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Maestría en Consejería Bíblica

Alumno: Sergio Manzanilla Ramiro


ID. 245282
Martínez de la Torre, Ver. A 12 de Octubre de 2019

Curso: CNS634 – CONSEJERÍA EN CASOS DE PÉRDIDA O DUELO


Profesor: Dr. José Gregorio Liendo

“Preguntas y desarrollo de intervención o apoyo”.

Introducción: Responda a las siguientes preguntas y desarrolle su intervención o apoyo como crea más
conveniente:

1. Una familia perdió a un hijo por suicidio. ¿Qué le diría? ¿Cómo abordaría esta situación?

Job 2:13(NTV)
Así se sentaron con él en tierra por siete días y siete noches, y ninguno le hablaba palabra, porque veían que
su dolor era muy grande.

El dolor que experimenta una familia tras la muerte de uno de sus miembros se incrementa hasta niveles
casi insoportables cuando ésta se ha producido por un suicidio. Las muertes violentas, y en particular el suicidio,
son las más difíciles de aceptar. Se buscan explicaciones, se pretende encontrar culpables, no se sabe cómo
mitigar una angustia que se muestra aturdidora.

El efecto del suicidio en la familia constituye una tragedia devastadora que provoca serios destrozos en
la vida de los sobrevivientes, introduciéndoles en un duelo, por regla general, muy traumatizante y prolongado.
Sobre todo en el caso de las madres, al tener más interiorizado su papel tradicional de cuidadoras, encuentran
muchas dificultades para entender que sus desvelos, sus cuidados, sus intentos de protección y sus esfuerzos de
contención hayan sido ineficaces a la hora de evitar la tragedia (Salmo 38:17).

Por otra parte, la mayoría de las familias viven el suicidio como un verdadero estigma que les llena de
vergüenza y que no les es fácil sobrellevar. Y esto parece ser así incluso aunque desde el entorno se evite todo
señalamiento negativo y se les trasmita todo el apoyo posible. Así, en ocasiones, se busca enmascarar una
realidad extremadamente dolorosa y se fabrica un verdadero tabú respecto a lo que en verdad le ocurrió a la
víctima, ocultando la causa real de la muerte. No deja de ser una forma de protección de algo que no se quiere
aceptar porque resulta más amenazante de lo que uno está dispuesto o capacitado para soportar. El pastor o
consejero que pretenda ayudar a la familia para superar de manera adecuada el proceso de duelo por un suicidio
necesita manejar la Palabra de Dios y una serie de pautas terapéuticas para facilitar la evolución espiritual y
psicológica de los familiares en las diversas etapas y evitar así la aparición de duelos patológicos.

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Pero conviene entender que no existen panaceas ni remedios infalibles. Cada ser humano es distinto y
reacciona ante un mismo evento de manera original. Y, por otra parte, es evidente que el impacto no será el
mismo para los hijos del suicida que para sus hermanos, padres o pareja.

Algunos principios generales de intervención inmediata en los casos de suicidio serían los siguientes:

1) Acompañar a la familia en algunas tareas fundamentales:

Reconocimiento compartido de la realidad de la muerte y del modo como ésta se produjo (confrontación
directa, cultos funerarios, visitas a la tumba… Experiencia compartida del dolor y la pena. Será preciso captar,
comprender y respetar la expresión de sentimientos complejos y contradictorios (ira, decepción, desamparo,
alivio, culpa… Jeremías 8:18) presentes, en mayor o menor grado, en las relaciones familiares tras haberse
producido el hecho luctuoso.

Reorganizar el sistema familiar reestructurando las relaciones para compensar la pérdida. Abrirse a nuevas
relaciones y vivir abiertos a nuevas metas en la vida. En el proceso de duelo (un año o dos como mínimo) cada
estación, cada fiesta o acontecimiento evoca la pérdida. Habrá que evitar que la idealización del muerto, la
sensación de deslealtad o el miedo a otras pérdidas impida contraer nuevos vínculos o empuje a abandonar
compromisos.

2) Trabajar para atemperar el sistema impulsivo y preparar a los más jóvenes para que sean capaces de tolerar
las inevitables frustraciones que acompañan a toda vida humana (Proverbios 24:22). Es importante ayudarles
a entender que el sufrimiento, el fracaso en el logro de objetivos, las contrariedades y los conflictos son
experiencias dolorosas con las que es preciso contar. Deben, por lo tanto, ser integradas como componentes
inevitables de la vida y pueden ser manejadas de forma constructiva sin dejarse arrastrar por los senderos
sombríos de la autoaniquilación.

3) Ayudar a la familia para que comprenda que el suicidio estuvo relacionado con la enfermedad y no con fallos
en los que, inevitablemente, ellos hubieran podido incurrir. Parece que explicar la muerte por suicidio como
un síntoma de una enfermedad mental puede disminuir el riesgo de la imitación, mecanismo que, según se
ha comprobado, puede inducir a algún otro miembro de la unidad familiar a seguir el mismo camino que el
suicida (Jeremías 10:19).

4) Separar la forma de la muerte del muerto mismo. En la muerte por suicidio es preciso separar la forma de la
muerte del muerto mismo; hay que rescatar al occiso de la forma en que ha muerto, diferenciar su vida del
modo de morir. Conviene hacer esa distinción para que se produzca el proceso de sanación. Es preciso hacer
aflorar el convencimiento de que lo que realmente importa no es la manera como murió el ser querido, sino
el hecho de que ya no está. Por lo tanto el trabajo terapéutico de recuperación y de duelo debe hacerse por
su ausencia y no por su modo de morir (Eclesiastés 2:16).

5) Conocer la estructura global de la familia y la posición funcional de la persona que muere. Si eso es
importante, en general, para todo aquel que pretende ayudar a una familia, y fundamental para quien se
propone hacerlo con quienes han perdido uno de sus miembros, se convierte en imprescindible cuando el
muerto lo es por suicidio. Pretender tratar todas muertes del mismo modo constituye un craso error.
Fundamentalmente porque no basta con orientar la ayuda, de acuerdo a nociones corrientes de duelo, a la

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expresión abierta del dolor. Es preciso conocer el modelo de relación que utiliza la familia, su grado de
cohesión, el tipo de comunicación más o menos sano que mantienen entre sí sus integrantes y que
mantenían con el difunto, el papel más o menos relevante que éste desempeñaba, su posible función como
mantenedor de la estabilidad de la estructura familiar, sus creencias religiosas, etc., etc…

6) Ayudar a vencer los mecanismos de negación. Es importante también que el consejero o pastor tenga un
buen control de su propia emotividad y acompañe a la familia para que ésta vaya logando superar sus
naturales mecanismos de negación. Parece conveniente no rehusar términos directos como “muerte”,
“morir”, “enterrar” o “suicidio”, evitando otros menos directos como “el que se fue”, “el que ya no está”…
La utilización de expresiones claras sirven para señalar que se es capaz de hablar con naturalidad de este
tema por más doloroso que resulte y ayuda a los demás a sentirse cómodos y a abrir sistemas emocionales
cerrados. Los vocablos alusivos pretenden suavizar la realidad de una muerte traumática, pero contribuyen
a la confusión y a no enfrentarse a una dolorosa realidad que no deja de existir por más que se pretenda
edulcorarla o enmascararla (Eclesiastés 3:2).

7) Facilitar la expresión de los sentimientos. Una acción terapéutica fundamental es permitir la expresión del
dolor estimulando sus manifestaciones sobre todo en aquellos familiares que tratan de mantener un control
excesivo sobre sus emociones (Salmo 31:9).

8) Priorizar el duelo. En el trabajo con familias que deben abordar duelos difíciles es importante ayudarles a
“priorizar el duelo”, algo así como “establecer una jerarquía de dolientes” que impida la usurpación del dolor
por parte de familiares que, no siendo los más afectados, tienden, debido a su peculiar personalidad, a
comportarse como si fueran los que más sufren restando protagonismo y atención a quienes
verdaderamente más la necesitan. Habrá que hacer un trabajo de contención de las personalidades
histriónicas que, como se dice popularmente, desearían la novia en la boda y el muerto en el entierro. Es
importante lograr la solidaridad de toda la familia para que brinde su apoyo emocional al “doliente
priorizado” (padre, madre, esposo/a, hijos…) incrementando así sus actitudes altruistas y su disposición de
acompañamiento a quien realmente es más menesteroso.

9) Adquiere una especial importancia el apoyo a la familia respecto al manejo que ésta debe hacer de los
sentimientos de culpabilidad. A este respecto convendría tener en cuenta: a) Que la culpa es una fase
habitual por la que pasan todos cuantos pierden un ser querido. Es conveniente ‘normalizar’ este
sentimiento y vivir como algo natural el hecho de preguntarse qué se hizo mal o qué se dejó de hacer bien.
b) Que, aunque se produjo en ese determinado momento, el suicidio pudo también haber ocurrido antes y
si realmente no sucedió así en ello tuvieron mucho que ver los desvelos y los cuidados que generosamente
brindó en su momento la familia. Es este un aspecto que conviene destacar.

Que si el propio suicida jamás deseó padecer la enfermedad que le llevó a la muerte, tampoco tiene ninguna
lógica cargar sobre las espaldas de la familia, del pastor o consejero, del médico, del psicólogo o del psiquiatra
una decisión que ni desearon, ni alentaron. La familia tendrá que entender que no era fácil, ni posible evitar lo
que finalmente sucedió. El ser humano acaba haciendo lo que desea y nadie se lo puede impedir (Salmo 84:5).
No es razonable vivir encadenado al otro para evitar una posible tragedia. La vida en esas condiciones no tendría
sentido y el simple planteamiento de una situación de esa naturaleza resulta absolutamente absurdo. Además
nadie puede hacerse responsable, de forma definitiva, de la vida de otro salvo que se trate de un niño o de un
demente y ello con matices y aceptando que, incluso en esos casos, hay circunstancias que escapan a nuestro
control y no son, por tanto, previsibles.

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Es igualmente imprescindible tener en cuenta un contexto más amplio que el de la propia familia. Es éste un
principio que quita la culpa que permite entender, por una parte, que toda persona es libre y responsable de sus
actos y, por otra, que la matriz social en la que una persona toma sus decisiones no está constituida
exclusivamente por el entorno familiar.

Será también fundamental trabajar todo lo referente al complejo mundo de los límites que las familias muy
aglutinadas o fusionadas tienden peligrosamente a diluir. Eso facilitará la comprensión de un “sí-mismo”
independiente y la responsabilidad de cada uno frente a ese “sí-mismo”. Habrá que aprender a aceptar que cada
uno es dueño de su propio destino y señor de sus propias decisiones. Por lo tanto, el amor y la proximidad
afectiva no implican que uno deba sentirse corresponsable, y mucho menos culpable, de las conductas que uno
desaprueba en aquellos a quienes ama (Salmo 119:168).

Un último recurso sería procurar que el culpabilizado caiga en la cuenta de que él no le inculcó, en ningún
caso, la idea suicida, ni le facilitó los medios para ejecutar el suicidio, sino que, por el contrario, se esforzó por
modificar su manera de ser, le aconsejó lo mejor que pudo y sufrió y padeció a causa del carácter difícil del
difunto.

10) Señalar, finalmente, como algo importante la necesidad de dar tiempo al tiempo (Eclesiastés 3:1-8). Es tarea
fundamental del pastor o consejero trasmitir serenidad. Los procesos de duelo no pueden ni ahorrarse, ni
precipitarse porque cuando se cierran en falso se convierten en fuente de patologías. La familia tendrá que
comprender que no existe receta mágica que pueda liberarle del dolor de la separación, máxime cuando ésta
ha sobrevenido de forma inesperada y violenta. Habrá que confiar en el valor analgésico del paso del tiempo
y en sus efectos terapéuticos.

2. El padre de familia ha fallecido y ha dejado una viuda con tres hijos pequeños, ¿Cómo puede
aproximarse a la viuda y cómo puede ayudar para aconsejar?

Rut 1:16-18(NTV)
Pero Rut respondió: —No me pidas que te deje y regrese a mi pueblo. A donde tú vayas, yo iré; dondequiera
que tú vivas, yo viviré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios será mi Dios. 17 Donde tú mueras, allí moriré y allí
me enterrarán. ¡Que Dios me castigue severamente si permito que algo nos separe, aparte de la muerte! 18
Cuando Noemí vio que Rut estaba decidida a irse con ella, no insistió más.

La pérdida del cónyuge es devastadora. Para una recuperación se recomienda que los miembros de la
familia estén presentes y acompañando al afectado en este duelo. Dicen que perder a la pareja es sentir que se
va la mitad del corazón, se pierde la media naranja, las ilusiones acaban, dando paso a un desasosiego que solo
los que lo viven pueden entenderlo. Y no es para menos, pues quien partió fue el ser amado, la pareja y el
cómplice durante muchos años.

Esto es un proceso largo, de paciencia y acompañamiento de las personas que están alrededor. Hay
quienes aseguran que no existe un límite en la duración del duelo, no se puede forzar a la viuda a reprimir sus
sentimientos, esto no quiere decir que dentro de este acompañamiento no se busque hacer actividades en las
que se distraigan y en las que se le muestre que la vida continúa así él no esté, pero recuerde que como se dijo
al principio, es un proceso y en algunos casos será más prolongado que en otros.

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Si está viviendo este momento, cómo pastor o consejero, tenga en cuenta que ella no solo los necesitará
los primeros días, sino que posteriormente, y seguramente durante muchos meses, requerirá que comprenda
sus sentimientos. Esto no quiere decir que ahora asuma roles que no están en usted ni que desplace sus
proyectos de vida, o a su esposo e hijos, busque un equilibrio en el que pueda estar pendiente de ella y continuar.
Enséñele que debe seguir adelante.

Cuando una mujer se convierte en una viuda lidia con su propio dolor, se siente sola, por ello es necesario
que los hijos brinden un acompañamiento, no obstante, “no se debe olvidar que cada uno tiene sus
responsabilidades, debe continuar con su vida, sin abandonar a la mamá. Hay que buscar un equilibrio, compartir
los tiempos y las obligaciones dentro de un sano equilibrio”.

Ante esta situación el hogar queda desecho, por lo tanto todo debe ser concertado, la madre y los hijos
deben hablar sobre quién va a sumir los gastos económicos, si mamá tiene quebrantos de salud acordar quién
se hará cargo de ella; la idea es que cada uno tenga una obligación, además cada mes hacer encuentros para
evaluar si pudo cumplir con las responsabilidades o realizar cambios si es necesario”.

Además, como pastor y consejero, comento que la función de los hijos es colaborar con su progenitora,
acompañarla, ofrecerle cariño y amor, “pero deben mantener sus espacios y momentos para estar con su familia,
no desplazar o priorizar el tiempo solo para la mamá, y la madre debe respetar eso”.

Cómo la podemos ayudar - Escuchándola. Seguramente durante muchos días querrá hablar de su marido,
de su muerte. Brindándole, una amistad sincera, y un apoyo pastoral, así, un hombro para llorar y escucharle,
orando con ella, leyendo pasajes bíblicos de ánimo. Ofreciéndole ayuda. No esperando a que ella lo solicite,
estamos ahí para lo que necesite, recordando que tras la muerte de alguien se deben realizar diligencias legales.
– Mintiéndonos en contacto. Es posible que algunos días no quiera recibir llamadas, no quiera ver a nadie, esta
actitud es comprensible, dejando mensajes diciéndole que estará allí cuando los necesite. - No juzgando, cada
persona lleva su duelo de manera diferente. Ella puede tener altibajos durante las etapas del duelo. - No le ponga
tiempo límite a su dolor, dele todo el tiempo necesario para llorar, hablar de su pérdida o estar sola. - No le diga
cómo hacerle frente el dolor, esté junto a ella para apoyarla, no para solucionar su dolor.

La muerte de un cónyuge no es sólo un momento de tristeza, es una transición. La mujer se siente sola y
acongojada, y en ocasiones ve a su hijo mayor varón como el jefe de casa. Le tenesmos que explica que esto es
un error, “él no es el hombre de la casa, no tiene que asumir el rol de marido ni de papá de sus hermanos, debe
acompañarla, siempre y cuando sea un paradigma, un ejemplo a seguir y un cumplidor de las normas”. Debe
tener claridad de que su hijo no ocupará el lugar del padre. Esto tiene dos causas perjudiciales, la primera, la
madre perderá la autoridad, y la segunda, a futuro se crea una carga de dependencia por parte de la mamá que
no le permitirá al hijo continuar con su vida.

La mamá debe aceptar que su pareja no está, que transitoriamente tendrá una etapa crítica y el hijo
seguirá su rumbo. Ante la falta del cónyuge, la mamá debe asumir sus responsabilidades emocionales,
económicas y espirituales, en ningún momento debe perder las riendas de casa. La directriz principal es que la
mamá tenga el mando de todo en casa”.

¿Qué puede hacer la familia para ayudar a su mamá que ha enviudado? Es un proceso complejo, un duelo
que debe hacer la esposa que ha enviudado y también la familia entera, los hermanos en la fe y el pastor de la
congregación. Se debe dar fortaleza a la mamá, demostrarle que puede ocupar ese nuevo papel en casa, que

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continuarán las normas y leyes. Ella (la viuda) tiene que demostrar que es capaz, que tiene las condiciones para
hacerlo, no es recargarla sino darle el papel que le corresponde.

¿Qué apoyo deben brindarles los hijos? Los hijos tienen que ser proveedores de afecto, cariño y amor,
sin convertirse en los herederos de las responsabilidades del papá. Los hijos grandes no deben dejarla sola con
las tareas de casa, ayudarla pero no confundir su rol, no porque papá no está el hijo será el jefe de la casa o la
hija quedará a cargo de las tareas laborales. Hay que tener las cosas claras desde el comienzo, que todos sean
conscientes quién pone las condiciones y las tareas en casa, no permitir que se confunda porque se estaría
perdiendo la autoridad y hasta la familia.

¿Cuánto tiempo es lo normal que dure el duelo por la pérdida de la pareja? Lo normal es que el duele
dure de un año a año y medio. Si a partir de los dos años la persona tiene vida en el recuerdo del pasado y a
veces tratándola como si estuviera vivo, significa que ese duelo se volvió crónico y se convierte en un duelo
patológico. Lo normal es que a partir del año la persona acepté su nuevo estado de vida, que asuma la vida sola.
Si tiene hijos, que la acompañen, pero que ella acepte sus responsabilidades económicas, afectivas y su vida
social, y no se olvide de las que personas que están alrededor, a las que también debe atender y amar.

¿En el caso de los hijos, cómo ayudar a su madre a superarlo? Los hijos deben demostrarle amor a la
mamá, apoyo incondicional y estar con ella. Hay veces que las madres que pierden a su pareja, más cuando hay
dependencia, quieren acaparar a los hijos y esto no debe ser así, cada uno tiene responsabilidades, mostrarle
que la vida continúa y cada uno tiene responsabilidades.

¿Qué responsabilidades morales deben tener los hijos con su madre? Ante todo la responsabilidad
afectiva, apoyo y amor, escucharle lo qué siente, piensa, percibe de la realidad, de la situación; es una
responsabilidad estar acompañándola, si hay nietos llevárselos, estar pendiente de la sucesión, cómo enfrentar
la situación, si hay hijos extramatrimoniales, cómo será la repartición y hacerle ver que esa situación tiene que
enfrentarse.

“El acompañamiento que los hijos le realicen al duelo que inicia su progenitora es importante para la
elaboración del mismo y mitigar el tiempo de dolor que produce la pérdida de su pareja.

Nada se debe hacer con presión e imposición, los hijos e hijas deben ayudar a su progenitora, buscando
que ella pueda superar su pérdida sin sentirse presionados, ni dejar sus obligaciones tanto personales como
laborales. Ayudarla a que inicie una búsqueda de crecimiento emocional y de descubrimiento de ella,
capacidades y aptitudes para que de esta forma se sienta segura y reincorporada en la sociedad y no una carga
para sus seres queridos.

Ayudarla a que busque actividades placenteras y de descubrimiento continuo, el que asista a la congregación
y a la consejería pastoral y de esta forma se dé una orientación permanente para el manejo del duelo y de lo que
va a realizar de ahora en adelante para su vida”.

3. Un familiar cercano a muerto y su familia le pide consejo. ¿Qué les puede decir cuando este familiar no
había aceptado a Cristo como su Salvador?

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Juan 14:1-6 (NTV)


“No dejen que el corazón se les llene de angustia; confíen en Dios y confíen también en mí. 2 En el hogar de
mi Padre, hay lugar más que suficiente.* Si no fuera así, ¿acaso les habría dicho que voy a prepararles un
lugar? 3 Cuando todo esté listo, volveré para llevarlos, para que siempre estén conmigo donde yo estoy. 4 Y
ustedes conocen el camino que lleva adónde voy. 5 No, Señor, no lo conocemos —dijo Tomás —. No tenemos
ni idea de adónde vas, ¿cómo vamos a conocer el camino? 6 Jesús le contestó: —Yo soy el camino, la verdad
y la vida; nadie puede ir al Padre si no es por medio de mí.

La desazón y el titubeo en estos casos son comunes. ¿Qué podemos decir para aliviar el dolor de un familiar
que está sufriendo una pérdida inconsolable? Que no ha recibido a Jesús como su Señor y Salvador. Que hacer
frente a esto, que supone cierta impotencia.

Una mujer me comento: Poco tiempo después la muerte de mi hija, mi cuñada me llamó por teléfono desde
otro estado. “He estado tratando de que mi hermano te llame, pero él no sabe qué decir”, dijo a manera de
disculpa. La desazón y el titubeo en estos casos son comunes. ¿Qué puede usted decir para aliviar el dolor de
alguien que está sufriendo una pérdida inconsolable?, que no tiene esperanza, que no quiere recibir el consuelo
del Señor.

Dios no nos llama a ser expertos, pero todos podemos aprender a ponernos al lado de otros durante su hora
más triste. La Palabra de Dios, el evangelio y el poderoso Espíritu Santo nos son siempre de gran ayuda. “Cuando
papá murió, me contuve hasta después del funeral”, “Luego me desplomé clamando a Dios por misericordia para
él#. La gente trata de decir algo “adecuado”, pero sencillamente no existen las palabras. Sin embargo, me sentí
muy amado por un amigo que simplemente lloró y oro conmigo”.

Job habría estado de acuerdo. Cuando perdió sus riquezas materiales el mismo día en que una desgracia
acabó con sus diez hijos, sus amigos le ofrecieron infinidad de consejos y sus propias explicaciones
espiritualizadas de la catástrofe.

Pero Job los llamó “consoladores molestos” (Job 16:2). “¿Es mi fuerza la de las piedras, o es mi carne de
bronce? ¿No es así que ni aun a mí mismo me puedo valer, y que todo auxilio me ha faltado? El atribulado es
consolado por su compañero; aun aquel que abandona el temor del Omnipotente” (Job 6:12-14).

La sola idea de la muerte es inquietante para la mayoría de nosotros, y puede dar lugar a situaciones penosas.
Después de que los hijos de mi maestra de la Escuela Dominical murieron en un accidente automovilístico, ella
notó que algunas personas la evitaban cuando la veían en la calle. Es posible que tengamos que olvidarnos de
nuestra desazón y de nuestro temor si queremos ser de ayuda. “Las personas que más aprecié”, dijo ella, “fueron
aquellas que me abrazaron y me dijeron: “He estado pensando y orando en ti”.

Hay momentos en que todos nos sentimos confundidos cuando se trata de ayudar a nuestros amigos
enlutados. Algunas veces la respuesta es muy sencilla si imaginamos que estamos en sus dolorosos zapatos. Creo
que lo más importante es invitarles a conocer al Señor Jesús, y que puedan sentir la presencia del Espíritu Santo
(Juan 14:16).

Una compañera de trabajo, que enviudó hace poco, fue consolada por algunos hermanos de la congregación
a quienes se les ocurrió acompañarla mientras ella hacía el recorrido a pie en el estacionamiento de automóviles

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de la iglesia; sentarse con ella para que no se sintiera sola en el banco donde siempre se sentaba con su esposo,
e invitarla a almorzar en lo que de otra manera habría sido una solitaria tarde de domingo.

Nosotros no tenemos que ser unos “expertos” para poder ayudar a alguien. Conozca a al Señor o no, por el
contrario el duelo puede ser una gran oportunidad para presentarles el plan de salvación para ellos. El consuelo
más efectivo proviene de aquellos que rodean con sus brazos a un amigo acongojado, y le comunican el amor de
Dios, no simplemente con palabras: “Yo tampoco lo entiendo”. Pero te amo, y estoy aquí para acompañarte en
esto”. Puesto que sabemos que nada en absoluto ni las cosas dolorosas en nuestra vida, ni siquiera la muerte,
pueden separarnos del inmenso amor de Jesús, podemos aferrarnos con nuestro familiar adolorido a ese amor,
aunque no seamos capaces de comprender exactamente la tragedia del presente. “Por lo cual estoy seguro de
que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni
lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor
nuestro” (Romanos 8: 38, 39).

El tiempo no cura nuestras heridas cuando hemos tenido que decir adiós a un ser amado; sólo nos enseña
cómo vivir con ese profundo vacío que hay en nuestra vida. Compartir la aflicción ayuda. Eclesiastés 4:10 (NVI)
dice: “Si caen, el uno levanta al otro. ¡Ay del que cae y no tiene quien lo levante!”

“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación,
el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que
están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios”
(Efesios 1:3).

Puedo decir, por mi propia experiencia, que la pérdida de un ser amado es particularmente difícil el primer
año, especialmente en las fechas importantes del calendario. Aunque los extraños olvidan rápidamente que
alguien significativo para nosotros ya no está, los días de fiesta le recuerdan a la persona enlutada que su vida
ha sido afectada para siempre.

Uno puede consolar y mostrarle amor a un familiar que sigue estando adolorido, enviándole una nota, flores,
o un regalo recordatorio en ocasiones especiales. Una simple llamada telefónica en el aniversario (incluso en el
“aniversario” mensual) de la muerte de la persona, puede ser sumamente importante. No tenga el temor de que
está empeorando las cosas, ya que los pensamientos de ese familiar estarán girando en torno a su ser amado.
Muchas veces el mejor consuelo lo da la persona que ha pasado por la misma experiencia. Si usted ha perdido a
un ser querido, utilice su propia experiencia para hallar maneras positivas de comunicar afecto.

Mi abuela descubrió el valor de esa expresión el domingo siguiente al entierro de su esposo. Después del
servicio, en el cual había puesto una rosa conmemorativa en el púlpito una mujer, que había quedado viuda el
año anterior, le preguntó a mi abuela qué pensaba hacer. “Irme a casa, supongo”, fue su respuesta. La absurda
idea hizo que mi abuela riera por primera vez en mucho tiempo. Las dos mujeres salieron de la iglesia juntas a
tomarse unas malteadas, porque Dolores recordaba lo penoso que era irse a casa y estar sola, después de que
murió su propio esposo.

Asimismo, mi primo Jaime recuerda la gran contribución de su amigo Ricardo, después del fallecimiento de
su esposa. “Me sentía perdido”, dijo. “Julia era quien siempre hacía las compras, de modo que yo ni siquiera
sabía qué detergente debía comprar”. Pero gracias a que Ricardo recordaba lo aterrado que él mismo se había

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sentido en la tienda de abarrotes después de que murió su esposa, se ofreció a llevar a Jaime a su primer viaje al
supermercado.

En los designios de Dios, nuestros sufrimientos nunca son un desperdicio “Bendito sea el Dios y Padre de
nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas
nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación,
por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios” (2 Corintios 1:3-4).

Aquí Pablo nos dice que “el Padre de misericordias” no sólo nos consuela porque siente nuestro dolor y quiere
cicatriz nuestra herida; Él también planta en nosotros semillas de Su bondad y de Su cuidado, de modo que algún
día podamos compartir lo que hemos recibido, con personas o familiares que necesitan consolación. Hemos sido
llamados a ser las manos y los pies de Jesús, que se extienden para dar ayuda a un mundo que sufre. Cuando
tocamos a otros que están afligidos, nos convertimos en un eslabón que los conecta con el amor inagotable de
Dios.

No debemos recurrir a frases hechas cuando no estemos seguros de qué decir. Exprese algo sincero como
“Lo siento”, aunque le parezca insuficiente. Frases gastadas como “Por lo menos pasaron juntos todos estos
años”, o “Él está ahora en un mejor lugar”, pueden ser negativas, no importa la buena intención. No ofrezca la
bienintencionada pero imprecisa: “Si hay algo que yo pueda hacer, llámame” (No lo harán.) Más bien, haga
ofrecimientos concretos como: “Hoy iré al supermercado. ¿Qué quieres que te traiga?”, o “¿Puedo llevar tus
niños al parque el sábado?”. No presione a las personas a hablar de la pérdida sufrida, sino que escuche lo que
ellas quieran decir. Usted puede abrir la puerta, preguntando: “¿Cómo estás?”

No trae de distraer al enlutado con demasiadas actividades. La tristeza no se puede evitar; tiene que ser
experimentada. No diga: “Sé cómo te sientes”, aunque usted haya pasado por una circunstancia semejante. Cada
relación es única, con aspectos positivos y negativos que quienes no son parte de la familia no pueden
comprender. Diga, más bien, frases como: “Debe ser...”, o “Debes sentirte...”, lo cual puede mostrar un deseo
de entender.

No utilice la Biblia a la ligera. Para una persona enlutada, aun la maravillosa consolación de Romanos 8:28
puede sonarle como una impertinencia. Pídale al Espíritu Santo que lo guíe en cuanto a los versículos de consuelo
que debe compartir. No dé ningún consejo, a menos que se lo pidan. Un buen oído atento es muchas veces más
útil y más apreciado.

No espere que las personas expresen su dolor de una manera prescrita o siguiendo las mismas etapas.
Aunque el proceso del duelo incluye ciertas “fases” identificables, su orden, duración, recurrencia y estilo, son
diferentes para cada persona. Estas etapas pueden ser una herramienta útil para comprender al enlutado, pero
tenga cuidado de no juzgar a la persona enlutada, ni depositar expectativas en ella.

No dé por sentado que es demasiado tarde para ofrecer ayuda. El duelo es un proceso largo; es posible que
el consuelo que usted pueda dar esté siendo necesitado desesperadamente, después de que los demás se han
olvidado del asunto. Pero sobre todo para que conozcan a Jesucristo y le acepten como su Señor y Salvador.

4. ¿Cómo le explica a un niño de 5 años que ha perdido a su mamá respecto a la muerte?

Génesis 24:67

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“Y la trajo Isaac a la tienda de su madre Sara, y tomó a Rebeca por mujer, y la amó; y se consoló Isaac
después de la muerte de su madre”.
La muerte es parte ineludible de la vida, y los niños también son conscientes de ello. El problema llega cuando
hay que explicar a los más pequeños, acostumbrados a ver la muerte como algo ajeno en televisión o en
videojuegos, el fallecimiento real de un ser querido, un tema delicado y muchas veces evitado en la familia.

En cualquier caso, la primera idea que hay que tener para hablar de la muerte a un niño es que “siempre hay
que decirle la verdad”, se pueden seguir los siguientes consejos sobre cómo explicar la muerte a los niños.

1) Decir siempre la verdad. “El niño tiene que entender lo que se le está diciendo, pero siempre hay que decirle
la verdad. Hay que decirle ese ser querido, el papá, la mamá, el abuelo o un hermanito se ha muerto y no
vamos a verle más, que va a estar en nuestro recuerdo, que le vamos a recordar muchas veces, que hemos
estado muy a gusto mientras hemos estado con él. Pero hay que decirle la verdad, para empezar”.

Por supuesto, “el mensaje hay que adaptarlo a la edad del niño” y el momento que se escoge para hacerlo
depende también de las experiencias a las que se enfrenta. Una ocasión o una pregunta pueden originarse al ver
un programa de televisión y otras surgirán inevitablemente cuando la muerte afecta a un miembro de la familia.

2) Dar un mensaje que pueda entender, sin metáforas complicadas.

Explicar la muerte a los niños de manera comprensible para ellos puede convertirse para los padres en un
ejercicio de imaginación contraproducente porque puede confundir a los niños.

Para una familia creyente, la explicación de que el fallecido “está en el cielo con Dios” es útil porque da una
referencia comprensible para los niños y contiene una visión que coincide con su fe religiosa.

Pero ojo a los relatos enrevesados. “El niño tiene que entender que no va a volver a ver a este familiar,
porque la idea de ‘el abuelo está en el cielo’ o ‘está en una estrella’, si no se explica bien, puede hacer que el
niño crea que el abuelo es astronauta o que va a volver”.

Un niño pequeño solo puede absorber cantidades limitadas de información; las explicaciones tienen que ser
breves y sencillas. “Las metáforas no son necesarias, salvo que el niño sea demasiado pequeño. Si el niño puede
entender lo que ha ocurrido, hay que contarle la verdad”.

3) Hacer visibles las propias emociones sin ocultarlas a los niños.

Eludir hablar de un asunto que es evidente que afecta a la familia envía un mensaje equivocado para el niño:
'si mamá y papá no hablan de eso, es porque es algo malo, y es mejor no hablar de ello'; o ‘no puedo hablar de
esto porque mamá y papá se pondrán más tristes’.

La muerte es un asunto tabú hoy en día, y hablar de ello implica examinar los propios sentimientos, pero los
psicólogos lo tienen claro. “No podemos aislar al niño de las emociones de los adultos: él ve el llanto, ve a sus
padres tristones, el silencio, que salen menos de casa, que dejan de salir con sus amistades. El niño sabe qué ha
ocurrido y tiene que aprender a gestionar esas emociones, tanto suyas como de los adultos”.

4) Enseñar al niño a manifestar sus propias emociones

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“Es importante ser receptivo a las preguntas del niño o la niña, porque forma parte del proceso del duelo.
Hay que observar su comportamiento. Puede no apetecerle jugar, no estar con sus amigos, buscar estar más con
su familia y demandar más cariño y más contacto físico. Ahí se ve que el niño está distinto y lo está pasando mal,
tanto antes como después del fallecimiento del ser querido”.

5) “Un niño también necesita llorar una pérdida y necesita apoyo, comprensión y cariño“.

Es un error querer "distraer a los niños, en lugar de enseñarles a gestionar y vivir la tristeza", porque un niño
también necesita llorar una pérdida y necesita apoyo, comprensión y cariño.

"Sobre todo, hay que enseñar al niño a manifestar sus emociones, dependiendo de las edades, a través del
llanto, del dibujo, de las verbalizaciones que puede hacer del tipo ‘echo de menos a mamá’, ‘echo de menos al
abuelo’… Hay que enseñarle que lo que está sintiendo es tristeza, y que eso es normal, para que los niños más
pequeños aprendan a identificar esas emociones".

6) No dejar a los niños al margen de las ceremonias de despedida.

Si el niño es lo bastante mayor como para comprender lo que va a ver y escuchar, durante y después de los
oficios religiosos, se recomienda que participen de un mozo razonable.

“Es muy importante que no tengamos a los niños al margen de los rituales de despedida. A partir de los diez
años el niño ya comprende perfectamente lo que ha ocurrido, puede ir a ver a un enfermo o a una ceremonia de
despedida, a un cementerio a llevar flores, siempre y cuando la familia le explique por qué hace eso".

“No significa que tengan que ir a un sanatorio, porque en algunos lugares se tiene la costumbre de mostrar
los féretros abiertos; no hace falta contarle detalles del fallecimiento o que vea el cadáver, porque les va a costar
asimilarlo, pero sí las ceremonias de despedida, y en especial aquellas que son un homenaje a la vida, de modo
que tenga los mejores recuerdos de la persona fallecida”.

7) Cuando los hijos son adolescentes: ofrecerles que se abran.

Los adolescentes pasan por una edad en la que “viven con mucha intensidad sus emociones”. “Se trata
también de observar sus comportamientos. Van a preguntar, y si no preguntan hay que acercarse a ellos y
ofrecerse a que hablen con confianza sin temor a que nos vayamos a enfadar o ponernos tristes".

"Hay que darles la posibilidad de desahogarse no solamente con sus iguales, que en esas edades adquieren
una importancia enorme, sino que los miembros de la familia tienen que estar abiertos a recibir las
manifestaciones de dolor que ellos puedan tener”.

Junto a las reacciones de ira, frustración o incomprensión, a veces hay que lidiar con un sentimiento
adicional: el de culpa. “Cuando a un adolescente se le muere una persona querida, más si es un padre o una
madre, llegan a pensar: ‘he discutido muchas veces por cosas absurdas, no le hacía caso y ahora no le tengo’, y
aparece un sentimiento de culpa, que hay que abordar desde la familia”.

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“Hay que hacer una buena recepción de sus sentimientos, y si se ve que el adolescente tiene manifestaciones
de un especial aislamiento, que dura mucho tiempo, una pena prolongada, es recomendable asistir con un
consejo para ayudar a orientarlo”.

8) Respuestas convenientes a preguntas complejas.

Al hablar de la muerte con los hijos pequeños, hay unos cuantos consejos útiles que seguir y otros cuantos
errores que evitar.

- La muerte se puede explicar fácilmente en términos de ausencia de las funciones vitales que los niños
conocen: las personas se mueren cuando ya no respiran, no comen, no hablan, no piensan y no sienten;
cuando los perros se mueren dejan de ladrar y correr.

- "¿Cuándo te morirás tú?". Una pregunta 'agresiva' para un adulto, pero que refleja una preocupación cierta
de un niño. La mejor manera para contestar puede ser otra pregunta: ¿"Te preocupa que yo no esté aquí
para cuidarte?". Si es así, una buena respuesta tranquilizadora sería: "Yo no espero morirme en mucho
tiempo. Espero estar aquí para cuidarte todo el tiempo que necesites. Pero si papá y mamá se mueren, habría
muchas personas que te cuidarían: la tía, el tío, la abuela...".

Génesis 27:2 - Y él dijo: He aquí ya soy viejo, no sé el día de mi muerte.

- No es bueno comparar la muerte con el sueño, el descanso eterno o el descansar en paz. Un niño puede
sentirse confundido y empezar a tener miedo de irse a la cama o echar una siesta, o tener miedo de que si
se queda dormido no despertará.

- "Se murió por una enfermedad". Los niños en edad preescolar no distinguen entre las enfermedades
pasajeras y las mortales y puede generarse en ellos una preocupación innecesaria. Es útil aclarar que solo
una enfermedad grave puede causar la muerte.

- "Tu hermanito está con Dios". Los niños pequeños tienden a entender las palabras literalmente, y
declaraciones como "es la voluntad de Dios" pueden asustarle y hacer que crean que Dios también vendrá a
llevárselo a él.

5. En un accidente muere el pastor y uno de sus hijos. ¿Qué le puede decir a su congregación cuando se le
pide que lleve a cabo el sermón del funeral?

Comenzaría por expresarles a los deudos y los hermanos en la fe, mis condolencias por la irreparable pérdida
que han sufrido, diciéndoles que a lo mejor no fue en la forma ni en el tiempo que todos hubiésemos querido,
pero que en la Palabra de Dios está escrito, que “sus pensamientos no son como nuestros pensamientos, ni sus
caminos como los nuestros”. Y que por lo tanto no debemos de dudar que, aunque dolorosa, pero que ésta ha
sido la voluntad de nuestro Padre Dios.

Les invitaría a celebrar la nueva vida de su Pastor y de su hijo porque establecido está que “si creemos que
Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él” (1Tesalonicenses 4:14).

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Es decir que todos sabemos que si bien es cierto que el Pastor y su hijo ya no están con nosotros en este
mundo pero que ahora están gozando de una nueva vida en juntamente con Cristo, porque como decía el apóstol
Pablo “porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia”. (Filipenses 1:21).

¡Así mismo para ellos su vida fue dedicada a Cristo y a su obra redentora, dedicaron su vida entera al servicio
de nuestro Señor, ahora mismo son recompensados estando junto a nuestro creador!!! Por lo tanto, no nos
queda más que celebrar por la victoria en las vidas de estos amados que partieron antes de nosotros, que se nos
anticiparon pero que algún día nosotros también estaremos gozando de estar juntamente con el Padre celestial.

La palabra del Señor no enseña: “Dios es nuestro amparo y fortaleza, Nuestro pronto auxilio en las
tribulaciones. Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida. Y se traspasen los montes al corazón del
mar; aunque bramen y se turben sus aguas, Y tiemblen los montes a causa de su braveza. (Filipenses 1:21)

Iglesia tengamos la plena confianza de que Dios ha estado, está y estará siempre en control de nuestras
vidas, de nuestra congregación, de nuestra Iglesia, que EL será nuestra fortaleza, nuestro amparo, nuestro pronto
auxilio en esta grande tribulación que hoy estamos atravesando. El será nuestra Esperanza, nuestro Castillo, con
sus plumas nos cubrirá y debajo de sus alas estaremos seguros.

Porque Cristo para esto murió y resucito, y volvió a vivir, para ser Señor así de los muertos como de los que
viven. (Romanos 14:9)

Debemos de tener la certeza que nuestro Pastor sigue teniendo a Cristo como su Señor, y que la voluntad
del Padre es que todo aquel que tenga a Cristo como Señor y crea en Él tenga vida eterna. ¡Y en aquel día postrero
nuestro Pastor será resucitado de entre los que duermen en cristo Jesús!

Porque vendrá la hora cuando todos aquellos que están en los sepulcros oirán su voz; ¡¡¡y los que hicieron
lo bueno, saldrán a resurrección de vida!!! (Juan 5:28-29).

6. Un niño de meses se ahoga y la madre que lo cuidaba no pudo hacer nada al respecto ya que estaba
ocupada en los quehaceres del hogar. ¿Cómo puede orientar o consolarlos?

Debemos partir de la premisa que nada de lo que le digamos o hagamos podrá traer consuelo a ese corazón.
La pérdida de un hijo es un dolor que solo Dios puede sanar. Sin embargo, ante un escenario como éste la sola
presencia sería el primer paso para tratar de darle consuelo a la madre. Pero podríamos tratar con lo siguiente:

Diciéndole que nuestro Dios, el cual es un Dios de amor no permanece inconmovible ante el dolor que está
sufriendo en este momento, que no en vano la Biblia lo llama: “Dios de toda consolación” (2 Corintios 1:3). Dios
sufre con nuestro sufrimiento, a EL no le agrada el dolor que hoy estás atravesando, debes de estar totalmente
segura de que Dios desea consolar tu corazón destrozado. Él está muy cerca de ti en este momento y quiere
restaurar tu alma herida.

Sabemos que tu dolor es demasiado grande como para pretender que desaparezca en un momento, pero la
Palabra de Dios afirma en el Salmo 139:16 “todo estaba ya escrito en tu libro; todos mis días se estaban
diseñando, aunque no existía uno solo de ellos”. Lo cual significa que Dios sabe exactamente cuánto tiempo
viviremos cada uno de nosotros. Algunos mueren antes de nacer, otros viven treinta, cuarenta, o noventa años.
Pero cada vida es una vida completa. Nadie puede agregar ni quitar horas o minutos a su existencia. Quizá no lo

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comprenda ahora mismo, y aun si lo comprendiera y lo aceptara, eso no significa que el dolor que hay en su
corazón desaparecerá, pero aferrarse a eso como una verdad puede ayudarla a mitigar su pena.

Yo creo fervientemente que su niño esta con Jesús en el cielo. Jesús amaba a los niños e incluso dijo que
debíamos ser como niños para entrar en el reino de los cielos, pero en el evangelio de Mateo Dios nos enseña
algo verdaderamente reconfortante para personas como usted que atraviesan una pérdida de un hijo. Jesús dijo:
“dejad que los niños vengan a mí, y no se lo impidan, porque de ellos es el reino de los cielos”. Por lo tanto,
debemos de tener la certeza que el Dios de amor que tenemos ahora mismo tiene a su hijo con EL.

7. Un padre tiene sida y el hijo no lo quiere perdonar, el padre muere y la madre del joven no entiende como
el hijo no pudo perdonar. ¿Qué le diría usted a esa madre?

Marcos 11:25-26
“Y cuando estéis orando, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro Padre que está
en los cielos os perdone a vosotros vuestras ofensas. Porque si vosotros no perdonáis, tampoco vuestro
Padre que está en los cielos os perdonará vuestras ofensas”.

Jamás podremos aprender a perdonar si no sabemos lo que es el perdón; tampoco si creemos saber lo que
el perdón es, pero nuestro concepto dista mucho de la realidad. Consideramos que es necesario ayudar a que
quienes sufren la dificultad de perdonar, comprendan la verdadera naturaleza del perdón, corrigiendo ideas
erróneas.

En términos generales, la ira o enojo es un estado emocional interior que incluye, al mismo tiempo,
sentimientos y pensamientos, y un estado exterior cuando se expresa en palabras y comportamientos
particulares. Cuando una persona está enojada experimenta una excitación fisiológica y un dolor emotivo a causa
de un trato injusto o de una frustración.

Yo comentaría a la madre del joven, que sería bueno establecer en la vida de su hijo, que la ira desordenada
surge de nuestras malas disposiciones y nos domina, esclaviza y oprime. Como toda mala pasión admite muchos
grados que van de la impaciencia y el mal humor, hasta el furor (demencia pasajera), el odio implacable y el
rencor, pasando por la irritación (arrebatos y gestos desordenados) y la violencia (que se manifiesta o en palabras
o incluso en golpes), que lo mejor sería perdonar a su padre.

Malaquías 3:17 - “Y serán para mí especial tesoro, ha dicho Jehová de los ejércitos, en el día en que yo actúe;
y los perdonaré, como el hombre que perdona a su hijo que le sirve”.

Es importante tener en cuenta que perdonar no es excusar al ofensor o agresor. Cómo este joven, que
seguramente sufre por la muerte de su padre, causada por esta enfermedad y que ha dañado, la relación familiar
y le ha ofendido a su madre y a él. Pero no es así; perdonar significa admitir que lo que sucedió estuvo mal, y
que no debería repetirse. El perdón no produce amnesia; por el contrario, hay veces en que es necesario recordar
particulares muy concretos de los eventos que nos han herido con el fin de sanar nuestra memoria. Sin embargo,
si esto se hace bien, el perdón cambiará el modo en que recordamos el pasado: éste dejará de estar signado por
la angustia, el temor, y la ansiedad.

El único camino para solucionar de raíz el resentimiento y la falta de perdón, es el perdón cristiano. Como
señalan reconocidos terapeutas, la experiencia del trabajo en el perdón ha manifestado clínicamente numerosos

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frutos que no se encuentran fácilmente en otros métodos; por ejemplo: la disminución de los síntomas
depresivos, el descenso de la ansiedad, el aumento de la esperanza, el mejoramiento de la autoestima, la
reducción de la obsesión o preocupación con la persona que nos ha ofendido o perjudicado; además también se
señalan: mayor estabilidad en el ánimo, menor conducta impulsiva, crecimiento de la capacidad para controlar
los sentimientos de ira y menor reacción ante las ofensas. Y, por encima de todo, el perdón nos configura con
Jesucristo, el Gran Perdonador.

Lucas 7:47 - Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; mas aquel a
quien se le perdona poco, poco ama.

8. El cáncer ha terminado con la vida de la esposa de un pastor amigo. ¿Cómo lo consolará?

Siempre tenemos que iniciar expresado nuestras condolencias por la irreparable pérdida de su cónyuge,
comentando que cómo seres humanos creemos que no era el tiempo en que nuestros seres amados u otros a
los que apreciamos, en este caso su esposa deben de partir con El Señor, pero que en la Palabra de Dios está
escrito, que “sus pensamientos no son como nuestros pensamientos, ni sus caminos como los nuestros” Isaías
55:8-9. Y que por lo tanto no debemos de dudar que, aunque dolorosa, pero que esta ha sido la voluntad de
nuestro Padre Dios.

El pastor cómo siervo de Dios que conoce la Palabra, sabe lo que esta dice, pero es probable que en este
tiempo de duelo y dolor, no le sea fácil recordar, y nada de lo que se le pueda decir, podrá mitigar el dolor que
embarga su corazón. Pero oraría, para que Dios obre para que su carga sea más liviana y leería: Mateo 11:28-30
- “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros,
y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi
yugo es fácil, y ligera mi carga”.

Le invitaría a elogiar la vida de su esposa porque establecido está que “si creemos que Jesús murió y resucitó,
así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él” (1Tesalonicenses 4:14).

Es decir que todos sabemos que si bien es cierto que su esposa ya no está con nosotros en este mundo pero
que ahora está gozando de una nueva vida en juntamente con Cristo, porque como decía el apóstol Pablo
“porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia”. (Filipenses 1:21).

¡Así mismo para ella, como esposa del pastor, seguramente fue también una sierva del Señor, y su vida fue
dedicada a Cristo y a su obra redentora, dedico su vida entera al servicio de nuestro Señor, ahora mismo es
recompensada estando junto a nuestro creador!!! Por lo tanto, no nos queda más que celebrar por la victoria en
la vida de esta amada que partió antes de nosotros, que se nos anticipó pero que algún día nosotros también
estaremos gozando de estar juntamente con el Padre celestial.

Romanos 8:37 - “Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó”.

9. Ha habido un asesinato masivo en una de una de las escuelas secundarias de su ciudad y le piden realizar
el servicio fúnebre, ¿Sobre qué predicara?

Una de las mayores necesidades en el duelo y en este tiempo donde se dan muertes masivas por asesinato es la
predicación evangélica. Hay muchas razones para predicar la Palabra de Dios, ¿Por qué digo eso? Porque la

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predicación evangelística nos enfrenta a las grandes preguntas de la vida y la muerte. También la predicación
nos recuerda de la esencia misma del Evangelio. Y todos nosotros necesitamos ser recordados de los temas de
la vida y de la muerte. Nos mantiene cerca de Cristo el escuchar la predicación del Evangelio.

Uno de los juicios que Dios ha enviado a esta terrible era es una escasez de la predicación del Evangelio. El profeta
Amós citó a Dios. Él dijo: “Enviaré hambre a la tierra, no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír la palabra de
Jehová” (Amós 8:11). Él no dijo que habría hambre de las palabras, sino hambre de “oír la palabra de Jehová”.

Este sermón es muy sencillo, como toda verdadera predicación evangelística es sencilla. Se trata de un simple
sermón sobre la muerte – la muerte que cada persona que está escuchándome a mí esta mañana enfrenta. El
texto dice: “Está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (Hebreos
9:27).

No hace mucho fui al funeral de un amigo muy querido. Él había muerto de cáncer unos días antes. Al acercarme
a su ataúd, me di cuenta que director de la funeraria le había maquillado su rostro, dándole un brillo natural.
Habían puesto su cuerpo en un ataúd forrado de satín. Pusieron bellas flores por todas partes. Habían hecho
todo lo mejor, pero la muerte nunca es hermosa. Siempre es horrible. ¡No dejes que nadie te diga que no lo es!
La muerte es el enemigo del hombre. La Biblia llama a la muerte “el postrer enemigo” (1 Corintios 15:26). Y sin
embargo es un enemigo que debes enfrentar porque “está establecido para los hombres que mueran una sola
vez, y después de esto el juicio” (Hebreos 9:27). Puesto que vas a morir, necesitas saber lo que la Biblia dice
acerca de la muerte.

I. Primero, la Biblia nos dice el origen de la muerte.

El Huerto del Edén era bello, el lugar perfecto para que el hombre morara. El pecado y la muerte no habían
entrado allí. Entonces le dijo Dios a Adán: “De todo árbol del huerto podrás comer; más del árbol de la ciencia
del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Génesis 2:16-17).

Pero Adán y Eva desobedecieron a Dios, comieron del fruto prohibido y murieron espiritualmente en ese preciso
momento. Entonces la muerte física comenzó a trabajar en sus cuerpos.

Más tarde Dios enlistó nueve hombres desde Adán hasta Noé. Enoc fue trasladado al Cielo. ¿Pero qué dice la
Biblia acerca de los demás? “Murió”. “Murió”. “Murió”. “Murió”. “Murió”. “Murió”. “Murió”. “Murió”. Dios nos
estaba diciendo lo que Él quiso decir cuando dijo “ciertamente morirás”. Entonces lee la historia de los reyes de
Israel y Judá. “Ellos vivieron...Ellos reinaron...Ellos murieron”. Dios le dijo a Moisés: “He aquí se ha acercado el
día de tu muerte” (Deuteronomio 31:14). Dios dijo al Rey Ezequías, “morirás” (Isaías 38:1).

Jesús con frecuencia habló de la muerte. Él habló de un hombre rico que murió y fue al Infierno (Lucas 16:19-
31). Él habló de un hombre rico que murió mientras dormía (Lucas 12:13-21). Les dijo a los fariseos que morirían
en sus pecados (Juan 8:24).

La Biblia nos dice que la muerte viene por el pecado. Cuando el primer hombre pecó la muerte pasó a todos sus
descendientes. Tú y yo tenemos las semillas de la muerte en nuestro cuerpo. Los dientes se deterioran. El pelo
se cae. Luego se pone canoso. Nuestros ojos se debilitan. Las células cancerosas comienzan a formarse en
algunos, los músculos del corazón se debilitan en otros, la presión arterial sube. He visto niños pequeños morir
de cáncer, leucemia, y otras enfermedades. Quien quiera que seas, la muerte se dirige hacia ti. “Está establecido
para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (Hebreos 9:27).

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Gran parte del negocio de un florista es la decoración para los muertos. El vendedor de seguros de vida vende
sus pólizas estableciendo que vamos a morir. Cruces a lo largo de las carreteras hablan de las muertes de tráfico.
Miles de todas las edades mueren cada año en diferentes tipos de accidentes. Miles más se suicidan. En tiempos
pasados los arquitectos siguieron esta regla: “Haz todas las puertas grandes para que quepa un ataúd”.

Pero puedes decir: “Todos esto no me asusta”. No me asusta porque he puesto mi esperanza es Cristo, quien ha
vencido a la muerte. ¡Pero si aún no eres un cristiano nacido de nuevo debes tener suficiente sentido común
para tener miedo! La muerte va a terminar con todas tus oportunidades para seas salvo. Y recuerda esto – la
muerte puede venir sobre ti muy pronto. ¡Tú ataúd forrado de satín puede estar esperando en la funeraria ahora
mismo! Conocí a un hombre joven que se reía de mis sermones. Se sentaba en la parte de atrás de la iglesia
leyendo un libro de chistes, oculto en una Biblia grande, mientras yo predicaba. Un día o dos más tarde, vi su
cuerpo frío y tieso en un ataúd. “Está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto
el juicio” (Hebreos 9:27). Una vieja canción lo dice bien:

II. Segundo, la Biblia nos dice lo que sucede después de la muerte.

¿Qué le sucede a un cristiano nacido de nuevo, después de la muerte? El Apóstol Pablo dijo que “estar ausentes
del cuerpo” era estar “presentes al Señor” (2 Corintios 5:8). Cuando un cristiano muere, su cuerpo va al sepulcro,
pero su espíritu (su alma) va a estar con el Señor. Jesús dijo al ladrón moribundo, que fue salvo “hoy estarás
conmigo en el paraíso” (Lucas 23:43). Así que la muerte no aterroriza a un cristiano nacido de nuevo. El amigo a
cuyo funeral fui, sabía que estaba muriendo de cáncer cuando mi esposa y yo la visitamos hace unas semanas.
Pero se reía con nosotros y sonreía mucho. Nosotros vimos la paz que él tenía porque era un cristiano verdadero.
Fue mi privilegio leer la historia de su vida en su servicio memorial, con cientos de personas presentes, el viernes
pasado.

¿Pero, qué le sucede a la persona no convertida en la muerte? En el capítulo dieciséis de Lucas, leemos: “Murió
también el rico, y fue sepultado. Y en el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos” (Lucas 16:22, 23). Tormento
consiente en el Infierno viene después de la muerte para aquellos que rechazan a Cristo, y no son nacidos de
nuevo. Sus cuerpos van al sepulcro. Pero sus almas van al lugar de sufrimiento eterno. Jesús dijo: “E irán éstos al
castigo eterno” (Mateo 25:46). Ellos “tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre” (Apocalipsis 21:8).
“Y el humo de su tormento sube por los siglos de los siglos. Y no tienen reposo de día ni de noche” (Apocalipsis
14:11).

¿Hay otra oportunidad después de la muerte? La Biblia nos da claramente un “no” enfático. Abraham le dijo al
hombre en el Infierno: “Una gran sima está puesta entre nosotros y vosotros, de manera que los que quisieren
pasar de aquí a vosotros, no pueden, ni de allá pasar acá” (Lucas 16:26).

El hombre perdido en la eternidad estará en el lado equivocado de la sima entre el Cielo y el Infierno. Cristo te
llama a venir a Él ahora. Después de la muerte no habrá otra oportunidad conforme a la Biblia.

III. Tercero, la Biblia advierte de la muerte repentina.

Más de la mitad de todas las muertes son repentinas. Accidentes automovilísticos, asesinatos, suicidios, guerra,
y ataques al corazón son todos repentinos. La gran mayoría de los que mueren así no tienen tiempo de
arrepentirse y confiar en Cristo. Se van de esta vida a encontrar a Dios sin estar preparados. La Biblia dice: “El
hombre que reprendido endurece la cerviz, De repente será quebrantado, y no habrá para él medicina”
(Proverbios 29:1).

Pastor: Lic. Sergio Manzanilla R. 17


Universidad Cristiana “Logos” Preguntas y desarrollo de intervención o apoyo.
Yo he predicado por casi 35 años. Vez tras vez, a través de los años, he visto gente morir repentinamente que no
estaban preparados para encontrar a Dios. Vez tras vez he sido llamado a conducir servicios funerales para gente
que murió sin ser salva. Siempre es difícil conducir tales servicios. Es imposible darle esperanza alguna a parientes
en situaciones trágicas como estas. Todo lo que puedo hacer es predicar el Evangelio a los que todavía viven.

Si tú murieras de repente en los días que vienen, ¿qué te sucedería a ti? Podrías decir con el Apóstol Pablo,
“Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia” (Filipenses 1:21). ¿O irías a la eternidad sin esperanza
de estar con Cristo? ¿Será el Cielo o el Infierno para ti? Esa es una pregunta seria, la pregunta más seria que
llegarás a enfrentar, porque “Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y
después de esto el juicio” (Hebreos 9:27).

Jesús murió en la Cruz para pagar la pena completa por tu pecado. Él derramó Su Sangre para limpiarte de todo
pecado. Él resucitó físicamente de los muertos para darte vida eterna. Pero se te tiene que hacer sentir tu pecado,
y tu necesidad de Cristo. Tú debes voltearte de tu modo de vivir egoísta y pecaminoso. Tú tienes que encontrar
a Cristo en una conversión que cambia la vida. Si eso te sucede, hay esperanza. Si no, no tienes esperanza – para
nada. Por lo tanto te advierto que estés aquí en la iglesia todos los domingos en la mañana para oír el Evangelio,
para que la gente Cristiana ore por ti, para entrar al compañerismo de la iglesia, para entrar a una relación
verdadera con Cristo, y con la iglesia. La Biblia dice: “Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores” (1
Timoteo 1:15).

Como oramos que seas uno de los que Jesús salva de una vida sin esperanza y de una muerte sin esperanza.
Amén.

Pastor: Lic. Sergio Manzanilla R. 18

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