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VERDAD Y JUSTICIA EN EL PROCESO CIVIL

por Gustavo Enrique Pistone *

“…Cada estudioso tiene el deber de aportar, al empeño común, su particular

observación. De la suma de ellas se hace la grandeza de la ciencia.

En ésta, tanto como la verdad, importan los esfuerzos hechos para alcanzarla.

Procuraremos, pues, en el riesgo del acierto y del error, determinar cómo

concebimos, por nuestra parte, este extraño y desconcertante fenómeno que

de tal manera ha preocupado, a lo largo del tiempo, a los más ilustres

pensadores de la ciencia del derecho…”.

Eduardo J. COUTURE

PRÓLOGO

La incorporación de la verdad al proceso civil y la consecuente posibilidad del


juez de emitir una resolución justa, es decir, de hacer justicia en base a ella, es una
cuestión largamente discutida por la doctrina tradicional, que hoy ha tomado especial
trascendencia por las implicancias que posee, no sólo hacia todos los intervinientes
en el proceso, sino además desde el punto de vista axiológico, político y aún
filosófico.
Una corriente doctrinaria sostiene que ello es imposible, otra habla de cierto
tipo de verdad especial o formal y otra afirma que, en ciertas condiciones, no sólo
puede lograrse, sino que es indispensable para mantener el fin último de la
jurisdicción, su razón de ser, la obtención de la Justicia en el proceso civil. Entre
ellos nos encontramos nosotros.

Mucho se ha escrito de prueba y verdad, pero no hemos querido circunscribir


este estudio tan sólo a la problemática probatoria, de por sí harto compleja y por
supuesto fundamental en relación a la búsqueda de la verdad, sino abarcar la
totalidad del proceso ya que entendemos que hay otros elementos que pueden ser
muy útiles al fin buscado o impedir definitivamente su realización.

1
Según resolvamos la cuestión, estaremos adoptando posición en diferentes
frentes. En lo axiológico, porque dependerá el lugar que le demos al valor verdad en
la escala que orienta al proceso, en lo político, porque según la conclusión a la que
arribemos serán las acciones tendientes a lograr su máxima eficiencia y en lo
filosófico, porque dependerá del fin último que persigamos en el proceso, si éste es o
no la justicia de la resolución, la conclusión a la que arribemos.

Entendemos que para una visión íntegra del problema, debemos analizar el
proceso desde la incorporación de los hechos que harán las partes en la demanda y
contestación, ya que una vez trabada la litis, de la manera en que se haya hecho,
podremos encontrar la primer herramienta para la búsqueda de la verdad en el
mismo o el primer escollo, a veces definitivamente insalvable a ese fin, y verificar
cómo ha de jugar la regla de la congruencia en tal sentido.

Deberemos luego continuar con el ofrecimiento y la producción de la prueba y


analizar las limitaciones procesales a la admisibilidad, su fundamento y legalidad y
los condicionamientos que a la misma le impone el principio de bilateralidad de la
audiencia o el contradictorio , para establecer la medida de implementación correcta
del sistema dispositivo ante la jurisdicción, es decir, determinar cuál es la función del
juez en el proceso y la posibilidad de producción de prueba judicial oficiosa, no para
investigar, sino para verificar las afirmaciones fácticas de las partes y así llegar a la
verdad.
Finalmente abordaremos la valoración de la prueba y allí vamos a estudiar no
sólo la repercusión que tienen sobre la verdad, los distintos sistemas, sino además el
grado de comprobación de los hechos que razonablemente hemos de exigir para
entender incorporada la verdad al proceso. Creemos no solo posible, sino necesario,
buscar y encontrar los medios para remover los inconvenientes que se ponen de
manifiesto para que la verdad se incorpore al proceso y de esa forma el juez pueda
hacer realmente Justicia al resolver.

El desafío es enorme. Esperemos poder aportar las respuestas apropiadas.

*Abogado Especialista en Derecho Procesal Civil

2
Capítulo I

La verdad en el proceso

1. Introducción

Si bien el tema del presente estudio refiere exclusivamente a la verdad en el


proceso civil, resulta imposible abordarlo prescindiendo referirnos primeramente a las
posiciones filosóficas sobre la verdad en general, ya que las mismas serán las que
fundamenten las distintas tendencias referidas a ella dentro del proceso, por lo que,
en primer término, haremos un ligero análisis de aquellas.

Durante el post-modernismo la idea de verdad, fue desmantelada, tal como


ocurrió con otras muchas ideas, hasta perder absolutamente su valor. Asimismo fue
abriéndose paso la tendencia a sostener la existencia de múltiples verdades, según
los diferentes puntos de vista y los grupos sociales bajo observación; y la concepción
de que la aceptación de una versión por una cantidad determinada de personas,
hacía a ésta verdadera.

Estas concepciones, a la luz de la teoría de Kuhn sobre la estructura de las


revoluciones científicas1, llevaron a un escepticismo y a un relativismo radicales, en
función de que se sostenía que pudiéndose cambiar completamente un paradigma
científico por otro, todos valen y ninguno de ellos puede reclamar la pretensión de
verdad, ya que cualquier construcción del mundo será verdadera para los que crean
en ella. Por consiguiente y de acuerdo a esta corriente, hubo una época en que la
tierra fue plana y el sol giraba en torno a ella y los hechos determinados como
resultado de las ordalías, en los procesos de las comunidades en que ellas eran
practicadas, eran verdaderos.

Se desplaza así la idea de verdad hacia el interior de la dimensión lingüística


de la experiencia y el conocimiento, negándose su existencia fuera del lenguaje, en
la realidad.

Tras el post-modernismo, se produjeron cambios sustanciales en relación a la


problemática de la verdad. Las tendencias filosóficas que fueron surgiendo
admitieron la inexistencia de verdades absolutas, pero convergiendo en la existencia
1
KUH N, Thomas S.; “La estructura de las revoluciones científicas”; trad. de Agustín Contín, México, Ed. Fondo de
Cultura Económica; undécima reimpresión; 1995; págs. 176 y ss.
3
del mundo exterior, elaborando una idea de verdad en consonancia con ese mundo,
estableciendo en consecuencia que es la realidad la que determina la verdad o
falsedad de las narraciones que la describen o de los enunciados que sobre ella se
elaboran y ello es racionalmente cognoscible y demostrable.

“…De esto se sigue que la opinión del cardenal Bellarmino era, en todo caso,
falsa, con independencia de las justificaciones que él, en su cultura, haya podido
esgrimir para sostener que las tesis de Galileo no eran fiables. Esa opinión era, en
todo caso, falsa, con independencia del consenso que sobre ella pudiera existir…” 2.

En igual sentido Ferrajoli, citado por Taruffo, sostiene justamente que ninguna
mayoría, ni siquiera la unanimidad de los consensos o de los disensos, puede hacer
verdadero lo que es falso o hacer falso lo que es verdadero 3. Sería importante que
algunos pensadores nacionales leyeran estos autores y comprendieran el concepto.

Estando entonces la verdad de las narraciones o de los enunciados,


determinada por la realidad de los acontecimientos que ellos describen, adquiere
relevancia superlativa el contexto en el cual se realiza su búsqueda, ya que el éxito
en su descubrimiento dependerá del método utilizado, es decir, de que éste resulte
adecuado al objetivo perseguido.

Antes de adentrarnos en el análisis de la función que la verdad cumple en el


proceso, es necesario precisar los términos de referencia de la misma, a fin de no
naufragar en el intento. En primer lugar, es claro que no hablamos aquí de la
verdad absoluta, ya que ésta no pertenece a la dimensión humana, sino en todo
caso, a la divina, por lo que nos referiremos siempre a verdades relativas, pero
debemos insistir en que la verdad será en todo caso, siempre objetiva, ya que su
existencia no dependerá de la opinión de los distintos sujetos intervinientes, sino al
grado de confirmación que se obtenga del evento que el enunciado describe, de
acuerdo al método utilizado y a los conocimientos disponibles.

“…En el contexto del proceso es apropiado hablar de verdad relativa y


objetiva. La verdad de la determinación de los hechos es relativa –en el sentido de
2
TARUFFO, Michele; “Simplemente la verdad”; trad. de Daniela Accatino Sclagliotti; Garín (Prov. de Bs. As); Ed. Marcial
Pons; 2010, pág. 97.
3
TARUFFO, Michele; “Simplemente la verdad”; trad. de Daniela Accatino Sclagliotti; Garín (Prov. de Bs. As); Ed. Marcial
Pons; 2010, pág. 97., con cita de Luigi FERRAJOLI en “Principia iuris. Teoría del diritto e della democracia. 1. Teoría del
derecho. 2. Teoría de la democracia”.
4
que es relativo su conocimiento- porque se funda en las pruebas que justifican la
decisión del juez y que constituyen la base cognoscitiva en la que encuentra
justificación el convencimiento de que un cierto enunciado corresponde a la realidad
de los hechos del caso. Esa misma verdad es objetiva, en la medida que no es el
fruto de las preferencias subjetivas e individuales del juez, o de otros sujetos, sino
que se funda en razones objetivas que justifican el convencimiento del juez y que se
derivan de los datos cognoscitivos que resultan de las pruebas…” 4.

Además, una corriente importante del pensamiento procesal sostiene que


carece de fundamento hablar de una verdad formal, que se obtendría dentro del
proceso, contraponiéndola con la verdad real, cuya determinación sólo podría
efectuarse fuera del mismo.

Es cierto que en el proceso existen reglas sobre pruebas y que los medios y el
tiempo son limitados, pero también lo es que, en principio, no existen especies de
verdad diferentes, de manera que si se comprueba la verdad de un enunciado, este
será cierto dentro del proceso o fuera de él, pero no en distinto grado. Las reglas
sobre la admisión, la práctica y la valoración de las pruebas existentes en el proceso,
podrán limitar o condicionar la búsqueda de la verdad, pero sin dudas, no nos
llevarán al descubrimiento de una verdad diferente de la que se ha de descubrir
fuera del proceso. En todo caso impedirán la obtención de la verdad por limitarnos
las herramientas epistemológicas, pero ello no significa que podamos obtener una
verdad diferente.

Carnelutti criticaba la existencia de dos verdades diferentes y en tal sentido


afirmaba que “…La verdad es como el agua: o es pura, o no es verdad…” 5.

Ferrajoli señala que “…La verdad a la que aspira el modelo sustancialista del
derecho penal es la llamada verdad sustancial o material, es decir, una verdad
absoluta y omnicomprensiva en orden a las personas investigadas, carente de límites
y de confines legales, alcanzable con cualquier medio más allá de rígidas reglas

4
TARUFFO, Michele; “Simplemente la verdad”; op. cit., pág. 100.
5
CARNELUTTI, Francesco; “La prueba civil”; trad. de Niceto Alcalá-Zamora y Castillo; Ed. Arayú; Buenos Aires; 1955;
pág. 25.
5
procedimentales… la verdad perseguida por el modelo formalista… es, a su vez, una
verdad formal o procesal, alcanzada mediante el respeto a reglas precisas...” 6.

Resulta oportuno, antes de continuar el análisis, dirigir nuestra atención al por


qué de la necesidad de la búsqueda de la verdad, en términos generales, o por qué
resulta necesaria o conveniente la adopción de esta posición.

La cuestión debe ser analizada desde dos puntos de vista que resultan
relevantes7, que conforman lo podemos definir como el valor social de la verdad.

El primero, desde el punto de vista ético, ya que no se concibe una


organización social con un sistema moral que descarte la verdad, haciendo de la
mentira un estilo de vida. Si bien es cierto, que el concepto sufre numerosas
limitaciones en función de los resultados dañosos a los intereses personales que
podría tener un sistema en el que campeara a rajatabla la obligación absoluta de
decir verdad, las mismas no hacen más que confirmar la necesidad de su
incorporación como regla sustancial de funcionamiento. Este valor campea en las
relaciones sociales, en las que se considera naturalmente esencial la exactitud y la
sinceridad para el intercambio de la información y hasta para la simple conversación
en la que rigen reglas sustanciales como no afirmar lo que se sabe falso o aquello
para lo que no existen pruebas adecuadas.

El segundo, desde el punto de vista político, ya que resulta elemental para el


mantenimiento de un sistema democrático. La mentira constante, como método, ha
sido el signo de los regímenes dictatoriales o autoritarios. No se concibe un régimen
democrático en el que la relación del Estado y los ciudadanos esté permanentemente
dominada por la mentira, porque el mismo se torna insostenible en el tiempo.

El profesor Taruffo, a quien seguimos en sus ideas en este aspecto, afirma


que “…en un sistema efectivamente democrático el principio de verdad puede
experimentar restricciones, pero la decisión respectiva no puede ser arbitraria,
siempre debe ser sometida a control y no puede fundarse en la mentira ni en la
manipulación de la opinión pública… Aún cuando sea un ‘instrumento ordinario de la
vida pública’, la mentira intencional debería tratarse como un crimen contra la
6
FERRAJOLI, Luigi; “Derecho y razón – Teoría del garantismo penal”; trad. de Alfonso Ruiz Miguel (entre otros); 10ma.
ed.; Madrid; Ed. Trotta; 2011; págs. 44 y 45.
7
TARUFFO, Michele; “Simplemente la verdad”; op. cit., pág. 109 y ss.
6
democracia… Es esta pretendida ‘verdad’, que en general no es en absoluto
verdadera, la que tiene una efectiva ‘fuerza antidemocrática’…” 8. Sería importante
que algunos pensadores nacionales comprendieran el concepto y actuaran en
consecuencia.

Ahora bien, en este contexto ético-político en el que la verdad se configura


como un valor para la sociedad y para el Estado, corresponde preguntarnos, cuál
será su función en el sistema de administración de justicia.

Si hemos concordado en que la verdad representa el criterio de


funcionamiento, tanto de la sociedad como del sistema sociopolítico, no podemos
dejar de reconocer que la misma es determinante en la concepción de la ‘Justicia’ y
en consecuencia que tenga un papel protagónico en el proceso. Pero esto no es tan
así.

El problema de la verdad en el proceso, tiene directa relación con la función


que le asignemos a éste y a la función que en relación al mismo, cumple la prueba
de los hechos.

Una corriente muy difundida de la doctrina sostiene que el proceso no tiene


nada que ver con la búsqueda y determinación de la verdad, sino que sirve sólo para
resolver las controversias y en consecuencia no es necesario que se pretenda en él,
la obtención de resoluciones verdaderas. En general se observa entre los mentores
de esta postura, una contradicción entre la teoría del proceso y la de las pruebas, ya
que si bien a la primera le asignan aquél destino (la resolución de las controversias),
al referirse a éstas sostienen que su función consiste en establecer la verdad de los
hechos.

Abundan en doctrina los juristas que niegan a la verdad este papel en el


proceso. Las razones son diversas y los fundamentos variados, por lo que
analizaremos las distintas corrientes filosóficas en relación a la cuestión, porque ello
nos ayudará a comprender las variadas posturas respecto al objetivo final o razón de
ser del proceso y de la función de la prueba en el mismo.

2. Las teorías acerca de la verdad.


8
TARUFFO, Michele; “Simplemente la verdad”; op. cit., págs. 113 y 114.
7
A lo largo de los tiempos y en el derecho comparado actual, los diversos
sistemas trataron esta cuestión de manera diferente y por distintas motivaciones.
Para una comprensión íntegra de la problemática abordada, recorreremos
sintéticamente las diversas visiones existentes, aportando nuestra humilde opinión
cuando lo creamos oportuno, ya que el tema sigue provocando hoy abiertas
contradicciones.

a. Negación de la verdad en el proceso civil.

Hay diversas fundamentaciones para negar la posibilidad de la obtención de la


verdad en el proceso y en particular, en el proceso civil, algunas de las cuales, por su
sólido contenido práctico provocan una meditación profunda acerca de sus razones.

Pero además de ese conjunto de autores que han estudiado más o menos
profundamente el tema, se cuenta entre los partidarios de esta postura a muchos
abogados litigantes cuyo único objetivo es la obtención de la victoria a toda costa y
que no les preocupa otra cuestión ( “…Muchos abogados, , pero poca justicia…” 9), y
otros, que a pesar de pensar diferente, observan que en la práctica sus ideas no
encuentran correspondencia, o aquellos que sin analizarlo demasiado, han concluido,
justamente por esa práctica cotidiana, que no puede creerse en la obtención de la
verdad en el proceso, pero ninguno de ellos se ha planteado seriamente la cuestión y
sus implicancias.

a.1. La imposibilidad teórica.

Dentro de esta corriente se ubican quienes desde diversos tipos de idealismo y


de irracionalismo elaboran un abanico de teorías de las que se derivan diferentes
formas de escepticismo filosófico frente al problema del conocimiento y que
consecuentemente concluyen en la negación de la posibilidad de la determinación
verdadera de los hechos en el proceso.

“…Si se parte de la premisa, típica de estas doctrinas, de que el conocimiento


es una construcción mental carente de conexión necesaria con los fenómenos del

9
CALAMANDREI, Piero; “Demasiados abogados”; traducción de Josep Xirau; Librería El Foro; Buenos Aires; 2003; pág.
73.
8
mundo real, está claro que no se puede alcanzar ningún conocimiento verdadero de
hecho alguno…”10.

Estas doctrinas, fundadas en criterios filosóficos idealistas, irracionalistas o


anti realistas, obviamente discutibles, no pueden ser analizadas aquí en profundidad,
ya que comprometen temas centrales de la gnoseología y de la epistemología,
excediendo largamente el tema en estudio, pero bástenos señalar que disuelven en
el plano filosófico, antes que en el jurídico, el problema de la verdad de los hechos.

a.2. La imposibilidad ideológica.

Una segunda postura negativa se fundamenta en razones que pueden ser


consideradas ideológicas. No se trata de cuestiones filosóficas ni epistemológicas de
la verdad, sino que se enraízan en la concepción de la función y de los objetivos del
proceso civil.

Sostienen sus seguidores que el proceso es un instrumento para resolver


conflictos y que en consecuencia, nada tiene que ver con la búsqueda de la verdad.

“…Se trataría, en efecto, de finalidades distintas e incompatibles: resolver


conflictos significa encontrar la composición de intereses más satisfactoria para las
partes y, eventualmente, también para el contexto social en el que ha surgido el
conflicto, garantizando valores como la autonomía de las partes y la paz social;…” 11.

En realidad, no hay incompatibilidad entre ambas finalidades y ya veremos


que aunque el objetivo del proceso sea la búsqueda de la verdad de los hechos,
también es una herramienta útil para la resolución de conflictos, sólo que, las
posiciones extremas de los partidarios de esta postura, entienden que la autonomía
de las partes no debe ser afectada ni aún mínimamente por la búsqueda de la
verdad de los hechos, eliminando así de plano la posibilidad de convivencia de ambos
objetivos.

Sostienen que la búsqueda de la verdad de los hechos, implica un costo en


tiempo, gastos y actividades de las partes y del juez, que consideran incompatible

10
TARUFFO, Michele; “La prueba de los hechos”; trad. de Jordi Ferrer Beltrán; 4ta. ed.; Madrid; Ed.Trotta; 2011, págs. 31
y 32.
11
TARUFFO, Michele; “La prueba de los hechos”; op. cit., pág. 38.
9
con la estructura del proceso y con el sistema dispositivo del mismo, ya que se
afectan la libertad, la autonomía y la iniciativa individual de las partes. 12

Éstas están interesadas en triunfar en el conflicto o al menos en encontrar una


solución aceptable, no en que se descubra la verdad de los hechos y el juez debe
conformarse con las versiones de los hechos propuestas por ellas, sin pretender
considerar una hipótesis diferente porque crea que ésta podría estar más cercana a
la verdad de los hechos.

Si bien esta posición, es a veces disfrazada para no admitir abiertamente que


la verdad de los hechos no interesa en el proceso, por lo que significa desechar un
valor de tanto peso, otras veces es abiertamente sostenida, sin prurito alguno,
centrando la cuestión en el mantenimiento del debido proceso como si éste fuera
incompatible con la búsqueda de la verdad o sosteniendo que la verdadera versión
de los hechos es la que asume el juez en el decisorio, habiéndose mantenido como
mero observador a lo largo del proceso, posición que garantiza la imparcialidad del
mismo.

Afirman en defensa de su postura, que cualquier desviación del sistema


dispositivo absoluto, significa establecer un proceso inquisitivo, con el disvalor que la
sola denominación impone. Asocian la idea de la búsqueda de la verdad judicial
sobre los hechos con el modelo inquisitivo, cuando no está claro siquiera la
incompatibilidad de ambos: Un proceso dispositivo que no tuviera límites en la
admisión de las pruebas y sin reglas de pruebas legales o tasadas, estaría orientado
a la búsqueda de la verdad de los hechos. La función del juez en el proceso dirigido
a la búsqueda de la verdad de los hechos, será motivo oportuno de análisis 13.

a.3. La imposibilidad práctica.

Esta posición nada tiene de filosófico ni de ideológico, sino que parte de una
apreciación práctica: El juez carece de los instrumentos cognoscitivos, del tiempo y
de la libertad de investigación que le permitirían acceder a la verdad de los hechos.

12
Parten del concepto de que el proceso es una Sache der parteien y nada puede interferir con su voluntad.
13
Ver infra Cap. III, pto. 2.
10
Sostienen que las limitaciones legales establecidas en el proceso al uso de los medios
judiciales de conocimiento, por las normas procesales que regulan su producción y la
existencia de pruebas tasadas, hacen que el juez conozca siempre sólo una ‘verdad
formal’ que generalmente no se corresponde con la realidad de los hechos. El
principio dispositivo que permite a las partes la limitación de los hechos de la litis y el
principio preclusivo que limita la actividad epistemológica en el tiempo, coronan la
imposibilidad del acceso a la verdad.

“…Esta tesis, que podría resumirse como ‘sería bonito pero no es posible’
tiene de su parte a la fuerza de la experiencia cotidiana y de numerosos lugares
comunes sobre las imperfecciones y sobre los límites del proceso civil…” 14.

Esta posición se refiere a una concepción absoluta de la verdad como objetivo


del proceso, lo que ya ha sido motivo de análisis 15, pero además, su acierto depende
del proceso de que se trate, ya que ante limitaciones severas de los medios de
prueba y la abundancia de prueba tasada, la búsqueda de la verdad se verá
seriamente comprometida, pero si no existieran tales limitaciones, sino que todas las
pruebas resultaran admisibles y todas ellas se encontraran sujetas a la libre
apreciación del juez, otro será el resultado obtenido en la decisión.

En definitiva, no pueden obtenerse conclusiones acerca de la imposibilidad


práctica de obtener la verdad de los hechos, ya que de acuerdo al proceso, o más
bien al sistema procesal de que se trate, las posibilidades varían grandemente.

b. Teoría de la irrelevancia.

En esta posición no se plantea ni la posibilidad, ni la oportunidad de la


determinación de la verdad de los hechos, sino que simplemente es excluida del
campo de análisis, no siendo sujeto de atención.

Tal orientación se manifiesta principalmente en dos variantes. La primera, que


toma al proceso como el ámbito de desarrollo de posiciones absolutamente retóricas
persuasivas, siendo el elemento de mayor importancia, las narraciones de los hechos
del caso presentados por las partes al juez, compitiendo en cuanto a forma, claridad,

14
TARUFFO, Michele; “La prueba de los hechos” op. cit., pág. 46.
15
Ver supra Cap. I, pto. 1.
11
coherencia, integridad y concordancia con el sentido común, siendo la verdad de las
narraciones, un valor en el que el proceso no está interesado.

La segunda variante de esta orientación, plantea la aplicación de métodos y


modelos semióticos a los problemas jurídicos. El proceso se plantea como un ámbito
en el que se realizan diálogos y se proponen y elaboran narraciones que son
estudiadas desde el punto de vista de sus estructuras lingüísticas y semióticas.

Evidentemente, si lo que se estudia y analiza, o más bien, si lo que se


considera relevante, es la dimensión semiótica-estructural de las narraciones,
evidentemente la verdad de los hechos queda fuera de todo análisis, o
exclusivamente bajo el criterio de la coherencia narrativa, lo que puede diferir
sustancialmente con la realidad.

c. Teoría de la verdad posible en el proceso.

Analizaremos ahora la hipótesis contraria a las anteriores, es decir, la de las


corrientes que sostienen que el proceso en general y el proceso civil en particular,
pueden, o mejor aún, deben dirigirse a obtener una decisión sobre hechos
verdaderos.

Para un ordenado análisis de la cuestión, pasamos revista de sus diferentes


aristas:

c.1. La posibilidad teórica.

A los fines de establecer la posibilidad teórica del conocimiento de la verdad


de los hechos en el proceso, debemos partir de descartar las posiciones
irracionalistas o idealistas cuya consecuencia es negar toda posibilidad de
conocimiento de la realidad. Pero ello, no es suficiente, ya que dar por descontada la
posibilidad de que en el proceso determinemos la verdad de los hechos, sólo
fundado en el sentido común, hará que ese realismo ingenuo perezca ante la menor
crítica.

En realidad, existe la posibilidad de evitar escindir completamente el lenguaje


de la realidad empírica, para poder sostener sensatamente una verdad por
correspondencia con aquella realidad. Pueden darse diversas ‘versiones del mundo’

12
y puede suceder que todas pretendan ser verdaderas, pero para decidir cuál de ellas
se aproxima más a la realidad, sigue siendo necesaria la noción de verdad de los
hechos.

“…En realidad, en esta sede no es necesario en absoluto asumir una


orientación filosófica específica en calidad de premisa exclusiva para el análisis del
problema de la verdad judicial. En cambio, es suficiente mostrar que existen
orientaciones idóneas para ofrecer, aunque sea en términos filosóficos y
epistemológicos muy distintos, el fundamento teórico de la posibilidad de construir
nociones sensatas de ‘verdad judicial’ como carácter de las aserciones acerca de los
hechos de la causa y como criterio para elegir entre aserciones verdaderas y
aserciones falsas…”16.

c.2. La oportunidad ideológica.

Siendo teóricamente posible, pasamos ahora a analizar si la verdad de los


hechos es también ideológicamente oportuna o más aún, necesaria dentro del
proceso para la obtención de la decisión que pone fin al mismo.

Para quienes pensamos que el proceso debe tender a la obtención de una


decisión justa, no queda duda y resulta difícilmente contestable que es necesaria la
determinación de la verdad de los hechos. Es que no es posible una decisión justa,
elaborada sobre una determinación de los hechos falsa, errónea o inaceptable. La
determinación de la verdad de los hechos, es una condición indispensable de una
decisión justa, aunque no sea, por sí sola suficiente. Aún sosteniendo que la función
del proceso es la resolución de los conflictos, ello no es incompatible con la
obtención de una decisión justa, como modo de hacerlo realidad.

“…Con una fórmula sintética, se puede decir que… toda actividad judicial- es
un ‘saber-poder’, es decir, una combinación de conocimiento (veritas) y de decisión
(auctoritas). En semejante entrelazamiento, cuando mayor es el poder, tanto menor
es el saber, y viceversa. En el modelo ideal de la jurisdicción, tal y como fue
concebido por Montesquieu, el poder es ‘nulo’; en la práctica suele ocurrir que lo
nulo es el saber…”17.
16
TARUFFO, Michele; “La prueba de los hechos” op. cit., pág. 62.
17
FERRAJOLI, Luigi; “Derecho y razón – Teoría del garantismo penal”; op. cit., págs. 45 y 46.
13
Esta posición, que parece más difícil de eludir que de sostener, implica una
definición muy comprometida del principio de legalidad y de la administración de
justicia. Habrá que analizar concretamente cada sistema procesal para verificar a la
luz de sus normas, si es posible tal realización en su seno.

c.3. La posibilidad práctica.

Esta posibilidad depende directamente del sistema que analicemos. Un


proceso en el que se encuentren normas que se ocupen de la determinación de los
hechos estipulando límites para la admisión de las pruebas y procedimientos que
dificulten su ofrecimiento, producción y adquisición o establezcan un sistema extenso
de pruebas tasadas o legales, será seguramente difícil que culmine con una decisión
que pueda considerar la verdad de los hechos como base de la misma.

“…El estándar de la ‘verdad jurídica objetiva’ hace las veces de una justa
medida objetiva de la verdad en el proceso, a la cual deberá atenerse y buscar
siempre el juzgador, con utilización racional de las formas en pos de la justicia
material del caso…”18.

Parece obvio señalar que lo buscado no es la verdad absoluta, sino sólo


verdades relativas, condicionadas por el contexto del proceso, que no es más que el
marco de referencia de la verdad a obtener. Esta relativización afecta cualquier
verdad que busquemos, dentro o fuera del proceso, y su obtención dependerá de
aquellas limitaciones.

“El concepto de verdad ha tenido diferentes acepciones en la evolución del


derecho procesal; hoy se acepta, sin objeciones que en el proceso judicial sólo
pueden lograrse una verdad esencialmente limitada o relativa…” 19.

En conclusión, de la regulación legal del proceso y de las pruebas, dependerá


si es posible la determinación de la verdad de los hechos en el mismo, verdad
siempre relativa y vinculada directamente con el contexto en el que se produce.

3. Verdad y prueba.
18
JUNYENT BAS, Graciela; “La búsqueda de la verdad jurídica objetiva en el proceso civil en Córdoba. Nuevas
tendencias”; Ed. Alveroni; Córdoba; 2002; págs. 123 y 124.
19
FERREYRA de DE LA RÚA, Angelina; ‘Verdad procesal’ en “La prueba en el procesos” obra conjunta dirigida por la
autora cit.; Ed. Advocatus; Córdoba; 2007: págs. 33 y ss.
14
Según sea la teoría que se adopte en relación a la verdad y su función en el
proceso, deberá ser el papel correlativo que le otorguemos a la prueba de los hechos
en el mismo.

Así, en primer lugar, todas las teorías que entienden que epistemológica,
ideológica o prácticamente es imposible la obtención de la verdad de los hechos en el
proceso, le otorgarán a la prueba una función irrelevante, carente de toda
importancia y prácticamente prescindible.

Le concederán solamente un papel ritual, como elemento de convencimiento


de la opinión pública de que el sistema procesal respeta valores como la igualdad de
las partes, la corrección del enfrentamiento y la justicia, es decir, la victoria del que
efectivamente tiene razón. No es más que un mecanismo teatral que sirve para
disimular la arbitrariedad de las decisiones.

Muy diferente será la función otorgada a la prueba, por aquellas posiciones


que semióticas o narrativistas del proceso. En ellas las pruebas vienen a resultar
sólo narraciones que apoyan las efectuadas por las partes, más allá de ajustarse o no
a la verdad de los hechos de la causa, cuestión sin importancia ni consideración,
atribuyéndoles el valor, sólo de afirmar la coherencia de la story of the case (historia
del caso) propuesta por la parte. Así las pruebas cumplen una función
exclusivamente retórico-persuasiva, ya que sirven sólo para influenciar en la elección
de la story de la decisión, pero no está claro de qué forma se realiza la elección ni
cuánto influye realmente cada prueba en aquélla.

Finalmente, la función atribuida a la prueba cambia sustancialmente para


aquellas concepciones que entienden que es posible una decisión del proceso, que
tome como base la reconstrucción verdadera de los hechos.

“…Así identificado el objetivo de la determinación de los hechos, resulta


evidente que con el término ‘prueba’ se hace referencia sintetizadamente al conjunto
de los elementos, de los procedimientos y de los razonamientos por medio de los
cuales aquella reconstrucción es elaborada, verificada y confirmada como
‘verdadera’…”20.

20
TARUFFO, Michele; “La prueba de los hechos” op. cit., pág. 84.
15
Estas concepciones, que sostienen la legalidad, la corrección y la justicia de la
decisión como objetivo del proceso, reconocen en la prueba la función propia y
exclusiva de ofrecer los elementos necesarios para la elaboración racional de la
versión de los hechos que aquella definirá como verdadera.

4. Verdad e ideologías del proceso

Como hemos visto, a veces, el valor de la verdad en la administración de


justicia es negado por razones ideológicas, referidas justamente a la función
otorgada al proceso.

El sistema norteamericano por ejemplo, es el más claro exponente de la


concepción adversarial del proceso, fundado en la idea de que la mejor forma de
resolver controversias, consiste en dejar a los abogados que representan a las partes
en una competición libre, en el convencimiento de que ese sistema logra un
equilibrio de los intereses en pugna. Es un individualismo competitivo según el cual
la lucha del individuo por la apropiación y defensa de sus bienes en contraposición
de otros intereses idénticos, es determinante de la dinámica social, económica y
jurídica21.

El juez de la contienda es un mero observador con funciones de un passive


umpire que se limita a pitar ante las faltas y a labrar acta del resultado de la
competición.

La implicancia que este sistema tiene en relación a la verdad, es la irrelevancia


absoluta de la misma y la falta de interés en ella. No es un objetivo del proceso y no
debe ser buscada, representando evidentemente un disvalor.

Con toda la actividad centrada únicamente en las partes y teniendo en cuenta


que ellas no están interesadas en la verdad, sino en triunfar en la controversia,
muchas veces ocultan, distorsionan y manipulan su versión de los hechos, aportando
sólo las pruebas que resultan favorables a su pretensiones, descartando las que no
les convengan, haciendo imposible la obtención de la verdad y en consecuencia la
posibilidad del dictado de una decisión justa.

21
TARUFFO, Michele; “Simplemente la verdad”; op. cit., pág. 125.
16
Ferrajoli sostiene que la verdad en juicio, como sustento de la legitimación de
la jurisdicción, requiere “…órganos terceros e independientes de cualquier interés o
poder… por el carácter necesariamente libre y desinteresado de la investigación de
lo verdadero…”22.

Aquella ideología, basada en el principio de libre disponibilidad del proceso por


las partes, incursionó también en el sistema continental, encontrando adherentes
que hacen del sistema dispositivo absoluto, una barrera infranqueable para la verdad
de los hechos y la justicia de la decisión. Sobre el particular volveremos más
adelante23.

5. Verdad y legalidad de la decisión.

En el sistema democrático se espera que la decisión que resuelve la


controversia, sea dictada conforme a derecho. El principio de legalidad es la garantía
de reconocimiento de los derechos por parte de la jurisdicción, comprendiendo tanto
la dimensión jurídica del conflicto, es decir, del derecho en cuestión, como la
dimensión fáctica del mismo, es decir, la determinación de las circunstancias en las
que se funda la existencia de ese derecho.

“…De modo general, asumir que se debe decidir conforme a derecho significa
introducir un requisito de calidad de la decisión, la cual se vuelve, por consiguiente,
objeto de evaluación también en sí misma, y no sólo como resultado de un
procedimiento potencialmente idóneo para poner término a la controversia…” 24.

No hace falta que incursionemos aquí en las condiciones que debe reunir una
decisión para ser adoptada conforme a derecho, pero es fundamental destacar que
es condición necesaria para que la misma pueda ser ajustada a derecho, que esté
fundada en una determinación verdadera de los hechos.

Entonces, la verdad de los hechos es un presupuesto de la corrección jurídica


de la solución de una controversia, no existiendo decisión justa que pueda obviar la
misma, bajo ninguna circunstancia.

22
FERRAJOLI, Luigi; “Derecho y razón – Teoría del garantismo penal”; op. cit., pág. 545.
23
Ver infra Cap. III, pto. 2.
24
TARUFFO; Michele; “Simplemente la verdad”; op. cit., pág. 133.
17
6. Verdad y debido proceso.

Mucho se ha dicho y escrito de la concepción del debido proceso, pero


observamos que del concepto han surgido por lo menos dos nociones diferentes. La
primera, que entiende que el debido proceso requiere el respeto de todas las
garantías procesales fundamentales, que hacen al derecho de las partes. En esta
vertiente, existe debido proceso en tanto y en cuanto se haya respetado el
procedimiento que lleva al decisorio, el cual está fuera del concepto.

La otra concepción del debido proceso, entiende que éste existe cuando,
además de haberse asegurado la efectividad de las garantías procesales, se logra
una decisión justa.

No resulta válido el argumento de que el respeto de las garantías procesales,


da por resultado siempre una decisión justa. La decisión justa, requiere del respeto
de las garantías procesales, pero además, importa la correcta interpretación y
aplicación de la norma sustantiva asumida como criterio de la misma y para ello es
indispensable la determinación verdadera de los hechos de la causa. Es imposible la
acertada interpretación y aplicación de la norma sustantiva, si se funda sobre hechos
erróneos.

El respeto de las garantías procesales es necesario, pero no es suficiente para


establecer la justicia de la decisión. Las partes pueden no utilizar las defensas
adecuadas para la obtención de la verdad o simplemente no estar interesadas en su
búsqueda, es más, pueden estar empeñadas en que ello no ocurra, por lo que no se
puede asumir que el proceso manejado absoluta y exclusivamente por las partes,
conduzca a la verdad.

Concluimos entonces que la determinación de los hechos no sólo es posible,


sino que además es necesaria para la obtención de una decisión justa, “…se sigue
entonces que un procedimiento satisface las exigencias del debido proceso si está
dirigido sistemáticamente a lograr que se determine la verdad sobre los hechos
relevantes para la decisión, y que no las satisface en la medida que esté
estructurado de una forma que obstaculice o limite el descubrimiento de la verdad,

18
pues en este caso lo que se obstaculiza o se limita es la justicia de la decisión con
la que el proceso concluye…”25.

7. Verdad e imparcialidad.

Decir que el juez del proceso debe ser imparcial, parece una obviedad. Pero
no lo es tanto, cuando comenzamos a analizar qué debemos entender por un juez
imparcial.

En el marco que venimos analizando, en el que hemos dado por sentado que a veces
en el proceso, las partes no están interesadas en que se descubra la verdad de los
hechos, el juez imparcial es aquél que busca la verdad de los hechos para resolver.
El juez parcial no está interesado en ella y se deja influenciar en la decisión final por
factores extraños a la determinación de la verdad, cualquiera que ellos sean.

“…Por consiguiente, el juez es realmente imparcial en tanto busca de forma objetiva


la verdad de los hechos, haciendo de ella el verdadero y exclusivo fundamento
racional de la decisión…”26.

Así lo establece el art. 10 del Código Modelo Iberoamericano de Ética Judicial,


que dispone que “…El juez imparcial es aquel que persigue con objetividad y con
fundamento en la prueba la verdad de los hechos, manteniendo a lo largo de todo
proceso una equivalente distancia con las partes y con sus abogados, y evita todo
tipo de comportamiento que pueda reflejar favoritismo, predisposición o prejuicio…”.

No obstante, una importante corriente doctrinaria sostiene que el juez sólo es


imparcial si carece de poderes de instrucción autónomos o si teniéndolos, no los
utiliza, llegándose a sostener que tales facultades serían violatorias de derechos
fundamentales de las partes en el proceso y en consecuencia inconstitucionales por
violar el debido proceso.

Se identifica la imparcialidad con la pasividad del juez, como si fuera siempre


posible en el proceso, encontrar la verdad de los hechos a partir de las pruebas que
aportan las partes. Esta postura no se compadece con la realidad. Hemos dicho que

25
TARUFFO; Michele; “Simplemente la verdad”; op. cit., pág. 137.
26
TARUFFO; Michele; “Simplemente la verdad”; op. cit., pág. 138.

19
a veces, puede ocurrir que las partes o una de ella, no estén interesadas en la
búsqueda de la verdad de los hechos, cuestión que resulta legítimo en función de
que la misma pueda resultar perjudicial a sus intereses y entonces, no hacen el
aporte probatorio que esperan los partidarios de esta posición. En estos casos, al
juez le resultará imposible descubrir la verdad de los hechos y en consecuencia emitir
una decisión justa.

Es un dato innegable de la realidad que las partes persiguen la victoria y no el


descubrimiento de la verdad, por lo que la pasividad del juez dejaría el proceso en
manos de protagonistas indiferentes, sino hostiles al descubrimiento de la verdad. Si
el debido proceso, es aquel que culmina con una decisión justa y la carencia de
facultades instructorias del juez en relación a la prueba, puede traer como
consecuencia el dictado de una decisión que no pueda tener asiento en la verdad de
los hechos y por lo tanto no ser justa, no puede ser que resulte atentatoria de aquél,
sino justamente lo contrario.

“…En consecuencia, para ser imparcial, no es necesario que el juez sea pasivo
y neutral en el ámbito del proceso: ser imparciales no significa no tomar posición (es
decir: permanecer neutrales). Por el contrario, ‘la imparcialidad hace referencia a
una posición activa en el juicio’ y ‘da estructura al juicio’, y presupone, por
consiguiente, un rol activo de quien debe –asimismo- ser imparcial. Es posible
entonces, que una actitud activa del juez se traduzca en una búsqueda objetiva e
imparcial de la verdad acerca de los hechos…”27.

8. Verdad y mediación.

La permanente expansión del paradigma de la mediación como herramienta


para resolver los problemas de los sistemas convencionales de solución de conflictos,
ha hecho que se incorpore, en muchos sistemas procesales, como trámite previo
necesario, habilitante de la instancia y medio alternativo de resolución de
controversias, a la mediación obligatoria.

Así lo ha hecho el sistema procesal nacional y numerosas provincias, como


Entre Ríos, Tucumán, Corrientes y La Pampa, mientras que en otras, se aprobaron

27
TARUFFO; Michele; “Simplemente la verdad”; op. cit., pág. 140.
20
leyes que la establecen como instancia voluntaria, como en Córdoba, Chaco y
Mendoza, con diferentes resultados según los sistemas, la materia, etc., pero su
forma de implementación, efectividad y resultados, no son los aspectos que nos
motivaron incorporarla a este estudio, sino el tratamiento de la verdad en su
desarrollo.

En la mediación, obligatoria o no, entendida como un método no adversarial


y participativo de resolución de conflictos, en el cual un tercero, profesional del
derecho o de otras disciplinas, manteniéndose imparcial y utilizando técnicas
especiales, facilita la comunicación entre las partes, a fin de que las mismas
encuentren una solución aceptable para ambas en el conflicto que las diferencia, la
verdad, sólo asoma como un factor más de negociación, pero no tiene necesaria
relación con su resultado.

A las partes intervinientes, no les interesa la verdad, sino hacer prevalecer su


pretensión resistida, o su resistencia ante la pretensión, en mayor o menor medida, y
el mediador no tiene entre sus objetivos la búsqueda de la verdad, ya que ni siquiera
está dotado de mínimas facultades probatorias oficiosas y sólo limita su accionar a la
búsqueda de un entendimiento entre las partes, de manera que la misma,
generalmente no interesa realmente a ninguno de los participantes en el proceso
mediador.
Alguna doctrina sostiene que en este caso, si hay algún tipo de acuerdo, se
daría una especie de “verdad negociada”, sobre la que volveremos al tratar sobre los
hechos en la contestación de la demanda, pero nosotros entendemos que tal especie
de verdad no existe, ya que la verdad es la coincidencia de la descripción de los
hechos con la realidad, de manera que la verdad es una y sólo una 28. Puede ser
relativa, pero siempre ha de estar en el andarivel de la coincidencia con aquella.

Por otra parte, en la generalidad de los sistemas, ni siquiera hace falta


homologación judicial del acuerdo arribado por mediación, siempre y cuando se trate
de derechos disponibles, por lo que el mismo no es otra cosa que una transacción,
donde la verdad no juega papel alguno. Va de suyo que si el objetivo es “…la

28
Recordemos a Franceso Carnelutti, en “La prueba civil”, cuando sentenciaba: “…La verdad es como el agua: o es pura, o
no es verdad…”.
21
búsqueda creativa y cooperativa de la solución del conflicto…” , la verdad puede tener
papel preponderante en el trámite de la mediación.

Finalmente, si no hay acuerdo entre las partes, la confidencialidad de las


negociaciones, quita toda trascendencia de lo actuado para el proceso judicial
posterior, donde el tratamiento de la verdad será completamente diferente, pero ello
será justamente motivo de análisis a lo largo del presente estudio.

9. La función del proceso en la doctrina.

a. La doctrina clásica.

Chiovenda, al elaborar el concepto del proceso civil afirma que “…es el


conjunto de los actos dirigidos al fin de la actuación de la ley…” 29, criticando que se
lo entienda como modo de definir las controversias, pero advierte, en relación a la
determinación del hecho en el mismo, que “…Estos hechos no siempre corresponden
a la realidad…; a veces la ley ordena al juez, considerar como existentes
determinados hechos (hechos no contradichos, confesados, jurados)…” 30.

Carnelutti, por su parte, dice que el proceso debe garantizar resolver el


proceso mediante una composición que “…sea justa y cierta: la justicia debe ser su
cualidad interior o sustancial; la certeza, su cualidad exterior o formal; si el derecho
no es cierto, los interesados no saben, y si no es justo, no sienten lo que es
necesario para obedecer…”31.

Evidentemente, de los autores clásicos, el más claro ha sido Calamandrei, que


en aquel famoso discurso que pronunciara en la sesión inaugural del primer
Congreso Internacional de Derecho Procesal Civil de post-guerra, celebrado en
Florencia (setiembre/octubre de 1950), expresó: “…Pero la finalidad del proceso no
es solamente la búsqueda de la verdad; la finalidad del proceso es algo más, es la
justicia, de la cual la determinación de la verdad es solamente una premisa…” 32.

29
CHIOVENDA, José: “Principios de Derecho Procesal Civil”, trad. por José Casais y Santaló; Ed. Reus; Madrid; 1925; t.
I, pág. 86.
30
CHIOVENDA, José: “Principios de Derecho Procesal Civil”; op. cit.; pág. 95.
31
CARNELUTTI, Francesco; “Instituciones del Proceso Civil”; trad. de Santiago Sentís Melendo; Librería ‘El Foro’;
Buenos Aires; 1997; t. I. pág. 22.
32
CALAMANDREI, Piero; ‘Proceso y Justicia’ en “Instituciones de Derecho Procesal Civil”; trad. de Santiago Sentís
Melendo; E.J.E.A.; Buenos Aires; 1973: pág. 215.
22
b. La doctrina nacional.

Alsina sostiene que “…El verdadero fin del proceso puede inducirse
considerando la actuación del juez y de las partes en el mismo… Para el juez la
satisfacción de un interés individual es objeto mediato, pues el inmediato lo
constituye el restablecimiento del orden público…” 33.

Palacio define al proceso como “…el conjunto de actos recíprocamente


coordinados entre sí de acuerdo con reglas preestablecidas, que conducen a la
creación de una norma individual destinada a regir un determinado aspecto de la
conducta del sujeto o sujetos, ajenos al órgano, que han requerido la intervención
de éste en un caso concreto…” 34, sin hacer referencia alguna a la búsqueda de la
verdad en el mismo.

Podetti tampoco incluye a la búsqueda de la verdad dentro del fin del proceso,
limitándose a sostener que “…el fin del proceso es la sentencia que resuelve la
controversia… considerado genéricamente, es público, puesto que sirve para
mantener inalterado el ordenamiento jurídico… considerado específicamente el fin
del proceso es la satisfacción de un interés individual tutelado por el derecho…” 35

Couture, a quien a los fines del presente y por la trascendencia de sus


enseñanzas en nuestro país, tomamos como un nacional más, nos dice que el
proceso es el “…medio idóneo para dirimir imparcialmente, por acto de juicio de la
autoridad, un conflicto de intereses con relevancia jurídica…” 36, pero agrega “…
Contemplados desde el punto de vista de su estructura, existe una unidad entre el
proceso parlamentario, el proceso administrativo y el proceso judicial. Todos ellos se
apoyan, desde ese punto de vista en la exposición de las ideas opuestas para llegar
a la verdad…”37.

Alvarado Velloso, por su parte sostiene que “…la razón de ser del proceso no
puede ser otra que la erradicación de la fuerza en el grupo social para asegurar el
33
ALSINA, Hugo; “Tratado teórico práctico de Derecho Procesal Civil y Comercial”; Ediar S.A.; Buenos Aires; 1956; t. I;
págs. 403 y 404.
34
PALACIO, Lino Enrique; “Derecho Procesal Civil” 2da. edición; Abeledo-Perrot; Buenos Aires; 1979; t. I, pág. 221.
35
PODETTI, J. Ramiro; “Derecho Procesal Civil y Laboral - Tratado de la Competencia”; Ediar S.A.; Buenos Aires; 1973;
t. I, pág. 31.
36
COUTURE, Eduardo J.; “Fundamentos del Derecho Procesal Civil”; 3ª edic. (póstuma); Ed. Depalma; Buenos Aires;
1958; pág. 10.
37
COUTURE, Eduardo J.; “Introducción al estudio del proceso civil”, 2da. edición; Ed. Arayú; Buenos Aires; 1953; pág.
55.
23
mantenimiento de la paz y de normas adecuadas de convivencia…” y por si quedara
alguna duda sobre la cuestión que nos ocupa, en la nota al pie de página señala “…
Quede en claro que el proceso nada tiene que ver con la búsqueda de la
verdad, como habitualmente se dice de su objeto o de su razón de ser…”38.

Morello por su parte, analizando ambas corrientes concluye “…que la ‘verdad


de los hechos’ no constituye un fin autónomo y necesario del proceso, toda vez que
los hechos controvertidos han de ser resueltos a través de su acertamiento y sobre
la base de su prueba, lo que no implica, sin embargo, que para ello ‘debe ser
establecida la verdad del hecho’…”39

Finalmente Peyrano define la función del proceso “…recordando a Wach


cuando enseñaba que ‘la comprobación de la verdad no es el fin del proceso civil y
no puede serlo, ello es un resultado deseado pero no asegurado’…” 40.

Capítulo II

El hecho.

1. Concepto.

“…El hecho ocupa un lugar preponderante en la vida del derecho, ya que todo
vínculo que jurídicamente se anuda o se desata, arranca de un hecho o tiene por
objeto un hecho. No es posible concebir el derecho sin el hecho que lo genere, lo
modifique, lo transforme o lo extinga…”41.

El concepto de hecho en el proceso se origina en la idea básica de que éste


surge de ciertos acontecimientos que son justamente los que generan una disputa
entre las partes, la cual debe ser resuelta por el tribunal y la solución se alcanza

38
ALVARADO VELLOSO, Adolfo; “Sistema Procesal”; Ed. Rubinzal Culzoni; Santa Fe; 2009; t. I., pág. 35 (la negrita es
nuestra).
39
MORELLO, Augusto M.; “La prueba”; Ed. Librería Editora Platense - Abeledo Perrot; Buenos Aires; 1991; pág. 18.
40
PEYRANO, Jorge W.; “El juez y la búsqueda de la verdad en el proceso civil” en www.elateneo.org
41
AGUIAR, Henoch D.; “Hechos y actos jurídicos en la doctrina y en la ley”; Bs. As.; Tipográfica Editora Argentina; 1950;
t. I, pág. 3.
24
cuando éste establece la verdad sobre aquellos. Es así que los hechos serán el
objeto de la prueba, y es en esa vinculación que nos interesa analizarlos, pero los
hechos en sí, no son incorporados al proceso, ya que se trata de sucesos ocurridos
en el pasado, de porciones de experiencia, de los cuales las partes en primer lugar y
el juez luego, realizan narraciones, proposiciones y consideraciones que apuntan a
demostrar la verosimilitud o la inexistencia de su ocurrencia. Se trata entonces de
alegaciones sobre hechos.

Esas alegaciones sobre hechos, deben tener relación con las referencias
fácticas enunciadas a su vez por la norma que pretende sea de aplicación al
conflicto, es decir, la cuestión será determinar no el hecho en sí mismo, sino en la
medida en que éste es el presupuesto de la aplicación de normas en el caso
concreto42.

Por ello, no existe una noción de ‘hecho’ elemental, unitaria y aceptable que
pueda asumirse sin discusión como punto de partida de lo que representa el objeto
de la prueba. No obstante, resulta útil aquí que formulemos algunas consideraciones
sobre los hechos a que nos estamos refiriendo concretamente.

En primer lugar, decíamos que los ‘hechos de la causa’ se establecen


necesariamente en base a la norma jurídica aplicable a la resolución del caso, por lo
que se distingue entre ‘hechos brutos’, definidos como aquellos que no existen para
el derecho y ‘hechos institucionales’, que son aquellos a los que las normas hacen
referencia, otorgándole consecuencias jurídicas y son los únicos pertinentes en el
contexto de la toma de decisiones judiciales. Esto no significa que los hechos brutos
no interesen en la causa, ni que no sea pertinente su prueba, ya que a veces éstos
sirven como elemento de prueba circunstancial en relación con un hecho en litigio.

En segundo lugar, no está para nada claro de qué manera las normas jurídicas
individualizan los hechos que califican como institucionales, ni las consecuencias que
de ello se derivan, en función de la vaguedad del lenguaje fáctico utilizado, que dista
mucho de ser simple, uniforme y determinado; y en que no existe claramente un
lenguaje jurídico utilizable, recurriéndose a menudo al lenguaje común. Hay que
tener en cuenta, además, que cuando las partes o un testigo relatan un hecho o
42
TARUFFO, Michele; “La prueba de los hechos” op. cit., pág. 90.
25
incluso el juez, en la decisión, cuando lo da por probado o acreditado, se refieren a
él como realmente existente o verdadero, pero la norma no lo describe así, sino que
refiere a un hecho de cierto tipo, en forma genérica, otorgándole consecuencias
jurídicas.

No obstante, el orden jurídico establece derechos y obligaciones, imponiendo


la coacción moral propia del mismo. Cuando ella no es suficiente, hace falta
proceder a la realización de aquellos transformando el mandato tácito de la norma,
en mandato concreto, realizando para ello “…el justo empleo de la coacción material
encaminada a conseguir la subordinación prescripta del interés inferior al interés
prevaleciente…”43.

La norma jurídica impone un mandato hipotético, para cuya aplicación, hace


falta identificar en la situación de hecho producida, los hechos de la situación
supuesta en aquella, para convertir el mismo, a través de la sentencia, en mandato
concreto y real. “…La comprobación de la identidad (o de la diferencia) de la
situación supuesta por la norma y de la situación supuesta en el pleito (‘causa’) es el
fin del proceso y el objeto del juicio…”44.

2. Tipos de hechos.

La distinción de los diversos tipos de hechos que pueden integrarse al


proceso, se realiza aquí en función de su vinculación con la prueba de los mismos, ya
que cualquier otro punto de vista, excedería los límites razonables de este estudio.

En tal sentido, una de las distinciones más comunes que realiza la doctrina, es
la de hechos principales o relevantes (que comprende los hechos constitutivos,
impeditivos, modificativos y extintivos45), poniendo de relieve su trascendencia
jurídica por encontrarse en la prótasis del enunciado, como presupuesto de los
efectos previstos por la norma, en contraposición de los hechos secundarios o
simples, que no reciben calificación alguna en la misma 46. Estos sólo tienen

43
CARNELUTTI, Francesco; “La prueba. civil”; op. cit.; pág. 3.
44
CARNELUTTI, Francesco; “La prueba. civil”; op. cit.; pág. 4.
45
CHIOVENDA, Giuseppe; “Instituciones de Derecho Procesal Civil”; trad. de E. Gómez Orbaneja; Madrid; Editorial
Revista de Derecho Privado; 1936; Vol. I, pág. 6.
46
TARUFFO, Michele; “La prueba de los hechos” op. cit., pág. 119.
26
trascendencia jurídica, en cuanto de ellos se pueda deducir o inducir la verdad o
falsedad de los primeros.

Carnelutti los agrupa de manera diferente, sosteniendo que “…consiste en la


distinción entre hechos principales y hechos secundarios, y en la sub-distinción de
los primeros en hechos constitutivos y hechos extintivos, y en los segundos en
hechos impeditivos y modificativos…”47.

Además de los dos grupos referidos, hay un tercero, constituido por todos los
hechos alegados que no son principales ni secundarios, al que se lo califica como
irrelevantes, pues no tienen ninguna trascendencia para la norma utilizada para la
resolución del conflicto, pero que, en determinada circunstancias, si se cambia el
enfoque jurídico y se utiliza otra norma, pueden adquirir trascendencia como hechos
principales o secundarios. Funciona así este grupo, como una ‘reserva de hechos’ de
las alegaciones de las partes.48

Esta clasificación, no siempre resulta útil, ya que en muchas ocasiones la


norma no hace una identificación simple y directa del hecho, utilizando términos
descriptivos, sino que realiza una identificación valorativa del hecho, lo que como se
verá, complica la cuestión.

En estos casos la relevancia del hecho no depende sólo de la descripción del


mismo y de su colocación por la norma como presupuesto de una consecuencia, sino
que hace referencia además a un valor, ubicando entonces al hecho dentro de un
contexto valorativo.

“…La circunstancia de que a menudo la norma que emplea identificaciones


valorativas no defina directa y explícitamente el hecho, no implica que el hecho no
deba ser individualizado y determinado, sino únicamente que su individualización es
mediata, compleja, a menudo incierta y en todo caso dependiente de elecciones de
distinta naturaleza que realizan las partes y, especialmente, el juez en cada caso
concreto…”49.
47
CARNELUTTI, Francesco; “Teoría General del Derecho”, trad. por Francisco Javier Osset, 3ª ed.; Madrid; Ed. Rev. De
Der. Priv.; 1950; págs. 267 y 268.
48
TARUFFO, Michele; “La prueba de los hechos” op. cit., pág. 124, considera la existencia de otro grupo conformado por
los hechos que existen en el mundo de las ocurrencias reales y forman parte de la circunstancia de hecho a la que la
controversia refiere, pero que no han sido alegados, por lo que quedan ‘más allá del horizonte del juez’ (en particular, nota Nº
114).
49
TARUFFO, Michele; “La prueba de los hechos” op. cit., pág. 138.
27
Otras veces, la norma identifica un hecho negativo, lo que resulta equivalente
a la negativa de existencia del hecho alegada por el demandado. Este tipo de
hechos tiene la característica de que, generalmente, no pueden ser probados como
tales ya que tal prueba resulta imposible, pero esta es una cuestión que se resuelve
en el proceso con la norma de clausura que establece la carga de la prueba.

Es un error común de los juristas considerar al hecho objeto de la prueba,


como un acontecimiento simple y bien definido 50. Esta observación nos lleva a otra
de las clasificaciones más difundidas: aquella que identifica dos categorías: hechos
simples y hechos complejos, siendo los primeros los de menor dificultad probatoria,
mientras que los segundos por desarrollarse en diversos momentos o en distintos
lugares sucesivamente, o con partes múltiples, provocan una complicación mayor a
la hora de probarlos, más aún si la complejidad combina además dos o más de estos
parámetros.

Por último, no todos los hechos que son objeto de la prueba en el proceso,
pertenecen al mundo físico, lo que ha dado lugar a que se califique a los hechos en
materiales y síquicos. Los primeros son aquellos que ocurren en el mundo físico y
que ya hemos visto, sólo a veces presentan algunas dificultades probatorias,
mientras que los segundos ocurren en la esfera sicológica, sentimental o volitiva del
sujeto y consisten en cuestiones sentimentales, valorativas, volitivas, cognoscitivas o
de conciencia, cuya prueba presenta particular dificultad, ya que su existencia sólo
puede ser probada por inferencia de otros hechos, que sí se manifiestan
materialmente. A pesar de que en muchos casos las normas que regulan estas
cuestiones, utilizan conceptos abiertos e indeterminados, la doctrina y jurisprudencia
ha generado o integrado conceptos y definiciones que permiten su individualización y
prueba, de manera medianamente razonable y lógica.

Con este escueto y breve tratamiento del hecho en sí y en sus diferentes


manifestaciones, pasamos a analizar su incorporación al proceso.

3. Los hechos en la demanda.

50
TARUFFO, Michele; “La prueba de los hechos” op. cit., pág. 143.
28
“…Pensemos siempre que lo primero que necesita el juez es enterarse del
caso. ¿Y cómo se enterará si nosotros no se lo explicamos con acierto? El extravío al
apreciar un hecho o un detalle puede arrastrar una cadena de equivocaciones y
producir un fallo injusto. Despréndese de ahí que el primer cimiento para el acierto
judicial depende de nosotros: de que sepamos exponer o no exponer el caso…”51.

La trascendencia de la incorporación de los hechos en la causa deviene en que


constituyen el motivo fundamental de la pretensión accionable cuyo objeto es la
creación, modificación, transformación o extinción de un estado jurídico, 52 pero el
cómo y el cuándo se ha de producir ese acto, provoca distintos posicionamientos
sistemáticos.

a. Los sistemas procesales

En realidad, existen dos teorías que sostienen momentos diferentes para la


incorporación de los hechos a la causa, la teoría de la sustanciación, que es
justamente la que ha adoptado nuestro sistema procesal y que consiste en la
exposición detallada en la demanda, de los hechos que dan sustento a la pretensión;
y la teoría de la individualización, adoptada, entre otros, por el sistema germano, en
la que es suficiente en el acto introductivo de la instancia, la individualización de la
relación jurídica base de la misma.

En esta última, la “…idea fundamental es que la defensa debe ser preparada,


y no efectuada, mediante el cambio de escritos, y que el demandado debe tener en
el debate oral, plena libertad de movimiento respecto de su material de defensa; la
idea es que, si bien la demanda vale como presentada con la notificación, sólo en el
debate oral llega a su pleno desarrollo en cuanto a su base real…” 53. Por ello, la
Ordenanza Procesal alemana exige sólo una referencia a los hechos, pero no su
detalle minucioso54.
51
OSSORIO, Ángel; “El alma de la toga”; 7ª ed.; Bs. As.; E.J.E.A.; 1971; pág. 136.
52
DÍAZ, Clemente A.; “La exposición de los hechos en la demanda”; en Rev. LA LEY; Bs. As.; 1956; t. 83, pág. 831.
53
WACH, Adolf; “Conferencias sobre la Ordenanza Procesal Civil Alemana”, trad. de Ernesto Krottoschin; Bs. As.;
E.J.E.A.; 1958; pág. 32.
54
En su redacción original aprobada el 20 de mayo de 1898: “Art. 130: Los escritos preparatorios deberán contener:… 3º.
La exposición de los hechos que sirvan de base a las conclusiones…” y “Art. 253: La demanda se interpondrá por la
notificación de un acta que contenga:... 2. La explicación sumaria del objeto de la demanda y de la causa en que se funda,
así como las conclusiones precisas del demandante…”; “Código de Procedimiento Civil Alemán” ; versión castellana de la
Revista de los tribunales y de legislación universal; Madrid; Ed. Centro Editorial de Góngora; 1900; pág. 25. En su
redacción actual, con las modificaciones de 1950 y 1998: “Art. 130: Los escritos preparatorios deben contener:… 3º. La
mención de las circunstancias de hecho destinadas a fundamentar las peticiones…” y “Art. 253: La presentación de la
29
En nuestro sistema procesal, por el contrario, siempre en el marco del proceso
de conocimiento, debe realizarse en la demanda una exposición de los hechos que
constituyen la relación de forma clara, completa y circunstanciada, lo cual se exige
no sólo para la marcha regular del juicio, la admisión de la prueba y la referencia que
a ellos debe hacerse en la sentencia, sino también para determinar la acción que se
ejercita55.

El sistema procede, a través de la redacción de la ley 50, de los


ordenamientos procesales mercantiles y administrativos españoles 56, aunque la
doctrina no es pacífica en cuanto a sus fuentes 57. Malaver comentando los
antecedentes de la legislación española, decía que “…La exposición de los hechos en
la demanda no es una novedad introducida por la ley de 28 de Junio de 1875. ‘Cada
parte simplemente ponga el hecho en encerradas razones’ decía la ley Recopilada;
‘se ha de narrar el hecho breve y claro’, decía también la Curia Filípica…” 58.

La doctrina de los autores que comentan la ley de Enjuiciamiento Civil


española, señalaba las ventajas de que en la demanda se hiciera una exposición
completa de los hechos. De Vicente y Caravantes sostenía que “…Por esto se ha
requerido siempre por nuestro derecho esta expresión…, la cual se halla
comprendida por los autores en la razón ó causa de pedir que debe contenerse en la
demanda, y que según exponen los mismos constituye la narración del libelo, esto
es, la relación del caso que ha originado los derechos, y dado motivo á la
reclamación en justicia, con expresión de las circunstancias del lugar, tiempo,
persona y demás que en él han intervenido…” 59. En igual sentido refiere Manresa y
Navarro, precisando además que “…La nueva ley preceptúa que la exposición de los
hechos y de los fundamentos de derecho se haga sucintamente, es decir, con la
mayor concisión posible, no usando consideraciones y razonamientos que

demanda se efectúa por medio de la notificación de un escrito (escrito de demanda). El escrito de demanda debe incluir:…
2. La indicación exacta del objeto y motivo de la reclamación entablada así como una petición precisa…” ; “Código
Procesal Civil Alemán”; trad. por Emilio Etranova Encinas y Miguel Lourdido Miguez; Barcelona; Ed. Marcial Pons; 2001;
pág. 77.
55
ALSINA, Hugo; “Tratado Teórico Práctico de Derecho Procesal Civil y Comercial”; 2da. ed.; Bs. As.; Ediar S.A, 1961;
págs. 35, 36 y 37.
56
DÍAZ, Clemente A.; “La exposición de los hechos en la demanda”; op. cit., pág. 833.
57
SARTORIO, José; “La ley 50”, Tipográfica Editora Argentina; Bs. As.; 1955; pág. 39 y ss.
58
MALAVER, Antonio E.; “Curso de procedimientos judiciales”; Bs. As., Imprenta de Pablo E. Coni; 1873; t. I, pág. 323.
59
DE VICENTE Y CARAVANTES, José; “Tratado histórico, crítico filosófico de los procedimientos judiciales en materia
civil sobre la nueva Ley de Enjuiciamiento”; Madrid; Imprenta de Gaspar y Roig; 1856; t. II, pág. 26.
30
estarán en su lugar en los escritos posteriores, cuando se haya formalizado
la contienda, y sea necesario combatir todos los argumentos presentados por la
contraria…”60.

Si bien en la actualidad, como lo señalan algunos autores, estas dos teorías se


han aproximado bastante61, ya que los partidarios de la teoría de la individualización,
admiten que el actor debe proceder a la presentación de los hechos, en cuanto éstos
se refieren a los elementos de individualización y los sostenedores de la teoría de la
sustanciación no exigen ya en el escrito de demanda, la presentación de todos los
hechos que fundan el derecho, sino únicamente la de los esenciales 62, Palacio
advierte que en el proceso escrito, la prolija fundamentación fáctica de la demanda
viene impuesta por la vigencia del principio de preclusión, que señalábamos supra,
que obsta al ulterior perfeccionamiento o modificación de la causa de la pretensión,
en cambio en el proceso oral, en el que se aplica la teoría de la individualización, la
demanda reviste el carácter de un mero escrito preparatorio que posibilita el
perfeccionamiento de la pretensión en oportunidad de realizarse el debate oral 63.

En definitiva, en nuestro sistema, en el proceso de conocimiento el actor debe


manifestar con claridad y precisión los fundamentos fácticos en la demanda 64, ya que
tras ella, salvo en los casos de ‘hechos nuevos’, desconocidos al momento de
demandar por el accionante o producidos con posterioridad a este acto 65, precluye la
posibilidad de integrar hechos en fundamentación de la causa petendi, mientras que
en los procesos verbales, en los procesos especiales y sumarios basta con la
expresión de la relación jurídica. “…No es admisible la ‘integración del hecho’ en
otro momento procesal que no sea la demanda para los sistemas procesales que
en el proceso escrito de cognición siguen la teoría de la substanciación…” 66.

60
MANRESA y NAVARRO, José María, Ignacio MIQUEL y José REUS; “Ley de enjuiciamiento civil, comentada y
esplicada”; Madrid; Imprenta de la Revista de Legislación; 1856 ; t. II, pág. 34 y ss.
61
CHIOVENDA, José: “Principios de Derecho Procesal Civil”, trad. por José Casais y Santaló; Ed. Reus; Madrid; 1925; t.
II, pág. 67, expresa: “…En un gran número de casos las dos teorías coinciden, porque muchos derechos no pueden
individualizarse sino mediante indicación precisa del hecho del que nacen…, también en “Instituciones…”; op. cit., pág. 9.
62
ROSEMBERG, Leo; “Tratado de Derecho Procesal Civil”, trad. de Ángela Romera Vera, con la supervisión de Eduardo
B. Carlos y Ernesto Krottoschin; Bs. As.; E.J.E.A.; 1955; t. II, pág. 43; FAIREN GUILLÉN, Víctor; “La transformación de
la demanda en el proceso civil”; Ed. Porto S.L.; Santiago de Compostela; 1949, págs. 26 y ss.
63
PALACIO, Lino Enrique; “Derecho Procesal Civil”; Bs. As.; Ed. Abeledo Perrot; 1977; t. IV, pág. 295.
64
DE SANTO, Víctor; “La demanda y la defensa en el proceso civil”; 2da. edición; Ed. Universidad; Bs. As.; 1981; págs.
118 y ss.
65
CARLI, Carlo; “La demanda civil”; 3ª reimpr.; Ed. Aretua; La Plata (Prov. de Bs.As.); 1991; págs. 85 y ss.
66
DÍAZ, Clemente A., “La exposición de los hechos en la demanda”; op. cit. págs. 835 y 839.
31
b. La naturaleza de la afirmación

Ahora bien, la primera cuestión que se plantea inmediatamente y divide a la


doctrina, es la determinación de la naturaleza jurídica de la afirmación de los hechos
en la demanda, cuya importancia estriba en si la misma obliga a su autor y le impone
la carga probatoria de aquél, o no lo hace.

Los partidarios de esta última posición sostienen que la afirmación, no es más


que la expresión del ‘querer jurídico’ de que sea efectuada una voluntad concreta de
ley, siendo entonces una declaración de voluntad, mientras que quienes sostienen la
primera hipótesis alegan que la afirmación es la expresión del saber jurídico, que se
traduce en una participación de conocimientos, haciéndolo suyo el litigante y
admitiendo que se extraiga de él una conclusión incluso contraria a su pretensión. En
tal sentido Goldschmidt las define como “…las participaciones del conocimiento de
hechos o derechos, que se hacen al juez por una parte y que son destinadas y, por
su propia naturaleza, adecuadas para obtener la resolución citada…” 67.

Se distingue así, según el acto procesal de que se trate, la actitud que adopta
el postulante, sosteniéndose que “…En la denuncia, el denunciante participa el
conocimiento que tiene de un hecho… sin asumir el carácter de sujeto del proceso,
exigiéndosele solamente que la denuncia no sea calumniosa…, en la demanda, el
demandante también participa el conocimiento de los hechos, pero lo hace
asumiendo el carácter de sujeto del proceso y la carga de la prueba y en tal carácter
asume la responsabilidad de todas las consecuencias del proceso, en tanto puede ser
reconvenido, excepcionado, etc.; finalmente, en el alegato, en la expresión de
agravios, etc., los sujetos del proceso no participan al juez ningún conocimiento que
éste no pueda extraer de su saber jurídico; los hechos aquí se exponen en tanto
probados, de ellos se extraen razonamientos que, como tales pueden tener
influencia o no en la sentencia sin que se produzca ningún agravio si el juez no los
tiene en cuenta o suple…”68.

c. La determinación

67
GOLDSCHMIDT, James; “Teoría General del Proceso”, Barcelona; Ed. Labor; 1936, trad. de Leonardo Pietro Castro;
pág. 119.
68
DÍAZ, Clemente A., “La exposición de los hechos en la demanda”; op. cit. pág. 837.
32
La segunda cuestión que se plantea respecto a los hechos en la demanda, es
qué hechos son los que se deben narrar y cómo debe hacérselo. En tal sentido se
afirma que los hechos deben relatarse de manera de que de ellos surja en primer
lugar la legitimatio ad causam, si es que ésta no puede deducirse indudablemente de
la relación jurídica presentada y en segundo término, deberán relatarse todos los
hechos principales que identifican a ésta y los que producen el estado de
desequilibrio que se compensará mediante el ejercicio de la pretensión 69.

Aquí es conveniente realizar una aclaración fundamental, que tiene que ver
con el sistema dispositivo que domina todo el proceso.

“…En cuanto a la posición de la situación de hecho, el juez, en lugar de tener


que ajustarse estrictamente a la realidad, ha de acomodarse a las afirmaciones de
las partes…”70. Este es el primer limitante para la obtención de la verdad en el
proceso civil, pero no nos apresuremos, sobre él volveremos más adelante 71.

d. La veracidad

La tercera, y quizás la más importante para este trabajo, es si los hechos


deben narrarse con veracidad, es decir, si existe en el proceso, el deber de decir
verdad.

Afirma Clemente Díaz que “…existe una tendencia hacia la ‘moralización (y


aún, la penalización) del proceso’ que se concreta en ciertos imprecisos e indefinidos
deberes de lealtad, de probidad y de buena fe en el planteamiento de las cuestiones
y en las facultades del órgano jurisdiccional en la investigación de los hechos, con el
objeto de que el proceso se convierta en la actividad armónica de los litigantes y del
juez en la búsqueda de la verdad, como medio de obtener la paz jurídica por la
justicia de la decisión…”72.

La ordenanza procesal alemana, en la reforma realizada en 1933, incorporó al


art. 138 el deber de hacer completamente y con verdad sus declaraciones sobre los
hechos, “…Claro que este deber de verdad no es otra cosa que un deber de

69
DÍAZ, Clemente A., “La exposición de los hechos en la demanda”; op. cit. pág. 838.
70
CARNELUTTI, Francesco; “La prueba. civil”; op. cit.; pág. 7.
71
Ver infra Cap. V, pto.2.c.
72
DÍAZ, Clemente A., “La exposición de los hechos en la demanda”; op. cit. pág. 832.
33
veracidad. Pero contra la infracción de este deber no se señala pena alguna y por
ello, el deber de veracidad es una lex imperfecta…” 73.

Pero veamos un poco qué establecían en relación a esta cuestión, los


antecedentes de nuestra legislación. La Partida III, en el Título II (Del demandador
et de las cosas que ha de catar), Ley XLIV, decía respecto al actor en juicio: “…E
porque las cosas que son fechas con engaño, deuen ser desatadas con derecho;
porende dezimos, que si el demandado pudiere prouar, e aueriguar el engaño, que
el demandador pierda por ello, tambien la verdadera debda, como la que fue
acrecida maliciosamente en la carta, o en el pleyto que fue fecho ante testigos. E
esto por dos razones. La una, por engaño que fizo el demandador al demandado en
el pleyto de la debda. La otra, porque seyendo sabidor que lo auia fecho
maliciosamente, se atreuio a demandarlo en juyzio, cuydando avn engañar al Juez
por aquella carta, o prueua que habia contra su debdor. Pero si el demandador,
ante que entrasse en juyzio se quisiesse quitar del engaño que auía fecho, e se
toniesse por pagado de su debda verdadera, puedelo fazer, e non cae porende en
pena ninguna…”74 y en relación al demandado, en el Título III (De los demandados
et de las cosas que deben catar), Ley III, expresaba: “…e porende se deue mucho
guardar el demandado, de non dezir mentira en juyzio…” 75.

La Nueva Recopilación establecía, en relación al actor, el deber de jurar desde


la demanda “…de que entiende que tiene testigos con que puede probar…” y que “…
entiende usar della como de buenas y verdaderas, y que no son falsas, ni fingidas, ni
simuladas…” y en relación a ambas partes, disponía que el perjurio en la respuesta ,
“…allende de otras penas, si fuere el actor pierda la causa, y si fuere reo, sea avido
por confeso’…”76.

En la Real Cédula dictada por Carlos IV en 1794, al crearse el Tribunal de


Consulado de Buenos Aires, cuya jurisdicción abarcaba todo el virreinato del Río de la
Plata, se estableció en las reglas de procedimiento, el modo en que las partes debían

73
GOLDSCHMIDT, James, “Teoría General del Proceso”, op. cit., pág. 84.
74
“LAS SIETE PARTIDAS del Sabio Rey D. Alfonso el IX”, con glosa del Lic. Gregorio López del Consejo Real de Indias de
S.M.; Imprenta de Antonio Bergnes; Barcelona; 1844: t. II, págs. 60 y 61.
75
“LAS SIETE PARTIDAS del Sabio Rey D. Alfonso el IX”; op. cit., pág. 68.
76
COUTURE, Eduardo J.; “El deber de decir la verdad en juicio civil”; Impresora Uruguaya S.A.; Montevideo; 1938; págs.
21 y 22.
34
conducirse, exigiéndoseles hacerlo “…a estilo llano, verdad sabida y buena fe
guardada’…”77.

La ley 50 que, recordemos, mantuvo como supletorias aquellas disposiciones


españolas (art. 374), si bien no imponía la verdad en la exposición de los hechos,
sino solamente que los mismos fueran “…explicados claramente en párrafos
separados y numerados…”, establecía entre las facultades del juez, la de ordenar
prueba de oficio, si las partes no pidieran las diligencias necesarias, disponiendo el
inc. 3º del art. 102º que podía disponer “…Cualquiera otra diligencia probatoria que
sea conducente al descubrimiento de la verdad…” . Sartorio, comentando dicha
facultad legal sostiene que “…ha percibido el relevante valor de jerarquía judicial de
un expreso poder a los jueces para no conformarse con la verdad formal o aparente
que surja de una prueba defectuosa de las partes y alcanzar, si fuere posible, por sí
mismo, el conocimiento de la verdad verdadera…” 78.

Para Couture, existe “…un deber jurídico de expresar la verdad en el juicio


civil. No se trata tan sólo de un precepto moral y de conducta, sino de una norma
positiva, vigente en nuestro derecho… La infracción unilateral a ese deber se vigila
por la contraparte, mediante el principio del contradictorio y el juez la sanciona en la
sentencia mediante las atribuciones que la ley le confiere… La infracción bilateral,
queda sin sanción en nuestro derecho, cuando los actos engañosos expresados por
acuerdo de partes están legitimados por el principio dispositivo del proceso. No es
así en los asuntos que atacan el orden público o el derecho eventual de terceros…” 79.

No vamos a analizar aquí las contingencias que pueden producirse por las
transformaciones y los cambios que pueden hacerse en la demanda, a partir de la
modificación o ampliación de los hechos, su oportunidad y consecuencias, porque
ello excede el objetivo del presente trabajo, por lo que pasamos a analizar la actitud
del demandado en relación a los hechos expuestos en la demanda 80.

4. Los hechos en la contestación.

77
COUTURE, Eduardo J.; “El deber de decir la verdad en juicio civil”; op. cit., pág. 22
78
SARTORIO, José; “La ley 50”, op. cit., pág. 45.
79
COUTURE, Eduardo J.; “El deber de decir la verdad en juicio civil”;., pág. 32.
80
Para consulta de estas vicisitudes, CARLI, Carlo; “La demanda civil”; op. cit., págs. 101 y ss.; FRAIREN GUILLÉN,
Víctor, “La transformación de la demanda en el proceso civil”; op. cit., págs. 101 y ss.; DE SANTO, Víctor; “La demanda y
la defensa en el proceso civil”; op. cit.; págs. 137 y ss.
35
Es necesario aquí, analizar las diferentes posiciones procesales que puede
adoptar el demandado ante la demanda, ya que según las mismas, serán los efectos
en relación a los hechos afirmados en aquella. Baste advertir que el demandado
tiene la posibilidad de disponer de los hechos libremente, al igual que el actor 81.

Analizaremos primeramente los casos en que el demandado omite ejercer el


poder de disposición de los hechos en la contestación. En todos ellos, se trata del
incumplimiento de una carga procesal, es decir, de la falta de cumplimiento de un
imperativo del propio interés82, cuyas consecuencias pueden ser o no forzosas. El
profesor alemán, autor de aquella identificación definitoria, sostiene que “…Las más
importantes cargas procesales son: la de comparecencia, la de afirmación y
declaración -contestación-, especialmente la que pesa sobre el demandado de
pronunciarse sobre los hechos alegados por el actor como fundamento de la
demanda, para ponerse a cubierto de las consecuencias, la de probar, la de jurar, la
de exhibir documentos, la de caución y anticipo de las costas y la de gestión del
proceso…” 83.

La primera situación que analizaremos, es la de la rebeldía del demandado,


pero como en nuestra doctrina nacional, la rebeldía es una figura genérica,
abarcativa de quien no contesta la demanda y de quien tras haberse apersonado en
el proceso, hace abandono del mismo, o de quien no contesta un traslado o citado a
absolver posiciones no comparece o no contesta, siendo las consecuencias de su
conducta completamente distintas, conviene que realicemos las distinciones
conceptuales necesarias y analicemos las consecuencias de cada actitud procesal.

Nos referiremos en primer lugar al demandado con domicilio conocido que


debidamente citado, no comparece al proceso y es declarado rebelde. En este caso,
según los sistemas, se adoptan diversos criterios.

En algunos, la rebeldía significa reconocimiento de los hechos afirmados por el


actor, es decir, establecen una presunción iure et de iure de verdad. Para otros, la
rebeldía importa solamente una presunción iuris tantum de veracidad de los hechos
81
CAPPELLETTI, Mauro; “El proceso civil en el derecho comparado”trad. de Santiago Sentís Melendo; E.J.E.A.; Buenos
Aires; 1973; pág. 27.
82
GOLDSCHMIDT, James, “Teoría General del Proceso”, op. cit., pág. 82 y ss.
83
GOLDSCHMIDT, James, “Derecho Procesal Civil”, trad. de Leonardo Pietro Castro; Ed. Labor; Barcelona; 1936; pág.
203.
36
lícitos invocados en la demanda y finalmente, otros sistemas procesales tratan la
incomparencia con indiferencia, es decir, no le imponen ningún significado legal y en
nada cambia la situación del actor cuya pretensión sólo ha de prosperar si se ajusta
a derecho y prueba debidamente los hechos sobre los que se justifica su
pretensión84.

La segunda situación a considerar, es la del demandado que habiendo


comparecido, no contesta la demanda.

En este caso, también se trata del incumplimiento de una carga, pero de


mayor envergadura que la de aquél demandado que contesta, cuya carga será la de
negar y eventualmente probar, ya que aquí se omite directamente la contestación,
por lo que las consecuencias procesales deberían ser lógicamente mayores que
aquél, si incumpliera estas cargas secundarias o en todo caso las consecuencias
debieran ser idénticas que las previstas para el demandado que directamente no
comparece al pleito.

Estas normas procesales que castigan el incumplimiento de cargas creando


presunciones legales, atentan contra la obtención de la verdad en el proceso y es a
ellas a las que nos referimos como las causantes de la producción de una verdad
procesal que puede no coincidir con la realidad de los hechos. Esto no significa que
adelantemos opinión sobre la necesidad de su existencia ni sobre el resultado de su
aplicación, sino que simplemente señalamos la realidad, lo demás queda para su
oportunidad.

La tercera posibilidad es la del demandado que contesta la demanda y según


se posicione respecto a los hechos afirmados por el actor como sustento de su
pretensión, serán las consecuencias procesales.

En la contestación se podrá referir específicamente al hecho afirmado,


aceptándolo como verdadero o negándolo por falso o podrá no hacerse referencia al
mismo. En el primer caso tendremos un hecho reconocido; en el segundo un hecho
controvertido que deberá ser objeto de prueba y resultará, verdadero o falso, según
la prueba producida o en todo caso no probado.

84
CARLI, Carlo;”La demanda civil”; op. cit., págs. 138 y ss.; DE SANTO, Víctor; “La demanda y la defensa en el proceso
civil”; op. cit., págs. 205 y ss.
37
“…La afirmación de las partes vincula al juez en cuanto a la posición del
hecho: de un lado, porque no puede poner una situación de hecho que no haya sido
afirmada por una (cuando menos) de las partes y, de otro, porque no puede dejar
de poner (omitir) una situación de hecho que haya sido afirmada por todas las
partes. La afirmación unilateral (discorde) de un hecho es condición necesaria para
su posición en la sentencia; la afirmación bilateral (concorde) es a tal fin condición
suficiente. Los hechos no afirmados no pueden ser puestos; los hechos afirmados
concordemente tienen que ser puestos…”85

Pero aquí surge un inconveniente, en relación al hecho no respondido,


difiriendo su tratamiento según los distintos sistemas procesales 86, pero en su
mayoría considerándolo reconocido como verdadero.

El reconocimiento de la verdad de los hechos, no siempre pone fin a la


controversia, ya que puede suceder que éstos se reconozcan, pero se contradiga la
pretensión de sentencia del accionante, es decir, se plantee la controversia en el
ámbito jurídico, quedando la cuestión a resolver, como de puro derecho.

De todas maneras, lo que interesa para el presente estudio, son las


consecuencias que genera la posición del demandado al contestar la demanda,
respecto a los hechos afirmados por el demandante al accionar.

El acuerdo de partes sobre los hechos, los excluye del thema probandum,
tanto respecto de ellas como de las pruebas oficiosas, siempre que se refieran a
cuestiones disponibles, dando origen a lo que llamamos el hecho no controvertido.

“…La afirmación de un hecho ya afirmado por la contraparte se llama


admisión, cuya noción, por tanto, se puntualiza en estos términos: posición como
presupuesto de la demanda, de un hecho ya presupuesto en la demanda
contraria…”87.

Ya Castro nos advertía “…De tal manera que si el hecho no es contestado, el


juez, aunque a él no le conste, aunque él crea que el hecho no es cierto, no está
autorizado ni para exigir a las partes que produzcan prueba ni tampoco para

85
CARNELUTTI, Francesco; “La prueba. civil”; op. cit.; pág. 9.
86
CARLI, Carlo; “La demanda civil”; op. cit., pág. 141.
87
CARNELUTTI, Francesco; “La prueba. civil”; op. cit.; pág. 8.
38
decretarla de oficio. Debe fallar sobre la base de las afirmaciones hechas por una
parte y asentidas por la otra…”88.

No obstante Taruffo sostiene que “…la falta de oposición a la alegación de un


hecho no tiene en sí ningún efecto vinculante, ni para las partes ni para el juez: no
se trata de un negocio estipulado entre las partes, sino de una situación en la que
subsiste el valor de la verdad como condición de la justicia de la decisión y en la que
es necesario minimizar la posibilidad de que se adopte una decisión sin una
determinación efectiva de la verdad de los hechos relevantes…” 89. No compartimos
esta postura ya que salvo si el hecho resulta manifiestamente inverosímil o
abiertamente contrapuesto a otros hechos cuya autenticidad ha sido acreditada en el
proceso, no podrá el juez, si el hecho fuera principal, dejarlo de lado en la
elaboración de la decisión. Esta es otra de las situaciones en las que referiremos a la
producción de la verdad procesal, ya que en un proceso eminentemente dispositivo,
si bien este principio en algunas circunstancias debe ceder en beneficio de la
búsqueda de la verdad, no nos parece que sea ésta una de ellas.

88
CASTRO, Máximo; “Curso de Procedimientos Civiles”; compilado por Pedro Frutos e Ifauro P. Argüello; Ed. Biblioteca
Jurídica Argentina; Buenos Aires; 1926; t. I. pág. 203.
89

TARUFFO, Michele; “Simplemente la verdad”; op. cit., pág. 153.


39
Capítulo III

La prueba de los hechos.

1. Generalidades

Probatio est demostrationis veritas (Prueba es la demostración de una verdad)


nos dice Sentís Melendo90, citando un viejo brocárdico romano.

Al enfrentar el problema de la prueba de los hechos en el proceso, la primera


cuestión a resolver ha de ser la de establecer la utilidad del mismo como ámbito
eficaz para el descubrimiento y la determinación de la verdad.

En ese análisis debe tenerse en cuenta, en primer lugar, la vigencia plena del
principio dispositivo, tanto en la aportación de los hechos fundantes de la pretensión
y de la contestación de la demanda, como viéramos en el capítulo precedente, como
aquí, en relación al ofrecimiento y producción de la prueba, en el que rige el
principio de aportación de parte, consecuencial de aquel. Mención especial en este
sentido merecerá la prueba judicial y las facultades del juez en tal sentido, que
dividen la doctrina en dos corrientes irreconciliables.

Luego examinaremos la influencia del principio de bilateralidad de audiencia o


el contradictorio y la temporalidad del proceso y el principio preclusivo, como otras
limitantes de la obtención de la verdad de los hechos.

Después pasaremos revista de las derivaciones de la aplicación de la carga de


la prueba ya que de su juego con el principio de non liquet, surge su norma de
clausura que sanciona a aquél que no cumple con aquella, produciéndose en tales
90
SENTÍS MELENDO, Santiago; “La prueba”; E.J.E.A.; Buenos Aires; 1979; pág. 35, con cita de CABANELLAS,
“Repertorio jurídico de locuciones, máximas y aforismos latinos y castellanos”; pág. 101, n. 3641, en nota Nº 7...
40
casos, otra de las situaciones en que el proceso genera la denominada verdad
procesal.

Finalmente las reglas de exclusión de pruebas , y las pruebas legales o tasadas


terminan de complicar el panorama, por lo que serán también objeto de análisis ya
que se configuran como un elemento sustancial a la hora de establecer las
limitaciones epistemológicas.

Si bien es cierto que el fin del proceso es el descubrimiento de la verdad,


como presupuesto necesario de una decisión justa, también debemos tener presente
que “…El proceso es, en realidad, también un ‘lugar’ en que se aplican normas, se
realizan valores, se aseguran garantías, se reconocen derechos, se tutelan intereses,
se efectúan elecciones económicas, se enfrentan problemas sociales, se asignan
recursos, se determina el destino de las personas, se tutela la libertad de los
individuos, se manifiesta la autoridad del Estado… y se resuelven controversias por
medio de decisiones deseablemente justas. Según se adopten perspectivas que
privilegian una u otra de estas funciones, se asumen diferentes ideologías del
proceso…”91.

No se trata entonces de señalar simplemente los límites o reservas a la


búsqueda de la verdad en el ámbito del proceso, sino de evaluar qué límites y
reservas están justificadas y cuáles, amén de resultar epistemológicamente
negativas, carecen de un fundamento válido para sostenerlas aceptablemente.

“…En consecuencia, resulta evidente que las normas jurídicas que regulan la
actividad probatoria, imponen limitaciones y condiciones que conspiran en contra de
la posibilidad de que pueda alcanzarse en todos los casos judiciales la verdad
absoluta acerca de cómo ocurrieron los hechos en la realidad, pues a diferencia de la
labor que despliega un historiador que, como hemos señalado, procura llegar a la
verdad de lo sucedido sin límite alguno, el juez, en cambio, tiene como función
asignada la de reconstruir los hechos objeto del proceso, y nada más, ‘so riesgo’ de
violar la regla de congruencia (art. 330 CPC), respetando al mismo tiempo, los

91
TARUFFO; Michele; “Simplemente la verdad”; op. cit., pág. 156.
41
límites y condiciones que dispone la ley para garantizar el contradictorio, el equilibrio
de los justiciables (paridad) y la seguridad jurídica…” 92

Antes de ingresar en aquél análisis, resulta útil repasar algunos principios


epistemológicos, sobre lo cuales habrán de analizarse aquellas limitaciones, como
primer parámetro de justificación.

En tal sentido es relevante señalar que el primer principio epistemológico a


tener en cuenta es el de la amplitud metodológica, ya que todo medio de prueba que
pueda aportarnos información o datos de conocimiento sobre los hechos, debe ser
aceptado. Esto incluye los medios atípicos de prueba, es decir, aquellos que no se
encuentran específicamente regulados por las normas procesales, para cuya
producción, por supuesto, habrá que respetar los principios rectores de las pruebas,
especialmente el contradictorio.

Ese principio de amplitud de medios, debe estar regulado o limitado por otro
principio, a fin de evitar demoras y gastos innecesarios en el proceso, principio
generado como desarrollo o consecuencia del principio de economía procesal, el
principio de la relevancia93. Todo medio que se muestre a priori como idóneo para
aportar información sobre los hechos objeto de la prueba en el proceso, debe ser
admitido, en tanto no resulte superfluo por probanzas ya aportadas al proceso.

2. El principio dispositivo y las facultades probatorias del oficio

Este principio, en relación a la prueba, ha generado un brocárdico que lo


expresa en toda su magnitud: iudex iudicare debet secundum allegata et probata
partium, cuyo significado es que sólo las partes están habilitadas para proveer el
material probatorio, estándole vedado al oficio desarrollar esa tarea 94.

Parte importante de la doctrina, con la que coincidimos, considera que este


brocárdico ha sido mal transferido a lo largo de la historia, agregándosele la
expresión partium cuando originariamente no lo tenía y suprimiéndole la expresión
final non secundum conscientiam , lo que cambia sustancialmente las limitaciones

92
PERRACHIONE, Mario Claudio; “Límites que presenta el proceso judicial para la verificación de la verdad material o
histórica. Necesidad de establecer algunas reformas” en Rev. LA LEY CÓRDOBA, t. 2003; pág. 1041.
93
Frustra probatur quod probatum non relevat.
94
PEYRANO, Jorge W.; “El proceso civil”; Ed. Astrea; Buenos Aires; 1978; pág. 62.
42
pretendidas con aquél, siendo entonces su texto original iudex iudicare debet
secundum allegata et probata, non secundum conscientiam.

“…En consecuencia, el brocado no tiene por objeto indicar la mayor o menor


facultad de iniciativa probatoria del juez, sino cosa bien distinta, hace referencia a la
imposibilidad de permitir el conocimiento privado del juez y a la congruencia de la
sentencia…”95.

Es ésta una limitación sumamente importante y otra de las cuestiones que


diferencian al juez del historiador y del científico 96, que en la averiguación de la
verdad, actúan sin ninguna limitación de este tipo y pueden resolver ellos mismos
todas las pruebas de las que han de servirse para el conocimiento de la verdad de
los hechos objeto de su investigación. Las medidas para mejor proveer e institutos
similares que permiten la prueba oficiosa, atenúan el principio, removiendo una
imposibilidad fundamental para el cumplimiento efectivo de la función de
conocimiento de la verdad de los hechos.

Couture las define como “…aquellas medidas probatorias que el Juez puede
disponer por propia iniciativa, destinadas a mejorar las condiciones de información
requeridas por la sentencia de cuya génesis lógica forman parte…” 97´.

Sentís Melendo, que ha profundizado mucho en la cuestión, analiza su


definición98, su naturaleza jurídica como medida probatoria, si se trata de una
facultad o de un deber, la recurribilidad de las mismas, su posibilidad ante la
negligencia probatoria de las partes99, su oportunidad, etc., dejando en claro “…que
tiene por objeto la averiguación de la verdad formándose conciencia sobre el punto
que se ha de resolver, aclarar dudas o completar información…” 100.

Es éste un tema apasionante que merece un extenso tratamiento, pero ello


excedería los límites del presente, por lo que lo tratamos escuetamente y sólo desde
el punto de vista epistemológico, es decir, en cuanto plantea un obstáculo al
95
PICÓ I. JUNIOY, Joan; “El juez y la prueba”; Ed. Bosch; Barcelona; 2007; pág. 24.
96
TARUFFO, Michele; “La prueba de los hechos” op. cit., págs. 330 y ss., 336 y ss.
97
COUTURE, Eduardo J.; “Teoría de las diligencias para mejor proveer”; Ed. FAS; Rosario; 2011; pág. 65.
98
SENTÍS MELENDO, Santiago; “Medidas para mejor proveer”; E.J.O., ed. Ed. Bibliog. Arg.; Buenos Aires; 1961; t. XIX,
pág. 445.
99
SENTÍS MELENDO, Santiago; “Teoría y práctica del proceso”; E.J.E.A.; Buenos Aires; 1959; pág. 445.
100
SENTÍS MELENDO, Santiago; “Medidas para mejor proveer” en Revista de Derecho Procesal; EDIAR.; Buenos Aires;
1944; Año II, segunda parte, pág. 127.
43
conocimiento del pretor de la verdad de los hechos, sin dejar de hacer referencia a
los aspectos filosófico e ideológico, que son determinantes de las distintas posiciones
que adoptaron los juristas y los sistemas a lo largo de los tiempos.

La atenuación del principio dispositivo en este sentido no es, a nuestro


criterio, un asunto científico, sino una cuestión puramente filosófica e ideológica 101.

Cuando la función del proceso se ubica en la búsqueda de la verdad y la toma


de decisiones justas para la resolución de las controversias, se entiende
naturalmente que el juez no puede ser simplemente como el umpire de las
contiendas deportivas, que sólo observa el accionar de las partes y marca las
infracciones, sino que debe ser un director del proceso y el principal responsable de
que se cumpla con aquella función102.

En tal sentido el maestro Peyrano nos señala que “…La comprobación de que
la completa prescindencia del órgano jurisdiccional durante el desarrollo del proceso
no siempre desemboca en una resolución justa, sumada al hecho de que el Estado
tiene interés en que la litis sea dirimida equitativamente, interés de rango superior al
de los contradictores, motivó la multiplicación de los institutos morigeradores de los
postulados del principio dispositivo…”103.

La importancia de la prueba en el proceso ha sido reconocida de manera


unánime por la doctrina. Ya Bentham afirmaba que “…el juez tiene el deber de
obtener todas las pruebas de una y de otra parte, de la mejor manera posible, de
compararlas y de decidir después su fuerza probatoria… el arte del proceso no es
esencialmente otra cosa que el arte de administrar las pruebas…” 104.

Este concepto lo comparten prácticamente todos los autores, pero Sentís


Melendo con especial visión crítica, observaba que “…Puede decirse que la prueba
constituye la zona, no sólo de mayor interés, sino también neurálgica del proceso; la

101
PEYRANO, Jorge W.; “El proceso civil”; Ed. Astrea; Buenos Aires; 1978; pág. 145, refiriéndose al principio de
contradicción, expresa “…juntamente con el dispositivo y el inquisitivo, debe computárselo entre los principios procesales de
mayor contenido ‘político’…”.
102
Ver supra Cap. I, pto. 4.
103
PEYRANO, Jorge W.; “El proceso civil”; op. cit.; pág. 71.
104
BENTHAM, Jeremías; “Tratado de las pruebas judiciales”; trad. del francés por Manuel Ossorio Florit; E.J.E.A.;
Buenos Aires; 1959; Vol. I, pág. 10.
44
prueba da carácter al proceso;… una ley tiene de novedad, de modernidad, lo que
de estos elementos haya en el ordenamiento de la prueba…” 105.

Con ese criterio, se ha dotado al juez de facultades de disponer prueba


oficiosa, facultades esenciales para el cumplimiento de su función, pero que resultan
sumamente cuestionadas por la corriente garantista del derecho procesal, que
sostiene que como se trata de un litigio de interés privado, las partes deben ser
libres de manejarlo según su leal saber y entender, por lo que al decretarse prueba
oficiosamente, se perjudica a una parte, debiendo entonces el juez, para no romper
su indispensable necesidad, mantenerse inactivo y limitarse a juzgar sobre los
hechos con las pruebas aportadas por las partes únicamente.

Así Alvarado Velloso afirma que “…el autoritarismo germano concibió la idea
de identificar al juez con un capitán de barco, asignándole el título y las funciones de
un director del proceso… A tal punto que se ha perdido de vista la imparcialidad que
requiere esencialmente la idea del debido proceso…”106.

Devis Echandía, con un posicionamiento totalmente diferente, expresa que “…


hace ya más de cincuenta años que la doctrina universal archivó esa concepción
privatista y la sustituyó por la publicista, que ve en el proceso civil el ejercicio de la
jurisdicción del Estado, en interés público o general: obtener la adecuada aplicación
de la ley material y la recta justicia en los casos particulares, para mantener la paz y
la tranquilidad sociales…”107.

Si dijimos que el juez es o puede ser, el único interesado en que en el


proceso se obtenga la verdad de los hechos afirmados por las partes y que éstas,
generalmente no participan de tal objetivo, es elemental comprender que el pretor
tiene que tener tales facultades y tiene la obligación de utilizarlas ante la duda de la
veracidad de las afirmaciones por falta o deficiencia en la prueba arrimada por las
partes. Sin ellas el proceso se desnaturaliza y difícilmente cumpla aquella función
que le atribuimos.

105
SENTÍS MELENDO, Santiago; “El proceso civil”; E.J.E.A.; Buenos Aires; 1957; pág. 182.
106
ALVARADO VELLOSO, Adolfo; “Garantismo procesal versus prueba judicial oficiosa”; Ed. Juris; Rosario; 2006; pág.
199.
107
DEVIS ECHANDÍA, Hernando; “Compendio de la prueba judicial”; Rubinzal-Culzoni; Santa Fe; 2007; t. II, pág. 51.
45
Compartimos la opinión de Calamandrei al respecto, porque con su
acostumbrada genial sencillez, disuelve definitivamente todo planteo de
cuestionamiento ideológico, sosteniendo que “…el conferir al juez el poder de
escoger y de utilizar por sí los medios de prueba que considere más idóneos para
constatar la verdad en el ámbito delineado por las peticiones de las partes, no está
en oposición con el carácter disponible de la relación controvertida: el poder de
disposición de las partes se manifiesta en señalar los límites del thema probandum,
pero, dentro de estos límites, el reconocer al mismo juez que debe indagar sobre la
verdad de los hechos alegados por las partes una cierta autonomía en la elección de
los métodos de investigación, aparece como una necesidad de orden técnico, que no
tiene nada que ver con el respeto a la voluntad de las partes…” 108

Entonces, el carácter privatista del proceso se respeta absolutamente y por


ello rige el principio dispositivo en su funcionamiento, pero el carácter publicista,
también debe tener vigencia en el mismo y en relación a los aportes probatorios, las
facultades oficiosas son esenciales, ya que sin las mismas, en muchas controversias
el pretor se verá privado de conocer la verdad de los hechos, sea por una actitud
intencional de las partes o por su negligente gestión. Por ello las consideramos
esenciales para la búsqueda de la verdad y la emisión de una decisión justa como
resultado del proceso.

Así, sin discutirse la vigencia del principio dispositivo, se pasa a cuestionar el


principio consecuencial de aportación de parte, en el reparto de funciones entre el
juez y las partes, de manera que “…si bien los litigantes son libres de disponer de los
intereses deducidos en juicio, o sea del objeto del proceso, no lo son respecto del
proceso mismo, es decir, de su desarrollo, al concebirse no sólo como instrumento
dirigido a la tutela jurisdiccional de derechos privados, sino además como función
pública del Estado, interesado, por tanto, en el mejor cumplimiento de esta
función…”109.

Las facultades probatorias de las partes y los poderes de instrucción del juez,
no forman parte de un todo que deben compartir, en el que si incrementamos la
participación de uno, menguamos la del otro, sino que debe entenderse como
108
CALAMANDREI, Piero; “Instituciones de Derecho Procesal Civil”; op. cit.; t. I, págs. 406 y 407.
109
PICÓ I. JUNOY, Joan; “El juez y la prueba”; op. cit., pág. 103.
46
facultades paralelas y en todo caso subsidiarias las últimas de las primeras, siempre
limitadas por las aportaciones de hecho realizadas por ellas al trabar la litis, debiendo
el pretor respetar a rajatabla el principio dispositivo y la congruencia, tanto al actuar
como al resolver. Esto es garantía suficiente al debido proceso y al derecho de
defensa en juicio.

“…El problema de los poderes de instrucción del juez se pueden sintetizar


entonces en estos términos: la atribución de estos poderes y su efectivo ejercicio –
con riguroso respeto, naturalmente, a los derechos procesales de las partes-
corresponden a una necesidad epistémica, tratándose de instrumentos dirigidos a
obtener el fin de la determinación de la verdad. Viceversa, la oposición a un rol
activo del juez en la adquisición de las pruebas parece motivada exclusivamente por
opciones ideológicas: estas opciones, aparte de resultar histórica y políticamente
infundadas, se configuran en términos claramente antiepistémicos…” 110.

Pero insistimos en que la iniciativa probatoria del juez tiene límites claros y
concretos, que Picó I. Junoy nos señala precisamente: “…En primer lugar, la prueba
practicada por el juez debe, necesariamente, limitarse a los hechos controvertidos o
discutidos por las partes, en virtud de los principios dispositivo y de aportación de
parte… no pudiendo el órgano jurisdiccional llevar a cabo ninguna actividad
tendiente a investigar o aportar hechos no alegados por las partes, ni fallar
alterándolos, so pena de incurrir en un vicio de incongruencia… En segundo lugar, es
necesario que consten en el proceso las fuentes de prueba sobre las cuales tiene
lugar la posterior actividad probatoria del juez… Y finalmente, en tercer lugar, es
necesario que se respete, en todo momento, el principio de contradicción…” 111.

3. El principio contradictorio, el preclusivo y el de acumulación eventual.

Estos principios, también resultan limitantes de la función epistémica del


proceso. El primero de ellos, que encuentra su expresión en el precepto romano
audiatur et altera pars (escuchar a la otra parte), tiene carácter de supralegalidad
por su rango constitucional, y es también conocido con el nombre de principio de

110
TARUFFO, Michele; “Simplemente la verdad”; op. cit., pág. 204.
111
PICÓ I. JUNOY, Joan; “El juez y la prueba”; op. cit., págs. 117 y 118.
47
contradicción, de controversia, de defensa en juicio o de igualdad procesal 112. Los
segundos, denominados principio preclusivo y su consecuencial de acumulación
eventual, “…suponen que las partes, en las respectivas fases, deban presentar
simultánea y no consecutivamente todas las alegaciones y elementos de prueba que
pertenezcan a estos períodos, sean compatibles o no unos con otros…” 113 Es
indudable su necesidad y la imposibilidad de limitarlos, salvo en relación al plazo de
la prueba, para el que, algunos sistemas prevén una prolongación extraordinaria
motivada en la complejidad, cantidad o dificultad material en la producción, pero no
puede irse más allá por su función ordenatoria y por brindar seguridad jurídica al
proceso.

“…En particular, resulta de especial importancia el hecho de que la actividad


probatoria deba circunscribirse en un lapso temporal determinado y que finalizada
esa actividad probatoria el juez tenga que decidir sobre los hechos del caso a los que
será de aplicación el derecho…”114.

La búsqueda o el conocimiento de la verdad en el proceso se ven disminuidas


de manera importante ante las reglas de limitación temporal, ya que las mismas
instan a una más o menos rápida resolución del conflicto, situación que no se
produce en la investigación científica ni historiográfica. Desde las normas sobre
prescripción liberatoria, que limitan su inicio, hasta los plazos procesales que regulan
su desarrollo y finiquito, dificultan el contexto del proceso como ámbito
epistemológico.

“…Sin duda, la principal razón de ser de estas reglas reside en la necesidad de


resolver el conflicto en un plano no irrazonable de tiempo, algo estrechamente unido
a las exigencias de seguridad jurídica que también se proyectan sobre el proceso…
Pero es evidente que, al limitar el tiempo en que debe ser pronunciada una decisión,
estas reglas en nada contribuyen a alcanzar la certeza sobre los hechos que han
dado origen al conflicto, sobre todo en los casos donde las diferentes tesis fácticas
entreuntadas aparecen igualmente plausibles…” 115

112
PEYRANO, Jorge W.; “El proceso civil”; op. cit.; pág. 145.
113
MILLAR, Robert Wyness; “Los principios formativos del Procedimiento Civil”, op. cit.; pág. 96.
114
FERRER BELTRÁN, Jordi; “Prueba y verdad en el derecho”; 2da. edic.; Ed. Marcial Pons; Madrid; 2005; pág. 57.
115
GASCÓN ABELLÁN, Marina; “Los hechos en el derecho”; 2da. edición; Ed. Marcial Pons; Buenos Aires; 2004; págs.
126 y 127.
48
No obstante, se puntualizan aquí como una dificultad más, ya que hacen
indudablemente al contexto que otorga el proceso a la función epistémica en la
búsqueda del conocimiento de los hechos.

4. La carga de la prueba y el non liquet

No vamos a referirnos aquí, a la regla que establece la carga de la prueba en


sí, como distribuidora de los esfuerzos probatorios de las partes, sino como regla de
clausura del juicio cuando no se ha dado cumplimiento del imperativo del propio
interés, según la definiera el recordado e ilustre maestro alemán James Goldschmidt.

Impuesta la prohibición del non liquet, es decir, la abstención de resolución


del juez por falta de un convencimiento sobre la verdad de los hechos o la
permanencia del estado de incertidumbre sobre los mismos, debe el pretor, en todos
los casos, dictar resolutorio de la controversia.

Recordemos en tal sentido que “…la doctrina de la carga de la prueba es una


parte de la teoría de la aplicación del derecho…” 116, ya que es una norma que nos
indica cómo deben aplicarse otras normas.

Ella establece que “…en caso de no demostrarse la existencia de esas


características no se aplica el precepto jurídico favorable a la parte y se imputa a
ésta la incertidumbre relativa a los hechos…”117.

En estos casos, el juez no tiene certeza sobre la verdad o falsedad de los


hechos invocados, por lo que resuelve en contra de quien tenía la carga de
probarlos. Esta resolución reconoce una verdad procesal, ya que puede rechazar
una pretensión legítima para cuyo fundamento fáctico no se aportaron las pruebas
de certeza suficiente, pero es la forma en que la normativa procesal resuelve el
estado de incertidumbre.

Micheli lo explica con su acostumbrada claridad, diciendo que “…no existen


dos aspectos antitéticos, o cuando menos distintos del fenómeno, sino un fenómeno
único, consistente en la existencia de una regla de juicio, en virtud de la cual el juez
es colocado en la condición de pronunciar en todo caso, aún cuando él no esté en

116
ROSEMBERG, Leo; “La carga de la prueba”, trad. de Ernesto Krottoschin; E.J.E.A.; Buenos Aires; 1956; pág. 11.
117
ROSEMBERG, Leo; “La carga de la prueba”, op. cit.; pág. 11.
49
situación de formarse la propia convicción acerca de la existencia de hechos
relevantes…”118

Aún en caso de no responder a la realidad, la resolución es ajustada a derecho


y en ella se produce entonces lo que se ha dado en llamar en doctrina verdad
procesal, que puede o no coincidir con la verdad material o real. Es que “…todo
proceso judicial implica un método de conocimiento particular mediante el cual se
arriba en base a lo que disponen normas legales a la certeza oficial acerca de
cómo sucedieron los hechos objeto del pleito… El proceso, entonces, no es un mero
campo de conocimiento racional. Es, ante todo, un instrumento para decidir
(racionalmente y jurídicamente claro) las cuestiones que en él se presentan…” 119.

5. Las reglas de exclusión y las pruebas legales o tasadas

El método epistemológico, es decir, el conjunto de formas a través de las que


se seleccionan, controlan y utilizan las informaciones que sirven para demostrar la
verdad de las conclusiones de cualquier investigación, tiende a no descartar ninguna
información que pueda considerarse útil para alcanzar el objetivo.

Este principio general se traduce en el proceso en el llamado principio de


relevancia, según el que todas las pruebas eventualmente útiles para la
determinación de la verdad de los hechos, debieran ser admitidas en el mismo, con
el sólo límite de su inconveniencia económica en su relación con el beneficio del
resultado o por resultar superfluas por redundancia.

“…Para todos esos problemas, el juez tiene el deber de obtener todas las
pruebas de una y de otra parte, de la mejor manera posible, de compararlas y de
decidir después su fuerza probatoria. Así, pues, el arte del proceso no es
esencialmente otra cosa que el arte de administrar las pruebas…” 120

La primera valla que encontramos en los diferentes sistemas es en relación a


las pruebas atípicas, es decir, aquellos medios no previstos por el sistema y que en
algunos resultaban excluidas. Hoy prácticamente la totalidad o la gran mayoría han

118
MICHELI, Gian Antonio; “La carga de la prueba”, trad. de Santiago Sentís Melendo; E.J.E.A.; Buenos Aires; 1961; pág.
175.
119
PERRACHIONE, Mario Claudio; “Límites que presenta el proceso judicial para la verificación de la verdad material o
histórica. Necesidad de establecer algunas reformas”, op. cit., pág. 1042.
120
BENTHAM, Jeremías; “Tratado de las pruebas judiciales”; op. cit.; t. I, pág. 10.
50
superado este inconveniente que se ampliaba día a día con la aparición de nuevas
pruebas científicas, evidentemente no previstas al momento de su descubrimiento,
permitiendo aquellas.

Bentham sostenía que cualquier prueba, por el sólo hecho de ser


potencialmente relevante, debía ser admitida, postura duramente criticada con el
argumento de que aun admitidas todas ellas, esto no garantizaba el descubrimiento
de la verdad, lo cual es cierto, pero la exclusión es sólo la forma más segura de
potenciar la mayor imposibilidad de hacerlo121.

Existen dos grupos de normas de exclusión de pruebas, según su objetivo: las


que pretenden una función epistémica y las que definitivamente no la tienen.

El primero de ellos incluye todas aquellas normas que tratan, mediante la


exclusión, de evitar el desconcierto del juez ante dos pruebas contradictorias o evitar
errores y malentendidos en la valoración de la prueba. Se encuentran entonces
insertas en este grupo todas aquellas normas que excluyen la prueba de testigos de
los contratos de valor superior a un determinado monto, de los contratos contrarios a
uno anterior o la exigencia de prueba escrita para determinados actos, la prueba
testimonial de menores o de personas con relaciones matrimoniales o parentales en
cierto grado con alguna de las partes, los testigos de oídas , que a pesar de parecer
que tienen una finalidad epistémica de evitar errores o equívocos valorativos, son en
realidad, epistemológicamente contraproducentes, ya que impiden la utilización de
información que puede resultar muy útil para el conocimiento o la comprobación de
la verdad de los hechos.

“…La preocupación epistémica por asegurar una correcta valoración de las


pruebas no se debe expresar, por tanto, a través de normas que impidan la
adquisición de pruebas relevantes, ni, aún menos, se puede agotar en la aplicación
de normas contraepistémicas. Por el contrario, debe tenerse en cuenta, y ser
abordada, en todos los demás momentos del procedimiento probatorio…” 122.

El segundo de los grupos referidos, agrupa todas aquellas normas que


excluyen pruebas en pos de salvar o proteger otros valores que colocan por sobre la

121
TARUFFO, Michele; “Simplemente la verdad”; op. cit., pág. 166.
122
TARUFFO, Michele; “Simplemente la verdad”; op. cit., pág. 174.
51
búsqueda de la verdad y la obtención de una resolución justa en el proceso, y
entonces, los hacen prevalecer ante éstos. Conforman este grupo las excusaciones a
declarar como testigo por razones de parentesco o sobre hechos que a cuyo
conocimiento se llegó por razones de su ministerio, oficio o religión, en los que las
razones que se invocan en cada caso es el valor tutelado a través del derecho a
negarse a prestar testimonio por sobre el valor de la determinación de la verdad de
los hechos del juicio.

La cuestión se resuelve en la elección política que realiza el legislador, por lo


que deberá analizarse cada caso, según el criterio seguido en cada sistema, pero
siempre teniendo en cuenta que a veces puede menguarse la excusación sin lesionar
el valor por ella protegido, si se establecen condiciones o mecanismos procesales que
permitan al juez acceder al conocimiento del testimonio sin violar el secreto que se
busca proteger.

Además debe tenerse en cuenta que el derecho a la prueba es una


manifestación del derecho de acción y de defensa en juicio, ambos de rango
constitucional, por lo que toda limitación que le establezcamos, deberá tener como
fundamento otro derecho de igual rango que ubiquemos por encima de estos en la
escala de valores a utilizar en la gradación.

“…Tal vez se podría admitir alguna excepción, pero –al tratarse de


limitaciones de una garantía fundamental- es necesario que estas excepciones estén
justificadas por la necesidad de cautelar otros derechos fundamentales o de rango
constitucional, y que se demuestre que esta necesidad es tan importante como para
prevalecer sobre la realización del derecho de prueba…”123.

Las pruebas tasadas o pruebas legales, son reglas sobre prueba que versan
sobre el resultado probatorio, determinando el mismo en relación a uno o diversos
medios de prueba. A diferencia del sistema de la libre valoración de la prueba que
confía en el juez la determinación del resultado probatorio de los medios de prueba
aportados a la causa, el sistema de la prueba legal reduce al mínimo esa función. 124.

123
TARUFFO, Michele; “Simplemente la verdad”; op. cit., pág. 194.
124
FERRER BELTRÁN, Jordi; “Prueba y verdad en el derecho”; op. cit., pág. 44.
52
“…En la prueba legal el momento probatorio preséntase a la consideración del
legislador más bien que a la del juez; el legislador, partiendo de consideraciones de
normalidad general, fija abstractamente el modo de recoger determinados elementos
de decisión, sustrayendo esta operación lógica a las que realiza el juez para formar
su convicción…”125.

Sentís Melendo, con su particular sencillez y franqueza expresa respecto de la


prueba legal que “…no es tal prueba porque, además de su carencia de libertad, en
todos los aspectos procesales de ella, no constituye una verificación que conduzca a
un resultado sino que constituye la imposición directa de ese resultado al juez,
cualquiera que sea su convicción…”126.

De manera que la prueba legal o tasada, se erige como una dificultad más y a
veces como un impedimento en la búsqueda de la verdad de los hechos.

125
CHIVOENDA, José; “Principios de Derecho Procesal Civil”; op. cit. t. II, pág. 282.
126
SENTÍS MELENDO, Santiago; “La prueba”; op. cit.; págs. 252 y 253.
53
Capítulo IV

La valoración de la prueba.

1. Generalidades

Abordamos ahora el aspecto que apunto como clave para la búsqueda de la


verdad. De la valoración que haga el juez de la prueba, dependerá realmente la
posibilidad de descubrir la verdad de los hechos de la causa, lo que le servirá para
decidir en justicia y fundamentar válidamente esa decisión.

Si bien la cuestión pretende sólo abordarse desde el punto de vista del


descubrimiento de la verdad, no podemos dejar de analizar los sistemas de
valoración que han existido a lo largo de la evolución del derecho probatorio, por lo
que pasaremos rápida revista a los mismos para centrarnos en el estado actual de la
cuestión.

2. Los sistemas y la búsqueda de la verdad

Es evidente que, cuando el sistema probatorio giraba en torno de las ordalías


y del juicio de Dios, los resultados de la prueba eran absolutamente aleatorios y nada
tenían que ver con el descubrimiento de la verdad. Con el advenimiento del
pensamiento filosófico escolástico y posteriormente el racionalismo humanista, se
pretendió ofrecer una estructura lógica y matemática formal a la valoración de la
prueba, lo que significó un giro hacia la racionalidad en la valoración de suma
importancia127, aunque el sistema consistía en la elaboración de largas y complejas
listas de reglas detalladas que establecían el peso de cada medio de prueba en
particular. Los comienzos del sistema se perciben claramente en los escritos de los

127
TARUFFO, Michele; “La prueba de los hechos”; op. cit.; pág. 388, nos dice que “…se trataba de un método para
racionalizar la valoración de la prueba y, más en general, el juicio de hecho, reduciendo tendencialmente a cero el peligro
ínsito en la arbitrariedad subjetiva del juez y eliminando, por otra parte, las’ pruebas irracionales’ basadas en el principio
del ‘juicio de Dios’…”.
54
juristas italianos de los siglos XII y XIV y alcanzan su plena manifestación en las
‘Conclusiones probationum’ de Mascardus de 1588128. La resolución dependía de una
operación matemática cuyo resultado, de resultar positivo, establecía la ‘verdad’ de
los hechos y de resultar negativo, determinaba su falsedad. 129 Las Siete Partidas de
Alfonso IX, adoptaban este sistema.130

El sistema de la prueba legal colapsó por el advenimiento de la Ilustración que


abrió el camino a nuevos métodos de razonamiento y por los profundos cambios
institucionales de la estructura del poder judicial y de la formación profesional del
juez, ya que se basaba en la desconfianza generalizada en éstos, que eran
ignorantes y corruptos, por lo que hubiera sido sumamente peligroso haberles
dejado las decisiones judiciales a su criterio. Después de la Revolución francesa y de
las reformas napoleónicas, los jueces pasaron a ser funcionarios estatales entrenados
profesionalmente, neutrales y responsables, por lo que ya no fue necesario quitarles
discrecionalidad a las decisiones, haciendo su aparición el principio de la libre
valoración de la prueba.131

No obstante, cuando se cambió el sistema, el criterio penduló al otro extremo,


siendo la situación generada peor o mucho más gravosa que la vigente con
anterioridad. Ferrajoli expresa esta situación, diciendo que “…El abandono de las
pruebas legales a favor de la libre convicción del juez, sin embargo, por el modo en
que se concibió y practicó por la cultura jurídica post-ilustrada, se corresponde con
una de las páginas políticamente más amargas e intelectualmente más deprimentes
de la historia de las instituciones penales…”132

Taruffo advierte que una vez consolidada la Revolución Francesa, este criterio
que se impuso en el ámbito procesal penal, se difundió rápidamente y sin control

128
MILLAR, Robert Wyness; “Los principios formativos del Procedimiento Civil”, trad. de Catalina Grossmann: EDIAR
S.A.; Buenos Aires; 1945; pág. 125; detallando algunas pruebas legales, expresa: “…A consecuencia de esta ‘tentativa
escolástica de resolver todo a priori’, se presentó como un complejo de reglas aritméticas. El testimonio de un solo testigo,
en sí, no tiene valor alguno; dos testigos intachables (testes classici) constituyen prueba plena (plena probatio): he aquí el
módulo principal de su progresión…”.
129
TARUFFO, Michele; “La prueba”, trad. de Laura Manríquez y Jordi Ferrer Beltrán; Ed. Marcial Pons; Madrid; 2008;
pág. 133 y 134.
130
LOPEZ, Gregorio; “LAS SIETE PARTIDAS del Sabio Rey D. Alfonso el IX”; op. cit.; t. II, pág. 329, donde en la Partida
3ª, tít. 16, se expresa: “Ley 32: Quantos Testigos ha menester, para prouar en cada pleyto. Dos testigos que sean de buena
fama, e que sean atales que los non puedan desechar por aquellas cosas que mandan las leyes deste nuestro libro, abonada
para prouar todo pleyto en juyzio,…”2
131
TARUFFO, Michele; “La prueba”, op. cit., pág. 135.
132
FERRAJOLI, Luigi; “Derecho y razón – Teoría del garantismo penal”; op. cit.; pág. 139.
55
racional, al fuero civil, generando resoluciones puramente subjetivas y
sustancialmente arbitrarias, lo que nada tiene que ver con la determinación de la
verdad de los hechos en el proceso. En cambio, cuando el sistema se racionalizó, “…
el principio opuesto, de la prueba libre o de la libre convicción, presupone la
ausencia de aquellas reglas e implica que la eficacia de cada prueba para la
determinación del hecho sea establecida caso a caso, siguiendo criterios no
predeterminados, discrecionalmente y flexibles, basados esencialmente en
presupuestos de la razón…”133.

Sentís Melendo califica esta corriente como de extrema izquierda,


diferenciándola de la de extrema derecha, donde sitúa el sistema de pruebas legales,
sosteniendo respecto de la primera que “…lo representan las formas o figuras de
valoración que suelen denominarse de la prueba en conciencia o de la íntima
convicción, y que generalmente van ligadas a la ausencia de fundamentación de la
sentencia, al menos en cuanto a la valoración de la prueba se refiere…” 134. En este
sentido y como él mismo lo reconoce, sigue a Couture que era especialmente crítico
con el sistema de las libres convicciones, afirmando que “…Dentro de ese método el
magistrado adquiere el convencimiento de la verdad con la prueba de autos, fuera
de la prueba de autos y aún contra la prueba de autos…”135.

Como punto intermedio136 de ambos sistemas se generó el denominado


sistema de valoración “según las reglas de la sana crítica”, que aparece por primera
vez en la historia en una simple disposición administrativa en España, el Reglamento
de lo Contencioso ante el Consejo de Estado Español, referida a la apreciación de la
prueba de testigos137. De allí pasa a ser utilizada por la Ley de Enjuiciamiento
española de 1855, que en su art. 317 expresaba que “Los Jueces y Tribunales
apreciarán, según las reglas de la sana crítica, la fuerza probatoria de las
declaraciones de los testigos”, expresando sus comentaristas, en relación a las reglas

133
TARUFFO, Michele; “La prueba de los hechos”; op. cit.; pág. 387.
134
SENTÍS MELENDO, Santiago; “La prueba”; op. cit.; págs. 247 y 248.
135
COUTURE, Eduardo J.; “Fundamentos del Derecho Procesal Civil”; op. cit.; pág. 273.
136
SENTÍS MELENDO, Santiago; “La prueba”; op. cit.; págs. 257, expresa: “…De la posición de aquellos dos maestros
me ocupé hace ya varios años; y poco, o nada, es lo que debe modificar: acaso acentuar mi negativa a considerar como
verdaderas pruebas las denominadas pruebas legales, lo que hace que el sistema de la sana crítica no aparezca para mí,
como intermedio, sino como único…”.
137
COUTURE, Eduardo J.; “Estudios de Derecho Procesal Civil”; Ed. Lexis Nexis; Buenos Aires; 2003; t. II, págs. 124 y
125.
56
de la sana crítica que “…estas reglas no pueden ni deben ser otras que las
consignadas en las leyes antedichas, por ser conformes a lo que la razón y el sentido
común aconsejan…”138. Caravantes por su parte, señala como antecedente “…el art.
82 del decreto de 20 de junio de 1852, sobre jurisdicción de Hacienda, sobre el juicio
acerca de la certeza de los hechos, ha de formarse en esta clase de procesos por las
reglas ordinaria de la crítica racional…”139.

3. El sistema de la sana crítica.

Ahora bien, precisando el concepto de qué significa la expresión “reglas de la


sana crítica”, Couture nos señalaba que las reglas de la sana crítica constituyen en
sentido formal una operación lógica, es decir, que debe cumplir con los principios de
identidad, no contradicción o falta de razón suficiente y tercero excluido, pero
además, a ello se suman las ‘máximas de la experiencia’ entendidas como “…el
conjunto de juicios fundados sobre la observación de lo que ocurre comúnmente y
puede formularse en abstracto por toda persona de un nivel mental medio…” 140.
Define a las reglas de la sana crítica como aquellas “…del correcto entendimiento
bueno; contingentes y variables con relación a la experiencia del tiempo y del lugar;
pero estables y permanentes en cuanto a los principios lógicos en que debe
apoyarse la sentencia…”141.

Sin duda alguna, el sistema de la valoración de la prueba mediante las reglas


de la sana crítica, es el sistema que mejor permite al juez buscar la verdad de los
hechos en el proceso, ya que entonces se va a poder atener a las características
reales de éstos y de las probanzas adquiridas y podrá valorar cada una de ellas
mediante un análisis lógico minucioso, apuntalando sus conclusiones con la
utilización de las máximas de la experiencia, dentro del mismo.

Las máximas de la experiencia han sido definidas por Friederich Stein,


diciendo que “…Son definiciones o juicios hipotéticos de contenido general,
procedentes de la experiencia, pero independientes de los casos particulares de cuya

138
MANRESA y NAVARRO, José María, Ignacio MIQUEL y José REUS; “Ley de enjuiciamiento civil, comentada y
esplicada”; op. cit., t. II, pág. 387.
139
DE VICENTE Y CARAVANTES, José; “Tratado histórico, crítico filosófico de los procedimientos judiciales en materia
civil sobre la nueva Ley de Enjuiciamiento”; op. cit.; t. II, pág. 246.
140
COUTURE, Eduardo J.; “Estudios de Derecho Procesal Civil”; op. cit.; t. II, pág. 130.
141
COUTURE, Eduardo J.; “Estudios de Derecho Procesal Civil”; op. cit.; t. II, pág. 131.
57
observación se han inducido y que, por encima de estos casos, pretenden tener
validez para otros nuevos…”142, definición que ha sido adoptada prácticamente por
toda la doctrina.

El funcionamiento de las máximas de la experiencia se realiza en el esquema


lógico clásico silogístico, donde ella hace de premisa mayor de un juicio fáctico.

Ya hemos dicho que ninguna verdad absoluta es alcanzable y menos aún en el


contexto del proceso143, por lo que siempre podemos arribar a una verdad relativa,
cuya definición común se plantea en términos de ‘probabilidad’ 144 en la que la
dimensión de las máximas de la experiencia adoptan una trascendencia fundamental.
Así lo afirma Rosemberg cuando expresa “…Pero tal como en la vida admitimos y
suponemos siempre como verídico aquello que corresponde al rumbo ordinario de
las cosas y a su curso natural, tal como todas las decisiones humanas, en el mejor
de los casos se hacen guiar por un alto grado de probabilidad, así también el juez
del proceso debe contentarse con este alto grado de probabilidad, el máximo
realizable cuando se trata de comprobar sucesos reales…” 145.

Aunque parte de la doctrina ha sido especialmente crítica con relación a la


falta de definición científica de las ‘máximas de la experiencia’, el sistema nos ha
permitido mantener la acción valorativa de la prueba, dentro de criterios lógicos no
arbitrarios. Nieva Fenoll nos señala que ellas “…no significan otra cosa que una
referencia a una especie de imaginario colectivo que se toma como ejemplo de
consenso social o científico de cuál es el id quod plerumque accidit. De ese modo se
ha creado, como dice Taruffo, un ‘insieme caótico e indeterminato’ en torno a este
concepto, de manera que, incluso, como añade este mismo autor, prácticamente
nunca que se alude a una máxima de experiencia dicha máxima posee esa
naturaleza, puesto que, en realidad, se está haciendo referencia en ocasiones, como
ya he dicho, a simples convenciones sociales que, por cierto, están llenas de
prejuicios y no atienden en absoluto al método científico…” 146, pero concluye que el

142
STEIN, Friedrich; “El conocimiento privado del juez”; Centro de Estudios Ramón Areces; España, s.d.; pág. 22, citado
por Hugo Fernando Conterno; “Máximas de la esperiencia”; en Foro de Córdoba, Suplemento de Derecho Procesal, Año
III, 2005, Nº 5, pág. 12.
143
Ver supra Cap. I, pto. I.
144
TARUFFO, Michele; “La prueba”, op. cit., pág. 30.
145
ROSEMBERG, Leo; “La carga de la prueba”, trad. de Ernesto Krottoschin; Bs. As.; E.J.E.A.; 1956; pág. 165.
146
NIEVA FENOLL, Jordi: “La valoración de la prueba”; Ed. Marcial Pons; Buenos Aires; 2010; pág. 211.
58
concepto nos acercó históricamente a la esencia del razonamiento probatorio lógico y
que por ello no debe ser desdeñado en sí mismo sino que se debe hacer un esfuerzo
para darle, en cada caso, su contenido concreto.

Solamente ante la falta de certeza utilizamos la probabilidad. La figura fáctica


ocurrió o no ocurrió, pero en el juego de ausencias de elementos, a mayor
probabilidad, mayor tolerancia en la ausencia de alguno de sus elementos; a menor
probabilidad, más conciencia y menos tolerancia de aquellos. Cuando se recurre a
las máximas de la experiencia, es porque nos encontramos ante una premisa que
genera duda, ya que si así no fuera, el juez no tendría por qué recurrir a ella.
Aunque calle su razón, algo le produjo desconfianza.

Finalmente es preciso señalar que las máximas de la experiencia pertenecen al


género de las presunciones legales, siendo asimilables a las simples o relativas ( iuris
tantum), a las que Couture define como “…Proposiciones normativas de carácter
legal acerca de la verdad de un hecho, contra la cual se admite, sin embargo,
prueba en contrario…”147, con la diferencias que las presunciones legales siempre se
encuentran establecidas con anterioridad al caso, en cambio, las máximas de la
experiencia son aplicadas específicamente al caso, justamente ante la falta de
certeza probatoria.

4. Verdad, verosimilitud y probabilidad.

Es necesario en esta sede dejar absolutamente en claro, una vez más, que en
el proceso civil, como en todos los órdenes de la vida, es sólo alcanzable una verdad
relativa, nunca absoluta, por lo que el juez al resolver, debe siempre hacer una
valoración de la prueba que lo aproxime al convencimiento sobre la verdad o la
falsedad de las afirmaciones de los hechos realizadas por las partes. El análisis de
esta situación ha preocupado a la doctrina desde los estudiosos clásicos de nuestra
ciencia, hasta los más actuales exponentes.

En tal sentido, Calamandrei es recordado, entre otras obras, por un


reconocido escrito sobre la cuestión 148, en el que ha sido especialmente esclarecedor,

147
COUTURE, Eduardo J.; “Vocabulario Jurídico”: 4ª edición; Ed. B de f; Montevideo; 2010; pág. 583.
148
CALAMANDREI, Piero; ‘Verdad y verosimilitud en el Proceso Civil’, en “Instituciones de Derecho Procesal Civil”; op.
cit.; t. III, pág. 316.
59
más allá de las objeciones etimológicas que le señala parte de la doctrina
moderna149, precisando justamente la relatividad del conocimiento que puede
adquirirse en el proceso civil y la situación en que se encuentra el juez, a quien no le
es permitido, como al historiador, permanecer incierto respecto de los hechos sobre
los que tiene que resolver y que además debe hacerlo en grado de certeza. Señala
en tal sentido que “…lo que vemos, sólo es lo que nos parece que vemos. No es
verdad, sino verosimilitud: es decir, apariencia (que puede ser también ilusión) de
verdad…”150.

Aborda el tema de la incertidumbre inicial del juez en relación a los hechos y


los criterios de admisibilidad y relevancia de la prueba ofrecida para el análisis de la
procedencia y de la pertinencia de la misma, para concluir con la valoración de la
prueba producida y la emisión de la resolución con grado de certeza, diciendo que
“…Aunque estemos convencidos de que la naturaleza humana no es capaz de
conseguir las verdades absolutas, es deber de honestidad empeñarse con todas las
fuerzas por tratar de aproximarse lo más posible a la meta inalcanzable… hacer lo
más profunda y controlada posible la investigación de la verdad, de manera que la
distancia entre ésta y la verosimilitud se reduzca al mínimo…” 151.

149
TARUFFO, “La prueba de los hechos” op. cit., pág. 167 y ss.
150
CALAMANDREI, Piero; ‘Verdad y verosimilitud en el Proceso Civil’, en “Instituciones de Derecho Procesal Civil”; op.
cit.; t. III, pág. 319.
151
CALAMANDREI, Piero; ‘Verdad y verosimilitud en el Proceso Civil’, en “Instituciones de Derecho Procesal Civil”; op.
cit.; t. III, págs. 351 y 352.
60
Capítulo V

La decisión judicial.

1. Su génesis

Todo el proceso se encuentra dirigido a la obtención de la decisión judicial,


que como decía Carnelutti “…realiza el proceso de transformación de la norma
jurídica del mandato abstracto en mandato concreto: mediante la sentencia, el
mandato toma cuerpo, se individualiza y define…”152.

La sentencia importa la elección del juez de una de las soluciones posibles al


conflicto traído por las partes. “…Decidir quiere decir, precisamente, cortar por el
medio. Por difícil que sea encontrar el cuchillo que separe la razón de la sinrazón, el
juez tiene que emplearlo…”153. Este acto no es instantáneo sino el resultado de un
procedimiento racional que se desarrolla de acuerdo a reglas que permitan someterla
a control.

El juez parte de una situación de incertidumbre, dirigida a adoptar una


resolución que la elimina. El juez “…no apuesta, no hace pronósticos, no juega y no
arriesga, su tarea es ‘dar certeza’, es decir, resolver la duda acerca de la verdad o a
la falsedad de las hipótesis sobre los hechos…”154, es decir, establece la “certeza
oficial”155.

El análisis del juez ha de comenzar con el análisis de la verdad o la falsedad


de los hechos, pero en primer lugar lo que éste debe definir es a qué narración de
los hechos se va a referir el resolutorio y más concretamente, a qué hechos. No
tiene que adoptar una de las dos narraciones que efectuaron las partes, sino que
habrá de dirigirse al análisis del supuesto de hecho definido por la norma que asume
como criterio jurídico de decisión.

152
CARNELUTTI, Francesco; “La prueba civil”: op. cit.; pág. 4.
153
CARNELUTTI, Francesco; “Cómo se hace un proceso”; trad. de Santiago Sentís Melendo y Marino Ayerra Redín;
E.J.E.A.; Buenos Aires; 1959: pág. 141.
154
TARUFFO, Michele; “Simplemente la verdad”; op. cit., pág. 221.
155
PERRACHIONE, Mario Claudio; “Límites que presenta el proceso judicial para la verificación de la verdad material o
histórica. Necesidad de establecer algunas reformas”; op. cit.; pág. 1042.
61
Aquí se produce un ejercicio de doble mano, ya que los hechos de la situación
singular son los que nos llevan a elegir la norma aplicable a su resolución y su
interpretación, y luego ella lo guiará en el análisis de los hechos de la causa y de las
pruebas producidas.

El juez debe construir una narración verdadera de los hechos de la causa,


narración que debe entenderse, según Taruffo, como un conjunto ordenado de
enunciados en cuatro niveles distintos: el primero, describe los hechos principales; el
segundo, los secundarios, si los hubiera; el tercero, las pruebas practicadas y el
cuarto, eventualmente, si fuere necesario, describirá las circunstancias de las que se
pueden extraer inferencias relativas a la credibilidad de los enunciados referidos a las
pruebas.

“…Es necesario, entonces, que respecto de cada enunciado singular se


identifiquen las pruebas que se refieren específicamente a él y se determine el grado
de confirmación que ellas le atribuyen…”156.

La narración construida por el juez es entonces un conjunto ordenado de


enunciados fácticos que han sido confirmados por las pruebas adquiridas en el
proceso, racionalmente valoradas, por lo que los considera como verdaderos. Esta
narración configura la motivación de la sentencia y a través de ella, el juez no debe
persuadir a nadie, pero debe proporcionar las razones suficientes que hacen que su
decisión se encuentre fundada.

La motivación, entonces, debe ser completa y coherente, es decir, que deben


darse razones suficientes para todas las inferencias probatorias que dan por
confirmadas la verdad o falsedad de los enunciados de las partes y de la narración
construida por el juez.

Concluimos entonces que si se han dado todos estos elementos en la


sentencia, “…se podrá decir que enuncia la verdad…”157.

2. La congruencia.

156
TARUFFO, Michele; “Simplemente la verdad”; op. cit., pág. 252.
157
TARUFFO, Michele; “Simplemente la verdad”; op. cit., pág. 274.
62
La congruencia158 procesal es un instituto que establece los límites de la
decisión del juez, manifestándose como la correlación entre las postulaciones de las
partes y aquélla. Según Enderle “…la congruencia constituye un módulo de
directivas dirigidas decididamente al órgano jurisdiccional para que, en razonable
adscripción y funcionalidad al mismo, propenda con su ajuste, indirectamente, a la
justicia de la decisión…”159.

Se manifiesta como un principio consecuencial del principio dispositivo y del


contradictorio y encuentra amparo constitucional en el respeto al debido proceso y
su observación puntual, aún con sus flexibilizaciones, es un presupuesto de “…una
sentencia de fondo que se adecue a parámetros razonables de justicia en la
decisión…”160.

El principio tiene su fuente en las Partidas de Alfonso el Sabio, cuya Ley 16 del
Título XXII de la Partida III, se titulaba “…Cómo non deue ualer Juyzio que da el
Judgador sobre cosa que non fue demandada ante el…” , expresando el Lic. López en
su comentario “…siendo tres los puntos en los cuales debe ser la sentencia conforme
con el libelo, esto es, la cosa, la causa y la acción… Si la sentencia proferida se
estiende á mas de lo pedido, es ipso jure nula,…” 161. Este principio se omitió
originariamente en forma expresa en la Ley de Enjuiciamiento Civil española de
1855, pero como su art. 61 sólo establecía que “…Las sentencias deben ser claras y
precisas, declarando, condenando ó absolviendo de la demanda…” , sus
comentaristas sostenían que a pesar de no estar expresamente dispuesto, el texto
del artículo en comentario establece tácitamente que “ha de haber congruencia entre
aquella y esta; ha de ser la sentencia conforme a la demanda…” 162. Esto fue resuelto
con la modificación de 1881, “…que estatuye en su art. 359: ‘…las sentencias deben
ser claras, precisas y congruentes con las demandas y con las demás pretensiones
deducidas oportunamente en el pleito…”163.

158
Del latín congruentia o congruere, que significa conformidad, coincidencia; Según la R.A.E.: conveniencia, coherencia,
relación lógica/ Conformidad entre los pronunciamientos del fallo y las pretensiones de las partes formuladas en juicio.
159
ENDERLE, Guillermo Jorge; “La congruencia procesal”; Rubinzal-Culzoni; Santa Fe; 2007: pág. 53.
160
ENDERLE, Guillermo Jorge; “La congruencia procesal”; op. cit.; pág. 16.
161
LOPEZ, Gregorio; “LAS SIETE PARTIDAS del Sabio Rey D. Alfonso el IX”; op. cit.; t. II, pág. 545.
162
MANRESA y NAVARRO, José María, Ignacio MIQUEL y José REUS; “Ley de enjuiciamiento civil, comentada y
esplicada”; op. cit., t. I, págs. 201 y 202.
163
PEYRANO, Jorge W.; “El proceso civil”; op. cit.; pág. 63, con cita de Abraham Reicer, ‘La congruencia en el proceso
civil’, en ‘Revista de Estudios Procesales’, Nº 5, p. 17.
63
En la legislación clásica, ha sido pilar del proceso civil y sigue siéndolo en
todos los sistemas actuales cuyos regímenes de gobierno respetan el estado de
derecho y la propiedad privada.

Calamandrei, refiriéndose a él afirmaba “…No sólo, pues, el juez no puede


proveer si antes no ha habido alguien que se lo haya pedido, sino que debe,
además, al proveer, mantenerse dentro del tema planteado por las partes: en el
sentido de que, al indagar si existen las condiciones para aceptar la demanda, debe
tomar en consideración solamente los hechos alegados por las partes, y debe,
además, limitarse a conceder o denegar, a base de ellos, la providencia pedida, sin
poder indagar de oficio si eventualmente sería más apropiada, respecto de los
mismos, una providencia diferente…”164.

Pero analicemos ordenadamente las consecuencias del principio dispositivo y


su consecuencial, el principio de congruencia:

a. El ejercicio de la acción

Nadie puede promover acción sino sólo el particular legitimado y por su sola
voluntad. Esta consecuencia se enunciaba antiguamente con los brocárdicos ne
procedat iudex ex officio (no procede juicio de oficio) y nemo iudex sine actore (no
hay juicio sin actor). Rocco nos señala “…Principio que no sólo es válido para el
primer acto con que se ejercita el derecho de acción, sino para toda la serie de los
actos, mediante los cuales este derecho se actúa a través de todo el proceso…” 165, lo
que nos lleva a la siguiente consecuencia.

b. El impulso procesal

Si sólo la parte puede iniciar el proceso, sólo la parte puede seguirlo o instarlo.
Esta consecuencia es coherente con el instituto de la perención que busca evitar la
duración indefinida del proceso, pero no con algunas facultades de instancia de oficio
que varios sistemas han incorporado en tiempos relativamente recientes, que
desnaturalizan al principio (dispositivo) y a su institución correlativa (la perención).
No se comprende cómo ha de declararse la perención en un proceso en el que la
164
CALAMANDREI, Piero; “Instituciones de Derecho Procesal Civil”; op. cit.; t. I, pág. 403.
165
ROCCO, Alfredo; “La sentencia civil – La interpretación de las leyes procesales”; Librería El Foro; Buenos Aires; 2003;
pág. 166.
64
instancia no esté a cargo exclusivo de la parte y menos aún que sea el juez quien la
declare, ahora corresponsable de la misma, lo que lo coloca como juez y parte de la
cuestión. El tema se plantea, por su importancia, pero nada más, por exceder el
objetivo del presente estudio.

c. La definición de la causa petendi

Las partes tienen a su cargo la aportación fáctica de la causa petendi, tal


como lo viéramos en la demanda y contestación, según la teoría de la
sustanciación166.

“…Debemos fijar ahora la atención en la llamada Verbandlugsmaxime


(literalmente, máxima de debate). Se trata aquí del principio que expresa la idea de
que corresponde a las partes determinar el alcance y contenido de la disputa judicial
o, invirtiendo los términos, de que el tribunal queda limitado a la consideración de lo
que los litigantes han planteado ante él…”167

d. La definición del thema decidendum.

Esta consecuencia se anunciaba antiguamente con los brocárdicos ne eat


judex ultra petitia partium (no puede el juez resolver más allá de lo pedido por las
partes) y sentencia debet esse conformis libello (la sentencia debe ser conforme al
libelo) y conforma el principio consecuencial de congruencia.

Picó I Junoy, precisa que “…Hay incongruencia cuando existe un desajuste


entre el fallo judicial y los términos en que las partes han planteado los términos del
debate…”168

Rocco nos dice: “…Por tanto, a la facultad, comprendida en el derecho de


acción, de obtener del Estado la declaración de lo que es derecho en los casos
concretos, corresponde la obligación, comprendida en el deber genérico del Estado,
de prestar la tutela jurídica procesal, de hacer tal declaración; la sentencia es el acto
por el que el Estado cumple con esta obligación. Pero como hay una
correspondencia perfecta entre aquella facultad y esta obligación, así debe haber

166
Ver infra Capítulo II, pto. 3.
167
MILLAR, Robert Wyness; “Los principios formativos del Procedimiento Civil”, op. cit., pág. 59.
168
PICÓ I. JUNOY, Joan; “El juez y la prueba”, 2ª ed.; Ed. Bosch; Barcelona: 2012; pág. 82.
65
correspondencia perfecta entre los actos en que aquella facultad se desarrolla y el
acto con el que esta obligación se cumple…”169.

Para lo que aquí interesa, el principio de congruencia funciona también como


una limitante para la incorporación de la verdad de los hechos, ya que como
podemos comprobar, en razón del mismo el juez debe atenerse a los hechos
incorporados por las partes en la demanda y su contestación, pudiendo agregar sólo
hechos secundarios de éstos, que surgieran de la prueba adquirida en el proceso,
sea por moción de parte o de oficio.

“…El juez debe ‘construir’ (o reconstruir) los hechos sobre la base de los
elementos de los que dispone, es decir: a) las alegaciones relativas a los hechos
principales y secundarios realizadas por las partes; b) las informaciones que resultan
de las actuaciones procesales, y en particular de las pruebas… y c) las nociones
proporcionadas por la experiencia y por el sentido común…”170

Tal como hemos dejado dicho, puede ocurrir que ambas partes incorporen a la
litis hechos falsos, lo que impedirá seguramente el acceso a la verdad o el
conocimiento de la realidad de los hechos invocados por parte del pretor.

Las excepciones elaboradas por la doctrina y la jurisprudencia al principio en


cuestión, no pasan por la falsedad de los hechos invocados, por lo que de nada sirve
aquí su análisis o estudio por exceder el objetivo del presente, a pesar de la
importancia científica de la cuestión.

Capítulo VI

169
ROCCO, Alfredo; “La sentencia civil – La interpretación de las leyes procesales”; op. cit.; pág. 167.
170
TARUFFO, Michele; “Simplemente la verdad”; op. cit., pág. 230.
66
Conclusiones.

En primer lugar hemos de concluir, contra la opinión de expresiones


doctrinarias por las que tengo el mayor de los respetos, por no confesar mi
admiración171, que entiendo que el objetivo del proceso debe ser la búsqueda de la
verdad, más allá de los inconvenientes con lo que el juez ha de encontrar en la
misma, en ese contexto.

Evidentemente es una tarea que ab initio se encuentra limitada por la


aportación fáctica de dos versiones originadas en las partes, que tienen interés
exclusivo en ganar el juicio y que generalmente están desinteresadas en la
búsqueda de la verdad, lo que deja un callejón muy estrecho de actuación.

A ello hay que agregar las limitaciones establecidas al proceso por la


aportación de la prueba, que hacen aquellas, más allá de las facultades oficiosas que
entendemos debe tener el juez, con carácter de deber de producción, aún o
generalmente, ante la negligencia de las partes. En este aspecto también estamos
en desacuerdo con la doctrina dominante, ya que francamente entendemos que,
salvo casos muy excepcionales, las medidas para mejor proveer vienen a sustituir o a
complementar la actividad probatoria de alguna o de ambas partes, que por omisión
intencional o no, o no ofrecieron o no fueron diligentes en la producción de la
medida que ahora, por vía oficiosa, debe disponer el juez.

Esta conclusión, creemos sinceramente, no afecta para nada el principio


dispositivo, cuya limitación natural es el interés público existente en el proceso,
paralelamente al interés particular de las partes.

También tenemos presentes las limitaciones que encontrarán las partes si se


lo propusieran y el juez que debe hacerlo, en esa búsqueda de la verdad, ante las
limitaciones impuestas por el principio de eventualidad y el preclusivo, así como el
contradictorio, dentro del marco de temporaneidad integral de todo el proceso, pero
no debe perderse de vista que es ésta la única posibilidad de arribar a una decisión
justa del conflicto y de mantener el proceso mínimamente ordenado. Aún en los
sistemas de proceso oral, donde campea la teoría de la individualización, habrá un
momento en que precluyen las facultades introductorias de hechos y de pruebas y
171
PEYRANO, Jorge W.; “El juez y la búsqueda de la verdad en el proceso civil” op. cit.
67
pasarán los autos a despacho para su resolución, ya que no puede mantenerse el
proceso abierto ad infinitum. Recordemos que una de sus características es su
temporaneidad y su direccionamiento hacia el dictado de un resolutorio que ponga
fin al mismo.

En cuanto a las limitaciones probatorias, habrá que revisarlas cuidadosamente,


para apuntar a eliminar todas aquellas que carezcan de un valor capaz de competir y
disputar el lugar con el derecho de defensa en su rango constitucional. Habrá
además que analizar la inconstitucionalidad de todas aquellas exclusiones probatorias
que no protejan un valor de similar o superior jerarquía y trabajar desde lo
doctrinario en su supresión, pero semejante estudio, excede con creces los limitados
objetivos del presente.

Por otra parte, como abogados litigantes, somos consientes de la sobrecarga


de trabajo de los juzgados y de la “hiperjudicialización” de los conflictos que agrava
aquella situación “…pudiendo, entonces, ser solucionada, únicamente merced a la
más amplia gama de paliativos posibles…”172 y que por lo tanto imponerle al juez, en
ese marco, la búsqueda de la verdad en cada causa que entra en su órbita
jurisdiccional, es una tarea prácticamente imposible, de manera que seguramente lo
deberá hacer utilizando aquél “…’principio de oportunidad’ de acuerdo con el cual
existe una gradación jerárquica de las causas,…”173, que hará que sólo “…en
supuestos que lo justifiquen, emitirá medidas para mejor proveer para intentar
levantar el velo que oscurece la verdad…”174.

Finalmente se impone una profunda revisión de la prueba tasada, ya que las


disposiciones que la impusieron a su hora, buscando la seguridad jurídica, son hoy
posiblemente contraproducentes y están provocando el efecto inverso, creando
bolsones inaccesibles a la consideración jurisdiccional que las transforman en
herramientas ideales para el fraude y la fractura de las normas.

No concebimos un proceso civil que cuyo objetivo sea ajeno a la búsqueda de


la verdad, porque tal como lo hemos venido afirmando a lo largo de este trabajo, no
172
PEYRANO, Jorge W.; ‘La privatización, transferencia o tercerización de funciones judiciales’ en “Procedimiento Civil y
Comercial. Conflictos procesales”; Ed. Juris; Rosario; 2002; t. I, págs. 105 y ss.
173
PEYRANO, Jorge W.; “El juez y la búsqueda de la verdad en el proceso civil”; op. cit.
174
PEYRANO, Jorge W.; “El juez y la búsqueda de la verdad en el proceso civil”; op. cit.

68
puede haber una decisión justa, si los hechos que la motivan no resultan verdaderos
y entendemos entonces que sólo así se puede hacer realidad el mandato
constitucional de nuestro preámbulo que nos impone “…afianzar la justicia…” o aquel
principio fundamental enunciado por Ulpiano de “…dar a cada uno lo suyo…”.

BIBLIOGRAFÍA

69
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