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teresiano
SALVADOR Ros
Doctorando en Teología

INTRODUCCIÓN: PLANTEAMIENTOS PREVIOS

La moderna historiografía sabe muy bien que, para el ade-


cuado tratamiento de un autor clásico -y Santa Teresa lo es
de primerísima fila-, la primera de sus fuentes documentales
a explorar ha de ser la de su epistolario, siempre que se conser-
ve en proporciones realmente considerables, ya que es el mejor
reflejo de 10 que fue la actividad cotidiana del autor y el vehícu-
lo más espontáneo -o menos opaco- de su pensamiento y
actitudes -tanto más interesantes cuanto menos convenciona-
les-, además de un excelente observatorio para medir sus de-
safíos, cuestionar sus relaciones sociales y efectual' un sinnúme-
1'0 de análisis con los que ineludiblemente se ha de contrastar
toda conclusión univel'salizadol'a que mantuviera aherrojado al
personaje a criterios estereotipados, a planteamientos tradiciona-
les o visiones mitificadas l.

1 A criterios unidimensionalmente espiritualistas han estado casi siem-


pre sometidos la Madre Teresa y su Epistolario, sobre todo éste, víctima
señera de mutilaciones y eliminaciones deliberadas por quienes no aca-
ban de entender cómo semejantes piezas pudieran ir a tono con la ima-
gen mística de la autora. Han sido los historiadores de última hora quie-
nes han empezado a hacer un más justo tratamiento del Epistolario
teresiano, convencidos de que representaba una <<fuente de primer orden»
para conocer al vivo la verdadera personalidad de la autora y la historia
real de la España de entonces, precisamente desde la óptica de una mu-
jer que, además de observadora perspicaz, estuvo plenamente inmersa
REVISTA DE ESPIRITUALIDAD, 44 (1985), 533-571.
534 SALVADOR ROS

Por todo este conjunto de posibilidades, cualquier epistola-


rio resulta enormemente valioso para la comprensión histórica
de un autor y de su época, y de ambos a la vez, interaccionán-
dose en el doble juego de asimilaciones y rechazos. No importa
que el epistolario en cuestión sea de carácter oficialista o sim-
plemente convencional, pues, aun así, el autor casi siempre deja
salir a flote confesiones bien explícitas y sus más típicas reac-
ciones 2. Claro que para nosotros tiene un interés mayor cuanto
menos formalista sea y menos elaboraciones tenga, ya que así se
puede determinar mejor la presencia de factores ambientales,
mentalidades colectivas y sentimientos reales del autor. Tal es el
caso, por ejemplo, del epistolario de Felipe II con sus hijas, de
carácter estrictamente familiar, y donde, a golpe de intimidades
nada protocolarias, van aflorando los sentimientos más humanos
del monarca, desconocidos incluso por los historiadores de
oficio 3.

en los afanes de su tiempo, fuertemente comprometida con su sociedad


y no siempre en sumisa actitud de acogida sin protesta. En razón de lo
cual, y contra planteamientos antañones, estos historiadores han venido
a justificar que «cualquier edición de las obras de la Santa que prescinda
voluntariamente de su Epistolario se desautoriza por sí misma» (L. Ro-
DRÍGUEZ-T. EGIDO, Epistolario, en Introducción a la lectura de Santa
Teresa, Madrid, 1978, p. 428). También eminentes teresianistas, como
T. ALVAREZ, apostillan que «para abarcar el panorama entero o rehacer
la imagen integral de su alma, no bastan los datos autobiográficos del
libro de su Vida, ni el balance descriptivo de las siete Moradas; son in-
dispensables e insuplantables las cartas: como correctivo de la imagen,
unilateral y desenfocadamente mística, y como encuadre y reinserción de
su figura humana y femenina en el realismo de 10 pequeño y episódico,
de 10 terrestre y cotidiano» (T. ALVAREZ, Santa Teresa. Cartas, Burgos,
1979, pp. 27-28).
2 Un curioso ejemplo, las del cronista oficial de la corte FERNANDO
DEL PULGAR, Letras, vol. 2, ed. de J. DomÍnguez Bordona, Madrid, Clá-
sicos Castellanos, 1958. En este breve manojo de cartas salta a la vista
la confesión explícita de su ascendencia conversa -en la crónica oficial
queda ocuIta- con la típica reacción orgullosa del hombre desdeñado
frente a la ejecución de sus correligionarios o frente al privilegio de ofi-
cios y riquezas que concejos, como el de Toledo, pretendían ser mante-
nidos por la exclusiva de cristianos viejos y de conocidos linajes (cf. car-
tas 31, 21 Y 14). Epistolarios de este tipo, convencionales y cortesanos,
hay muchos en el siglo XVI español. El más representativo quizá, el de
fray ANTONIO DE GUEVARA, Epístolas familiares, ed. de José María de
Cossío, Madrid, Biblioteca Selecta de Clásicos Españoles, 1950. Véase
también los editados por Eugenio de Ochoa en Biblioteca de Autores
Españoles (BAE, tomo 13), Madrid, 1850.
3 Ya advertía F. BRAUDEL que en la personalidad de Felipe JI se
escondían muchos enigmas difícilmente resolubles: «Los historiadores
AMOR Y LIBERTAD EN EL EPISTOLARIO TERESIANO 535

y si además de poder obtener la imagen más real del per-


sonaje en cuestión, sin tantos crisoles extorsionadores, resulta
que nos topamos con un epistolario en forma de obm abierta,
que nos dice de una voluntad de estilo en el autor -esa cua-
lidad definida por Mal'ichal como la singularidad expresiva de
un escritor, haciéndonos audible la conciencia de sus coetá-
neos- 4, y que lleva el sello de un estilo en compromiso, por
su constante familiaridad con el riesgo y en estratégica batalla
por ensanchar el cauce de la expresión -máxime en una época
de moral atosigante, de barreras sociales discriminatorias, de
cortapisas oficiales y de religiosidad dogmáticamente controla-
da-, entonces, qué duda cabe, el interés es mucho mayor.
Dado que todas estas condiciones parecen cumplirse en el
epistolario de Santa Teresa, no queda más remedio que con-
cluir que tenemos en él la inigualable posibilidad de conocer
con detalle la imagen más acabada de nuestra autora, desvelán-
donos en esa secuencia ininterrumpida el peso de los días, la
progresión de su obra, acompasada por conflictos de toda índo-
le, y hasta los últimos pliegues de su arrolladora personalidad
vertidos en un sinfín de muestras confidenciales, en medidas
tácticas de prudencia y diplomacia, en gestos de cariño y en
tratamientos de cordial adulación, en confesiones explícitas y en
opiniones secretas, en cuestiones domésticas y en juicios desapa-

no sabemos abordarlo: nos recibe, como a los embajadores, con la más


exquisita de las cortesías, nos escucha, pero responde en voz baja, ape-
nas inteligible, y sin hablar jamás de sí mismo» (F. BRAUDEL, El Medi-
terráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe Il, vol. II, Mé-
xico, 1953, p. 536). Sin acceso a esos sentimientos más humanos del
monarca, concluía el historiador que la vida de Felipe II «debe com-
prenderse e interpretarse por la senda derecha de la más pura vida reli-
giosa, y tal vez incluso dentro del ambiente de la misma revolución
carmelitana» (ibídem). Hoy, sin embargo, cabe a los biógrafos la posi-
bilidad de abrir una brecha de profundo humanismo en la figura del
monarca utilizando las 34 cartas publicadas por el historiador belga
L. GACHARD, Leftres de Philippe JI a ses tilles les infantes lsabelle el
Cathérine, écrites pendant son voyage en Portugal (1581-1583), París,
Librairie Plon, 1884, más las 93 siguientes editadas por E. SPIVAKOVSKY,
Felipe JI: Epistolario familiar. Cartas a su hija la infanta doña Catalina
(1585-1596), Madrid, Colección Austral, 1975, evidenciándose de este
modo cómo también en el rey «debajo de su máscara de mármol había
un hombre muy humano» (ibíd., p. 44).
4 J. MARICHAL, La voluntad de estilo. Teoría e historia del ensayismo
hispánico, Madrid, 1971, p. 17. Cf. U. Eco, Obra abierta, Barcelona,
Seix Barral, 1965.
536 SALVADOR ROS

sionados sobre personas e instituciones de extremada delica-


deza 5.
Pues bien, a este apasionante epistolario nos acercamos aho-
ra para desentrañar los rasgos más humanos de nuestro perso-
naje en acción, vistos en las dimensiones vitales de su amor y
de su libertad. La entraña de un amor en irrefrenable necesidad
de comunicación y la manifestación de una libertad que tiene
mucho de denuncia y de olímpico desprecio ante los conven-
cionalismos sociales de su tiempo. En estos dos elementos hu-
manos del vivir diario se traducen no pocas actitudes de la
3utora, y merced a ellos ~como veremos~ se hizo respirable
el espíritu de su gesta reformista.
Quede en claro también que no estamos ante un epistolario
unívoco ni tampoco espiritual, sino ante una secuencia de «epis-
tolarios» netamente distintos -corno distintos eran sus destina-
tarios y la autora frente a ellos-, por Jo que conviene ahorrarse
de antemano toda premisa que persiguiera la sistematización doc-
trinal de estos temas o la búsqueda de recetas uniformes y omni-
valentes. También hay que advertir que no vamos a entrar en
el abigarrado capítulo de la afectividad teresiana, ampliamente
tratado en todas sus vertientes por Steggink y Herraiz 6, amén
de otros muchísimos interesados en cuestiones psicologistas y

5 G. GARcíA VEGA-LUENGOS, La dimensión literaria de Santa Teresa,


en Revista de Espiritualidad 41 (1982) 29-62; A. EGIDa, Santa Teresa
contra [os letrados. Los interlocutores en su obra, en Criticón 20 (1982)
85-121. Véase también nuestro reciente artículo El Epistolario Teresia-
no: un estilo en compromiso, en Monte Carmelo 92 (1984) 381-401,
donde hemos pretendido hacer ver el carácter tributario o de recipro-
cidad que la claridad del lenguaje teresiano y el vigor expresivo de su
estilo tienen con el conflicto intrínseco de lo que era su compromiso
vital, también estudiado desde el epistolario por P. CONCEJO, Fórmulas
sociales y estrategias retóricas en el Epistolario de Teresa de Jesús, en
Santa Teresa y la literatura mistica hispánica, Madrid, 1984, pp. 275-290.
Una sencilla muestra de esa imperiosa necesidad suya de controlar la
expresión escrita puede verse en la manifiesta intencionalidad de estos
textos: Vida, 13, 8; Fundaciones, 8, 7; Cartas, a Juana de Ahumada,
medo diciembre 1569, 8, y a María Bautista, medo junio 1574, 5.
6 O. STEGGINK, Afectividad y vida espiritual, en Experiencia y realis-
mo en Santa Teresa de Jesús y San luan de la Cruz, Madrid, 1974,
pp. 131-162; el mismo artículo, en Carmelus 18 (1971) 122-141; id., Ex-
periencia de Dios y afectividad, en Actas del Congreso Internacional Te-
resiano, vol. Il, Salamanca, 1983, pp. 1057-1073; M. HERRAIZ, Sólo Dios
basta. Claves de la Espiritualidad Teresiana, Madrid, 1980.
AMOR Y LIBERTAD EN EL EPISTOLARIO TERESIANO 537

preocupaciones morales 7. Despejados estos apriorismos, sólo nos


queda decir que nuestro objetivo consistirá sencilla y llanamen-
te en sacar a flote las actitudes más constantes de Santa Teresa
reflejadas como testimonios fehacientes en su epistolario.

l. LA V1VENcr A DE AMOR HUMANO

l. Breve síntesis de una Larga expel'iencia


Rememorando escenas de la vida familiar y otras andanzas
juveniles, advertía Teresa, desde la atalaya de su madul'ez y con
ponderación intensiva, haber recibido el amor dc muchos, de
haber sido «la más querida» de don Alonso, su padre; del «ex-
tremo amor» de su hermana María, del «gran amor» que le
tenían sus primos, de ser «muy querida» por las compañeras de
internado en las agustinas de Santa María de Gracia, consta-
tando en toda esa profusión de testimonios que ella aprendió
lo que era el amor humano por simple contagio, por la nece-
sidad satisfecha de haberse sentido amada B.
De esa prevía relación afectiva y efectiva brotaría instinti-
vamente la necesidad correlativa de amar, ejercicio que cifró
Teresa en su dilecta consigna normativa de «dar contento» allí
donde estuviera, y que aplicó con éxito en circunstancias como
en la convivencia del internado medio monjil, en compañía del
ermitaño tío Pedro e incluso en el atrevido lance, que acabó en
bien, con el clérigo de Becedas. Aquellos logros obtenidos en
tan diversas situaciones y contextos vendrían a avalar en ella
su natural ley de reciprocidad establecida como criterio univer-
sal de conducta: «me parecía virlud ser agradecida y tener ley

7 Para satisfacer la curiosidad del lector, véanse los trabajos de


D. DENEUVILLE, Santa Teresa de Jesús y la mujer, Barcelona, Herder,
1966; NAZARIO DE SANTA TERESA, La Psicología de Santa Teresa, Avila,
1950; A. DONAZAR, Meditaciones Teresianas. Grandeza y miseria de una
santa española, Barcelona, 1957; A. SINNIGEBREED, Evolución normal y
unitaria del «yo» teresiano, en Revista de Espiritualidad 22 (1963) 238·
250; EFRÉN DE LA MADRE DE DIOS, Teresa de Jesús, sentido de adapta-
ción, ibfdem, pp. 267-283; A. ROLDÁN, La misión de Santa Teresa en la
Iglesia a la luz de la hagiotipología, ibíd., pp. 284-347; M. NAVARRO,
Teresa de Jesús, un cuerpo para el Señor, ibíd., 40 (1981) 407-471;
J. M. POVEDA ARIÑO, La Psicología de Santa Teresa, Madrid, Rialp, 1984.
8 Cfr. Vida, 1, 4; 3, 3; 2, 2; 2, 8.
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a quien me quería» 9. Ese y no más era todo su código de per-


fección.
Desde entonces, y por mucho tiempo, el amor de la recípro-
ca amistad sería para ella el más determinante de sus móviles de
acción, su verdadera fuerza y su más sentida debilidad, no du-
dando en condicional' a esos atractivos la elección de estado y
de convento 10, pero llegando igualmente a sentirse lacerada por
el juego de esas afecciones naturales: «que como comenzaba a
entender que una persona me tenía voluntad, y si me caía en
gracia, me aficionaba tanto que me ataba en gran manera la
memoria a pensar en él, aunque no era con intención de ofender
a Dios; mas holgábame de verle y pensar en él y en las cosas
buenas que le veía; era cosa tan dañosa, que me traía el alma
harto perdida» 11.
Nótese en el citado texto el sintomático uso del masculino
con el que determina a la innominada persona y que no es otro
sino el honroso pl'Otagonista de aquellos pasatiempos esclavizan-
tes de Teresa en el monasterio de la Encarnación, tan escondido
en su lenguaje críptico que los teresianistas de turno a menudo
generalizan sin percibir la referencia inmediata. En fin, sea lo
que sea, lo cierto es que en esa red cautivadora de reciprocida-
des no bien entendidas quedaron envueltos sus años más críti-
cos, casi veinte, sentidos como una «vida trabajosísima», como
un derroche de energías «de tratar con Dios y con el mundo»
a un mismo tiempo y como una dura contienda en la que -en
evidente connotación hiperbólica- le pareCÍa estar peleando
«con una sombra de muerte» 12.
Hasta que por fin, culminado el lento pl'Oceso de aquella ra-
dical conversión que le llegaba a la altura de sus cuarenta años,
y a raíz del primer arrobamiento místico, fue entonces cuando
empezó a sospechar la sanación liberadora que misteriosamente
le ofrecía una palabra divina escuchada -«ya no quiero que
tengas conversación con hombres, sino con ángeles»- y que a
todas luces resultaría operante: «Sea Dios bendito por siempre,

9 lbíd., 5, 4; 2, 8; 3, 4.
10 lbíd., 3, 2; 4, 1.
11 lbíd., 37, 4.

12 lb íd., 7, 7-9, 17; 8, 12. Cfr. M. HERRAIZ, Sólo Dios basta, o. e.,
pp. 273-275.
AMOR Y LIBERTAD EN EL EPISTOLARIO TERESIANO 539

que en un punto me dio la libertad que yo, con todas cuantas


diligencias había hecho muchos años había, no pude alcanzar
conmigo, haciendo hartas veces tan gran fuerza que me costaba
harto de mi salud» 13.
El afortunado detonante liberador, protagonista de cambios
radicales, la hizo sentirse otra y completamente nueva, sIn que
por eso la insospechada novedad le cobrara ninguna de sus po-
tencialidades humanas, ahora redimidas, ni le exigiera tampoco
la ruptura escapista de su trato con los otros. No hubo nada de
eso, sino un ensanchamiento de todas sus capacidades y rela-
ciones, pero con una sensibilidad especial para no desangrarse
afectivamente en ninguna. Lo confiesa ella misma, sin el menor
l'ubor, en los preludios gozosos de su explosiva amistad con el
P. Gracián: «me tiene una amistad que ninguna cosa se traba,
si no es al alma. Es como tratar con ángel (como lo es y lo ha
sido siempre); y aunque el dicho [refiriéndose al P. Báñez]
también lo es, yo no sé qué tentación se ha sido, que es cosa
diferentísima ... , que esotra amistad, como le digo, antes da li-
bertad» 14. Ningún bloqueo, por tanto, en la entraña de su amor
humano, ni merma alguna de las cualidades naturales que con-
formaban su condición de ser: «vuestra merced ya creo sabe
que no soy desagradecida»; «bien veo que no es perfección en
mí esto que tengo de ser agradecida; debe ser natural, que con
una sardina que me den me sobornarán» 15.

2. Actitudes en el epistolario

Conocidos de sobra los capítulos del Camino de perfección,


en los que la Madre Teresa trató con genial pedagogía -y tam-
bién con agresivas reacciones- sobre el amor de hermandad
que debía reinar entre sus monjas 16, vamos a adentrarnos sin

13 Vida, 24, 5 Y 8. Unos años más tarde, aludiendo al efecto de su

irreversible conversión, diría haber hecho notorios progresos en 10 que


antes «solía ser muy amiga de que me quisiesen bien, y ya no se me da
nada» (Cuentas de Conciencia, n. 3, año 1563, 2).
14 Cta. a María Bautista, 28 agosto 1575, 15 16.
0

15 Al P. Ambrosio Mariano, 21 octubre 1576, 1; a María de San


José, princ. septiembre 1578 (fragm.).
16 Cfr. capítulos 6, 7, 9, 10 y 11 de la primera redacción, refundidos
en los capítulos 4, 6 Y 7 de la segunda.
540 SALVADOR ROS

más en las piezas del epistolario, si bien de modo preferencial


en las dirigidas al círculo más íntimo de sus carmelitas y pa-
rientes, que es donde mejor podemos detectar la sinceridad de
sus actitudes y las expresiones más veraces, ya que su relación
con los otros, con los de fuera, desde el rey y la encumbrada
aristocracia hasta los más variados personajes de la naciente
burguesía, fue casi siempre una relación interesada y perfecta-
mente orquestada para atraer a su favor la necesaria protección
en multitud de problemas 17,

2.1. Amor y comunicación: «Cartas, que con esto vivo.»

Así se lo escribía a María de San Tosé, su priora de Sevilla


y estafeta encargada de cmsar seguro su carteo con Gracián:
«Dios pague a vuestra reverencia, mi hija, el [cuidado] que
tiene de las cartas, que con esto vivo» 18. Y no mentía, pues, si
110S fuera posible contabilizar las muchas horas del día y de
la noche que pasó entregada al despacho de la correspondencia,
veríamos que una buena parte de la vida se le fue escribiendo
cartas. Era, ciertamente, una actividad a la que de ningún modo
podía resistirse. A veces la tarea epistolar se convertía en un
penoso martirio, sobre todo cuando las cartas a escribir eran
muchas y el tiempo disponible corto, bien porque el arriero de
turno metía prisas o bien porque sonaba la hora de ir al coro
con la comunidad, y en esto sí que no estaba dispuesta a hacer
excepciones. No es extraño que, abrumada de cartas, la oiga-
mos quejarse a menudo con expresiones de su peculiar acervo:
«que me mata tanta baraúnda», que el trabajo «mayor es de

17 Teniendo en cuenta que el grueso del Epistolario teresiano gravita


sobre cuestiones y personas relacionadas con la gesta de su Reforma, esto
mismo explica también la ausencia de los sectores sociales más ínfimos,
como los pobres, a los que poco pudo escribir, pues, además de no saber
leer, casi nada tuvieron que ver con lo que era una Reforma de neta
inspiración burguesa. Más le cabía esperar de los poderosos. De ahí su
relación, entre cordial e interesada, con la élite social, perfectamente de-
tallada en los análisis realizados por F. MÁRQUEZ VILLANUEVA, Santa Te-
resa y el linaje, en Espiritualidad y literatura en el siglo XVI, Madrid-
Barcelona, 1968, pp. 160-168, Y por T. EGIDO, Ambiente histórico, en
Introducci6n a la lectura de Santa Teresa, o. C., pp. 77-83.
18 A María de San José, 7 diciembre 1576, 1.
AMOR Y LIBERTAD EN EL EPISTOLARIO TERESIANO 541

cartas» y que éstas son tan sin cuento «que me tienen tonta» 19,
Pero también es verdad que, tratándose de una insoslayable ne-
cesidad de comunicación, si el destinatario secundaba el mismo
gesto epistolar, entonces recibía los más gratos consuelos, sobre
todo si las recibidas eran las de María de San José, «que me
descansan de otros cansancios», «que me huelgo tanto con sus
cartas que las estoy deseando» y «mientras más larga, me huel-
go más» 20.
Evidentemente, en otras muchas, el tan prodigado consuelo,
dicho a casi todos sus destinatal'Íos, suena a gentil ficción o a
caritativa mentira 21. Que nos conste, sólo una vez dejó escapar
su mal humor; la ocasión fue pl'Opiciada por la bullidora doña
Beatriz de Castilla y Mendoza, la suegra de su sobrino Francis-
co de Cepeda, al pretender impugnar el testamento del finado
don Lorenzo. Entonces, sin excusas ni cumplidos, le espetó lo
siguiente: «Pal'éceme que lo que yo supliqué a vuestra merced
no me escribiese fue en los negocios, que dejar de recibir mer-
ced con sus cartas de vuestra merced es desatino decirlo, que
bien entiendo cuán grande es cuando vuestra merced me la
hace» 22.
y lo que tampoco podría verse como consuelo, sino al con-
trario, como una notoria extorsión económica o un lujo caro,
era el tener que pagar el franqueo de tantas cartas, dado el ele-
vado coste de los portes 23. Ella misma se lamenta en ocasiones

19 A Gracián, 31 octubre 1576, 1; a Carmelitas de Soria, 28 diciem-


bre 1581, 1; a Juana de Ahumada, 4 febrero 1572, 1; a María de San
José, 9 enero 1577, 6; a Lorenzo de Cepeda, 10 febrero 1577, 1-2; a Ma-
ría de San José, 1-2 marzo 1577, 1; a Gracián, 20 septiembre 1576, 6;
a Antonio Gaitán, 15 septiembre 1574, 3; a Baltasar Alvarez, 9 octubre
1575, 4; a Martín Alonso de Salinas, 13 noviembre 1581, 5, etc.
2. A María de San José, 2 julio 1576, 7; íd., 7 septiembre 1576, 1;
íd., 9 septiembre 1576, 1; 8 noviembre 1576, 1; 11 noviembre 1576, 1;
19 noviembre 1576, 1; 6 enero 1581, 1; 8 noviembre 1581, 1; íd., 13
enero 1580, 4, etc.
21 Como simple botón de muestra, véanse las cartas a doña María de
Mendoza, medo junio 1571, 12; a Antonio Gaitán, 30 mayo 1574, 1;
a Ambrosio Mariano, 12 diciembre 1576, 1.
22 A doña Beatriz de Castilla y Mendoza, 4 diciembre 1581, 1. Que
el gesto fue deliberadamente mohíno y displicente no hay duda, por lo
que después dijo a Gracián, 4 diciembre 1581, 3.
23 En razón de este dato, y de que muy pocos sabían escribir (el
analfabetismo entonces era algo universalmente extendido), historiadores
como Antonio Domínguez Ortiz concluyen que los pobres casi nunca
escribían cartas (A. DOMfNGUEZ ORTIZ, El Antiguo Régimen: los Reyes
11
542 SALVADOR ROS

de las ingentes sumas de dinero que se le iban en el despacho


de la correspondencia: «¡Oh, qué trabajo estos atamiento s de
nuestra pobreza! » 24, porque, aunque era costumbre que el fran-
queo lo abonase el destinatario (de ese modo se garantizaba la
llegada a su destino), generalmente era ella, la Madre Teresa,
quien de hecho corría con los gastos de los portes -bien claro
en aquellos casos de los correos propios contratados de ida y
vuelta-, siempre atenta a que los demás no gastasen en exceso
recibiendo sus cartas 25. Precisamente, para no gravar con su
correspondencia al convento de Sevilla, indicaría a la priora que
fuera descontando el pago de los portes de la deuda que aquel
monasterio tenía pendiente con su hermano don Lorenzo 26,
En cualquier caso, lo de verdad importante era la comuni-
cación, estar al tanto de personas y problemas que pudieran ori-
ginal' posibles brechas o arriesgadas situaciones difíciles de acla-
rar sin su presencia. Ante eventuales peligros que pudieran dar
pie a temidas intervenciones drásticas por parte de aquel am-
biente erizado de sospechas, allí estaba ella con cartas repletas
de medidas de prudencia y con su realismo bien despierto para
remediar situaciones y disipar suspicacias. Entre los muchos pe-
ligros posibles hubo uno al que siempre estuvo bien sensibili-

Cat6licos y los Austrias, Madrid, 1973, p. 99). Claro que no toda la


correspondencia ni todos los correos cobraban lo mismo. El correo ofi-
cial era el más barato y el único que tenía unas tasas determinadas. En
cambio, los arrieros, recueros, carreteros y correos propios, que con tanta
frecuencia utilizaría Santa Teresa, ésos no tenían cifras preestablecidas;
el pago de esos portes extraordinarios se fijaba de antemano por contrato
especial para cada caso, y lo cierto es que resultaban muy caros. Véanse
las interesantes deducciones que sobre el coste de aquella corresponden-
cia recogen L. RODRÍGUEZ-T. EGIDO, Epistolario, en Introducci6n a la
lectura ... , pp. 454-457, y C. RODRÍGUEZ, Infraestructura del Epistolario
de Santa Teresa. Los correos del siglo XVI, en Actas del Congreso In-
ternacional Teresiano, o. c., vol. 1, pp. 75-78.
24 A Juan de Ovalle, 20 octubre 1577, 2; a María de Cristo, 16 abril
1580, 1.
25 A Juan de Ovalle, 20 octubre 1577, 2; a María de San José, 5 oc-
tubre 1576, 20; íd., 19 noviembre 1576, 12; íd., 17 enero 1577, 12;
a María de Cristo, 16 abril 1580, 1; a Gracián, 30 mayo 1580, 3. Sin
duda, este detalle concreto de solicitud amorosa y de evidente generosi-
dad tuvo que repercutir notablemente en la economía de la Madre,
aunque mucho -como en todo lo económico- se sintiera respaldada
por su rico hermano don Lorenzo. Cfr. a María Bautista, 2 noviembre
1576, 3.
26 A María de San José, 20 septiembre 1576, 5; id., 7 septiembre
1576, 16.
~
i

AMOR Y LIBERTAD EN EL EPISTOLARIO TERESIANO 543

zada, el fenómeno orante de sus grupos, sobre el que pesaba


el fantasma inquisitorial, creyéndolos en cierta connivencia con
los focos iluministas. Si en el libro programático del primer
grupo orante de San José de Avila, el Camino de perfección,
envalentonaba a sus monjas a que «ningún caso hagáis de los
miedos que os pusieren ni de los peligros que os pintaren» 27, la
experiencia le enseñó después a agudizar el instinto y a estar
de hecho más cautelosa con lo que no fuera trigo limpio sobre
esta materia en sus conventos 28.

27 Camino, 36, 1, de la primera redacción, y 21, 5, de la segunda.


28 En un ambiente tan receloso, empeñado en acentual' las conCOlrú o

tancias de la mujel' orante con el fenómeno de los alumbrados, y a un


paso de los luteranos, Santa Teresa tasó muy alto las pretensiones de
sus grupos Ql'antes, establecidos nada menos que para comunicarse la
experiencia de la oración, no la simple recitación orante, que para eso
no había grandes dificultades, sino la inducción a la experiencia (cf. Cons-
tituciones, nn. 7 y 41). Ciertamente, además de situarse en un terreno tan
movedizo, aquello suponía un arriesgado desafío sobre el que había que
estar muy al tanto. De hecho, apenas se ausenta de San José de Avila,
encarece al confesor de la comunidad que «no las consienta tratar unas
con otras de la oración que tienen» (cfr. a Gaspar Daza, 24 marzo
1568, 3). Y después del amago inquisitorial sufrido en Sevilla, con
memoriales rimitidos al Consejo de la Suprema asociando su nombre
y el de Isabel de San Jerónimo al peor alumbradismo de Extremadura
(cfr. memoriales estudiados por V. BELTRÁN DE HEREDIA, Un grupo de
visionarios y pseudoprofetas que actúa durante los últimos años de Fe-
lipe Il. Repercusión de ello sobre la memoria de Santa Teresa, en
Revista Española de Teología 7 (1947) p. 500, Y por E. LLAMAS, Santa
Teresa de Jesús y la Inquisición española, Madrid, 1972), la veremos
nuevamente cautelosa prohibiendo expresamente escribir asuntos de ora-
ción, «porque hay muchos inconvenientes que quisiera decirlos y aún
se pueden figurar hartas cosas», y mostrando una especial vigilancia
por la dicha Isabel (cfr. Ctas. a María de San José, 28 marzo 1578, 6;
íd., 13 octubre 1576, 8; a Gracián, 23 octubre 1576, 5; a María de San
José, 28 febrero 1577, 3; íd., 2 marzo 1577, 7-12; íd., 1 febrero 1580, 9).
A raíz de este incidente, más o menos traumático, no es extraño que
desde Castilla, su «tierra de promisión», la veamos aleccionando al in-
cauto Gracián para que proceda con mayor habilidad, pues «estando
entre gente tan apasionada» -la malquista Andalucía- ponga freno a su
excesiva llaneza, que ya vio «qué lástima es la gente espiritual de esa
tierra» y que por algo «las que son ruines y maliciosas como yo querrían
quitar ocasiones» (cfr. a Gracián, 15 junio 1576, 1-2; íd., 30 noviembre
1576, 4; íd.) 18 diciembre 1576, 1; a María de San José, 7 diciembre
1576, 1). El tiempo también la enseñaría a quedar escarmentada de
beatas, con el deseo expreso de que sus frailes tampoco trataran con
ellas, ni siquiera para confesarlas, prevención suya puesta de manifiesto
en sus reparos a la fundación de Villa nueva de la Jara (cfr. Ctas. a Gra-
cián, princ. noviembre 1576, 2; íd., 1 septiembre 1582, 2; a María de
San José, 11 julio 1577, 13; a María Bautista, 9 junio 1579, 7; a Gracián,
544 SALVADOR ROS

Siendo, pues, cierto que el ritmo de la actividad epistolar


lo forzó el acoso dramático de las muchas y diversas circuns-
tancias externas, también es verdad que, al margen y/o a pesar
de ellas, la Madre Teresa quiso hacer de sus cartas un nudo de
comunicaciones, entregándose de lleno a eso, a suscitar el diá-
logo con el destinatario, como imperiosa necesidad de su alma
abierta y talante coloquial, que a menudo la lleva a alargarse
en misivas con posdatas que parecen interminables -«lástima
es que no sé acabar»-, y en las que también de ese modo re-
fleja el amor que siente por su interlocutor: «en lo que me he
alargado verá la gana que tenía de escribirla» 29.
María de San José, identificada en tantas cosaf> eon la Ma-
dre Teresa, dio en seguida claras señales de haber entendido
aquel espíritu de comunicación deseado por la Santa, sabiendo
estar también en eso a la misma altura de la condición de la
Madre 3D, Sin embargo, en cuanto a la comunicación, no sería
tan perfecto su idolatrado Gracián, de quien a veces se queja
por 10 corto que escribe, reprochándole incluso de haberse vuel-
to «vizcaíno», por su poco hablar 31. Mucho menos lo serían los
otros carmelitas, más deslumbrados por la tendencia ermitaña
que por el valor de la comunicación en sí, adoptando extrañas
posturas, casi infantiles, como las del P. Antonio, que, por celos
a los mimos que Gracián recibía de la Santa, se hace «mudo y
sordo» y no responde a las cartas que ella le escribía a él 32, e
igualmente tercas las del P. Ambrosio Mariano, que tenía la vir-

12 diciembre 1579, 11; a Nicolás Doria, 13 enero 1580, 6; a Maria de


Jesús, 13 enero 1580, 3; a María de San José, 1 febrero 1580, 5-6).
29 A María de San José, 9 enero 1577, 19; íd., 1 febrero 1580, 21;
id., 7 diciembre 1576, 1; a Gracián, 17 febrero 1581, 7; a Lorenzo de
Cepeda, 2 enero 1577, 1; id., 17 enero 1577, 23.
30 A María de San José, 4 junio 1578, 7, donde le declara sin ningún
recato su predilección: «que yo me espanto de lo que la quiero; no
tiene que pensar la hace ninguna en esto ventaja, porque no son todas
tan para mi condición».
31 A Gracián, 17 abril 1578, 1; 8 agosto 1578, 5; 15 octubre 1578, 15;
7-8 noviembre 1580, 7; 14 julio 1581, 1; a María de San José, 5 octubre
1576, 1; íd., 26 noviembre 1576, 1. Cfr. A. RUIZ, La correspondencia de
Gracián con Santa Teresa vista desde el Epistolario teresiano, en Monte
Carmelo 91 (1983) 311-360.
32 A Gracián, 23 febrero 1581, 3; a María de San José, 11 julio
1576, 7; id., 27 diciembre 1576, 8; íd., 3 enero 1577, 8; a Gracián,
3 enero 1577, 1; íd., 28 noviembre 1581, 4; íd., 1 septiembre 1582, 7.
AMOR Y LIBERTAD EN EL EPISTOLARIO TERESIANO 545

tud de sacarla de quicio 33. De estos datos se desprende que


no todos llegarían a conocer el amor de la Madre con la misma
intensidad y que la predilección por algunos de ellos, además
de humana, resultaba inevitable, ya que no todos estuvieron tan
dispuestos a ese tipo de comunicación «con quien yo gustara
de tratar hartas cosas» 34.
Como en todo, también en el terreno de las relaciones hu-
manas, fue a ella a guien le tocó poner más parte. Y aquí el
epistolario sí que es una abundosa mina de su enorme afecto
prodigado en mil detalles y atenciones; constantemente pen-
diente de la salud de Gracián, el «hijo querido» y su «sancta
sanctOl'lJ1n»; anhelosa de cuidm'lf': h8sta f':11 los detalles más ni-
mios 35; insistente intercesora en la causa del casi siempre in-
comprendido fray Juan de la Cruz 36; pero con nadie tan al
natural como con María de San José, desbordada en gratitud
por los lindos regalos -«débese de soñar alguna reina»- que,
con otras novedades indianas, le enviaba desde «ese 111undazo»
que era Sevilla 37, y siempre en la más entrañable cordialidad
de una predilección bien probada. A los demás, con frecuencia,

33 A Ambrosio Mariano, 9 mayo 1576, 1; id., 13 octubre 1576, 2;


íd., medo octubre 1576, 1; íd., 6 febrero 1577, 1; a María de San José,
11 julio 1576, 7; a Gracián, 16 febrero 1578, 3 ... Frases como «harto
reñimos» y «estamos muy grandes amigos», alusivas a su relación con
Ambrosio Mariano, revelan esa alternancia de enfados y reconciliaciones
continuas: a Gracián, 13 diciembre 1576, 1.
34 A María de San José, 3 enero 1577; 3; id., 11 julio 1577, 16.
35 A Gracián, 13 diciembre 1576, 12; íd., 24 mayo 1581, 3; medo oc-
tubre 1575, 8-9; 15 junio 1576, 16; 30 noviembre 1576, 10; 7 diciem-
bre 1576, 11; 14 mayo 1578, 11; 14 agosto 1578, 1; 25 julio 1579, 2;
4 octubre 1580, 14; 27 junio 1581, 4; 1 diciembre 1581, 4; 25 junio
1582, 2; a María de San José, 7 septiembre 1576, 24; íd., 22 septiembre
1576, 2; íd., 23 octubre 1576, 12; 11 noviembre 1576, 5-6; 3 enero
1577, 1; 21 noviembre 1580, 1; a Ana de Jesús, 30 mayo 1582, 8.
36 A Felipe n, 4 diciembre 1577, 7; a María de San José, 10 diciem-
bre 1577, 8-10; id., 19 diciembre 1577, 4; a Gracián, 19 agosto 1578, 8;
íd., 21 agosto 1578, 1-4; fd., medo septiembre 1578, 1-2; íd., 15 octubre
1578, 7; íd., 11 febrero 1580, 2; 23-24 marzo 1581, 6; 29 noviembre
1581, 2.
37 A María de San José, 26 enero 1577, 2; 28 febrero 1577, 5; 1-2
marzo 1577, 2; 6 mayo 1577, 1; 11 julio 1577, 8, 10-11, etc. El catálogo
de todos esos intercambios es realmente exhaustivo y llega a extremos
bien curiosos. La Madre Teresa, que no podía competir desde Castilla
con tanta profusión de regalos, le enviará, a su vez, crucifijos toledanos
y típicas recetas castellanas de píldoras «loadas de muchos médicos»: a
María de San José, 9 abril 1577, 1; íd., 8 noviembre 1581, 6, etc.
546 SALVADOR ROS

tendría que despertarlos de ciertos olvidos: «A tener mi mala


cabeza y negocios, vuestra caridad tuviera disculpa en haber
tanto que no me escribe; mas no habiendo esto, yo no sé cómo
me deje de quejar de vuestra caridad y de mi querida hermana
Catalina de Jesús. Pues ¡cierto que no me 10 deben!; que si
pudiese, yo las escribiría tan a menudo que no las dejase dormir
en olvidarme tanto» 38.

2.2. Amor y comunidad.


El amor de la Madre Teresa no es un amor indiferenciado
-acabamos de verlo en la natural predilección por algunos des-
tinatarios-, sino multiforme e insertado en el contexto polié-
drico de unas comunidades en las que ella se sabe realmente
fundadora y sobre las que tiene el encargo indeclinable de un
especial gobiel'11o. Y en este terreno sí que hay que decir, en
honor a la peculiaridad de su pedagogía, que jamás quiso diso-
ciar campos en el pluralismo de sus intervenciones, sino inte-
grarlos todos en el armónico ejercicio de un mismo y único
amor matel'11al. Por eso no hay dicotomías o disfunciones entre
la tel'11ura y la mano fuerte, ni deja de ser menos expresiva la
fuerza de su amor cuando carga las tintas en enérgicas repren-
siones que cuando hace gala efusiva en desbordantes muestras
de cariño. En unas y en otras, en cartas humanÍsimas o en car-
tas terribles, allí está ella por entero y siempre en la misma so-
licitud amorosa. Frases como «con quien bien quiero soy into-
lerable», dicha nada menos que a la bienquista María de San
José, o aquella otra que resume el código de su gobiel'11o, «sepa
que no soy la que solía en gobernar; todo va con amor; no sé
si lo hace que no me hacen por qué, o haber entendido que se
remedia así mejor», responden a esa perfecta imbricación de
funciones por parte de la Madre y en las que el imperativo del
amor se muestra exigente: «Yo cierto la quiero más de lo que
piensa a vuestra reverencia (que es con temura) y así deseo que

38 A María de Jesús, 13 enero 1580, 1. Se 10 advertirá también a Gra-


cián en carta cifrada y sin el menor recato, casi afligida de ser mal pa-
gada: «Vuestra paternidad 10 diga a ese caballero lel mismo Graciánl
por caridad, que, aunque de su natural, es descuidado, que no 10 sea
con ella, porque el amor adonde está no puede dormir tanto» (a Gra-
cián, 4 octubre 1579, 1).
AMOR Y LIBERTAD EN EL EP1STOLARIO TERESIANO .547

acierte en todo; es el mal que mientras más amo, menos puedo


sufrir ninguna falta» 39.
Sin pretensiones de exhaustividad, veamos algunas constan-
tes teresianas en la relación concreta con sus comunidades, algo
que podríamos cifrar como pautas inequívocamente suyas.

a) Atención a la persona.
Si t8l11bién en su nuevo estilo de vida comunita!'i8 se mostró
exigente en cuanto a plante8mientos de absoluta iguald8d, del
mismo modo es verdad que siempre exigió el respeto a la irre-
ductibilidad de cada persona, advirtiéndoselo bien claro a prio-
ras, maestras de novicias y a cuantos tuvieran p8rte l'espons8ble
en el gobierno de sus casas. Sería demasiado prolijo recoger
ahora todo ese filón de advertencias. Lo cierto es que 80n mu-
chas, y en todas el apremio es realista: «Esté advertida que no
las ha de llevar a todas por un rasero», «piensa que todas han
de tener su mismo espíritu, y engáñase mucho», «hémonos de
acomodar con lo que vemos en las almas», «llevar a cada uno
con su flaqueza es gran cosa», etc., son expresiones que se mul-
tiplican por las páginas del episto18t'Ío 40.

b) Atención a la salud.
El interés por la persona concreta se manifiesta en el con-
creto y constante estar pendiente por la salud corporal, conven-
cida de que «si en estos monasterios no hubiese trabajos de poca
salud, sería cielo en la tierra y 110 habría en qué merecer» 41.
Es éste un aspecto preocupante que desfila de continuo por el
epistolario teresiano, en su intento de aliviarlo con remedios ca·
seras de una variopinta farmacopea, hecha de conocimientos ad-
quiridos a lo largo de una existencia doliente, como fue la suya,
siempre C011 reliquias de una enfermedad a cuestas -«que nun-
ca he estado sin alguna reliquia» 42_, y luego transmitidos a

39 A María de San José, 21 diciembre 1579, 4; id., 8-9 febrero 1580,


11-12; a María Bautista, 17 febrero 1581 (fragm.).
40 A Ana de San Alberto, 2 julio 1577, 2; a Tomasina Bautista, 27
agosto 1582, 11; a Lorenzo de Cepeda, 2 enero 1577, 29; a Gracián,
9 enero 1577, 6; íd., 22 mayo 1578, 12.
41 A María de San José, 4 junio 1578, 10.
42 A Juana de Ahumada, 14 noviembre 1573, 2; a Antonio Gaitán,
30 mayo 1574, 4; a doña María de Mendoza, 7 marzo 1572, 2.
548 SALVADOR ROS

sus pacientes, principalmente a sus monjas, exponentes a su vez


de tantos españoles de su tiempo con una salud harto más que
precaria, a quienes, además, iría poniendo bien al corriente de
las necesarias medidas a tener muy en cuenta en estos casos:
una mayor prudencia en las mortificaciones, el máximo cuidado
higiénico y una sobredosis de alimentación, incluso de carne,
«aunque sea en cuaresma», medidas todas que aparentemente
chocan con 18 sobried8d de sus monasterios y que pueden reGU o

mirse en el «más vale regal81'se que est81' mala» 13, principio que
establece para todos, menos para ella.
El cuidado especial para con las enfermas, actitud concreta
de ese amor al prójimo consignado en las quintas moradas, es
tina de las más reiteradas normativas que aparecen en el epis-
tolario, señal de que no desaprovechó ocasión para sensibilizar
a sus prioras: «Ya le he escrito cuánto es menester caridad con
las enfermas; yo entiendo vuestra reverencia la tendrá, mas
siempre lo aviso a todas» 44.

43 A María de San José, 11 julio 1576, 13; a Carmelitas de Soria,


28 diciembre 1581, 6; a Ana de la Encarnación, medo enero 1574, 4.
44 A Tomasina Bautista, 9 agosto 1582, 2. El cuidado especial para
con las enfermas, dato consignado en 5 Moradas, 3, 11, como señal del
amor al prójimo, debe ser leído bajo el contexto inmediato en que fue
escrito, y que es el bien concreto del permanente contacto de la Santa,
día y noche, con la tísica Brianda de San José, durante la estancia de
ambas en Toledo. El Epistolario teresiano de esos meses parece un con-
tinuo parte médico de los diferentes síntomas que la Madre va observan-
do en su monja enferma. Respecto a las abundantes recetas caseras, en
las que se refleja su entusiasmo por la medicina popular, no vamos
a insistir más, baste con decir que las hay para todo, desde las más
simples, como el agua mineral, hasta las más sofisticadas, como para
casos de ictericia, mal de corazón, hinchazones de vientre, reumatismos,
dolores de cabeza e incluso para «eso de la orina» y para el llamado
«dolor de madre». Si se quiere recopilar tan variopinto recetario, véanse
estos textos del Epistolario: a doña Luisa de la Cerda, 9 junio 1568, 2;
a María Bautista, 14 mayo 1574, 2; íd., 2 noviembre 1576, 12; a Lorenzo
de Cepeda, 17 enero 1577, 20; a María de San José, 7 septiembre 1576,
20; íd., 13 octubre 1576, 1; íd., 11 julio 1576, 4; íd., 13 diciembre
1576, 1; íd., 26 enero 1577, 16; id., 4 junio 1578, 22; id., 8-9 febrero
1580, 5; íd., 4 julio 1580, 17; id., 27 diciembre 1580, 2 Y 14; íd., 8 no-
viembre 1581, 6. Con la misma interesante curiosidad, véase el trabajo
de B. ARISTEGUI, Santa Teresa de Jesús enfermera. La salud corporal
en sus obras y escritos, Vitoria, 1952.
r
I AlI!OR y LIBERTAD EN EL EPISTOLARIO TERESIANO 549

I c) Suavidad.
I Condición y concepto típicamente teresianos, tan lo más Hin"
guIares cuanto mayor es el contraste con los parámetros de san-
I tidad a los que estaba sensibilizada la mentalidad de su tiempo,
personalizados en modelos de recias penitencias, como, por 110
ir más lejos, la beata abulense Mari Díaz y su asesor San Pedro
de Alcántara, o en formas curiosamente estrambóticas, como las
de la anacoreta Catalina de Cardona, tres personajes cercanos a
la Madre Teresa, pero evidentemente distantes de su nuevo es-
tilo de vida.
La santa Mari Diaz, corno Canlal'Oll las coplat; a ::;u muell.e,
además de constituir las delicias del pueblo, del clero y de los
espirituales de Avila, era la antagonista involuntaria -por su
vida y espiritualidad ascética- de la Madre Teresa, por enton-
ces ya con una constelación de suspicacias nacidas antes ele la
semiclanelestina fundación de su primer monasterio ~5. De San
Pedro de Alcántara hay que decir lo mismo que se decía de
aquellos franciscanos rurales con los que conectaba por sus pe-
nitencias increíbles en el comer, en el vestir y en la obsesión
por la identidad del hábito miserable y los pies descalzos -que
tanto asombraron al campesinado castellano y cuyo influjo es
de sobra conocido en los albores reformistas de Santa Teresa-,
con aquellos intentos de retorno al franciscanismo de la Por-
ciúncula, sueños en buena dosis subordinados a la protesta con-
tra desviaciones que ellos creían deberse a la importancia que
fueron adquiriendo los frailes intelectuales; de ahí su alarde de
analfabetismo y su constante recelo de los letrados 46. Respecto
de la Cardona, la extrañn solitaria que tanto impacto causó a
algunos miembros foráneos incorporados a la naciente reforma

4S Cfr. B. JlMÉNEz DUQUE, La escuela sacerdotal de Avila en el si-


glo XVI, Madrid, 1981, pp. 32-33.
46 Véase la descripción que hace Santa Teresa de San Pedro de Al-
cántara en Vida, 27, 16-20. Para esta etapa del proceso reformista hispá-
nico, en el que participa de lleno el santo francisco, cfr. J. GARcÍA
ORO, Conventualísmo y Observancia. La reforma de las órdenes reli-
giosas en los siglos XV y XVI, en Historia de la Iglesia en España,
vol. III/l, Madrid, 1979, pp. 211-349; fd., La reforma del Carmelo cas-
tellano en la etapa pretridentina, en Carmelus 29 (1981) 13()"148; Y una
buena síntesis de sus anteriores trabajos en su artículo Reformas y Ob-
servancias: crisis y renovación de la vida religiosa durante el Renaci-
miento, en Revista de Espiritualidad 40 (1981) 191-213.
550 SALVADOR ROS

teresiana y deseosos de drenar la a la tendencia ermitaña, es in"


cuestionable la ninguna simpatía de la Madre Teresa por aquel
modo de vida tan estrafalario, impugnado en el capítulo 28 de
Fundaciones, donde, con tantas justificaciones innecesarias, re"
viste de sutil ironía cuanto allí dice de la Cardona 47.
Santa Teresa, por el contrario, gustaba de poner el acento
sobre las virtudes evangélicas, nunca en el rigor de las peniten-
cias, dicho esto precisamente al P. Ambrosio Mariano, uno de
los más fervientes admiradores de la Cardona: «Entienda, mi
padre, que yo soy amiga de apretar mucho en las virtudes, mas
no en el rigor, como 10 verán por estas nuestras casas» 4B. Vil'"
tudes pedía ella, «en especial humildad y amor unas con otras,
que es 10 que hace al caso», porque «adonde hay tanta virtud
no es menester apretar nada» 49. Visceral rechazo a quienes que"
rían ganar la batalla espiritual a fuerza de armas, absolutizando
los medios con apretadas mortificaciones, y que en lugar de dar
provecho a la larga generaban el tan temido desasosiego. Ante
ese peligroso confusionismo reaccionaría ella con brillante di s-
cemimiento, advirtiendo a unos y a ott'Os, primas y legisladores,
que la mortificación no ha de ser «sino para aprovechar» y no
para atormentar el espíritu con apretadas cargas, «que yo temo
más que no pierdan el gran contento con que Nuestro Señor
las lleva, que esotras cosas -porque sé lo que es una monja
descontenta-, y mientras ellas no dieren más ocasión de las
que hasta ahora han dado, no hay por qué las aprieten en más
de [o que prometieron», a sabiendas del dafío corrosivo que esto
originaba en la vivencia personal, pues «con la inquietud no se
puede servir a Dios», y en la vida comunitaria, donde a «una
monja descontenta yo la temo más que a muchos demonios» 50,
En razón de estos postulados hay que entender sus preven-

41 Cfr. Fundaciones, 28, 21-36, Y confróntese con Cuentas de Con-


ciencia, n. 20, donde queda en alto el convencimiento de que más vale
la obediencia, virtud evangélica, que las penitencias de aquella anacoreta.
48 A Ambl'Osio Mariano, 12 diciembre 1576, 10.
49 A Carmelitas de Soda, 28 diciembre 1581, 5-6.
50 A María de San José, 11 noviembre 1576, 13; a Gracián, 19 febre-
1'0 1581, 2; a Teresa Laiz, 6 agosto 1582, 3; a Gracián, 14 julio 1581,
14; a María de San José, 1 febrero 1580, 2; a Juana de Ahumada,
27 septiembre 1572, 5; a María Bautista, medo marzo 1581, 4, donde la
Madre le va a la mano a quienes, por el señuelo de una mayor perfec-
ción, se excedían en sutiles mortificaciones.
I
!
AlIlOR y LIBERTAD EN EL EPISTOLARIO TERESIANO 55]

dones a integrar en su Reforma conventos de otra índole, fue-


ran beaterios, como el de Villanueva de la Jara, o fueran «de
la condesa», prefiriendo en cualquier caso fundar cuatro más
de los suyos, «que en comenzándose, queda en quince días asen-
tada nuestra manera de vivir», antes que «tornar a esas ben-
ditas, por santas que sean, a nuestra manera de proceder, porque
creo van más por aspereza y penitencia que por mortificación
ni oración» 51.
Concluyendo, pues, la suavidad teresiana consistía en un
verdadero arte de saber llevar a cada persona y sus limitaciones
de modo «que no se apriete el natural», condición indispensable
que en el gobierno de la vida comunitaria se traducía cn la
prohibición expresa de todo método coercitivo y de todo tita-
l1i81110 voluntal'Ísla con los que se pretendiera «perfeccionar las
cosas de un golpe» o la conquista «a fuerza de armas», aviso
que no se cansa de encarecer la Fundadora a los más directa-
mente responsables en el gobierno intracomunitario: «Siempre
tenga aviso de no apretar a las novicias con muchos oficios hasta
que las entienda hasta dónde llega su espíritu.,,; vuestra reve-
rencia piensa que todas han de tener su espíritu, y engáñase mu-
cho; crea que, aunque me hace ventaja en la virtud, que se las
hago en la experiencia» 52. Experiencia cierta y de resultados
bien probados en coyunturas tan adversas como las de aquel
priorato forzoso en el monasterio de la Encarnación 53.

d) Afabilidad y alegría.
Como una consecuente derivación de ese estilo de vida im-
postado en la suavidad nace una libertad de espíritu que la San-
ta traduce en el «no es menester andar tan encogidos ni apre-
tados», sino «andar con libertad, tratando con quien fuere jus-

51 A don Teutonio de Braganza, 2 enero 1575, 8.


52 A Tomasina Bautista, 27 agosto 1582, 11; a don Teutonio de Bra-
ganza, 3 julio 1574, 4; a Gracián, 27 septiembre 1575, 4; íd.) 30 no-
viembre 1575, 4; íd., 20 septiembre 1576, 1; íd., 9 enero 1577, 6; a Ma-
ría de San José, 17 enero 1577, 5.
53 Resultados obtenidos con la aplicación de aquel método en el mo-
nasterio de la Encarnación, véanse en etas. a doña Luisa de la Cerda,
7 noviembre 1571, 4; a doña María de Mendoza, 7 marzo 1572, 7-9;
a Juana de Ahumada, 27 septiembre 1572, 7; a Gracián, 27 septiembre
1575, 7 Y 11.
552 SALVADOR ROS

to», procurando «ser afables y entender de manera con todas


las personas que os trataren, que amen vuestra conversación y
deseen vuestra manera de vivir» 54. Afabilidad en el trato para
que se haga transparente «la ordinaria alegría que ahora todas
traéis» 55, contagiándola de modo natural en los tiempos estable-
cidos de recreación común y sin necesidad de introducir otros
sucedáneos: «Juego en ninguna manera se permita, que el Se
1101' dará gracia a unas para que den recreación a otras; fun-
dadas en esto, todo es tiempo bien gastado» 56.
En el epistolario, además de aparecer explícitamente reitera-
do este deseo teresiano 57, nos han quedado recogidas sugestivas
muestras de aquella alegría interna que tonificaba al grupo, ha·,
ciéndolo gravitar hacia formas de devoción: son las coplas y
villancicos que las hermanas, secundando el gesto de la Madre,
se carteaban de convento a convento durante las fiestas navide-
í'ías: «Hay gran cosa de eso estas Pascuas en las recreaciones» 58.
Un tipo de tertulia doméstica y religiosa que, como saliendo al
paso de posibles objeciones, se adelantó a justificar diciendo
«que todo es lenguaje de perfección, que cualquier entreteni-
miento es justo a quien tanto se debe» 59, tal vez previendo que
no faltaría la crítica escandalizada de algunos espectadores de
fuera, ceñudos y recelosos de todo lo teresiano, como de hecho
la harían poco después dos calzados andaluces, Fernando Suá-
rez y Diego de COl'Ía, nada menos que ante Felipe Sega, el avie-
so nuncio papal: «y a las monj8s que han fundado, enseñan
que hagan coplas y versos y ellos [los frailes descalzos] les en-
vían las que hacen» 60.
Interesante la estampa, por inusitada hoy, ver a la tan ocu-
pada Santa Teresa siguiendo las curiosas tl'avesuras de aquellas
cuatro «niñas», todavía adolescentes -su sobrina Teresita, Isa-

54 Camino, 41, 4 Y 7.
55 Fundaciones, 27, 12.
56 Constituciones, n. 27.
57 A María de San José, 1 febrero 1580, 14: «yo amiga soy que se
alegren su casa con moderación»; íd., 8 noviembre 1581, 19: «mucho
me huelgo procure se alegren las hermanas»,
58 A Lorenzo de Cepeda, 2 enero 1577, 23, 35-38; a María de San
Tosé, 3 enero 1577, 10; íd., 9 enero 1577, 5 Y 9; a Gracián, 31 octubre
1576, 9.
59 A María de San José, 9 enero 1577, 10.
60 Cfr. memorial en Monumenta Historiea Carmeli Teresiani, vol. 2,
Roma, 1973, p. 17.

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