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La moral (del gen.

latín mōris, ‘costumbre’, y de ahí mōrālis, ‘lo relativo a los usos y las
costumbres’) es un conjunto de normas, creencias, valores y costumbres que dirigen o
guían la conducta de grupos de personas en la sociedad. Se distingue de la ética en que esta
es una moral transcultural o universal, aunque ambas se suelen confundir. La moral permite
distinguir cuáles acciones son buenas y cuáles malas para un grupo social. Otra perspectiva
la define como el conocimiento de lo que el ser humano debe hacer o evitar para conservar
la estabilidad social.1

El término «moral» tiene un sentido opuesto al de «inmoral» (contra la moral) y «amoral»


(sin moral). Es la existencia de acciones y actividades susceptibles de valoración moral,
está fundamentada en el ser humano como sujeto de actos voluntarios. Abarca la acción de
las personas en todas sus manifestaciones, además de que permite la introducción y
referencia de los valores.

Los conceptos y creencias sobre la moral llegan a ser considerados y codificados de


acuerdo a una cultura, religión, grupo, u otro esquema de ideas, que tienen como función la
regulación del comportamiento de sus miembros. La conformidad con dichas
codificaciones también puede ser conocida como moral y se considera que la sociedad
depende del uso generalizado de esta para su existencia.

Hay diversas definiciones y concepciones de lo que en realidad significa la moral, y esto ha


sido tema de discusión y debate a través del tiempo. Múltiples opiniones concuerdan en que
el término representa aquello que permite distinguir entre el bien y el mal2 de los actos,
mientras que otros dicen que son solo las costumbres las que se evalúan virtuosas o
perniciosas.

El concepto de moral se diferencia de la filosofía moral o ética en que esta última


reflexiona racionalmente sobre los diversos esquemas morales con la finalidad de encontrar
principios racionales que determinen las acciones éticamente correctas y las acciones
éticamente incorrectas, es decir, la ética busca principios absolutos o universales,
independientes de la moral de cada cultura.

Todas las sociedades tienen un conjunto de conductas, que son el núcleo de una concepción
moral ampliamente compartida por los individuos del grupo. En Occidente han sido
particularmente importantes la concepción moral de las religiones como el judaísmo, y el
cristianismo. En Oriente el confucianismo o el budismo también han ejercido un fuerte
influjo en el núcleo moral de sociedades asiáticas.

Si bien es frecuente remontar la reflexión moral occidental, a lo dicho por las escuelas
grecorromanas, donde la moral se enseñaba en forma de preceptos prácticos, la reflexión
moral fue particularmente importante en la antigüedad egipcia a juzgar por la gran cantidad
de textos de carácter moral que han sobrevivido. En la antigüedad grecolatina, se
elaboraron numerosos textos tales como las Máximas de los siete sabios de Grecia, los
Versos dorados de los poetas de Grecia; o bien en forma de apólogos y alegorías hasta que
después se revistió de un carácter filosófico.
Los antiguos romanos concedían a las mores maiorum (‘costumbres de los mayores’, las
costumbres de sus ancestros fijadas en una serie continuada de precedentes judiciales) una
importancia capital en la vida jurídica, a tal grado que durante más de dos siglos
(aproximadamente hasta el siglo II a. C.) fue la principal entre las fuentes del derecho. Su
vigencia perdura a través de la codificación de dichos precedentes en un texto que llega
hasta nosotros como la Ley de las XII Tablas, elaborado alrededor del 450 a. C.

Ocupa importante lugar en las enseñanzas de Pitágoras, Sócrates, Platón, Aristóteles,


Epicuro y, sobre todo, entre los estoicos (Cicerón, Séneca, Epicteto, Marco Aurelio, etc.).
Los neoplatónicos se inspiraron en Platón y los estoicos cayeron en el misticismo. Los
modernos han profundizado y completado las teorías de los antiguos.3

Orígenes de la moral
Muchos científicos creen que la ética es un producto de la selección natural, que se
considera que ha conservado comportamientos sociales favorables al éxito evolutivo de los
grupos. Las sociedades animales muestran muchos ejemplos de cohesión basada en la
sumisión instintiva a lo que parece ser leyes no escritas. Los grupos primitivos antepasados
de la especie humana tenían sin duda una organización de este tipo que, con el desarrollo de
las facultades cerebrales, se transformó progresivamente en la institución de legislaciones
explícitas, y en el respeto a las mismas. Las sociedades que se otorgaron leyes y las
aplicaron resultaron ser más capaces de sobrevivir y proliferar que las libradas a la anarquía
y a la competencia salvaje entre sus miembros.[cita requerida]

Esta idea la amplió Edward O. Wilson, biólogo de Harvard, bajo el nombre de


sociobiología, para que abarcara todo el tejido social humano.4 Según Wilson, que ha
resumido sus puntos de vista en una importante obra, Consilience,5 todo nuestro sistema de
valores, incluyendo las creencias, virtudes y normas relacionadas con ellas, es producto de
la oportunidad evolutiva. El sistema existe simplemente porque resultó ser útil para el éxito
evolutivo de los grupos que lo practicaron.

Muchos filósofos y científicos sociales se han opuesto vigorosamente a la sociobiología por


diversas razones. Algunos ven en ella vestigios del darwinismo social, la posición
empírico-lógica que defendió, especialmente, el filósofo inglés del siglo XIX Herbert
Spencer, para justificar, sobre la base de la teoría de Darwin, los excesos del laissez faire
("dejar hacer") económico. En opinión de otros, la sociobiología exagera el papel del
determinismo genético, en detrimento de las influencias ambientales, y promueve las
discriminaciones raciales y sociales.

Dejando de lado estas polémicas cargadas de ideología, ocurren dos reflexiones sencillas.
En primer lugar, es difícilmente discutible que las sociedades sometidas a las leyes tuvieran
mayor éxito que las sin ley. Por otro lado, la antropología comparada demuestra claramente
que las leyes varían según los pueblos y las épocas. De modo que la selección natural
desempeñó un papel; pero lo que ésta promovió fue la existencia de leyes, no
necesariamente los detalles de su contenido.
Sea cual sea el origen de nuestro comportamiento ético, existen buenas razones para creer
que, con el desarrollo del cerebro, la moral ha evolucionado progresivamente desde una
forma puramente pragmática y utilitaria hasta una concepción más abstracta del bien y del
mal. La mayoría de las civilizaciones distinguen entre las legislaciones, dictadas por
consideraciones de convivencia, y normas éticas, basadas en valores absolutos. Estas siguen
siendo arbitrarias en cierta medida, como demuestran, por ejemplo, los principales debates
sobre bioética. Pero la distinción misma entre el bien y el mal parece hallarse
profundamente en la naturaleza humana.

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