El proceso de la educación cristiana tiene tantas bases como estructura en sí y
esta a su vez se convierte en el eje central de la formación cristiana, basada en los principios de la palabra en que la familia juega una base importante para el crecimiento de la misma y de la iglesia en general. Se busca un crecimiento integral en la formación de buenas y grandes bases que permitan el desarrollo integral de cada persona y de cada miembro de nuestras iglesias, pero nos enfrentamos al desafío que más que buenas o fuertes bases, es también ver que existe una estructura a la que debemos darle la misma importancia y solides que a las bases. Nos lanzamos pensando en un buen resultado por parte del evangelismo y nos encontramos con edificaciones esqueléticas que, aunque bien cimentadas, aún falta mucho de su estructura para demostrar. Es por esa razón que debemos como iglesia enfrentar el siguiente desafío de ir mas allá y empezar a establecer las paredes que darán la forma y la belleza de una verdadera iglesia que está dispuesta a albergar una formación integral y desafiante ante nuestra sociedad que desea ver más que un buen cristiano a un verdadero embajador del Reino y de su Palabra. Con el evangelismo llegamos al convencimiento que Dios es real, que debemos cambiar y seguir a un Cristo resucitado, que ha cambiado nuestras vidas. Pero esta es la primera parte de la historia, la segunda, la compone la enseñanza que debemos impartir para formar en el creyente y en sus familias la verdad de un evangelio integral. Es salir del paradigma de ser un cristiano bueno a ser un verdadero creyente dispuesto a formar en otros ya no solo bases si no una gran edificación para la gloria de Dios. En el proceso de inicio de la educación es básico que esta empiece en el nido de la familia y no en el entorno en la que ella vive. Se difiere mucho en el contexto actual ya que se desea que esta no nazca desde el hogar si no desde un centro educativo con el fin de “contribuir y mejorar” al desarrollo de la familia. La sociedad actual busca que enfrentemos los retos de tener una familia ya no a la luz de las escrituras o del mandamiento de Dios, si no que se busca es que como padres con tantos compromisos y gastos que demanda el hogar pagamos para que otros sean quienes nos ayuden a formar a nuestra próxima generación, que con padres separados por los compromisos de la vida deseamos que estos pequeños sean quienes asuman la batuta de un próximo hogar, que sin bases ni principios sólidos y den lo mejor de lo que no tienen. No miramos el origen de donde nació el hogar ni las pautas dadas por un creador que el deseo era transmitir de generación a generación todas las cosas que hizo desde un comienzo a través de un hombre y después de una generación si no que plasmamos en nuestros hijos las desdichas y los infortunios que generaciones anteriores han marcado nuestras vidas, de hecho omitimos las formas en como llegamos a conocer a un verdadero Dios o como El ha hecho tantas cosas en nuestra vidas a través de diferentes hombres de Dios o como Dios nos habló en su casa. No hay un verdadero tiempo para nuestra familia hay un pequeño espacio al que llamamos casa, pero no hogar, todo es tan rápido y sin recuerdos y como vivimos del momento, del presente, se nos olvida que es a ellos, a nuestros hijos que realmente existe un creador que hizo cosas increíbles, sorprendentes que el hilo de la historia fue tejido no con propósitos de hombre si no con propósitos de salvación que incluyen mi vida y la de mi generación. La verdad no tenemos que contar no porque no lo veamos o no lo escuchemos, sino que tomamos la decisión de no hacerlo, en vez de estar reunidos alrededor de una biblia lo hacemos en frente del cine o la tv. Se acaba el tiempo en que cada vez que parpadeamos ya hemos envejecido y cuando deseamos recuperar el mismo, como siempre es demasiado tarde. Queremos que el pastor o nuestras autoridades hagan algo urgente por salvar a nuestra generación cuando éramos nosotros los que cuando tuvimos la oportunidad dejamos de lado los principios eternos que sabíamos que harían que nunca se apartaran de aquel que nos formó con tanto amor y que a pesar del tiempo no renuncia a su deseo de ver y en nuestro caso, a una familia integra a la que no se le pueda olvidar que existen bases y estructuras para un nuevo hogar. Es ahora cuando enfrentamos el desafío de cambiar, es más que una oportunidad de plasmar en nuestra generación el poder inculcarles los principios de la palabra y aún más sus normas, sus leyes y su propósito. La educación judaica tenía como principio que esta sirviera de base para el desarrollo del conocimiento de las leyes y las normas de Dios, encargadas por personas que tuvieran la experiencia necesaria para asumir el reto de instruir en la palabra, no solo el hecho de dar una palabra si no en el que también se pudiese adorar y cada momento especifico en la sinagoga tenía tanta importancia que era relevante su participación. Esta sinagoga formada a partir de una crisis permitió que tanto los líderes que conocían la palabra y hasta el mismo Jesús participaran de las grandes enseñanzas, a estos se les conocía como Rabinos, de ahí el nombre que se le dio a Jesús como Rabí o maestro. En nuestro caso vivimos un hecho similar en el que con la visión actual de nuestra iglesia podemos participar de las pequeñas sinagogas que denominamos grupos familiares. Estos se convierten en el punto de encuentro de enseñanza para aprender no solo de la palabra si no para ser formados por ella, inclusive a través de cada privilegio seguimos recibiendo más de lo que esperamos. Pero la controversia la vivimos en la forma en que tomamos estos lugares de formación que en vez de sentirnos privilegiados de ir a la “sinagoga” de los sábados, lo tomamos como algo que tengo que hacer para cumplir, no tanto para Dios si no al líder o evitar el regaño que nos puedan dar y algunos más osados olvidan el compromiso adquirido para con Dios y dejan de lado la oportunidad de presentar una ofrenda al verdadero Dios. Aquí es donde interviene la estructura de la responsabilidad y el desafío de llevar a un lugar más alto el hecho de poder compartir en las casas, la enseñanza de la palabra con profundidad y de tener como se conoce un privilegio de hacer algo en su casa o en la sinagoga. Es saber que con mi acción voy a impactar a miles de personas, es saber que realmente voy a honrar su nombre su historia y agradecer lo que hizo por mí. La hacer este cambio de entender la importancia de ir a la sinagoga hago que su palabra este en mí y en la de muchos otros, el cambio ya se dio desde el momento en el que la historia nos demuestra la importancia de enseñar de su palabra y de aprender de ella, ahora es nuestra responsabilidad de hacer de este principio una realidad. Jesús como maestro es la base de nuestra educación ya que a través de sus enseñanzas miles de personas han cambiado, de hecho, se cuenta como muchos al leer solo las escrituras han sido capaces de transformar a quienes decidieron leerlo y obedecerle. Jesús aparentemente un carpintero demuestra como el legado de sus padres terrenales influyo de tal forma que, al exponer sus palabras en la sinagoga, todos quedaron maravillados de la forma en la que exponía la palabra, decidió romper esquemas tradicionales y empezó a llevar una palabra fresca, ya no solo en una sinagoga o en el templo, si no donde quiera que iba era ejemplo de vida. Por eso los milagros ocurrían de camino a las casas, en las casas, en el desierto y en otras formas que para la gente en su momento no era normal, que alguien con tanta sabiduría fuera capaz de mezclarse entre la multitud y enseñar sobre un nuevo reino. Jesús más que un maestro fue la persona a la que muchos desearon seguir por sus enseñanzas y otros por sus milagros. El decide tomar la base de un “colegio” y formar a doce hombres sin virtudes para estar en un templo como rabinos, si no como ejemplos de cambio sin importar las polaridades de opinión o comportamiento que cada uno pudiese tener, solo vio en ellos el potencial que se podía lograr por medio de la enseñanza diaria. Hoy nosotros enfrentamos este desafío de ser como el Maestro, y hacer que en la cotidianidad la gente puede ver a un Cristo vivo en nuestras vidas. Cuando la gente decide llamarnos maestros es donde no comprendemos las dimensiones del llamado a ser como Jesús, en buscar más que llenar un aula de clases, en ver vidas transformadas por el ejemplo de El en nosotros. Pero enfrentamos una dura realidad, que cumplimos con llevar una clase, cumplimos con un horario, cumplimos con la iglesia, pero no vemos que el resultado está en nuestras manos no por lo que hagamos si no por lo que Dios ya hizo en nosotros. Aulas con personas en las que algunos desean cumplir un requisito, otros que lo hacen por solo tener un conocimiento básico de la palabra, pero no en el hecho de enfrentar el desafío de que en cada clase podemos ser transformados por el poder de su palabra a través de la mano del maestro. Aquí radica nuestra responsabilidad de ver más allá de un salón o unos alumnos es ver como el alfarero que por medio de nuestras manos podemos moldear y transformar vidas, naciones, para que sean el ejemplo de Dios en la tierra. Ser maestro es más que dictar una clase, es ser como Jesús, es estar dispuesto a ver lo que el ya vio en esa persona, alguien transformado por su poder.