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2 Pe 1, 1-7

Hemos escuchado el inicio de la segunda carta del apóstol san Pedro. Esta, es
una carta enviada a los cristianos en nombre y con la autoridad de Pedro. Los
destinatarios son cristianos de la segunda o tercera generación. La finalidad del
escrito es ponerlos en guardia frente al riesgo o la amenaza que representaban
los disidentes, o sea, los que se mostraban contrarios a la doctrina cristiana de
Pedro. Al parecer, esta disidencia estaba representada por “falsos maestros” o
“falsos profetas”. Por lo cual, cabe pensar que el texto de la segunda carta de
Pedro nació de una preocupación polémica y de la intención de confirmar a los
cristianos fieles.

En los versículos de hoy, encontramos tres aspectos fundamentales: El saludo a


los que “han alcanzado una fe no menos preciosa que la nuestra”, una
demostración de que tenemos todo lo necesario para la vida y la piedad, y lo
que se necesita para tener éxito. El autor comienza por recordar el sentido de la
vocación cristiana; como partícipe de “la naturaleza divina”, el discípulo de
Cristo está llamado a vivir santamente, en conformidad con la palabra
apostólica y profética; en esa palabra inspirada por el Espíritu Santo se funda la
predicación cristiana. Luego, el autor resalta que no basta con haber sido
llamados a creer, se debe confirmar esta elección de Cristo con una vida
realmente santa. Por eso, expresa el deseo de que los fieles “se esfuercen en
añadir a la fe virtud, a la virtud ciencia, a la ciencia templanza…” y así, hasta
llegar al amor. De esta manera, la persona podrá crecer en el conocimiento de
Cristo y no será estéril en este sentido.

Por lo tanto, podemos decir que la lectura de hoy, es ante todo una invitación a
crecer. Podría parecer algo obvio, pero no es así. Si nos fijamos bien, hoy en día
existen muchos afanes: afán de dinero, de prestigio, de placer, etc. Detrás de
esos afanes hay diversas clases de amor a los bienes de esta tierra. A menudo,
un amor desordenado e impetuoso, que pasa por encima del hermano más débil.
Y como la gente tiene ese amor a esta tierra, y por ese amor tiene aquel afán,
entonces se dedica a prepararse cada vez mejor, para ser más competitivo, o sea,
para entrar con mejores garantías al mundo. Hay personas que acumulan títulos,
empresas, desarrollo, etc. Quieren crecer, pero es un crecimiento que en últimas
no llena a la persona. Frente a toda esa actividad uno puede preguntarse: ¿qué
pasa con la vida de la fe? El apóstol san Pedro nos dice hoy: “poned todo
empeño en añadir a vuestra fe… amor”. El cuál es el que le da sentido a la vida.
Bien decía san Agustín: “ponle amor a las cosas y tendrán sentido, quítales el
amor y se tornarán vacías”. Hoy somos invitados a crecer, a competir en el
mundo, pero no para ganar monedas que tendremos que dejar cuando nos
vayamos de esta tierra, sino para acumular los tesoros que nunca se oxidan y
que jamás mueren.

2 Timoteo 1,1-3.6-12

La segunda carta a Timoteo, que hemos escuchado hoy, es considerada, dentro


de la tradición cristiana, la última carta escrita por el apóstol Pablo y en este
sentido considerada “su testamento”. El Apóstol la envió desde Roma, donde
se encontraba prisionero por segunda vez, poco antes de su martirio. En ella se
dirige a Timoteo, "su hijo muy querido". El tono de esta carta es personal, sirve
para solicitar a Timoteo que se dirija a Roma y para exhortarle que permanezca,
cueste lo que cueste, en la sana doctrina, estando presto a sufrir todo lo que el
ministerio cristiano demande. La lectura de esta carta nos lleva a pensar en que
los problemas en la iglesia de Éfeso, al parecer, se estaban acrecentado.

Desde el comienzo de la carta Pablo se refiere a su apostolado como suscitado


“por la voluntad de Dios”, un hecho que nunca se cansó de repetir. Esta
vocación apostólica ni él mismo la ha querido, ni ha sido producto del consenso
humano. A sido un don de Dios que Pablo a custodiado con gran dedicación.
Pablo dice también: “según la promesa de la vida”. Estas palabras adquieren un
doble significado: nos remiten tanto a una esperanza futura como a una realidad
presente. Algo que el apóstol ha tenido muy en cuenta a lo largo de su vida, su
meta es Cristo y es Él mismo quien lo acompaña en su obra. El saludo de Pablo
a su querido discípulo Timoteo es una buena síntesis de la vida cristiana en su
desarrollo temporal: gracia, misericordia y paz.

De Timoteo se espera que sea modelo de fidelidad y de fortaleza. Para eso le


escribe Pablo, para que no desfallezca. Aquí se pueden utilizar las palabras de
san juan Crisóstomo: “¿De que le serviría al obispo ser fiel sino fuera capaz de
trasmitir la fe a otros? Con esto, podemos ver que, aunque toda nuestra historia
personal y comunitaria está marcada por la gracia, la misericordia y la paz,
también es verdad que estos tres nobles deseos son como un resumen del camino
que vamos recorriendo escoltados por la gracia y atraídos por la paz.

¿Qué podemos concluir de todo esto para nuestra vida personal? Pablo invita a
su discípulo a “reavivar el don recibido”. De esta sencilla exhortación
aprendemos que lo que Dios nos ha dado es como una semilla y que estamos
llamados a cultivarla. Podemos preguntarnos: ¿hemos dejado morir los dones
de Dios en nosotros? ¿Qué obras de misericordia hemos dejamos de practicar?

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