Consuelo Martín Fernández, Maricela Perera Pérez y Maiky Díaz Pérez no. 7: 92-98, julio-septiembre, 1996.

La vida cotidiana en Cuba.

Una mirada psicosocial

Consuelo Martín F
Fernández
ernández
Profesora. Universidad de La Habana.

Maricela Perera Pérez

Investigadora. Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas.

Maiky Díaz Pérez

Profesora. Universidad de La Habana.

C AFÉ: Caliente, Amargo, Fuerte y Escaso. En taza

muy pequeña, se apura y se traga de un sorbo. Ese
«buchito» de café, típicamente cubano, sintetiza historia,
identidad y cultura en nuestra vida cotidiana. Significa
continuidad, pertenencia, permanencia, un modo de ser
y de pensar. Y como a toda «estabilidad» le es
consustancial la contradicción para la transformación y
el desarrollo, nos proponemos «mirar con ojos
psicosociales» los cambios en la cotidianidad cubana
actual.
En toda sociedad acontecen transformaciones que,
en un momento histórico determinado, promueven
cambios. Estos cambios se concretan en el transcurrir
cotidiano de los grupos sociales, donde se producen y
reproducen las relaciones determinantes —de orden
económico, político y social— de cualquier sociedad y,
con ellas, la subjetividad de los hombres que la integran.
Naturalmente, quedar en ese nivel de generalidad y
abstracción teórica, resultaría insuficiente.
Abordar esta temática únicamente desde la psicología
social o desde la sociología no significa ignorar que su
contenido y complejidad trascienden los límites de ambas
disciplinas. No obstante, como a cada ciencia particular
le toca ir «haciendo camino al andar», este tratamiento
psicosocial se propone contribuir al conocimiento
multidisciplinario sobre la vida cotidiana.
Cambio y crisis
Cuba es una pequeña isla, ubicada en el Mar Caribe
del continente americano, inserta en un mundo
convulso y cambiante. La coyuntura vivida por nuestro
país en los últimos cuatro o cinco años —el primer lustro
de la última década del siglo XX— abarca acontecimientos
que impactan todos los órdenes, macrosociales y
macroeconómicos, institucionales y grupales (la vida
doméstica, familiar, laboral) e individuales (valorativos,
afectivos, personales). Afecta, en fin, la cotidianidad de
Cuba y de cada cubano, y la subjetividad social. 1
En ese contexto, emergen interrogantes como las
siguientes: ¿Qué entendemos por cambio social? ¿Qué
repercusiones puede tener la situación de cambio social
para la vida cotidiana y la subjetividad de cualquier
ciudadano común? ¿Cuáles son las formas conductuales
que suelen concurrir ante tales situaciones?
Apuntaremos algunas reflexiones al respecto.
Al revisar la literatura sobre el tema, se observa que
el cambio social supone —en sentido amplio—
variaciones o modificaciones de la realidad social e
implica —en sentido estrecho— transformaciones del
sistema social. En el abordaje teórico, unas veces se habla
indistintamente de cambios sociales y otras de crisis

92

sociales. Toda situación de crisis o cambio social tiene
una implicación dialéctica con crisis y cambios en el
nivel de la subjetividad —social e individual. Dicho
de otro modo, las transformaciones a nivel societal en
el orden económico, político y social producen
transformaciones en los sistemas de valores,
percepciones, representaciones, ideales, conductas y
necesidades de los grupos humanos —y de sus
individuos particulares 2— inmersos en la situación de
cambio.
Sin entrar en la polémica sobre la díada cambio-
crisis, observamos que el cambio social se presenta,
en los diferentes contextos, con distintas magnitudes
y niveles de alcance. No compartimos la idea que
absolutiza la crisis social como una manifestación
extrema y aguda del cambio social. La crisis es una
forma de cambio, pero no necesariamente su modo
extremo. En este fenómeno interviene una pluralidad
de elementos que actúan simultáneamente y tipifican
la situación de cambio social, la que adopta una
configuración particular en cada contexto y momento
histórico-social concreto.
La crisis es un proceso de desestructuración de lo
cotidiano. Se presenta como una situación nueva,
cambiante, que provoca «rupturas» y moviliza
numerosos factores subjetivos.
Preferimos hablar de la crisis como etapa de
posibilidad y necesidad mayores, para que se
produzcan transformaciones de diversidad y alcance
superiores. Tales transformaciones pueden desembocar
en situaciones de cambio social positivo, desarrollador,
que caracterizarían crisis sociales de crecimiento; pero
también, en situaciones de estancamiento o de cambio
social negativo, se identificarían con crisis de
involución social. Con los criterios de «positivo» o
«negativo» nos estamos refiriendo al grado de
humanismo implícito en las situaciones de crisis o
cambio social. Este razonamiento es válido para los
niveles personal, grupal, institucional y social.
Hablar de crisis en un contexto social supone la
modificación significativa de las condiciones materiales
y espirituales en que habitualmente ha vivido una
comunidad, así como el impacto que tales
transformaciones provocan en la vida cotidiana de sus
miembros.
En una situación de crisis, con independencia del
nivel de que se trate —personal, familiar, grupal,
social— ocurre que lo viejo y habitualmente conocido
ya no da cuenta de lo que acontece ni ofrece cabal
respuesta. Lo nuevo que surge resulta incierto y
demanda la elaboración de esquemas referenciales
donde aparezcan respuestas posibles y la opinión y la fe, a formas culturales de ser en el mundo,
correspondientes a esas nuevas situaciones. La
incertidumbre despierta angustias y ansiedades,
precisamente por la carencia de esos referentes de
actuación. De esta forma, se producen numerosas
rupturas en los modos de pensar y accionar en la vida
cotidiana porque, al no ajustarse a la cotidianidad
cambiante, se tornan inoperantes.
93
La vida cotidiana en Cuba. Una mirada psicosocial
¿Qué es la vida cotidiana?
En general, es la realidad construida por los hombres
en y a través de sus relaciones dinámicas con el ambiente
social y natural, en la cual se produce y reproduce la
sociedad. En términos de la reflexión psicológica, es la
expresión inmediata, en un tiempo, ritmo y espacio
concretos, del conjunto de actividades y relaciones
sociales que regulan la vida de la persona en una
formación económico-social determinada, es decir, en
un contexto histórico-social concreto. 3
Como señalan Quiroga y Racedo, «a cada época
histórica y a cada organización social le corresponde un
tipo de vida cotidiana. Y en esa cotidianidad es donde
subyacen las relaciones que los hombres guardan con
sus necesidades en cada organización social».4
Así está determinada la cotidiana vida de la persona.
Y decirlo en singular implica que se trata de la vida
misma. Más allá de cualquier ideología, filosofía, religión
o credo, la vida cotidiana es la vida de la persona, su
existencia misma, es el transcurrir de su historia
individual en un aquí y ahora concretos. Es donde
coexisten lo trascendente y lo intrascendente para cada
ser humano.
La vida cotidiana se presenta al individuo como lo
que debe ser, lo dado, lo natural, lo obvio. Esto hace
presuponer que esas formas de pensar y actuar, devenidas
estilos, son estables y duraderas. Por tanto, son sentidas
como una realidad relativamente coherente.
La realidad cotidiana se presenta al individuo ya
objetivada. Desde que nace el ser humano encuentra una
realidad construida, objetivada e impregnada de sentidos
que se tornan tales y toman significados en y durante su
proceso de socialización, en el cual se le imponen como
una realidad ordenada.
Es muy numerosa la cantidad de estímulos y
situaciones que acontecen, simultáneamente, en la vida
cotidiana. Por el tiempo mínimo que posee el individuo
para reaccionar, tomar decisiones y desenvolverse en ese
cotidiano de vida, se vale de todo un sistema de
conocimientos, experiencias y afectos que son adquiridos
a través de las diferentes instancias socializadoras
—familia, escuela, medios de comunicación social, entre
otros. Este es el sistema llamado conocimiento cotidiano
o natural, que funciona como esquemas referenciales que
el individuo utiliza para su actuar diario y le permite
orientarse, comportarse, conducirse de manera
«adaptada», en su cotidianidad.
Como indica Pichon-Rivière,
el conocimiento cotidiano se estructura de acuerdo a [sic]
se aplica en los rituales, el folklore, los mitos, los
proverbios, los consejos de los mayores, etc. El pensamiento
cotidiano nunca es teoría pura, está cargado de afectos y
de prejuicios. 5
La vida cotidiana, por definición, implica un sistema,
en cuya dinámica coexisten relaciones dialécticas entre
el sujeto (individuo) y el sujeto social (sociedad-
Consuelo Martín Fernández, Maricela Perera Pérez y Maiky Díaz Pérez
instituciones-grupos). Así, el mantenimiento del sistema
sujeto-sujeto social refiere directamente a la producción
y reproducción de la vida cotidiana. Incluye lo cotidiano,
reiterativo y ordinario, que supone la relación establecida
entre la necesidad y su satisfacción en acciones y eventos
vitales, cuya reiteración es imprescindible; o sea, que
responde a eventos para la reproducción de acciones que
posibiliten el mantenimiento del sistema. Dicho en pocas
palabras, la vida cotidiana es el sistema que integra el
conjunto de actividades vitales que deben repetirse
diariamente para la satisfacción de necesidades biológicas,
psicológicas y sociales de la vida misma: necesidades de
alimentación, de comunicación, de trabajar, de descansar,
entre otras.
Pero también incluye lo no cotidiano, no reiterativo,
extraordinario, es decir, lo que responde a eventos que
no son imprescindibles para que exista la posibilidad
del mantenimiento de la vida como sistema. Están
determinados más bien por contingencias del individuo,
de la situación de interacción con los otros. Sin embargo,
forman parte de la cotidianidad porque implican, en
mayor o menor medida, la ruptura de lo ordinario,
evidencian su contradicción y requieren de ajustes y
soluciones para mantener el equilibrio del sistema. Se
trata, por ejemplo, del matrimonio, el divorcio, el
nacimiento de un hijo, el cambio de vivienda, el
fallecimiento de un familiar, etc. Pueden implicar
cambios, positivos o negativos, pero siempre demandan
la reestructuración de la cotidianidad.
La vida cotidiana en Cuba ante la crisis
¿Qué sucede en la vida cotidiana ante una situación
de crisis?
Si lo cotidiano es eso que se presenta como lo obvio,
como una realidad ordenada y coherente, de la cual uno
no se extraña y que no se cuestiona, la crisis supone una
vivencia de ruptura. Esta obliga a convertir en objeto de
análisis, en motivo de reflexión, esa ruptura de la
continuidad en el proceso de vida.
Psicológicamente, se pone en evidencia la validez,
eficacia y relatividad de los esquemas referenciales de
actuación, porque ante la nueva situación estos no
funcionan. Se desorganiza la percepción de lo cotidiano
en tanto historia coherente, donde cada etapa sucede a
la anterior por la siguiente «de modo natural». Ocurre
cierta desorganización en el nivel cognoscitivo, pues el
conocimiento cotidiano no permite dar respuesta a
muchas de las situaciones que se presentan; los referentes
cognitivos previos dejan de ser efectivos.
En el nivel afectivo, las nuevas situaciones son
vivenciadas con una gran carga emocional. Se generan
inseguridades y ambigüedades. Las situaciones de ruptura
y desvalorización de lo cotidiano —que se producen
durante la crisis— provocan en el individuo necesidades
ante lo nuevo —las cuales se presentan abruptamente—
y generan miedos por la pérdida de lo ya conocido
—que pasa entonces a ser viejo. Aparece la angustia ante
94
lo desconocido y, una vez más, se hace evidente que los
esquemas referenciales no sirven por el carácter «inédito»
que adquiere la cotidianidad en crisis.
Aun cuando lo nuevo sea mejor o positivo, se
produce en el individuo, como tendencia natural, un
cierto impulso conservador, que desea mantener/
restaurar lo conocido. De alguna manera, se pueden
afectar los elementos que determinan la pertenencia a
un grupo o contexto social más amplio, y puede ocurrir
también que se vea afectada la vivencia de continencia
del grupo. Se produce un cuestionamiento de la situación
y de los modos habituales de pensar y actuar. Se fractura
la sucesión inteligible en que se vive; y se han de
reestructurar los modelos o matrices de aprendizaje (en
términos de Quiroga) que significaron hasta ahora las
experiencias vividas.
Desde estas perspectivas, ¿qué ha ocurrido en el actual
contexto social cubano?
Cuando aquí se habla de actualidad, lo primero que
viene a la mente es cuánto ha cambiado todo desde hace un
par de años o quizás cuatro años atrás, y más aún si la
comparación se retrotrae a la imagen de la década del
80. En Cuba, la dialéctica implícita en el movimiento
de la vida cotidiana de los años 90, matiza y hace
conscientes los hechos más insignificantes de la vida
misma, para cada uno de sus habitantes.
Quizás hoy sea más fácil percibir, en la vida cotidiana,
lo que se ha dado en llamar, desde 1990, «período especial
en tiempo de paz». En el discurso político se analizaba
la realidad económica del país y se explicaba a la
población las dificultades del futuro inmediato. 6 Una
traducción cotidiana la refleja el título de un artículo
publicado en Granma en 1995: «¿Cómo estirar el
kerosén?»; o en una edición de Bohemia de 1994 donde
se dice que «la crisis ha obligado a una dieta básica de
arroz y frijoles [...] son muchos los productos que han
‘desaparecido’ de la libreta y que se deben adquirir en el
mercado negro». Por ejemplo, durante 1993 una caja de
cigarros costaba 30 pesos en el mercado negro y en los
días de ese fin de año hubo quien pagó 80 pesos por ella;
hoy en cualquier mercado se pueden comprar los cigarros
que se deseen —además de los normados por la libreta y
subvencionados— y la caja cuesta como máximo diez
pesos. Este ejemplo, que parece simple, encierra cambios
operados en el corto lapso de dos años, cuando la
economía doméstica ha requerido de nuevas
estructuraciones, que se asumían de manera consciente
cuando estaba en sus peores momentos, pero que pasan
a ser obviedades «olvidadas» de la cotidianidad cuando
hay cierta mejoría.
Hay que reconocer los esfuerzos del Gobierno
cubano para paliar las situaciones que se fueron creando
y que la población ha vivenciado cotidianamente. La
falta de combustible se refleja en los cotidianos
problemas de transporte: las formas habituales de
trasladarse de un lugar a otro cambiaron a otras nuevas,
como el uso masivo de las bicicletas; se cancelaron
algunas rutas de ómnibus que fueron sustituidas por

diferentes tipos de transporte colectivo —camiones,
«camellos», taxi-bus, etcétera.
La escasez de energía eléctrica desestructuró la
organización cotidiana de las actividades familiares,
laborales, recreativas, etc.; en este período transitamos
desde la situación crítica de diarios apagones de ocho
horas hasta frecuencias mínimas de una vez por semana.7
Si bien esta circunstancia no ha sido eliminada
completamente, porque depende de la disponibilidad de
combustible, las actividades se han reestructurado
paulatinamente de manera casi imperceptible; por
ejemplo, los horarios de televisión, de cine, museos, etc.
En medio de los apagones la vida cambiaba. Esta nueva
situación se caracterizaba por generar contrariedades y
disgustos. Al mismo tiempo, muchas veces se
incrementaban las relaciones sociales: familias, amigos,
y vecinos se reunían, conversaban, jugaban a distintos
pasatiempos. Hoy muchos reconocen que —sin
proponérselo— se desarrollaron más la comunicación y
la solidaridad humanas.
Las carencias de alimentos y medicinas demandaron
altas dosis de creatividad. Nuevos platos surgieron para
suplir la habitual dieta cubana y la medicina tradicional
emergió como una alternativa a la medicina occidental.
En ambos casos, muchas de esas variantes son hoy
opciones cotidianas que se asumen como válidas. Para
quienes requieren medicamentos sistemáticos
—hipertensos, asmáticos, diabéticos, etc.—, se organizó
la adquisición de sus medicinas mediante una tarjeta en
farmacias específicas, lo cual supone una transformación
en sus hábitos al respecto.
Quizás sea esta la primera vez —después del triunfo
de la Revolución— que tiene lugar cierta incertidumbre
e inseguridad y se modifican los contornos, en la
subjetividad cotidiana, de lo que podría ser un modelo
para la sociedad del futuro de las nuevas generaciones;
sus límites se perciben en continua construcción.
Efectivamente, en los años 90 vivimos en una
situación de crisis, en la que el deterioro de la economía
y la producción deja una impronta en la vida cotidiana
cubana. Se han tomado distintas medidas que han
permitido sortear las dificultades y preservar los logros
de la Revolución. Son numerosos y variados los nuevos
hechos —insospechados e inaceptables hasta hace muy
poco— que irrumpen en las formas habituales de
organización social, familiar y personal; en la conducta,
consumo y pensamiento del cubano. Una simple
enumeración de algunos de los diversos cambios
operados en la sociedad cubana durante los últimos años
puede ilustrar las rupturas de la cotidianidad que hemos
vivenciado. Algunos de ellos pueden aparecer como
complementaciones y otros como oposiciones en la vida
cotidiana.
• La contracción de bienes de consumo y servicios, y de
ofertas recreativas, como la reducción de los horarios
del cine y la televisión, de las tiradas de publicaciones,
etcétera.
95
La vida cotidiana en Cuba. Una mirada psicosocial
• La reducción de empleos como resultado de las
medidas de racionalización y reordenamiento
económico.
• La ampliación impetuosa del número de trabajadores
«cuentapropistas» y la aprobación de la Ley del
Trabajo por Cuenta Propia.
• La extensión de las prácticas religiosas y la eliminación
de algunas restricciones a los creyentes —ingreso al
Partido Comunista de Cuba, etcétera.
• La apertura al capital extranjero, con la consiguiente
formación de empresas mixtas, firmas extranjeras, etc.
y la posterior aprobación de la nueva Ley de
Inversiones, cuyo cuerpo legal abre casi todas las esferas
de la economía a la inversión extranjera.
• La despenalización de la tenencia de divisas, la creación
del peso cubano convertible y la apertura de las Casas
de Cambio.
• La desvalorización/revalorización del peso cubano.
• La apertura del mercado agropecuario regido por la
ley de la oferta y la demanda.
• La reorganización de las formas de producción agrícola,
con la creación, por ejemplo, de las Unidades Básicas
de Producción Agropecuaria (UBPC).
• La emigración ilegal —«balseros»— y los acuerdos
migratorios con los Estados Unidos. La población
percibe el proceso con menor carga negativa y, en
algunos lugares, el rechazo se sustituye por una
contradictoria aprobación del fenómeno.
• El incremento de los permisos de visitas de los
familiares residentes en el exterior y sus envíos de
remesas de dinero. La tendencia a la normalización de
las relaciones entre el Gobierno cubano y los
emigrados. El desarrollo de regulaciones migratorias
que implican un proceso migratorio con retorno
(permisos de residencia en el exterior por contratos
de trabajo, matrimonio, etcétera.).
• El desarrollo del turismo como industria en ascenso y
sus secuelas negativas, como el incremento de la
prostitución, la dolarización de los servicios y otros.
• La aprobación de la nueva Ley Tributaria (inexistente
desde los años 70), que implica un gravamen sobre los
ingresos personales de los cuentapropistas y los
trabajadores que perciben ingresos en divisas.
Estos son sucesos acaecidos en el orden interno del
país. Muchos son los que pudieran referirse, en el ámbito
internacional. Por ejemplo, cabría reiterar:
• La desaparición de la URSS, y la instauración de la
economía de mercado en Europa del Este.
• La agudización del bloqueo económico impuesto por
los Estados Unidos y sus ingentes esfuerzos por
internacionalizar el conflicto bilateral con Cuba. La
firma de la Ley Helms-Burton por la administración
Clinton. Las restricciones a la ayuda económica de
los cubanos emigrados a sus familiares.
• La creciente unipolaridad mundial.
• El debilitamiento de los modelos socialistas y las
fuerzas progresistas.
Consuelo Martín Fernández, Maricela Perera Pérez y Maiky Díaz Pérez
Las formas habituales de pensar, actuar y conducirse han sido
impactadas. Los esquemas referenciales devienen insuficientes
e inadecuados para dar respuesta a un entorno en movimiento,
en una dinámica cambiante que puede ir más allá de los límites
de compensación de muchos individuos. Resumido en dos
palabras, se ha producido una ruptura en la cotidianidad del
cubano.
• La generalización del modelo neoliberal y sus
consecuencias en el contexto latinoamericano.
• El desarrollo de guerras y conflictos nacionalistas entre
pueblos hasta hace poco aparentemente amigos.
Todos estos hechos son suficientes para situar a los
cubanos ante una situación de profundos cambios. Las
formas habituales de pensar, actuar y conducirse han
sido impactadas. Los esquemas referenciales devienen
insuficientes e inadecuados para dar respuesta a un
entorno en movimiento, en una dinámica cambiante que
puede ir más allá de los límites de compensación de
muchos individuos. Resumido en dos palabras, se ha
producido una ruptura en la cotidianidad del cubano.
Veamos ejemplos de las rupturas vivenciadas por los
propios actores sociales de la cotidianidad cubana actual.8
Para muchos sujetos tener dólares no tenía sentido, no
era necesario. No solo era ilegal, sino rechazado con
referencias de carácter peyorativo. En agosto de 1993 se
legaliza su tenencia, giro económico vertiginoso que
implica contradicciones entre la experiencia y la forma
social de representarse la existencia misma.
Las rupturas en la cotidianidad reflejan el contexto
de las contradicciones sociales. A esta situación se asocia
la desprofesionalización, que se vivencia como no poder
hacer el trabajo para el cual se realizaron estudios y preferir
hacer alguno que garantice una remuneración en dólares;
hay un sector con elevados ingresos sin que su actividad
laboral se corresponda con los mismos; el trabajador
asalariado, sea técnico, profesional u obrero, que no conocía
otra forma de vivir que no fuera a partir del producto de su
trabajo es el más afectado porque se le derrumban sus
creencias, porque ve que otros, por vías antes no legítimas,
encuentran la satisfacción de sus necesidades.
En 1996, no es casual hablar de crisis en Cuba porque
el planteamiento que trae aparejado este «período
especial» no es otra cosa que un cambio en las formas de
producción y reproducción de la vida cotidiana. En el
espacio que significan los ámbitos de nuestra vida
cotidiana actual se han producido, en un breve lapso
(1990-1996), modificaciones en el ritmo de vida para la
satisfacción de necesidades cotidianas, que dependen de
las posibilidades de producción y consumo. Se requiere
mayor tiempo para la obtención de los alimentos, se ha
reorganizado la distribución de roles en la economía
doméstica, etc. Es válida la afirmación: tenía cien pesos y
no había alimentos que comprar, ahora es lo contrario; una
96
familia común pasó de la búsqueda angustiosa de la
comida diaria con el peso desvalorizado, a la búsqueda
del peso re-evaluado que no siempre alcanza para cubrir
las necesidades, a los precios de los alimentos disponibles
hoy en el mercado.9 Es importante destacar que en estas
condiciones no se vivencia la búsqueda como angustia
porque se percibe la existencia de los productos
alimenticios, aun cuando el mercado siga siendo
limitado.
Por su parte, la mayoría de las mujeres consideran
que a pesar de las carencias, la crisis la ha convertido
más que nunca en la responsable máxima de la familia, lo
cual podría ubicarlas entre los grupos más afectados por
la crisis. Sin embargo, es menester reconocer que hay
distintas posiciones, actitudes y valores entre las mujeres
que —a pesar del desarrollo y emancipación alcanzados—
vivencian en esta situación la satisfacción de sentirse el
eje, precisamente por tener una familia con la cual
compartir. Es interesante el hecho de que la convivencia
familiar en momentos de crisis económica, demanda
reajustes no solo materiales sino también espirituales;
se precisa aceptar y acatar nuevas normas haciéndo
dejación de las habituales y tal vez más agradables. En la
subjetividad cotidiana, durante la crisis, la tolerancia
emerge como cualidad indispensable para la convivencia y
las relaciones humanas.
La población está colocada ante exigencias
adaptativas grandes. Se desestructura y reestructura lo
cotidiano, se redefinen pautas de conducta, se intenta
mantener el equilibrio. Ello demanda flexibilidad de
pensamiento, una relación dialéctica —mutuamente
transformadora— entre el hombre y su entorno, entre
sujeto-sujeto social. Por supuesto, no es de esperar que
toda la población esté preparada para ello, ni que todas
las respuestas sean iguales. En tanto la impronta
económico-social es diferente sobre cada uno, así serán
de variadas las posibles actitudes, respuestas y
aproximaciones a las soluciones que puedan darse.
En la literatura se han descrito «conductas típicas
ante situaciones de crisis porque como tales, ellas ubican
al sujeto en situaciones nuevas para las cuales no se
sienten instrumentados», 10 es decir, capacitados para
lidiar con las presiones que genera una cotidianidad en
crisis. En Cuba, se pueden ver esas diferentes actitudes
en los sujetos, en función de las respuestas individuales
que generan las altas cargas de ansiedad e inseguridad
que acompañan a la crisis.

Se producen respuestas activas, intento de resolver
la situación a partir de comprenderla. La crisis no
significa «el fin de la historia», sino los costos de un
necesario rediseño económico con el objetivo de
defender determinadas conquistas y valores. La
reestructuración de los esquemas referenciales, de
pensamiento y acción —no sin elevados costos
emocionales— tiene un sentido constructivo, donde lo
personal es portador de una ética del ser.
Hay respuestas pasivas, parálisis, inmovilismo, dejar
que la vida pase y esperar a que todo vuelva a ser como
antes. Son quienes «se sientan» a ver qué sucederá,
adoptando posiciones que transitan por la indiferencia,
la no implicación personal o el criticismo a ultranza
desde la pasividad. También, pueden manifestarse
conductas depresivas, abúlicas, que lleguen al campo
patológico de la autodestrucción.
Además, se observan respuestas antisociales,
delictivas. Pueden considerarse activas desde una
participación e implicación personal del sujeto, pero se
separan por reactivas al orden social establecido. Pueden
ser desde las más rechazadas, como el incremento de
delitos comunes —robo—, hasta otras menos rechazadas,
aunque no aceptadas, como la prostitución —conocida
por «jineterismo»— o manifestaciones de individualismo
extremo y agresividad que implican debilitamiento de
la solidaridad humana.
Por último, se hallan las respuestas evasivas, el
escapismo, la fuga. Por ejemplo, irse del país en busca
de situaciones que satisfagan de manera rápida sus
necesidades inmediatas. Por otra parte, pueden ser tan
autodestructivas como el alcoholismo y la drogadicción.
En cualquier caso, los intereses personales dominan sobre
cualquier otro —familiar, social. De uno u otro modo,
se evade la realidad, porque no se tolera la presión de lo
cotidiano y se intenta reestructurar la vida cotidiana en
otra realidad, ya sea objetiva o imaginada.
Como toda clasificación, esta es reduccionista o
esquemática, pero su intención es tratar de describir
algunas de las posibles respuestas, a sabiendas de que la
realidad es más rica y diversa. Leerlas y vernos
«encasillados» en algunos casos o para algunas cosas,
puede despertar nuevas reflexiones. Saber que se dan en
otras sociedades o en otros contextos histórico-concretos
y que son identificables en nuestra coyuntura actual,
nos devuelve a un lugar en el tiempo, ritmo y espacio
nacionales e internacionales. No es nuevo, ni es un
«producto típico cubano». Todas esas respuestas
evidencian que lo que plantea la crisis es una nueva
exigencia adaptativa, de lectura crítica, de acción.
El proceso de desestructuración de lo previo es
consustancial al proceso de nueva estructuración de la
vida cotidiana. Desde el punto de vista psicológico, nos
permite observar que la doble ruptura que significa la
crisis se relaciona directamente con el descenso del
umbral de tolerancia a la frustración. La frustración se
incrementa como consecuencia de la propia crisis, al
producirse un desfase entre las necesidades y las formas
97
La vida cotidiana en Cuba. Una mirada psicosocial
de satisfacerlas, entre las experiencias vividas y las
representaciones que tenemos de ellas en lo cotidiano.
Si bien no tenemos datos de investigaciones sociales
que permitan constatar en cifras las consecuencias que
generan la frustración y la intolerancia, se puede estimar
que todo ello conduce al incremento de la violencia
cotidiana, de la hostilidad en los ámbitos laboral y
familiar, de las expectativas de satisfacción en el tiempo
libre. Es importante tener presente que las
insatisfacciones provocan intolerancia a la frustración
y, por tanto, tales conductas pueden ocurrir. Esto de
ningún modo niega la existencia de respuestas activas,
actitudes positivas, búsqueda de soluciones creativas y
novedosas. Sobredimensionar uno u otro tipo de
reacciones no se ajusta a la realidad, pues ni toda la
sociedad se puede tornar neurótica, inadaptada e
indiferente, ni todos unánimemente se implican de modo
activo, desde una posición crítica, en la búsqueda de
soluciones. Es evidente, a partir del conocimiento
empírico que ofrece la observación participante, que
todas y cada una de esas respuestas, conductas y vivencias
se han ido produciendo entre los cubanos.
El conocimiento psicosocial de la situación actual
puede contribuir, si no a revertirla, al menos, a encauzar
la búsqueda de soluciones desde una ética donde el ser,
el crecer, el creer, el sentir y el pensar, lleven un
compromiso real de desarrollo de la díada sujeto-sujeto
social.
Un objetivo esencial ha de guiar la praxis: la búsqueda
de espacios y la creación de condiciones que permitan a
cada ser humano expresar y desarrollar sus
potencialidades; revalorizar la individualidad, la
iniciativa personal y apoyarse en criterios de solidaridad,
paz y justicia social, valores esenciales para el desarrollo
y la protección de todo y de todos en nuestro país. Es
necesario trabajar las contradicciones sociales y
encaminar las soluciones entre el ser y el llegar a ser.
Hay que ser para llegar a ser.
El sentido de identidad —quién soy— debe surgir de
la integración de dos procesos en el sujeto, en su contacto
con otros. Como señala Mónica Sorín,
nuestra sociedad necesita de personas con un alto sentido
de la individualidad y de la pertenencia; la individualidad
debe expresarse en una actitud creadora y transformadora,
en la capacidad para desarrollar una opinión propia y
defenderla; la pertenencia se expresará en un profundo
compromiso social. 11
A nivel social, es posible potenciar espacios de
participación social efectivos, donde los diferentes
sectores sociales estén implicados en el ejercicio de sus
responsabilidades. Las palabras de Max Weber resultan
plenamente vigentes:
Nada se ha hecho con solo anhelar y esperar, hay que actuar
de otra manera. Es necesario ponernos en la tarea y
adaptarnos a la exigencia de la hora tanto humanamente
como desde el punto de vista profesional. Y esto será simple
y sencillo si cada uno de nosotros encuentra al demonio
que tiene el hilo de su vida y lo escucha.12
Consuelo Martín Fernández, Maricela Perera Pérez y Maiky Díaz Pérez
A pesar de la fuerza de la situación actual, en el
contexto de la crisis mundial y con su vida cotidiana en
crisis, Cuba no ostenta los grados de enajenación que
muestran otras sociedades cercanas, como las
latinoamericanas. A pesar de las contradicciones en
cuanto a las perspectivas del futuro, los obreros, los
campesinos, los intelectuales, los estudiantes, las mujeres,
la población en general, expresan opiniones profundas
y críticas sobre nuestra realidad.
Las generaciones jóvenes de hoy también integran
individuos críticos. Es necesario prestar oídos a su crítica.
Muchas veces ofrecen las soluciones más diversas a los
problemas actuales. Tal vez así se esté forjando el avance.
Y allí encontrarán las respuestas que suelen buscar los
no cubanos, cuyos ojos y oídos quedan atónitos al
intentar entender la dinámica de la subsistencia cotidiana.
La crítica reflexiva, más cautelosa que agresiva, encierra
la defensa de lo que se quiere criticar.
La crisis demanda cambios. En Cuba, la apertura no
solo se impone por la necesidad de las medidas
económicas en el «período especial», sino por la
necesidad y el deseo de muchos cubanos de perfeccionar
el socialismo. Desarrollar una sociedad que, en el
contexto histórico concreto que nos toque vivir, permita
encauzar un proyecto social justo y humanitario; que se
base en la dignidad y el valor del ser humano, de ese
hombre o esa mujer, de esos ancianos, adultos, jóvenes
y niños, que son los actores anónimos que crean y
recrean la vida cotidiana.
Mantener atenta la mirada a esta cotidianidad y ser
partícipes de su dinámica cambiante es fundamental,
porque somos parte de ella y nos pertenece; ya que
—como decía José Martí— «la vida es como todas las
cosas, que no debe deshacerlas sino el que puede volverlas
a hacer».
Notas
1. La utilización de este término se corresponde no solo con la sociedad
en general, sino más bien con la conceptualización de sujeto social: «es
toda unidad social que, a través de su identidad, coherencia y principios
esenciales participa en la vida social con una proyección intencional y
un espacio relevante de acción». Definición tomada de Fernando
González Rey, «Personalidad. Sujeto. Psicología social: hacia una
epistemología diferente» [ponencia]. XXIV Congreso Interamericano
de Psicología, Santiago de Chile, 1993. [Inédita].
2. Esta referencia se remite a la reflexión teórica sobre el ser humano
visto como un particular con potencialidades de alcanzar su especificidad,
su esencialidad, trascender en lo específicamente humano, y eso sucede,
98
precisamente, en su vida cotidiana, según señala Agnes Heller. (Historia
y vida cotidiana. México, D.F.: Ed. Grijalbo, 1985.)
3. Nuestra definición de vida cotidiana tiene por referente directo la
que ofrece Mónica Sorín en «Cultura y vida cotidiana» (Casa de las
Américas, La Habana, (178), 1990: 39-47; sus antecedentes, Ana P. de
Quiroga y Josefina Racedo, Crítica de la vida cotidiana, Buenos Aires:
Ediciones Cinco, 1988; Agnes Heller, ob. cit.; Raúl Rojas Soriano y
Amparo Ruiz del Castillo, Apuntes de la vida cotidiana, México, D.F.:
Plaza y Jané Editores, 1991, entre otros.
4. Ana P. de Quiroga y Josefina Racedo, ob. cit.: 11.
5. Enrique Pichon-Rivière, Psicología de la vida cotidiana, Buenos Aires:
Ediciones Nueva Visión, 1985: 39.
6. Con tal preocupación, al referirse al inicio de 1993, Fidel Castro dijo
que «sería mejor avizorar un año duro y difícil [...]». (Comparecencia
especial de Fidel Castro, presidente de los Consejos de Estado y de
Ministros de la República de Cuba en el Programa Hoy Mismo de la
televisión cubana, 31 de diciembre de 1992.) Ese año ha sido consignado
luego como uno de los más difíciles por los cuales hemos atravesado.
Como expresa León Cotayo, «es necesario recordar que durante ese
período se entrelazaron varios factores que golpearon sensiblemente la
ya deteriorada economía de la Isla. El primero de estos, las muy duras
consecuencias del envejecido bloqueo de la Casa Blanca; el segundo, los
desfavorables efectos de la desaparición de los mercados socialistas de la
Unión Soviética y la Europa del Este; el tercero, las adversas condiciones
climatológicas y las epidemias de distinta naturaleza; y el cuarto, el
agravamiento de situaciones por errores de carácter doméstico no
atribuibles al exterior, ni a la lluvia o a la sequía [...]». (Nicanor León
Cotayo, ¿Se quiebra la esperanza?, La Habana: Editora Política, 1994.)
7. Es importante destacar que en Cuba los apagones siguen una
programación, divulgada por los medios de comunicación, para que la
población tome determinadas medidas y se vea afectada lo menos posible.
8. Las menciones hechas con anterioridad y a continuación provienen
de los trabajos extraclase en la asignatura Psicología Social y Vida
Cotidiana —que imparten las autoras de este artículo, en la Universidad
de La Habana— realizados en los cursos 1993 al 1996.
9. En 1993 el dólar llegó a cotizarse en 120 pesos cubanos en el mercado
negro. En noviembre de 1996, en las casas de cambio, un dólar se cotiza
en 20 pesos.
10. Ana P. de Quiroga y Josefina Racedo, ob. cit.: 19.
11. Mónica Sorín, ob. cit.
12. Max Weber, La acción social: ensayos metodológicos, Madrid,
Península, Edición de S. Giner, 1984.
© , 1996.