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Consciencia de muerte: Reflexiones y perspectivas psicosociales.

Prólogo

Introducción

Desde tiempos inmemoriales, el hombre ha buscado el elixir de la vida eterna, la cual ha procedido a ir mitificando
a través del transcurso de múltiples siglos. Se sabe que desde los inicios de su existencia, ha perpetuado esta labor
intensamente, ya que esta indagación es lógicamente una parte fundamental de la misma existencia, el contraste
necesario para la elucubración de cada experiencia de vida.

La consciencia de muerte se encuentra arraigada en todas las culturas existentes, la cual prodiga de simbolismos
ocultos que forman parte de un inconsciente colectivo nutrido de una fluvial riqueza milenaria, una tradición que
recorre nuestras venas sociohistóricas, y que también se manifiestan en cada historia individual, propia de cada ser
humano único en el mundo. Lo sustancialmente sustraible de todo esto a primera vista, es que existen
multivariables a la hora de influir y determinar en qué grado afecta a cada uno la noción de muerte, ya que las
condiciones actuales a pesar de ser trascendentes en la cura de enfermedades y creación de futuras formas de
prolongación de la existencia, no han concluido con encontrar la anhelada fuente de la juventud, la cual sería una
forma de idilio mítico trascendental para entender la ansiedad que resulta experimentar a la muerte como un
estado o como el fin del camino llamado vida.

En la época en la que nos encontramos, hay que pensar en la posibilidades que se abren a encontrar nuevas formas
de vivir más allá de lo impensable en siglos pasados, pero también a tomar en cuenta el desafío de la inminente
probabilidad y existencia de armas de destrucción masivas como bombas o virus letales que podrían acabar con la
raza humana completamente. ¿Acaso vivimos con el miedo en la carne tras cada noticia? Para esto hay que resolver
primero en que difiere nuestra era con las anteriores y cuáles son los eventuales riesgos de anticiparnos a toda la
conspiración maniaca que habita en el aire de nuestra realidad. Hay que también aclarar que desde la existencia de
las guerras masivas proclamadas como mundiales, y ante la devastación evidenciada en más que libros de historia
y museos, el ser humano no ha dejado de esperar la última de estas como el fin de la civilización que se ha forjado
de sudor y sangre, es por ende que esta sensación de muerte hoy más que nunca nos circunda con su halo de
misterio y fuego encandilado por las llamas de un infierno terrenal si lo vemos desde la metáfora conjurada por
posiciones más cristianas radicalizadas.

La finitud del hombre y de la mujer, ha sido prevista en ciertas situaciones, como por ejemplo en algunas
enfermedades peligrosas para la existencia misma, un estado de vejez patológico, profesiones peligrosas que
implican riesgo de muerte, conductas sumamente impulsivas que pueden resultar en un desenlace fatal (en este
punto se pueden incluir adicciones y/o estados psicopatológicos como la depresión que pueden derivar en un
descuidado de la integridad psicofísica o concluir en un suicidio), estados vulnerables en lo sociopolítico (tanto en
casos de guerra, brotes de enfermedades altamente contagiosas donde no se encuentran las condiciones sanitarias
para su atención masiva, pobreza y desarraigo político). Como se puede observar, hay variadas situaciones que
hacen contemplar una distinción distinta de los valores que significa la vida, y como es su estado contrario más
próximo mientras estas se intensifican.

A cada uno de los seres vivientes nos influyen fuertemente las culturas imperantes que nos circundan, por lo
mismo es necesario a la hora de estudiar esta percepción de la existencia misma, volvernos a nuestras raíces
familiares, cada una particular, la cual nos congrega alrededor de ciertas tradiciones especificas siendo esta
herencia en nuestra primera parte de vida las creencias místicas, espirituales y de fe. La religión y las explicaciones
de la vida y el origen del mundo se han desarrollado a la lo largo y ancho desde que este lo es, y desde el hombre de
las cavernas que atribuía cada hecho acontecido a las fuerzas de la naturaleza, vivenciadas dentro de su contexto
como algo mágico e imperante demostración del poder de cada material esencial dotado de fuerza y espíritu.
Desde esta perspectiva, no es raro pensar la existencia de un culto a los elementos que aparentemente constituían
la posibilidad a existir durante esa era, y los hombres y mujeres agrupados en clanes así lo sabían. Desde este
pensamiento mágico que nace en conjunto con la evolución y expansión de la caja craneana de este ser en
constante desarrollo, podemos dirimir como un legado aquellas percepciones ultraterrenas que más tarde
constituyeron en la gestación del logos, primeros hechos compartidos y conocidos por los habitantes del planeta.
¿Es acaso el miedo a lo desconocido lo que provee al fin esta negación de la muerte en nuestra sociedad? La verdad
es que esta es más que tangible desde nuestros primeros pasos en la vida, desde que llegamos al mundo en forma
de infantes recién nacidos y dispuestos a morir desde el primer día de la apertura del mundo personal, el cual es
frágil y se consolida a medida en que crecemos dentro del ciclo vital. Con respecto a la pregunta, si solemos
experimentar miedo y ansiedad ante lo que no conocemos, porque es algo desconocido que no podemos
preconcebir con exactitud. El miedo a lo desconocido es algo que va mucho más profundo de la consciencia
humana, que incluso contiene sus huellas en parte del inconsciente mismo. Puede ser algo evolutivo que desde que
somos pequeños vivimos a través de constantes vivencias, como la muerte de una mascota o de algún familiar
cercano.

Ya en las épocas de Durkheim se hablaba de la influencia que ejerce la religión en las los conductas de las personas,
las cuales obviamente también poseen esta capacidad de abstracción para creer en su propia fe, ya sea compartida
o personal. Veremos pues que estos pensamientos en concreto pueden variar más allá de lo comprensible, por
ejemplo las nociones de la sobrevivencia del alma al fallecer, la existencia de esta o que simplemente después de
morir ya no hay nada bajo ningún concepto más que lo dicho. Estas cogniciones aportan totalmente a la noción de
muerte que se tenga, pues unos pueden verla como un proceso más a una vida mejor o la caída misma al vacio de la
existencia.

En este libro se busca entregar al lector una visión lo más amplia posible sobre la consciencia de muerte y su
existencia dentro de la variedad del ser humano, las influencias que determinan esta y las teorías que avalan las
diversas emociones y actos que involucran a ella desde las ciencias sociales y en general abordarla como una
experiencia psicológica única en cada individuo, llena de miedos, dudas y hasta esperanzas. En la extensión de cada
capítulo a presentar, se buscará concretar la respuesta ante una interrogante que nos entrega una idea global de un
aspecto relacionado. Es a la vez también, un intento personal por exorcizar a mis propios demonios con respecto a
mis miedos más íntimos. Debo reconocer personalmente que hay muchos aspectos de la muerte que me
desconciertan, pero que a la vez me atraen a empoderarme de cierta posición a través de la lucha constante, de la
adquisición de conocimiento y la resignación a esta como un proceso mágico y natural, al cual mujeres y hombres,
ricos y pobres versando en diversas dicotomías se ven comprometidos. La idea es darse cuenta de que es una
realidad latente y que puede transformarse si lo deseamos, en algo más afable y que nos prepare para la vida.
Capitulo 1.- Los misterios de la vida.

Desde tiempos remotos e ineludibles, todos hemos creado y creído ciertas tradiciones importantes en relación a la
brecha que nos separa entre el existir y el no estar, cosas fundamentales para comprender lo que es la vida y la
muerte. ¿Pero que son ellos? ¿Cómo las podemos definir? Pues bien, en estas letras no se busca crear concepciones
tan determinadas, ya que estas caen bajo un sesgo valórico propio de las intimas percepciones de cada ser humano,
por lo tanto es imposible intentar decir que es uno o que es lo otro, pero sabemos a ciencia cierta que son polos
opuestos, dos caras de una misma moneda, ya que ninguna coexiste sin la otra.

De manera mágica nos hemos rodeado de millones de halos de misterios, de otras formas de existencia con sus
propiedades definidas, y que interaccionan con sus características en nuestro mundo interior. Es como si todo lo
que conocemos y lo que desconocemos se congregara en un mismo espacio. Este lugar que habitamos y que
asimilamos como nuestro hogar, también es parte de nuestra existencia, que en algunas oportunidades se
encuentra colgando de un filo girón de tela o de piel. Es así como descubrimos que cada aspecto que se haya en el
entorno en el que vivimos (y en el que también morimos), conforma una especie de vital oportunidad de aprender
y de hacer nuestras ciertas nociones.

Cuando se es niño, la inocencia y muchos otros factores que suelen ser dados por la falta de la experiencia que
entregan los años, nos encontramos con este sentido de permanencia, en la cual los objetos siguen existiendo a
pesar de desaparecer de la vista de los pequeños, un gran logro que se constituye para fomentar el desarrollo de las
relaciones y el control de las frustraciones. A pesar de no existir un consenso de cuando se constituye esta
impresionante habilidad en los infantes, se puede decir que en los primeros años de vida se torna en una capacidad
muy preponderantemente vital para la manifestación de la constancia de los objetos y personas que rodean al niño.
Pero si logramos ir un poco más allá y nos cuestionamos esto, algo como ¿Qué pasaría si esto no fuera así? ¿Si
nunca lográramos desarrollar el sentido de permanencia? Pensemos en lo que pasa antes de que esto logre
fundarse dentro de las habilidades de un niño, y que cada vez que su madre se aleja de su vista cree en la
desaparición de esta. Que terrible sería imaginarse la situación para el pequeño, la angustia dominaría cada parte
de su corta existencia al darse cuenta de que su madre ha desaparecido. Es por lo mismo que estas cualidades que
vamos desarrollando con el tiempo, son fundamentales en concretar la noción de la existencia, del “estar”, cosa tan
peculiarmente indefinible a la cual el lenguaje no puede hacer una exacta gala de conmemoración.

Es allí donde el lenguaje se vuelve fundamental, dejando de ser solo un sinfín de palabras. El arte de este radica
mucho más a fondo, y por eso mismo siempre será una ciencia sustancialmente en boga y en constante estudio. Su
uso y su comprensión son ilimitados en este caso, en la construcción de las identidades y en la constitución de la
vida y la muerte. Cuando me refiero a esto último, hago hincapié en lo determinista que muchas veces suelen darse
las situaciones que comprometen al lenguaje, sobre todo en la infancia ante temas complejos como la muerte. En
este caso para muchas familias es difícil asumir con las palabras exactas la situación que se vive ante la pérdida de
un familiar, aunque suene algo paradójico. El poder de las figuras literarias no solo por su fuerza y belleza en
versos, nos indican muchas veces las alusiones o metáforas que padres y cercanos utilizan para describir la muerte.
Desde pequeños vivimos engañados, quizás con buenas intenciones por parte de nuestros cuidadores, pero que sin
embargo al final del proceso se vuelve algo terrible al comprender lo que realmente es morir, porque vivimos la
muerte a través de los demás. Es el poder de las crianzas lo que nos convierte en lo que somos, y que además nos
ayuda a descubrir el mundo con todas sus aristas llenas de recovecos que inundan nuestro pensar de preguntas.

Ante estas primeras experiencias relacionadas con el duelo, solo puedo expresar que es un incipiente acercamiento
a algo que tangencialmente se convierte en una realidad, que iremos percibiendo con cada paso que demos, con
cada noticiero o periódico que veamos, con cada epidemia que exista o accidente, con cada show a beneficio que se
haga para costear una terrible enfermedad, etc. Allí está la muerte, en cada esquina esperando a los que esperan y a
los que no, también. Tal como un enigma es la vida, a la vez también lo constituye la muerte y el aura que la
circunda.

El hecho de nuestra existencia ya es una situación totalmente misteriosa, revestida de cierta magia incomprensible.
Llegar al mundo de la forma en que lo hacemos, rodeados de las personas que nos han procreado y en cierto punto
geográfico del mundo, donde también el idioma nos hace receptores y emisores de ciertos códigos peculiares que
compartimos con muchos pero no con todos. Todo es una gran singularidad, como la biología de la que estamos
compuestos, de la química que se desencadena en cada cascada de reacciones moleculares que ocurren en nuestra
carne, como la luz que nos posibilita ver los diversos colores que componen el mundo, es así de misterioso el hecho
de nacer y estar. Es así de especial el mero acontecimiento del nacimiento de cada niño y niña del planeta, una
combinación única en su especie, porque no hay dos iguales y esta es la sabia razón de nuestras diferencias.

La vida en si como un proceso finito, tiene sus particularidades inmersas en cada uno que la vive. Es por ello que el
hecho de pensarla requiere un ejercicio inmenso de recopilación de caracteres y datos, que aún así jamás llegarían
a una conclusión acabada, porque mientras escribo esto también se me va un trozo de vida, y lo mismo pasa con
quien lee estas líneas. Esto es la vida, algo inexplicable pero que sin embargo se vale de diversos esfuerzos para
intentar llegar a ciertos acuerdos con respecto a ella.

Muchos dicen que la vida es un regalo divino, un hecho fortuito, un milagro, la procreación fruto de la relación
sexual dada entre hombre y mujer, etc. Variadas distinciones y connotaciones tiene esta, al igual que el propósito
de construir que haremos con ella. Pero ¿A que consideramos un ser vivo?

Un ser vivo desde la perspectiva biológica, es aquel organismo que cumple un sinfín de tareas de manera
simultánea, contando con su propio metabolismo, capacidad de relacionarse, adaptarse y reproducirse, además de
nutrirse y generar cierto intercambio con el medio en el que se desenvuelve. Este ser vivo proviene de otro ser de
similares caracteres, y es heredero de su genoma. Podemos decir que esto en su base es la labor que debe llevar a
cabo un ser vivo para mantenerse así, creciendo en el ambiente de su desarrollo, mirándolo desde un enfoque
naturalista, el cual realiza ciertas acepciones con respecto a otras maneras biológicas que no se consideran vivos,
pero que sin embargo pueden llegar a cumplir con algunas de las tareas ya mencionadas. Este es el caso de los
virus y otras formas que se reconocen por su patogenecidad.

Viendo las consideraciones precisas que establecen lo que es en definición la vida como proceso biológico,
podemos entender por defecto que la muerte se presenta como un antagonista que delimita la ausencia de todas
estas propiedades ya descritas, a pesar de que hay otras formas de “existencia” que sostienen una especie de
esencia entre el limbo de los parámetros fisiológicos. ¿Por qué el virus no se considera un organismo vivo? Si bien
se le conceden ciertas características que permiten la continuación de su existencia, hay otras como la dependencia
de otro para su “sobrevivencia” (me parece claro que las comillas en este término, se utilizan para subjetivizar el
concepto de sobrevivencia a un ser que no está ni vivo, ni muerto).

El virus en general, de los mucho tipos que existen, no coincide con el paradigma de la teoría celular propuesto por
la comunidad científica más tradicional, por lo cual siempre ha existido en torno a su figura esta disparidad de que
es de lo que hablamos justamente en estos párrafos. ¿Quién puede discernir en lo que es lo vivo y lo que no? Quizás
nos vemos enfrentados ante una debacle inespecífica, con todo lo que se ha dicho y de desdicho sobre los virus
específicamente, con las cualidades patógenas que le han sido proporcionadas durante el transcurso de las guerras
biológicas que han existido y que existirán. Puede sonar un panorama desolador en cierto sentido, pero ante
ciertos eventos fácticos donde esto ha ocurrido y se ha llevado una cantidad de vidas considerables consigo (no
olvidar la existencia del terrorismo biológico, que aunque suena extraño se ha dado gracias a la manipulación de
cierta cantidad de virus como por ejemplo el ántrax), es una realidad posible aunque no muy positiva.

Desde los expedientes de la historia y de las ciencias naturales podemos sacar una serie de conclusiones. Si el virus
no es considerado un organismo vivo por su incapacidad de organizarse celularmente ¿Cómo es que posee tal
complejidad? A mi modo personal de ver las cosas, esto es un debate en constante observación, quizás nos
encontramos ante definiciones muy sesgadas por los arraigos más enciclopédicos y la manera de hacer las cosas
tan estructuradas de la ciencia oficial. Me parece insólito todo lo que se puede decir de la virología, y lo mucho que
interviene su estudio en el diario vivir, en lo que nos rodea.

En relación a esto, se puede decir mucho más adelante, ya que los avances tecnológicos en base a los conocimientos
del mundo natural también han presentado hallazgos sorprendentes que han objetado antiguas disputas. En lo que
respecta a los virus y sus condiciones de existencia, hay un elemento que llama especialmente la atención. Los virus
a diferencia de las formas de vida inscritas como tal, no pueden realizar metabolismo por sí mismas y necesitan de
un organismo huésped para desarrollarse. Tal vez se puede hacer una analogía de esto con cierta similitud al
desarrollo del ciclo vital de los organismos vivos, específicamente en los mamíferos.

Las crías humanas se desarrollan en el vientre de sus madres, no pudiendo vivir fuera de este medio hasta que se
haya cumplido su desarrollo dentro de los 9 meses estipulados aproximadamente. Por lo tanto tenemos ciertas
semejanzas con los virus dentro del ciclo de crecimiento, y al igual que otros organismos cumplimos ciertas metas
u objetivos dentro de nuestros estadios de desarrollo. Necesitamos de la existencia de una vida preexistente en
este caso, y albergarnos dentro de ella para luego salir al mundo, a combatirlo y conocerlo con todo lo bueno y lo
malo que puede acarrear esta consecuencia: El nacimiento.

Una vez escuché en clases que el nacimiento de un bebé es un milagro, sin imaginarse la mística religiosa que
puede circundar este hecho. Más allá de observarlo como un mero hito naturalizado, dentro de lo que puede
decirse en el sentido estricto del surgimiento de una nueva vida, que esto se dé en ciertas circunstancias y todo lo
que ello implica , si es semejante a la experiencia de un milagro. Solo hay que imaginar el encuentro de estas dos
entidades (progenitores), en el acto de germinación entre óvulo y espermatozoide. Las consecuencias de este
encuentro da por fin el inicio de una vida, y con el comienzo de esta también el proceso de muerte que padecen
todas las criaturas, difiriendo en forma pero no en fondo.

La naturaleza es tan eterna en el sentido de su constante regeneración, pero si lo analizamos bien, hasta los
especímenes más longevos tienen fecha de caducidad. Esta es la primordial consecuencia de la vida: La muerte.

Leyendo una entrevista realizada por George Sylvester Viereck a Sigmund Freud1, la cual cuente la percepción del
psicoanalista con respecto al proceso de muerte, en la cual hace gala de todo el conocimiento adquirido por los
años y los exhaustivos estudios concretados por él y su base teórica. En ella se hace objeto importante el abordaje
de la muerte como un elemento crucial. Mi idea no es hacer una transcripción de esta, no me parece provechoso ni
apropiado hacerlo, sino enmarcarla dentro de un contexto predefinido y también resaltar aquellas ideas que son
más interesantes para mí desarrollar.

En uno de los diálogos que contempla esta genial entrevista, es aquella declaración que realiza Freud acerca de su
preferencia por la existencia en vez de la extinción, aludiendo a aquel cáncer que complejizo la última etapa de su
vida y que le hizo alejarse un poco de todo lo mediático que se habían vuelto sus postulados. Tampoco deseaba la
inmortalidad como tal, la muerte era un hecho que finalizaba con la ardua agonía que se manifestaba en la vejez
(de la que él claramente padeció). Demostraba estar más interesado en lo que pasaría con su familia tras fallecer, y
también en las flores que adoraba tanto. Se mostraba conforme con lo obtenido y además, no deseaba que ninguna
noción filosófica le negara el placer de admirar su alrededor como tal, no trazar figuraciones de algo tan incierto
como lo que hay más allá de lo comprensible. Siendo racionales, esta es una de las verdades más inciertas o bien
ciertas que existe. Nada sabemos de lo que pasa después de fallecer, y sufrimos por ello al perder a un ser querido
o ante la inminencia de este fenómeno que para todos es una ley absoluta.

No hay nada más incierto que lo que nos espera bajo tierra, y Freud en la sabiduría de sus sesenta y tantos años lo
sabía, sumándole el hecho de padecer cáncer y de vivir en un contexto colerizado de guerras y anti judaísmo, por lo
cual también se vio afectado de sobremanera. La lucha eterna del yo frente al mundo, es la continua premisa que
con la muerte se ve por finalizada y sucumbida en el lecho de rosas de algún fallecido. Las pulsiones de vida y de
muerte se manifiestan de manera gallarda ante la incesante oposición de ellas, quizás como dicen sus palabras en
la entrevista mencionada, la muerte no es una necesidad biológica pero por algo existe esta razón de llegar al
culmine de nuestra existencia. ¿Acaso necesitamos morir? Quizás la muerte tiene un propósito más que orgánico o
espiritual, pero esto es materia que se discutirá más adelante.

Por ahora me quedo con esas metafóricas ideas, las cuales en un proceso de constante rumiaciones mentales hacen
sentido a quien las intenta dominar, tanto en lo literal como en sus posibles distintas aplicaciones y significados.

Esos son los misterios de la vida, que también conllevan a la muerte comprendida de tantas maneras que es quizás
vano intentar conceptualizar todo lo que abarca una sola palabra. Pero esa es la mística que el lenguaje posee
intrínsecamente, que la hace acreedora de la formación de mundos, tantos reales como imaginarios que residen en
las memorias colectivas, o bien de modo personal.

A lo largo de la vida me he dado cuenta que huimos de la muerte, muchos lo hacemos por miedo a vernos reflejados
en un espejo desconocido que puede corresponder a una dimensión paralela o a una promesa bíblica de la cual
temamos resultados, es entonces también el miedo al vacío de la nada que también nos domina a sujetarnos en los

1
Tomado de The Penguin Book of Interviews. An Anthology from 1859 to the present days, Unidres, Ed. C. Silvesier, 1994. Traducción del
inglés: Beatriz Castillo para la revista “Conjetural”.
primeros instantes de germinación. Desde nuestro primer llanto le gritamos a la vida que aquí estamos, para
desafiar sus inexplicables capítulos a sol de un nuevo día. Incluso desde antes del nacimiento estamos en el
constante movimiento de experienciar nuestros cuerpos y el entorno, en ese medio acuoso que nos proporciona la
protección para sobrevivir en medio de músculos y huesos maternos.

Es inexplicable el hecho del origen del mundo, de mirar al pasado con los mismos ojos que ayer lo hicieron
nuestros ancestros, pero es en el acto mismo de ser en que nos definimos con todas nuestras cualidades. La muerte
es como un fantasma que nos acorrala, pero que sin embargo es lo suficientemente incierto a la hora de su llegada;
solo sabemos que tarde o temprano llegará.

Otro de los misterios que acompañan estos trazos insospechables, es el antojadizo tiempo que recorre nuestra
carne, del cual poco sabemos pero que percibimos en nuestras pieles, en la naturaleza, en cada cambio de estación,
etc. Es imprescindible abarcar esta dimensión, ya que de manera sensorial y cognitiva, creamos ciertos mapeos de
la realidad, del ser y del estar, aquí y el ahora. El ayer también trae un halo indescriptible, lo que fue y no pasó, que
además podrá no puede cambiar. Somos seres definidos por el tiempo, con un futuro que se puede llegar a estimar
pero no con la exactitud misma que deseamos.

Cabe mencionar que la vida es un acontecimiento causal, por lo tanto el planteamiento con respecto a la causa y
efecto del origen del ser humano, tiene su génesis desde algún principio cósmico, atómico molecular, religioso y/o
filosófico, en general como se le quiera ver, pero a partir de esto podemos asumir una posición mucho más fáctico.
Independiente del hecho de que el mundo ha sido eterno o no, en el caso de que no lo fuera se puede inferir
fácilmente que al nacer, como un ente vivo que alberga ecosistemas con vida en términos extremadamente
simplistas, también debe tener un final que acabe de una vez con todo lo que subsiste en el. Si lo vemos de ese
modo, como seres causales, generados de una causa en particular, el efecto que producimos también induce a este
camino de extinción. En esta última idea es que me aferro a lo simbólico de estas palabras, si todo tiene un inicio y
un fin, es que debe existir un porque a esto.

Como expresa Dante Alighieri con respecto al tiempo: “Cuando sigue a los sentidos, la razón vuela con las alas
cortadas”2. Y puede ser esta referencia en pos de cómo el tiempo tiene una capacidad sorprendente de tergiversar,
moldear y corromper las cosas. Al parecer es una cosa inamovible, pero que sin embargo acarrea grandes cambios.
Es cosa de verlo en nosotros mismos, en los cuerpos en que habitamos. No somos los mismos niños del ayer y
mañana no seremos los adultos de hoy. El paso del tiempo no es en vano, ya que con las arrugas del anciano viene
la sabiduría de la experiencia de vivir.

El tiempo puede llevarnos a perder la cordura si nos descuidamos. No es malo recordar quienes han perecido en
encontrar la eternidad, la fuente de la inextinguible juventud o la piedra filosofal creada por las artes alquímicas.
Queremos detenerlos a como dé lugar, por mil razones que serán validas y entendibles. Es la suspicacia la que nos
corroe y nos delata a llegar a intentar tal osadía. Como dice un viejo refrán popularizado por Benjamín Franklin: “El
tiempo es oro”3, este posee un valor per se incalculable, ya que como muchas cosas, estará aquí cuando nos
vayamos. Es así como se nos enrostra cada día y cada noche esto en el mundo de la naturaleza.

Desde siempre el tiempo ha regido como un emperador cruel y malévolo, que ha hecho competir a parte de la
sociedad. Un ejemplo tangible de aquello son las producciones masivas de productos, en la cual la empresa que
desarrollaba más rápidamente su mercancía, podía optar a proveer mercados más amplios. No hay que olvidar que
esta lógica también se vio beneficiada por la segunda guerra mundial, la cual concentró una serie de inventivas que
facilitarían el arte de matar y destruir. En las olimpiadas se hacen carreras que premian al individuo que más
rápidamente llevo a cabo una tarea, y así suma y sigue la larga lista de objetivos que están sujetos al tiempo.

Las enzimas que habitan en los organismos también generan la velocidad necesaria para acelerar reacciones de
carácter bioquímico que ocurre en la biología particular. Hablando de este tipo de reacciones, debemos atribuirles
esta calidad de estar en constante interacción con el sistema en que se encuentra, por lo tanto haciendo alusión a
la obra “La vida, el tiempo y la muerte”4, no existe nada estable en el Universo mismo. En realidad hablamos de algo
cuando es mucho más que eso, y debemos como comprenderlo como un sinfín de procesos que ocurren en cierto

2
Dante Alighieri. La divina comedia: Paraíso, Canto segundo.
3 Su expresión original es “Time is Money”.
4
Fanny Blanck Cerejeido y Marcelino Cerejeido. La vida, el tiempo y la muerte. Editorial Fondo de Cultura Económica de España, 1999.
periodo de tiempo, a veces muy lentas por lo tanto no somos capaces de visualizarlas como corresponde. Sin
embargo, acelerándolas seriamos aptos para ver cuán rápido ocurren y que tan efímeras son.

Si lo vemos desde esta medida, podríamos captar que si sintetizamos todo el proceso de la existencia, tanto como el
desarrollo de la vida y el universo, habría que considerar que en los segundos finales de diciembre, recién haría su
aparición el ser humano. Es por lo mismo que analizando este bosquejo, es posible darse cuenta de que la vida y la
muerte de un individuo es un hecho ínfimo en comparación con todas las explosiones que han generado la
posibilidad de que existan lo sistemas y el universo mismo como meta.

Es entonces que todos los organismos siguen una serie de secuencia de crisis y colapsos de sus estructuras. Estos
vendrían a ocurrir de una manera previsible y predecible, por lo tanto vemos manifestaciones como la patología o
la senectud, como signos indicadores de muerte. Esto resulta más que entendible en comparación con todos los
fenómenos antes ya acontecidos, los cuales tomaron una cantidad de tiempo indimensionable, lo cual prolongaría
cualquier expectativa. Si esto no sucediera, en este caso el hecho de que se cumplan una serie de etapas, y nos
quedáramos estancados en desarrollo, se produciría una irregularidad en la homeostasis que conllevaría a una
complicación grave y con secuelas.

Siguiendo con la idea de la termodinámica, señalada por el capítulo “La emergencia de la vida”, del libro ya
descrito, me quedo con la reflexión de que todo proceso es necesario tanto para la vida misma como para las leyes
generales de la existencia. El aporte energético nos condiciona, y una vez este se vea imposibilitado llegará la
muerte y la extinción. .

En grandes rasgos si se toma desde una visión macroscópica, el hombre y la mujer como seres finitos, existen en un
mundo finito el cual cuenta con recursos finitos, y es así como también “aniquilamos” la naturaleza que nos cobija.
Quizás desde esta lógica se deba decir que la muerte del ser humano también se debe a la acción del mismo, de
todo lo que hace el pos de sí y lo que cree bueno o no de hacer, pero que sin embargo en el acto le crea una
retribución de algún tipo.

Pensemos en un ejemplo en concreto, tal como pasa hoy con las enfermedades cardiovasculares crónicas, las cuales
se generan a raíz de malos hábitos alimenticios y el sedentarismo imperante de la sociedad del siglo XXI. Por lo
general se da por estas razones, sin obviamente deslegitimar otras causas que la condicionan, pero para el caso de
esta ejemplificación sabemos que estos factores son una causa, que genera un efecto en particular: la cronicidad de
alteraciones fisiológicas del sistema cardiovascular del individuo. Sabemos que complejidades sanitarias como
estas acarrean una serie de peligros para la salud, que incluso pueden llegar a desenlaces fatales si no se le trata
adecuadamente, es por lo tanto una acción del ser humano contra el ser humano a pesar de conocer las
consecuencias (es racional pensar que se cuenta actualmente con campañas promoviendo estilos saludables, los
cuales son factores protectores para la población).

Es nuestra existencia descrita quizás con una sabía frase en latín como el “memento mori”, la cual traducida da a
conocer que todos tenemos un momento de muerte. En algún minuto de nuestras cristalizadas existencias hemos
de morir. Lógico y curioso, pan de cada día del cual huimos de disimiles formas. Es nuestro carácter finito, nuestro
mundo al parecer también tiene cierta esencia similar, pero de su fin no tenemos más conocimientos hasta que
ocurre u ocurra correspondiente. No podemos pretender ser dioses jugando con adivinanzas pitonisas sobre la
extinción proporcionada por el último aliento. Un camino se traza con cada nacimiento, sin conocer hasta donde
llegara. El “memento mori” nace como expresión ejemplificadora de la fugacidad de la vida, a pesar de todo el
poder que se pueda tener e incluso las riquezas que busquen extender nuestros suspiros. En la antigua Roma, era
tradición de parte del ciervo hacer recuerdo de esto al Emperador, que de tal condición debía servirse para no caer
en malas praxis en contra de sus seguidores.

Desde la época de los latinos, la vida es significada como un largo sendero a andar por todos. En el peregrino
encontramos esta figura simbólica, posiblemente conceptuada como un arquetipo que subsiste en lo más recóndito
de nuestra naturaleza. El peregrino como personaje, recorre incansablemente cada lugar que se le presente, con
una misión entregada desde el inicio de su camino, que al igual que nosotros, tiene un propósito por algunos
conocido y por otros algo ambiguo. La vida como peregrinación se vincula en muchas culturas y religiones con la
idea del origen transcendente del hombre, al tiempo que se consideran los tropiezos y caídas de los caminantes
como una representación de sus fallos, carencias y errores5.

Los ecos de la presencia fecunda, yacen ya en las entrañas de la sangre y el tiempo, no sin dejar atrás un legado
cultural que emana desde los antepasados en común, de las historias contadas ancestralmente a las orillas de la
hoguera que alumbraba los rostros de los primeros homínidos. El ciclo, la rueda y la misma naturaleza acercan al
humano a lo comprensión de algo inexplicable. Es allí que las primeras explicaciones surgieron, dando paso al mito
y a la leyenda, aspectos necesarios en un mundo que se complejizaba de a poco y que tras esto, dio a conocer al
hombre moderno.

Las creencias sobre el origen de la vida son múltiples, extendidas en todas las regiones del planeta independiente
de cuan apartadas hayan estado en su minuto de otras culturas. Lo más interesante de estos fenómenos sociales,
vistos como razón y fuerza de vivir en comunidad y tradición, es que muchas de estas narraciones tienen
elementos simbólicos y compartidos, con otras civilizaciones aledañas o muy lejanas con las que no poseían
ninguna especie de contacto. Dentro del estudio de la antropología esto se considera como difusionismo cultural
policéntrico, un poco positivista pero no tan estricto como el difusionismo en su más pura versión. Es desde allí,
que desde diversos centros, nacían creencias y tradiciones, que se compartieron más tarde con otros. Sin querer
ahondar mucho en este tema netamente antropológico, es importante decir que también el relativismo cultural ha
hecho presencia, en el poder y significado de ciertos ritos, para mi interés particular aquellos relacionados con la
vida y la muerte.

La vida y la muerte desde la prehistoria, parecen ser puntos opuestos en un trazo de la tierra. Lo que es conocido
como antropogonía, es la rama que abarca este conjunto de entramados históricos de la biografía del inicio de la
vida para una civilización. Esta busca explicar cómo nace este relato y como se manifiesta en pos de la creación y el
surgimiento de la humanidad. De buenas a primeras es difícil discernir sobre los elementos principales que
conforman los mitos de la creación existentes, solo imagino lo maravilloso del momento en que nace la creencia, la
explicación y el relato, quizás uno de los primeros pensamientos conscientes de los primeros seres con cierta
capacidad de abstracción, la cual otorga sentido a sus primitivas vidas y enseña cómo mantener la armonía
animista con la madre natural, la madre de la perfecta comunión.

Escribiendo estas palabras me es imposible no hacer referencia al trabajo de Joseph Campbell, el cual desarrollo su
trabajo en torno al monomito6 como núcleo en común de las diversas historias surgidos en puntos distantes del
mundo. Su trabajo en lo personal me parece interesante y bastante locuaz, y en gran medida explica aquellas
singularidades que comportan sociedades muy alejadas. Sin embargo, estas creencias otorgan también cierta
noción de la necesidad del hombre y la mujer de aquellos remotos tiempos, de poder combatir lo que parece
impredecible y de sentir un cierto halo protector, iniciándose los paternalismos de espíritus, energías y más tarde,
dioses, que podían construir mundos para los humanos.

Es desde ese tipo de pensamientos mágicos en que la naturaleza se convierte en algo más que una acompañante en
el mundo. Es aquella que proporciona alimento y cobijo al hombre, el cual de cierta forma ha iniciado a percatarse
de esta importante función. Hombres y mujeres de antaño se alimentaban de la caza y la recolección, de la tierra y
del cielo tuvieron que aprender a concluir cuales eran las condiciones optimas para proceder a tener buenas
cosechas y caza segura. Es a través de la observación del ciclo de la vida, de la maduración de los frutos, del ver con
los ojos del cuerpo y de la curiosidad, que el llamado de las voces del ambiente se hace escuchar. Nacen los
primeros rituales, eventos importantísimos en la conciencia de otro mundo, de la existencia de algo mayor que
entrega y da lo necesario para el porvenir de la raza humana. De espíritus a dioses, la transformación se ha dado.
Pero esta misma observación del ciclo de la vida, ha dado signos de mostrar su otra veta.

Es en la muerte en que somos todos iguales, mujeres y hombres de todos los tiempos existentes han percibido
como la cronicidad va develando sus huellas en la piel. En la muerte, desde sus primeras concepciones y vivencias,
vemos la preocupación del humano primitivo, quien observa a sus cercanos morir y a su alrededor desvanecerse.
El ciclo de la vida se rompe para iniciar uno nuevo, y el hombre y la mujer de aquellos periodos comprendían
aquello. Es allí donde surgen los ritos funerarios.

5
Cirlot, Juan Eduardo (2006). Diccionario de símbolos (10ª edición). Madrid: Siruela.
6
Campbell, Joseph (1992). El héroe de las mil caras. México: Fondo de Cultura económica.
En que respecta a las sociedades de distintos puntos del globo, han existido diversas formas de venerar la muerte,
de llevar sus rituales y de tratar a los cuerpos. Nadie podría dar cuenta de cómo se dieron las primeras
circunstancias, en las cuales se desarrollaron en el imaginario del hombre de las cavernas, esta situación de la
muerte en particular. La vida brotaba desde cada ápice de lo observable, lo pequeño y lo majestuosamente grande
poseía espíritu. Vemos en las representaciones totémicas las particulares identificaciones con los seres que habitan
la madre nativa, aquella que se comparte en espacio y tiempo, y se vive con ella así como se muere.

Teorías varias coinciden en la vida después de la muerte como razón de los entierros, los cuales tras la constante
evolución de millones de años, lograron asemejarse a los rituales funerarios de hoy y a las estructuras de lo que
conocemos como los cementerios modernos. El círculo mágico dibujado en el polvo, la carne al elemento retornaba,
suponiéndose por razones distintas, unas más imperantes que otras, pero podemos resumirlas en que: los cuerpos
eran enterrados por una necesidad de no ver el cuerpo a la intemperie, para la mejor descomposición del cuerpo y
un largo etcétera, que a fin de cuentas devela la imperiosa y constante interrogante de qué hacer con un fallecido,
un cuerpo que ha perdido su alma o quizás, ¿Aún la conserva?

En general, sabemos que en los primeros asentamientos humanos, un hallazgo común y corriente son los indicios y
restos de osamentas antiquísimos. Es allí y gracias a la labor de profesionales del área de la arqueología, sabemos y
consideramos como pudo haber sido un día cualquiera en lo cotidiano de la sociedad primitiva. Es esta la fuente
donde emanan las reconstrucciones de los primeros atisbos de un incipiente pensamiento religioso. Aquí es poco
frecuente encontrar signos evidentes de la presencia de un cementerio, no se señalan de una forma en particular,
pero desde el hecho mismo de la existencia de un entierro, cabe la presencia ya de una empoderada idea de una
vida después del letargo de la carne humana.

Es así como podríamos explicarlo, porque de otra manera en realidad no sería suficiente percibir todos aquellos
elementos sin un fundamento de peso que lo haga válido. Los entierros en la antigüedad no solo consistían en
depositar a los muertos en sus respectivos fosos, también hay hasta el día de hoy, culturas que optan por el fuego
como medio de purificación de las almas y de la vida misma. Además la misma forma en que los deudos depositan
los cuerpos de quienes perecieron, habla ya de ciertas diferencias en la constante dinámica de diferenciación. Por
ejemplo, hacía donde orientaban a los muertos.

El ajuar que los acompañaba en la otra vida, consistía en elementos básicos de la subsistencia, los cuales pudieron
haber sido puestos allí según las costumbres del muerto, su oficio e incluso su estrato social en sociedades más
avanzadas. Las necesidades terrenas se sostienen en la vida ultramundana, esto queda más que demostrado en
cada yacimiento encontrado, los cuales poseen un sinfín de instrumentos, adornos, alimentos y aparatajes
necesarios para vivir después de la muerte. El uso de los colores, en especial del ocre, es manifiesto también de la
magia de la vida que circunda en las propiedades de la naturaleza ultraterrena. Los cuerpos eran bañados en
sustancias y también en colorantes, en un procedimiento con un fin completamente difícil de entender a ciencia
exacta. El rojo era el símbolo de la sangre, y sustituía en cierta medida la perdida al igual que la fuerza vital que
acompaña a cada ser vivo. Igualmente los accesorios que lo complementaban eran pintados y escogidos con el
mayor de los cuidados. El baño de ocre rojo en el periodo paleolítico se asemejaría en parte a la momificación
egipcia, aumentando la potencia vital del muerto.

Ya habíamos hecho una pequeña referencia a la importancia de la posición de los cuerpos, algunos son situados
bajo ningún punto cardinal de preferencia, sino más bien su entierro fue acto de una elección azarosa. En cambio
en algunas culturas el este representaría el nacimiento del sol y el oeste la muerte del astro rey, e incluso se han
encontrado cuerpos de pie, boca abajo, simulando posiciones fetales o en complejas flexiones. Todo esto tiene que
ver con el arraigo de ciertas prácticas en el entramado social imperante en el momento en que sucedieron los
eventos respectivos.

En este punto, la morada de los muertos representada por el oeste y la resurrección hacia una nueva vida
simbolizada por el punto cardinal del este, nos estrega información valiosa en constitución a la creencia mágica,
que desafía hasta el día de hoy a la muerte misma, por el hecho de que aún es practicada por ciertos pueblos con
conciencia enraizada de los ritos funerarios de sus antepasados. El mar y las alturas, también representan puntos
funerarios. Esta relación insípidamente se puede relacionar con las actividades económicas y creencias más
fecundas sobre el origen de la vida.

En lo particular, pienso en aquellas momias incas encontradas en el altiplano. Algunas con una data antiquísima y
conservadas de buena forma por las meras coincidencias de las condiciones climatológicas. Estos cuerpos muchas
veces, se encuentran plegados, quizás representado una posición fetal que a grandes rasgos hace recordar una
nueva gestación, una nueva vida y la idea significativa de un renacer. Cabe decir que los Incas no han sido los
únicos en utilizar esta clase de enterramientos, por lo mismo es una noción extendida de importante prevalencia y
consideración. ¿Pero en base a que existía esta preocupación por el entierro? Ya hicimos hincapié de que puede
deberse a esta creencia de lo sobrenatural, de la existencia ultraterrena y la espiritualidad como signo álgido del
primer hombre. Sin embargo podemos también suponer que esta especie de veneración prototípica, se debe al
miedo.

El miedo a lo inexplicable, este sentir que se forjo como emoción básica y adaptativa ya que permitió la evolución
de las especies, forma parte también del amplio repertorio emocional de hombres y mujeres de la edad moderna.
Sin entrar de lleno al tema del miedo, cosa que se tratará más adelante, es importante pensar que quizás es esta
emoción la que hace que el entierro sea posible. Ese miedo a los “muertos vivientes”, que incluso hacía decapitar a
los organismos ya fallecidos, puede ser también explicación a ciertos campos de osamentas particulares, en la cual
el temor de ver a un muerto volver a vida, pudo constituir estas prácticas. Aún tememos a la muerte y aún
tememos a los muertos de cierta manera, por eso no es de extrañar lo extendido de estos principios funerarios.
Incluso sorprende que hasta hoy con las cercanas historias de zombis se busque lo mismo; golpearlos en la cabeza.
Al parecer esto también ha sido un miedo aprendido en el genoma de nuestra especie, aunque en este último caso
hablemos de algo totalmente hollywoodense. El tema de los “muertos vivientes” y derivados, también será
trabajado más adelante.

El culto a los muertos también debe diferenciarse de las prácticas rituales del entierro, ya que una vez este
efectuado podrían realizar ofrendas e incluso sacrificios. Pero en esta parte es primordial hacer una separación
como barrera que enfrenta dos tradiciones coexistentes y relacionadas. Una que tiene que ver con los parientes o
cercanos muertos, aquellos considerados como las personas conocidas en vida y de las cuales se fue testigo en su
existencia. El segundo punto, se habla más bien de un culto a los muertos en general, a los que nos anteceden y son
parte de nuestros antepasados originales y primigenios. Estas secuelas se han encontrado en variedad de centros
de investigación arqueológica, por lo cual pequeños testimonios físicos, sociales y psicológicos, han sido evidentes
con respecto a los entierros. Es así como la muerte se instala en una preocupación constante, y no solo la de otros
sino de la nosotros mismos. La hostilidad del principio de la vida en términos crono referenciales, ha sido
avasalladora con la mujer y el hombre de las cavernas, y no es de extrañar que plantee en ellos una serie de
angustias y verdaderos cuestionamientos existenciales, salvaguardando las distancias pertinentes7.

La relación constante vida y muerte también nos habla sobre un culto en especial, y es aquel relacionado con la
reproducción y la fecundidad, por lo tanto hablamos de la vida misma. Estas surgen tras una larga preocupación
existente por parte de los humanos primitivos, que quienes además de la supervivencia, se daban cuenta de lo
esencial que era la fecundidad en todas sus formas. Es desde allí la veneración a las mujeres, en este caso a las
Venus. Estas pequeñas estatuillas, son reproducciones que expresan claramente el llamado a la fecundidad de los
seres vivos y de la naturaleza. Sus características son pechos prominentes, caderas anchas y vientre abultado, no
sobresaliendo los rasgos anexos. Es claro entonces, la importancia de estos aspectos.

Los rasgos que se encuentran en común, es la acentuación de los caracteres sexuales secundarios y la casi nula
proporcionalidad de las extremidades. El rostro tampoco mostraba rasgos, siendo más bien estructuras ovoides
que encierran en ellas el gran misterio de la vida. Exponen en su potencia mística, la fuerza primordial de la
creación, de la existencia, de la vida y su continuidad.
Las estatuillas tienen como objetivo en sí, enriquecer y asegurar la abundancia. Cabe recalcar que estas se
extendieron mayormente en asentamientos europeos, que suelen presentar gran uniformidad entre ellas y que no
dejan de ser un importante número de 150 aproximadamente. La Venus en general, sería la multiplicadora de la
vida, de los animales, la regidora del ciclo vital de hombres y mujeres de antaño.

7
Cid, C y Riu, M. 1965. Historia de las Religiones, Sopena, Barcelona.
Embadurnadas del rojo ocre, podrían ser emparentadas con la gran Diosa o Madre Naturaleza, la cual se torno
esencial para la vida de los pobladores de la época. Sin embargo más allá de eso, hablamos de prototipos ya que
posteriormente aparecerían una variedad de diosas con igual o más poderes en diversos panteones. Siguiendo con
estas representaciones culturales, es el arte una clase de espejo en la cual vemos representada gran parte de las
culturas. En las primeras sociedades, esta no sería la excepción. Vemos en la pintura rupestre esta intención
reproductiva, tras trazar cada vez con mayor detalle, las escenas de las rutinas ancestrales, las cuales
contemplaban mayormente visiones de caza. La supervivencia del hombre y la mujer era esencial para la
reproducción de la especie humana, y en ese entorno caótico y salvaje de los primeros tiempos, las pinturas
representaban un artilugio mágico del deseo más puro de sobrevivir, de cazar y apropiarse de la naturaleza y sus
recursos.

Cabe decir, que estas no tenían un fin estético, sino más bien constituían un anhelo mágico y animista de la vida por
sobrevivir. El hombre no podía perder momentos valiosos para atender la conservación de su vida, la cual suponía
una esperanza de vida que no sobrepasaba los 30 años. Es por esto que no cabe duda que la actividad artística
tenía una estrecha relación con su lucha frente a la vida. Todo en sí es un acto mágico de deseos profundos y
constantes, en lo que se esperaba obtener frutos y ganancias con respecto al destino por seguir.

Es así como en este primer capítulo, se intenta abarcar estos primeros cultos y su importancia en la vida misma
que nos ha antecedido. La gran Diosa se ha manifestado por los siglos de los siglos, y la muerte sigue existiendo al
final del día aunque suene a paradoja.

Capitulo 2.- Actus Mortis

Actus mortis desde su forma de mirar las cosas nos habla sobre el mismo acto de morir. De la muerte existen
definiciones varias, así como las que existen acerca de la vida y que en el capitulo anterior, se intento abordar
desde una concepción más central. La muerte en sí, es comprendida de muchas y diversas formas, tanto en la
amplia literatura donde podemos conocerla de cierto modo.

Repetir, el acto de morir como un fin u objeto de gloria eterna, quizás un paso más hacia la liberación del alma que
encarnará nuevamente en otra vida, en otro amor y en otra muerte, es una de las tantas posibilidades en las que se
puede creer e incluso el hecho de existir. En primera instancia quisiera hacer ver al lector, que de todas maneras no
existe una descripción correcta, debido a que hay muchas cosas sobre ella que no conocemos y que quizás solo
estará a nuestro alcance en el momento en que alcemos el vuelo hacia otro destino, el famoso “más allá” del que
tanto se nos ha hablado y del que nos aferramos todos de alguna manera.

A la muerte podemos entenderla de miles de formas, e incluso me atrevería a aseverar que cada individuo de este
mundo podría hacer una construcción de ella, la cual no dejaría de ser cierta pero también contaría con elementos
subjetivos que no la convertirían en una realidad para todos. En sí, a buenas y a primeras podemos decir que
cuenta con una serie de elementos en común, y otros que corresponden más a percepciones personales según
nuestras experiencias. En este último punto, no hay que olvidar la importancia de la creencia y la espiritualidad,
independiente de la religión que se profese. No hay que dejar de lado que cada uno de nosotros posee cierta
espiritualidad que muchas veces no tiene relación con un dogma específico.

Desde las últimas palabras dichas, podemos sacar en claro que entonces hablamos de una construcción, o sea un
constructo de múltiples segmentos enriquecidos a través de la historia que se han ido ensamblando, y de cual cada
uno determinado por los diversos factores de la vida, ha sacado sus propias conclusiones. Sabemos que es distinto
vivir la muerte en distintas etapas del ciclo vital, la interferencia que realiza la carga emocional de un deceso o de
de lo que puede ser un diagnóstico de salud crítico de un cercano o de uno mismo. No es igual vivir la muerte en
China que en Chile, ni pensar que se vive de igual forma la muerte de un padre que la de un hijo. Existen ciertas
generalidades, pero no hay que cegarse en pensar que siempre son hechos que ocurren de igual forma.

Musa romántica de antaño, evidencia histórica de cómo se vivía en ciertas épocas y sociedades, me recuerda en
especial a la carta de tarot titulada de la misma forma, la cual en el mundo del esoterismo es símbolo de la
constante transformación. La muerte ha sido una representación ampliamente aludida en el mundo de la poesía y
la literatura clásica. Ha gobernado por siglos, los viejos estandartes de los dilemas existenciales y filosóficos que
han relegado al hombre a pensar ominosamente en el acto de morir. Su sentido artístico y pictórico, en gran parte
lo ha revestido de una gracia sin igual, que la ha hecho merecedora de himnos musicales tal cual como el Réquiem
de Mozart y de magnas obras físicas tales como las pirámides de Egipto, un polifuncional centro ritual funerario. Es
desde allí que el acto de morir, el instante preciso en que el hálito expirado, es sinónimo de la agonía que transita
de un cuerpo vivo a uno muerto.

Es entonces que a pesar de que reconocemos la complejidad de tratar el tema, se puede hacer un intento necesario
y dinámico por abordarlo de la mejor forma, y reunir aquellas dimensiones en que se puede alcanzar a abstraer
parte de su esencia. En este caso, la muerte puede ser vista desde disimiles ramas de estudios e incluso se puede
suponer de ella, que es una crucial inspiradora de controvertidas disciplinas, tal ejemplo más simbólico es la
tanatología.

Podríamos hablar de la muerte desde una perspectiva biológica en primer lugar, además de sociocultural y una
dimensión psicoemocional. Estás categorizaciones nos permiten ver a nivel más macro, todo aquello relacionado
con el proceso o fin de morir, y como este afecta nuestras vidas o nuestras propias muertes. Independiente de todo,
es imposible no creer que todos estos factores no se conjuguen, ni conformen una percepción de ella muy personal
y con una mezcla de sensaciones impregnadas en desconcierto y temor, porque como ya se dijo anteriormente: aún
tememos a la muerte.

Ese miedo que existe en el ADN humano, es el mismo que ha subsistido a través de los años y está relacionado a lo
inesperado de lo que puede resultar de este evento, y encierra además encrucijadas inevitablemente misteriosas.
Estas extensiones de la cultura no son ajenas en ninguna circunstancia, muy por el contrario somos parte de ellas
ya que también somos seres con sentido de pertenencia y alguna especie de adhesión a un grupo mayor. ¿Hasta
qué punto nuestra opinión se ve sesgada por los valores imperantes? Pues cada uno sabe la respuesta ante ello, ya
que es un hecho inevitable de ocurrir. Con respecto al horror que nos causa la muerte, también hay un enclave
cercano al tema de los “muertos vivientes”, y además toda la cultura de la parapsicología, ha hecho de que se
genere cierto juego con los muertos.

Este es un punto importante y no menor en trascendencia. La creencia en espíritus que vagan por la tierra, se
puede estimar desde la misma época en que los hombres primitivos, iniciaron a pensar en la esencia animista de
los elementos. En el capítulo anterior se abordo el tema del principio de las creencias anexadas a los eventos de la
vida y de la muerte, lo cual configuro sin lugar a dudas lo que son los dogmas actuales, de las religiones
establecidas en el mundo. Los fantasmas, almas en pena y criaturas de la noche en su variedad plena, son solo la
punta del iceberg en lo referencial a los muertos y sus designios. Esta se asocia a la oscuridad y la soledad, y la vida
es vista como la luz y la compañía.

Pero en referencia a lo que se puede debatir cuando se habla de la vida y la muerte, como un versus encarnado a
través de los ciclos de la naturaleza y sus estaciones, donde proliferan los brotes de los árboles y flores. Esto
increíblemente da a pensar un sinfín de elementos que emergen en el pensamiento mágico que nos ofrece la idea
de la vida y la muerte. Para empezar, donde podríamos encontrar la diferencia especial entre el inicio de la una y la
otra. Es claro que es la “vitalidad” la esencia del acto de existir, y que es ella la que se diluye en el acto de morir,
pero ¿Ambos eventos son claros de evidenciar? Quizás en una consciente retrospectiva, analicemos bien en nuestro
medio más cercano: la familia, y con esto no se quiere dar una definición más de ella que las que puede suponer
cualquiera. ¿Es la vejez un proceso que desemboca a la muerte? Si nacemos con la convicción natural de envejecer,
esto quiere decir que nacemos para volvernos viejos y morir. A buenas y a primeras suena crudo, pero no es lejano
a la verdad y sobre todo es una noción madura de lo que es la vida además.

La vejez es un proceso, una etapa del ciclo vital y también parte importante de la población pertenece a este
segmento. La verdad es que desde que nacemos vamos envejeciendo, pero es durante este periodo en que se
vuelve más patente el hecho de estar en este proceso, lo cual puede tener diferentes connotaciones y significados
para la mayoría, además de la percepción que se da de esta en los demás entes de la sociedad, lo cual no deja de ser
importante en la constitución de políticas sociales y públicas que permitan un mejor desarrollo de quienes vivan
este periodo.

Podemos concluir de ello, lo siguiente según la OMS: “Desde un punto de vista biológico, el envejecimiento es la
consecuencia de la acumulación de una gran variedad de daños moleculares y celulares a lo largo del tiempo, lo que
lleva a un descenso gradual de las capacidades físicas y mentales, un aumento del riesgo de enfermedad, y finalmente
a la muerte”.

La edad tardía como clasifico Erik Erikson, da pie a la confrontación de la integridad contra la desesperación. Esto
depende de variados elementos que en suma, son aquellos que involucran todos los aspectos psicosociales que
rodean al sujeto. El desarrollo de la virtud de la sabiduría, no es más que el resultado de la acumulación de saberes
que se atesoran a través de los años de vida. Esta les permite integrar aquellos aspectos de sí mismos y de las
situaciones cotidianas, de forma adecuada aún siendo que muchas de ellas sean negativas pero se enfrentan de la
mejor forma posible, utilizando recursos propios de perseverancia y resiliencia. Pero Erikson también habla de la
desesperanza, aquella nacida de una mala vida y que depara quizás una mala muerte, de tiempos cortos de hacer
algo, de la tardanza para hacer lo que se desea. Esta sensación es muy extendida en el duelo, cuando el adulto
mayor se enfrenta a la partida de su compañero de vida o de sus amigos, es por lo mismo un sentir extendido que
debe tratarse, y lo más importante, apoyar y escuchar.

La aceptación de la muerte es algo complejo de tratar en este época, sobre todo si hablamos de aquella que llega
después de vivir una vida entera en la que no se hizo todo lo que se quiso y que muchas veces trajo más dolores
que alegrías, sin embargo esta aceptación parte de reconocer en el reloj su correr implacable. Por lo mismo aquí
ocurre una adaptación, pero sabemos también de que hay vidas y muertes que llegan en momentos que
socialmente no son oportunos, como la muerte de un niño o el embarazo en la adolescencia. Si bien es interesante
poder encontrar ciertos puntos de encuentro y conversación sobre la vejez, este escrito en sí va en búsqueda de la
esencia misma, y es también necesario repetir la idea de que la muerte ronda más allá del cuerpo, de la edad y el
alma.

Como seres humanos circunscritos al tiempo, a la finitud y a cierto espacio, podemos apreciar alrededor de
nuestras experiencias los signos más indicativos de la vejez, que son trazados además por los hábitos establecidos
en la juventud, cosa importante para determinar cómo llegamos a vivir la ancianidad. Dentro de este mismo
ámbito, nuestra noción de envejecer también es un factor preponderantemente clave para entender todo el
entramado psicológico que se genera en cada mente. Podemos preguntarnos al respecto ¿La gente teme a
envejecer o la muerte? ¿Tememos a la causa o al efecto de la misma?

Es obvio que esto tiene explicaciones completamente comprensibles que actúan a diversos niveles del aparato
psíquico, también mediado por la cultura y los tiempos imperantes, que con su fuerza sin lugar a dudas son capaces
de crear y hacer creer ciertas reacciones. La verdad es que tememos a ambas, envejecer para muchos es sinónimo
de muerte, debido a todos los procesos que se llevan a cabo en estas edades, como ya dijimos anteriormente, suele
ser significado de la perdida de los pares, de ver a aminoradas ciertas capacidades físicas y cognitivas, de perder
los atributos de la belleza occidental tan publicitada en los medios de comunicación.

Los jóvenes temen perder el control, ya que podríamos hablar en palabras coloquiales, que se vuelve a un estado
de infantilidad en la cual la dependencia marca la vida de los adultos mayores en ciertos casos, por lo tanto hay
razones entendibles pero no ciertas en lo absoluto. Una buena vejez y una cultura del respeto hacia los mayores,
ayudarían a manifestar de mejor forma todos los buenos aspectos de madurar en son de los tiempos. La salud ha
ido amenorizando estos cambios, y hoy es común encontrarnos con personas en la adultez tardía, en pleno uso de
sus facultades mentales y físicas, independientes y seguras que siguen activos, haciendo lo que les gusta.
Podríamos entrar en un interminable listado de detalles que hoy auguran una mejor vejez, la cual se ha vuelto un
segmento ciudadano importante y lo será aún más en un par de años.

Siguiendo la idea del párrafo predecesor, según los datos entregados por la OMS, hablan sobre un envejecimiento a
pasos muy acelerados en lo que respecta a la población. Es más, entre el 2000 y el 2050, la cantidad de adultos
mayores se estima entre un 22% llegando el fin de este periodo, todo esto en base a las estadísticas de la población
mundial. Por lo tanto este rango etario se configuraría en alrededor de 2000 millones, solo en el transcurso de
medio siglo. Estos datos proporcionados por la entidad más importante en lo referente a salud, no deja de aportar
nociones importantes y cambios demográficos relevantes a considerar en países desarrollados, y en especial en
vías de serlo como el caso de Chile.

Las gestiones en el ámbito sanitario deben re-estructurarse a partir de estos significativos números, que auguran
drásticos acontecimientos en torno a la pirámide poblacional, la cual no es desconocida para nadie en figura y
composición, y como ella se ha estado invirtiendo en los últimos tiempos. Pero no es la idea solo enfocarnos en
esto, aunque hay que tener en cuenta esta arista y las contribuciones de las prestaciones de salud, como los hábitos
saludables durante la vida son factores protectores ante enfermedades típicas de la gerontología y como la
tecnología ha promovido a movilizar recursos de ayuda para este segmento.

Saliendo del tema de la vejez y el porqué muchas veces esta genera cierto rechazo e impopularidad, también hay
que hablar sobre el miedo a la muerte. En general se habló desde cuando empezamos a morir, por el mismo hecho
de que somos criaturas aparentemente mortales (por lo menos físicamente evidenciable), y la vejez sería el inicio
evidente de este camino, pero no ocurre siempre de esta manera y eso hay que tenerlo en el eterno presente. No se
muere de viejo, se muere de mil maneras indescriptibles e inesperadas, y eso mismo nos tiene que ayudar en el
mismo camino de vivir la vida como si fuera el último día, la última oportunidad y la última mirada al atardecer. En
este segmento simplemente se habló del tema de la adultez mayor o tardía, por el concreto hecho de que es lo
esperable, como también se ha narrado con anterioridad de que se espera que los hijos entierren a sus padres y
que se muera después de vivir una larga vida, ojala de provecho y de buenos momentos. Repito, es lo esperable
pero no siempre es así, hablamos de una generalidad estimable e incluso deseable por muchos; morir de viejo,
morir durmiendo después de haber hecho todo lo deseado, rodeado de amigos, hijos y nietos, y con la sensación de
estar pleno.

Ahora bien, acercándonos a perspectivas más evolutivas, debemos reconocer que como seres humanos somos
complejos y actuamos según lo aprendido, además tomamos en cuenta el contenido de nuestro ADN. Estas
ininteligibles formas de ser y estar hacen del cerebro del hombre y de la mujer, un elemento prácticamente
imposible de descifrar a primera vista y que suele también proceder como un arma de doble filo. En inicial punto,
contamos con ciertos mecanismos neurológicos que nos hacen creer en una existencia más allá de la muerte,
debido a la gran capacidad imaginativa que poseemos como especie.

El cerebro, el regio rey que dictamina que hacer y que no, en su alto poderío y mandato decide inventar historias
que de algún modo se logran justificar, debido a la imperiosa necesidad de saber de lo que no se entiende o no se
comprende. Nuestro cerebro narrativo es el que entonces ha creado el “más allá”, ya que esta antiquísima creación
logra apaciguar nuestra ansiedad a lo desconocido y nos hace sentir mejor ante la muerte, que sería un vacio
eterno de nada. Esto último solo explica la parte neurológica de la creencia y no es suficiente argumento como para
desestimar el hecho o la posibilidad de una existencia más allá de la que existe frente a nuestros ojos.

Es así entonces como muchas actividades realizadas por obra del cerebro se conjugan para dar explicación a
fenómenos de diversa índole mística o relacionadas con experiencias cercanas a la muerte. Esto se debe a la
estimulación de los lóbulos parieto-temporal, ya que estos son los responsables de lo que conocemos como las
alucinaciones o síntomas similares, incluso de fenómenos como escuchar voces donde no las hay. Esto también está
relacionado con patologías que inciden en la percepción sensorial. En general es bastante interesante el analizar lo
que ocurre con nuestra neurología a la hora de creer en lo que existe en otros planos de existencia, y puede
conllevar a múltiples debates dignos de admirar, pero la muerte y la vida son fenomenologías mucho más amplias y
complejas aún que el mismo cerebro. Por lo mismo sería determinista afirmar que estas viven solo en nuestras
estructuras y procesos cerebrales.

No hay que olvidar el gran aporte que han significado los preceptos establecidos por la Escuela de la Gestalt, los
cuales dan indicios de cómo procesamos y vivimos la percepción. Organizamos la información como una totalidad
y hace lo mejor posible con aquello que se encuentra incompleto. Rellenamos espacios a nivel inconsciente por lo
que no es de extrañar que esto ocurra con algo tan importante como la mismas explicaciones de muerte que nos
damos a nosotros mismos, que a primera vista también suele ser una visión consoladora que busca calmar la pena
o el medio que sentimos ante la muerte de un ser querido, porque a través de esto configuramos nuestra
percepción de la dama mortal.

El acto de morir al que nos referimos este capítulo, no se aleja de la controversia filosófica que representa, ya que
hay que mencionar algo totalmente significativo a la hora de hablar de este momento en la vida, en la biografía y en
el ciclo natural de la rueda del tiempo. Para quién es la muerte ¿para el vivo o para el muerto? Quizás, suene ilógico
y sin sentido retratar de esta manera un cuadro situacional de un evento como este, pero no deja de hacer eco en
nuestros oídos y consciencia una frase interrogativa de esta envergadura. Claramente el fenómeno de la muerte
hace ruido, es llamativo y no deja indiferente a nadie, pero es obvio que el muerto (independiente de las creencias
que se tenga más allá de la muerte), muerto está, y de ese estado biológico será imposible pretender que salga, a
menos que sean situaciones de catalepsias o algunas enfermedades de similares características.
Es intuible que el acto simbólico de honrar al muerto, dependiendo la cultura, se da por parte de los vivos. Los
muertos, muertos están y los vivos así lo saben. Nuevamente se da una paradoja interminable, como un bucle
incansable e incalmable de saciedad: son los vivos los que “viven” la muerte, y es a través del olvido en el cual
muchos consideran que les vuelven a dar muerte. “No está muerto lo que puede yacer eternamente; y con el paso de
los extraños eones, incluso la Muerte puede morir8”, cita de H.P Lovecraft, en la cual nos damos cuenta de la
importancia del recordar la muerte, porque incluso esta misma puede llegar a morir de manera metafórica y
singular. No hay que dejar atrás todas aquellas costumbres que han ido desapareciendo o se han transformado con
el pasar de los años, pero en referencia a la vida y a la muerte, aún quedan aquellos vestigios originales de las
percepciones de los primeros hombres y mujeres que cimentaron la civilización.

El acto de morir entonces, al que dedicamos este capítulo, es algo que viven los vivos para recordar a los suyos,
para hacer honor al tiempo que nos dicta sus presagios, e incluso para realizar memoria de las fatalidades y
destinos que nos rigen de una forma impredecible e interminable. Aún así la fe en el futuro es la que mueve a la
vida a seguir presionando contra su sucesora, si lo suponemos de una manera más convencional. Son estos
mismos entre dichos que nos hacen aferrarnos a la vida desde que somos concebidos en el vientre de nuestras
madres, y es aquel el que se hace presente en situaciones en que nuestra vida corre peligro, el famoso instinto de
supervivencia no es más que ese deseo impreso en cada ser viviente para vivir un día más, y es importante aclarar
que esto no es de exclusividad para el ser humano, sino más bien es un mecanismo psicofisiológico que se activa
ante situaciones estresantes como lo define Cannon y otros teóricos en sus modelos. Pero ¿Cuál es la causa de
muerte?

Quisiera detenerme con esta pregunta totalmente cuestionable y amplia de abordar. La causa en el acto de muerte
es crucial para dictaminar el veredicto de un posible asesinato, muerte natural, diagnóstico, etc. Tiene múltiples
opciones y posibilidades, las cuales incluso pueden ser completamente irónicas y otras sin aparente explicación,
pero podemos concluir que la muerte tiene resultado como causa o efecto un sentido mismo, además de
concluyente. Aquí es donde el acto de muerte ocurre, pero la encrucijada es el porqué de esta muerte, dado que
podemos que considerar en un caso de asesinato, que el fallecido yació sin vida debido a las apuñaladas propinadas
por el antisocial o murió a causa de las coincidencias de la vida. Pensemos en retrospectiva, este hombre que
usaremos de ejemplo sabrá demostrar de mejor forma el punto que se quiere explicar.

Juan, un hombre de mediana edad, saldrá esta noche a festejar el ascenso de trabajo de uno de sus mejores amigos.
Esa tarde llega a su casa y decide tomar un taxi hacia el centro de la ciudad en la que vive, el cual lo dejó más lejos
de lo pronosticado, lo cual lo deja molesto ya que no ubica muy bien el lugar donde se realizará el evento y se
siente estafado. Pasa a comprar cigarros a un local, el cual en ese minuto se encuentra con solo un cajero
atendiendo por lo que se demora más de lo pensado. Decide pasar por una calle poco iluminada que al parecer le
hará llegar más rápido a su destino, con tan mala suerte que cuando va terminando este tramo, un hombre joven
con pasamontañas lo amenaza de no entregar su billetera en lo que Juan opone resistencia, y es apuñalado en
reiteradas ocasiones por parte de este delincuente que huye al darse cuenta de la muerte de su víctima.

Quizás con el ejemplo me excedo en entregar circunstancias en las que se pudo evitar esta muerte ¿Pero acaso la
vida real no es así de fortuita? Claramente así es. Podemos pensar en que Juan podría haber saltado a su victimario
si hubiera pasado antes o después de habérselo encontrado por la calle, e incluso haber ido por la otra alternativa,
una calle más larga pero más segura e iluminada, o incluso ahorrarse esta caminata habiendo asegurado la ruta al
destino donde se encontraban sus amigos. Es increíble lo victima que somos de nuestras circunstancias, como las
decisiones van trazando el camino a seguir e incluso determinando el triunfo y el fracaso en nuestras vidas.

Así como dice el español Ortega y Gasset, “Yo soy yo y mis circunstancias”, es increíble deducir de esta manera como
puede la muerte literalmente estar en la vuelta de la esquina y en el caso de Juan, vemos como quizás un brillante
futuro se ha visto detenido de buenas a primeras. Pero ahora queda revisar otro detalle, pensemos en que el
asaltante no se apareció esa noche o que Juan decidió esa noche entregar su billetera, e incluso que acordó ir en su
auto esa velada. En fin, Juan no falleció a causa de un asaltado mal llevado, pero ¿Recuerdan el detalle?

Juan fuma desde su adolescencia, empezó cuando apenas tenía 16 y es un vicio que no ha dejado hace más de 15
años. Su consumo promedia en 20 cigarrillos diarios, los cuales no le han significado ningún problema… hasta
ahora. La próxima semana tendrá un chequeo y se le detectará cáncer de pulmón ¿Qué podría hacer con este

8
Tomado del libro Necronomicón del mismo autor.
diagnóstico? Es así como nos damos cuenta como incluso sorteando el camino, se pueden dar estas eventualidades.
Juan estaba destinado a morir antes de los 40, al parecer aquí la causa de muerte per se es insuficiente. ¿Es acaso el
destino la causa de muerte? En este caso en particular así pareciera, e incluso podríamos hablar de una voluntad
divina.

No es que se quiera ser supersticiosa, pero a la larga también podríamos creer que la obra del destino incide de
manera locuaz y persistente, machacando así las piedras que hay en el sendero que cruzamos. Algo de cierto hay en
este dicho, y es lógico que no podemos ser completamente dueños de los acontecimientos que puedan llegar a
ocurrir de nuestras vidas, y muchas veces ni siquiera somos responsables de nuestras muertes. Sin embargo,
somos completamente nosotros quienes debemos asumir las riendas de nuestros sentimientos frente a los hechos
más fatalistas que nos pasan como por vil coincidencia. El peso del pasado en construcción del futuro, yace en el
presente de lo que nos rodea y de las decisiones que por a, b o c motivo hemos elegido como la opción más justa.
Somos entes presentes, vivos y más que nada, la vitalidad que nos precede es la que nos mueve en nuestros inicios.

Esto tampoco nos exime del todo en no ser plenos con lo que nos toca atravesar. Uno es lo que es, con sus historias,
sueños y melodías, y eso es la vida misma, como también lo es su contraparte, incluso podríamos hablar de cierto
empate situacional, en referencia a lo dicho por el filosofo español recientemente mencionado, mitad nosotros
mismos y la mitad sería la situación o el ambiente en que nos estemos desarrollando. Hablando en concreto, ser y
estar son en función de lo que este aconteciendo en el minuto, de cómo la respiración y la conciencia se entre
mezclan en un embate divino de percepción, de percibirnos como seres en acción y con respecto al entorno, una
especie de simbiosis catártica de reconocernos, para bien o para mal. Es así como por ejemplo, el inglés da mucha
importancia en el uso del verbo “to be”, y todo lo que tenga que ver en este. La predisposición del lenguaje para
habitar y ser en el mundo, no deja de ser coadyuvante y complementaria a nuestra existencia.

Empero a todo lo mencionado, tampoco hay que obviar a un tema sumamente profundo que también se ha
circunscrito en estas líneas. La cosa en sí no es de fácil abordaje, ya que hablamos de una discusión bastante larga e
interminable en el tiempo, pero después de tanto rodear los caminos del destino, ¿Qué es precisamente este
bendito concepto?

En lo personal, cuando escucho sobre el destino, logro evocar a un antiguo relato griego, el cual sirvió de
inspiración a uno de los pilares fundacionales del psicoanálisis. Es innegable que me refiero a la historia de Edipo
Rey, una de los tantos dramas que se cernieran en la antigua civilización de los dioses del Olimpo. Hoy en día,
como raíces míticas, han logrado sobrevivir a más de muchas generaciones, que no dejan de sacar enseñanzas de
estas antiguas pero referenciales historias, las cuales son habitual aposento de sabiduría y reflejo del arquetipo de
sociedad. Un destino a esquivar desde sus inicios, una vida rodeada de sombras y misterios, un joven Edipo lleno
de energía y ansiedad de victoria, de vencer lo que se había dicho desde antes de su nacimiento: el mal augurio de
su destino.

Este relato propagado y conocido ampliamente, aún es referencia de la tragedia griega, ejemplar eco de las
fantasías y epopeyas de antiquísimas eras, que desde ya asumen la fatalidad del ser humano ante los designios de
las pitonisas. La importancia del oráculo como fuente de los implacables hechos a acontecer, no son más que el
reflejo de las aguas del destino en su manifestación plena. Pensemos también que la transfiguración del oráculo en
el día de hoy es evidente; es aquel mensaje perdido que se cierne sobre nuestras cabezas y nos invita a reflexionar
sobre cierta decisión. Es allí que la trascendencia del destino se materializó por los siglos de los siglos.

Un oráculo en su principio, es más que un lugar físico, a pesar de que se entienda de esta manera ya que es más
fácil de congregar. Está conectada igualmente con otras artes mágicas, como lo son la interpretación y la
adivinación, además de ser el mensaje en si enviado por las entidades encargadas de guardar y proteger los
secretos del destino. Las pitonisas y sibilas, no solo cumplían un rol revelador ante las miradas atónitas de sus
visitantes, también representaban el poder de los designios que emanaban de sus trances místicos. Otras culturas
también se empaparon del símbolo del oráculo, el cual hace referencia a la emisión del contenido revelador y al
lugar sagrado donde estas presencias susurraban sus murmullos.

Estos recados de los poderes superiores que rigen el mundo, a su vez no solían ser muy claros al respecto. Llenos
de imágenes, olores, sabores y colores, las voces decían a la profetisa ciertos escrutinios a libre interpretación del
oyente. A raíz de esto, vemos como el destino es también una víctima de las circunstancias, de la visión subjetiva y
de la atención que ponga el destinatario. Muchas veces las señales que recibimos como coincidencias o hechos
puntuales, son aquellas señales que recibían las sacerdotisas en la antigua Grecia. Es por lo mismo que debemos
prestar atención a nuestro destino, el cual imperecederamente estará vertiendo su poder en nuestras vidas, siendo
estas también sujetas a nuestro juicio. La percepción es entonces crucial para poder concebir el mundo de la
manera tan particular en que lo hacemos, aspecto ya nombrado con antelación. La percepción se convierte en gran
encargado de develar nuestro destino, en combinación obviamente a todos nuestros procesos emocionales,
cognitivos y físicos.

Dentro de un diálogo filosófico podríamos decir del destino que es, un aspecto más metafísico de nuestra
existencia, de hecho temo usar la palabra realidad ya que contaminaría de cierto modo a nuestro universo de miles
de ellas. Es una fuerza de índole incomprensible y de carácter caprichoso, que nos somete y nos moldea siempre y
cuando nos dejemos, ya que hay que tomar en cuenta que actúa sobre nosotros, o quizás es todo al revés
dependiendo del prisma bajo el que se observe. Tenemos nociones principales que implican que bajo las
circunstancias es una fuerza que actúa, y que además según ideas más extremistas, este destino es ineludible. De
esto último claro ejemplo es el de Edipo y toda su historia ya conocida.

El destino es interpretado desde la misma vida diaria, desde la religión y la filosofía, e incluso desde el misticismo.
Para nuestra utilidad, es mejor aferrarnos a las doctrinas filosofales que lo tratan y determinan, sin excluir
obviamente la manera en que se conoce al destino en otros ámbitos pero sin embargo, podemos comprender en la
filosofía un halo más macro. Este determinismo filosófico ha sido cuestionado en amplitud, y suele ser lógico ya que
al postular que todo acto que realicemos, e incluso cada pensamiento generado por nuestra cognición es de cierta
manera esperable y predecible. El determinismo de este modo, rechaza la voluntad del género humano en tomar su
propia senda de virtud y esto se debe a la existencia de una cadena indestructible de causas y consecuencias. Lo
interesante de esta corriente es que ha dado lugar a una serie de subdivisiones interesantísimas de conocer, y a
pesar de que se desvíen un poco del tema, la realidad es que todo tiene conexión con todo y que quizás era mi
destino interesarme por este tema en este preciso instante.

Apelando a los buenos criterios e intentando explicarme de la mejor forma, encuentro totalmente imprescindible
tratar de estos temas, ya que es necesario analizar y abstraer lo positivo de cada conocimiento que se adquiera. Es
irrefutable el hecho de que pensar de que somos una seguidilla de reacciones por la vida es algo extraño, pero
tampoco tanto si vemos como en nuestro cuerpo son estas mismas reacciones la que permiten el funcionamiento
de nuestro organismo, el inicio de millones de millones de causas y consecuencias que ocurren simultáneamente
en este ser de carne y hueso que nos permite desarrollarnos. Sin ser filósofa, admito que a la hora de pensar en la
“inmortalidad del cangrejo”, me quedo hasta un poco paralizada tras el hecho de lo complejo que se torna esta
constante rumiación.

Aludiendo a esta locución tan escuchada y utilizada en nuestro idioma, el cangrejo es una ensoñación firme de que
la conciencia de nuestra existencia es parte necesaria para la vida, ya que no podemos estar vivos sino tenemos
pleno conocimiento de ello, ni menos perecer si nunca estuvimos claro que realmente vivimos. De cierta forma
suena a una maraña de enredos bastante anudada, pero la verdad es que como ya se dijo dentro del primer
capítulo sobre las definiciones de vida, que existen muchas definiciones a diversos niveles de estudio como para
ver si este dicho representaría a una clase de vida o entra en parte, en alguna clasificación de ella. En realidad, cada
uno sabrá desentramar esta apología a la inmortalidad y además, tener una propia noción de su significado. Al
parecer una vida inconsciente, sin referirse al concepto de Freud, es una vida carente de sentido y quizás de
destino, eso no lo sabemos. La vida que se ignora puede ser similar a una muerte sin vida, a una catatonia sin nada
por lo que poner en movimiento a la voluntad y a la convicción a mi parecer.

Retomando el tema del determinismo en la filosofía, en mi opinión puede parecer bastante tajante, es por ello que
se entienden dos ramas de estas. Según el determinismo fuerte, no hay hecho que no tenga causa ni exista al azar,
está claro que no existen las casualidades ni menos las coincidencias. Los postulados del determinismo débil, son
más amistosos por el hecho de declarar que existen probabilidades al respecto y que el futuro sería potencialmente
predecible, por lo tanto reconoce la existencia de fenómenos que son fortuitos y totalmente inesperables. En suma,
se puede inferir que el determinismo como concepto que engloba al ser humano y a todo lo que lo rodea, es y será
una gran discusión que poner a la palestra, tomando en cuenta todo lo que abarca y la importancia que lleva bajo
sus espaldas en las diversas actividades que nos conciernen y que por lo tanto, son regidas por un destino del cual
ni siquiera tenemos clara su existencia, ni menos las condiciones y características que de él se desprenden.
William Shakespeare decía, “El destino es el que baraja las cartas, pero nosotros somos los que jugamos”, y es en base
a esta sabía frase que podemos hablar de una mixtura, porque también tenemos el poder y el deber de tomar las
riendas de lo que son nuestras posibilidades de ser y existir en el mundo. Es y sería irresponsable de nuestra parte,
culpar y agradecer al destino de sus favores y de las desgracias que ha puesto en nuestro camino, así como lo hace
mucha gente al día de hoy. El destino nos entrega ciertas posibilidades, como por ejemplo que carrera estudiar o
donde ir de vacaciones.

En la praxis, el destino si tiene gran importancia. Lo vemos en nuestras calles al andar, en la sociedad misma, como
por ejemplo en sus manifestaciones. Hay un destino que se hizo injusto para muchos, por ejemplo nacer en un
ambiente desfavorable, desprovisto de estímulos positivos y de carencias afectivas. Estos niños y niñas no eligieron
nacer bajo estas condiciones y es claro que tampoco sus decisiones los llevaron a estos, sin embargo el papel del
destino o de nacer “con su estrella”, ha determinado sus vidas de manera poderosa pero no imposible de desafiar,
acercándonos a lo que es la resiliencia pura, que es más que un mero término al cual aludir.

Y ahora nos podríamos plantear la interrogante de qué relación subyace entre el destino y el acto de morir. Pues
bien, el acto de morir no es nada más que una etapa de magna complejidad en la cual se pasa de un estado a otro
que desconocemos. Hay que recordar que lo más valioso que tenemos es la vida, y que el destino sería este juez
quien dicta sentencia de día y hora de nuestra muerte. Anteriormente he mencionado el tema del que el tiempo es
oro, el cual ha sido tema para muchos estilos de arte, e incluso es una importante medición de la calidad si
tomamos en cuenta que preciamos más lo inmediato, como sería la comida rápida, un viaje en avión de menos de
una hora a uno en autobús que toma medio día. En fin, el tema del tiempo que ya se intentó explicar, es
legítimamente relacionable a nuestra fecha de caducidad, pensando que poseemos un cuerpo mortal totalmente
afable a la descomposición. Hay que asumir que la condición de ser un ser vivo, es también estar destinados a
morir.

Son mis últimas palabras bastante fuertes, pensando que lo que alguna vez fue un cuerpo con alma y belleza, la cual
sin duda todos poseemos ya sea en nuestro aspecto o en la visión que tenemos de los demás (con respecto de que
la belleza es subjetiva a ojos de quien la aprecia). Parecen ser crudas imágenes las que se vienen al pensamiento, a
pensar en lo que pasa fisiológicamente hablando tras el acto de morir, pero en realidad hay todo un mundo
desconocido que se nos abre como una verdadera posibilidad a la vida eterna: la inmortalidad del alma.

Capitulo 3.- Cosmovisiones funerarios: Ritos de muerte

Llegados a este punto está claro el mensaje que se quiere hacer oír en general. La valía de la vida es imperiosa y
furtiva, así como se han descrito hace ya muchos años las pulsiones que como organismos dotados de cuerpo,
mente y espíritu/alma, poseemos en nuestro interior. Es así como el instinto de la vida se hace latente y presente
de forma urgente. El grito de la existencia es más fuerte en la mayoría de los casos, y está ahí deseando repeler lo
ominoso que significa el arte de subsistir.

Desde la prehistoria hasta nuestros días, hemos buscado como especie poder hacernos valer ante otros, ante el
mismísimo universo y tratar de empoderarnos de la misma naturaleza que nos vio nacer, quizás para no sentirnos
tan pequeños y frágiles entre medio de un gigante manto de azul y verde, que con sus cambios y ciclos, se mostró
primeramente complejo e indomable.

Con la muerte se nos abre un panorama y descubrimiento potencial de conocer la vida de diversas sociedades, y
desde la antigüedad esta ha sido un evento fundamental al paso de otra existencia, de la cual también se tenía una
creencia. Como se dijo en el primer capítulo, la importancia de la creencia es firmemente un hecho desde su inicio,
ya que es en torno a ella que gira el férreo deseo de cumplir con los objetivos al llegar el momento. Una eternidad
es mucho más considerable que una vida, es por lo mismo que es imposible dejar de pensar en el camino que
siguen los muertos. Podemos a través de la bibliografía antropológica/arqueológica, sacar grandes conclusiones y
referentes, pero como se puede citar, no existen fórmulas exactas para interpretar los datos funerarios que se
hallan en las diversas investigaciones. Nada de las técnicas utilizadas basta por sí sola, es más que nada una
conjunción de elementos que incluso tienen relación con la intuición y el sentimiento del investigador. Todas las
vías posibles son factibles para incorporar una mejor conclusión. A pesar de todos los nobles esfuerzos, estos no
logran ser del todo satisfactorios, ya que lo encontrado solo es interpretable desde las huellas y vestigios físicos en
el lugar, siendo muchas veces las piezas faltantes de este registro las que podrían aclarar de mejor forma la escena
que se intenta definir9.

La historia de la vida y la muerte, la dualidad del día y la noche, lo bueno y lo malo, lo hermoso y lo grotesco, en
gran medida han sido parámetros regentes en nuestra percepción de las cosas. Es en este caso que estas
polaridades también se han dado conocer y evolucionado según nuestro parecer. Desde lugares rituales a los
sofisticados centros hospitalarios de la modernidad, han sido ojos y alma de estas monedas. Nacemos y morimos
en lugares únicos, que suelen ser usuales para estos fenómenos.

Siempre me han llamado la atención los cementerios, por el simple hecho de ser una construcción hecha para
recibir a quienes han dejado este mundo terrenal, y que además cuenta la historia de un lugar determinado, por
ejemplificar, es capaz de hacernos participes de la arquitectura y los iconos de arte que cimentaron alguna época,
además de demostrarnos las fastuosas criptas de las familias más influyentes y de las humildes moradas eternas de
pobladores sin tanto renombre. Los cementerios, también conocidos como camposantos y panteones, cumplen una
función basada en el recuerdo, en el descanso, en el responso del alma y del cuerpo para una futura resurrección si
lo pensamos de la lógica de la mayoría de los cristianos que conforman nuestro país.

Un cementerio es un lugar de despedida, pero también de encuentros. Hay familias que solo se reúnen en fechas de
funerales o que visitan a sus deudos para las fechas que conmemoran su partida. Desde ya hay que tomar en cuenta
que su sola construcción respondió desde sus inicios a fines meramente prácticos, que incluso involucraban la
salud de los habitantes cercanos. Me quiero referir a esto, ya que pensando en la historia de cualquier ciudad, la
construcción y existencia de este emplazamiento ocupó una preocupación bastante connotada. Sin ir más lejos,
desde la conquista de Chile y la fundación de sus principales ciudades, las construcciones que más primordiales se
vuelven son la iglesia, edificio de gobernación o similar, una cárcel y un cementerio. Sin dudas, en los cementerios
de nuestras respectivas comunas, provincias y regiones, encontraremos ricos legajos de historia pura, de arte y
porque no decirlo, de un lugar de paz y reflexión, de silencio y de mucha nostalgia.

Los cementerios que conocemos dentro de la cultura occidental son un legado innegable de la madre Roma, en la
cual se empezó a instaurar de apoco la costumbre de enterrar a las muertos. En su principio, estos eran sepultados
en la vivienda, pero esto lógicamente empeoraba las condiciones higiénicas de los habitantes de la casa y de sus
vecinos, por lo tanto es innegable que se transformaría un verdadero problema para la población romana. Es a raíz
de estos sucesos que los cuerpos eran llevados para su posterior tratamiento a las afueras de la ciudad, en especial
a los campos o también podían ser soterrados en alguna propiedad familiar como un jardín. En fin, medidas como
estas fueron caldo de cultivo más tangible para lo que conocemos hoy como un cementerio.

El enterramiento es una de las principales maneras de tratar al cuerpo, es por lo mismo que si hablamos de los
ritos funerarios no hay manera de obviar como se preparan los procedimientos funerarios más comunes. El
cementerio es el hábitat de lo muertos, esto dicho de la forma más materializada posible. Con la cristiandad ya
propagándose, la muerte siguió siendo una ardua preocupación, e impregnada esta ya de las tradiciones existentes
también adoptaron el hecho de enterrar a los suyos fuera de sus ciudades, pudiendo pensarse esto como un hecho
con variadas connotaciones implícitas, como el hecho de esconder la muerte y rechazarla de alguna manera,
trazándola hacia un camino que todos continuarían y continuaran hasta el fin de los tiempos. Estos también están
cargados de su simbología, e incluso muchas veces se enterraron a personajes celebres en importantes iglesias y
catedrales, tal como ocurre en la catedral metropolitana y las exequias de personajes como los hermanos Carrera,
diversos arzobispos y otros actores históricos.

Pero dentro de todo lo que está relacionado en lo que respecta a los ritos de muerte, solo hemos estado viendo lo
que tiene que ver con lo usual en nuestros tiempos, son tomar en cuenta la historia detrás de los rituales
propiamente tales. Me gustaría también mencionar algo en conciso, algo relacionado ya no con las tumbas con
nombres que vemos en nuestros cementerios más cercanos, sino más bien con aquellos olvidados y desterrados de
consigna y nombre.

La fosa común, conocida y nunca bien ponderada amasijo de cuerpos no reconocidos es el revelador espacio de
aquellos restos humanos sin importancia. Esta es signo claro y evidente de una nueva sociedad en que las creencias
insistían en no morir paradojalmente, es más, dada las condiciones económicas y sociales que se dieron el en el

9
Andrés, María Teresa. 2003. Cuadernos de Arqueología Universidad de Navarra. págs. 13-36
periodo de su surgimiento, son los que propiciaron su existencia, ya sea por hechos como la incipiente aparición de
la burguesía y diversos baticiones del juicio final. Incluso podríamos hablar de una resurrección de las ideas
faraónicas de la vida después de la muerte.

La muerte como otra realidad

Papalia

El libro de los muertos de los egipcios

El viaje por la nave de Caronte

El árbol de la vida

La muerte llego al hombre por causa de Adán

¿Qué es morir? Experiencias posmortem

Fosa común y técnicas de entierro, preservación de los cuerpos

Entre las vida y la muerte hay un solo bendito paso que se cierne entre los hilos de esta entramada red de infortunios que
puede ser llamada de mil maneras diversas. Podemos asociarla al destino primeramente y a todos los
componentes sustanciales que se le parezcan. En una serie de devenires que nos rodean, hemos sido situados en un
punto estratégico del cual el ambiente nos permite despegarnos, siempre dependiendo de la capacidad y riqueza
de este, pensando también en las diferencias individuales que nos vuelve núnicos. Pero ¿ existe ese tal destino?
¿ como ésta trazado? ¿ es modificable? Surgen un montón de preguntas más, de esta increíbleConcepción, de este halo
invisible que aveces suele parecer que decide por nosotros, pero hasta que punto es así. En este caso es similar a los
principios de locus de control, y a todas aquellas asociaciones que realizamos al atribuir a una serie de causas tanto
internas como externas, los éxitos y fracasos de nuestras vidas.

Siguiendo con esto, es interesante poder conocer como se promulga la muerte en nuestras vidas, aunque
suene paradojico. Y a pesar de que hemos ya definido vida, mi intención es de decir que aunque agrupemos todas las
definiciones posibles, estás no serían suficientes para entender su fenómeno, porque no sabemos en qué consiste
realmente. Pero ¿ desde cuando hablamos de lo que esta vivo y lo que esta muerto?

En la historia de nuestro país se han podido caracterizar ciertas tradiciones sobre las cosmovisiones de muerte. Una de
ellas es la historia de los "angelitos". Niños pequeños muertos con total premura, los cuales eran prácticamente
santificados por dias, vestidos de blanco y celebrados por familiares y vecinos, incluso en cantinas. Esta costumbre
arraigada en las comunidades rurales de Chile, ha dejado de ser practicada aunque no hay que olvidar que estás
celebraciones han calado profundamente en la historia de la muerte.
Como lo diría Violeta Parra con su Rin del angelito, la muerte prematura es algo inesperado, por eso mismo estás están
rodeadas de cierto halo dramático.

Para una eterna muerte y una corta vida, ¿ Se podrá decir que estás criaturas fueron conscientes de su vida y tener una
existencia más allá de ella?

Vudú, reencarnación, piras funerarias

Suicidio (formas)

Capitulo 4.- Duelo y Melancolía.

Desde el psicoanálisis

¿A qué edad se tiene consciencia de muerte y de la propia?

Elisabeth Kubler Ross

Capitulo 5.- Cosmología araucana de la muerte y el más allá

Fuegos fatuos, tradiciones funerarias

Capitulo 6.- Reminiscencias

Los nacimientos espontáneos

El miedo “a los muertos vivientes”

¿El destino se hace o se nace?

Películas y libros

Capitulo 7.- ¿Para qué sirve la muerte?

Taoismo: ¿Por qué el ser y el no ser coexisten?

Resiliencia

Focault y la muerte a través de la locura: Historia de los leprosos.

Capitulo 8.- Entrevistas

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