero, el
revólver se enfriaba en la guantera y un
muerto se endurecía en el baúl. Circulaba por
la 25 de mayo, la calle más transitada del
centro sin embargo ahora estaba vacía.
Disminuyó la velocidad. A la altura de Deán
Funes distinguió un vehículo que se detenía
cortando el paso; miró por el retrovisor e igual
situación ocurría sobre la calle Moreno. Se
asomó por la ventanilla y espió a la izquierda y
luego a la derecha hacia los techos de los
edificios bajos. Finos caños de rifles apuntaban
a la calle. Serpientes erguidas listas para
escupir sus venenos. Pisó suavemente el

35
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

embrague, puso punto muerto y dejó que la


inercia hiciera el resto.

_Movete Juan, sos cochino, eh _ protestó Rosa


mientras corría desnuda hacia el baño. Su
cuerpo cortó por un instante los haces de luz
que se filtraban por las rendijas de la ventana
y a Juan le pareció un sueño verla correr
desnuda. Mientras los reclamos de la mujer
retumbaban en la casa y terminaban de
despertar a Juan, él bostezó largo, se restregó
los ojos, despidió una sonora flatulencia y se
rascó con ganas los testículos.

Los enormes senos de Rosa avanzaron


hacia él como dos enormes campanas que
anunciaban las buenas nuevas: _No hay plata
para hoy. A pesar de sus cuarenta y tantos
años Rosa era realmente linda tanto como lo
había sido en sus mejores tiempos cuando
vivía en el centro con la vieja tía Clara. Era de
36
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

piel absolutamente blanca y de cabellos negros


largos hasta la cintura. Si Juan la hubiera
conocido en esa época no hubiera tenido
ninguna posibilidad, se hubiera muerto de
ganas. Todos los tipos andaban detrás de ella y
los pretendientes desfilaban en la casa de la
tía. Y la vieja era cómplice, nunca le había
hecho un reproche aunque tampoco le había
dado un gesto de aprobación. Pasaba horas
mirando la tele enterándose de todos los
avatares de la farándula. Y a veces Rosa la
acompañaba; sobre todo los fines de semana
cuando tenía el día libre en su trabajo. Se
sentaban frente al televisor y tía y sobrina
pasaban horas, en silencio, sorbiendo el agua
tibia del mate dulce lavado. Hasta que Rosa
comenzó a tener ganas. Ganas de salir, ganas
de conocer gente, ganas de crecer, ganas de
ver el mundo pero por sobre todo unas ganas
terribles de cojer. Entonces llegó Carlos; luego

37
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

Ariel, Marcos, Esteban, Manuel, Javier, Don


Antonio, El teniente Ayala, Rocky, el cicatriz, el
negro, el chapita, y después de todos Juan.
_Con las mujeres no importa ser el primero
sino el último_ solía murmurar Juan en voz
baja cuando las cargadas de los muchachos
arrinconaban su orgullo contra la pared. Rosa
era así. Pura mujer, pura hembra en cada
pedazo de piel que ahora le pertenecía a Juan.
Desnuda ante un espejo que carecía de marco
y que apenas reflejaba, Rosa se maquilló. El
tiempo había dejado sus huellas en cada una
de las arrugas de la mujer. Lo primero que
Rosa hacía en la mañana, era maquillarse. Y a
Juan le agradaba verla marcar su rostro con
colores al igual que un artista. Rosa hacía su
arte. Nunca la habían visto despintada. Eso era
privilegio de Juan y él apreciaba en silencio los
momentos únicos en la mañana en que su
mujer ocultaba a golpe de pinceles, cremas y

38
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

pinturas las indelebles marcas de los años.

_ ¿Qué vamos a hacer? _ escupió la Rosa


ante la falta de una respuesta a la primera
pregunta. Y clavó los ojos en el reflejo del
espejo que le mostraba la cara del hombre que
a pesar de todo amaba.

_Hoy consigo _ susurró Juan. Y la mujer no


le entendió pero se conformó con que le diera
una respuesta a su preocupación. Terminó de
maquillarse y luego comenzó a vestirse, en
silencio. Juan terminó de levantarse, buscó las
ojotas que se escondían bajo la cama, y se las
puso. Se las tuvo que volver a quitar porque
una tenía cortada la tira principal que se
insertaba entre el dedo gordo del pie y los
demás lo que hacía imposible desplazarse.
Volvió a sentarse en la cama y observó, con
resignación, a la ojota herida. Caminó descalzó
por la casa con la ojota rota en la mano.
Encendió la radio y buscó algo alegre que le
39
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

levantara el ánimo. El aparato le ofreció la


cumbia de todos los días con su ritmo
constante y sus letras que hablaban de las
desgracias del hombre por culpa de una mujer
traidora. Tarareó la canción en voz baja
mientras encendía la cocina y preparaba el
mate. Siempre con una ojota en la mano. "Que
llore, que llore esa malvada, que sufra, que
sufra esa malvada, que pague el daño que me
causó..." Finalmente cortó un trozo de alambre
que colgaba de una tabla incrustada en la
pared y con él arregló la ojota. Se la puso y
sonrió satisfecho. Quitó la pava del fuego antes
de que el agua hirviera y de inmediato vertió
un chorro de agua para humedecer la yerba.
Tomó fuerte el mate entre las manos, hasta
sentir su calor. Abrió la única ventana que
había en la casa y observó el horizonte, lejos.
Vio un campo inmenso que empezaba a
mostrar sus colores con las primeras luces de

40
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

la mañana y se extendía mucho más allá de su


campo de visión. Vio un pequeño estanque de
agua cristalina con algunos patos dándose el
primer baño; vio los árboles repletos de
sombras y escuchó el sonido de las aves que
revoloteaban en las ramas; aspiró fuerte hasta
llenar los pulmones y pudo sentir el aroma de
la tierra húmeda y fértil que se abría lasciva
ante los hombres; todo eso vio Juan aunque
nada de eso estaba allí realmente, en su lugar
estaba la pared de la casa vecina pero hacía
rato que Juan había aprendido a no verla.

La mujer terminó de vestirse y lo


acompañó con el mate. Los labios de Rosa
dejaron escapar un leve temblor después de
sorber la bombilla caliente y sus ojos se
perdieron en una mirada interior lejana e
insondable. No dijeron una sola palabra hasta
que el agua se acabó. A ninguno le gustaba
conversar en las mañanas. Las conversaciones
41
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

se dejaban para la noche y se extendían hasta


la madrugada. Valía la pena amarla, pensaba
Juan.

Cuando finalmente Rosa se fue a trabajar


Juan sintió que la soledad le golpeaba el rostro
pero no le hizo caso y le puso la otra mejilla. Se
dio una ducha fría para quitarse la modorra.
Mientras se vestía recordó que debía comprar
el cemento para terminar su trabajo, pensó en
el dinero oculto bajo el colchón, ¿cuándo sería
el mejor momento para decírselo a Rosa?,
¿acaso ella lo entendería? Estaba también
aquello otro que había escondido en el fondo
de la cámara séptica y que empezaba a oler
mal. Rosa no volvería hasta el mediodía. Había
tiempo para pensar en algo.

Juan salió a la vereda. El barrio estaba lleno


de basura que el viento se negaba a llevar. Dio
un largo bostezo y volvió a la casa; preparó
tereré, tomó su sillón plegable y volvió a salir.
42
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

Se acomodó en la vereda bajo la sombra de


una planta de paraíso. Allí, repasó los sucesos
de la semana anterior y esperó a Rosa confiado
en que el devenir no estropearía sus planes.

Una bala atravesó el parabrisas del Renault 12.


Los fragmentos del vidrio cayeron sobre el
rostro de Juan y esto le dolió más que el
proyectil que se clavaba en su cráneo.

43
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

4. El mate asesino

Entonces le pregunto dónde estuvo usted a


la hora en que mataron a la víctima, y Rosendo
me responde que estaba en su casa tomando
mate con unos amigos. Ésa es su mejor
coartada, y a mí me pica todo el cuerpo,
porque cómo alguien puede estar tomando
mate tranquilamente en su casa y al mismo
tiempo asesinar sin piedad a su vecino. Porque
el muerto es nada menos que su vecino y se
conocen de toda la vida y en el barrio todos
saben que no solo no se querían sino que
habían jurado matarse.
Se sabía que Rosendo le echaba la culpa a
Artemio López, el occiso, de que Mónica, su
mujer, lo haya abandonado, según Rosendo
alguien le había llenado la cabeza para que lo
dejara. Vaya uno a saber por qué pero Rosendo
apuntó hacia su vecino como el autor de
44
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

aquella injuria, esa sospecha, acaso,


condenaría para siempre la suerte de la
víctima. El caso es que aunque no se pudo
demostrar la veracidad del chisme un día la
mujer dio un portazo y se fue a vivir con la
hermana que vive a unas pocas cuadras.

Al tiempo los tres aparecieron por la


comisaría: Rosendo para denunciar a Artemio
López, su vecino, por calumnias e injurias,
Artemio para denunciar a Rosendo por lo
mismo más daño moral, decía que él no era un
chismoso y que si la mujer lo abandonó habrá
sido porque se dio cuenta de que era un inútil,
seguramente encontró algo mejor. Y Mónica
para denunciar que ya no vivía en esa casa
pero que le pertenecía y quería que Rosendo la
desalojara lo antes posible. Rosendo se
empacó y no estaba dispuesto a irse. La feliz
pareja no tenía hijos asi que el tire y afloje fue
por la casa, como suele ocurrir en estos casos.
45
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

Así fue que Rosendo y Artemio se


prodigaron un profundo odio. Sin embargo no
basta con que dos personas se odien para que
alguien termine muerto. En el mundo no
habría tanta gente si así fuera. El caso es que
para todos y sobre todo para mi, Inspector
Arístides Rojas, representante exclusivo de la
ley en la localidad, el principal sospechoso de
la muerte de Artemio López, era Rosendo, lo
decían sus ojos, su media sonrisa que aparecía
al terminar cada frase, un leve temblor en la
mano diestra y su forma de moverse en la silla.
Todo su cuerpo lo delataba, sin embargo tenía
una coartada efectiva por lo simple que
resultaba ser. A las cinco de la tarde, la hora en
que mataron a su vecino con un golpe en la
cabeza, había estado tomando mate en su casa;
Aquello desviaba la investigación hacia otros
lados y yo no estaba dispuesto a permitirlo. Si
acaso el sospechoso hubiera estado sólo

46
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

podría considerarse una mentira pero tenía


testigos que afirmaban bajo juramento haber
estado tomando mate con él. Uno, el más
convencido de la inocencia del sospechoso era
un oficial de mi seccional, un recién llegado de
la Escuela de cadetes; había sido convidado
con unos mates a la hora en cuestión, cuando
llegó al domicilio a ofrecerle una rifa que
estábamos organizando en la comisaría y
Rosendo de buena voluntad y como siempre lo
hacía compró dos números, el 17 y el 48, la
desgracia y el muerto que habla, casualidad
¿no? Otro testigo era una prima del concejal
Fernández, que estaba ofuscada y quería
escaparse por la ventana para que nadie la
viera en medio de aquel escándalo. Ella se
había acercado a la casa del sospechoso como
parte de una reunión de la Asociación
Cooperadora de la escuela que justamente era
presidida por Rosendo. De eso se trataba la

47
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

cuestión, a la hora del crimen el sospechoso y


otras cinco personas integrantes de la
comisión directiva de la cooperadora de la
escuela del barrio se reunían en la casa de
Rosendo, que resulta ser el presidente de la
comisión, para deliberar acerca de las acciones
a realizar para recaudar fondos y así poder
comprar ventiladores nuevos para las aulas.

Entonces mi sospechoso tenía testigos que


juraban haber estado con él esa tarde en su
casa tomando mates; hasta había un acta
confeccionado acerca de lo que se había
tratado en la reunión y al pie firmaban los
asistentes. Entre ellos Rosendo quien incluso
se había asegurado de que se lo nombrara
permanentemente en el acta y a la hora de la
firma la había aclarado con imprenta
mayúscula y había agregado su DNI.

Me pasé horas leyendo y releyendo esa acta


en busca de algún indicio que me revelara algo
48
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

inusual. "En la ciudad de Buena Esperanza


siendo las 17,00hs del 25 de abril de 2009 se
reúnen los Sres. miembros de la comisión
directiva de la Asociación Cooperadora de la
Escuela N°519 con el objetivo de analizar las
acciones pertinentes a llevarse a cabo para la
compra de seis ventiladores de techo...bla, bla,
bla" nada me decía aquel papel que no me
hubieran dicho ya el sospechoso o algunos de
los testigos.

Me dediqué entonces a analizar a la


víctima. Acá no tenemos equipo científico que
analice el cadáver. Todo se hace con voluntad
pero con el mínimo de recursos técnicos. A
primera vista el muerto había recibido un
fuerte golpe en la cabeza con un objeto
contundente, de tal magnitud que había
muerto en el acto. Fue encontrado en el patio
trasero de su casa tirado en el piso, de lado,
como si se hubiera caído del sillón plegable en
49
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

el que momentos antes había estado sentado,


también, tomando mate. El termo había caído
al suelo y estaba roto por dentro pero el mate
apenas si se había deslizado de la mano del
difunto. Artemio era un solterón y vivía solo.
Fue Doña Juana, una vecina, que solía ayudarlo
en la casa, la que lo encontró muerto.

El hombre se habría levantado de su siesta,


tomó su sillón plegable y lo acomodó en la
única sombra que había en el patio, bajo una
planta de mango cerca del tejido lindante con
la casa de Rosendo.

Luego de alguna manera alguien se


introdujo a la casa, tomó por sorpresa a la
víctima y le dio un golpe certero que acabó con
su existencia antes de que terminara de
despertarse del todo. Sin embargo nadie vio
nada extraño. Doña Juana, es corta de vista, y
vive frente a la casa de Artemio. Ella dijo que
regaba sus plantas a esa hora y que alguien la
50
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

saludó desde la vereda pero recuerda solo un


bulto gordo y algo azul.
Vuelvo entonces a mi único sospechoso que
según declaró estaba tomando mate en su casa
mientras a unos metros alguien mataba a su
vecino. Y les pregunto a los testigos: ¿qué tal
estuvo el mate?
_ ¿Cómo? me dicen.
_ ¿Si este hombre seba buenos mates? y
todos se distienden del interrogatorio policial.
_ Es un perfeccionista dice una de las
damas.
Al parecer Rosendo tenía un mate que era
único, lo había traído de la selva misionera y
había sido hecho por los aborígenes, la
bombilla era de alpaca grabada con su nombre
y apellido. Además tenía su propio ritual de
preparación, no tomaba un mate si lo
preparaba otra persona. Era muy exigente, no
le ponía nada al mate solo yerba y de la mejor,
51
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

y era muy atento; nunca un mate frío ni viejo,


cambiaba la yerba cada cinco mates. Y
entonces me pica el bichito de la inteligencia y
les pregunto cuántas veces cambió la yerba esa
tarde y todos me miran raro pero me
responden que al menos tres veces. Y entonces
reviso la casa y el cesto de la cocina está vacío
y voy al patio trasero y veo el montoncito de
yerba junto a una planta cerca del tejido. O sea
que el sospechoso fue a ese lugar que
casualmente no está a más de tres metros de la
víctima al menos tres veces a la hora en que
ocurrió el crimen; un tejido de no más de 1,5
metros de alto lo separaba de la víctima.

Me rasco la cabeza para pensar un poco


mejor y examino ese pequeño patio de
vivienda urbana, apenas tres metros de fondo
para hacer un asadito o mirar la puesta de sol
y extender la ropa y hacer todo lo demás. Chico
pero lindo. Algo no me cerraba. Si no tuvo
52
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

nada que ver tuvo que haber visto o escuchado


algo pero sostiene que no vio ni oyó nada
anormal y que además no es de estar
prestando atención a lo que pasa en la casa del
vecino, mucho menos de ese vecino. Pero yo
no le creo, y me pica la nariz cuando me acerco
a él y eso es porque me miente porque cuando
alguien me miente, a mi me pica la nariz, es
algo que heredé de mi abuelo y siempre me
sirvió en este oficio. Entonces recorro el patio
y pienso en un rompecabezas, no sé porqué
justo en ese momento se me ocurrió pensar en
un rompecabezas y empiezo a jugar en mi
cabeza con las cosas que hay en el patio.
Intento ver la escena del crimen desde ese
lado. Quiero pasar sobre el tejido pero no es
tarea fácil, mi pansa y mis años me lo impiden.
Sin embargo Rosendo es un hombre atlético
siempre ha cuidado su salud. Solía salir a
caminar todas las tardes. Nunca se lo vio fumar

53
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

o tomar. Un hombre recto en todo sentido. Por


otra parte si acaso el sospechoso hubiera
podido trepar de seguro que el ataque no
hubiera sido sorpresivo.
Entonces encuentro unos restos de yerba
en la medianera. Y la guardo en una bolsita de
plástico. Luego voy a ver cómo hago para
examinarla.
Entonces creo entender lo que pasó y llamo
a todos, incluido Rosendo.
_Decime Rosendo ¿qué yerba tomás?
Y él me lo dice.
_ Convidáme un mate Rosendo_ le pido.
Y él me lo convida, porque un mate no se le
niega a nadie, menos a la Policía. Y enseguida
me doy cuenta que es un mate de calidad. Es
pesado y se puede sentir la tibieza del agua
caliente en la mano y el aroma de la yerba se
mezcla con la madera del mate, una madera
dura que nunca antes había visto. El primer
54
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

sorbo lo disfruto de manera especial porque


desde la mañana no había tomado mate aún y
ya me estaba doliendo la cabeza. Entonces
cuando le estoy por devolver el mate a
Rosendo me doy cuenta que mi mano está
húmeda. Tu mate está filtrando, le digo a
Rosendo y él parece sorprendido, y entonces
reviso el mate y descubro una pequeña
rajadura, apenas visible. Vos lo mataste
Rosendo, le digo y él me mira serio. Lo
planeaste todo desde el principio, la reunión
de la cooperadora y el acta que según me dicen
ahora es la primera vez que se hace. Todo era
parte de tu coartada. Y en esa coartada la parte
esencial era el mate, como ya lo dije antes.
Como siempre preparaste el mate y en el
primer cambio de yerba examinaste el lugar,
enseguida te diste cuenta de que tu víctima
estaba del otro lado tan cerca e indefenso.
Quizás no haya sido la intención matarlo pero

55
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

lo hiciste. Lo llamaste y cuando se acercó al


tejido le diste un matazo en la cabeza. Artemio
trastabillo unos pasos, se llevó por delante el
sillón y cayó tendido, muerto.
Todos se quedaron con la boca abierta
hasta el mismo sospechoso, que ya no era
sospechoso sino asesino. No le quedó más
remedio que putearme y resistirse al arresto,
lo que no hizo más que jugarle en su contra.
Los agentes lo esposaron y se lo llevaron
derechito al calabozo.
Al tiempo se lo llevaron a una cárcel de la
ciudad y yo saqué de la caja de evidencias
aquel bonito mate asesino.
Ahora que Rosendo fue condenado lo llevo
conmigo a todas partes sobre todo cuando
visito a Mónica en su casa, aunque ella no
quiere que, todavía, nos vean juntos, es muy
pronto, dice, pueden sospechar.

56
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

57
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

5. Made in Taiwán

El negro Gómez se despertó de pronto en


medio de una cancha de fútbol, en un estadio
repleto de gente. Estaba tirado cerca del medio
campo y a su lado, de pie, el referí, que era un
chino con cara de malo. Estaba marcando una
falta y le gritaba a Gómez en una lengua
incomprensible. Le ardía el tobillo izquierdo y
le zumbaban los oídos. Se puso de pie y trató
de reaccionar. ¿Dónde estoy? Le preguntó a
uno de los camilleros, que también era chino,
mientras se alejaba al ver que Gómez se ponía
de pie. Le contestó sólo con una sonrisa. El
partido reinició pero Gómez ya no era el
mismo. Trató de conversar con algunos de sus
compañeros de equipo pero todos parecían
demasiado ensimismados en el devenir del
partido y simplemente lo ignoraban. Entonces
hizo lo que todo el mundo esperaba que
58
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

hiciera, siguió jugando al fútbol. Porque hay


cosas que no se olvidan, supongo. Mientras,
trataba de entender quién era y dónde estaba.

Cinco minutos después terminó el primer


tiempo. La gente se agolpó a la entrada de los
vestuarios y los fotógrafos se abalanzaron
sobre los jugadores que abandonaban el
campo de juego. Gómez perdió el rumbo y se
metió por un pasillo diferente. Se cruzó con un
par de chinos y les preguntó dónde era el
vestuario. Los chinos se miraron, se sonrieron,
le acercaron una birome y le pidieron con
señas que les firmara las camisetas que
llevaban puestas, luego lo saludaron con
reverencias y se alejaron felices y contentos.

Después de deambular un rato, Gómez se


metió a una habitación en penumbras. En una
pared una enorme ventana de vidrio, una
especie de espejo traslúcido sólo de un lado.
Allí, vio a sus compañeros de equipo sentados
59
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

en fila y en absoluto silencio. Luego, de a uno


se metieron a unos tubos de vidrio con cables,
luces y computadoras por todas partes. Una
espesa nube de gas los envolvió a todos. Un
tubo de vidrio quedaba abierto. Pronto una luz
roja comenzó a titilar y el negro Gómez supo
que era el momento de irse y antes de que lo
vieran se escapó. Escondido entre una
multitud de chinos salió del estadio, en short,
botines y camiseta.

Le dolía la cabeza y se le nublaba la vista


pero se sentía mejor cuanto más se alejaba de
la cancha. Cruzó una avenida y se metió a un
bar repleto de chinos que gritaban y cantaban
totalmente borrachos; ya había comenzado el
segundo tiempo. Miró los televisores de
diferentes tamaños y colores encallados a lo
largo de la pared del fondo del bar, y ahí se vio,
pateando un centro para que alguien
cabeceara en el área contraria. Era alguien
60
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

idéntico a él. Uno de los chinos que miraba el


partido y bebía cerveza lo miró fijo, luego miró
la televisión y comenzó a gritar. Gómez salió
corriendo de ese lugar.
Durante tres días estuvo escondido en el
sótano de una iglesia abandonada. Totalmente
amnésico.
Una mujer lo encontró en la mañana y lo
llevó en auto hasta una pequeña fonda en las
afueras de la ciudad. Caminaron entre gallinas
y chanchos que correteaban entre las mesas de
los puestos callejeros que ofrecían desde
pescados, frutas y verduras hasta equipos de
audio y cámaras digitales. La mujer lo guiaba y
se ría. Mei Li, le decía, amiga, Mei Li.
El recorrido terminó en una mesa con
abundante comida. Una silla estaba vacía y en
la otra un hombre gordo y calvo, de camisa
blanca y pantalón negro. Llevaba una pulsera
de oro y una cadena de plata.
61
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

_Cacho, ¿sos vos?_ Le dijo Gómez.


_ Negrito, ¿donde mierda estabas?
*
El Kaohsiung Futbol Club es el mejor
equipo del campeonato taiwanés. Un reloj
suizo, una máquina de precisión, una obra de
arte de la magia futbolera. En la lucha por el
campeonato no hay quien discuta que el
campeón debe ser el Kaohsiung, su juego es
incomparable y sus jugadores son únicos,
ninguno recibió jamás una tarjeta amarilla ni
mucho menos una roja. Las faltas se reducen a
encontronazos inevitables de piernas,
producidos casi siempre por la impericia de
los jugadores del equipo contrario, o a faltas
mal sancionadas por los árbitros que se ponen
nerviosos ante el perfecto fair play del equipo.
En la cancha no se oyen reclamos de los
Kaosiunos, apenas si hablan entre ellos, su
comunicación se limita a gritos o sonidos
62
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

guturales para advertir su presencia en


determinada posición del campo de juego.
Festejan los goles con un brazo en alto en señal
de victoria y una reverencia al adversario
vencido. Juegan de memoria siempre y jamás
se equivocan. Les han cobrado offside en tres
ocasiones y en las tres el lineman se había
equivocado. Bien se podría prescindir del
banco de suplentes kaosiuno porque nunca
hicieron falta. Los once titulares tienen un
perfecto estado físico y parecen no cansarse
jamás. Los suplentes engordan la pansa,
escuchan música con los auriculares puestos
en sus orejas. Son un grupo más de
espectadores que se deleitan con el juego del
equipo perfecto. Lleva invicto un año y medio.
Tiene la valla menos vencida y una diferencia
de goles a favor más que abultada. Muchos le
dan el crédito del eximio rendimiento del
equipo taiwanés al trabajo del DT, un

63
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

argentino de prominente barriga, pero la


verdad es que su trabajo se limita a dar aliento
y a ocupar un lugar en el banco. El mérito le
corresponde a los once que salen a la cancha.
Es un equipo extraordinario, fuera de serie.
Jamás en la historia del futbol ningún equipo
ha logrado esta absoluta perfección.

El negro Gómez jugaba en Defensores de


Formosa, en la época en que peleaba el
ascenso al nacional B, jugaba de cinco y era un
líder nato. Sabía hacerse respetar en la cancha
y administraba con buen criterio la pelota. El
negro era serio, mesurado, de toque corte y
rasante, imponía su buen juego en la cancha y
en más de una ocasión se puso su equipo al
hombro y lo sacó victorioso de momentos
realmente difíciles, sin embargo no había
tenido suerte, los grandes clubes no habían
puesto sus ojos en él, y ya no era joven. Como
64
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

todos, soñaba con jugar en el exterior. Nunca


se había casado aunque tenía un par de hijos,
frutos de pasiones furtivas. Había dejado todo
por la cancha y la pelota. La gloria sería su
recompensa pero hasta entonces se demoraba
en llegar. Un día un desconocido, un porteño
gordo y calvo, de cara trasnochada, apareció
en el vestuario del Club y le dijo que lo quería
llevar a jugar afuera, a un importante equipo
de Taiwán. Tendría un contrato en Euros y la
posibilidad de saltar a la vidriera
internacional. El negro ni siquiera lo tuvo que
pensar. Me voy a jugar con los chinos, dijo, y
preparó su valija.

La negra cabellera de Mei Li brilla como


una luz de neón al atardecer. La muchedumbre
se amontona, grita y canta alrededor de ella,
contagiada de la fiebre futbolera. La epidemia
la han traído los extranjeros que juegan en el
65
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

equipo local. Desde su llegada la ciudad ha


cambiado, y ya no será la misma nunca. En las
esquinas se entonan cánticos y alabanzas que
imitan en chino los ritmos del lejano Río de la
Plata. Los hombres que suben y bajan por las
graderías detienen su carrera y observan a la
hermosa Mei Li. Su pequeña figura de niña
asiática captura todas las miradas. Es el tipo de
mujer que siempre se da cuenta cuando
alguien la está mirando. De vez en cuando ella
mira de reojo a alguno de los hombres, como si
tuviera prohibido aquel femenino reflejo, pero
luego sus ojos vuelven a la cancha y a los
gladiadores que se disputan a muerte la pelota.
Sólo uno de ellos le interesa, sólo uno de los
extranjeros tiene el pasaporte a su cama, el
morocho que juega de cinco y que se para
como un cacique en medio de la pradera.

_ Tenés que encontrar a Gómez.


66
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

Desapareció.
_ ¿Cómo que desapareció?
_ Se las tomó, se rajó, no está.
_ No puede ser, si lo estoy viendo ahora;
está parado en medio en la cancha.
_ ¿Y cuándo vos viste que Gómez se
quedara parado en medio de la cancha durante
un partido? Es un reemplazo.
_ Increíble, es idéntico.
_ Sí, es de última calidad pero no es él, los
chinos me avisaron que no va a rendir lo
mismo que el original. Por eso lo quieren de
regreso al negro. Tenés que encontrarlo.
_ Voy para allá.
_ No, no te necesito acá, Cacho. Andá a
Buscarlo.
_ ¿Adónde?
_ A la concha de tu hermana si es necesario
pero tenés que encontrarlo, ¿entendiste?
_ Sí.
67
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

_ Si a ese boludo se le ocurre hablar,


nuestro proyecto con los chinos se va al carajo,
ya me lo dijeron, nos van a echar a la mierda.
Con esta gente no se jode.
*
_ Me parece que el Kaohsiung va a tener
que mostrar su chapa de campeón y de que
todo lo que ha hecho hasta ahora no es mera
suerte de principiante.
_ Sobre todo teniendo en cuenta que es un
equipo que ha crecido futbolísticamente en un
abrir y cerrar de ojos con las incorporaciones
venidas de occidente.
_ Sin embargo, hoy, el equipo parecía haber
perdido el rumbo. Sobre todo el negro Gómez
que parecía ausente durante todo el segundo
tiempo.
_ Algo pasa con Gómez porque no es a lo
que nos tenía acostumbrados.
_ Al Kaohsiung le quedan dos fechas y dos
68
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

rivales dignos de temer, el Taipéi y el Tainán.


_El Tainán Soccer Club ha tenido un
rendimiento irregular pero es el último
campeón y se juega su prestigio contra los
extranjeros del Kaohsiung.
_ El campeonato taiwanés se ha puesto
interesante y de alguna manera justifica que
hayamos hecho tantos kilómetros para relatar
estos encuentros.
_ El fútbol es así siempre puede darnos
sorpresas sin importar donde se lo juegue.
*

La teoría del juego perfecto escrita por el


taiwanés Ho Chu Wan en el siglo XVII, en su
primer axioma sostiene que lo más importante
es el equipo. Por ende, se deben anular o
desterrar todo tipo de individualidades y
egoísmos del sentir de los integrantes que
pertenezcan a un equipo que quiera lograr una
69
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

eximia actuación. El sentir del nosotros debe


prevalecer por sobre el yo mezquino. El
pensamiento debe ser homogéneo y
sincronizado, consolidarse como si fuera una
sola entidad que gobierna a cada una de sus
partes. Cualquier mínimo conflicto o
divergencia pone en peligro a la totalidad de
las partes. Wan afirma que para lograr la
perfección deportiva se deben llevar a cabo
transformaciones profundas y en muchos
casos permanentes en la forma de ver y
percibir el mundo de los individuos. En
muchos casos estas transformaciones no
condicen con el espíritu humano inculcado en
las culturas occidentales que tienen una
tendencia natural al individualismo y a la
alienación. De ahí que muchos lleguen a creer
que la absoluta perfección es inalcanzable para
éstos y no así para las culturas de oriente.

*
70
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

Sentada a un lado de Gómez Mei Li, bebía


un trago y se hacía la tonta. Él lucía
demacrado, tenía unas ojeras enormes y la
barba semicrecida.

La mujer encendió un cigarrillo y se


entretuvo mirando como las cenizas se
consumían en el tubo blanco repleto de tabaco.
Su misión era vigilar al extranjero, y de vez en
cuando, entretenerlo. Gómez había sido el
último en llegar a la isla. Los otros no habían
dado problema alguno pero éste tenía algo en
sus ojos que no terminaba de entender. Le
habían ordenado estar siempre cerca, por eso
le puso localizadores en una cadenita que le
regaló. El día que Gómez escapó en pleno
partido ella fue la única que supo dónde
encontrarlo, sin embargo no dijo nada. Llamó
al contacto argentino, y consiguió unos dólares
extras por el dato. Había cumplido con su
trabajo y era probable que obtuviera un
71
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

ascenso. Sin embargo ahora estaba segura que


no volvería a ver al formoseño. Lástima, es
simpático, y lindo, pensaba Mei Li pero
guardaba ese pensamiento en el baúl de los
recuerdos para verlo en sus momentos de
soledad y nostalgia.

No era fácil ser Cacho Robles,


representante de futbolistas, cuando las cosas
andaban mal toda la responsabilidad caía
sobre él. Dejaba de ser el encargado de los
intereses económicos de su representado para
convertirse, como en este caso, en un
detective, o una niñera que tenía que salir
corriendo para ver que carajos estaba
haciendo su niñito, y todo eso por un mísero
porcentaje. Pero los que aman el fútbol tienen
que jugar algún rol para estar cerca de la
cancha y de la pelota, porque es ahí donde está
la acción y entonces es un privilegio ocupar
72
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

este lugar. Sobre todo para Cacho que siempre


soñó con ser jugador de fútbol pero siempre
fue gordo, torpe y lento, tres atributos que le
jugaban en contra.

El caso es que tenía que encontrar a su


oveja extraviada y devolverla a salvo al
rebaño. El negro Gómez, era uno de los últimos
que había reclutado para que se sumara al
P.I.F.C (Proyecto Internacional de Futbolistas
Cibernéticos), en el que se había embarcado
con algunos empresarios del ramo. Había
reclutado a los mejor jugadores del fútbol
argentino de ascenso y los había llevado a la
liberada Taiwán. Los chinos dejarían de lado la
pequeña pelota de beisbol y pondrían bajo sus
pies la número cinco. Sería una innovación
cultural a gran escala. Los taiwaneses se
entusiasmaron con la idea y pusieron todos
sus recursos para el logro de un colosal
objetivo, conformar no solo un buen equipo de
73
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

fútbol sino uno que fuera perfecto. ¿Por qué?


Nadie, lo sabía, habría que preguntárselo a los
taiwaneses. La teoría de Cacho era que esos
tipos no toleraban la mediocridad, cansados de
producir imitaciones de las grandes marcas
habían decidido adoptar a la perfección como
política de estado. Así nació el P.I.F.C. Un día
pusieron en el buscador de google el mejor
fútbol del mundo y les salieron Brasil y
Argentina, por un cuestión racial no se
animaron con Brasil y entonces buscaron en la
Argentina y por esas cosas de la vida y del
destino dieron con Cacho Robles,
representante de futbolistas, que como Marco
Polo empezó a establecer lazos comerciales
con la nueva potencia.

Jugadores como Gómez, a quiénes no los


conocía ni su madre, estaban a punto de saltar
a la fama y a la gloria que sólo el fútbol puede
dar gracias al P.I.F.C; en Argentina no habían
74
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

tenido la suerte, pero acá se habían convertido


en héroes nacionales. Había mucha plata, pero
también una pila de problemas puestos sobre
la mesa. Para crear al equipo perfecto,
necesitaban jugadores perfectos y la
perfección no es una posibilidad humana. Esto
lo sabían muy bien los chinos por eso
produjeron tecnología necesaria para hacerlo.
Una computadora dirigía a los jugadores, los
ubicaba en la cancha y coordinaba cada uno de
sus movimientos eliminando así cualquier
posibilidad de equivocación. Sin embargo algo
había salido mal. Un patadón en el tobillo
había desconectado al negro Gómez del
sistema, le había cambiado la frecuencia.

Por eso Cacho Robles tenía que encontrar a


Gómez, en una ciudad en la que ni siquiera
podía leer los carteles, y luego hacerlo entrar
en razón por las buenas o por las malas; ya que
no a todos les gustaba la idea de convertirse en
75
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

jugadores de metegol, como decía Cacho,


cibernéticos le corregían los chinos. Ellos
tenían sus métodos, lo podrían hallar en un
santiamén, no les sería muy difícil encontrar
un argentino en esa isla, pero era
responsabilidad de Cacho y aún le quedaba un
poco de paciencia, y algo de suerte, en el
frasco. Así una noche sonó su teléfono y una
dulce voz de mujer le dijo, en inglés, " I have
Gómez"

*
Luego de aquel encuentro Cacho Robles no
volvió a hablar con el negro Gómez. Lo vio,
como todos lo vieron, ese domingo, en la final
del campeonato taiwanés. El Kaohsiung ganó
por un contundente 4-0 y se coronó campeón.
Uno de los goles lo hizo el negro. Robles lo
festejó junto a Mei Li en el palco vip. Abrió una
botella de champagne y brindaron por el
76
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

triunfo. Gómez estaba totalmente integrado al


equipo y era una pieza fundamental del
Proyecto. El Kaohsiung Futbol Club se
consolidó y hoy está más fuerte que nunca a la
espera de compromisos internacionales. Los
jugadores están enchufados, con todas las pilas
puestas. Es un equipo increíble, de próxima
generación. Made in Taiwán con materia prima
argentina. _Ahora nadie podrá detenernos_,
dicen los chinos.

77
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

Alguien quiere matar a María

A María le tiemblan las piernas y la pansa


se le ha puesto dura como una piedra. Está
sola, escondida en el ropero como cuando era
una niña y jugaba a las escondidas en casa de
sus primos. A ella siempre la descubrían
primero porque su risa la delataba. Se reía a
carcajadas de pura felicidad. María eligió el
único escondite que tenía a mano aunque duda
de que sea el más adecuado. Ruega que no la
encuentren. Si se hubiera escondido bajo la
cama pero no, ya es demasiado tarde.
Cualquier sonido delataría su ubicación.
Alguien recorre la casa husmeando en los
rincones. Alguien la busca para matarla.
-A nadie le interesa lo que pasa en la casa
de los demás, así que nadie te va a molestar,
viejita, te vas a sentir mejor porque acá nadie
se mete en la vida de los demás, _le dijo su hijo
78
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

cuando ella le preguntó quiénes eran los


vecinos.
Sin embargo, desde el primer momento en
que puso los pies en esa casa presintió que
algo malo podría pasarle. Las altas murallas y
las rejas no la hacían sentir segura. Las casas
lindas y de apariencia segura son las que más
robos sufren.
Escucha el maullido de su gato. Es cerca del
mediodía y Maldito tiene hambre y anda por la
casa en busca de alimento. Maúlla el gato y la
busca. Es un gato negro con manchas blancas,
de raza desconocida. Lo trajo su hijo como
regalo, para que no estés tan sola mamá, le
dijo. Es un gato- le respondió_. Para qué quiero
yo un maldito gato. Y desde entonces lo llamó
Maldito.
Acurrucada entre las ropas y el olor a
naftalina María espera el momento en que la
rendija de la puerta del ropero por el que se
79
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

mete un hilo de luz se agigante de golpe. Pica


piedras María le decía su primo Antonio y salía
a correr y ella corría detrás de él. Le gustaba
verlo correr y su risa de niña enamorada no le
permitía correr más aprisa. Ahora aunque
quisiera no podría correr. Si apenas pudo subir
las escaleras. La artrosis inunda sus huesos.
Las pastillas. Es la hora de tomar las pastillas,
cada doce horas le dijo el médico, había
tomado la última a las doce de la noche,
cuando oyó aquello que no tenía que oír.
Dónde había dejado la caja de pastillas. Y si la
encontraban. Sabrán que ella no puede correr
porque es una vieja enferma. Y entonces se
darán cuenta lo fácil que sería matarla. Piensa
en gritar. Fuerte, muy fuerte y pedir socorro
pero nadie la oiría. A esa hora los vecinos no
llegan aún del trabajo, porque acá no es como
en el barrio, mamá, todos trabajan _ recordó_
también las mujeres. Y los chicos están en el

80
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

colegio. Hasta la noche no hay nadie. Así que


vas a estar tranquila. Nadie te va a molestar.

Los maullidos de Maldito le llegan cada vez


de más cerca. Soy una vieja cobarde _piensa_
debería hacerles frente. Pero su cuerpo se
niega a moverse, a dar un gesto de valentía. Su
instinto de supervivencia bloquea cada
músculo. Qué van a decir en el barrio, cuando
se enteren de que la mataron, piensa, y su
pensamiento se dispara hacía el lugar en el que
vivió por más de treinta años, no ese lugar
paquete y pulcro en el que la depositaron sus
hijos. Te compramos una casa nueva, en el
centro, mamá_. Le dijo su hijo_. Ahora vas a ser
una señora importante.

El lugar que ocupa la memoria de María es


la casa blanca apenas revocada, con patio de
tierra adelante y atrás. Separada apenas de la
casa vecina por un tejido viejo y casi
imperceptible a la vista. Aplastado de tanto
81
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

que le cruzaron por encima. En esa casa crió a


sus dos varones. Allí vivió sus mejores
momentos junto a Mauricio. En ese lugar vio
morir a Mauricio y cargó su viudez con
dignidad.
Maldito entra a la habitación. Vuelve a salir
y se detiene en el umbral de la puerta, da tres
maullidos largos y luego se queda en silencio.
Está buscando con todos sus sentidos alertas a
la pobre vieja que le da de comer. Tiene
hambre y buscará hasta el cansancio.
María recuerda a Pocha. La última vez que
la vio fue justo antes de subirse al remís que la
alejaría para siempre de su lugar amado, y
mientras el chofer cargaba las valijas en el baúl
se le acercó su fiel compañera de itinerancias
matutinas, para despedirse y pasarle el último
chisme fresco.
_ Se fue nomás Faustino de la casa, dejó a la
Mirta y a los chicos para irse con una más
82
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

joven.
_ Qué bárbaro_. Murmuró apenas María

Se paró por última vez en el portoncito de


su vivienda que le había servido de atalaya
para observar el trajinar de los días y las
noches y hechó un último vistazo; luego se
recluyó en el asiento trasero del remís y desde
allí ya no se atrevió a mirar las calles de tierra,
las veredas anchas, las plantas de paraíso.
Quizás hubiera sido mejor que la
depositaran en un asilo. El más grande le había
prometido que cuando se recibiera le iba a
comprar una casa. Y a su pesar cumplió. La
casa, ubicada a pocas cuadras del centro de la
ciudad era bonita pero demasiado diferente a
la otra que ya era parte del pasado. No había
necesidad de usar botas de goma en los días de
lluvia porque las calles estaban asfaltadas, no
había zanjas al aire libre donde las pelotas de
83
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

los chicos pudieran caer y ella les recordara a


los gritos que debían lavarse las manos con
agua y jabón. Tampoco había visto chicos
jugando en la calle. Sólo vio a un niño y una
niña, el primer día que llegó, era temprano y
los vio subirse al auto de su padre que los
llevaba al colegio. Iban serios, en silencio.
Mamá, acá eso queda feo, le reprendió su hijo,
cuando intentó llevar el sillón a la vereda. La
vida de María, como la de sus vecinos,
transcurría en un cotidiano trajinar entre las
paredes de las casas amuralladas.

Y ahora que alguien se metió a la casa para


matarla quiere que el tiempo pase rápido, que
se haga de noche. Porque esta noche su hijo le
prometió que vendrá a verla. Pero recién es
mediodía y quien sea que esté husmeando en
su casa tiene el tiempo a su favor.

Cómo extraña el ladrido incesante de los


perros, la música estridente que solía poner el
84
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

hijo de la vecina desde el momento en que se


levantaba, a eso de las 11 de la mañana, hasta
que llegaba la hora de ir a jugar al fútbol. El
estrépito de las motos sin caño de escape que
los muchachos del taller de don Cacho salían a
probar en plena siesta, y la gente y los chismes
que circulaban de boca en boca en cada
esquina. Cualquier cosa menos ese silencio de
tumba que recorre los rincones de la casa.
Qué bien le vendría un mate ahora para
calmar sus nervios y entumecer un poco su
miedo y que no le duela tanto. En los días de
tormenta el mate le ayudaba a tranquilizarse, a
no pensar tanto. Pero en esta casa amurallada,
en esta prisión de silencios, hasta la yerba
tiene un sabor distinto.
Acurrucada entre las ropas María repasó en
su cabeza los acontecimientos de la semana.
Un viejo camión se metió lentamente, como
un gusano, por las arterias del barrio. En la
85
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

esquina se torció y bamboleó su acoplado al


pasar por un bache, parecía que iba a volcarse
pero enseguida recuperó el equilibrio. Se
detuvo justo al lado de la casa de María
Ella dormía la siesta en el living frente al
televisor encendido. La despertó el freno del
camión y el golpe seco de la puerta del
conductor al cerrarse. Se asomó a la ventana y
espió hacia la calle.
Una jovencita bajó del camión y aguardó en
la vereda. Su cabello era negro y largo y lo
llevaba apenas recogido. Una blusa clara y una
pollera negra. Zapatos negros, bajos. Sostenía
un pequeño bolso con ambas manos hacia
adelante.
Su presencia no pasaba desapercibida a los
hombres de la mudanza que cargaban los
bártulos, los metían a la casa, y de reojo
espiaban la figura de la mujer. Es bonita, pensó
María
86
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

Luego, vio las espaldas de un hombre calvo


y gordo que ordenaba a los otros. El señor de
la casa, concluyó de inmediato. Hacía calor y la
camisa se le adhería al cuerpo transpirado.
Entraba y salía de la casa señalando hacia
dónde ir y qué hacer. María no lograba ver
bien los rostros y las voces se mezclaban con
los gritos y las risotadas de los hombres de la
mudanza. Por eso recién cuando el hombre
calvo y gordo giró sobre su eje para observar
de frente la nueva casa. María le vio el rostro.
_ ¡Faustino!_ dijo y casi se cayó de espaldas.
Escondida tras las cortinas de la ventana
contabilizó cada uno de los objetos que los
hombres de la mudanza pasaban frente a sus
ojos.
Durante el tiempo que duró la mudanza
María observó, penitente, el espectáculo. Se
había hecho un sándwich de mermelada de
durazno con queso y lo devoraba mientras
87
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

miraba. La jovencita, la recién llegada, la otra,


como la llamaría María de aquí en más,
permaneció firme en la vereda como si
esperara una orden.
_ Mirá, se hace la mosquita muerta.
Luego Faustino se acercó a ella, se paró a su
lado y sonrió henchido de orgullo. Dijo algo
que María no logró descifrar a la distancia.
Luego la apretujó un poco contra su cuerpo.
María siempre había tenido buena vista por
eso juraría que Faustino aun llevaba el anillo
de casamiento en la mano izquierda.
_ No tiene vergüenza, podría ser su hija.
*
María oye nuevamente el maullido de
maldito pero ahora es diferente. No es el
sonido lastimero de gato hambriento sino un
llanto apagado de felino malcriado. Lo sabe
porque adoptó a aquel impertinente animalito
y se acostumbró a él más que a su soledad.
88
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

Maldito tiene la mala costumbre de buscar


ratones entre los arbustos hasta entrada la
noche, y cuando María se dispone a dormir se
pone a llorar para que lo deje entrar a la casa.
Por eso aprendió a meterlo a la casa ni bien
cae el sol, sin embargo aquella noche Maldito
se ausentó de la casa hasta tarde. María buscó
a su mascota pero ésta no aparecía. Hacía
bastante frío. Llevaba pantuflas y una bata de
dormir. Se quedó parada en el umbral de la
puerta trasera entreabierta y trató de divisar a
su gato. Fue entonces que oyó un grito en la
casa vecina. No supo qué hacer, y pensó que
aquello no era nada y que de última no era su
problema. Pero María no era así, todo era su
problema. Por eso cuando intentó dormir no
pudo, no encontraba un lugar cómodo en su
inmensa cama de viuda. El llanto de maldito
terminó de sacarla de la cama. Volvió a
ponerse las pantuflas y se asomó nuevamente

89
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

al umbral de la puerta. Ni bien abrió la puerta


el felino se coló entre sus piernas, dio un par
de vueltas acompañadas de ronroneos y el
muy caradura se metió a la casa. Ella se quedó
un rato mirando hacia la medianera de la casa
vecina, la casa donde Faustino se había
mudado con la otra. Trató de oír algo, lo que
fuera.
A pesar del frío la curiosidad le pudo y se
arrimó al muró de ladrillos para oír de cerca,
apoyó la oreja y nada. Luego arrimó una silla
de madera y espió.
_ A ésta también le pega.
*
Desde entonces María vigiló a Faustino y su
mujercita, mientras, sorbía el mate que se le
enfriaba en la mano de tanto mirar hacia la
casa de los vecinos. Se le hacía que algo no
estaba bien, Sabía que ese hombre no era de
fiar. Más de una vez había acompañado a
90
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

Marta, la mujer de Faustino, para hacer la


denuncia a la comisaría. Es un tipo jodido,
murmuraba en la soledad de su living, es capaz
de hacer cualquier cosa.
Entonces ocurrió lo inesperado. Cerca de la
medianoche María se levantó a tomar sus
pastillas para la Artrosis y oyó dos disparos
que provenían de la casa vecina. Conocía muy
bien ese sonido. Se había criado en el campo y
con cinco hermanos varones a quienes les
gustaba cazar. La peor de las sospechas se le
metió en la cabeza. No supo qué hacer y muy a
su pesar no hizo nada.
*
Al día siguiente vio que la mujer de
Faustino, salía a la vereda.
María se apresuró a salir para propiciar un
encuentro casual y tal vez aprovechar la
oportunidad para contarle lo que ella sabía
sobre Faustino. Con una sonrisa en el rostro la
91
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

saludó.
_ Lindo día, ¿no?
_Sí_ le respondió_ la joven.
Tarareaba una canción romántica y luego
tomó una escoba y la usó como pareja de baile.
_ ¿Vive sola?_ le preguntó María, como para
sacarle alguna información.
_No, Sí. Mi marido está de viaje_ respondió_
Viaja todo el tiempo. Por su trabajo.
_Ah_ respondió María
Maldito apareció de pronto, escapaba de la
casa vecina. Cruzó entre las piernas de María y
se metió a la casa. Llevaba algo escondido
entre sus fauces. Gato de porquería_ dijo María
y persiguió al felino. Lo alcanzó antes de que
llegara al jardín. Otra vez comiendo mierda_ le
dijo y a la fuerza le quitó lo que llevaba en la
boca.
Entonces cayó en la cuenta que aquello que
su gato estaba comiendo bien podría ser un
92
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

dedo humano, un dedo robusto de hombre con


un anillo de oro.

El espeluznante descubrimiento apenas le


dio tiempo de darse cuenta que alguien se
había metido a la casa. Entonces subió las
escaleras con la mayor prisa que su avejentado
cuerpo le permitía y se escondió. María está
segura de que alguien está abajo, se lo dice su
intuición de vieja y su miedo la acurruca entre
las ropas del placard. Abajo las puertas han
quedado abiertas al sol del mediodía. Una
brisa suave se cuela e inunda los espacios y los
rincones de la casa.

93
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

Reciclaje

_ Papá, caranchos.
_ Acá siempre hay caranchos.
El niño continuaba con la mirada perdida
en el cielo infinito, se apoyaba en un palo que
hacía las veces de bastón y recogedor de
objetos. Era un palo de escoba que llevaba en
un extremo atado con alambre un clavo grueso
y largo para poder pinchar los objetos sin
tener que agacharse a recogerlos con las
manos, también le permitía hacer pie entre las
mesetas de desperdicios que conformaban el
extenso basural.
_ Si yo fuera carancho también iba a venir
por acá, hay mucha comida pa’ carancho.
_ Nojotro no somos carancho, pero igual
venimos toos los días.
_ No, no somos caranchos.
_ A de haber un perro muerto.
94
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

_ Cuando se murió Bobi, ¿lo tiraste acá


papá?
El padre no le respondía y seguía hurgando
entre los desperdicios, arrojó un gran trozo de
tierra arenosa hacia los pies del niño que con
la excusa de la charla había dejado de buscar.
_ Bobi no iba a queré volá con los
caranchos, le tenía miedo a los lugares altos.
¡Bicho e mierda! No se coman a Bobi. ¿Cuántos
hay papá?
El padre se detuvo miró hacia el infinito
cielo de la siesta e intentó contarlos pero luego
desistió pues el sol le clavaba los rayos en sus
ojos negros.
_... muchos.
Bajó la vista hacia la oscuridad de la basura
para recuperar la visión y volvió a escarbar
con las manos.
_ También están de noche.
_ ¿Vo los viste? ¿Vo vení de noche también,
95
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

papá?
_ A vece, e más tranquilo, pero no se ve na’a
y to’o se hace al tacto. Hay que adivinar con los
dedos.
_ La agüela dice que son un aviso de que
algo malo va a pasar.
_ ¿Qué cosa?
_ Los carancho, pue.
_ Si tené caranchos volando sobre tu cabeza
y está en medio de un basural, lo malo ya te
pasó. Mierda, e una puta lata, eto no vale un
carajo.
_ Allá hay cartón.
_ ¿Dónde?
_ A la derecha.
_ Vamo.
Varias placas de cartón estaban arrolladas
con cinta de embalaje formando un tubo
gigante. El niño se abocó a la tarea de
desarmar el tubo de cartón. Lo hacía con las
96
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

manos para no agujerear el material. Sin


agujeros el precio era mayor. El padre llegó
con la carretilla repleta de lo que habían
logrado juntar, después llevarían su carga al
carro que había quedado a unos metros de
donde estaban.
Tras quitar los primeros trozos de cartón el
niño y el hombre quedaron paralizados. Nubes
de polvo atravesaban el caluroso día en el
basural.
_ Olvidáte lo que viste.
_ ¿Está muerta papá?
_ Sí.
_ E la señora_ dijo.
_ ¿Qué?
_ E la señora, de la casa donde corté el pasto
la otra ve. Sí, e ella. Etoy seguro.
_ No, no e ella. Vo no la conocé. Y no viste
na’a. Me entendé.
_ ¿y entonce?
97
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

_ Na’a

Un carancho aterrizó a un lado del niño


que retiraba los trozos de cartón. El ave y el
niño se miraron un instante. Un graznido y
decenas de picos y patas se abalanzaron sobre
el cuerpo. El padre y el niño se hicieron a un
lado. El niño tomó un palo e intentó espantar a
los pájaros pero ya era tarde, el ataque aéreo
había empezado y el cuerpo de la mujer era
ahora territorio de los caranchos. Los dos
fueron mansos testigos de cómo las aves
descarnaban a picotazos el cadáver de la
mujer.
El sudor recorría sus cuerpos abatidos por
el calor incesante. La tierra hirviente y seca
tragaba rápidamente cada gota de
transpiración.
Luego, en silencio acomodaron en la
carretilla los desperdicios que habían podido
98
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

recolectar para vender a la planta de reciclaje.


Terminada la tarea, abandonaron con paso
cansino el basural caminando sobre las
montañas de basura que escondían quizás
otros oscuros secretos. La brisa caliente del
norte levantaba una polvareda deforme que se
estrellaba en la calle y allí acumulaba
colchones de tierra blanca como ceniza, como
las cenizas de un infierno.
El vaciadero municipal era grande. Les
llevaría veinte minutos atravesarlo para llegar
hasta el carro. El sopor hirviente del día
generaba espejismos en el horizonte y el olor a
basura saturaba la nariz.
Los caranchos aleteaban su danza macabra
en lo alto y parecían seguir el rumbo del
hombre y del niño, sus sombras cortaban la
tierra sobre decenas de montículos de basura
revuelta que los pasos lentos pero persistentes
esquivaban con desdén.
99
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

_ ¿Cuánto hicimo hoy?


_ Casi na’a.
_ ¿El turco compra huesos papá?
_ Sí.
_ Pobre señora.
_ Sí, _dijo el padre_ pobrecita.

100
Dan ganas de matar y otros cuentos Sandro Centurión

Formosa, Agosto de 2012


101

Das könnte Ihnen auch gefallen