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Reseña de la muestra Capricho sudamericano.

Max Gomez Canle (agosto 2019, Museo de Arte Moderno de Buenos Aires)
por Verónica Ballestrini

Para Max Gómez Canle no hay sentido de superación en la historia. Si la cultura del Post-
modernismo tropieza en su necesidad de superación coyuntural con el límite de su empresa sin
poder subsanarlo; cuestiona sin ser capaz de trazar nuevas categorías emplazadoras. Canle dialoga
con el telón fantasmatico de la historia para congregar sus convenciones y resignificarlas. Ahí
donde el Post es disidente Max es legitimador. Este es un punto clave para iluminar su trabajo,
porque establece las bases de una diferenciación consustancial con el escepticismo de muchos de
sus contemporáneos. Para Max el tiempo es superficie cohesiva y desgarramiento. Para ir hacia,
algún tipo de despliegue, no es necesario desplazarse sino situarse en una categoría hibrida como la
memoria para alejarse definitivamente el sentido aspiracionista del tiempo. Utilizando distintos
convencionalismos visuales y semióticos de la historia del arte; el marco sobre el marco, un paisaje
visitado por seres constructivistas que esperan la puesta de un sol napolitano, Max elabora una
pintura que escapa de sí misma desgarrando una convención sobre otra, convención tras convención
se avanza en la promesa de una fuga, cuantos más lazos se tejen con la historia, mas se espeja y
menos se retira.
Porque los parajes reproducidos una y otra vez por Max no son los de la naturaleza sino los de la
historiografía de la pintura; Aisemberg, Gaspar Friedrich, Lozza, Cándido López, Courbet. Por esto
mismo cuando Max intenta establecer una relación con la sala, con el muro, con el espacio, con
todo lo que no recrea ese entrelazado de sujeción llamado “pintura”. Cuando Max quiere desplazar
su obra hacia una instalación, hacia lo “real” en términos de “fuera de convenio” es cuando la
homologación se quiebra, en términos visuales es como si una mancha de asfalto se reflejara sobre
el convexo espejo circular que corona en Jan van Eyck el living del matrimonio Arnolfini. Esto se
ve claramente en la gran instalación central de la muestra, que técnicamente se suscribe en la
categoría de instalación, pero no deja ni quiere, alejarse de la lectura bidireccional y recortada de la
pintura, el mismo artista la ve como un telón escenográfico de su narrativa pictórica encarnada en la
obra de pequeño formato que la rodea. Este reverso, que queda afuera del cuadrante del marco,
podría transformarse en el futuro, en un nuevo campo de la exploración.
La historia de la pintura, siempre evocada con algún elemento fraguador en su obra, abre una
ventana de desarrollos contemplativos que se detiene en su progresión sobre uno de sus pilares
fundacionales: la lucha contra la muerte. En el 2016 Max realiza una exposición en la Fundación
Klemm titulada: Condición y Cabeza, la muestra versaba sobre la proliferación capilar en todo tipo
de criaturas retratadas, coronando la sala principal un Memento Mori desde el cual también
proliferaban los capilares pilosos. No es esta la imagen más clara de la tensión insuperable entre la
organicidad de la vida y la inorganicidad de la pintura quien debe resistir su extinción.
Max propone restablecer en todas sus luchas el vínculo entre el arte y nuestro problemático sentido
de finitud, en una época donde el presente parece extenderse sin fin. La obra de Max Gómez Canle
representa, dentro del contexto del Museo la visibilizarían de la tensión que establecen las nuevas
libertades contemporáneas y sus nuevas restricciones disfrazadas de libertades.

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