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Átala o los amores de dos salvajes en el desierto

Buena parte de los pliegos decimonónicos acogen temas y motivos de la novela romántica en un
proceso de intertextualidad y de adaptación de obras dramáticas. Los pliegos de cordel adaptan,
abrevian, condensan o fragmentan obras para un público lector-oidor que, a través de sus variadas
prácticas lectoras, satisface de algún modo sus necesidades.

Un caso que podemos considerar como ejemplo de adaptación novelística por parte de los pliegos
de cordel es el referente a los célebres amores de Atala y Chactas.

Las portadas y los distintos pliegos que reproducimos son deudores de la famosa novela «Atala»,
publicada en 1801 por François-René de Chateaubriand (1768-1848). Dicha novela gozó de una
repercusión y aceptación inmensa, como lo prueba el gran número de reimpresiones y ediciones al
poco de ver la luz. Tal fue su éxito que la primera edición española conocida es la valenciana de
1803, aunque existe una traducción al castellano en el mismo año de su publicación en 1801,
editada en París, y que ha originado algunas polémicas sobre su traducción. Sea como fuere, lo
cierto fue el éxito fulminante de la obra en España, aunque los censores de la Inquisición
expurgaron párrafos, frases y expresiones por considerarlas inmorales, sobre lo que volveré.

Parece claro que si Francia e Inglaterra no hubiesen tenido colonias en Norteamérica ni


Chateaubriand hubiese viajado a ellas entre abril y diciembre de 1791, el aprecio a esas culturas
periféricas no hubiese tenido tanta aceptación. Los relatos de viajes de escritores franceses e
ingleses fueron el motor del interés hacia esas culturas exóticas para amplios sectores de
población.
El argumento, visto desde una perspectiva actual, puede resultarnos ingenuo, chocante y
extemporáneo. La acción de la novela se sitúa en la Luisiana, antigua colonia española incorporada
a Francia por Napoleón en 1800, tras el acuerdo secreto con España por el Tratado de San
Ildefonso.

La novela se basa en la narración que hace el viejo indio Chactas, hijo adoptivo de un cristiano
llamado López, a un francés llamado René que huyó de Europa y se refugió en la tribu de los
Natchez, a la que Chactas pertenece.

Hecho prisionero por una tribu enemiga y condenado a muerte, Chactas es salvado de la muerte
por una joven india cristiana, llamada Atala. Enamorado de ella, escapan ambos al desierto
encontrando refugio junto a un misionero, el padre Aubry. Pero Atala, que resulta ser la hija de
López y de una india cristianizada, rechaza el amor de Chactas y ella misma se envenena al haber
prometido a su madre moribunda mantener su voto de castidad y consagrarse a Dios.

Toda la narración gira en torno a la voluntad de pureza de la protagonista, aderezada con


descripciones de una naturaleza exótica, todo ello hábilmente entremezclado con la religiosidad y
la pasión avasalladora del amor juvenil.

La obra abrió las puertas al sentimentalismo, a lo pasional y al individualismo, signos elocuentes


del denominado Romanticismo literario. Chateaubriand no reconoce en los indios la figura del
buen salvaje gobernado por la ley natural, tan querido de los ilustrados, sino que su interés va
encaminado a lo exótico de sus costumbres atemperadas por su conversión al cristianismo y al
enriquecimiento mutuo de experiencias entre una sociedad natural y otra sociedad civilizada.

Dada la profusión de ediciones en pliego (en prosa y en verso) de Atala y su amante Chactas
solamente voy a reproducir, a modo de ejemplo, unas pequeñas muestras ilustrativas.
Pintura de Luis Monroy (1845-1918), realizada en 1871

¿Cómo se refleja en la novela Atala” esa búsqueda de la armonía perdida?

R/se sumergen en ese espacio telúrico, mientras su alama se repliega sobre sí misma y cuestiona
la falsedad de su propio entorno. Tras el proceso el proceso reflexivo se manifiesta la calma en el
espíritu atormentado del héroe romántico, pues en esos momentos sublimes en que su alma se
funde con el paisaje vislumbra ciertos vestigios de la armonía perdida. El enamorado romántico
anhela, entonces, vivir junto con la persona amada en el marco de una naturaleza inculta e idílica.
Este anhelo se manifiesta en Chactas el protagonista de Atala, al recordar su pasado, en el espacio
edénico de la naturaleza: (Insertar cita del texto) ¡Que feliz hubiera sido mi vida en aquellos
lugares…!

La caracterización del personaje romántico se realiza se realiza principalmente a través de una


simbiosis artística con la naturaleza. Hombre y naturaleza (entorno) conforman, una unidad
indisoluble.

La naturaleza a veces adquiere la categoría de auténtico personaje, cuya función artística es


similar a la del coro trágico: chactas encuentra en la luna ……

La heroína romántica a veces se configura a partir del tópico de la mujer-ángel, cuya figura
idealizada y etérea se vincula poéticamente con el paisaje. Su imagen – fiel a las representaciones
literarias de la época – se revela a partir de la suprema belleza, la pasividad, la bondad y la
inocencia, atributos caracterológicos que la convierten en un ser ideal, reflejo de la naturaleza
como ámbito divino.
¿Cómo se describe a Atala? Como una criatura celestial de blancas mejillas y manos de alabastro.
Cuya existencia efímera aparece sugerida poéticamente por la flor que adornaba sus cabellos,
aquella camelia ya marchirta que adornaba sus cabellos en su lecho de muerte.

El Romanticismo, en literatura, ha desarrollado la novela como género por excelencia, lo que se


puede ejemplificar fielmente con las dos obras escogidas.

En toda obra romántica se encuentra la imaginación sobre la razón, el sentimiento sustituye a la


inteligencia y a la lógica. Las pasiones y emociones pasan a un primer plano.

“¡Inexplicable contradicción el corazón humano! Yo, que tanto había deseado decir las cosas del
misterio a la mujer a quien amaba ya como al sol, turbado y mudo a la sazón, hubiera preferido ser
arrojado a los cocodrilos de la fuente, a encontrarme solo con Átala…” (Átala, - Los cazadores)

El Egocentrismo

Como primera gran coincidencia con respecto a este tema, es que ambas novelas han sido escritas
en primera persona del singular. Hay una aparición de un YO central y principal con el que se
desenvuelven ambas historias.

Maria está totalmente redactada en primera persona, mientras que Átala tiene mezcladas las
personas; el prefacio está en 1ª persona; el prólogo en 3º persona; la narración y el epílogo
finalmente, en 1ª persona, este último no como el narrador, mas sí como autor.

El alma del hombre es su enemigo interior, que se identifica con una obsesión incurable por lo
imposible, que priva del goce de la vida al individuo y hace que ésta le sea adversa. El alma
romántica no es dada desde fuera al individuo, sino que éste la crea cuando tiene consciencia de
sus sentimientos.

“…¡Ay! Aún cuando los hombres no puedan ya ver, pueden llorar! Durante muchas noches la hija
del saquem vino a verme, pero sin proferir palabra. El sueño había huido de mis ojos, y Átala se
pintaba en mi corazón, grata como un recuerdo del hogar paterno…” (Átala – Los cazadores)

Es consecuente una exaltación del yo. La presencia del yo es parte de la novela romántica, por el
que el autor puede expresar su yo poético y darle así a la obra tonos líricos. Así mismo, se percibe
in ocasiones la confusión entre el protagonista y el autor, por esta razón se narra en 1ª persona:

“…Si vivos fueron mis ensueños de ventura, harto breve fue su duración: el desencanto me
esperaba a la puerta del solitario. Grande fue mi sorpresa, cuando al llegar a ella a mediodía, no vi
salir a Átala a nuestro encuentro; esto me hizo experimentar cierto indefinible y repentino horror.
Al acercarme a la gruta, no me atreví a llamar a la hija de López, porque mi imaginación temía
igualmente el ruido y el silencio que a mis gritos sucediese. Y más aterrado aún por la obscuridad
que a la entrada del peñasco reinaba, dije al misionero:…” (Átala – El drama)

La definición del Yo poético desde el punto de vista de la alienación conduce a la ironía romántica
como modo estético, de la misma forma en que un Yo prometeico que se niegue a renunciar al
deseo tiende a adoptar el concepto romántico de la imaginación. Una construcción de la relación
sujeto-objeto que esté fundada en la separación, la distancia, la irrealización, se convierte en una
conciencia irónica en el momento en que trata de trascender la autocompasión. Parafraseando a
Schlegel, así se explica la aparición de la conciencia irónica:

"El sujeto de la ironía romántica es el hombre aislado, alienado, que se ha convertido en el objeto
de su propia reflexión y cuya conciencia de sí le ha privado de su capacidad de actuar. Aspira
nostálgicamente a la unidad y a la infinidad: el mundo se le presenta como dividido y finito... En un
acto de reflexión crecientemente expansivo trata de establecer un punto de vista más allá de sí
mismo y de resolver en el ámbito de la ficción la tensión que se da entre él mismo y el mundo. No
puede superar la negatividad de su situación mediante un acto en el que se produzca la
reconciliación del logro finito con la aspiración infinita".

El Yo representado por el texto romántico es, por tanto, inevitablemente, el sujeto autor en el
proceso de construirse a sí mismo: el esfuerzo de sobrepasar la conciencia de sí alienante
mediante los poderes de la imaginación, es decir, el poder mental de introspección y
reconstrucción del mundo externo. Esa búsqueda, a través del arte, de un Yo independiente y
ordenador genera el sentimiento romántico y la ironía romántica: la sinceridad romántica
apasionada proclama que el arte puede ser equivalente a la experiencia, mientras que la ironía
romántica juega con la laguna que hay entre arte y experiencia. Así, pues, el texto romántico
anima al lector a confundir al verdadero escritor-persona con el sujeto narrador o el sujeto de la
acción creado por el texto (confesionalismo): el Yo lírico o el protagonista, de modo que se tiene a
identificar el arte con la vida.

No así es la novela del Vizconde de Chateaubriand, donde la vida del autor se basa en una vida
política y social, con otro poco de literatura, y en la novela no se encuentran suficientes datos para
llamarla “autobiográfica”.

Alguna semejanza sí puede ser mencionada en el hecho de que el personaje, Chactas, va


escapando y “misionando”, similar a los exilios del Vizconde, entre luchas y literatura.

La libertad

El romántico se concibe como un ser libre, el cual se manifiesta como un querer ser y un buscador
de la verdad. No puede aceptar leyes ni sumisión a ninguna autoridad. Muchos románticos
heredaron la crisis de la consciencia europea que la Ilustración provocó al cuestionar, en nombre
de la razón, los dogmas religiosos.

Chactas, en Átala, no se convierte al catolicismo, por una suerte de resistencia al cambio y a las
fuerzas mayores, mas al final, tanto amor por Átala y viendo que se muere, quiere confiar en ese
dios que se la está quitando de cierta forma; aquí es donde el anciano lo convence de una vida en
el más allá.

López, movido a piedad al ver mi juventud y sencillez me ofreció un asilo y me presentó a una
hermana suya, con quien vivía, sin esposa.

Entre ambos me cobraron el más tierno cariño, y me educaron con exquisito celo…permanecía
inmóvil horas enteras contemplando las cimas de los montes lejanos, ora me sentaba a la margen
de un río, cuya corriente contemplaba con honda melancolía, pues mi fantasía me pintaba los
bosques que sus aguas habían atravesado, y mi alma vivía exclusivamente en la soledad.” (Átala –
Los cazadores).

El mito prometeico arroja aspectos negativos: el Titán, Lucifer, por su rebeldía son condenados al
castigo y al dolor eternos. Del mismo modo, el sujeto del deseo romántico inextinguible padece
una fiebre fatal, pues el deseo nunca alcanza su objetivo de fusión con el objeto. De modo que el
sujeto romántico del deseo, representado como rebelde contra las limitaciones del mundo
objetivo, fracasa siempre en su intento de imponer su propia imagen a la realidad.

El amor y la muerte

El romántico asocia amor y muerte. El amor atrae al romántico como vía de conocimiento, como
sentimiento puro, fe en la vida y cima del arte y la belleza. Pero el amor acrecienta su sed de
infinito. En el objeto del amor proyecta una dimensión más de esta fusión del Uno y el Todo, que
es su principal objetivo. Pero no alcanzará la armonía en el amor.

El romántico ama el amor por el amor mismo, y éste le precipita a la muerte y se la hace desear,
descubriendo en ella un principio de vida, y la posibilidad de convertir la muerte en vida: la muerte
de amor es vida, y la vida sin amor es muerte.

En el amor romántico hay una aceptación de la autodestrucción, de la tragedia, porque en el amor


se deposita la esperanza en un renacer, en la armonía del Uno y el Todo. En el amor se encarna
toda la rebeldía romántica: "Todas las pasiones terminan en tragedia, todo lo que es limitado
termina muriendo, toda poesía tiene algo de trágico" (Novalis). En la muerte, el alma romántica
encuentra la liberación de la finitud.

Tanto María como Átala son un ingenuo idilio sentimental, romántico. Son el espontáneo y sentido
recuerdo de un primer amor purísimo, ideal, en el más alto grado del romanticismo. Pero lo
anterior no excluye totalmente cierto sensualismo, algo de fetichismo, por supuesto muy delicado
y cándido, donde ambos agentes-narradores se extasían a la simple presencia de la mujer amada.

No se duda de elogiar sus cuerpos, sus manos, con amplias descripciones sensoriales que indican
pasión velada con delicadeza de palabras respetuosas.

El amor es eterno. Y en las mujeres amadas encontramos el amor que aguarda, la paciencia pura,
la resignación que jamás es vencida y que, por el contrario, se acrecienta con los obstáculos. En
ellas el amor todo lo puede porque es espiritual:

“… No obstante, la soledad, la presencia continua del objeto amado y nuestros mismos infortunios
redoblaban a cada instante nuestro amor…Por lo que a mi respecta, extenuado de cansancio, pero
reanimado por el amor, y pensando que tal vez estaba irremediablemente perdido en aquellos
bosques, cien veces me sentí inclinado a estrechar a mi esposa entre mis brazos, y cien le propuse
construir una barraca en aquellos lugares, y ocultarnos en ella para siempre; pero se negó
constantemente a secundar mis proyectos, diciéndome:…” (Átala – Los cazadores)

“…Yo vagaba embelesado en medio de aquellas apacibles escenas, a que añadían nueva dulzura la
imagen de Átala y los ensueños de felicidad en que mecía mi corazón…” (Átala – Los labradores)
Pero como es muy común, el amor y la muerte van unidos en una conjunción trágica. Desde el
comienzo de cada novela se percibe, aunque la muerte no haya sido mencionada, cierta atmósfera
densa, cierta inclinación a lo desconocido, anunciando turbulencias y estados de ánimo agónicos.

La religión

Las posturas románticas acerca de la religión son variadas. No obstante, en general la creencia no
la fundan los románticos en ninguna norma establecida, en ninguna moral instituida, sino en un
sentimiento interior y en una intuición esencial de lo divino que conduce a una unión mística con
Dios.

Lo que hay de esencialmente nuevo en la religión de los románticos, es este sentimiento interior.
El intercambio o comunicación entre el individuo y el universo denota una vida superior, y la
primera condición de la vida moral. La conciencia de pertenecer a un todo, de formar parte de él
desde la propia individualidad, conlleva una responsabilidad moral.

“…Mi religión me separa de ti para siempre…¡Oh, madre mía!

“…¿Quién podía salvar a Átala?…Solamente un milagro, y este milagro se realizó. La hija de


Simagan recurrió al Dios de los cristianos: postróse en tierra y pronunció una ferviente plegaria a
su madre y a la Reina de las vírgenes. Desde aquel momento, ¡oh René! Concebí una alta idea de
esa religión, que en los bosques y en medio de todas las privaciones de la vida, puede colmar de
mercedes a los desgraciados…¡Ah! ¡cuán divina me pareció la sencilla salvaje, la ignorante Átala,
que de rodillas ante un añoso y derribado pino, como al pie de un altar, ofrecía a Dios sentidas
oraciones por un amante idólatra!…” (Átala – Los cazadores)

“…Mi triste destino empezó casi antes que abriese mis ojos a la luz…y me dio a luz con tan fuertes
dolores, que se desesperó de mi vida; mi madre hizo un voto para salvarme, y prometió a la Reina
de los Ángeles que le consagraría mi virginidad, si me libraba de la muerte…” (Átala – El drama)

“…el buen viejo estremeció de alegría, y exclamó: ¡Oh, sangre de Jesucristo, sangre de mi divino
Maestro, reconozco tus méritos! Tú salvarás sin duda a este joven. ¡Dios míos! Acaba tu obra;
devuelve la paz a esta alma agitada, y no le dejes de sus infortunios sino humildes y provechosos
recuerdos!…”

(Átala – Los funerales)

También hay una suerte de exotismo romántico, donde se busca un escape espiritual, por lo que
fijan su mirada sobre lugares lejanos o épocas antiguas, con la finalidad de encontrar una
inspiración diferentes a la que se podría manifestar en la realidad que los circunda.

“…permanecía inmóvil horas enteras contemplando las cimas de los montes lejanos, ora me
sentaba a la margen de un río, cuya corriente contemplaba con honda melancolía, pues mi
fantasía me pintaba los bosques que sus aguas habían atravesado, y mi alma vivía exclusivamente
en la soledad…” (Átala – Los cazadores).
Naturaleza y color local

Aparece la idealización del ambiente natural, donde los paisajes aparecen descriptos por el autor
de una forma subjetiva. La percepción del autor hacia el lugar donde se desenvuelve el idilio es
percibida con el corazón y expresada a través de las imágenes, los símiles, las metáforas, entre
otros:

“…Algunas veces iba a buscar entre las cañas una planta cuya flor, prolongada a manera de
cucurucho, era para nosotros un vaso lleno del más puro rocío, y bendecíamos la Providencia que
había colocado sobre el frágil tallo de una flor aquel límpido manantial, en medio de las
corrompidas lagunas; así se deposita la esperanza en el fondo de los corazones ulcerados por las
amarguras, y así brota la virtud del seno de las miserias de la vida…” (Átala – Los cazadores)

"... Entonces caemos en una postración celestial..."

"Antes de ponerse el sol, ya había yo visto blanquear sobre la falda de la montaña la casa de mis
padres."

"Y sus ojos estaban humedecidos aún, al sonreír a mi primera expresión afectuosa, como los de un
niño cuyo llanto ha acallado una caricia materna."

Esta naturaleza perfecta es continuo marco del idilio:

“…Así cantó Átala, sin que nada interrumpiese sus lamentos, excepto el casi imperceptible rumor
de nuestra canoa que desfloraba las tranquilas aguas. Sólo en dos o tres lugares fueron recogidos
por un débil eco, que los repitió a otro más débil, e éste a un tercero, que lo era aún más: hubieras
creído que la almas de dos amantes, infortunados en otro tiempo como nosotros, atraídas por
aquella tierna melodía, se complacían en suspirar sus últimos acordes en la montaña…”

“…Al abrigo del encorvado tronco de un abedul, conseguí preservarla de los torrentes de lluvia, y
sentado al pie del árbol protector, la sostenía sobre mis rodillas…

Atento oído prestábamos al estruendo de la tempestad, cuando sentí rodar sobre mi seno una
lágrima de Átala. ‘¡Tempestad del corazón!-exclamé,- ¿es esta una gota de tu lluvia?’…” (Átala –
Los cazadores)

El amor fue situado en un bello escenario telúrico, que es a la vez animista y anímico. El paisaje no
destruye sino que convive con los personajes y, aun, les transfiere sus emociones; junto a las
descripciones naturalistas y costumbristas, presenta otras que son realistas y establece juegos en
los que aleja a los personajes del paisaje; los identifica por medio del dolor, la soledad, la muerte o
transfiere situaciones humanas a otras telúricas (tempestad). Dentro de este contexto, cabe hacer
referencia a un elemento que el escritor maneja con maestría: el recurso de los presagios, como la
muerte y la enfermedad.

Para Chateaubriand, como escritor romántico francés, la naturaleza era un mito y tenían que
imaginarla generalmente sin haber tenido contacto con ella, mas esta imaginación ha sido muy
buena (gran característica de los románticos).

Isaacs tuvo una ventaja, puesto que a él lo rodeaba todo ese paisaje del valle que pudo plasmar en
forma nada artificial.
La objetividad y la subjetividad en la descripción de los diferentes paisajes se encuentran
influenciadas a partir de la presencia o no del ser amado.

La descripción de la naturaleza sirve así a la función narrativa. El paisaje narrado de la forma que
aparece se sitúa más allá de una simple narración.

En Atala la naturaleza y el sueño poseerán el don de profecía; en donde perfumes, colores y


murmullos entretejerán el diálogo que el poeta entablará con el universo, permitiéndole así
encontrar un refugio para expresar la explosión de sus emociones.

el autor omite gran parte de los topónimos, aunque los describa muy bien. Esto no implica que los
lugares no existan, simplemente no son nombrados.

En María, esto ocurre principalmente por el pasado doloroso del autor, donde la familia había
tenido algunos problemas económicos, pérdida de tierras, etc., y esto también está reflejado en la
novela.

“…

Así suelen empezar estas fiebres, pero si se atacan a tiempo, se logra muchas veces vencerla. ¿Se
ha fatigado mucho su padre en estos días?

Sí señor; estuvimos hasta ayer en las haciendas de abajo y tuvo mucho que hacer.

¿Ha tenido alguna contrariedad, algún disgusto serio?

Hace tres días recibió la noticia de que un negocio, con cuyo éxito necesitaba contar, se había
desgraciado.

¿Y le afectó mucho esto? Discúlpeme usted si le hablo de esta manera; creo indispensable hacerlo.

Puede estar usted casi seguro de que esa desgracia de que le he hablado ha sido la causa principal
de la enfermedad…” (María – Cap. XXVII)

Aquí también se puede hablar de una diferencia entre las obras. Mientras Jorge Isaacs retrata su
suelo natal, su país, su estancia y lugares de la infancia, donde su personaje Efraín pasa sus
mejores momentos; Chactas, de Átala, tiene sus experiencias en un suelo diferente al de la
infancia y vida de su autor, el Vizconde de Chateaubriand, ya que la novela se desarrolla en tierras
del Norte de América y no en Francia, país natal del autor.

Los personajes principales

Al realizar un análisis de los personajes principales de las obras: Efraín y María, de “María”; y
Chactas y Átala, de “Átala”; se puede decir:

Efraín
La atracción sexual de María representa una actitud sana por parte de Efraín hacia la pasión
amorosa; el amor espiritual no debe estar separado del amor físico.

“- ¿No es cierto – volvió a preguntarle mi padre – que prometes a Efraín ser su esposa cuando él
regrese de Europa?

Ella volvió, después de unos momentos de silencio, a buscar mis ojos con los suyos, y ocultándome
de nuevo sus miradas negras pudorosas, respondió;

- Si él lo quiere así…

- Tú sabes que lo quiero así. ¿No es cierto? – le dije.

- Sí, lo sé – contestó con voz apagada.

- Di a Efraín ahora – le dijo mi padre sin sonreírse ya – las condiciones con que tú y yo le hacemos
esa promesa.

- Con la condición – dijo María – de que se vaya contento…cuanto es posible…

Mi madre abrazó nuestras cabezas, juntándolas de modo que tocaron mis labios las mejillas de
María.

Largo tiempo debió de correr desde que mi mano asió en el sofá la de María y nuestros ojos se
encontraron para no cesar de mirarse hasta que sus labios pronunciaron estas palabras…” (María
– Cap. XXX)

Los rasgos definidores de la psicología de Efraín (su orgullo como miembro de la aristocracia local,
su interés en los humildes, su sensualidad, su condición de poeta, su amor a la naturaleza) están
ampliamente documentados en la personalidad de su creador. Salta a la vista, entonces, que
Efraín no es un estereotipo literario, como suele declarar la crítica, sino que es un autorretrato de
su autor. Es cierto que Efraín coincide con el típico héroe romántico en su gran capacidad
emocional y en su tendencia a creerse un dandi de la época.

María

María muestra ser dulce y sumisa desde su aparición inicial; al contrario de otras mujeres, ella no
recibe placer de las pequeñas riñas de novios, y hace lo posible por evitarlas.

“…

- …dime, ¿Qué debo hacer para que estos años pasen? Tú, durante ellos, no vas a estar viendo
todo esto…me dejas aquí, y recordando y esperando voy a morirme…

- No hables así María – le dije con voz ahogada, y acariciando con mi mano temblorosa su frente
pálida –; no hables así; vas a destruir todo el resto de mi valor.
- ¡Ah!, tú tienes valor aún, y yo he podido conformarme – agregó ocultando su rostro en el
pañuelo –, he debido prestarme a llevar en mí este afán y angustia que me atormentaban, porque
a tu lado se convertía eso en algu que debe ser felicidad… Pero te vas con ella y me quedo sola…
¡Ay1, ¿para que viniste?

- María…, no te quejes a mí de mi regreso…¿Qué te he exigido, qué me has dado que no pudiera


darse delante de El?

- ¡Nada! ¡Ay, nada! ¿Por qué me lo preguntas así?… yo no te culpo. Pero ¿culparte de qué?…

- Yo no volveré jamás a decirte eso… nunca te habías enojado conmigo…”

- (María – Cap. XXXII)

Ella cree en la superioridad intelectual de los hombres, y piensa que las mujeres no deben
ofrecerles consejos.

El temperamento manso y pacífico de María no la coloca en una posición de desventaja respecto


al novio más dominante; es precisamente su suavidad lo que más atrae y cautiva a Efraín. En pocas
palabras, María es una mujer verdaderamente femenina, que sabe comunicar su amor sin que se
note.

Esta característica de feminidad es lo que hace de María la mujer ideal.

Aunque inteligente, María no tiene educación formal, otro ideal romántico.

“…hablé a María y a mi hermana del deseo que habían manifestado de hacer algunos estudios
elementales bajo mi dirección…

Nos reuníamos todos los días dos horas, durante las cuales leíamos algo de historia universal, y el
Genio del Cristianismo. Entonces pude evaluar todos los talentos de María…” (María – Cap. VIII)

En el siglo diecinueve en Colombia, lo normal era que las niñas sólo aprendieran los oficios de la
casa y que se dedicaran exclusivamente a sus familias.

“…En ocasiones, quehaceres domésticos llamaban la atención de mis discípulas, y mi hermana


tomaba siempre a su cargo ir a desempeñarlos para volver un rato después a reunírsenos.
Entonces mi corazón palpitaba fuertemente. María, con la frente infantilmente grave y los labios
casi risueños, abandonaba a las mías alguna de sus manos aristocráticas; y su acento, sin dejar de
tener aquella música peculiar, se hacía lento y profundo al pronunciar palabras suavemente
articuladas que en vano probaría yo a recordar hoy, porque no he vuelto a oírlas…” (María – Cap.
VIII)

Los instintos maternales de María cumplen otro requisito del Romanticismo, igual que su firme fe
religiosa, su languidez amorosa.
Personajes: Chactas

Luchador; amante y orgulloso de su realidad “pseudos-salvaje” (salvaje, ya medio civilizado).


Encuentra en la simple voz de Átala el amor y la atracción por ella. Tampoco separa al amor
espiritual del físico (continuamente habla de abrazar a su esposa), en una fuerte pasión amorosa.

Átala

Es dulce y sumisa, respetuosa de sus creencias y de las diferencias con otros. Fuerte y constante a
su Fe religiosa no se deja vencer, aunque a veces decaigan sus fuerzas. Femenina en todo, sus
ropas, sus formas y maneras, su cabello, sus pensamientos, es la mayor atracción para Chactas.

“…Cierta noche en que los muscogulgos habían establecido su campo a la entrada de un bosque,
me hallaba sentado cerca del fuego de la guerra, con el cazador que me vigilaba, cuando de
improviso llegó a mi oído el leve roce de un vestido sobre la hierba, y vi a una mujer, medio
encubierta, que vino a sentarse a mi lado. Las lágrimas rodaban por sus mejillas, y un pequeño
crucifijo de oro brillaba sobre su pecho, al resplandor del fuego. Aunque su hermosura no era
extremada, advertíase en su semblante cierto sello de virtud y amor, cuyo atractivo era irresistible
y al cual unía las más tiernas gracias: sus miradas respiraban una exquisita sensibilidad y una
profunda melancolía, y su sonrisa era celestial.

Al verla, me di a pensar que era la virgen de los últimos amores, virgen que el cielo envía al
prisionero para rodear de encantos su tumba…” (Átala – Los cazadores)

En estas breves caracterizaciones y ejemplificaciones se pueden notar las grandes semejanzas


entre los personajes. Son visibles hombres fuertes, poderosos y convincentes; y mujeres amantes,
dulces y femeninas.

Ellas están modeladas, idealizadas, por el temperamento de su amado, el agente-narrador.

En un nivel, aparecen transmutadas en figuras idealizadas, como mujer-ángel, como “emanación


del alma”; en otro, se va humanizando, corporizando, con la acumulación de datos fijos. Surgen
incluso, rasgos sensuales, como mujer “apta para prestarse a todas las modulaciones de la
pasión”.

Críticas a Jorge Isaacs.

Las siguientes son críticas al autor de “María”, pero bien algunas pueden relacionarse también con
la obra de Chateaubriand, “Átala”:

"Jorge Isaacs, en María, prefirió trabajar con la anticipación y el presentimiento. En ningún


instante se oculta que María va a morir. Sin la seguridad de que va a morir, apenas si tendría
sentido la obra. Yo recuerdo una línea memorable que está casi al principio Una tarde, tarde como
las de mi país, bella como María, bella y transitoria como fue esta para mí...."

JORGE LUIS BORGES, escritor argentino

"Isaacs es un poeta cuya forma natural de expresión resulta ser la prosa. No quiero decir que sean
sus poesías triviales ni prosaicas sino que el caudal de su sensibilidad queda estrecho en los límites
del verso. Necesita prodigar las elipsis, los puntos suspensivos, el interrogante y la admiración para
verter el ímpetu de sus sensaciones..."

BALDOMERO SANÍN CANO, crítico colombiano

"Hace cuatro años que era completamente desconocido; hace tres que se presentó en Bogotá con
un volumen de versos que fueron recibidos con raro entusiasmo; y hace pocos días que ha dado
un nuevo volumen en prosa, que contiene una novela bien elaborada, bien escrita, bien sentida.
Regalos como éste no se hacen todos los días a las sociedad; y el regalo es doble, y doblemente
precioso, porque si el libro vale mucho, el autor vale más..."

JOSÉ MARÍA VERGARA Y VERGARA, crítico literario colombiano de finales del siglo XIX

Conclusión

Pese a las opiniones de todo género, que critican a estas novelas de quedarse en lo costumbrista o
en lo almibarado, su riqueza estructural y estilística, junto a los valores históricos que presenta, le
dan una vigencia indiscutible.

Al conjugar espacio y tiempo, al confrontar a los personajes con su destino, al respetar las leyes de
la acción sin olvidar incluirlas dentro de un marco histórico-social concreto y elevar a los
personajes y situaciones a símbolos, estos autores han convertido sus novelas en un gran
exponente de la Literatura Romántica, justificado por el análisis recién realizado.

Con mujeres románticas, paisajes increíbles muy bien descriptos, con tragedia, amor, religión,
mucha naturaleza y sabios consejos, ambas obras son dignas de leer.

Y por último, se podría decir que han dejado una gran enseñanza:

No debemos aplazar el poder realizar sentimientos nobles o esperar eventos trágicos para
demostrar el amor y el afecto.
Bibliografía

ABRAMS, M. H., El Romanticismo: tradición y revolución, Visor, Madrid, 1992.

BÉGUIN, A., El alma romántica y el sueño, Fonde de Cultura Económica, Madrid, 1993. BOWRA, C.
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CHATEAUBRIAND, VIZCONDE DE: “Átala”.

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ISAACS, JORGE: “María”. Buenos Aires. Lumen. 2001.

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Revista Ocio Joven.com http://www.cinefantastico.com/histori2.htm

Críticas literarias de:

· Giovanni Restrepo Orrego

· Cela Romeo Castro

· Benito Varela Jácome

· Ricardo Rodriguez Morales

· Adriana Bida

Laura Raquel Kagerer

Profesora de Portugués. Actualmente se encuentra en situación de tesis en la Maestría en la


Enseñanza de la Lengua y la Literatura, de la Universidad Nacional de Rosario.

Directora de Carrera del Profesorado de Portugués ( ISFD "E. Sábato")

Publicado por Heterodoxia en 6:20

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