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CLACSO

Chapter Title: UN HOMBRE DE MUCHOS MUNDOS


Chapter Author(s): Natalio R. Botana

Book Title: Francisco Delich y América Latina


Book Editor(s): Esteban Torres, Juan Russo
Published by: CLACSO. (2018)
Stable URL: https://www.jstor.org/stable/j.ctvn96fkq.9

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Delich y América Latina

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UN HOMBRE DE MUCHOS MUNDOS

Natalio R. Botana

Francisco Delich fue un hombre de muchos mundos. No le


bastó con ser un distinguido académico en el campo de la
sociología, sino que desempeñó con tenacidad el arte de orga-
nizar y reconstruir instituciones, un atributo como es sabido
que lo llevó a presidir, durante el período democrático, las dos
universidades públicas más importantes del país, primero en
Buenos Aires y luego en Córdoba.
Esta cualidad para hacer que el depósito del saber se man-
tuviera vivo en instituciones bien formadas, hizo de Delich
un agente empeñado en la reconstrucción cívica de la Argen-
tina. Fue una disposición hacia el bien general que comenzó
muy temprano, en tiempos de la militancia universitaria, y se
prolongó fuera y dentro del país durante las dictaduras. La re-
vista Crítica y Utopía, que él fundó, fue un haz de luz en aquel
tiempo oscuro, dominado por el terror recíproco. Desde lue-
go, superado aquel tramo de cruel decadencia, la manera tan
peculiar de Francisco de insertarse en los combates cívicos se
tradujo en la política parlamentaria y en su actuación, desde
muy joven, en las filas de la Unión Cívica Radical. Caleidos-
copio, por tanto, de vocaciones y trayectorias.
Empero, no es mi intención detenerme en las estaciones
de este rico itinerario ya que otros amigos más cercanos a su
quehacer seguramente lo harán con mayor discernimiento.
Más bien, quisiera proyectar este testimonio sobre la expe-

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riencia de un largo diálogo que despuntó a finales de los años
60 cuando, en la ciudad de Córdoba, Francisco se acercó para
comentarme una charla que había dado fuera del recinto uni-
versitario, pues entonces soportábamos la férula impuesta por
Onganía sobre la universidad pública.
A partir de ese momento, hoy tan lejano, comparti-
mos una conversación jamás interrumpida que circuló entre
Córdoba y Buenos Aires, y más lejos de ese contorno, entre
Florencia y Berlín (Francisco, viajero incansable, era en tales
circunstancias el compinche ideal). Así se fue gestando una
amistad que aunaba el afecto personal con las condiciones
cívicas e intelectuales de nuestra existencia. La voz de Fran-
cisco, la cadencia de ese acento pausado tan cordobés, que no
eludía al juicio severo ante injusticias y complicidades, todo
ello venía de la mano, acaso como un don suplementario que
mucho me enseñó, por el estilo de quien se pone a disposi-
ción del otro para escuchar. En Delich, saber escuchar era tan
importante como saber afirmar.
Me cuesta enumerar los asuntos que concitaban nuestro
interés. Me cuesta, efectivamente, porque al ser tan ricas sus
palabras como sus silencios resulta prácticamente imposible
avizorar dentro de esa variedad algunos puntos salientes. Aun
a riesgo de incurrir en el esprit de géométrie, tan distante del
esprit de finesse de Francisco, me contentará con esbozar dos
grandes temas.
El primero tiene que ver con la ciudad y la urbe. Digo
bien dos cosas distintas que, a menudo, se confunden: la ciu-
dad, sede de la ciudadanía con sus conflictos y acuerdos; la
urbe, aglomeración de habitantes que, en la Argentina (ya lo
decía José Luis Romero) se va formando de manera aluvional.
En un caso la impronta es cívica, en el otro, decididamente
sociológica, en tanto el espectador asiste a una creación es-
pontánea o inducida que trae al presente legados del pasado.

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Explorando la ciudad y la urbe Francisco puso de entrada en
juego su vocación sociológica, con el ensayo pionero sobre el
Cordobazo, y remató esa mirada sobre las megalópolis con su
estudio sobre el conurbano bonaerense en sus últimos años
de vida.
Si tuviese que tomar prestado de Dickens algún título
atrayente, no dudaría en calificar un aspecto de la obra de
Delich como una «historia de dos ciudades», de Córdoba a
Buenos Aires y viceversa, de esta a la Docta con esa tradi-
ción incrustada en el Salón de Grado, frente al patio de Trejo,
donde, mientras Francisco era rector, rendimos homenaje a la
primera Ilustración de la naciente Argentina encarnada en la
figura de José María Paz, el memorialista de la Guerra de la
Independencia desdoblada en guerras civiles.
Francisco Delich fue entonces el sociólogo de una por-
tentosa urbanización –externa y doméstica– que conforma
el objeto más significativo para montar una sociología del
cambio social. Es curiosa esta paradoja: Delich estaba siem-
pre a la escucha de las mejores tradiciones universitarias, en
Córdoba y en Buenos Aires, para trazar los caminos capaces
de encauzar el proceso inevitable del cambio social en las ciu-
dades argentinas. Con este punto de vista, Francisco atendió
por cierto a las continuidades pero, al contrario del tempera-
mento conservador, la emprendió para resaltar la fuerza del
cambio social.
Con esta perspectiva abierta –social e histórica– habría
que preguntarse qué papel representaba en Delich la teoría
política con cuya asistencia podrían acaso entenderse mejor
los «conflictos y armonías» (palabras de Sarmiento a quien
Francisco admiraba) de esa sociedad cambiante. Sin dar más
vueltas –su propia vida es testigo de ello– Francisco fue a la vez
un demócrata y un republicano. Jamás dudó de la legitimidad
de la voluntad popular, que se expresa en comicios libres y se

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apoya en un repertorio de libertades públicas, y jamás aban-
donó la idea de que las instituciones republicanas, flexibles y
atentas al cambio social, eran el instrumento más idóneo para
progresar y ensanchar el horizonte de los derechos.
En este sentido, según esta apretada rememoración,
Delich era un contractualista de factura francesa; vale decir:
el articulador de un enfoque teórico que, distinto quizás del
anglosajón, cifra las condiciones del buen gobierno en tres
contratos simultáneos: el contrato democrático, el contrato
republicano y el contrato que, entre ciudadanos libres, crea
y recrea el destino de una nación. Esta visión de lo nacional
iluminó a toda hora el interés intelectual de Francisco. Una
visión sin duda tan alejada del nacionalismo vernáculo, tan
torpemente obsesionado por las concepciones esencialistas
acerca del ser nacional, como atenta a cultivar la raíz igualita-
ria ínsita en dicho contrato. Para él, me dijo un día mientras
caminábamos en Florencia hacia la Santa Croce en busca de
la tumba de Maquiavelo, la Nación no se entendía sin el con-
trato democrático y republicano que le daba sustento.
¿Era este andamiaje político el condimento necesario de
que disponía el sociólogo para impulsar una ética reformista?
No dudo en responder afirmativamente. Por donde se lo mire,
Francisco Delich era un reformista. Lo era por sus orígenes
ideológicos –ahora que conmemoramos el centenario de la
Reforma Universitaria– y también por la orientación de su
teoría sociológica y su praxis universitaria y política. Paso a
paso, pero sin descanso. Pienso que es esta una de las tantas
maneras de celebrar su vida.

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